Sociedades y Economías inclusivas

(Artículo publicado el 24 de Marzo)

El 70% de los ciudadanos vascos encuestados para diferentes estudios demoscópicos, de una u otra fuente, orientación o ideología que los dirigen y programan, manifiesta sentirse suficientemente o muy satisfecho con su estado y calidad de vida, muestra su confianza en el futuro y engrosa los indicadores que permiten calificar a nuestro país en el ranking superior de las ciudades región y naciones occidentales (espacio privilegiado en el contexto mundial) en términos de bienestar y prosperidad. En torno al 94% de la población económicamente activa tiene trabajo, la media salarial es la más elevada del Estado, así como su ahorro y renta disponible, destaca el índice de formalidad de su empleo. El índice GINI (el indicador más aceptado mundialmente para identificar la desigualdad y la pobreza) nos sitúa en primerísimos puestos de igualdad, constatación  del acierto, bondad y eficiencia persistente de las políticas sociales que nos han permitido generar y mantener una extraordinaria y persistente acción preventiva, protectora y garante de la salud, el bienestar, la Seguridad Social del país y de sus ciudadanos, atendiendo de manera especial a las poblaciones más desfavorecidas o vulnerables, con políticas y prácticas de equidad, solidaridad y equilibrio fiscal presupuestario. Red de bienestar, esencial, sobre la que se ha podido construir una extraordinaria política industrial y generadora de empleo, de calidad, formalidad, seguridad, confianza en el largo plazo y capacidad de innovación y conectividad a lo largo del mundo, lo que permite su sostenibilidad y desarrollo. Apuesta por una estrategia de modernización e internacionalización de una economía en innovación constante, soporte esencial de este resultado en términos de desarrollo humano sostenible. Situación determinante para afrontar nuevos desafíos, desde su destacado capital humano e institucional, facilitando un sistema educativo para todos y una destaca Formación Profesional, potenciadora de una distinguida red de ciencia y tecnología. Políticas capaces de generar riqueza y ahorro, una creativa infraestructura y actividad cultural más que homologable a lo largo del mundo, así como una amplísima infraestructura y oferta creativa-cultural homologable con los principales nodos de referencia internacional. (Situación similar a la de otros jugadores de primer nivel, algunos claramente mejores que nosotros y a los que debemos señalar como referentes para el camino por recorrer).

Euskadi, es, de esta forma, “miembro” de ese grupo de países en los que la confianza en su futuro es muy coincidente y sus apuestas estratégicas contienen espacios similares y compartibles. No obstante, desgraciadamente, también destacamos en una serie de “farolillos rojos”, que lastran el potencial de respuesta a los nuevos desafíos que hemos de afrontar. Así otros indicadores preocupantes nos sitúan liderando el absentismo laboral, el descenso de nuestra productividad económica, el número de huelgas o paros y movimientos asimilables, el número de días de paralización y bloqueo de acceso a las ciudades y centros de trabajo o servicio, manifestaciones violentas y ocupación ilegal del espacio público. Si adicionalmente nos vemos inmersos en la escasamente edificante imagen que transmite una degradada política estatal, con un gobierno que parece dirigir el país a través de twitter (o X), un Congreso sumido en el insulto y una confrontación absoluta, tema a tema, al margen de su potencial efecto real, y el cada vez mayor desencuentro y desafección por la verdadera y necesaria política y gobernanza de largo plazo que afronte el futuro con rigor y firmeza, no debe extrañarnos el alejamiento de la objetividad de indicadores, elevando a categoría los  fallos, ausencias o ineficiencias, cuestionando el no logro de expectativas o demandas sociales. Quienes no disfrutan de empleo digno, de los derechos plenos que les corresponden, de los bienes del Estado de bienestar, de las diferentes atenciones que como ciudadano merecen, caen en la desafección y viven las desigualdades no inclusivas deseadas.

Así las cosas, vivimos cada día, con mayor intensidad, el camino hacia sociedades duales lejos del objetivo de lograr sociedades inclusivas (más allá de los porcentajes de unas y otras y, por supuesto, de sus geografías y posicionamientos de partida, tanto en sus economías y niveles de desarrollo, como de sistemas sociales plenos que les garanticen una vida en condiciones). Si persistimos en que una parte de la población acceda a empleos asegurados de por vida, aunque la sociedad y sus necesidades cambien y requieran una inaplazable redefinición de sus estructuras, gobernanza, sistemas de acceso y provisión de perfiles innovadores con condiciones laborales y profesionales distintas, incorporando cualificaciones profesionales en continua transformación armonizable con las sucesivas transformaciones que los nuevos desafíos exigen, en un marco de incertidumbre y complejidad inevitables, mientras otra gran parte, mayoritaria, ha de vivir a la búsqueda permanente de empleo y seguridad, día a día, iremos generando una brecha de insatisfacción. Por no añadir las enormes diferencias geoeconómicas a lo largo del mundo, además de la inminente revolución por venir en el futuro del trabajo, tanto en su concepto esencial, confiriendo acceso al espacio de oportunidad que las sociedades y economías ofrecen (o deben ofrecer), como en su propio contenido, sus nuevas fuentes y condiciones de empleabilidad y los nuevos roles condicionados por el impacto de las tecnologías en curso, su regulación y los ritmos de incorporación a la sociedad. No es de extrañar, así, que la primera preocupación de la población (pese al altísimo nivel de empleabilidad en nuestro país), sea precisamente el empleo hoy, y, sobre todo, mañana.

El “futuro del trabajo” es una de las mayores preocupaciones de la prospectiva mundial. Todo un proceso que habrá de provocar nuevos conceptos y estrategias transformadoras. Luces rojas y/o fuentes de oportunidad que, además, ponen en juego la recuperación e interpretación de la productividad de la economía, que deba servir a los objetivos buscados. En un momento, en el que el concepto aparecería denostado por asociarse a un enfoque negativo, discriminador y visto por algunos como un “castigo divino” o demonio del “capitalismo”, y no como motor determinante de la generación de riqueza, ahorro, inversión, empleo y bienestar social, fuente de crecimiento (también inclusivo y sostenible), retando a combatir y mitigar la brecha separadora. La heterogeneidad laboral, además, afecta de manera muy diferente a grupos etarios, industrias, empresas, profesionales con o sin cualificación y/o acreditación de sus capacidades, conocimientos y desempeños, por no mencionar geografías, sexo… determinando diferentes grados de inserción laboral y brechas claras para la consecución de cualquier sociedad inclusiva.

A su vez, si bien parece compartible el entendimiento de una imprescindible apuesta por la economía inclusiva, su alcance, grado, lugar, nivel y tiempo de logro, no resulta evidente. Ni es fácil de definir con exactitud, ni mucho menos su logro. En estos días, vuelve un permanente debate en los círculos de pensamiento económico, foros de economía social y gobiernos, preguntándose por el verdadero significado de una economía inclusiva, más allá de la clásica definición de Naciones Unidas, cifrándola en una cantidad referente, monetizable, en términos de ingresos por encima de un teórico umbral de pobreza, proponiendo términos que garanticen la capacidad de superar un mínimo de subsistencia relativa con desigual distribución geográfica y estratificación poblacional, avanzando hacia una ansiada capacidad de acceso a las oportunidades, de construir una forma de vida  autónoma, generar el ahorro y capacidades que posibilitan no volver a caer en el umbral anterior. Avanzar en este recorrido supondría contemplar nuevos elementos clave equivalentes en gran medida a los llamados determinantes socioeconómicos de la salud (agua potable, transporte y movilidad, accesibilidad a los centros esenciales de oportunidad, vivienda, alimentación y nutrición suficiente y saludable, psico higiene y salud mental, empoderamiento en la comunidad en que se desenvuelva la gente). Sin duda, nadie cuestiona los determinantes socioeconómicos que inciden en toda política y objetivo integral exigible por toda sociedad con aspiraciones de bienestar y prosperidad. ¿Es alcanzable?

Este movimiento natural, con diferentes reclamos, nombres, alcances, a lo largo de los tiempos, con avances claros en las últimas décadas, pero distante en sus objetivos finales, en su cobertura universal, y en las capacidades reales de toda sociedad y gobierno conocido, exige, por encima de todo, estrategias completas comprehensivas de largo plazo, integradas o integrales, capaces de movilizar a toda la sociedad sin exclusiones. Se requieren compromisos reales, concertar actores, planes, recursos, tiempos, partenariados público-privados, público-público, locales y globales, con interacción en todos los niveles de gobierno y administración, con apuestas estratégicas realistas, orientadas a movilizar y coordinar las imprescindibles transiciones que hemos de recorrer desde muy diferentes y distantes puntos de salida. Objetivos incluyentes, convergentes, posibilistas. Son tiempos de grandes sueños, por supuesto, pero seguidos de esfuerzo y compromiso colaborativo para hacerlos posible. Liderazgos comprometidos, asumiendo riesgos, motivando y movilizando equipos compartiendo sueños, haciéndolos posible. No es cuestión de opciones o posiciones ideológicas enfrentadas, sino de realismo objetivo que obliga al cruce de disciplinas, conocimientos, capacidades, perfiles absolutamente diferenciados que posibiliten su convergencia alineada con multi objetivos complejos y cambiantes en el tiempo, tanto por acciones propias como por factores exógenos, que ni decidimos, ni las más de las veces corresponden a nuestros ámbitos de decisión directa.

Hoy queremos (o manifestamos quererlo) exigir de los demás y de nosotros mismos, construir nuestros proyectos de vida, futuro profesional, nuestros deseos personales, los grupales o colectivos de los que nos sentimos parte activa, a la vez que “salvar el planeta” para el disfrute de nuevas generaciones. Por supuesto, “todo a la vez”.  Pero… prioridades, compromisos y esfuerzo sostenidos y sostenibles en el largo plazo resultan imprescindibles y demandan sensibilidad también, intergeneracional. Recientemente, el CIFS (Centro de Investigación de futuros y estrategia danés), introducía un informe sobre el barómetro de escenarios y deseos de futuro en Dinamarca recordando una serie de elementos intrínsecos a toda estrategia y prospectiva: “Navegar la complejidad y la incertidumbre, combatir la ansiedad sobre el futuro, generar una mentalidad positiva para el cambio, es la mejor manera de ayudar a la gente y a los organismos para imaginar trabajar con y para cambiar su futuro”, y nos recuerda que “el futuro no le pertenece a nadie y, a la vez, a todos”. El futuro será de quien se comprometa y esfuerce en hacerlo suyo.

En definitiva, el gran desafío pasa por apropiarnos de nuestro futuro. Ganarlo.

Si queremos una sociedad inclusiva, hemos de desarrollar una economía inclusiva a su servicio, y eso requiere una auténtica agenda y estrategia para la inclusividad más allá de buenas intenciones y mejores palabras. El tiempo apremia. Nuestro futuro no vendrá algún día. Ya está en marcha, está entre nosotros y solamente depende de nosotros mismos.

Competitividad más allá de la competencia

(Artículo publicado el 10 de Marzo)

Ya en muchas ocasiones he insistido en el uso erróneo de los conceptos y el lenguaje, que tantas confusiones, equivocadas interpretaciones y peores estrategias y políticas, suelen asociarse al concepto de la tan extendida competitividad. La necesidad de añadirle un adjetivo (en solidaridad, económica y social, con rostro humano, por ejemplo) demuestra su mala comprensión y entendimiento del concepto, de su esencia y de la importancia que conlleva.

Ya el propio Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard, en su página web, inicia su apartado sobre “competitividad y desarrollo económico”, preguntándose qué es lo que explica que determinadas regiones o naciones sean más prósperas que otras y qué es lo que facilita que algunas empresas innoven y crezcan, para concluir que la competitividad es la única manera de alcanzar el crecimiento sostenible del empleo de calidad, de la mejora de los salarios y de elevar los estándares de vida de su población, si bien el concepto no está suficientemente entendido. El marco que lo define exige entender el entorno de la actividad económica, los modelos de negocio en el que operan las empresas e industrias, los clústers que lo posibilitan o potencian, los diferentes estadios de desarrollo en el que se encuentra el territorio-espacio-ecosistema requerido, el papel y políticas que desempeñan sus gobiernos, la calidad focalizada y debidamente articuladora de los diferentes jugadores desde entidades facilitadoras, el capital humano e institucional asociado y la estrategia económica país.  Sin embargo, la simplificadora confusión entre competitividad y competencia, refuerzan su mal uso que, desgraciadamente, termina extendiéndose a las positivas e imprescindibles estrategias y políticas al servicio del bienestar de las sociedades a lo largo del mundo.

La competitividad supone un verdadero esfuerzo y compromiso colectivo en el que “prácticamente todo lo que hacemos importa” y define el resultado final. Se trata de coopetir (competir y colaborar a la vez), de generar partenariados o alianzas cuya suma diferenciada da lugar a beneficios para todos y una adicional creación de valor al servicio de todos los intervinientes que, además, superan con creces a las partes directamente implicadas, abarcando a todos los jugadores intervinientes e interesados (stakeholders), en procesos de cocreación de valor, o de valor compartido, con un bien superior, imposible de conseguirse por separado.

Clarificar este concepto resulta de especial relevancia en estos momentos en los que, más que nunca, la complejidad de los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad exige todo tipo de alianzas entre diferentes, que, de manera inevitable, necesita encontrar espacios de convergencia a la búsqueda de múltiples objetivos. Convergencia de intereses y objetivos que, por encima de todo, han de asumir que cada uno de los implicados debe mantener y procurar sus propuestas y proposiciones únicas de valor, claramente diferenciadas del resto. Sin una propuesta única y diferencial, no existe una estrategia real, generadora de bienestar, de riqueza y de empleo. No se trata de abordar partenariados desde la renuncia de nuestros proyectos individuales, ni mucho menos de logros totalitarios monopolísticos o de singular discriminación excluyente de una sana y necesaria competencia (esta vez sí), incentivación y motivación de logro, motor de esfuerzo, dedicación, compromiso y aspiración individual y colectiva.

Hoy en día, hemos de retomar el esfuerzo por clarificar el entendimiento del concepto competitividad si queremos, en verdad, poner al servicio de la sociedad, de sus empresas, gobiernos, instituciones y de la propia academia, el bienestar y el bien común.  Entendido el concepto y su verdadero valor, podremos adentrarnos en muchos de los elementos clave que la acompañan, descendiendo a muchos de sus factores que, de igual forma, terminan generando confusión y restando valor a su propia esencia. Hace unos días, por ejemplo, asistía con gran interés a la presentación de un extraordinario proyecto “innovador” del compromiso conjunto de una prestigiosa Facultad de Ingeniería y de una nada menos reconocida empresa líder de ingeniería e infraestructura, que patrocinaba “una iniciativa alejada de una donación filantrópica, con sentido impulsor de la necesaria innovación demandada por el país”. Anunciaban la dotación de una elevada inversión en un “clúster de innovación” de modo que la convivencia de diferentes laboratorios contiguos de hasta diez tecnologías disruptivas, permitiría a la Universidad y al país, contar con una herramienta única para afrontar los desafíos futuros. El proyecto presentado no había sido fruto de la improvisación, ni se habían escatimado recursos por parte de la empresa patrocinadora. Habían invertido grandes sumas para estudiar soluciones en varias Universidades y Centros de Investigación en el mundo (destacaban cuatro en cuatro países y geografías distintas), contratado potentes servicios de arquitectura y diseño, e invertido en equipamientos (sobre todo informáticos y de tecnologías de la información), hasta dar con el diseño óptimo y original para “generar un auténtico clúster de innovación”. Una vez más, el concepto clúster (binomio economía-territorio facilitador de la coopetencia, del conocimiento compartido tras objetivos específicos de competitividad conjunta entre todos los participantes y la totalidad del entramado económico, social e institucional, y su permeabilidad aguas abajo) se veía mal interpretado dando por hecho relevante el “espacio físico contiguo o más o menos compartido”, alojando proyectos disociados, escasamente relacionados y orientados hacia apuestas comunes. Sin duda, las instalaciones mejorarán los distintos espacios y prestaciones de cada uno de los laboratorios preexistentes, quizás puedan llegar a facilitar alguna conversación compartida e incluso algún proyecto más o menos colaborativo o un potencial trasvase de personas entre una empresa o laboratorio y otra vecina, pero no supondrá un clúster, ni podrá generar la fuerza de lo que este supone y su virtualidad creativa al servicio de un más que insospechado valor añadido, ni para el conjunto de los actores implicados, y desde luego, quedará muy lejos de articular un elemento esencial determinante de la competitividad buscada, integrador de todos los agentes implicados en el resultado final  perseguible.

Este ejemplo no es ni único, ni raro. Son demasiadas las iniciativas que nos rodean a lo largo del mundo con la etiqueta y paraguas clúster, como si todos debamos poner un “clúster” en nuestra vida, improvisando, bajo su denominación o traducción todo tipo de iniciativas, instrumentos o concentración de actividades y personas. Desgraciadamente, sea por desconocimiento, prisas, copias simples o incluso por reticencias personales a utilizar términos acuñados por otros, proliferan denominaciones que generan confusión con escasa aportación de valor diferencial. Esto que podría parecer una simple anécdota, tiene una vital importancia en los tiempos que corren. No ya por que se le quiera llamar de una manera u otra, sino por el peligro de quedarnos en la superficie sin profundizar en su esencia. Hoy, la literatura económica, académica, científica y política, vive con inusitada energía (afortunadamente) un nuevo viaje hacia la fuerza de la política industrial como elemento clave en el desarrollo socioeconómico de los países, regiones y naciones y las estrategias de competitividad ponen un especial acento en la recuperación del tan olvidado y descalificado factor local. El nearbording, la resiliencia territorial, la recomposición de las cadenas globales (cada vez menos globales, más regionales, locales o glokales) reclaman el peso y consideración del territorio y áreas base y promueven recomponer o desarrollar verdaderos tejidos económicos-sociales-institucionales completos, facilitando la interacción coopetitiva de sus principales actores, coopitiendo en estrategias diferenciadas, encontrando su nicho y nuevos roles en el amplio especto mundial en el que nuevas reglas de la geopolítica, nuevo pensamiento económico a la búsqueda de mejores comprensiones y respuestas a los desafíos mundiales, permitan fortalecer soluciones, cocreando valor. Así, generamos HUBS, corredores, ecosistemas…, llenos de sentido (necesidad irrenunciable, fortaleza absolutamente imprescindible), optimización de recursos, mejor asignación de ayudas públicas facilitando la identificación de empresa y actores tractores que posibiliten el acceso a los objetivos compartibles del  entramado pyme y micro pyme, y  que sin ellos tendría enormes dificultades de acceso a las oportunidades brindadas, pero dejamos al azar o para mejores tiempos, el difícil trabajo previo que los haría exitosos: las reglas de las alianzas y de los objetivos compartibles, el verdadero sentido y propuesta única de valor, su gobernanza, las reglas claras de su financiación y la distribución coste-beneficio que habrá de generar, su tiempo esperable de relación, los límites a su compromiso y, por supuesto, su continuidad en caso de fallos no esperables en su financiación pública o punto de ruptura para hipotéticos desencuentro no esperables. La búsqueda asociacionista de la integralidad imprescindible para superar el desafío de turno.

En definitiva, no es cuestión ni de palabras, ni de purismos. Es cuestión de construir verdaderas estrategias para la competitividad de un territorio, de sus empresas, mejorando sus niveles de bienestar, riqueza y empleo.

Solamente entendiendo conceptos y profundizando en ellos, podremos adentrarnos en la mejora y actualización permanente de modelos, marcos, contenidos al servicio de los verdaderos objetivos esenciales que este mundo cambiante nos demanda. Pocas veces en nuestra reciente historia hemos contado con un consenso tan amplio por la apuesta, reclamo y validación de las políticas industriales, “con mayúsculas”, cuyos resultados han demostrado la mejora diferencial de quienes han apostado, de verdad, por ellas, aprendiendo y construyendo, día a día, con la participación inclusiva de todos los que hacen posible su éxito. Más allá del instrumento, la formalidad en el empleo, la minoración de la desigualdad (personas, regiones, comarcas, naciones), la colaboración y competencia simultáneas y la interacción de todas las diferentes políticas públicas bajo el paraguas de estrategias industriales, innovadores y socialmente responsables, han florecido y fructificado.  Una buena base para el futuro.

Las decenas de miles de actores que han dedicado su esfuerzo a la construcción de verdaderas estrategias de competitividad, rigurosas y arriesgadas políticas industriales, a clusterizar la economía a lo largo del mundo, saben del largo plazo de intenso trabajo requerido para su logro, y las naciones y regiones que las han acogido de manera activa y no como un mero contenedor, contemplan su fortaleza e impacto diferenciado, traducido en mayores niveles de bienestar, productividad y desarrollo humano sostenible que sus apuestas han facilitado. Saben lo que es la competitividad, han cultivado el trabajo colaborativo y han experimentado el valor de cocrear riqueza junto con innumerables actores, trascendiendo de sus políticas e intereses particulares, legítimos, mucho más allá de competir, obteniendo beneficios colectivos, también.

¿Abordar los desafíos de una nueva era?

(Artículo publicado el 25 de Febrero)

La reciente convocatoria electoral al Parlamento Vasco a celebrarse el próximo 21 de abril, dando lugar a la configuración de un nuevo gobierno, se produce en un contexto de polarización mundial entre extremos caracterizados bien por quienes, ausentes y obstaculizadores de lo construido hasta el momento, proclaman la necesidad de nuevos ciclos que se supone resolverían todas las demandas exigibles por sociedades con sensación de insuficientes respuestas a todo lo demandado para hoy, a la vez, en todas partes, culpabilizando a los gobernantes en ejercicio de fallos o insuficiencia en sus políticas y soluciones esperables, mientras se autoproclaman como nuevos actores que pretenden pasar del no al todo, a la  promesa salvadora de un paraíso idílico que llegaría de sus manos, aparentando haber sido ajenos a lo sucedido hasta el momento. Su activa oposición a iniciativas constructivas se esconde tras la máscara de la novedad y la falsa ausencia de protagonismo destructivo. Confrontan su alternativa a quienes, desde la responsabilidad de afrontar las dificultades, se han responsabilizado de la construcción de la situación actual, liderando e impulsando el camino hacia un futuro mejor para las sociedades de las que forman parte, a la vez que sirven desde su vocación de servicio y aspiraciones de lograr un mundo mejor.

Coinciden los tiempos con el anticipo de un artículo a publicar la próxima semana en el número de marzo en la revista Finance and Development, “abordar los desafíos de una nueva era: contra la regla general de la economía”, del prestigioso economista Dani Rodrik (profesor de Política Económica Internacional en la Kennedy School of Government, de la Universidad de Harvard). Rodrik aborda el cómo “los problemas de mayor impacto en nuestro tiempo exigen remedios pragmáticos apegados a la realidad del contexto en que se desarrollan”, y recurre a dos elementos clave para exponer sus ideas y sugerencias: la etiqueta en boga del NEOLIBERALISMO como corriente simplista y descalificadora de todo lo realizado por quienes han participado de una corriente del pensamiento económico predominante, y lo que plantea como ¿“un nuevo entendimiento del futuro de la globalización”?, para orientar lo que cree debe ser un nuevo papel esperable del pensamiento económico más allá de posicionamientos simplistas y generalistas, además de únicos.

El mencionado artículo resulta pertinente y adecuado a mi referencia inicial. Una amplia ola de convocatorias electorales dominan el horizonte a lo largo de este 2024 y, como no puede ser de otra forma, supondrán el contraste y apelación a diferentes modelos: los aspirantes a gobernar hablarán de cambios de ciclo, se aludirá a diferentes y “nuevos” desafíos, escucharemos “alternativas mágicas” que vendrán de la mano de quienes no han contribuido con soluciones realistas o experiencias exitosas, y pretenderán descalificar a “sus oponentes” sobre la base de etiquetas que enmascaren la complejidad de la realidad que prometen transformar. Es en esta línea en la que cobra relevancia especial la apelación al neoliberalismo como pensamiento económico supuestamente responsable de todos los males que afectan al conjunto de sociedades, naciones y personas a lo largo del mundo, señalando sus fallos con una extensión generalizada dando por sentado que las políticas implantadas en diferentes países han sido las mismas y responden a guías, remedios e instrumentos idénticos, bajo el “pensamiento único” de gobiernos que optaron por ponerse en manos del mercado, por dotarse de una arquitectura fiscal y presupuestaria concreta, por renunciar a políticas de economía real, por propiciar una continua especulación financiera con un desmantelamiento de los servicios públicos, por una permanente inhibición de los gobiernos en sus roles y políticas públicas, por acceder al caramelo irresponsable de una desmedida privatización, a una maligna vocación de hundimiento de las clases medias y de una deseada ausencia de atención a las poblaciones más vulnerables, ajenos a los desafíos de una economía por llegar. Rodrik destaca cómo ha sido precisamente la etiqueta neoliberalista la que ha pretendido explicar los resultados que las diferentes políticas económicas que se han llevado a cabo a lo largo del mundo han terminado con unos resultados insatisfactorios destacando, cómo este mensaje y políticas extendidas han calado (debidamente instrumentalizadas desde quienes obtienen frutos acordes con sus intereses particulares) sin, peor aún, evaluar lo aplicado y comprobar si lo que dicen que se ha producido es una apuesta neoliberal o no lo es. Maligna etiqueta que penetra como la plaga mortífera del adversario. Con Rodrik, neoliberalismo supone la prioridad en la expansión de los mercados (en especial en términos de globalización) y el rol a desempeñar por los gobiernos poniendo restricciones específicas a su intervención, un desmantelamiento de sus administraciones y servicios públicos y una supeditación exclusiva a la rentabilidad y beneficios económicos, financieros y de capital. Movimiento de “pensamiento único” trasladado a foros internacionales de decisión global, huyendo de la diferenciación local, de sus contextos, de sus bases y fortalezas (y debilidades) de partida, y de las necesarias aspiraciones específicas para futuros diversos, atendiendo a las comunidades y naciones a las que han de servir. Pensamiento y proceso que ha generado ganadores y perdedores.

Dicho esto, se pregunta si son estas las políticas que han aplicado los países que sí han tenido éxito. Observa cómo el mundo de la economía ha sido testigo del récord de crecimiento de la economía mundial (sobre todo, en países en desarrollo y menos favorecidos) y una considerable mitigación de la pobreza extrema y la desigualdad. “Neoliberalismo” es la etiqueta descalificadora que el populismo reinante utiliza en su confrontación con el gobierno a sustituir y les posibilita la autoexclusión de su responsabilidad en los problemas generados.

Sin embargo, el autor reseña, cómo si observamos los países con mejores niveles de desarrollo, con menores niveles de desigualdad alcanzados, a lo largo de estas décadas, constatamos que son precisamente aquellos cuyas políticas no responden ni al esquema neoliberal, ni mucho menos al estatalismo de mando único totalitario o de bajos niveles democráticos. Estos países exitosos y referentes apostaron por estrategias y políticas industriales, por desarrollos económicos inclusivos aplicando políticas sociales y económicas a la vez, por inversión pública significativa, por potenciar sus instituciones, por intervenir en la economía desplegando todo tipo de instrumentos de promoción económica, generando múltiples empresas públicas, lideraron procesos coopetitivos con su tejido económico empresarial privado y social, fortalecieron su capital humano, potenciaron su interconexión con el mundo desde su propio coprotagonismo, se apropiaron de su propio futuro y trabajaron contra corriente para llevar adelante sus aspiraciones estratégicas en beneficio de sus ciudadanos, transitando hacia nuevos espacios de futuro, potenciando administraciones públicas de calidad y eficiencia de servicio, a la vez que velaron por su sostenibilidad, suficiencia presupuestaria y redes de bienestar para toda su población. Cualquier observador objetivo, no interesado en destruir lo construido, y entendedor de la realidad y de los verdaderos retos de futuro, encuentra en el País Vasco de hoy, por ejemplo, todo un ejemplo de estrategias anticíclicas y anti neoliberales. El modelo vasco de desarrollo humano sostenible ha dados sus frutos. Puso en valor la industria manufacturera como base cultural, económica y social de máximo potencial en torno a la cuál desplegar una intensa red de bienestar, facilitadora del reparto de beneficios y costes sociales y económicos, potenció el empleo de calidad, formal, de largo plazo, la generación de empleos de alta cualificación, empleabilidad y rentas dignas, la educación,  la salud y el bienestar social universal al servicio de la población con especial atención a las capas más vulnerables de la población con la máxima erradicación de la pobreza y la desigualdad, la preparación de las infraestructuras que evitarán su marginalidad en la periferia europea (aunque quienes se empeñaron en destruir y se proclaman, hoy, portavoces de nuevos tiempos, torpedearon, paralizaron, atacaron y convirtieron en demagógicos objetivos anti país) y hoy critican largos plazos en la ejecución de proyectos, supuesto déficit planificador o retraso en la apuesta por determinadas tecnologías o soluciones cuyo desarrollo impidieron desde su oposición ideológica.

Por contra, quienes siguieron al pie de la letra el mantra de la globalización y renunciaron a decisiones propias, ahondaron su distancia y son, precisamente, quienes hoy han de reconducir sus fallos aprendiendo de quienes han marcado una pauta distante y distinta y son objeto de aprendizaje, admiración y seguimiento. Si se quieren etiquetas, aplíquense con objetividad a decisiones y comportamientos reales.

En realidad, sabemos que la economía es, sobre todo, una manera de pensar y no un manual de inventario guía de políticas únicas y que no puede aplicarse (ni copiarse, ni extenderse) por igual a lo largo del mundo y en todo tiempo. Resulta esencial entender el contexto y adecuar la imaginación innovadora a las demandas y posibilidades de un país concreto. El mundo hoy sabe que las panaceas anunciantes de una distribución única de beneficios para todos no pasan por renunciar al compromiso, a la toma de decisiones con riesgo, esfuerzo y sacrificio y que, menos aún, no pueden dejarse en manos de quienes viven alejados del impacto que las mismas generen.

Son tiempos de grandes desafíos que exigen erradicar falsos mesías y peores promesas demagógicas que tras la descalificación del adversario político, etiquetado tras un mantra absolutamente falso, anuncien un teórico “Estado de Bienestar” que vendría  soportado, por generación espontánea, desde un espacio idílico configurado por un ecosistema público político-sindical-funcionarial que, además de profundizar en la creación de un dualismo social, entre quienes tengan un empleo de por vida al margen de su educación-formación adecuada a las cambiantes necesidades y roles que la sociedad demande de sus administraciones y del resto que habrá de afrontar un complejo proceso permanente de preparación para su empleabilidad y bienestar en un mundo lleno de transiciones, desafíos y nuevos jugadores.

El desafiante mundo de lo que algunos conciben como “nueva era”, se compone, entre otras cosas, de innumerables espacios soberanos, con puntos de salida muy distintos, con demandas sociales diversas y distintas, con actores y agentes socioeconómicos, políticos e institucionales muy diferentes, con aspiraciones y vocaciones variadas y diferenciales. Para este mundo, el pensamiento económico solamente servirá si nos ayuda a ampliar nuestra imaginación e innovación colectiva evitando la receta única. Necesitaremos, sí, nuevas políticas orientadas a generar respuestas a las sucesivas demandas sociales, cambiantes. Soluciones cada vez más interconectadas en el marco de los hoy tan en boga “ecosistemas”, desde capacidades de alianzas, credibilidad y confianza, entendiendo un mundo abierto, pero en el que todos y cada uno de los tan vilipendiados “espacios locales” tienen y tendrán cada vez más, un extraordinario valor diferencial, una mayor capacidad de resiliencia, una mejor y mayor adaptabilidad a los cambios por venir, y a la fuerza creadora y fortalecedora del capital humano. Construiremos un mundo más equilibrado, mitigaremos las desigualdades y ampliaremos la base de esfuerzo, compromiso y aportación colectiva, acreedora de los derechos y beneficios correspondientes. Crearemos nuevos espacios colaborativos, profundizaremos en la codecisión e innovaremos y articularemos nuevas políticas, nuevos instrumentos al servicio de un verdadero bien común por redefinir. Solamente, así como recuerda Rodrik en su mencionado artículo: “aceleraremos las transiciones para los desafíos globales desde la realidad de partida y posibilidades de cada uno, crearemos economías inclusivas, provocaremos el desarrollo económico y facilitaremos la empleabilidad de calidad productiva motivadora y digna”.

Eso sí, habremos huido de falsas promesas y confiado en recorrer tan largo, complejo y motivador trayecto con quienes sí sabemos construirán país-sociedad y no con quienes prometan reencarnarse en algo diferente a lo que han hecho y demostrado hasta ahora.

Elegir modelos… mucho más que un impulso mediático

(Artículo publicado el 11 de Febrero)

Prácticamente la totalidad de análisis publicados apuntan a que 2024 se enfrentará a múltiples desafíos y hechos relevantes entre los que se destaca, de una u otra manera, una significativa celebración de procesos electorales que supondrán la entrada y configuración de nuevos gobiernos a lo largo del mundo, dando por sentado que, más allá del impacto directo que generen en sus diferentes países, afectarán, en función de sus resultados, al ya de por sí complejo tablero geopolítico, a la vez que un potencial deterioro democrático o, al menos, la reconsideración de su ejercicio ante el aparente creciente reclamo de una participación más directa, comprometida y continua en la toma de decisiones, el control de los elegidos y las principales líneas estratégicas y políticas públicas de sus gobiernos.

Con este contexto de fondo, más allá de elecciones singulares de máximo interés, país a país, se destacan las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América, previstas para el próximo noviembre, que parecerían impactar de manera trascendente en nuestras vidas y proyectos personales, profesionales e incluso políticos. Hoy, no hay analista que no sitúe dichas elecciones como foco en el ya complejo tablero internacional, impregnado no ya de múltiples conflictos y mortales decisiones, sino de imprevisibles consecuencias de todo tipo, soluciones o no a una tensionada y potencial crisis económica y, por supuesto, al rol que como jugador de primer nivel pudiera o no desempeñar los Estados Unidos. Así, hoy más que nunca, el “chascarrillo popular” que sugiere que en dichas elecciones deberíamos votar todos, estadounidenses o no, con “mayor relevancia que lo que decidamos en casa”, parecería revestir cierta consideración. No es de extrañar que estemos pendientes y preocupados del proceso que apunta a elegir, en principio, entre dos candidatos y modelos distintos: el expresidente Donald Trump y el actual presidente Joe Biden. Panorama difícil de entender para un espectador externo a quien resulta imposible ver un expresidente con tal cantidad de procesos judiciales abiertos (sobre todo, con el “asalto e incitación al Congreso para impedir o alterar la nueva presidencia democráticamente elegida”). Con un Congreso y Senado totalmente enfrentados, el presidente Joe Biden, parecería situado en bajísimas cuotas de popularidad, transmitiendo escaso atractivo para las futuras generaciones de americanos que pudieran mostrar cansancio, hartazgo y desafección como si su futuro no estaría condicionado por diferentes decisiones y como si la relevancia de la política, los gobiernos y su presidencia no determinarán su futuro, el de su familia y su economía y país. En el exterior, no podemos evitar preguntarnos por la diferente manera en que uno u otro impulsarían o no  la recuperación del rol internacional que Estados Unidos, que como coprotagonista o líder indiscutible, venía jugando en los últimos  tiempos, y el que pudiera desempeñar a futuro, dejando huérfano un nuevo mundo multilateral necesitado de recomponer sus foros y centros de decisión “globales”, su interlocución con terceros dispares, diversos, enfrentados, pese a los esfuerzos de nuevos jugadores emergentes.

Sin duda, el ejemplo estadounidense no es cuestión, solamente, de una persona u otra, de un líder más o menos agraciado o simpático, o de una elección pasiva sin una reflexión profunda sobre el modelo y futuro que tras la misma habrá de ofrecerse a la sociedad, más allá de nuestras propias vísceras, intereses individuales o moda mediática.

Obviamente, no se trata de que “ellos” voten peor que nosotros o que deban elegir a quien desde fuera pudiera parecernos el más adecuado. El último número de “The Economist” titula un interesante y amplio artículo en el marco de un monográfico al respecto, que viene a titular: “La elección del futuro presidente la decidirán los inmigrantes”. Y, por supuesto, no se refiere a la papeleta que no pueden emitir y ni siquiera a aquellos acogidos regular y legalmente en los Estados Unidos (3,1 millones de personas en el último año), sino a aquellos cerca de, nada menos que, 160 millones de personas que, en los principales países de emigración hacia Estados Unidos, manifiestan su voluntad y esfuerzo en emigrar hacia Estados Unidos como su destino ideal para encontrar una vida mejor. “La bomba de la frontera”, principalmente al sur del Río Bravo, concentra masas migratorias, a la espera de arriesgar sus vidas para entrar en suelo americano. La espera impacta, tras un penoso recorrido, en sus poblaciones fronterizas, excediendo la capacidad de respuesta de todos los países origen-destino implicados. Así que, efectivamente, el futuro presidente puede ser elegido indirectamente por inmigrantes sin derecho a voto, a través de las presiones y consecuencias en el exterior, determinantes del impacto generable en el americano elector que, por lo general, muestra su malestar y preocupación por sus consecuencias en su propia realidad vital.

¡A la búsqueda de un mundo mejor! A la vez, a lo largo del mundo, con mayor o menor problema migratorio, las sociedades aspiramos a crecientes y mejores niveles de prosperidad y bienestar. Expresado de una forma u otra, partiendo de diferentes niveles alcanzados hoy, queremos, con total derecho, un mundo siempre mejor. Para ello, esperamos de nuestros líderes, dirigentes, terceros… trabajen, propongan, decidan e implementen todo tipo de políticas y soluciones que nos permitan disfrutar del objetivo esperable (muchas veces difuso o difícil de explicitar) y, se supone, que, en democracia, elegimos la mejor de las opciones y votamos. Elegimos no solamente personas, simpatías o empatías, sino, sobre todo, “modelos reales” que respondan a nuestros deseos e intereses. Es así como decimos querer vivir en una sociedad libre, democrática, igualitaria, inclusiva, próspera, con acceso pleno a la salud, generadora de riqueza y empleo permanente y de calidad, con los mejores servicios públicos posibles (se supone que los entendemos casi infinitos y por tanto gratuitos), con el menor esfuerzo fiscal individual (el nuestro) correspondiente, salarios y empleabilidad asociable a una creciente cualificación y experiencia, conciliación, mejor equilibrio trabajo-ocio… De una u otra forma, no solo queremos verlo en un “programa electoral”, sino que venga de la mano de quienes pensamos pueden hacerlo posible. En consecuencia, nos llevaría a elegir entre modelos y candidatos alternativos.

¿Quimera, brindis al sol, deseo comprometido?

Muy lejos de aquí (no solamente en distancia física, sino cultural, grado y nivel de desarrollo, dimensión, de país y de población), en el resumen ejecutivo del Informe que dirigió el profesor Michael E. Porter al primer Ministro Mori y a su gabinete para acometer “una estrategia transformadora para un futuro mejor en el 2047” (año en el que la India-Bharat celebrará el primer centenario de su independencia) para su ya 15% de la población mundial, transmitía las líneas directoras de lo que se proponía en el amplio, profundo y especializado trabajo realizado junto con la participación de los principales líderes del país y expertos internacionales en las diferentes áreas de actuación propuestas. Decía: “La productividad es el principal vector que lleva a la prosperidad en el largo plazo. Se entiende, por lo general, como la habilidad económica efectiva y eficiente para movilizar las capacidades y fuerzas laborales, así como otros activos para crear valor. Aquí la definimos como algo mucho más que crear valor por y para cada uno de los trabajadores. Supone, también, la habilidad de incorporar al máximo posible de la población implicable con la capacidad y cualificación necesaria para la generación del valor compartido que se requiere en actividades consideradas asociables a la productividad, el país y la sociedad, aplicando políticas económicas y sociales eficientes, integradas y complementarias, a la vez. Hoy tenemos el desafío de encontrar y alcanzar los puntos esenciales de una nueva economía aún por construir o descubrir. Es mucho más que simple eficiencia técnica o tecnológica. Hemos de adecuar la realidad de nuestra sociedad a las verdaderas necesidades y demandas de ese nuevo mundo en que habremos de movernos, aportando verdadero valor a nuestros ciudadanos y no solo consumidores (que también). Nuestro éxito no será a costa de los demás en un esquema de suma cero, sino de la contribución a generar nuevos valores y oportunidades para todos, actuando de manera convergente. Hoy, hemos de vivir abiertos a un mundo exterior con el que hemos de interconectarnos desde aquí, eligiendo aquello en lo que de verdad estemos en condiciones de cocrear y enriquecer nuestras propias fortalezas. Hemos de fortalecer el valor de nuestra localización base o territorio, generando nuevas fuerzas y ventajas diferenciales. Los paises han de tomar decisiones, definir prioridades y elegir. No se pueden hacer todas las cosas a la vez en paralelo. Es un marathón exigente que requiere “escuchar la evidencia” y alinear los ingredientes y pasos con el objetivo buscado, basado en una verdadera estrategia y propuesta única de valor. No valen ni atajos, ni quimeras inexpertas, ni falsas promesas de resultados, sin esfuerzo, caídos del cielo. Hemos de elegir algo consecuente con nuestro país y su sociedad. Y, por supuesto, requerimos un liderazgo probado, demostrado, guía del esfuerzo, el compromiso, la dedicación y la apuesta verdadera y decidida de querer un país mejor, porque será el suyo y de sus próximas generaciones”.

Efectivamente, se trata de optar. Un modelo u otro. Mucho más que un recurso mediático, eligiendo la tripulación con la que quisiéramos emprender una difícil y, las más de las veces, incierta navegación.

Las diferentes sociedades tenemos por delante extraordinarias oportunidades para lograr mayores y mejores niveles de prosperidad, si bien su logro es exigente y el camino está repleto de desafíos. Superarlos requiere compromiso, determinación, saber hacer y, sobre todo, saber a “donde queremos ir”. El “modelo” sí importa, salvo que, como Alicia en el País de las Maravillas, pensemos que tan solo “caminamos y estamos sin pretender ir a ninguna parte”. En ese caso, también estaremos eligiendo.

Viajando hacia nuestra prosperidad a través de la competitividad, el bienestar y la cocreación de valor

(Artículo publicado el 28 de Enero)

En un reciente encuentro de debate y reflexión en torno a los desafíos y perspectivas de actuación y nuevas políticas, para responder a los mismos desde un reposicionamiento europeo, he tenido la oportunidad de compartir (y, sobre todo, aprender con y de mis compañeros de viaje) significativos avances, movimientos y potenciales áreas de futuro, debidamente integradas en una complejidad creciente,  sugiriendo, a la vez, su consideración como fuente de extraordinarias oportunidades para nuestras sociedades.

No es ninguna novedad identificar la concurrencia de múltiples “eventos” o incidencias que están determinando múltiples decisiones y/o escenarios no previstos cuyas consecuencias vivimos y condicionan las diferentes propuestas, posiciones y estrategias de todos los agentes implicados (instituciones, gobiernos, empresas, la academia, la sociedad civil y personas-ciudadanos). El reto principal pasa por la capacidad de explicitar su convergencia, tanto de alcance conceptual, como de acción transformadora, generando un impacto real, positivo e inclusivo, para todos los implicados. Hoy, cualquier discurso político, programa, estrategia o iniciativa que se formula, comienza con una introducción somera y sintética de varios de estos eventos concurrentes; Post COVID, Guerra en Ucrania, Geopolítica y desacople entre potencias y mundos en apariencia cada vez más distantes, tecnologías (sobre todo la inteligencia artificial) en manos de unos pocos jugadores, movimientos migratorios voluntarios o forzados, información falsa y manipulada, fragilidad y erosión democrática… (En mi intervención, “20 Eventos Convergentes para una Nueva Europa”). Desgraciadamente, más allá del valor de su identificación y diagnóstico más o menos señalado y compartido con un amplio mosaico de matices, el paso decidido a la búsqueda de respuestas y soluciones ni es tarea sencilla, ni puede responder a un pensamiento único, ni es decisión individual, ni mucho menos soluble en la inmediatez que pretendemos, bajo el reclamo de “todo hoy, a la vez, con el esfuerzo exigible a terceros y escasa responsabilidad directa de cada uno de nosotros”.

En este marco base, la “Nueva Europa” que hemos de construir, parte de reforzar sus principios fundacionales de colaboración para la paz, la democracia, la libertad, el bienestar y prosperidad de todos sus ciudadanos, desde la esencia de la subsidiaridad y la generación de riqueza compartible en un espacio y mundo cambiantes. Proceso retador que, como sintetiza esta semana la revista The Economist recogiendo opiniones extendidas, “no parecen encontrarnos en el mejor de los momentos, preguntándose: ¿Quién está allí?, ¿A la búsqueda de un líder?, o bien, con mayor grado de escepticismo, ¿Existe la llamada Comunidad Internacional a la que apelamos como salvadora de todas nuestras demandas?”

En esta línea, la “Autonomía Estratégica”, paraguas propuesta de la Unión Europea y su Comisión rectora, parecería guiar el proceder común. Hacer de Europa un verdadero jugador de primera clase, aspirando a coliderar la vanguardia transformadora del mundo. Estrategia para una Europa que se abre a 36 o más miembros, muy probablemente no limitada a los Estados-Nación actuales, sino abierta a naciones y pueblos sin Estado, más orientada al este y mayor simbiosis euroasiática, euroafricana y euro-árabe, con nuevos jugadores, nuevas estructuras confederadas y asimétricas de relación, con inevitables nuevas gobernanzas y, sin duda, una cuestionada inmersión en roles hasta hoy cedidos (o no asumidos) a terceros (defensa y seguridad)…

Sin duda, un apasionante nuevo camino a recorrer en las próximas décadas.

Ahora bien. Esta apuesta estratégica exige, al menos, un “Cuádruple Viaje hacia la prosperidad a través de la competitividad, el bienestar social, la territorialidad y la gobernanza”. Viaje que necesariamente habrá de ser inclusivo, equitativo, corresponsable y co-creativo, con enormes dosis de innovación (económica, tecnológica, social, institucional, política).

Este que llamo “Cuádruple Viaje” no solamente no empieza de cero, sino a partir del largo recorrido que nos ha traído hasta aquí. Es un viaje en curso que obliga a incorporar nuevos itinerarios, adaptarse a experiencias desconocidas, abierto a nuevos acompañantes (y, desgraciadamente, al abandono de otros), con decisiones, atajos (muchas veces equivocados y con consecuencias peores de las ventajas que creíamos obtener), pero que no puede olvidar ni el puerto esperado de destino, ni el objetivo inicialmente previsto, ni, sobre todo, el propósito que nos ha llevado a emprenderlo.

Son muchos los agentes que, a lo largo de esta Europa en construcción han emprendido sus particulares viajes centrados en una de las líneas perseguidas centrada en premisas economicistas “sin alma” como hoy parecería aceptarse con relativa normalidad. Así, una mal entendida competitividad creyendo que se trataba de objetivos y políticas económicas en solitario, olvidando que hablar de “Competitividad” supone abordar, a la vez, los otros tres viajes para el propósito final: mejorar el bienestar y prosperidad de las personas y sociedades en las que vivimos y en las que desarrollamos nuestras actividades económicas. El viaje hacia el bienestar social no es un nuevo acompañante, sino esencia, motor y paraguas para cualquier logro “económico”. De igual forma, no se trata de viajar sin rumbo, a la aventura, hacia ninguna parte. El destino inicial está en un espacio y área base concreta (territorio no como contenedor físico, sino referente de pertenencia, identidad, realidad, conformador de nuestras vidas, determinante de nuestras necesidades, en el que hemos de alcanzar nuestras soluciones concretas, desde el que debemos tejer relaciones inmediatas y próximas, y un espacio “natural” desde el que nos conectamos con la vanguardia mundial). Tres viajes condicionantes/correlacionados de/por una gobernanza (con mayúsculas: facilitadora) garante de la formalización democrática de nuestros trayectos y decisiones en coherencia con el recorrido económico. Cuatro viajes hacia la competitividad, prosperidad y desarrollo social inclusivos.

Afortunadamente, con el paso del tiempo, hoy proliferan las voces y movimientos que ponen el acento en “el viaje hacia la construcción de redes de protección, promoción del bienestar y la seguridad social” como esencia tanto de equidad, como de su insustituible capacidad facilitadora e indispensable para un exitoso viaje hacia una economía competitiva generadora de riqueza y empleo. Además de su justicia y equidad indispensables e insustituibles son, también, fuente de empleo, riqueza y actividad económica en sí mismas. Supone un viaje compuesto por  los bloques básicos de una Economía Social generadora de empresas, actividad económica, riqueza y empleo, abriendo sus fronteras más allá de sus enfoques tradicionalmente concentrados y las más de las veces, relativamente aislados y con movimientos propios  (SALUD como nuevo concepto más allá de la enfermedad y de la asistencia sanitaria), incorporando al mundo socio-sanitario y el desarrollo y atención comunitario integrados en un alcance “ONE HEALTH” (misma calidad para todos en todas partes), transitando hacia su interacción con los nuevos sistemas de promoción, protección y seguridad social, paraguas del verdadero sistema de bienestar de las personas. Motor, también, de la reconsideración de los conceptos empleo-trabajo y del inevitable proceso de redefinición de la gobernanza, su estructura, políticas e instrumentos. Un renovado viaje adecuado a los movimientos y experiencias que hemos venido transitando y recreando: Estrategias de cocreación de valor empresa-sociedad, con una visión compartida y comprometida por todos los stakeholders (agentes e intereses implicados) y la “magia” de la inclusividad. Base imprescindible de nuevas estrategias, políticas e instrumentos.

Esta visualización de cuatro viajes hacia el bienestar y prosperidad, configura una aproximación coherente e integrada para acometer una apuesta estratégica capaz de responder a los desafíos e implicaciones de una amplia cartera de eventos que impactan sobre nuestras vidas, que cambian a enorme velocidad, que trastocan muchos espacios  que hemos venido creando y que nos han permitido y permiten disfrutar, con todas las ausencias y limitaciones aún existentes, un espacio privilegiado de bienestar. Estadio actual que no es garantía de permanencia eterna, Cuádruple Viaje demandante de esfuerzos permanentes en un horizonte de logros inacabables, siempre sujetos a nuevas demandas y exigencias de sociedades, a su vez, cambiantes.

Sin duda, hemos recorrido un larguísimo viaje sorteando todo tipo de desafíos. La sociedad ha sido capaz de construir soluciones, convertir problemas en oportunidades y responder con la solidaridad y compromisos colectivos demandados. Estos nuevos tiempos, una vez más, nos invitan a superarlos.

Tiempos de responder a eventos y desafíos interrelacionados, consecuencias críticas complejas, pero, sobre todo, también, con las herramientas y capacidades para ofrecer respuestas y soluciones convergentes.

Si hoy observamos con inusitado interés y aparente sencilla complacencia la efervescente ebullición de todo un mapa de “ecosistemas” que trascienden de espacio económico para favorecer todo tipo de necesarios partenariados, instrumentos y soluciones colaborativas, combinación de disciplinas, áreas de conocimiento e integración de elementos clave y diversos para transitar por la complejidad, incertidumbre y velocidad de cambio, parecería razonable acometer nuevos espacios interrelacionados de oportunidades a la búsqueda de un futuro deseable y posible, mejor.

El encuentro mencionado al principio de este artículo no concluye con recetas mágicas, ni con un punto final de llegada. Abre nuevas líneas de trabajo, muchas preguntas y un viaje cuádruple coherente que, sin duda, encontrará en su recorrido el liderazgo y guías que el Economist buscaba, ayudará a construir esa inexistente Comunidad Internacional facilitadora de las decisiones requeridas y la capacidad movilizadora de las personas y sociedades a cuyo servicio habrán de dirigirse nuestros viajes entre escenarios y eventos convergentes.

Afortunadamente, desde la experiencia de esta verdadera coherencia de la estrategia de competitividad integral e integrada traducible hoy en estos cuatro viajes complementarios, la apuesta estratégica de desarrollo humano solidario y sostenible practicada en nuestro país (Euskadi), permite hoy, ofrecer la confianza y base necesaria para manejar ese apasionante mundo que hemos de lograr.

Reconstruir la Confianza…

(Artículo publicado el 14 de Enero)

La próxima semana se celebrará en Davos, Suiza, el encuentro anual del World Economic Forum-Foro Económico Mundial, que reúne a miles de líderes mundiales en los ámbitos público, empresarial, académico, think tanks e innovadores y principales agentes transformadores del crecimiento y desarrollo económico y social. Desde 1.954, el Foro posibilita uno de los mayores centros dinámicos de reflexión para la acción, promoviendo todo tipo de alianzas y relaciones entre los principales agentes precursores de los cambios esperables.

Sin duda, ni es el único foro transformador, ni el único lugar de encuentro del intelecto y liderazgo mundial, ni ofrece recetas mágicas, ni todas sus recomendaciones o líneas de actuación provienen de la “montaña sagrada” de la nevada Suiza, ni todos sus interlocutores participan de una única línea de pensamiento o ideología, ni, mucho menos, supone una acción decisoria o lineamiento único que logre el resultado último de generar mayor prosperidad, equidad o inclusividad a lo largo de todos los países participantes. Sí es un intercambio de procesos de generación, debate y esfuerzos colaborativos para abordar desafíos y apuestas de futuro que posibilitan redes expertas, agendas públicas y privadas, herramientas de trabajo y fuentes de ideas, proyectos, iniciativas y oportunidad para quienes, empeñados positivamente en aprender con y de los demás, participan, dando y recibiendo para construir un futuro mejor.

Este año, el reclamo subyacente elegido es la “Reconstrucción de la Confianza-Rebuilding trust”. Convencidos de la principal incidencia de los factores geopolíticos, de la imprescindible  búsqueda de nuevos modelos de crecimiento compartido e inclusivo, de la minoración o supresión de la lacra de la desigualdad, desde su experiencia en procesos coopetitivos y alianzas múltiples público-privadas, y observando el clima de incertidumbre, pesimismo y desconfianza que parece rodear a un mundo cambiante (como siempre), a gran velocidad (a veces más para unos que para otros), sumidos en una multitud de objetivos perseguibles por todos y para todos a la vez, y atentos a una percibida renuncia al largo plazo con supuestas apuestas exclusivas por la urgente inmediatez, con escasos proyectos personales y profesionales de futuro, se resalta la importancia de Reconstruir la Confianza. Así, se incide en empezar por creer en nosotros mismos, en nuestras comunidades y países, en la actitud de trabajar con los demás, de soñar e imaginar un posible y mejor futuro y en la convicción de que las enormes dificultades y conflictos existentes han de ser superados. Esto nos ha de llevar, como paso rector, a reconstruir la confianza en quienes asumen las responsabilidades de liderar el bien común y garantizar el éxito de los objetivos compartibles a perseguir.

En este marco de referencia, fiel a su tradición, uno de los documentos base que el Foro presenta es su Informe sobre los Riesgos Globales, basado en una amplísima encuesta a miles de panelistas, lo que permite ofrecer una visión de los riesgos percibidos, su severidad y prioridad, las expectativas de la gente, variables en función de geografías, grupos de edad y niveles de renta y/o desarrollo a lo largo del mundo. Interesante aportación dinámica, comparando su grado de importancia y comportamiento a lo largo de los años y en proyecciones esperables en los próximos 2 a 10 años. Un estupendo punto de partida a considerar para el diseño de estrategias y acciones correctoras, anticipando peligros más que anunciables.

El Global Risk 2024 destaca, junto con la apelación permanente al aumento de los cambios y condicionantes geopolíticos, a la conciencia y compleja actuación gradual y práctica en su transición ante el cambio climático y la polarización, a la creciente conflictividad (en especial bélica) en diferentes puntos del planeta y a los derroteros que el mundo del futuro del trabajo (más allá de la empleabilidad) pudieran suponer, bajo el buen o mal uso generalizado de la tecnología y la potencial concentración de su control por agentes que pudieran prescindir del marco democrático y del bien común deseable, añade, en esta ocasión, el deformante riesgo de la desinformación.

En este recién estrenado año 2.024, tenemos en el horizonte inmediato un sinnúmero de procesos electorales que darán lugar a cientos de nuevos gobiernos en diferentes niveles institucionales y áreas competenciales, desde los Estados, entes globales o locales. A la vez, desaparecerán miles de empresas, nacerán otras tantas situándose muchas de ellas a la cabeza de “nuevas industrias” para recrear ecosistemas, consorcios, corredores o espacios de actividad económica con diferentes implantaciones y relaciones con sus territorios base y presencias internacionalizadas. El primer reto de los responsables de estos nuevos actores será el de generar la confianza y afección de aquellos stakeholders (todos los grupos de interés) que implican sus áreas de actuación y responsabilidad.

Con esta perspectiva, somos conscientes que, en Davos, como en otros muchos sitios, se aprenderá lo que debe ser la ética y práctica de un buen gobierno, la solidaridad imprescindible para alimentar confianza y construir/reconstruir alianzas, consorcios, multi proyectos, la savia de la colaboración e intentos en superar individualismo limitante y paralizante. ¿Tan alta concentración de valores, talento, liderazgo y recursos incidirán en el comportamiento y toma de decisiones en gobiernos, empresas y agentes transformadores?

Democracia, reconstrucción de la confianza, mantener o generar afección a las soluciones propuestas, información y no desinformación, resultan elementos interconectados e insustituibles. El profesor y destacado pensador Richard Haass analiza los desafíos globales (“The Bill of obligations. The ten habits of good citizens” “Acta de obligaciones: los 10 hábitos del buen ciudadano”) en lo que él llama “la búsqueda de una dinámica democrática” y, destaca lo que podríamos interpretar como la “alfabetización informativa” (estar informado, implicarnos en los procesos de información que nos afectan no siendo meros espectadores pasivos, sabiendo que debemos aprender a discernir entre información, predicción, opinión o propaganda y, sobre todo, entre vedad y falsedad). Debemos preocuparnos e implicarnos de forma permanente sobre los mensajes que se nos transmiten, quién los transmite, el grado de “conocimiento y experiencia” de quien opina y comunica, el medio que utiliza y el contraste fuera de nuestro espacio limitado de acceso a la información, preconfigurado por terceros (medios de comunicación, redes sociales, incipientes tecnologías, etc.).

Adicionalmente, la información, desinformación o falta de información, interconecta con otros riesgos globales que la condicionan y que completan ese mapa de riesgos del que recogemos en el Índice del World Economic Forum: polarización social y política, conflictos interestatales e internacionales, erosión de derechos humanos, violencia y criminalidad internacionalizada, ciber inseguridad, efectos perversos de las tecnologías emergentes. Interconexiones que exigen vigilancia, respuestas y actividad coherente hacia objetivos claros de largo plazo. Son condicionantes clave que están configurando la calidad de nuestras deterioradas democracias y modelos de gobernanza.

Si observamos el Índice de Democracia Global que ofrece The Economist Intelligence Unit, basado en cinco categorías: procesos electorales y pluralismo, funcionamiento del Gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles, observamos cómo de los 167 países-ONU, aquellos calificados en el grupo de “democracia plena”, tan solo llegarían a 24, si bien solamente 9 de ellos alcanzarían la puntuación superior al 9 (sobre 10) y cumplirían con todos los criterios en la puntuación superior.

Llama poderosamente la atención cómo, más allá del formalismo estructural de los procesos participativos, pluralismo, cultura política y funcionamiento del Gobierno, este último cae de manera estrepitosa. Asistimos, día a día, a funcionamientos y actuaciones que erosionan la verdadera visión que les corresponde, fomentan sin reparo la intromisión en roles de terceros y se someten a todo tipo de atajos para evitar el verdadero control y participación democráticos de los gobiernos, con escasas propuestas de valor diferenciado más allá de un aparente empeño en mantenerse en “el poder” en un plazo limitado, táctico y escasamente estratégico y transformador.

Y mientras esto pasa en los gobiernos, en el seno de múltiples Consejos de Administración de las empresas, los informes independientes sobre el bueno gobierno corporativo destacan el escaso cumplimiento real de los Estatutos y normas que los rigen. Un Informe de Russell Reynolds (“Caminando por la cuerda floja de la Gobernanza”) analiza las tendencias y preocupaciones globales de los Consejos de Administración de cualificadas empresas líderes mundiales, destacando el escepticismo generalizado sobre la calidad de sus propios Consejos de Administración y su distante alineación y compromiso de muchos de sus ejecutivos y directivos, el grado de maduración, entendimiento y asunción de las visiones y estrategias encomendadas. Su preocupación aumenta al considerar que el rol que cada vez más se exige a un CEO o máximo ejecutivo, no solamente trasciende de su eficiencia-eficacia operativa y de gestión, sino que ha de ser, a la vez, estratega y visionario, líder (interno y externo), principal comunicador creíble de sus propuestas de valor y modelos de negocio y, comprometido co-creador de riqueza y bienestar con las sociedades y comunidades en las que su empresa esté presente. Responsable de ganar o reconstruir la confianza de todos sus stakeholders, no solamente en sus servicios y productos o soluciones, sino en la convicción informativa, a terceros, del cumplimiento de estrategias multi objetivo, económicas, sociales, sostenibles y de buen gobierno. Las empresas, concluye el Informe, experimentan un tremendo estrés ante los nuevos y crecientes desafíos.

Si no cuidamos el verdadero rol de instituciones, empresas y organizaciones y organismos clave, si no cuidamos y ejercemos nuestra democracia, si no nos esforzamos en ser agentes activos y reales de información, si no nos comprometemos con la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos que tenemos por delante (que, exigen visiones y acciones de largo plazo por incómodas que parezcan), fracasaremos en el proceso de Reconstrucción de la Confianza. Sin ésta, las enormes dosis de trabajo colaborativo real no se darán y el logro de objetivos y la superación de necesidades sociales e inclusivas quedará, día a día, más alejado.

Riesgos Globales, ideas y potenciales soluciones, reconstruyendo confianza. Guías, herramientas, opciones. ¿Compromisos y decisiones?

Una revolución tranquila…

(Artículo publicado el 31 de Diciembre)

Hoy hace 31 años, el 31 de diciembre de 1992, el Consejo europeo de Luxemburgo aprobó la Reforma del Tratado de Roma, dando paso a la aprobación del Acta Única Europea, con el triple propósito esencial de crear un espacio único europeo libre de barreras para el intercambio y la cooperación entre los entonces 12 Estados Miembro y sus 320 millones de ciudadanos en la aun Comunidad Europea, la agilización y reforma del proceso de decisión y las más de 300 medidas que el llamado coste de la no Europa (Paolo Cecchini) exigía.

El entonces presidente de la Comisión Europea, fallecido a los 98 años este pasado jueves, 28 de diciembre, Jacques Delors, explicaba su apuesta por una “Revolución Tranquila” cuando asumió, en 1985 la presidencia: “Me planteaba si abordar grandes reformas institucionales y políticas o forzar un cambio profundo en seguridad y defensa o acelerar la unificación monetaria. Mi experiencia como exministro francés de Economía y fiel a los principios de uno de los padres fundadores de Europa, Jean Monnet, opté por establecer un objetivo movilizador y fiar un calendario y medios para su logro. El espacio único europeo sería el desencadenante de todos los beneficios esperables y superadores de las dificultades preexistentes”. Sería en sus palabras, “una revolución tranquila”.

Bajo este paraguas, fue el vicepresidente de la Comisión, Lord Cockfield, quien conformó un equipo para liderar un proyecto “de investigación”, de largo alcance, dirigido por el profesor Paolo Cecchini. Así, la “Europa 1992: una apuesta de futuro o el coste de la no Europa”, se convertiría en la prueba inequívoca del desafío buscado en el iniciático Libro Blanco del Mercado Interior. En enero de 1993, los europeos, estrenaríamos un “Mercado Interior”, tremendamente exigente, que soñaba con generar grandes oportunidades de crecimiento, de creación de empleo, de mejoría de la productividad y beneficios económicos y sociales, nuevas oportunidades de movilidad profesional y empresarial, la elección de los consumidores y superar todo tipo de barreras y obstáculos físicos y de interrelación. Se suponían beneficios compartibles para todos y, se abordaban desde la convicción de Lord Cockfield: “Abogamos por nuestro derecho a prosperar, a lograr un puesto de trabajo digno y a asegurar el futuro de generaciones venideras”. Añadía: “La valentía política, la determinación, el rigor, seriedad, credibilidad y confianza ganada, llegarán y lo harán posible” y señalaba los roles diferenciados de la convergente actuación gobiernos-empresa: “El legislador y los gobiernos deben persuadir a las empresas de sus verdaderas intenciones, fortalecer sus instituciones y provocar caminos de trabajo conjunto”.

Todo un desafío basado en la confianza, en el presente y fe en el futuro.

Extraordinaria convicción, propósito y compromiso que nos ha ayudado a llegar hasta aquí y que, hoy, cobra especial relevancia.

Cuando observamos que despedimos un 2023 con una amplia contestación y más que relativo pesimismo colectivo, en ambientes cada vez más “polarizados” (nueva palabra incluida por la Real Academia española), con crecientes apuestas por salidas y soluciones individuales y escasa perspectiva de futuro o compromisos para su construcción, sumidos en una verbalizada desconfianza ante gobiernos y liderazgos o desprecio al papel del amplio mundo empresarial (del tipo de empresa o sociedades que sean), resulta esencial recordar y valorar las decisiones largo placistas y compromisos retadores que se formulaban en tiempo difíciles y distintos y que, rodeados de incertidumbre y en condiciones críticas, debidamente contextualizados, posibilitaron perseguir caminos de impacto, largo recorrido, transformación y progreso social.

Hace unos días, un grupo de jóvenes volvían de un breve viaje “vacacional” por Bosnia. Les pregunté cómo habían elegido ese destino y su respuesta fue clarificadora: “Hemos leído y oído mucho de la guerra de los Balcanes y siempre pensábamos en un conflicto lejano situado en los finales de la segunda guerra mundial. Tuvo lugar cuando algunos de nosotros aún no habíamos nacido. Fue ayer y aquí, a escasos kilómetros. Hemos conocido in situ el horror de la guerra, sus destrozos, herencia y, también, su esfuerzo, compromiso y capacidad de resiliencia”. Hemos comprobado la artificialidad en el trazado de nuevas fronteras, las razones de vocaciones e identidades diferenciadas y la complejidad de la redefinición de apuestas y estrategias de futuro, además del tiempo requerido para una solución normalizada”.

Sin duda, necesitamos gestionar de manera adecuada la dimensión tiempo como savia clave en la consideración de todo tipo de decisiones y las implicaciones e interrelación que existe entre muy diferentes acontecimientos y hechos relevantes. Hemos de esforzarnos en recordar, una y otra vez, el contexto y tiempos en que se tomaron decisiones que hoy nos parecen irrelevantes o inexistentes como si lo que observamos, padecemos o disfrutamos hubiera caído del cielo, por generación espontánea.

Volviendo a la referencia a Jacques Delors, recordemos que el Estado español tan solo se incorpora a la Comunidad Europea en 1986 tras la entrada de Portugal. El final de sus respectivas dictaduras, “minutos antes”, posibilitó un proceso de adhesión a la vez que alumbraba motivos de esperanza y seguridad democrática para una sociedad que aspiraba a forjar su propio futuro.

Para Euskadi, y en especial para quienes de la mano del Partido Nacionalista Vasco (fundador de los equipos demócrata-cristianos del 1947, conformando la base del proyecto europeo) hemos desempeñado cargos institucionales, Europa (en especial en su concepción de una Europa de los pueblos y no de los Estados) siempre ha sido un norte a seguir. (Queremos más y mejor Europa, aunque no nos guste ni todo lo que hace, ni sus procesos de decisión excesivamente concentrados en los ejecutivos de los Estados miembro y su enorme burocracia, ni el escaso peso de sus naciones no Estado y el poco más que simbolismo representativo de sus diferenciadas regiones y organizaciones institucionales diversos). En esta línea de principios y aspiraciones, nuestra coherencia estratégica nos llevó en aquellos años 80 a profundizar en los desafíos europeos y trasladarlos, con cambios y adecuaciones específicas, a nuestras políticas y proyectos. Así, siguiendo a Cecchini, adaptamos el compromiso del coste de la no Europa y la creación del espacio único europeo o mercado interior, conscientes de lo que sería para Euskadi, mucho más que una revolución tranquila.

No solamente asumimos el desafío de supresión de obstáculos y barreras físicas para participar de un “mercado interior”, lo que suponía afrontar una competencia multi industria que afectaba a todo nuestro tejido económico-industrial, o una modernización de las administraciones para el rediseño de estrategias y políticas públicas, o una reorientación financiera-presupuestaria y una transformación del mundo empresarial, sino un esfuerzo inversor para potenciar la dotación de infraestructuras (más que físicas, inteligentes) y formación a todos los niveles, cara a lograr una verdadera integración en ese espacio por construir. Nunca lo hemos visto como un mercado, sin duda relevante, sino como un verdadero espacio socioeconómico y político de bienestar y progreso social, de paz y democracia, al servicio de los pueblos y las personas. Entonces, eran tiempos de otro enorme desafío: superar nuestra marginalidad. Euskadi no formaba parte del eje central de desarrollo europeo (la entonces conocida como “banana azul” en el corredor Londres-Milán y sus áreas de influencia) y estábamos cada vez más anclados en la periferia. Sin duda alguna, las oportunidades de crecimiento, de desarrollo y empleo y los beneficios económicos del “mercado por configurar”, se alejaban de nuestras posibilidades. Adicionalmente, nuestro punto de partida no era demasiado halagüeño: reconversiones inevitables y dolorosas (ahora cumplimos 40 años del más que simbólico cierre del astillero Euskalduna en el corazón de la Ría de Bilbao y sus consiguientes incidentes y conflictos sociales), desempleo desbordado, conflictividad social y un insufrible terrorismo paralizante. Nuestro viaje hacia Europa requería, también, una verdadera “revolución o reconstrucción” de redes de bienestar y desarrollo social, además de un profundo fortalecimiento institucional. Confianza, credibilidad, compromiso, creatividad y valentía colectiva resultaron imprescindibles para nuestro tránsito deseado. De estos ingredientes surgieron muchas políticas y programas bajo un manto interinstitucional: “Euskadi-Europa 93”. Una propuesta que movilizó todo tipo de recursos, que reasignó presupuestos públicos, desarrolló una intensa agenda europea al servicio de Fondos ad hoc, desplegó multitud de proyectos cohesionados, configuró una base de servicios sociales clave e innovadores, y una estrategia de política industrial como eje vector de las diferentes políticas económicas de nuestras instituciones. Más allá del mercado, apostó por dotar al país (y a sus ciudadanos) de una extensa e imprescindible red de bienestar, verdadera joya que hiciera posible todos los desarrollos previamente indicados. El informe Cecchini se convirtió en un libro de cabecera en nuestros centros de decisiones. Imprescindible a la vez que insuficiente para un pueblo periférico, sin capacidad de decisión directa en el “Club de los 12”, pero consciente de sus oportunidades por encima de sus amenazas. Preparados, entonces, para acometer una estrategia propia de prosperidad y desarrollo en un espacio más allá de un Mercado único o interior, exigente, retador e inevitable, que temíamos a la vez que pretendíamos con esperanzada ilusión.

Hoy, en una renovada Unión Europea de 27, con procesos abiertos de negociación y agendas para nuevas ampliaciones y con un rediseño de “otra Europa del futuro”, si bien con una reflexión inacabada por el parón pandémico, a las puertas de nuevos desafíos, de un nuevo Parlamento y Comisión a partir del próximo año que afrontamos, continuamos queriendo creer en su verdadera transformación y protagonismo.

Tiempos de movilizar ideas, personas y recursos, desde la confianza responsable y la capacidad y compromisos demostrables. Construir nuevos espacios, atendiendo la línea del tiempo.

Recuerdos y reconocimiento para quienes tuvieron la fortaleza y visión necesarios para apostar por un mundo complejo e incierto, desde las oportunidades y no paralizados por obstáculos, problemas y barreras.

Sin duda, mañana iniciaremos un gran y próspero año 2024.

Cocreando valor y desarrollo inclusivo. ¿Nuevas perspectivas?

(Artículo publicado el 17 de Diciembre)

En un reciente encuentro en Boston, con ocasión de la reunión anual de la red de microeconomía de la competitividad (HARVARD M.O.C. NETWORK), creada por el profesor Michael  E. Porter en el Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard,  he tenido la oportunidad de compartir con mi amigo y colega, Amit Kapoor, interesantes conversaciones en torno al sugestivo tema de las “nuevas perspectivas del capitalismo y desarrollo social inclusivo” y que da nombre a una asignatura que imparte como profesor visitante en la Universidad de Stanford. Amit es el presidente honorario y fundador del Instituto de Competitividad de la India y desde su intenso trabajo académico, publicaciones y propuestas de cambio en el pensamiento y comportamiento universidad-empresa-gobiernos, refuerza un destacado protagonismo emprendedor asociado con el desarrollo tecnológico, facilitador de diálogos en torno a la interacción de empresas, gobiernos y economías. Desde su responsabilidad actual al frente el Centro de Estudios India-Estados Unidos de la Universidad de Stanford acerca a estos dos mundos llamados a coopetir a lo largo del tiempo, desde culturas, bases, políticas y roles globales muy distintos. Con Amit, discuto, comparto, aprendemos y colaboramos, desde hace más de 20 años en el viaje personal y profesional que venimos realizando desde diferentes espacios y responsabilidades, habiendo venido realizando, de la mano inspiradora de Michael E. Porter y la amplia red formada con más de 400 profesores y/o investigadores, en  un centenar de instituciones académicas (Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad es una de ellas jugando un papel muy relevante en la red) y un elevado impacto a partir de más de 20.000 Alumni formados sobre los principios del programa M.O.C. (Microeconomías de la Competitividad) desde su progresiva inclusión de los principios y principales movimientos transformadores que han venido generando valor, a lo largo del tiempo, en el pensamiento social y económico, no solo entendiendo el estado del arte de la economía, sino, sobre todo, provocando nuevos cambios para una sociedad siempre demandante de nuevas concepciones, aplicaciones y prioridades a lo largo del mundo. Hemos venido transitando desde la base imprescindible de la estrategia (diferenciación, largo plazo y proposición única de valor), de la identificación de las llamadas 5 fuerzas que caracterizan a una industria (hoy con más relevancia que nunca cuando las empresas líderes por lo general no forman parte de una sola industria tradicional, sino de varias de ellas), por la ruptura del concepto clásico y limitante del pasado en términos de sectores para dar paso a la clusterización de la economía en un espacio local regional concreto (la microeconomía transformadora) y afectando a todos los actores (gobiernos, empresas, academia, comunidades) que explican el resultado socioeconómico en términos de bienestar para la sociedad. Hemos incorporado dicha base conceptual más allá del crecimiento y del PIB como indicadores de valor, abanderando el siempre complejo progreso social y las bases transformadoras esenciales que se han convertido en el verdadero propósito empresarial: la cocreación  de valor empresa-sociedad abanderando la imperiosa necesidad de hacer de las demandas y necesidades sociales la fuente de diferentes modelos de negocio de las empresas líderes mundiales, el rol resiliente y diferenciado en cada una de las piezas que componen su creciente constelación de cadenas de valor en lo que los agentes públicos, económicos, sociales han de jugar papeles diferenciados, incorporando un valor imprescindible: la inclusividad.

En este largo camino el rediseño permanente del propósito empresarial, de sus modelos de actuación en compromiso permanente con su área base a la vez que con todas las comunidades a las que la internacionalización le lleva a estar presente, así como el diseño de políticas y arquitectura pública (más allá de la regulación, control, incentivación y fiscalidad), resultan imprescindibles y han de contemplar  el insustituible papel de liderazgo para sociedades sostenibles, inclusivas y capaces de afrontar el ya de por sí complejo reclamo de nuevos horizontes, nuevos objetivos en un espacio que llevaría a ofrecer todo tipo de soluciones a todo, dar valor a todos a la vez, todo ilimitado, todo hoy, como aparente reclamo social extendido. Así, en un mundo siempre sujeto a riesgos, incertidumbres y espacios imprevistos, las diferentes sociedades y sus respectivos actores hemos de afrontar nuevos retos que, además, exigen resolver nuestras demandas de bienestar hoy y mañana, salvando, a la vez, el planeta y sin embargo parecemos olvidar la importancia de un mundo finito, de recursos limitados que tiene que ordenar prioridades, reasignar recursos y gestionar la siempre compleja,  a la vez que necesaria, máxima participación, compromiso y beneficios compartidos de todos los grupos de interés (stakeholders) implicados. Todo esto en un mundo cambiante día a día con nuevos actores, tanto dominantes, como acompañantes. Si bien todos estos elementos parecen esenciales en la búsqueda de soluciones, nos encontramos también, “con la perversidad del lenguaje” ¿Es este conjunto de ideas y valores los que responderían a situaciones como el de nuevas perspectivas del capitalismo? ¿Invalidaría el apelativo al modelo capitalista preexistente, el análisis y la profundidad reflexiva hacia nuevos horizontes? Son infinitas las etiquetas y adjetivos (muchos de ellos estrictamente de marketing), con desigual valor añadido y diferenciado, en ocasiones más preocupados de una venta personal del autor y que, según su caso, parecerían contraproducentes, encaminados bien a salvar el modelo ante una escasa oportunidad real de construir algo radical y disruptivo. Esta perversidad del lenguaje hace posible que algunos se autodefinan “progresistas” (a saber lo que significa) y parecería que todo aquello que hagan va en beneficio incuestionable de las demandas y sociedades, de todo tipo, y que quienes se cubren con esta etiqueta estén capacitados para  conseguir aquello que se supone pretenden, ganando el beneficio mediático, por lo que  no puedan ser criticados, ni por sus malas prácticas, o equivocadas políticas, o conductas personales tanto en el pasado como, sobre todo, cuando han tenido oportunidad de ejercer decisiones desde órganos de poder, siempre con la oportunidad descalificadora de aquellos (los otros) a quienes culpabilizan de la “herencia recibida” y de la imposibilidad del cambio esperable (sin la responsabilidad de ofrecer resultados medibles), basados en la simple referencia descalificadora de neoliberales o conservadores (tampoco sabríamos muy bien lo que significa).

En  esta línea, un par de interesantes libros publicados por Yanis Varoufakis (que como muy bien explica él mismo, antes de enfrentarse como ministro griego de economía al todopoderoso Banco Central Europeo, a sus políticas anti crisis y a los líderes europeos, además de a su propio partido, del que se terminó marchando para crear un grupo propio, sus lecciones no salían de casa  y no vendía un libro, mientras que hoy no para de publicar con gran éxito de ventas y reconocido prestigio), nos permite reflexionar al respecto un primer intento (supuestamente al alcance de todos): “Talking to my daughter about the Economy. A brief history of capitalism” (“Hablando con mi hija de economía. Una breve historia del capitalismo”), en el que explica a su hija adolescente lo que es el conocido sistema o modelo capitalista centrado en la referencia a la desigualdad y unas breves pinceladas sobre posibles cambios que, a su juicio, permitirían avanzar hacia su minoración o supresión. Más adelante, en su último y reciente libro, (“Techno-feudalism. What killed capitalism?” – “Tecno-feudalismo. ¿Qué ha matado al Capitalismo?”) le permite una profunda reflexión en la que viene a decir que cuando pensaba que el capitalismo desaparecería fruto de nuevas políticas y de nuevos factores (la tecnología y no la tierra o el capital), terminando con el capitalismo de siempre, asistimos a un nuevo modelo transformador que califica más peligroso aún, en favor de un renovado feudalismo en el que los grandes jugadores tecnológicos, empresas potentes, de gran peso en la economía global, recrean el nuevo modelo en un retroceso global, en manos de unos pocos, por encima de los gobiernos, al margen de las democracias, con la complicidad activa o pasiva de los ciudadanos-competidores, que se entregan sin límites a las exigencias contractuales de los nuevos “señores feudales”. ¿Es esto así?, ¿hemos de encontrar nuevas palabras que permitan ir al fondo de los valores, de  los propósitos y factores que permitan una auténtica revolución silenciosa o reforma constructiva, realista, posibilista y que aporte valor transitando hacia una sociedad con cada vez mayor peso del humanismo, de la verdadera democracia, del auténtico propósito al servicio del bien común, a la búsqueda permanente de un mundo mejor, lo más inclusivo posible con la necesaria distribución tanto del compromiso individual y colectivo, como de nuestras responsabilidades y beneficios?. “Stakeholder capitalism”, “Conscious Capitalism”, “Shared Value”, “Economía social de mercado”, “Competitividad en solidaridad”, “Competitividad social sostenible”… son variadas líneas de pensamiento que se entrecruzan al servicio de un mundo mejor en un desafío complejo. Necesitamos acertar en el lenguaje, evitar la descalificación automática por aquellos que, envueltos en una determinada terminología, pretenden desechar movimientos de quienes se esfuerzan en promover cambios reales para la sociedad y no vivir con el complejo de aquellos que se empeñan en sobreponer el envoltorio falso, “etiquetas progres”, desde la incoherencia de un pasado totalitario y prácticas de vida que permiten dudar de su capacidad y voluntad real de construir un modelo o mundo mejor. Si asumimos el siempre difícil fondo de las cosas, si deducimos que dedicamos tiempo a entenderlo y a servir, señalando un nuevo futuro distinto y mejor, en donde terminaremos aprendiendo mejores caminos a transitar, ofreciendo mejores resultados más allá de los nombres, sin duda, estaremos contribuyendo a construir una sociedad mejor, día a día.

Obviamente, en mi encuentro con mi amigo Amit, le sugerí buscar un nuevo nombre para su curso. En este mundo parecería que no hay tiempo, más allá de 30 segundos, para explicar contextos y contenidos. Pero, sin duda, le llame como le llame, será una extraordinaria aportación. Nuevas perspectivas favorecerán nuevos modelos de desarrollo socioeconómico al servicio del bienestar de la población. Ayudará a entender la imprescindible inclusividad, a rediseñar un desarrollo compatible, con un tipo de crecimiento orientado desde las políticas públicas hacia el propósito y compromiso colectivos, debidamente articulado con todos los agentes económicos y sociales clave, favoreciendo nuevos espacios de futuro.