Coopetencia y Gobernanza: la inevitabilidad de su eficiencia

(Artículo publicado el 12 de Febrero)

El caótico funcionamiento del gobierno de coalición español observado en torno a la aprobación de sus proyectos de Ley, Decretos-Ley, “políticas de Estado” y sus nefastas consecuencias sociales y económicas, agravado por la guerra abierta en la que se empeñan sus protagonistas, genera sospechas fundadas de procedimientos irregulares en el seno del Consejo de Ministros, la toma de decisiones no colegiadas y el escaso o nulo control interno al que la calidad democrática exige.

Este hecho no solo pone en peligro su producción legislativa, su gestión de recursos y, por supuesto, su contribución a la definición de las estrategias país a largo plazo. Situación que se ve con preocupación añadida ante la complejidad económica y social que vivimos en un contexto geopolítico y geoeconómico global, de enorme trascendencia. Adicionalmente, el escenario electoral que se avecina en los próximos meses, la polarización extrema de sus contendientes, la aparente escasa o nula alternativa y el modo de funcionamiento de un presidente que ha hecho del “acuerdo incumplido o aplazado hasta una nueva necesidad puntual”, el recurso permanente a la propaganda y juego mediático y al mensaje del miedo apocalíptico: “Si no me apoyas, viene el diablo y te irá peor”, un panorama perverso. Panorama negativo, a todas luces, que lleva a mensajes simplistas, excluyentes y de ataques demagógicos y populistas, fáciles de comprar por una mayoría que, en teoría, le llevaría a ganar votos para reeditar el estado actual de las cosas. Así, uno de los reclamos estrella es la descalificación del empresario, de la iniciativa privada de éxito, de los profesionales cualificados que ejercen la alta dirección y de las empresas con buenos resultados. Etiquetas de neoliberalismo, insolidaridad, irresponsabilidad y escasa o nula sensibilidad ante las crisis y poblaciones más vulnerables, conforman un “ideario” que, por contraposición, consideraría natural, eficaz y de máximo valor todo gasto, propiedad o funcionamiento público, enfrentaría al empresario-accionista-directivo con el resto de los trabajadores, prescindiendo del concepto empresa y su rol esencial creador de empleo, riqueza y prosperidad y desarrollo social, además de unidad base como agente económico y de cohesión social, por no resaltar su rol como contribuyente al servicio del sostenimiento de los aparatos y estructuras del Estado y las políticas de justicia y equidad social de que disfrutamos.

Por otra parte, las empresas (de todo tipo) afrontan escenarios de profunda incertidumbre y riesgos, transformaciones y transiciones de calado y una complejidad sistémica cada vez más exigentes, con mayores compromisos y obligaciones además de responsabilidades y una creciente demanda social (también de los gobiernos) para nuevos roles y contribuciones a las diferentes sociedades en que operan en entornos cada vez más internacionalizados.

Esta situación, mucho más que coyuntural, debería llevarnos a llamar la atención e invitar a la reflexión y debate social en torno al viejo y constante mundo de la interacción empresa-gobiernos-comunidades.

Separar estos tres espacios esenciales para el bienestar y prosperidad de las personas que afecta, no solamente es un error, sino que no responde a la realidad operativa. Contemplar sus comportamientos como silos independientes, construir discursos simplistas de buenos contra malos, lo público contra lo privado, el compromiso de unos contra la irresponsabilidad de los otros, algunos generadores de riqueza y valor contra unos pocos que vivirán de los primeros y “secuestrar” el concepto y valor de la empresa para polarizar un debate extremo de confrontación entre unos y otros, obviando el rol y sentido de empresa, participada, con papeles y responsabilidades, aportaciones, diferentes entre unos y otros, convergiendo en bienes compartibles es un absoluto despropósito.

Hoy, en pleno cambio de paradigma (político, social, económico), en el punto de reconfiguración de espacios geoeconómicos y geopolíticos, en el repensar y reformular décadas de operativa mundial en entornos globalizados bajo el “control” de instituciones multilaterales y un cierto “pensamiento generalizado”, nuevas dinámicas sociales, políticas y económicas, exigen grandes transformaciones que “hacen inevitable” la colaboración público-privada, en múltiples niveles, desde sus papeles diferenciados, legitimidades fruto de diferentes fuentes y capacidades tractoras propias. El espacio ya al parecer olvidado por muchos, del trinomio Business-Government-Communities (Empresas-Gobiernos-Sociedades) que caracterizaba las políticas económicas y sociales de la llamada economía social de mercado, el propio viaje del socialismo hacia este espacio social demócrata y la reformulación de políticas públicas al servicio de las personas en comunidad en el marco de un determinado Estado de Bienestar, cobran mayor relevancia que nunca.

Aprender el camino de la colaboración lleva a una doble necesidad inevitable: el ejercicio de la coopetencia (una esquizofrénica a la vez que eficiente colaboración y competencia simultáneas, compartiendo objetivos, ideas, proyectos y recursos que añaden valor al conjunto), a la vez que fomentar estrategias, propósitos propios, diferenciados, únicos compitiendo por espacios de éxito), así como un segundo elemento crítico: la gobernanza.

El “buen gobierno corporativo” es muy exigente. El contexto en el que se desempeña la empresa presiona, en especial, a sus Consejos de Administración, Alta Dirección y Órganos Directivos-Asesores para su gestión. Más allá del diseño y control de su eficiencia-eficacia económico-financiera, que de manera sostenible y largo placista permita su adecuado funcionamiento, retribuya a todos los stakeholders implicados y ofrezca productos y servicios de valor para la sociedad, ha de aportar riqueza, empleo y bienestar más allá de sus límites. La necesidad de convivir un mundo de alianzas complejas a lo largo de extensivas cadenas de valor (locales e internacionales) obliga a una gobernanza que incorpore el nunca fácil proceso permanente de interacción con todo tipo y nivel de gobiernos e instituciones, además de con sus propios competidores en diferentes industrias, superando fronteras tradicionales de “aquellos viejos sectores” que la estadística oficial se empeña en mantener. De igual forma, los propios gobiernos y entes públicos conforman la otra cara de la moneda y han de transitar hacia nuevos modelos de gobernanza, empezando por la calidad de sus Consejos de Gobierno (en especial, como en el caso inicial señalado en este artículo, del Consejo de Ministros).

Afrontamos nuevos contextos mundiales que requieren profundas transformaciones. Cambios imprescindibles que requieren liderazgos y gobernanzas de alto nivel y máxima calidad. Avanzamos (ya estamos en ella desde hace mucho tiempo) hacia una “nueva economía”, al servicio de una, como siempre, “nueva sociedad” y estamos necesitados de potentes gobiernos y empresas motoras de los nuevos recorridos por realizar.

Es tiempo de redoblar esfuerzos y compromisos, generar confianza entre las partes y la sociedad, en su gobernanza en todos los niveles y espacios de impacto. La cooperación multi-agente, público-público, público-privado resulta inevitable e imprescindible. Sus jugadores clave: Consejos (de Gobierno y de Administración de las empresas), de la Alta Dirección (ya sea funcionarial y del sector público o de las empresas y organizaciones sociales), de la propiedad (Estado y accionistas de todos los niveles sin olvidar al pequeño ahorrador propietario, muchas veces sin ser conscientes de ello, de las grandes empresas a través de sus fondos y posiciones bursátiles), del trabajador (a lo largo de la escala variada en la empresas o por cuenta propia) y de diferentes gobiernos y países y, por supuesto, de las comunidades en las que vivimos. Para colaborar, un requisito clave es la confianza. Y a partir de ella, construir las complicidades y espacios compartibles. Hemos de convencernos que la complejidad del crecimiento en la que nos movemos y moveremos, exige compartir (ideas, conocimiento, medios, recursos de todo tipo) y asumir una apuesta de futuro, intergeneracional y duradera en el largo plazo, sostenible.

Un mal gobierno (de país, de empresa, de organismos varios) generará deficientes resultados y nefastas consecuencias para la población y sociedad a la que sirve. No estamos ante un “pequeño desajuste coyuntural”, sino ante un verdadero cambio de paradigma. El escenario de últimas décadas con el que hemos llegado hasta aquí ha cambiado y lo hará aún más. Son tiempos para nuevas e intensas transformaciones. Dinámicas para las que nos necesitamos unos a otros, en una creciente complejidad. Entenderla, identificar su impacto, trasladando a los procesos de toma de decisiones clave que permitan afrontar futuros deseables con las necesarias transiciones, adecuadas a la realidad de partida, es una tarea esencia que exige una alta calidad.

Empecemos por la calidad de nuestros espacios de gobernanza sabiendo que nuestros resultados exitosos vendrán explicados en gran medida no solo por lo que hagamos cada uno, sino por la contribución (y que tan bien o mal lo hagan) del resto. Sobra confrontación excluyente, necesitamos abundancia colaborativa y renovada gobernanza.

Sin duda, una exigente COOPETENCIA (cooperar y competir a la vez) basada siempre en un propósito auténtico traducido en estrategias únicas, modelos de negocio y de actuación coherentes con el rumbo estratégico y cultura organizativa, construyendo el bien común al servicio del bienestar de la sociedad.

«Entender y superar la complejidad»

(Artículo publicado el 29 de Enero)

50 años atrás un grupo de amigos y compañeros estudiantes de ingeniería ganaban el primer premio en la “Semana de Ingeniería” de su Universidad. Su proyecto: “Síntesis electrónica de Música. Circuitos integrales y procesadores” no era sino un ejercicio de divulgación-demostración de la potencial vanguardista tecnología en curso, a la vez que suponía aprender y explicar a terceros sobre la aplicación simple a un proyecto de uso musical y la influencia de esta en el comportamiento humano en función del estado de ánimo de quien la escuchara. Conectada la música producida a diferentes plantas permitía medir su reacción “algo más que natural”.

Hace unos días, un amigo y profesor en la Universidad de Deusto me hablaba de un reciente viaje de trabajo a la costa este estadounidense y su contacto con un marco-proyecto de una empresa norte americana líder mundial en la producción de microchips. Hablamos del reto tecnológico, geoestratégico, manufacturero y, sin duda, la dinámica de desarrollo económico que conlleva la presencia o no en este complejo y crítico espacio. Sin duda, el mapa mundi actual sitúa al este asiático como la geografía del procesador, produciendo el 90% de todos los “chips de/con memoria”, el 75% de los procesadores o chips “lógicos” y el 80% de todos los semi conductores del silicio. Taiwán, China, Singapur, Corea del Sur, Japón acaparan la máxima concentración y distribución del mundo de la tecnología de los semiconductores.

La apasionante competencia global que se libra a la búsqueda de los elementos clave en las tecnologías transformadoras de futuro tiene y tendrá un impacto decisivo en términos de tecnología y uso, por supuesto, así como en las políticas internacionales, de seguridad, defensa, geo estrategias y de bloques, igualdad y prosperidad, educación, captación o migración de talento, gobernanza y, por supuesto, democracia y derechos humanos. Como insiste en su último libro Ha-Joon Chang, (“Economía comestible-Edible economics”), es imprescindible entender la base de los factores económicos para conformar y tomar decisiones políticas y sociales, para el desarrollo y supervivencia de nuestras democracias.

Ya, hace semanas hacía referencia en esta columna a un extraordinario libro en torno a esta “guerra mundial” por una de las tecnologías más relevantes en juego. Chris Miller publicaba “Chip War” (“La guerra de los chips”) partiendo de un pormenorizado y completo análisis (además de relato descriptivo) del amplio y largo recorrido del mundo de los circuitos integrados, el papel de los diversos jugadores, la capacidad tractora que han representado a lo largo de la historia, su intensidad y dinámica innovadora, los desafíos y apuestas de las diferentes políticas industriales seguidas en Estados Unidos y en cada uno de los países asiáticos que hoy dominan con claridad este mundo creativo y, por encima de todo, los escenarios esperables a futuro y sus consecuencias económicas, políticas y sociales en función de la acción o no de unos y otros.

Sin duda, de vez en cuando, parecería cobrar fuerza el grado de interés y preocupación en el no resuelto conflicto-acuerdo-relación China-Taiwán. Son muchos los temores respecto al posible momento en que pudiera materializarse “una sola China” o las posibilidades de “una China y dos Estados”, con un rol específico diferenciado entre ambos países, en una “relativa interdependencia”, y menos generalizadas las posiciones alentadoras de una solución coopetitiva posible, de la que formen parte  con el resto de países en torno a un espacio compartido en/con ASEAN en su trayectoria hacia mucho más que un mercado común para crear uno de los mayores espacios o bloques mundiales conformando una unidad política en un lejano triunvirato con Japón y China. El espacio de los deseos y sueños nos llevaría a una apuesta colaborativa, también, con el espacio europeo, y con los Estado Unidos, en una aún más lejana pero siempre deseable extensión compartible de todos ellos con el Oriente Medio y África en sus progresivas transformaciones y relaciones. Entre tanto, la realidad inmediata ofrece más sombras que luces en un anhelado e innovador compromiso democrático y pacífico compartido y escenarios con clara competencia, paso a paso, en cada uno de los pactos críticos que conlleva. Así, la “guerra de los chips” cobra especial relevancia. ¿En qué tecnología, producto, solución para nuestras demandas no hemos de incorporar chips en su amplio espectro y uso? Ni hoy, ni mucho menos en el futuro observable y pronosticado hacia el que se dirigen nuestras transformaciones objetivo en curso encontraremos piezas tan críticas como los chips en sus diferentes acepciones.

La memoria inmediata nos lleva a todos a pensar en la crisis de suministros que hemos padecido (seguimos padeciendo) que se ha explicado rápidamente en ausencia de chips y la capacidad de fabricarlos. Imprevistos bloqueando las principales infraestructura de logística y transporte como lo sucedido en el Canal de Suez, colapsos aduaneros y fronterizos como el pre y post Brexit, las consecuencias de una fragilidad otrora virtuosa con el “Just in time” y la globalización deslocalizadora agravando la seguridad en el suministro observada con la COVID-19 y la inmediata lucha por la normalización y el crecimiento, la invasión de Ucrania… añadido al desacoplamiento latente e intenso entre Estados Unidos y China… cobran  importancia y atención cuando, por si alguien no se habría dado cuenta, nuestros coches no pueden terminarse ni mucho menos usarse sin ellos, nuestros electrodomésticos se apilan en almacenes y puertos logísticos a la espera de ellos y el clamor popular culpa a los “gobernantes de turno”  y, sobre todo, por el “viaje hacia Asia” llevado a cabo. Se clama por acelerar inversiones productivas, nuevos planes ciencia-tecnología, mayores presupuestos en I+D, hacer renacer la industria manufacturera y sustituir a los proveedores asiáticos. Líneas de actuación imprescindibles que no pueden ni improvisarse, ni lograrse con la inmediatez exigida. Aquí, nuevamente, las transiciones razonables y posibles, los ritmos para pasar de la realidad base al escenario deseable y la coopetencia (cooperación y competencia) simultáneas, multinivel en una interdependencia de “ganar-ganar” resulta inevitable (o dicho en positivo, deseable). Innovar, producir, invertir, comercializar, convivir, humanizar el uso de la tecnología, apostar por políticas industriales (completas) con visión a largo plazo, identificando el papel que cada uno puede o debe desempeñar, y en donde localizar sus diferentes actividades críticas en la cadena de valor correspondiente, interactuando con todos los que formen parte de las mismas en futuro cambiante, son piezas complejas sobre las que se debe actuar con la coherencia que un verdadero propósito demande.

A lo largo de esta historia, han sido muchas las apuestas impulsadas por personas, empresas, países que han permitido significativos logros, configurando el mapa actual de jugadores y soluciones. La situación actual no es inmutable. Ni la tecnología, ni su uso, ni sus productos, ni sus factores críticos de producción, ni las estrategias geopolíticas vividas son o deban ser las mismas a futuro.

Las “leyes” que han primado en todo el largo recorrido hasta hoy están en revisión. Nuevos factores clave permiten nuevas vías de trabajo y solución. Hoy se cuenta con todo un mundo de posibilidades que acompañan la innovación creativa y transformadora. Pero no son “regalos mágicos” que lloverán del cielo, sino aceleradores de fortalezas, actitudes y compromisos solidarios del capital social (institucional, humano y político) al servicio de un propósito real, siempre exigente.

Con la esperanzada referencia que Miller nos traslada en las conclusiones de su trabajo, destacando la propia evolución de la tecnología y uso específico de la misma a lo largo de los años, “anunciando” nuevos rumbos en la misma que darían lugar a cambios sustanciales en este complejo mapa descrito, volvamos la mirada hacia apuestas estratégicas innovadoras que direccionen nuestro trabajo hacia la confiada solución de retos para construir escenarios deseables al servicio de las personas. No cabe duda, la mejor manera de terminar con esta “guerra”, pasa por transcender del estatus actual y apostar por renovadas apuestas orientadas y cohesionadas, alineadas con las fortalezas y oportunidades reales de cada uno de los jugadores implicables en proyectos y objetivos convergentes. Todo un mundo de oportunidades por delante. Conscientes de dificultades, de los nubarrones que acechan y de nuestras diferentes limitaciones, con el ánimo (y necesidad) de encontrar y aportar nuevos caminos por recorrer.

Una historia de mucho más que tecnología. Líderes, investigadores, visionarios, estrategas, políticas, empresas, gobiernos y países en sus intensas evoluciones y transformaciones… Titánico esfuerzo colaborativo respondiendo a necesidades y demandas sociales, anticipando el futuro… más allá de la cuenta de resultados o de la coyuntura. Como recuerda el presidente Barack Obama en sus múltiples conferencias de graduación en sucesivas generaciones o foros universitarios: “Todos tenemos el compromiso de encontrar a alguien para cuyo éxito seamos necesarios”.

Señales para nuevos y esperanzados tiempos…

(Artículo publicado el 15 de Enero)

Un antiguo y querido profesor me llamaba para felicitar el año nuevo y me recordaba que esta semana se cumplen 15 años de la publicación del libro “Clusterizar y Glokalizar la economía: La magia del proceso”, en cuya presentación tuvo la gentileza de acompañarme. Prologado por Michael E. Porter, el trabajo pretendía ayudar a comprender cómo desarrollar con éxito procesos de clusterización y glokalización para mejorar la competitividad generando territorios inteligentes. La experiencia vivida en y desde Euskadi en el intenso, a la vez que atractivo proceso de transformación de nuestra economía y sociedad, daba pie a concebir un mundo diferente al que parecía ofrecerse. Creíamos captar las señales que anunciaban nuevos tiempos.

Su contenido se focalizaba en cinco grandes elementos que entonces consideraba esenciales para transitar hacia una economía de bienestar al servicio de las personas, cuestionando algunas de las ideas fuerza que dominaban el entorno económico que vivíamos:

1.La transformación radical en curso que recogía en torno a lo que consideraba las inevitables alianzas coopetitivas para la nueva economía que ya apreciábamos.

2. El propio concepto de la competitividad cuya asociación “lingüística” con competencia excluyente y beneficio del éxito de algunos y el fracaso del resto distorsionaba su verdadero sentido, modelo de intervención y objetivos económicos y sociales convergentes para el logro del bienestar y prosperidad de las comunidades en que se aplica.

3. La clusterización de la actividad económica (como binomio economía-territorio), rompiendo fronteras sectoriales, cohesionando a la totalidad de los actores intervinientes en la economía objetivo y las ventajas y fortalezas que su desarrollo estratégico conlleva.

4. La importancia esencial de Factor Local, rompiendo la venta simple de una “Globalización” idílica para todos. Una Glokalización más allá de espacios geográficos próximos o distantes, alejada del simplista desprecio generalizado entre “aldeanismo proteccionista” versus “internacionalismo universal, progresista y moderno”, que ha venido, hasta hace posos meses, convirtiéndose en mantra descalificador de quienes no abrazaban sin crítica alguna la globalización ilimitada por “decisiones puras del mercado”.

5. La importancia de la “magia del proceso” que explica el por qué proyectos y objetivos similares (o en apariencia idénticos) funcionaron en algunos sitios y en otros no.

Estos elementos clave tenían como referente conductor un doble eje: las experiencias vividas a lo largo de una trayectoria profesional, proyecto a proyecto, y una cierta teorización académica de lo que habría supuesto la aplicación de los modelos implícitos en las teorías base de lo que, con el tiempo, se convirtió en “La Ventaja Competitiva de las Naciones” del profesor Porter y su red M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad) que, desde su Instituto de Estrategia en Harvard, generaba adhesiones, investigadores, “practitioners” e “impulsores del cambio a lo largo del mundo”.

Hoy, el mundo asiste a un renacimiento de la industria, a una profunda apuesta por la coopetencia público-privada como motor inevitable de “una nueva economía” por “reinventar”. Un tiempo en el que la globalización ha mostrado sus carencias y lejanía de la panacea que decía y proclamaba ser, en la que los diferentes países apuestan por “modelos de seguridad en la fabricación, suministros, cadenas de suministro y valor alternativos”, y apuestas estratégicas que superan “fronteras sectoriales” en un imparable mundo interconectado repleto de nuevos jugadores, configuración de ecosistemas (¿clústers?), conjugando políticas económicas, sociales y medio ambientales convergentes. La realidad reposiciona y relocaliza empresas, vuelven su mirada a la importancia de “hacer o fabricar cosas en casa”, y confiere un alto valor diferencial al factor local (sus personas, comunidades e instituciones).

Estos días, leía un interesante artículo en la revista Foreign Affairs, “La nueva era industrial” reclamando la vuelta de los Estados Unidos a convertirse en una super potencia manufacturera. Basta recoger aquí su primer párrafo para entender el cambio que se viene planteando a lo largo del mundo a la búsqueda de un “nuevo pensamiento y modelo económico inclusivo” y la consiguiente respuesta por nuevos elementos clave que parecerían básicos para el éxito perseguido: “Para muchos ciudadanos, el sueño americano ha desaparecido. En las últimas décadas, USA ha dejado de ser “la fábrica del mundo” y se ha ido transformando en un importador de productos. Desde 1.998, el déficit comercial ha costado más de 5 millones de empleos industriales y el cierre de 70.000 fábricas. Las ciudades pequeñas y medias han entrado en declive y muchas comunidades destruidas. La sociedad americana es cada día más desigual a medida que el “valor y riqueza” se concentra en pocas megaciudades y los antiguos núcleos industriales se abandonan. Cada vez resulta más difícil para los americanos sin estudios y títulos universitarios alcanzar la clase media, la movilidad social se estanca y la ansiedad e insatisfacción social aumenta. La pérdida de la manufactura no solamente ha dañado su economía, sino la propia democracia”.

El artículo apunta, también, aquellas líneas sobre las que pretende construir ese nuevo espacio para América. Su autor, Ro Khanna, representante de los Estados Unidos para Silicon Valley, adelanta algunas líneas prácticas que han sido elevadas a propuesta al Congreso y Presidencia de los Estados Unidos y que se unen a todo tipo de voces (Elizabeth Reynolds, miembro del Consejo Asesor Económico del Presidente Biden y activa en el rediseño de una política industrial para Estados Unidos), o Shannon O’Neill (“El mito de la globalización”), presidenta del Consejo de Relaciones Exteriores, “The Homecoming” (“Vuelta a casa”), de Foroohar en sus trabajos en torno al declive y revitalización regional, etc. Y así, a lo largo del mundo. Hoy mismo, en Davos, líderes mundiales abordan la deglobalización, la reindustralización y los nuevos paradigmas observables en relación con la regionalización, la resiliencia estratégica que han de configurar los diferentes paises y nuevas configuraciones de cadenas de valor.

¿Nos parecería extraño escuchar que el apostar por un nuevo mundo para la economía americana pasaría por una estrategia como esta que sugieren? Una estrategia integrada que se comparta en el marco de partenariados público-privados, con un Consejo Económico-Industrial potente, que informe directamente al Presidente del país, con acceso directo y control a todos los programas y políticas públicas, empresariales y académicas financiadas o apoyadas por los gobiernos, coordinando el programa y actuación de todos los departamentos (Estado, Defensa, Industria, Comercio, Energía, Agricultura, Interior y la “diplomacia económica internacional”), impulsando una convergencia entre políticas y beneficios económicos y sociales, con una política específica para revitalizar zonas en declive, redefiniendo una política de compras públicas al servicio de esta “nueva industria”, con financiación especial para iniciativas y proyectos empresariales compartidos por diferentes empresas y agencias de gobierno, y una política fiscal ad hoc para incentivar la “vuelta a fabricar a casa”, dotándose de un nuevo Consejo Asesor Técnico manufacturero y tecnológico público-privado…

Sin duda, leído en Euskadi no llamaría mucho la atención. Hoy, en muchos lugares del mundo, afortunadamente, tampoco, a la vez que quienes asisten preocupados a la búsqueda de nuevas soluciones para el futuro crecimiento y desarrollo económico y consecuente prosperidad de sus sociedades, lo mira ansioso por dotarse de una pronta y eficaz oportunidad y camino a seguir.

Inmersos como estamos, en un interesante momento de inflexión, con movimientos favorecedores de un rearme del pensamiento socioeconómico con la mitigación de pobreza y desigualdad como objetivo conductor, y un compromiso real para el logro de un verdadero desarrollo inclusivo, viable y sostenible, soportado en principios humanistas, pacíficos y democráticos, con reparto solidario de cargos y resultados, parecería razonable transitar por estos caminos.

Esperemos que, efectivamente, aprovechemos la corriente positiva en favor de una “nueva era industrial, económica y social”. Es cuestión de aprender de las experiencias observadas y “desaprender” de los errores cometidos o de los efectos negativos y perversos de aquello que, en un determinado momento, suponía la panacea salvadora e irrenunciable. Son tiempos nuevos y esperanzados a la búsqueda de imaginación, talento y conocimiento, convertible en realidades y soluciones fabricables, recomponiendo relaciones e interconexión próxima, regionalizada, entendible, desde valores compartibles.

Hoy que el mundo aspira a dotarse de espacios pro industriales como motor de un camino hacia la prosperidad, parecería razonable profundizar en nuestras fortalezas diferenciales, avanzar de forma acelerada hacia nuevas oportunidades y redoblar nuestra confianza en el recorrido estratégico emprendido. La riqueza colaborativa generada supone una savia singular para alcanzar un nuevo futuro deseable.

Dejando atrás el 2.022 evitando el peligro como si no pasara nada, o acometer nuevos rumbos para el 2.023

Una vez despedido 2.022, un año más, con especial dolor e incertidumbre con las experiencias vividas, y el inicio de un nuevo año, parecemos obligados al balance de lo sucedido-realizado y a las buenas intenciones y propósitos de futuro. (Neruda nos recordaría “como el pan de hoy se parece al pan de ayer, un anillo de ayer al de hoy, y nos preguntaría si este final de año no es igual al de ayer, al de mañana…”)

Explicitar el balance general o colectivo nos llevaría a repetir, con escasa originalidad, los múltiples informes, reflexiones y publicaciones ya realizadas por todo tipo de analistas (nosotros mismos a lo largo de todo tipo de publicaciones e informes de esta casa) y, por otra parte, el compromiso del capítulo de propósitos individuales ha de quedar para la reflexión y exigencia personal de cada uno. Ahora bien, sí parecería de interés resaltar el hecho observable, que, condicionando toda intervención o resultado esperable, suele destacarse poco en la mayoría de los análisis y pronósticos, por entender, de forma equivocada, que son un tanto ajenos a nuestro quehacer empresarial, profesional y/o personal. Este hecho no es otro que un sostenido declive de la calidad democrática, un deterioro creciente de la llamada “industria de la política”, un imparable e irreconocible mosaico geopolítico y geoeconómico y una “nueva modalidad bélica” instalada entre nosotros. Un cúmulo de aristas. Contempladas como elementos exógenos sobre los que, en principio, tenderíamos a pensar que escapan de nuestro control o que resultan indiferentes a nuestro quehacer diario. Sin embargo, un análisis y propósito transformador de futuro, nos llevaría a resituar en el primer plano de nuestras preocupaciones y, en consecuencia, líneas de atención preferente cara a redefinir nuestros propósitos, el arte de las relaciones Business & Government. Mucho más allá del encuentro público-privado, de las tradicionales relaciones administrativas y/o de regulación, o del interés por “el mundo de la política y el gobierno”, su impacto en la marcha de la sociedad, en la solución a nuestras demandas del día a día, cuando no, sobre todo, las expectativas para el largo plazo, y a su insustituible  papel en nuestras vidas y manera de encontrar o no soluciones sostenibles en cualquier futuro esperable, deberíamos llevarnos a no dejarlo “en manos de otros”. Por el contrario, incorporarlo a nuestras decisiones y compromisos clave a asumir.

Máxima prioridad y preocupación en el contexto actual, cuando en plena guerra próxima, en una lucha y competencia de bloques, en una recomposición global o regional de los espacios de relación (sociales, políticos, económicos, territoriales), con un incesante movimiento migratorio, de compleja solución y graves consecuencias, nos interpela a todos, por activa o por pasiva.

Hoy, asistimos preocupados y confusos a un panorama de democracias cuestionadas, de baja calidad, escasa credibilidad y desafección peligrosamente en aumento generalizado.

Asistimos, además, a tan alarmante peligro, como si no pasara nada, parcheando situaciones perversas y “sobreviviendo” a lo que se presenta como algo inevitable sobre lo que no habría posibilidad de intervención. Olvidamos como las Megatendencias de Naisbitt en el pasado siglo se basaban en la extrapolación temporal de pequeñas señales locales, o la deliciosa e inquietante narrativa de Stefan Zweig en su “Mundo de ayer” relatando la escasa importancia que se daba a líderes de poca monta o escasa credibilidad y sus proclamas demagógicas que llevaron a Europa a propiciar y sufrir dos guerras mundiales.

La “democracia global” muestra índices de grave deterioro, insuficiencia resolutiva de los mecanismos e instrumentos multi laterales creados o desarrollados en las últimas décadas para abordar soluciones que afectan más allá de los ámbitos próximos o únicos. Inmersa en un generalizado descrédito (salvo honrosas excepciones que, en términos generales, sitúa a sus países y gobiernos a la cabeza en el ranking mundial), desconfianza en gobiernos y autoridades, ya sean públicas, privadas o sociales, a lo que se añade la imposibilidad objetiva de actuación ante agresiones bélicas unilaterales, incapacidad de respuesta ante el mundo de las noticias falsas (tan prolíficas en redes sociales, panfletos digitales, pseudo prensa, anónimos de interés y financiación desconocidas) de “empresas serias de comunicación”, enredos peliculescos de los servicios de inteligencia e información y “aparatos de Estado” que hacen reales las distopías noveladas y la ficción serial que nos rodea, la creciente configuración de una sociedad dual que hace que la esfera funcionarial-político-administrativa-sindical se distancie de las condiciones y micro esferas sociales que no forman parte de ese colectivo, autocracia y personalismos que se amparan en el marco de “democracias orgánicas ad hoc” en las que justifican su hacer… Adicionalmente, la convergencia de transiciones hacia nuevos escenarios asumidos como inaplazables y de solución unísona (climática-ecológica y energética, digital, tecnológica, de trabajo-empleo) o la necesaria reconfiguración geo-política, geo-económica y socio-política, simultáneas con una superación rápida, inmediata e inclusiva de la desigualdad existente y/o percibida, ponen en jaque a las estructuras y organismos supra regionales y/o supra nacionales “encargados” del consenso, acuerdos, políticas y, por supuesto, financiación global demandada. Así, de una u otra forma, 2.022 se va dejando una preocupante huella de debilidad democrática, a falta de mejores sistemas de convivencia, igualdad, derechos humanos, libertades y propuestas independientes para un mejor futuro.

El reciente informe de Progreso Social (Índice de Progreso Social) pone de manifiesto un relativo descenso de los principales capítulos en términos de derechos humanos, calidad democrática e institucional, seguridad apreciada y confianza en las expectativas de futuro. Advierte, además, la tendencia observada que le lleva a pronosticar su aumento negativo en el 2.023 ante los riesgos globales previstos. (A destacar el significativo deterioro en Estados Unidos, especialmente asociado a su confrontación y crisis político-administrativa y geopolítica).

Hace ya mucho tiempo que percibimos una democracia de baja intensidad que se va extendiendo a lo largo del planeta. Ya sea por sus jugadores directos, por los procesos instalados en sus tomas de decisiones, por el “ambiente mediático” que nos muestra “realidades ficticias y de blanco o negro sin matices”, o por la ausencia de ideologías y compromisos traducidos en apuestas estratégicas cargadas de soluciones (quizás mágicas o ante imposibles expectativas en la inmediatez). Sin duda, 2.022, ha incrementado el reclamo por cuestionar las transiciones en curso, sus resultados inmediatos y su aplicación inclusiva con repartos equitativos, sin duda, con una excesiva carga social, con enorme peso del individualismo demandante con limitado compromiso de aportación. Sucesivos gobiernos, con el soporte intocable de los llamados aparatos de Estado y sus correspondientes cloacas, los corporativismos concretos heredados, diferentes instituciones de utilidad, legitimidad más que cuestionable, imperan y generan una decidida desconfianza y desafección pasiva. Bajo este manto, cuestiones críticas y esenciales para vivir una auténtica democracia se aplazan sine die, debido al veto, o al protegido abandono en el proceso real de toma de decisiones. Demasiada carga para abandonar el estado actual de las cosas por abrazar un escenario idílico cuya distribución de coste-beneficio no ofrece certezas.

Si todo esto sigue sin llamar la atención, si se deja pasar, si se sigue, parche a parche, dando por bueno un proceso viciado, decisiones impuestas o no acordadas bajo la amenaza permanente de “que viene el diablo, conmigo o el caos”, seguiremos asistiendo a situaciones negativas, observables o no, tolerables o no, hacia un futuro inesperado, seguramente muy alejado de aquel que nos gustaría vivir. (aunque alguno pudiera pensar que no tiene efecto en la vida diaria de las personas, su calidad y aspiración de futuro).

Paso a paso, alarma tras alarma, una democracia en peligro. De seguir así, en algún momento el deterioro será irreversible. Entonces, la baja intensidad, la baja calidad, impedirá soluciones. Será demasiado tarde.

Propósito para 2.023: Principios, procesos, comportamientos coherentes con una imprescindible democracia de alta intensidad y máxima calidad, con la esperanza, compleja de una transición ordenada hacia el largo plazo en un mundo distinto.

Quizás sea un buen momento para releer libros como “Why Nations Fail” (“Porqué fracasan las naciones”) de Daron Acemoglu & James Robinson. Basta como recomendación en estas notas citar algunos de los comentarios editoriales de autores cualificados que valoraron su edición hace ya unos años. Francis Fukuyama lo calificaba resaltando su “contenido turbador” ya que recogía un análisis profundo y concurrente del desarrollo económico e insistía en que los países mejoran cuando ponen en marcha instituciones políticas adecuadas que favorecen el crecimiento pero que fracasan cuando se anquilosan o no se adaptan a los tiempos cambiantes o son manipulados por un poder personal amparado en una “democracia inefectiva” menoscabando el verdadero progreso social. Ojo a todos aquellos procesos “internos” que pasan más desapercibidos, que van minando la calidad democrática ya que son apreciados como “pequeñas cuestiones de procedimiento”. Un constante deterioro de gobernanza el uso perverso de normativa de aparente solución parcial ajena al contexto real en que se ha de aplicar, ausencia de gestión de la variable “tiempo” que permita determinar sus escenarios de resultados, instala o amplía el mal instalado, avanzando, a marchas forzadas, hacia lo irreversible.

Con esta lectura y la actitud de un par de frases, seguramente nos esperará un extraordinario y próspero 2.023: “Bien, mejor y magnífico. Nunca ceses en ello. Hasta que tu bien sea mejor y tu mejor extraordinario” (San Jerónimo), (quizás un avance de las teorías de la innovación disruptiva e imprescindible para construir un mundo diferente como aquel al que decimos aspirar) sabiendo que “con el nuevo día vienen nuevas fuerzas” (Eleanor Roosevelt). Encontremos un nuevo espíritu y prácticas innovadoras que nos permitan reinventar un valor y mundo tan preciado. La simbiosis positiva de un nuevo encuentro entre los mundos de la iniciativa privada y pública, de la gobernanza, desde el rol positivo y constructivo diferenciado, a la vez que convergente, de cada uno. Confianza, ante todo, en que sabremos encontrar el talento, la fortaleza y el compromiso necesarios para atravesar las tormentas que, en todo caso, habremos de atravesar y, sin duda, superar. No infravaloremos aquellos otros mundos que en demasiadas ocasiones creemos distantes e irrelevantes en nuestro quehacer diario. Será un gran paso para hacer de nuestros propósitos y estrategias de valor, una buena apuesta en nuestros deseos para este 2.023.

A la búsqueda de nuevas políticas industriales. Construyendo resultados colaborativos generadores de impacto en nuestras sociedades

(Artículo publicado el 18 de diciembre)

Estos días tiene lugar en el Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard el seminario anual de su Red M.O.C. (microeconomía para la competitividad) creada y presidida por el profesor Michael E. Porter hace ahora 20 años y 30 desde los procesos e iniciativas previas que le dieron origen.

Porter, uno de los profesores y expertos más influyentes en el mundo de la estrategia empresarial, regional y de naciones según valoración de los propios líderes a lo largo del mundo, ha contribuido con ideas, movimientos y “herramientas únicas” que nos han impactado positivamente y guiado a través del tiempo. Su claridad expositiva y conceptual sobre la estrategia (proposición única de valor y diferenciación), su aportación al uso extendido de la  Cadena de Valor imprescindible en cualquier modelo empresarial, su marco de las “5 fuerzas” para entender, diferenciar y navegar en las diferentes industrias, la “clusterización de la actividad económica” destacando la eficiencia y visión alternativa enriqueciendo el reduccionismo de los sectores clásicos para fortalecer los binomios economía-región, base de los, hoy ya en boga, ecosistemas que facilitan la convergencia colaborativa entre empresas, gobiernos, centros investigadores y tecnologías, academia, agentes intermedios y todo tipo de actores que explican la competitividad y bienestar en las diferentes comunidades y áreas de influencia no solamente están vigentes sino que alumbran, más que nunca, en estos momentos tan necesitados de referencias y mapas para navegar la incertidumbre y propiciar las necesarias transformaciones socio-económicas que el mundo demanda. A la vez, su “Ventaja Competitiva de las Naciones”, base y soporte conceptual de la innovadora estrategia regional y nacional que viene generando todo tipo de aplicaciones estratégicas exitosas, a lo largo del mundo, se convierte en un referente indispensable para abordar nuevos rumbos, inevitablemente colaborativos, con vocación de unicidad diferencial. Todo un marco de referencia que se ha visto fortalecido por la hoy efervescente difusión e interés en la fortaleza transformadora bajo su liderazgo pionero, junto con Mark Kramer, de la “Shared Value Initiative” (Valor compartido empresa-sociedad) anticipando toda esta renovada redefinición del capitalismo, de la economía social de mercado, de la neo social democracia, o progresía empresarial-institucional o, del mundo de ESG (Medio ambiente, Gobernanza, Sociedad) como objetivos conjuntos e inseparables para evaluar (y concebir) las propuestas y resultados de las empresas y economías del hoy y, sobre todo, del mañana. Iniciativa que le llevó a proponer (junto con Michael Green) el primer Índice de Progreso Social transformando los índices económicos que nos han venido clasificando a lo largo del tiempo y su propia escuela del famoso Índice de Competitividad de los Estados, considerada como una especie de biblia de referencia y ranking mundial hasta entonces.

En toda esta larga y fructífera trayectoria, Porter, ha vivido una extraordinaria “obsesión o misión personal y profesional” bajo la apuesta de “formar formadores generadores de impacto social”. Su misión le llevó a trascender de su cátedra al impulso de este su Instituto (ISC-Harvard) y el diseño de un modelo y programa ad hoc, el M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad), que hoy se imparte en 130 Universidades, 68 países con una red de 550 profesores, investigadores y agentes activos para la transformación generadora de impacto en sus respectivas Comunidades. Conceptos y modelo claves para la competitividad bien entendida, el crecimiento, bienestar y desarrollo inclusivos, adaptables con carácter diferencial a lo largo del mundo, bajo un lenguaje compartido.

En esta cita anual, cual reencuentro en esta especie de   “micro Meca” del conocimiento, como nutrido y enriquecedor encuentro colaborativo, de puesta en común, con el propósito de su permanente adecuación (y anticipo) al mundo por venir, ha destacado, entre otros temas clave, la relevancia que en el mundo recuperan las políticas industriales, su incidencia diferenciada en aquellas regiones en las que se han llevado a cabo y la importancia urgente de aquellos que o bien la han abandonado, o han fracasado en sus aplicaciones, o han carecido de un tejido manufacturero, y de su cultura y políticas asociadas.

Euskadi forma parte relevante de esta Red. Pionera en la aplicación de conceptos y modelos, primera región en la que las ideas (entonces aún o publicado su libro maestro de la Ventaja Competitiva de las Naciones) del profesor Porter permitieron reenfocar unas políticas industriales, económicas y de país, relanzando, reestructurando, reinventando nuestras competencias y capacidades. Hoy, afortunadamente, vivimos un entorno industrial avanzado y la cultura y políticas ad hoc cuentan con las Instituciones base para su potenciación y desarrollo.

En Euskadi, hemos recorrido nuestro particular “viaje hacia la competitividad y el bienestar inclusivo”. Viaje exitoso a la vez que inacabado (por definición). Transitamos desde una economía de declive hacia una reorientación estratégica volcada en la internacionalización y modernización de la economía y descubrimos la importancia de reinventar sectores ampliando su interrelación entre diferentes industrias, enriqueciendo tanto su conectividad con la mucho más tarde llamada “servitización”, para fortalecer nuestra base y cultura manufacturera, hoy signo diferencial en el mundo. Supimos entender y hacer nuestra la clusterización de la economía y su efecto potenciador de una bien entendida coopetencia público-privada. Apostamos, como soporte esencial por el carácter inseparable de las políticas económicas y sociales ofreciendo resultados a la vez en beneficio de la sociedad. Llamamos a la competitividad con el atributo adicional de “en solidaridad” como símbolo inequívoco del compromiso y objetivo que se buscaba y abanderamos el movimiento de co-creación de valor empresa-sociedad, poniendo el foco de los modelos de negocio empresariales en la solución a las demandas sociales. En este recorrido, hemos hecho de la innovación, la internacionalización, así como de la tecnología, las fuentes transversales de nuestras fortalezas (a la vez que condicionantes) y hemos avanzado la reconfiguración de cadenas extendidas de valor. Nuestra apuesta ha hecho de la estrategia, visión y proyectos largo placistas el horizonte clarificador del trabajo e iniciativas por emprender, y, como no podía ser de otra forma, lo hemos acompañado de formación, educación, experta y exigente para el mejor, conocimiento, evaluación, contraste y especialización exigentes. En nuestro caso, como en el de otros muchos paises y actores a lo largo del mundo, en Euskadi, el esfuerzo, constancia y trabajo de miles de protagonistas (mayoritariamente anónimos) ha dado sus frutos y permite contar con pilares sólidos para abordar los desafíos que habremos de acometer a futuro.

Hoy, aquí, compartimos las nuevas propuestas de política nacional en países con modelos y apuestas distintas. Así, la del Reino Unido post Brexit, tratando de partir de la nueva realidad hacia un espacio de oportunidad que ponga el foco central de su estrategia económica y de desarrollo regional, con una acelerada clusterización innovadora y emprendedora hacia un nuevo rol protagonista en el entorno internacional, con un mayor protagonismo de las diferentes regiones y naciones en vías de recomposición en el nuevo UK por redefinir, alejado de una regulación que han considerado excesiva y centralizadora tanto de la UE-Bruselas como de Londres. O el mismísimo Estados Unidos que con el gobierno Biden propicia una agresiva política industrial, desde un protagonismo clave del Gobierno, dotando ingentes presupuestos públicos, políticas selectivas, y nuevas reglas de clara intervención y dirección sobre los espacios que consideran clave para acometer el futuro, afrontando las debilidades de las cadenas de suministro y valor, la tecnología-capacidades laborales, la productividad y retribución de los trabajadores “no supervisores”, el espacio de prosperidad en el ámbito rural y local, bajo una serie de condiciones que obligue a la complicidad colaborativa público-privada.

Todo un movimiento pro industrial que pone el foco en una competitividad de prosperidad, crecimiento, inclusión y desarrollo social y valor y beneficio compartido entre los diferentes actores del sistema. Modelos no fragmentados, estratégicos y de largo plazo, generando nuevos instrumentos e instituciones facilitadoras que trasciendan de legislaturas concretas, favoreciendo aquellas iniciativas alineadas en la convergencia y coherencia estratégica del país, la región, las empresas, condicionadas a la generación de bienes públicos, y a compromisos con terceros (por ejemplo, apoyando a proveedores y pymes implicados en el resultado final obtenible).

Un mundo en cambio, a la búsqueda de agentes transformadores, políticas y procesos multi objetivo tras la prosperidad compartida. Aprovechemos la solidez de una estupenda base de partida alineada con los nuevos tiempos.

Entre la urgencia y lo deseable

(Artículo publicado el 4 de diciembre)

El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños… pero, “vísteme despacio que tengo prisa”.

Sin la mirada larga de Eleanor Roosevelt y la paciencia temporal aprendida por la sabiduría anónima, a lo largo del tiempo, resultaría absurdo e imprudente interpretar el presente y abordar un futuro deseable.

Día sí, otro también, participamos de una tormenta de preocupaciones y posicionamientos respecto del futuro esperable, poniendo el acento en las dificultades inmediatas que unos y otros exigimos. Parecerían predominar actitudes negativas fruto de maximizar los problemas existentes, exigir respuestas inmediatas ajenas a la coherencia necesaria de soluciones claves e inminentes alineadas con un futuro diferente, imaginariamente mejor, realizable en una siempre compleja interacción entre el hoy urgente y el prometedor mañana.

Sin duda, no resulta difícil enumerar señales concurrentes que identifican un presente confuso e insatisfactorio: una guerra en el corazón de Europa, bajo una combinación de destrucción militar propio de estrategias y herramientas clásicas con “nuevas modalidades bélicas” (información, propaganda, inhabilitación de infraestructuras y servicios, energía, desinformación y propaganda…) que impacta, también, a kilómetros de distancia, a poblaciones en apariencia lejanas y ajenas “a los motivos causales”. Guerra ya en sí misma suficiente para el desánimo y preocupación colectiva que viene acompañada de una “novedosa crisis inflacionaria y económica” ausente en la mayoría de los radares de generaciones jóvenes que se acercan a ella con indicadores y definiciones del pasado, sin herramientas de éxito probado, pasando a gran velocidad desde un entorno barato y abundante en capital disponible a una estrechez financiera limitante del acceso universal (sobre todo a pymes, micro pymes y familias), con una profunda crisis logística, industrial y de suministros que ha puesto en solfa la apuesta globalizadora y deslocalizadora que tanto logro, material, sobre todo, ha generado en décadas. Grave concurrencia de dificultades que no solamente interactúa y condiciona un mundo desigual y reconfigura escenarios geopolíticos y geoeconómicos distintos a aquellos que han determinado el período de post guerra mundial, sino fuente de la pérdida de ideologías y políticas determinadas que han guiado nuestros últimos años de avance. Escenario multi mosaico en el que la tecnología irrumpe con fuerza irremplazable, para bien o para mal según quien la utilice, domine y controle. Todo un campo de minas en pleno compromiso y necesidad de salvar la naturaleza, acometer una inaplazable lucha contra el cambio climático, condicionando o impulsando una desorientación general, ideológica, política, profesional, de empleabilidad-formación, gobernanza y, sobre todo, de propósito y plan vital de todos y cada uno de nosotros.

Y, por si fuera poco, en el marco de una situación pandémica que no solo no termina de agotar su “condición persistente”, sino que advierte de más que ineludibles convivencias con otras por venir.

Expresado todo este paquete, de una u otra forma, según el ambiente, y momento en el que lo formulemos, asistimos a un doble juego de demanda-solución, urgencias-espacios reales de respuesta, salida individual o colectiva… Así, resulta difícil afrontar la situación con ánimo superador.

Hoy, en cualquier lugar del mundo nos encontramos con todo tipo de reclamos y exigencias para ayer. La urgencia de nuestras demandas no admite transiciones inevitables. Pretendemos alargar un futuro mejor y distinto sin abandonar las posiciones actuales y demandamos de los demás aquello que no estamos dispuestos a comprometer cada uno de nosotros. De esta forma, nuestras calles están repletas de todo tipo de manifestaciones, reivindicaciones, exigencias mayúsculas de casi imposible respuesta inmediata. Paradoja que no es ni única, ni nueva.

Soñar el largo plazo no solo es deseable, sino imprescindible. A la vez, hacerlo posible es lo que, en verdad, resuelve el espacio hacia la realidad. Aludiendo a Antoine de Saint-Exupéry, “un objetivo sin un plan es solo un deseo”. De diferentes maneras, recibimos mensajes prometedores de un exitoso futuro al que llegaremos si observamos diferentes transiciones que se nos ofrecen inaplazables, inevitables, imprescindibles. Desgraciadamente, en casi todas ellas, observamos la ausencia de sus respectivas hojas de ruta, de su traducción desde las grandes imágenes finales al paso a paso por el que hemos de movernos y, por supuesto, de su distribución uno a uno, región a región, país a país. Nadie parece dudar en una apuesta por un futuro inclusivo, verde, digital, participativo, democrático… ¿Cómo, cuando, para quienes…?

Dos lecturas y seminarios relacionados me han resultado pertinentes en estos días. McKinsey (CEOs, Boards and Leading Through Crisis. Consejeros y Consejos liderando a través de la crisis) aborda un enfoque que, curiosamente, llama la atención sobre las dificultades especiales que enfrentan aquellos actores transformadores y dirigentes en manos de liderazgos jóvenes, considerados mayoritariamente (cuando no en exclusiva) los auténticos “cambiadores del mundo”. Sostiene que lo que estamos viviendo es el “terremoto” previo a un cambio de era que está en curso desde hace años, desde la puesta en cuestión de aquellos paradigmas que nos han traído hasta aquí. Recuerda y compara escenarios ya vividos desde el final de la segunda guerra mundial, la crisis energética de los años 70 del siglo pasado, las crisis industriales-económicas de los 90, la crisis financiera del 2.008 y la actual situación asociable, en términos temporales, a la COVID y las consecuencias provocadas en actitudes y comportamientos sociales. Viene a resaltar como hoy, como en los anteriores terremotos sucesivos no han sido la causa, sino elementos clave detonadores de los “cambios de era” que ya se venían fraguando. Alerta que la mayoría de los actores clave en la dirección y toma de decisiones de hoy no vivieron dichas fases, por lo que no pueden “tirar de las herramientas usadas en el pasado” y están a la búsqueda y experimentación de nuevas, distintas, cuyos resultados habrán de conocerse en el futuro.

El discurso generalizado que parecería focalizado en dejar tan solo en generaciones futuras la construcción de un nuevo mundo por llegar, excluyendo al resto de grupos etarios simplificando de forma reduccionista y excluyendo a la población “mayor y envejecida” presuponiéndola “conservadora” y ajena a cualquier proceso de futuro, encuentra un doble reconocimiento (de aquello realizado y, sobre todo, de su imprescindible contribución en las próximas décadas) en el compromiso de rediseñar una nueva sociedad deseable, para todos. La inclusividad también implica compromisos, convivencia y resultados distribuibles, con carácter intergeneracional.

Por otra parte, siguiendo las experiencias concretas de lideres actuales que abanderan movimientos dentro de lo que pudiera entenderse como el mundo del Shared Value-Valor Compartido, el máximo ejecutivo de una de las empresas líder, a nivel mundial, en el campo de las medicinas y la atención y solución a enfermedades raras, en especial, en poblaciones vulnerables (Vasant Narasimhan – Novartis) explica su renovada estrategia basada en “reimaginar medicinas con resultados reales para la gente” que tracciona sus procesos de cocreación de valor en salud, rediseñando la oferta de modelos para acceder a la innovación, facilitando la transformación del concepto y prestaciones de salud para resolver los verdaderos desafíos a nivel global, poniendo en solfa sistemas actuales de salud, el rol de sus protagonistas, los nuevos perfiles y espacios exigibles, la especial focalización en poblaciones vulnerables y la oportunidad real de promover partenariados y alianzas coopetitivas entre modelos, tecnologías, procesos, conocimientos de múltiples jugadores con propiedades y capacidades diferenciadas. Avanzar en el logro de este complejo concurso entre diferentes, en espacios desiguales a lo largo del mundo, exige de todos y cada uno de los actores, un propósito que impacte la totalidad de nuevos modelos de servicios, atención y “negocio”, para poblaciones en distintos niveles de desarrollo y capacidades preexistentes, de la mano de proposiciones únicas de valor, cocreando (en este caso, salud), sobre nuevas plataformas de innovación, tecnología y compromiso.

Vasant Narasimhan no es un líder improvisado. Muchos año luchando contra la malaria, todo tipo de enfermedades raras, responsable de procesos de investigación, fabricación y aplicación de vacunas en África, la India y China, nos recuerda que el mundo de las vacunas ha transcurrido en 150 años de trabajo sobre moléculas biológicas y los últimos cinco en torno a la genética y el RNA para llegar al “rápido” RNA y modelos colaborativos que han permitido disponer de vacunas (al mayor de su desigual distribución en el mundo), en menos de 18 meses para atacar la última pandemia del COVID-19: Destaca las grandes enseñanzas de este proceso “trágico” para poner en valor aquellos elementos irremediables a los que hoy el mundo (no solo de la medicina o la salud) no puede dar la espalda: partenariados, clusters, ecosistemas. En definitiva, crear espacios compartibles para la innovación, con propósito, a la búsqueda de la co-creación de valor desde proposiciones y estrategias únicas. Y, por encima de todo, pone el acento en una variable esencial: tiempo. Necesitamos apuestas, esfuerzos, visiones de largo plazo, desde la humildad de sabernos incapaces de resolver todas las urgencias que creemos ser capaces de resolver, casi por arte de magia. Vivimos, en su opinión, tiempos de grandes oportunidades, avanzando en mejoras claras y sorprendentes, construyendo un mundo mejor. Eso sí, en una realidad compleja. Hemos e ser capaces de construir desde activos reales, desde capacidades y culturas adecuadas, identificando y explicando las dificultades y aportando soluciones. Largos caminos vigilando su coherencia estratégica y distinguiendo la emergencia y urgencia (actuando sobre ella) en marcos cuya realidad e interconexión sistémica y compleja, no se supera con demagogia, propaganda o toneladas de desinformación. Está en nuestras manos movilizar las “fuentes de capital” (humano, económico, financiero, organizacional, político, social, científico) disponible. Movilizados en un sentido y propósito concreto, desde capacidades y conocimiento híbrido terminará generando el impacto deseado. Es un gran momento para crear “un espacio adecuado para las ideas”.

Los líderes de las crisis anteriores hubieron de afrontar diferentes desafíos. Los de hoy afrontan y afrontarán los suyos. Unos y otros han sido (y serán) capaces de alumbrar y crear los espacios para generar potenciales respuestas a los problemas de la gente y del planeta. Hemos de empezar por superar la sensación excluyente de urgencias particulares sugiriendo que todo es soluble en un cuento de hadas. Pongamos en valor la importancia del largo plazo para determinar hacia dónde vamos. Sin ese marco, por mucho que se corra, podremos ir a ninguna parte.

¿En qué medida seremos capaces de innovar, convertir ideas y sueños en realidades, optimizar tecnologías orientadas al servicio y soluciones sociales, rediseñar e inventar productos, y, en definitiva, alcanzar un mundo diferente, ante la evidencia de múltiples “terremotos” que nos vienen reconfigurando una nueva era? Era aún por concretar. De lo que hagamos o dejemos de hacer terminará siendo una u otra cosa.

Navegando hacia un puerto deseado…

(Artículo publicado el 20 de Noviembre)

La semana ha sido pródiga en informes (propios y externos) que nos ofrecen luces y áreas de futuro para navegar en el espacio de incertidumbre, complejidad y desafiante coyuntura en que nos encontramos.

Si por una parte el reloj demográfico nos señala la nueva cifra de 8.000 millones de personas poblando el planeta, con todo tipo de información en relación con grupos etarios, su distribución geográfica y olas migratorias que habrán de cambiar, en gran medida, la configuración, identidad, cohesión, país a país, condicionados, además, por el propio continente físico que se irá transformando ya sea por el efecto del cambio climático, por múltiples catástrofes naturales anunciadas por doquier, o por un cambiante rediseño geo-político y geo-económico, en curso, que obligará a nuevas actitudes, paso a una  renovada diplomacia e inteligencia económica y gobernanza global, asistimos a nueva información que ha de ayudarnos en esta significativa transición poblacional. De la mano de la UNESCO en su informe de otoño, recibimos una clara señal de transformación que nos interpela a todos: de esos 8.000 millones, 1.500 millones son jóvenes entre los 16 y 25 años, considerados como el potencial grupo activo de “cambiadores del mundo”. En gran medida, de sus actitudes y motivaciones, del entorno que les dejemos, de las oportunidades que conjuntamente podamos ofrecer o construir y de su propósito y compromiso para apropiarse y comprometerse con y de ese futuro (que será, por encima de todo, el suyo) dependerán los resultados. No menos relevante es recordar el hecho del dominio numérico de China e India, suponiendo más de la tercera parte de los habitantes actuales, en estimable aumento hacia un futuro próximo. Pensar en lo que éstos “jugadores” hagan o dejen de hacer, en su rol colaborativo con el resto del planeta y en su capacidad de respuesta interna en sus complejos territorios, alumbrará el comportamiento demográfico global.

En gran medida, ligado con este hecho, también se ha presentado: “The network Readiness Index 2022”. “Shaping the global Recovery” (Conformando la Recuperación global. El Índice de las redes 2022). Avalado por sus directores, Soumitra Dutta y Bruno Lanvin, reconocidos y prestigiosos responsables de los sucesivos informes globales del World Economic Forum sobre inversión y tecnología a lo largo de las últimas décadas, profundizan en sus análisis comparados aportando indicadores relevantes que, en términos de la convergencia en tecnología, su aplicación por la población, su gobernanza y regulación y su capacidad innovadora y disruptiva dinámica transformadora, confrontan el futuro del trabajo, las capacidades y competencias educativas para la digitalización de tecnologías exponenciales, así como las “competencias sociales”, país a país, región a región, para conocer el “estado de la cuestión”, el avance o retraso de cada uno y las áreas de recorrido que habrían de esperarnos a lo largo y ancho del mundo. Así, el ranking, números, índices y subíndices permite resumir una serie de mensajes a tener en cuenta: más allá de ser conscientes de estar inmersos de lleno en plena “ola digitalizadora”, su dinámica de cambio acelerado y radical ofrece, por encima del reto y desafío que conlleva, todo un rango de nuevas oportunidades. A la vez, dichas oportunidades advierten potenciales desigualdades si no somos capaces de asegurar que todo el mundo tenga acceso real, no solamente a las infraestructuras que lo faciliten, al precio que los haga asequibles, a las competencias y educación adecuadas para su uso y a la regulación y gestión humana de su objetivo. Si bien la buenísima noticia es que la transformación digital está al alcance de todos los niveles de renta (los sucesivos avances y cambios tecnológicos lo posibilitan), al de toda industria o grupo social, ofrece puertas abiertas a una transparencia real, a lograr gobiernos y administraciones públicas eficientes, a acelerar transformaciones radicales de negocios y empresas dando respuesta a necesidades y demandas sociales cambiantes día a día, a reinventar una “nueva educación” y “nuevos tejidos socio-económicos” ensanchando los niveles de bienestar. Sin duda, el camino a recorrer es exigente, pero ilumina un mundo mejor, si hacemos las cosas bien. La confianza en una sociedad de valores, cambio de actitudes, expectativas, presiones y opciones ante ofertas de diferentes tipos de jugadores, nuevas demandas de trabajo y renovados sistemas socio económicos para una nueva economía y desarrollo inclusivo, están aún por llegar. Seguramente, en manos de esa renovada educación que superará los planes y escuelas formales, el incesante emprendimiento empresarial y social y las inevitables renovadas administraciones públicas habrán de facilitarlo. Su logro exigirá no solamente reeducar a las generaciones jóvenes de ese futuro desde su ya (en apariencia) dominada formación de la vieja internet de la web 2.0, sino la imprescindible adecuación acelerada a la web 3.0 del mañana y, a todos quienes, en aparente retirada, hemos de transitar, junto con ellos, a ese mundo tecnológico exponencial cuya pequeña punta de lanza radica en la web 3.0, la aún por descubrir en plenitud inteligencia artificial, el internet de las cosas (todo lo que nos rodee será interconectable) y una larga y mejor esperanza de vida, en un creciente marco de bienestar.

Así, el citado índice responde a su objetivo clave preguntándose cómo y por qué los nuevos activos digitales y, en especial, los nuevos jugadores, cambiarán el mundo, abrazando motivaciones y propósitos colaborativos a la búsqueda del bien común, lejos de asistir impasibles a un individualismo confortable, dejando que sea el mundo quien te transforme a ti y no recorrer el desafiante reto de proponerte cambiar aquello que te disgusta. A la vez, la dinámica comparada del ranking a través de los años, si bien parecería simplificar el sinónimo riqueza-liderazgo digital y de redes, observamos la acelerada capacidad de acceso a tecnologías, redes y sistemas, de potencial y acelerado crecimiento y avance a disposición de todo tipo de paises, poblaciones, niveles de renta y bienestar. Un grito de exigencia a la vez que de esperanza.

Y con este trasfondo llegó, también, el turno para nuestra cita anual con el esperado Informe de Competitividad para el País Vasco 2022, elaborado por ORKESTRA-Instituto Vasco de Competitividad.

En el marco de la competitividad territorial para el bienestar que viene perfeccionando día a día, realiza un amplio análisis de la situación del país, de todas aquellas áreas que permiten avanzar en el logro de un país-territorio-sociedad para el bienestar y ofrece líneas clave de actuación para el futuro. Como los dos informes ya comentados (UNESCO-Población mundial e innovación. Tecnología y redes), todos ellos han de incorporar el, llamemos, “CRASH PANDÉMICO”. El camino y ruta que se venía siguiendo en los últimos años ha sufrido un golpe coyuntural que afea indicadores y resultados en la serie, pero que, en nuestro caso, da paso a los sólidos visos de fortaleza y recuperación en la inmensa mayoría de indicadores clave. Las apuestas sostenibles de nuestro país y sus políticas clave (públicas, privadas y público-privadas) ofrecen un espacio de oportunidad, robusto, para acometer un futuro ilusionante. Eso sí, no exento de compromisos exigentes y líneas de transformación a recorrer. Su análisis constata un buen marco general de actuación, una clara mejoría en lo que podríamos llamar las políticas propias, locales y territorizables, a la vez que advierte de la imprescindible internacionalización y avanzada sofisticación especializada de nuestra base industrial, de nuestra especialización inteligente y avanza una profunda renovación de gobernanza-administración y de la educación orientada y alineada con valores, visión y propósito de país.

Sin duda, el camino está marcado y debidamente orientado. Los pilares son robustos, las capacidades básicas suficientes. Un largo camino, apasionante e ilusionante está por recorrer, transitando dificultades, desafíos y logros. Desde resultados imprevistos es verdad que vivimos tiempos inciertos, pero, a la vez, contamos con brújulas y mapas válidos para afrontar el camino.

En este sentido, me resulta pertinente lo que pudiera parecer algo más que una mera anécdota. El ya mencionado índice presentado por el profesor Soumitra Dutta se codirige desde el Instituto de Investigación que preside: Portulano-Potulans en la siempre referencial Cambridge. El nombre viene a cuento: se refiere a los antiguos mapas que en el siglo XIII se utilizaban para la navegación. Tan solo recogían unos pocos puertos, escasas costas delimitadas e hipotéticos elementos a superar. De allí nace su misión: “En un mundo incierto, con demasiado aún por explorar y múltiples oportunidades por descubrir, como entonces, los líderes de hoy han de tomar decisiones sobre la base de información imperfecta e incompleta disponible”. La que hoy tenemos es, sin duda, suficientemente mejor y más completa que la imprescindible para llevarnos a buen puerto.

Volviendo a los “mapas” que estos diferentes informes ofrecen, constatamos resultados consistentes, una clara recuperación, modelos y planes robustos, pilares y valores clave y orientados a un propósito deseable y posible, hojas de ruta identificadas y una llamada clara a la interacción cambiante y convergente de todos los agentes institucionales, políticos, económicos y sociales implicables. El premio resultante: bienestar y equidad en una sociedad cohesionada e inclusiva. Desafiantes retos, complejos caminos por recorrer, esfuerzo solidario y colectivo, así como individual al servicio de nosotros mismos y, sobre todo, de los demás, desde una actitud positiva y esperanzada, superadora de una coyuntura incierta, extremadamente confusa. No todas las claves están en nuestras manos, pero sí las suficientes para navegar aquellas olas positivas que la realidad nos presenta. Un paso más, navegando hacia un puerto deseado.

Políticas transformadoras para un futuro mejor: América Latina, una vez más…

(Artículo publicado el 6 de Noviembre)

Las recientes elecciones presidenciales celebradas en Brasil y el triunfo de Lula da Silva genera múltiples análisis, según la óptica de quien las realiza, tratando de ofrecer una interpretación global (en principio común en toda América Latina) de un comportamiento, actitudes y apuestas ideológico-funcionales lo más homogéneas posible para simplificar con una aparente similitud de bloques “progresistas” o “conservadores” según el color atribuible a cada país. Se asimila progresismo, en positivo sin matices, a desiguales resultados, gobernantes, instituciones, programas y capacidades de países en un supuesto bloque transformador en torno a Lula-Brasil, Petro-Colombia, Boric-Chile, Castillo-Perú, Fernández-Argentina, López Obrador-México… Ni las condiciones diferenciales de cada país (con más diferencias que similitudes), ni las inevitables coaliciones y alianzas que han debido conformar para lograr el éxito electoral, ni la composición de los correspondientes Congresos o Senados, gobiernos regionales y locales que habrán de limitar su poder ejecutivo, parecerían ser relevantes ante las expectativas y resultados supuestamente esperables. Obviamente, países como Venezuela, Cuba o las repúblicas del Caribe no parecerían sumables, bien por desconocimiento del observador de turno por un claro interés en evitar su potencial adscripción en el tablero elegible, evitando contradicciones o etiquetas incómodas. Una y otra vez, empeñados en considerar, desde la distancia, una América Latina (con su propia definición como tal cuestionable) unitaria prescindiendo de su diversidad, complica el análisis de base, propuestas diferenciadas y realidades distintas y propias. Tan lejos y tan cerca.

Sin duda, el cambio al que venimos asistiendo es muy relevante. América Latina manifiesta sus gritos de desigualdad legendaria, de ansiadas oportunidades de democracia activa y de calidad, participativa y real, de apuestas por un futuro mejor, inclusivo y “para todos”, y de un permanente ideal de protagonismo en el concierto mundial. ¿Será esta la ocasión histórica en que se produzcan las transformaciones necesarias y deseables para satisfacer a sociedades esperanzadas en recorrer nuevos caminos, acompañar y descubrir nuevos líderes y gobernanza? ¿Asistiremos a líderes, gobiernos y políticas verdaderamente progresistas (en cuanto a facilitar niveles mayores de prosperidad, bienestar, competitividad, igualdad de oportunidades y riqueza para todos, o suficientemente inclusivos, más allá de discursos y autodefiniciones), en marcos y espacios de creciente mejora en la calidad democrática, solidez en la arquitectura institucional, y verdadero avance en términos de bienestar y prosperidad? América Latina lo merece.

Estos días, circula con profusión un interesante informe de la conocida y prestigiosa economista Mariana Mazzucato (M. Mazzucato, cambio transformacional en América Latina y el Caribe. Un enfoque de política orientada por misiones. CEPAL 2022) que en su línea práctico-investigadora le caracteriza. Mazzucato goza de predicamento en las llamadas vanguardias progresistas y su voz favorable a actitud decididas de los gobiernos y “nuevas políticas” abanderan importantes espacios públicos a lo largo del mundo.

Ya he traído a estas páginas diferentes menciones a sus trabajos, de enorme interés e impacto en espacios de innovación, el propósito público, la economía y desarrollo sostenible y la presupuestación participativa. En esta ocasión, su informe propone a los nuevos gobernantes latinoamericanos, así como a las iniciativas privadas, organizaciones sociales y comunidades de los diferentes países, comprometerse en lo que entiende sería un verdadero cambio de enfoque hacia procesos más colaborativos (público-privados), más clusterizados (con objetivos multifactoriales que trasciendan de un sector concreto), un vector-país centrado en la industria (poner a su servicio el conjunto de instrumentos, recursos y políticas públicas a su cumplimiento y desarrollo), dotando a las políticas públicas de un verdadero propósito (un para qué trascendente de verdadero impacto y no meras metas u objetivos declarativos de escaso recorrido , con resultado incierto o imposible de medir y sin capacidad tractora o motivadora de la sociedad y agentes a los que se supone han de atender), reinventando su gobernanza, recreando instituciones (eliminando la mucha obsolescencia existente), suprimiendo burocracia paralizante, garantizando salud fiscal y financiera que haga viables sus intenciones y, por supuesto, cerrando puentes a la corrupción y/o atajos paralizantes ya sea ahora, en el corto plazo o al final de trayecto. Propuestas y transformaciones que no pueden improvisarse ni caer en el error de su milagrosa concreción en un corto espacio temporal en el marco de “una legislatura”. Construir desde las realidades existentes, apalancar el futuro transformador desde lo que en verdad se sabe hacer y cono los recursos y medios adecuados, posibles, disponibles.

Nada más y nada menos. ¿Es una agenda imposible? ¿Una quimera? Su informe incluye una serie de experiencias, ejemplos país a país que, como no podía ser de otra forma, no suponen “alcanzar el cielo” de la noche a la mañana, ni milagros caídos del cielo, sin complicidades, compromisos y capacidades movilizadas conjuntamente para su logro. Elijo algunas de estas experiencias que recoge en su informe que conozco de primera mano.

En 2.004, un grupo de empresarios, universidades y el gobierno del Estado de Nuevo León, apostaron por clusterizar estrategias industriales desde sus competencias y capacidades históricas. Compartiendo y adaptando experiencia del exterior, impulsaron un clúster de automoción y con una política pública, relativamente “ligera o soft” que sensibilizara a los actores clave, que facilitara un marco de actuación y que apoyara el tránsito a una nueva política industrial para el Estado. Paso a paso, soportados en una sólida base empresarial, una relevante historia y cultura de éxito en otras actividades que exigían su renovad ola innovadora y el apoyo clave de instituciones académicas enraizadas en la Comunidad e interconectadas con la vanguardia del conocimiento, fueron configurando un nuevo enfoque colaborativo público-privado. Hoy, en torno a 18 organizaciones clúster movilizan, desde las empresas tractoras de la región, todo un espacio líder en innovación, generación de competitividad, riqueza, bienestar y prosperidad. No es resultado de un instrumento organizativo (que también), sino del propósito y compromiso de sus actores, de su comprensión del valor convergente, y compartido de sus empresas tractoras, de sus instituciones académicas-tecnológicas, de las políticas públicas sociales y de un largo recorrido compartido. La búsqueda y aplicación de resultados compartibles, se traduce en un claro avance de la sociedad.

Mazzucato destaca la apuesta en Bogotá por el mundo de “los cuidados”. (Bogotá Care System. Shaping Urban Futures-Cambiando perfiles urbanos. Un sistema de cuidados). Más allá de una política de atención sanitaria concreta, la apuesta por “espacios distritales y comunitarios” propicia una clara oferta de servicios a las personas, con enfoque comunitario. La salud, con mayúsculas, solamente se entiende potenciada y potenciando el mundo del cuidado integral, el desarrollo comunitario, la superación de los determinantes socio económicos de la salud y la interacción socio sanitaria. No es solamente Bogotá la que añade la extensión del modelo no ya solo de cuidados sino de su componente esencial de la compasión. La semilla de  ciudades compasivas, se extiende hoy a lo largo del país (Bogotá, Ibagué, Manizales, Santa Marta, Villavicencio, Cartagena…), fortaleciendo el capital social del país, generando espacios de diálogo intersectorial, integrando, visibilizando y ofreciendo convivencia y expectativas de futuro a comunidades de todo tipo, en especial, vulnerables, mejorando su bienestar, “construyendo” redes de cuidados, formando cuidadores, dinamizadores comunitarios y sociales y nuevas profesiones en progresiva integración-interacción complementarias a la respuesta de los sistemas de salud, impulsando la innovación y la investigación, con un claro propósito de prosperidad y bienestar, aportando valor en salud, real, a sus poblaciones.

Uruguay, en su permanente búsqueda de generación de valor a su agro. Industrializar y clusterizar la actividad forestal, transcendiendo de la “deslocalización” de proyectos manufactureros clásicos para apostar por una estrategia pública-privada capaz de añadir valor a los recursos naturales, incorporando la innovación y desarrollo local al desarrollo industrial, apostando por estrategias de regionalización, de sostenibilidad, de sustitución de energías tradicionales, rediseñando todo una compleja y completa cadena de valor, compartiendo estrategias país, multi objetivo y no sectoriales, es resultado de una “nueva transformación y espacio de innovación”. Este es uno de los ejemplos elegidos. Afrontar un problema de aparente único trasfondo ecológico en un momento determinado, identificando la oportunidad de dar un salto cualitativo en el largo compromiso y reto industrializador, superando recetas del pasado, provocando una clara complicidad transformadora y colaborativa entre lo público y lo privado. Interese, esfuerzos, beneficios compartidos al servicio de la sociedad.

En definitiva, como concluye la doctora Mazzucato en sus recomendaciones, es tiempo de transformación para lo que resulta imprescindible un nuevo enfoque, huyendo de viejas y superadas definiciones de un malentendido servicio o políticas públicas como sinónimo de espacios excluyentes, ancladas en burocracias paralizantes y arquitecturas institucionales entorpecedoras de objetivos trascendentes, reales, incentivadoras. Enfoques colaborativos público-privados, incluyentes de todos los actores implicados, al servicio de logros compartibles (esfuerzos y beneficios), orientados a generar espacios innovadores a la búsqueda del bienestar y prosperidad de todos. Respondiendo a un propósito de valor, a un por qué y para qué.

Cada país de nuestra querida América Latina es singular. Comparte, con el resto, geografía y ha de apostar por construir, sobre todo, mejores sociedades para el futro. Sociedades prósperas, competitivas e inclusivas, para todos. Esto ni se impone, ni se logra por el hecho de controlar el Boletín Oficial. Es toda una práctica artesanal a la vez que rigurosa, objetiva, viable, financiable, sostenible, medible en resultados, de largo alcance y necesitada de complicidades y de mucho tiempo.

Un buen momento sí. Como siempre, esto no es cuestión de pretender empezar todo desde cero. El voto democrático da una nueva oportunidad a los nuevos gobiernos. Ahora disponen de una oportunidad para devolver a sus respectivas sociedades la prosperidad y bienestar deseadas.