¿Y si abandonamos aquello que hicimos bien?

(Artículo publicado el 17 de Julio)

Tiempos inciertos, sucesión de impactos que cuestionan el mundo conocido y en el que nos habíamos situado con mayor o menor satisfacción, costumbre o tolerancia, una coyuntura compleja y la necesaria e inevitable actitud reflexión para afrontar lo que parece un largo y complejo proceso de cambio y transformación. Llamamiento permanente -al menos en el discurso- a una intensa innovación colectiva, compromisos con una doble actitud, resiliente y disruptiva, acompañada de términos como repensar, reconstruir, reinventar hacia un deseado nuevo espacio de futuro, de oportunidades, de refuerzo democrático y de un bien común, consecuencia-objetivo de un mundo mejor.

Este es, de alguna manera, el cuadro más o menos generalizado que nos acompaña estos días en cualquier encuentro, debate o trabajo de análisis del presente y, sobre todo, de ánimo prospectivo para abordar cualquier proyecto o iniciativa de futuro.

Así, apuestas estratégicas (queridas u obligadas) que afrontamos personalmente, desde nuestras empresas, organizaciones o paises y sociedades, han de transitar por este cuadro base. Ya sea para repensar una “nueva” economía (¿de crecimiento?, ¿de desarrollo?), un “renovado” y “reformulado Estado de Bienestar”, una democracia real más allá de su formulación y práctica más o menos orgánica, de una empresa socialmente responsable atendiendo y compartiendo demandas, obligaciones, compromisos y resultados con todos sus stakeholders, una sociedad (y sus diferentes instituciones y gobiernos) consciente de su obligado compromiso con el dualismo derechos-obligaciones, beneficios-contribución, dar-recibir. Todo un tiempo apasionante, a la vez que exigente y demandante de redoblado esfuerzo individual y colectivo, de responsabilidad y solidaridad.

Abordar la búsqueda de “nuevas soluciones”, para hoy y para el futuro, para nosotros y para los demás, para esta y futuras generaciones, no es tarea fácil.

En esta línea, preparando un seminario veraniego, un colega me preguntaba sobre un inacabado papel que veníamos discutiendo sobre lo que yo titulaba (provisionalmente) “La perversidad de los Círculos Virtuosos”, animándome a “provocar” un debate sobre algunos de ellos, directamente señalados en la crisis post pandémica, como inflacionista y de guerra, convergentes en nuestra coyuntura actual.

Bajo esta referencia a dicha “perversidad de círculos virtuosos” me he preguntado sobre aquellas decisiones tomadas como acertadas en un momento concreto, que merecían nuestra valoración positiva y que tanto el tiempo, los cambios (muchas veces caprichosos), incontrolables o sus consecuencias imprevistas, han convertido en un punto negro, erróneos para la situación y demanda actual y que, en muchas ocasiones, han pasado de solución imaginativa  a problema heredado, invirtiendo el proceso inicial deseado: “Hacer de los problemas una oportunidad o solución”.

Hoy, hemos de preguntarnos y proponernos un planteamiento sugerente: ¿Y si abandonamos aquello que hicimos bien como paso previo a construir nuevos caminos de solución?

Sin duda, son muchos los ejemplos que hoy se esgrimen, por todas partes, para explicar la situación que vivimos. Por lo general, se mencionan para culpabilizar o reprochar a quienes tomaron (o apoyaron e hicieron posible, por activa o pasiva) dichas “banderas, caminos o decisiones”. Muchos ejemplos, variados, en todo sentido y con impactos diferenciados. Por citar algunos, podemos empezar por la invasión rusa en Ucrania, cuyas graves consecuencias (recordemos que los primeros y máximos perjudicados son los ucranianos) afectan, de forma directa o indirecta a todos y que acompañan hoy a todo discurso que pretende explicar (o justificar) la gravedad económica, la inflación, la crisis energética, la fragilidad geopolítica… La apuesta europea, en especial con decisiones lideradas por la ex-canciller alemana Angela Merkel, (gaseoducto y dependencia del gas ruso, cierre de fuentes alternativas de energía, ausencia de seguridad energética propia, velocidad de políticas por una economía verde), que llevaron a una especial consideración (muy alentada por Estados Unidos) de Vladimir Putin-Rusia como “amigo preferente” e invitado singular al G-8, G-20, OTAN, etc., y una Unión Europea lenta y escasamente comprometida con una rápida integración, cobertura mucho más que moral de Ucrania, por ejemplo. En su momento fue considerada (quizás lo fuera) una decisión acertada para favorecer la buena vecindad y normalidad diplomática-relacional de la Rusia post URSS con Occidente. Una interacción gasista se suponía podría suponer un Acuerdo “ganar-ganar”, fortalecedor de esa “nueva relación”. Hoy, constatada la falta de seguridad energética propia, de infraestructuras y tecnologías sustitutivas, de fuentes alternativas, parecería horrorizar al mundo sobre dicha opción. Decisiones que hoy nos encuentran escasamente preparados.

Seguridad, suministros, cadenas de producción y de valor que se han extendido a todo tipo de bienes y servicios. Abrazamos el “Just in time” como panacea de eficiencia, productividad, modelos de provisión y logística, abaratamiento de costes y reducción de inventarios, especialización productiva y externalización optimizadora, base de una rápida globalización. La ruptura observable, especialmente con el COVID, la relevancia del factor local, la “sorpresiva” conciencia de una extraordinaria capacidad manufactura y tecnológica excesivamente especializada, cuestiona las buenas decisiones tomadas. Asociados a positivas apuestas por la excelencia formativa en altos perfiles profesionales con titulación universitaria como máximo objetivo, se ha visto trastocada por la importantísima e imprescindible necesidad de profesiones esenciales, con muy diferentes perfiles académicos, cuya falta y escasez, paraliza el mundo, impide la aplicación de políticas socio-sanitarias vitales… y, de esta forma, podemos seguir aportando todo un cumulo de espacios cuyas consecuencias posteriores llevan a reconsiderar los caminos emprendidos.

¿Hemos de “desacoplarnos” respecto de China y desprendernos de lo aprendido, de “haberla” convertido en la fábrica del mundo (o al menos de las multinacionales estadounidenses)?, ¿Debemos hacer “volver a América” (o a Europa o a diferentes países para “producir en casa”?, ¿Hemos de profundizar en políticas-ayudas para el logro de “ganadores globales” que una vez conseguido su objetivo, requieran, cada vez menos del país-región del que surgen y de las “bondades” que ofrece su hinterland original?, ¿Es tiempo de desconcentrar lo concentrado e integrar procesos, unidades y espacios de la cadena total?, ¿Y la especialización inteligente excesivamente limitada? o, por supuesto, la avanzada algoritmia financiera y concentración de decisiones (en base productiva global) perturbadoras de comportamientos esperables, o las llamadas “políticas de consenso” más limitantes que aspiracionales y transformadoras, convirtiéndose más en un veto paralizante que un motor acelerador del objetivo o propósito buscado… Así, cientos de elementos concatenados, con denominadores comunes, base de acierto inicial en momentos y decisiones básicas y que, con el tiempo, se vuelven perversas coadyuvantes de los problemas y consecuencias negativas.

Resulta importante recordar “el momento” de las tomas de decisiones. Responden a la mejor interpretación y gestión de la “llamada información perfecta” que es aquella de la que se dispone cuando ha de tomarse. Implica riesgo y si bien contempla consecuencias permisibles o posibles, no puede evitar la mayoría de las dinámicas incontrolables que habrían de darse con el paso del tiempo.

Sin duda, hemos de convencernos de la necesidad de vivir en un aprendizaje permanente. Proceso que convive, también, con un “desaprender” ante mundos nuevos. Huir de “pensamientos únicos dominantes”, rechazar mesiánicas profecías de “la única alternativa razonable, sensata y de sentido común es la que os presento” que escuchamos con demasiada frecuencia. Perversidad de decisiones acertadas.

Una vez visto… Muchas veces, reconducir el camino emprendido, facilita la búsqueda de aquello que deseamos.

¿Reinventar la globalización?

(Artículo publicado el 3 de Julio)

La celebración del último encuentro del G7 (con todas las ampliaciones invitadas que le suele acompañar atendiendo a cuestiones coyunturales varias) y de la Cumbre de la OTAN en Madrid con especial atención a un “nuevo” Documento de Concepto Estratégico, da pie, entre otras cosas, a poner el acento en el concepto global como paraguas de orientación y compromisos compartibles por diferentes jugadores a lo largo del mundo.

En este marco, el último número de The Economist lleva a su portada, editorial y debate especial, “la reinvención de la globalización”, señalando que, en su opinión, el mundo cambia de dirección hacia un modelo que prioriza la seguridad, renunciando a la mayor eficiencia entre flujos (económicos, financieros), lo que califica de alternativa más costosa y peligrosa.

Si bien hemos de constatar hechos evidentes de una globalización dominante a lo largo de las últimas décadas que han supuesto un incremento en el intercambio de bienes y servicios, una mayor movilidad internacional, un mayor crecimiento económico “global”, no es menos cierto su desigual reparto, la creciente diferenciación entre países y regiones, y una considerable insatisfacción y desafección relevante a lo largo del planeta. La globalización se convirtió, durante años, en un mantra que parecía incuestionable y que orientó toda estrategia socioeconómica, política, de seguridad y defensa, apoderándose del pensamiento único que marcaba políticas tanto de gobiernos, como de organismos internacionales, del mundo académico y conquistó el corazón del libre comercio y organización empresarial. Concentración manufacturera e inversora, reconfiguración de las llamadas cadenas globales de suministro y de valor, relocalización inversora, de producción  y empresarial, aprovisionamiento y suministros, y una ideología subyacente que llevaba a pueblos, naciones, comunidades, empresas a renunciar a estrategias y propuestas únicas de valor, propias y diferenciadas, a renunciar a su propio camino, a su especial modelo de relacionamiento y colaboración con terceros, a entender, participar y gestionar modelos únicos y completos de competitividad y bienestar, para abrazar el mandato único generalizado. Llevar la contra a este mensaje universal suponía “miopía aldeana”, “proteccionismo anacrónico”, “cortedad de ilusiones y conocimiento del mundo en curso”, renuncia a compartir y aprender con y de los demás y, por supuesto, a una demandada solidaridad.

Quienes apuntábamos a la necesidad de abordar la epidemia de esa globalización incuestionable, poniendo en valor la impronta, diferenciación y voluntad identitaria local, pasábamos a engrosar el campo de la incultura, egoísmo y lejanía, respecto de las apuestas de futuro.

Una contribución más o menos semántica y/o geográfica, puso en boga hablar del fenómeno glocal, considerando una doble vía de aproximación “pensar global y actual local” o “pensamiento local y aplicación global”. Aproximación insuficiente que se ha venido enriqueciendo con variadas incorporaciones. Ya desde finales de los 80, hemos venido aportando el término Glokal, (con el permiso de un uso libre del inglés) para aportar una serie de atributos que habrían de añadirse a un espacio local con capacidad y potencial desarrollo en una ilimitada red de redes, de espacios, plataformas, nodos ya sean de innovación, talento y conocimiento, intercambio comercial, inversión o desarrollo y objetivos compartidos a lo largo del mundo). Base de alianzas estratégicas mundializadas, el efecto, impacto, determinismo y propuesta diferenciada de dicha glokalización, competitiva, próspera e inclusiva, exige la K de konocimiento, koopetencia, kompetitividad, teknología, edukación, infraestrukturas (físicas e inteligentes), espacios kríticos, demokratización, kohesión, desarrollo komunitario y bien komún. Potente y compleja cadena de atributos que posibiliten desde un claro sentido y compromiso de pertenencia, apuestas y aproximación de un futuro diferenciado y deseado conforme a un propósito colectivo.

Hoy, la insatisfacción generalizada a lo largo del mundo, la desigual distribución de la nueva riqueza “global” generada, los accidentes naturales (ejemplo parálisis y obstaculización del Canal de Suez y el alto volumen de navegación y comercio internacional asociable), las crecientes y dispares olas migratorias (pobreza, desigualdad, hambruna, enfermedades, guerras, expectativas de vida, desarraigo, complejidad en inserción e integración, China como riesgo y desacople con Occidente…), la pandemia COVID-19 y sus efectos de aislamiento y ausencia de bienes esenciales locales, ruptura de cadenas de suministro , repunte del valor del “espacio comunitario” esencial para cuidados, atención y prestación de salud y soluciones socio-sanitarias, y, finalmente, la invasión de Ucrania y sus consecuencias, entendidas, asumidas y, padecidas, también, por terceros, han llevado a asumir una irrefutable realidad: la globalización asumida no era una panacea universal y debe analizarse con los matices, críticas y soluciones alternativas y/o atenuantes imprescindibles.

Estamos ante un mundo lleno de proclamas “reinventoras”: de la globalización, del capitalismo, de los indicadores y objetivos que han de orientar a las empresas, de la “internacionalización y mundialización”, de los organismos internacionales, de conceptos y estrategias en materia de seguridad y defensa, de la geoestrategia y geopolítica, del uso y control de las tecnologías emergentes, de la social democracia, del capitalismo y de la economía social de mercado de efecto positivo  de post guerra, de la democracia en sí misma (cada vez más orgánica, menos activa y de menor calidad), del Estado social de bienestar y su sostenibilidad… ¡Uf! Y de todo un nuevo mundo en movimiento.

De una u otra forma, todos sabemos que, reinvenciones (la más de ellas disruptivas) resultan imprescindibles. No obstante, parecemos instalados en sociedades con alto grado dispar cara a afrontarlas. ¿Estamos dispuestos a comprometer las transformaciones necesarias? ¿Entendemos y asumimos que no son solamente tareas y responsabilidades de los demás sino, también y en primera persona, de nosotros mismos?

Nadie tiene una receta mágica. A la vez, todas estas áreas de transformación están interrelacionadas y todas ellas han de abordarse en profundidad y a la vez. Exigen, por supuesto, gradualidad en sus voluntades, velocidades y objetivos parciales y finales.

Para bien o para mal, estamos ante un proceso múltiple y de alta complejidad. Si bien, partimos de una evidencia objetiva que supone que el no asumir la necesaria búsqueda de alternativas y mantenernos en el mismo espacio de confort o el agujero del abandono, según el caso de cada uno, no posibilitaría, a nadie, el bien común condenando a fracasar en el logro de un mundo mejor.

Procesos graduales pero firmes para una transformación desde la realidad, desde las fortalezas y pilares construidos desde las grandes oportunidades esperables, desde avances progresivos inclusivos, desde el reconocimiento, valoración de las autoridades dirigentes con respaldo democrático, desde la participación honesta y comprometida de todos los implicados…

Si llevamos ya años observando el inevitable parón de la creciente globalización que impulsó el crecimiento y desarrollo económico de hace ya varias décadas, si somos conscientes de “la perversidad que muchas decisiones y políticas positivas que lo acompañaron en su momento implican hoy, con consecuencias negativas imprevistas”, no podemos obviar intervenir y actuar sobre ello. No son tiempos para encerrarnos en nuestros “pequeños espacios seguros”, sino de buscar la máxima interacción posible con terceros a lo largo del mundo, desde nuestro propio coprotagonismo, capacidad de decisión, en nuevos marcos y reglas del juego.

¡Sí! La reinvención de la globalización y de tantas otras líneas en curso, resulta imprescindible.

Efectivamente, es tiempo para reinventar o revisar la globalización.

Una semana en Bilbao. Observando un mundo de oportunidades. Propósito y legado para futuras generaciones.

(Artículo publicado el 19 de Junio)

Algunos “termómetros” complementarios resultan relevantes para percibir el estado real de la situación que vivimos. Por separado, cada uno de ellos puede llevarnos a la desazón o a la sensación confortable tranquilizadora de la buena marcha de nuestra economía. Juntos, unos y otros, pueden resultar contradictorios y, en ocasiones, equívocos. De igual forma, seguir un medio de comunicación u otro, moverte en base a redes sociales anónimas o dejarte llevar por el algoritmo que te soluciona aquello que solo a ti concierne en base a los gustos o costumbres demostradas en el pasado, o tomar como fuente de información o conocimiento una red personal particular, producen un aislamiento individualista de alto riesgo y escasa capacidad colaborativa para construir un futuro diferente, exigente y demandante de esfuerzos compartidos.

Si una semana en la que un sábado bilbaíno parecía el festín máximo con un clima “tropical” y sus calles, terrazas y bares llenos, con una Gran Vía ruidosa (excesivamente) con sirenas festivas para abrir paso a un grandioso desfile de coches antiguos escoltados por carros de bomberos, ambulancias de antaño, etc. y amenizando calles por las que más tarde circulaban miles de personas para acudir a un concierto seguido por un millón de personas (según cadenas y fuentes oficiales), o al de la gira de despedida de un cantautor que nos ha acompañado y entusiasmado desde la dictadura franquista hasta hoy, o decenas de miles de estudiantes que llevaban a la calle su fiesta particular tras haber presentado (superado o no) su evaluación final de bachillerato y acceso a la Universidad, con museos llenos y retorno creciente de turistas, proporcionan, sin duda, una sensación de movimiento, reactivación económica, bonanza relativa y de ausencia de crisis. Contraste, sin duda, con esa misma Gran Vía ocupada día a día de concentraciones y manifestaciones (hasta tres distintas como media diaria), ya sea en huelga, o reivindicativa de reclamos laborales (generalmente individuales o de colectivos concretos) que en ocasiones resultan más numerosas que el número de cuerpos de seguridad (municipales o Ertzaintza) que les escoltan, paralizando circulación y vida laboral de quienes parecerían no compartir la reivindicación específica. Otro tipo de ruido, generalmente descalificador e insultante a terceros, considerados “culpables voluntarios de su insatisfacción”, en clara transmisión de malestar, preocupación o insatisfacción.

Fenómenos y termómetros reales que parecerían convivir (causa-efecto) con estadísticas reales, plenamente observables, de pobreza extrema, de desigualdad, de creciente y generalizada alza de precios, de poblaciones en situaciones complejas que también conforman este Bilbao observable y observado. Y, a la vez, una semana en la que la Bienal de la Máquina Herramienta es un fiel reflejo de la fortaleza y potencia industrial de un país innovador, trabajador, emprendedor, cuyo capital reside en sus personas, su cohesión social, sus interacciones colaborativas público-privadas y su ecosistema real, diferenciado y diferenciador de nuestras apuestas de futuro, desde un capital humano rico y activo.

Precisamente en mi visita a dicha Feria, un empresario con larguísima trayectoria en ese mundo de la tecnología, la máquina herramienta, la manufactura inteligente y creativa, y la internacionalización, tan demandadas a lo largo del mundo como recetas de futuro, desde la empresa familiar que ha guiado y enriquecido a lo largo de los años, como parte esencial de su propósito, su compromiso vital y profesional y su potencial legado a próximas generaciones, a mi pregunta de cómo les iban las cosas y “la feria”, me refería a los “factores exógenos” que entiende determinan la compleja incertidumbre del momento: “Estamos bien, convencidos de lo que hacemos y con fuerza, pero no encontramos la claridad suficientemente integradora de todo lo que parece provocar toda una tormenta impredecible” (inflación; dependencia, insuficiencia de acceso y suministro, y precio de la energía; cuellos en las cadenas globales y locales de suministro, diplomacia internacional y económica en cambio y aparente desacople entre gigantes; Ucrania,  tragedia humana y la más que previsible senda final que termine obligándole a renunciar a su soberanía, derechos y voluntad como país por presiones de terceros a quienes les resulte excesivamente largo su sacrifico, tal y como hemos empezado a escuchar, también esta semana, desde diferentes portavoces cualificados; impacto-tecnológico; disponibilidad-formación del talento requerible; envejecimiento, demografía y migración; política y gobernanza…). Y a los que podemos añadir otros muchos “internos o propios” que, en otro pabellón ferial, te comparten otro grupo de responsables y líderes empresariales con una larguísima trayectoria de éxito a lo largo del mundo: “No hay futuro aquí más allá de nuestros últimos coletazos generacionales. Los que vienen no están dispuestos a soportar esta agobiante protesta y conflictividad laboral, ni, sobre todo, la actitud y comportamiento social. Confortabilidad, carreras rápidas, éxito monetario y huir de responsabilidades directivas, jefaturas o autoridad-liderazgos”. ¿La gran dimisión que parecía solamente era un episodio coyuntural post pandémico en unos Estados Unidos de pleno empleo y en colectivos específicos se convierte en una tendencia mundial?

Y, en este escenario, surge la pregunta de si ¿Hay alguien capaz de sintetizar y simplificar el camino a seguir? ¿Puede transmitirse un mensaje de verdadera innovación y transformación radical, de fondo, exigible por los desafíos existentes y los que están por venir? ¿Alguien generador de la confianza necesaria para llevarnos o acompañarnos a buen puerto? ¿Quién tiene un sueño por el que esté dispuesto a recorrer el complejo trayecto requerido?

Esta misma semana, uno de los principales promotores de la “economía de la abundancia” (Peter Diamandis) volvía a la carga desde el positivismo que le caracteriza recordándonos la enorme cantidad de oportunidades que nos ofrece el futuro y cómo tras ésta complejísima sucesión de factores exógenos (no siempre tan solo externos, sino en cierta o gran medida, debidos a lo que hacemos o dejamos de hacer), barreras o dificultades internas o propias, a perseguir y/o superar. Cómo otros muchos, nos invita a preguntarnos el por qué ante tantas oportunidades o no acertamos cuál elegir o no logramos “el éxito buscado”. Para él, tan importante (como en toda estrategia) es el qué hacer, cómo todo lo que hemos de decidir no hacer. Si bien él habla de la búsqueda sincera del propósito de transformación y del verdadero simplificado del éxito, es hoy, más que nunca el momento del propósito, del para qué o por qué de lo que habremos de hacer y del legado buscado que dé un sentido trascendente a nuestros proyectos de vida. Mi propósito y mi legado. Esencia del verdadero liderazgo visionario, de una verdadera estrategia única y diferencial, de un sentido a tu trabajo, tu inversión y tu vida. Solo así podrás inspirar y guiar a quienes habrán de acompañarte para crear esperanza y un futuro “abundante e inclusivo” al servicio de la gente.

Concentrarte en tu propósito real y lograr que sea compartido por quienes deben acompañarte en su logro resulta esencial para afrontar los grandes desafíos que afrontamos. Un “éxito” exigente y único, “premiado” al final del viaje con un legado, para los demás, no para ti (al menos no en exclusiva). Verdadero reto, verdadero motor de transformación. Si por el contrario nos enredamos en el qué y cómo, continuista, para un mantenimiento o relativo y lento avance desde nuestro punto de partida, seremos testigos de las olas de “escasez”, de desidia y de insatisfacción.

Terminamos la semana con otro acontecimiento único y diferenciador en nuestro punto de observación: Bilbao. Fronteras del conocimiento, extraordinaria y singular iniciativa de la Fundación BBVA que ha hecho de Bilbao-Euskadi su centro y sede base para su trabajo y proyección internacional. Sin el ruido estruendoso o aclamador de otros eventos como los comentados, ha concentrado un talento extraordinario de enorme trascendencia en la solución a los desafíos del mañana. Investigación, esfuerzo sostenido, rigor académico sostenido, años de intensa curiosidad creativa formulándose dudas y preguntas incómodas para afrontar nuevos caminos huyendo de la zona de confort, volcando el valor del saber en su capacidad de impacto en la sociedad, al servicio de la gente, refuerza la confianza en la humanidad para superar dificultades, generar abundantes oportunidades, provocar nuevos avances y espacios desconocidos y construir verdaderas sociedades prósperas e inclusivas. Todo un conjunto de personalidades de largas y enriquecedoras trayectorias en diferentes “fronteras del conocimiento” (incluidos quienes han posibilitado las tan salvadoras vacunas anti COVID 19, quienes nos han inspirado a lo largo de los años para entender el funcionamiento, calidad e intensidad de las redes, sus interacciones entre economía-Sociedad o el predominio de las personas en y sobre el mundo de la inteligencia artificial o el ecologismo activo de valor en la larga transición verde contra el cambio climático). Todo un canto de esperanza para hacer un mundo mejor. Ojalá que este último termómetro semanal  interaccione con fuerza en los fortalezas y capacidades de nuestro país, encaje con múltiples propósitos comprometidos y posibilite la cosecha de los legados transcendentes buscados.

Muchas caras o termómetros para analizar una situación compleja. Pero, sobre todo, enormes espacios de futuro, realistas y sobre los que potenciar nuestras fortalezas, superar debilidades y obstáculos, y construir un mejor futuro, día a día.

Sin duda, BILBAO-EUSKADI nos ha ofrecido una semana rica en información, indicadores relevantes y, sobre todo, una potente brújula para un esperanzador trayecto de futuro.

Espacios inclusivos. Localizar soluciones

(Artículo publicado el 5 de Junio)

Hasta hace muy poco tiempo, vivíamos un mantra generalizado que hacía de la globalización, sin matices, la panacea y objetivo conductor de toda política económica, geoestratégica y conductora de la mal entendida competitividad y bienestar “para todos”.

Cualquier cuestionamiento o posicionamiento conceptual o intelectual, por no citar estrategias de país diferenciadas, se descalificaba asociándolo a ignorancia, aldeanismo o proteccionismo insolidario, dando por terminado cualquier análisis o propuesta a tener en cuenta. Un peligroso y paralizante pensamiento único impregnó el mundo de la economía, de las políticas y decisiones de deslocalización empresarial (sobre todo manufactura) y marcó la senda objetivo de las estrategias regionales y de internacionalización, condicionando intentos de estrategias únicas y diferenciadas convirtiendo la esencia estratégica en base a propuestas únicas de valor en un seguidismo homogeneizador.

Sin embargo, la contumaz fuerza de los hechos, tras sucesivas crisis económico-financieras y sociales desde el 2009 hasta nuestros días, agravadas por una pandemia no solamente aniquiladora de vidas y expectativas de futuro, sino demostrativa de la equivocada (o perversidad sobrevenida) inseguridad y dependencia cediendo a terceros el control exclusivo de la producción, de la cadena de suministros y las plataformas logísticas e infraestructuras exigibles, además de accidentes en infraestructuras críticas (Canal de Suez) paralizantes del comercio internacional, además de una excesiva concentración de factores clave en China y/o países con proximidad a situaciones y países fallidos, olvidando la importancia de materias primas y componentes, relegando políticas sociales y medio ambientales en los procesos de toma de decisiones, o la aún en curso invasión rusa sobre Ucrania y sus consecuencias (sociales, energéticas, alimentarias…), han terminado por poner “patas arriba” el modelo seguido.

Sin duda, decisiones que en un determinado contexto parecían acertadas (incluso brillantes), hoy se tornan perversas y llevan a reconfigurar conceptos, modelos y mapas estratégicos y de futuro. Es momento de “revisitar” conceptos y modelos rompiendo los llamados “pensamientos únicos”. Políticas tildadas de proteccionistas o anti- mundialización se ven hoy con nuevos filtros de progreso, apuestas de futuro y coherencia geo- estratégica.

Superar la pandemia llevó a los gobiernos (en especial Europa y Estados Unidos) a dar un golpe de timón, a reconsiderar sus “indicadores objetivos” y situar las soluciones a la demanda social por encima de un estricto y excluyente “purismo financiero” macro- económico, atemporal y de gabinete. “Haremos todo lo que haga falta” pasó a convertirse en el nuevo pensamiento y directriz general. A la vez, la imposibilidad de suministrarnos desde las cadenas globales de valor deslocalizadas, otrora base de esquemas teóricos de “Just in time” unida a una mal entendida competitividad (solamente de costos laborales inmediatos y poco más), a una fiebre seguidista de una supuesta “especialización y externalización inteligente” y una internacionalización en manos del “ejecutivo global”, bajo el mando de Organizaciones Internacionales de un convencionalismo y consenso unitario, se convirtieron en el mal que el éxito envenenado ha provocado. Dicho mal se traduce en un coincidente y grave “paraguas mundializado”, en términos de desigualdad, dependencia y desafección creciente de las distintas sociedades respecto de líderes (políticos, gobernantes, empresariales).

Así las cosas, hoy volvemos la mirada hacia conceptos que parecíamos haber olvidado. Retomamos aproximaciones hacia las conocidas “Áreas Base” (Michael E. Porter) como espacio físico en donde se desarrolla una competitividad al servicio del bienestar creciente y sostenible de sus ciudadanos, una amplia e intensa convergencia economía-territorio (clústers), generando un contexto único y diferenciado, tras una visión y propósito particular creando lo que hoy se conoce en términos de “ECOSISTEMAS”. La clusterización de la economía, rompía silos y fragmentación estadístico-sectorial para posibilitar procesos coopetitivos (colaborativos desde personalidad y apuestas distintas entre cada uno de sus actores), sucesivas interacciones compartidas público-privadas, a la vez que políticas económicas y políticas sociales buscando logros simultáneos.

Estas áreas base vinieron acompañadas, más tarde, de un “par de atributos mágicos” (Kanter Moss): Magnetismo y cohesión, que apuntaba a la imprescindible atracción de flujos de inversión, capital, empresas, conocimiento y talento como elementos diferenciales de un “espacio local” (ciudades, regiones, etc.) conectables, en red, con el resto de la vanguardia mundial, siempre unidas a la búsqueda de una irrenunciable cohesión social interna.

Este concepto de “NODO singular” habría de conectarse en redes de redes, a lo largo del mundo, garante del acceso a la vanguardia, a los foros de innovación y prosperidad y, por supuesto, a lo que más tarde, vino a ser el desafío para las empresas de éxito internacional: ser parte relevante de las, entonces, “Cadenas Globales de Valor”. Así, las autoridades y gobiernos de las áreas base de éxito aplicaban estrategias favorecedoras del éxito de sus empresas tractoras. Un momento crítico lo constituía y constituye, el cómo lograr que cada vez más, conseguido el éxito, requieran cada vez menos de su área base y más de un espacio mundializado.

Hoy, la ruptura de paradigmas, en un mundo incierto y en pleno vertiginoso cambio, con una reconfiguración de la geopolítica y la geoestrategia, cabrá especial relevancia la glokalización. Una K que no es una sustitución gráfica de lo glocal (entendiendo una simple combinación entre pensar “globalmente y actuar de manera local”), sino un conjunto de atributos esenciales que han de formar parte articulada de toda “Área Base” que aspire a jugar un rol relevante en el contexto mundial (infraestructuras, educación, inclusividad, comunitarización, conocimiento, tecnología…).

Asistimos a un mundo en el que la desigualdad domina cualquier punto de análisis y desafío. A su desarticulable e injusta realidad añade consecuencias de elevada gravedad (desafección, peligro de implosión democrática, populismo explosivo, falta de confianza, de credibilidad, y de expectativas vitales y profesionales…). El rearme de los liderazgos, respeto y afección necesarios exige “nuevos espacios de proximidad”, de los que las personas se sientan parte, respetuosos de su identidad y cultura diferenciada, inspiradores de un sentido de pertenencia y oportunidades -reales y percibidas- para un futuro mejor. Es el tiempo de nuevos espacios geográficos (“Hermosos, Inclusivos y Sostenibles “, que diría Lata Reddy, responsable de “Soluciones Inclusivas” en Prudential, líder en el desarrollo de nuevos espacios locales de futuro, en Newark, NJ y referente en el desarrollo de inclusividad local en Estados Unidos), que ponga en valor los activos comunitarios (cada Área Base tiene los suyos), construya su historia y ruta de futuro y actúe en consecuencia.

Se trata de intervenir “desde la cirugía local intensiva”. Áreas y zonas de marginalidad (al menos relativa respecto de la mediana dominante), que exigen intervenciones locales en las que gobiernos y empresas (en especial aquellas consideradas líderes y tractoras, generalmente históricas y con significativa referencia de la propia comunidad) han de articular un espacio y desarrollo inclusivo. Los hoy considerados “Place Based Work”, que hacen de la empleabilidad el objetivo conductor de dichos espacios, procuran superar la situación de beneficios de rentas básicas, salarios sociales y ayudas o subsidios públicos, uniendo un foco de trabajo, contribución (personal-autosatisfacción) y colectiva. Focalizan esfuerzos en proveer de seguridad pública, espacios vivibles (verdes en la medida de lo realizable), lugares de encuentro cultural y de entretenimiento, centros de salud, centros educativos, fomento de microempresas y negocios y, por supuesto, acceso al capital y sistemas e instrumentos financieros, además de conectividad e infraestructuras y sistemas de transporte y comunicaciones. Esta nueva explosión de microespacios, núcleos urbanos y proliferación nodal en red suele venir de la mano del rediseño de entidades colaborativas con objetivo, dirección, estructura y financiación ad hoc. Centros y espacios de convivencia, de diversidad y, sobre todo, de compromiso activo con la prosperidad y el bienestar.

Espacios vivibles, inclusivos, vanguardistas y prósperos además de sostenibles que ofrezcan a sus comunidades un mundo mejor y que hagan que las empresas que realizan alguna actividad de valor en ellos sean conscientes del factor diferencial que les ofrece este hecho. Solamente así, la interacción y propósito compartidos empresa-comunidad-gobiernos y todo un mapa (cada vez más amplio, diverso y rico) de jugadores “intermedios”, “entidades para la colaboración”, facilitadores y “tejedores de alianzas” harán posible el éxito único y distinto. Verdadera manera de garantizar un mejor futuro y una prosperidad inclusiva. Una vez más, lo local importa y resulta ser un elemento diferenciador del ADN de cualquier territorio, empresa multinacional o iniciativa mundializada.

Arte, cultura y economía: el poder de nuestros museos

(Artículo publicado el 22 de Mayo)

El pasado miércoles, 18 de mayo, se celebró el Día Internacional de los Museos eligiéndose, para esta ocasión, como mensaje universal, “El Poder de los Museos”. Dicho mensaje ha pretendido animar a todos los museos y organizaciones culturales interrelacionadas, profundizar en su verdadero significado, respondiendo “al poder específico” de cada uno de ellos, atendiendo a su propia identidad y propósito, a su historia y prácticas diarias generadoras de impacto en sus comunidades próximas y/o de las que forman parte indisoluble, y sobre la medida en la que, de una forma directa o indirecta, contribuyen a construir un mundo mejor e influir en su capacidad e impacto transformador, trascendiendo de su propia entidad y país.

Dicha efeméride nos permite destacar, en nuestro país, el extraordinario estado de salud del mundo museístico propio. No solamente posibilita un recuerdo y visibilidad especial al centenar largo de una diversa presencia y oferta-valor del rico tejido museístico del que disfrutamos, de su patrimonio histórico-cultural, sus exposiciones, colecciones, capacidades y competencias gestoras, su entronque con las diferentes comunidades de las que forman parte singular y, por supuesto, de su elevada capacidad tractora de todo tipo de actividades e iniciativas, especializadas y con alto valor agregado en materia de educación y cohesión social, que, finalmente, contribuyen de manera diferenciada a configurar nuestra propia identidad, “nuestra cultura”, nuestras raíces y alas que, en definitiva, nos marcan y habrán de orientar, en gran medida, nuestro futuro colectivo e individual.

En esta ocasión, este anual reencuentro con el “Poder de los Museos” coincide con la celebración del 25 Aniversario de Guggenheim Bilbao Museoa. El brillo de nuestro querido museo, parte relevante de un extraordinario “sistema museístico vasco” comentado, comparte momentos de significativa consideración y esfuerzos transformadores, renovadores, impulsores de cambios favorecedores de este tipo de tejido de valor. Si destacan proyectos de revitalización, reforma, ampliación como el del Museo de Bellas Artes de Bilbao, el museo vasco (arqueología, etnografía…), Balenciaga, San Telmo, Chillida, Oteiza, Artium, Itxas-Maritimo, … y todo un hervidero de iniciativas asociables en curso, no podemos sino felicitarnos del “poder de nuestra apuesta y realidad museística”, de su profunda fuerza tractora y transformadora, recordando la enorme aportación de otras múltiples iniciativas configuradoras de un mapa singular.

Estos elementos hoy, 25 años después de la llegada de nuestro buque insignia, que este año celebramos, tras estos propósitos (“El mundo es un museo. Y el museo un mundo” – “Mundua museo bat da”, de Kirmen Uribe en su obra conmemorativa junto con la Coral de Bilbao y la Euskadi Brass Band), en el trinomio Arte-Cultura-Economía son una realidad conceptual, demostrada y conductora de los verdaderos procesos transformadores e integradores de políticas y decisiones públicas, facilitando un inseparable acompañamiento privado, revitalizando todas y cada una de sus partes. Cuando el esencial mundo de la educación focalizado en términos de futuro pone el acento en el STEAM (ciencias, tecnologías, ingenierías, matemáticas), incorpora como elemento esencial en su orientación, decisión y tiempos de uso y alcance, además de su control y valores irrenunciables para su correcto desarrollo en la A de arte, cultura y humanidades, claramente determinantes del camino a seguir y del modelo de sociedad al que aspiramos.

El carácter especial (coincidente) de este 25 Aniversario de Guggenheim Bilbao Museoa nos facilita la reflexión cara a afrontar el complejo futuro que nos reta y desafía. Si para muchos el reclamo e interés pasa por la evaluación del impacto económico generado por este excelente y siempre vanguardista motor de transformación y avance es el punto básico destacable (6.500 millones de euros de gasto directo generado, 5.800 millones de aportación adicional al PIB vasco, 5.480 empleos creados/mantenidos, 510 millones de “ingreso adicional para las haciendas forales”, 24 millones de visitantes de los que un 62% lo han sido de fuera del Estado…), o su efecto “rehabilitador” con acompañamiento a la estrategia transformadora de nuestro territorio y ciudades en Euskadi, o ejemplo digno de estudio y aprendizaje para cientos de ciudades y museos a lo largo del mundo, sus “aportaciones intangibles” y el “propio valor museístico-cultural-educativo” sobresalen por su “poder diferencial”. De este recorrido hemos aprendido mucho. Pero más importante aún es la fortaleza desde la que poder continuar construyendo un futuro mejor, deseado.

El desafío mundial de este trinomio Arte-Cultura-Economía exige multiobjetivos en términos de identidad, valores, prosperidad y desarrollo inclusivo. Todo un mundo de innovación tanto en los apartados de protección y promoción del patrimonio o (historia/comunidad) costumbres, arte, monumentos, valores, lenguas; educar, cultivar, formar en humanidades (integración de disciplinas llamadas humanistas e incorporarlas a las temidas como no humanistas y tan solo científico-economicistas); velar por la salud de las industrias y contenidos culturales (pensamiento creativo, digitalización de la cultura, contenidos, promoción de su empleabilidad); facilitar la inclusividad en las ciudades…

Todo un nuevo rol esperable de los museos, el arte y la cultura para un próximo futuro. Un exigente reto para sus principales actores, los gobiernos, el sector público interrelacionado, las nuevas artes de una innovadora diplomacia museística y un creciente esfuerzo glokal, en un irremplazable mundo de redes. Necesitados de promover, cuidar, incentivar, animar a los diferentes actores y agentes que lo hacen y harán posible.

Sí. En Euskadi, la invitación mundial a reflexionar sobre el poder de nuestros museos nos coge preparados. Una extraordinaria base para aportar valor a una deseada transformación o transición hacia un mundo mejor. Excelencia, vanguardia, creatividad, tracción dinamizadora, interacción con todo tipo de agentes a lo largo del mundo son ya señas de identidad de nuestro microcosmos museístico.

Un tejido lleno de oportunidades, ampliamente interconectado entre sí y con el mundo. Contribuyendo y co-protagonista de las futuras dinámicas sociales que ese mundo futuro, también el de la empleabilidad y la generación de riqueza y bienestar exigen.

¿Inflexión y ocaso de estilos de gobierno?

(Artículo publicado el 8 de Mayo)

Warren Buffett, “oráculo de Omaha”, legendario líder de uno de los mayores fondos privado de inversiones ha celebrado su encuentro anual (presencial tras el paréntesis de la pandemia), seguido por miles de accionistas incondicionales que confían sus ahorros, inversiones y futuro al conocimiento, visión y estilo de liderazgo y dirección que tan buenos resultados ha generado a lo largo de los años, convirtiendo sus recomendaciones en pautas maestras para la industria financiera. Año a año, su credibilidad, la admiración y confianza en sus decisiones, se ven renovadas y reforzadas por el apoyo de quienes se muestran satisfechos con sus resultados. Simultáneamente, a lo largo de los Estados Unidos, con especial foco en Wall Street, cientos o miles de Juntas de Accionistas valoran a sus primeros ejecutivos, aprueban sus resultados y respaldan sus retribuciones alineadas con “el valor generado” y muestran su satisfacción ante potenciales alternativas que pudieran poner en crisis el camino recorrido. Sus estilos de dirección, sus medidas y planes aplicados (las más de las veces sin un control previo expreso) parecen aceptarse. (En Estado Unidos las retribuciones de estos ejecutivos principales suponen 350 veces el salario medio del trabajador de sus empresas). El sistema parecería funcionar: una buena y eficiente dirección, un apoyo más que suficiente y un espaldarazo a su estilo y modelos de dirección. Los resultados parecerían reconocer y premiar a los “líderes estrella”. Sin embargo, en determinados momentos, eventos no previstos, ponen en duda la buena marcha de lo realizado y de sus actores. Llega un momento en el que alguien observa (y decide) que el “liderazgo estrella” en realidad es “oportunista” y que sus resultados se explican más por la suerte o por decisiones y consecuencias externas, que por la capacidad y buen hacer de quien parecía tener el control. Esta semana, Marianne Bertrand, profesora de la Universidad de Chicago y destacada pensadora en el mundo del crecimiento inclusivo y la economía laboral, vuelve a la carga sobre este asunto, con un amplio número de situaciones que explicarían el éxito de determinadas empresas (petroleros, bancos de inversión, …) no por lo bien o mal que lo han hecho internamente, sino por las decisiones externas. Vieja constatación, por demás, extendida a lo largo del mundo y en todo tipo de actividad, pública o privada, vinculada a la gobernanza y toma de decisiones. Esta percepción se viene extendiendo en empresas relevantes en las que grupos de accionistas “financieros” promueven movimientos sindicados para cuestionar las líneas directivas vigentes. Resulta evidente que ni existe un modelo o estilo único de dirección, ni el éxito logrado garantiza su permanencia futura. ¿Qué es lo que termina explicando una cuenta de resultados, un resultado electoral, la viabilidad y confianza de un gobierno?

En un mundo diferente, en el ámbito público oficial y de gobierno, los estilos, modelos de dirección y sistemas de participación y control, también observamos tiempos, modos y actitudes similares. Si la semana pasada la explosión pública del caso “Pegasus” o “Catalan Gate” parecía minimizarse por los principales medios de comunicación y expertos de opinión dado su impacto colateral en la tramitación del Decreto Ley para la reactivación y recuperación económica del gobierno español, hoy, pocos días más tarde no solamente cobra especial atención y preocupación, sino que enciende graves alarmas en torno, sobre todo, al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y su modelo de liderazgo y dirección política y de gobierno.

La denuncia de un gravísimo caso de espionaje a un centenar de catalanistas o independentistas no solo pareció preocupar al presidente Sánchez, su gobierno o Ministra de Defensa y responsable del Centro Nacional de Inteligencia español, sino que los llevó a movilizar a la opinión pública y medios afines, especialmente, para cuestionar la veracidad de la información, ridiculizar la alarma e importancia generada y, sobre todo, retomar un ya viejo, cansino y preocupante mensaje en torno a una supuesta distribución entre quienes afirman de manera recurrente que “lo que importa han de ser las cosas del comer, el bienestar” y no los “asuntos ideológicos o esenciales de la política que solamente interesan a los políticos y no a los ciudadanos”. Se demonizó a aquellos partidos políticos o diputados que no estaban dispuestos a aprobar un decreto del que no habían sido informados y no lo habían negociado, se destacaban todo beneficios desde una propaganda mediática transmitiendo perlas escasamente analizadas, cuando aún se desconocía su contenido pleno y, por supuesto, su redacción final. Se culpabilizó a quienes no estaban dispuestos, una vez más, a considerar un modo de gobierno unipersonal, autoritario y displicente con quienes le permiten gobernar en minoría. El estilo Sánchez (calificado esta semana por una encuesta de un medio afín como PRISA-SER como Egoísta y Autoritario por el 38% de los encuestados) se veía, una vez más, cuestionado. El presidente y su gobierno minoritario han aprobado en poco más de media legislatura 36 Decretos Ley, la mayoría de forma unilateral y apresurada, limitando su tramitación al refrendo por “lectura única”. El argumento es siempre el mismo: “es razonable, responde al sentido común, no es patriótico oponerse, beneficia a los más vulnerables… y, finalmente, si no me apoyan, vendrá la ultraderecha por lo que ustedes y el país saldrán perdiendo”.

Esta actitud y discurso ha venido acompañado, desde el inicio, con “promesas de acuerdos” que rara vez se han cumplido y que “son renegociados periódicamente” cuando se vuelve a necesitar el voto de sus “socios preferentes o compañeros de viaje” contra esa derecha que “sería peor para todos”. Sin embargo, cuando “los intereses de Estado” son el bien supremo o excusa de connivencia, no duda en pactar con esa derecha que hostiga. Es el caso de este episodio del espionaje para evitar cualquier mínima transparencia o información.

Pero, en estos momentos, “las cosas de la política” preocupan a todos y el llamado caso Pegasus resulta de gravedad extrema. No solamente son “unos dirigentes o simpatizantes independentistas catalanes o vascos los espiados”, o el propio presidente de gobierno. No es solo la sensación (más que justificada) de evidente interferencia de “gobiernos externos” condicionando políticas de Estado, no es ya nuestra intimidad personal vigilada por cualquiera, sino el claro cuestionamiento de un presidente y su gobierno que han mostrado la ineficiencia y perversidad de su modelo. El propio gobierno español ha hecho público que su presidente y ministros habían sido objeto de intervención en sus teléfonos hacía un año, por un “elemento externo”. Ahora lo hacían público y pedían el máximo apoyo de todos evitando preguntas, especulaciones, investigaciones o “posiciones partidistas”. Se trataría de un grave “asunto de Estado”, por lo que se recurre al mismo silogismo de siempre, “o conmigo o el caos”. Más allá de coyunturas e impacto en un gobierno concreto, el hecho prueba la fragilidad de la democracia y la perversidad de decisiones e instrumentos que, en principio y en su momento, pudieran concebirse con atenciones positivas. ¿No parecería razonable dotarse de instrumentos de inteligencia e información para anticipar riesgos o intervenciones antidemocráticas, por ejemplo? Ahora bien, ¿Quién y cómo los controlan? ¿Mantienen su propósito y alcance?

Tanto apelar a conmigo, incondicionalmente, o vendrá el demonio, lleva a la gente a preguntarse si en verdad el diablo existe y si será tan “malo” como lo pintan. Para muchos es el momento de mostrar el hastío por tanto desprecio democrático, por la falta de diálogo y compromiso, por políticas reales y no propaganda, por un gobierno y no una “coalición minoritaria que no transmite sensación de visión compartida, ni de unicidad de mando”. Cuando observamos, a lo largo del mundo (Macron es un ejemplo cercano) que el individualismo se impone a los partidos, configura modelos unipersonales, genera liderazgos mediáticos, “compra” servicio y seguidismo por su control del presupuesto político y los aparatos del Estado y básicamente ofrece contraponerse al miedo de lo que pudiera venir, lejos de proponer y aplicar programas y políticas propias y diferenciadas, termina profundizando en la desafección, el descontento, la insatisfacción, el malestar con el personaje. No basta hablar todo el día de la “ultraderecha” amenazante. La sociedad necesita y demanda políticas y acciones concretas, propias, positivas, diferentes, motivadoras, compartibles, creíbles. A lo largo del mundo, asistimos a múltiples señales de alarma ahondando desinterés, desafección, desconfianza, con una distancia creciente del compromiso compartido, ampliando brechas entre las sociedades y sus representantes y dirigentes, en todos los ámbitos, empresariales, de gobierno, privados o públicos.

Pegasus y su pésima gestión por parte del gobierno Sánchez tiene todos los ingredientes para suponer un verdadero punto de inflexión en su modelo unipersonal de gobernanza. Parecería que supone la convergencia de la pérdida de autoridad asumida en base al temor a una alternativa desconocida, un claro toque de atención al abuso de poder propagandístico y mediático, además de presupuestario. Es un momento de claro agotamiento y cansancio de los verdaderos apoyos con los que ha contado, ha despreciado y olvidado. Converge con una creciente desafección, anti-institucionalidad, desmovilización y desigualdad que se extiende a pasos agigantados. Es el punto álgido de una exigencia colectiva de modelos propios compartibles. Coincidente con el malestar por un siempre presente “Síndrome de Estocolmo” que lleva a quienes durante años han estado inmersos en lo que supuestamente han sido los “secretos de Estado” y a cuyo servicio pudieran utilizarse todo tipo de vericuetos por “el bien superior”. Llega el momento de preguntarse por qué se debe dar un cheque en blanco a determinados decretos de 170 páginas, entregados a sus ministros para su firma en un Consejo de Gobierno sin tiempo suficiente para, al menos, “una lectura en diagonal”. Algunas medidas (ya en vigor) de relativo apoyo anticrisis, leyes de más de 70 años derogadas, y múltiples medidas ajenas al contenido y orientación del Decreto, utilizado como un vehículo “ómnibus” (en el que cabe de todo en cualquier dirección) y, por supuesto, sin una Memoria Económica que lo haga viable (máxime con un cuadro macroeconómico totalmente desactualizado). Sin duda, debilidad democrática, escasa calidad de gestión y procesos normativos y directivos.

Vivimos un mundo incierto (hoy, ayer y mañana) en el que los liderazgos, gobernanza y alta dirección, así como fortalezas institucionales (en todo tipo de organizaciones) resultan imprescindibles. Eliminar o minimizar las brechas que les separan de la sociedad y los diferentes grupos de interés implicados es, sin duda, uno de los mayores desafíos que afrontamos. Incidentes y acontecimientos concretos, inesperados, determinan cambios imprevistos. Cuando se producen, la fortaleza para superarlos suele basarse en las trayectorias, comportamientos y estilos confiables, conocidos y practicados. Hoy es Pegasus para el modelo Sánchez, la sucesión de crisis para todo gobernante, la contestación social para toda autoridad. Más allá de la suerte y de los factores externos, el valor de respuesta y colaboración reside en la experiencia y trayectoria demostradas. Son momentos de recoger la siembra.

Demasiadas preguntas, demasiadas dudas razonables, con escasas o nulas respuestas satisfactorias, en un mar de desconfianza y mermada credibilidad. Esencia democrática, calidad de gobernanza, credibilidad y confianza en liderazgos necesarios.

¿El ocaso de un gobierno o de un estilo de gobernanza? O, por el contrario, ¿Un salto adelante, uno más, en una larga cadena de aparente avance y éxito gracias a la suerte y a la temida alternativa de la incertidumbre y lo desconocido?

Aspiraciones de futuro para superar tiempos inciertos

(Artículo publicado el 24 de Abril)

La vuelta a casa tras las vacaciones (o recogimiento) de Semana Santa y Pascua, coincidente con la supresión oficial del uso obligatorio de mascarillas salvo ciertas excepciones de riesgo (en caso de que la comunicación mediática del gobierno español coincida con la letra de lo que publique en el Boletín Oficial del Estado, rara vez coincidente), parecería habernos devuelto a una relativa normalidad pre-pandémica, constatada por los indicadores comparativos que las cifras y comportamientos turístico-recreativos ofrecen. Sin embargo, esta ansiada percepción más que irreal, se ve lejos de cualquier atisbo de veracidad dominante si vamos un poco más allá y observamos cuatro mensajes persistentes, graves en sí mismos cada uno de ellos, extremadamente preocupantes en su conjunto interrelacionado y determinantes de nuestras vidas ordinarias: Ucrania, inflación, energía y cadenas globales de suministro. Cuatro ejes influidos, además, por un sin número de dispares comportamientos en términos de derechos de igualdad, de altruismo o negocio y eficiencia diferencial en su impacto no homogéneo a lo largo del mundo, desde decisiones tomadas en su momento en la propia gestión de la pandemia como en el suministro de equipos de protección individual, posicionamientos ante la prioridad o no de la disponibilidad de gas soviético, o del resurgir “público” de las insuperadas cloacas de Estado tras un espionaje del que nadie parece saber nada, que ensombrecen cualquier sensación de “vuelta a un pasado confortable o normal”, o ya sea un escenario algo más certero y conocido que el proceloso mar en el que habremos de navegar en los próximos meses (esperemos) o años.

Sin duda, detrás de estos cuatro ejes explicativos (o acompañantes) de nuestro tiempo, se sintetizan profundas transformaciones que, en definitiva, alumbran nuevas mentalidades, gobiernos para nuevos tiempos, nuevas prioridades, soluciones y modalidades de solidaridad diferenciales y selectivas, así como impredecibles consecuentes aspiraciones de futuro. Como siempre, impacto dependiente de la manera de afrontarlos según la balanza y óptica en términos de oportunidades y/o barreras-dificultades, conflictos o parálisis anímica, capacidad y voluntad decisoria, o disposición colaborativa/reivindicativa en confrontación per se. Adicionalmente, siempre sujetos a un imprescindible proceso continuo de alternancia política en los diferentes gobiernos por decisión democrática de sus electores.

El primer eje en cuestión es, sin duda, Ucrania. Mucho más que una invasión injusta, ilegítima, salvaje y trágica en plena Europa (dentro o fuera de la selecta Unión Europea  sujeta a sus mecanismos, normativas y tiempos de gestión-asociación). Mucho más que una invasión que sugiere un nuevo orden geopolítico, una nación que durante siglos ha pretendido elegir de forma libre su futuro, su modelo de convivencia y sentido de pertenencia. La tragedia provoca una nueva evacuación colectiva, búsqueda de nuevos proyectos de vida, nuevas vivencias y comportamientos ante procesos migratorios (¿de ida y vuelta?) para millones de personas que, en todo caso, conllevan un cambio de flujos demográficos, nuevos repartos de beneficios y pérdidas (sobre todo en términos de vidas, proyectos personales y familiares) y todo un conjunto de proyectos de reconstrucción y, esperemos que así sea, de reimaginación y reinvención tanto del país, como de sus relaciones con terceros, que supongan nuevos modelos de desarrollo y de flujos económicos, sociales y culturales. Observamos, con voluntad positiva y creativa, además de dolor, su nuevo futuro más allá de un triunfo sentimental, un reconocimiento universal y una voluntad solidaria y colaborativa de terceros. Una visión por encima del “coste bélico” que parecería presente en el condicionamiento de la vida fuera de Ucrania. Alimentación, energía, materias primas esenciales, se ven negativamente afectadas, también, por lo que sucede en este país y se convierten, para muchos, en la causa-explicación del resto de males que nos aquejan, haciendo olvidar que, si bien todo guarda una cierta relación, el resto de los ejes-acompañantes citados, tiene causa y vida propia, antes y después de Ucrania. Cada uno de ellos con espacio propio en el marco inicialmente señalado. Así, sin duda, la siempre temida inflación surge como abanderada de las consecuencias negativas, generalizables a lo largo del mundo. Bancos centrales, gobiernos, mercados financieros vuelven su mirada y preocupación principal hacia ella y parecen haber olvidado, en sus escenarios finales, un incierto punto final (más bien y seguido) de esta grave agresión bélica, minimizando su efecto devastador, confiando en “imaginarias posibilidades” de reconstrucción física, rediseño de fronteras y territorios y un paulatino movimiento hacia “espacios de tolerancia multilateral” con relativo acomodo de las partes (sobre todo de quienes no padecen o padecerán directamente sus consecuencias y decisiones). Desgraciadamente, asistimos impotentes a la gobernanza “global” que nos hemos dado, esperando, muerto a muerto, un final imprevisto. Parecería asumirse como una causa y no como una tragedia singular. Constatamos que es y será la lucha contra la inflación la que ocupará el esfuerzo de los próximos meses y, sin duda, condicionará las políticas públicas, su fiscalidad, ayudas y acompañamiento o no de las inversiones transformadoras (inevitables) y de la sustitución de la disminuida confianza ciudadana, en su ahorro y consumo, y en su desafiante actitud ante el futuro.

Desgraciadamente, esta compleja visita de una inflación que ya estaba entre nosotros antes de convertir a Ucrania en el foco del tablero, provocará un parón en el crecimiento inicialmente previsto, y se ve acentuada por el continuado deterioro de las cadenas globales de suministro, la distorsionada logística y seguridad manufacturera y alimentaria, pendiente de su recomposición bajo nuevos criterios geográficos, políticos y de su propia competitividad y, por supuesto, del propio orden que resulte del escenario final post Ucrania-Rusia.. Un parón “sinérgico” más allá del cuestionamiento, ya al parecer ampliamente comprendido, de una globalización ilimitada. Dos ejes críticos que guardan enorme relación con lo que, en positivo, tras el “chaparrón” será lo que algunos consideran una nueva revolución energética que habrá de hacer repensar (al menos en términos de plazos y de expresiones maximalista) la transición verde abanderada, hasta hace escasos meses, por un “salvar al planeta” como guía conductor de toda lucha contra el cambio climático. Petróleo, gas -sobre todo- y plazos para la llegada real de las nuevas fuentes de energía, la redistribución de roles geoestratégicos de productores, consumidores y jugadores intervinientes en las múltiples iniciativas exigibles para el cumplimiento de estrategias, pactos y compromisos están al caer. Así, la ya anunciada por algunos como una “nueva era energética” es mucho más que un juego de “islas energéticas peninsulares”.

Y, por supuesto, la redefinición de las cadenas globales (no solo de suministro, sino de valor), íntimamente ligadas a la geolocalización, la competitividad, el rol de los gobiernos en su relación con empresas líderes internacionalizadas y el conjunto de los espacios de desarrollo e innovación, no está sino en sus albores y confiere al resultado final un relevante peso e influencia. Impacto decisivo en este corto plazo, mucho mayor en escenarios futuros de largo plazo.

Cuatro “contratiempos” que, sin duda, han de condicionar el actuar de los gobiernos. Hoy, en consecuencia, los buenos gobiernos, creíbles, fiables, generadores de afección democrática, imbuidos de potentes liderazgos, resultarán más necesarios que nunca. Mitigar (eliminar es lo que desearía nuestro inconsciente) la desigualdad, afrontar las oportunidades (ilimitadas) que el mundo ofrece al servicio del bienestar, la riqueza que el nuevo mundo del trabajo y empleo permiten aportar, canalizar los recursos y “mercados financieros” para su logro, ordenar y gestionar la tecnología disponible (y la que está aún por venir) con una orientación humanista al servicio del bien común, está a su alcance.

Son sin duda, tiempos de crisis. Nuevos tiempos y prioridades para acelerar decisiones, al servicio de verdaderas aspiraciones de futuro. Nos pilla con un largo recorrido andado. Es mucho lo aprendido y suficientemente conocido lo que sería deseable (al igual que lo que no ha funcionado, ni ha satisfecho las demandas y necesidades sociales). Un buen momento para abrazar el optimismo, asumir el compromiso exigible y acelerar ritmos y decisiones para avanzar en la construcción de un mundo deseable. Eso sí, como siempre, “los gobiernos no vienen de Marte”, sino que responden a las decisiones y opciones individuales y colectivas de las sociedades que representan. Son nuestras prioridades personales y colectivas las que determinan la orientación de quienes gobiernan. Es, por tanto, nuestro compromiso, nuestro comportamiento y responsabilidad, también y de manera esencial, lo que alumbra un camino a seguir. No miremos a otra parte. No es tarea de “ellos”, sino de todos nosotros. Cada uno desde nuestra responsabilidad específica, activa y pasiva.

Este sería el verdadero viaje hacia la nueva normalidad. Este viaje sí que nos ayudaría a todos a “desconectar” de la mano de un cambio que decíamos buscar hace un par de semanas al “salir de casa y viajar como antes”, para “volver a la normalidad”, a conectar con un nuevo sentimiento, con nuevas actitudes y un nuevo espíritu y compromiso para un futuro distinto.

Efectivamente, una nueva etapa a transitar. Cuatro ejes esenciales (sobre todo parar la guerra, salvar a una población destrozada, reconstruir una nación y facilitar su derecho a elegir su camino en libertad…), aprender de su gravedad e impacto para acometer cambios radicales en la gobernanza mundial y afrontar la cadena de desafíos por venir. Confiando en nuestras fortalezas, convencidos de la necesidad de nuevas actitudes, de las muchas oportunidades que aparecen en el horizonte y la disposición al compromiso transformador que tenemos por delante. Un viaje sí, hacia una nueva (distinta) normalidad.

¿Buenas decisiones – buenos resultados? ¿Malos resultados – malas decisiones?

(Artículo publicado el 10 de Abril)

Hace unos días tuve la oportunidad de reunirme con dos dirigentes del país y acudían a la cita con una sensación de preocupación y urgencia, presionados por un par de cuestiones de relevancia que les ocupaban. Dos asuntos distintos, de diferente magnitud e impacto, pero con un denominador común: el resultado que a lo largo de los años habrían convertido en “erróneas” las decisiones que, tomadas en su día, no habrían respondido a lo inicialmente esperado. Consecuencia que hoy, situaban a quienes participaron de los respectivos procesos de toma de decisiones (sin mancha alguna de ilegalidad, favoritismo o búsqueda de beneficios personales o individuales) en el escaparate señalable de “actores de malas decisiones”.

Este hecho sucede todos los días. Vivimos rodeados de todo tipo de decisiones que, obviamente, generan resultados (positivos o negativos) y que, desgraciadamente, nos llevan a asumir como inseparables las decisiones y sus resultados, entendiendo que una buena decisión ofrece solamente beneficios y un mal resultado es, siempre, consecuencia de una decisión equivocada.

Fenómeno especialmente relevante en grandes proyectos, provistos de riesgo superior a los asuntos habituales, que implican complejos procesos y múltiples actores y que habrán de repercutir en la sociedad a lo largo del tiempo.

Releyendo a Annie Duke, en su exitoso libro “Thinking in Bets. Making smarter decisions when you don’t have all the factors” (Pensando en apuestas. Tomando decisiones más sabias cuando no tienes ni toda la información, ni conoces todos los hechos que lo rodean), con evidencias y ejemplos cotidianos, nos facilita la comprensión de dos cuestiones clave que determinan nuestras vidas (o simplemente nuestras opciones a lo lago de la vida): la calidad de los procesos de toma de decisiones y la suerte o el contexto ajeno a nuestro control. Entender esta diferencia a la vez que coexistencia de ambos elementos clave, es la esencia de los procesos de toma de decisiones.

Duke, destacada profesora de liderazgo y toma de decisiones, es una exitosa jugadora de póker, profesional en su momento, ganando una relevante fortuna en las mesas de juego. Son múltiples los casos que ella ha explicado en su larga trayectoria en el mundo de la teoría de juegos, los procesos para la toma de decisiones y el pensamiento que junto con otros relevantes académicos, constituyen referencia indispensable en la calidad de la toma decisiones ante problemas complejos, multi factoriales, en todo tipo de temáticas económicas, políticas y sociales. Como ella misma destaca, en un juego como el póker, decenas de decisiones, en entornos desconocidos e inciertos, sin conocer hechos reales de tus contrincantes, han de tomarse en poco segundos “mano tras mano”. Así con o sin la recurrencia del juego, en el libro ya comentado, alude a un ejemplo deportivo que generó, hace ahora más de siete años, gran polémica, no solo en el entorno deportivo en el que se produjo, sino un debate instalado en el mundo extradeportivo, académico, del management y profesional. En la Super Bowl de 2015 (final de la Liga Nacional del Fútbol Americano en los Estados Unidos), en una jugada crítica del partido, cuando todo llevaba a suponer que el equipo que iba por debajo en el marcador decidiera hacer una jugada concreta y ganar el partido, optó por una alternativa inesperada para la mayoría, siendo derrotado dada su mala ejecución (o el acierto del contrario impidiendo su logro). Los medios de comunicación masacraron al entrenador del equipo perdedor proclamando su jugada-decisión como la mayor estupidez, el mayor error cometido en la historia del fútbol americano. Tuvieron que pasar semanas para encontrar defensores de que la decisión tomada pudo ser la más indicada atendiendo a la experiencia, sistema de juego del equipo que la tomó y la estadística de fallos del contrario. Si con esta información el resultado hubiera sido otro, hoy hablaríamos de la decisión más inteligente y brillante en la historia del fútbol americano. El entrenador de entonces de los Seahawks de Seattle sería alabado por la historia de las “estrategias del fútbol” y sus contrincantes de entonces, “Los Patriots de Nueva Inglaterra” tendrían un palmarés menos en su exitosa trayectoria.

Volviendo al principio, con esta lógica, podíamos preguntarnos qué pasaría si repasamos un largo listado de resultados exitosos de proyectos complejos en situaciones de enorme incertidumbre y que sujetos a procesos de calidad en su toma de decisiones, hoy valorados, habrán fallado. El verdadero elemento diferencial no está en la asociación indiscutible determinista entre decisión-resultado, sino en la capacidad y oportunidad de “hacer buna una decisión tomada”.

Nuestras vidas y situaciones personales y profesionales están llenas de procesos de decisión. Las más de ellas se corresponden con situaciones no del todo racionales o con metodologías, información, procesos explícitos o conscientes. Pero, sin duda alguna, la inmensa mayoría de ellas, han dependido de la experiencia, la mejor de las informaciones disponibles, sabiendo, de antemano, que no existe la información perfecta en el momento de tomar una decisión que, al final, por muy colegiado y participativo que sea el proceso, corresponde a la “soledad última” de alguien, responsable de tomarla y al empeño en su ejecución -hacerla buena- y, por supuesto, a una cadena de circunstancias externas controlables o no controlables, e incluso “suerte” (generalmente aquello que no racionalicemos y que afecta a la opción elegida).

Toda esta “noma habitual” en la toma de decisiones, que se da en continuas y miles de opciones que la “alta dirección” (profesional, empresarial, de gobierno) obliga a interiorizar la responsabilidad de la calidad de los procesos y análisis a observar, a la importancia de entender los “marcos multi factoriales e interacciones” en el que han de encuadrarse las “pequeñas e importantes” decisiones a tomar, la evaluación de su impacto (del momento y, sobre todo, en el medio y largo plazo), la calidad del proceso seguido (en gran medida basado en la experiencia acumulada de quien a e decidir), de la confianza de las parte en los intervinientes asumiendo la “buena fe” y compromiso en la búsqueda del beneficio compartido de los implicados y, de manera muy especial, del esfuerzo sostenido en un propósito (el para qué de lo que hemos de elegir), la responsabilidad en la decisión-resultados entendiendo su diferenciación y el nivel o grado de los roles y ámbitos en que se decide. Estos ingredientes básicos, complejos, a la vez que comunes, son los que caracterizan la exigencia a las llamadas “Altas Direcciones o máximas autoridades”. Una publicación reciente, “CEO Exellence” (Seis pensamientos y directrices que distinguen a los mejores líderes del resto), editado por McKinsey, recoge, entre otros muchos casos, una sucesión de encuestas y entrevistas estructuradas del autor con los primeros ejecutivos de empresas relevantes o de instituciones y gobiernos. Básicamente les trasladaba su inquietud o sensación de que, dado su puesto y responsabilidad, “tendrían demasiadas cosas que atender y hacer”. La inmensa mayoría le confirmaban dicha impresión. Pero, aquella minoría que consideraba de mayor competencia e impacto en sus organizaciones le transmitieron lo siguiente: “En realidad, solamente tengo que ocuparme de una cosa: aquella que no puedan hacer el resto de la organización y sobre la que solamente ha de decidir el primer ejecutivo en el marco de la estrategia y propósito de la entidad”. Así de sencillo. La decisión buena o mala es algo cuyo resultado final será fruto de cómo hacerla posible, ejecución en la que intervienen muchos, en la que concurren muchos elementos externos y, las más de las veces, desconocidos e inciertos.

Juzgar a posteriori, sin la debida contextualización, sin entender que los actores de la toma de decisiones son múltiples, con diferentes cuotas de corresponsabilidad y, también, la influencia de la suerte, para valorar una relación decisión-resultado, no solo es un error, sino trasladar la causa del escenario final a un determinismo guiado por el azar. Aprendizaje, experiencia, responsabilidad, compromiso y apuesta son elementos esenciales del resultado, del proceso de toma de decisiones (más o menos explícito) y consustancial al rico a la vez que complejo día a día. Esta larga cadena de decisiones sí ofrecerá, en el tiempo, la calidad traducida en resultados.

Un mundo incierto y complejo no es la excepción, sino el campo de juego en el que han de darse los procesos de toma de decisiones. La calidad de los mismos, su propósito, el compromiso compartido en su ejecución, suponen la sabia indispensable para su logro conforme a lo previsto. Sin embargo, insuficientes, para garantizar un resultado concreto. Sin un proceso de calidad con dichos ingredientes no cabe esperar “buenos resultados”, pero aún con todo ello, desgraciadamente, sí caben malos resultados. En todo caso, la esencia diferencial consiste en “hacer buena la decisión tomada”.

El horizonte a largo plazo, las estrategias para conseguir superar los desafíos que enfrentamos, obligan a la toma de decisiones, de calidad, y a las apuestas clave, siempre basadas en una inevitable información imperfecta. Alta responsabilidad, no siempre reconocida.