El valor de las ciudades

(Artí­culo publicado en Deia el 29 de Junio)

En 2010, Bilbao recibió el primer premio Lee Kuan Yew de las Ciudades, premiándola por su modelo de transformación y ejemplo referente para las llamadas «Soluciones Urbanas Innovadoras», que habrí­an de guiar la nueva concepción del futuro de las ciudades como auténticas protagonistas de los nuevos espacios de desarrollo económico y social. Dos años más tarde, el premio correspondiente al 2012 fue otorgado a la ciudad de Nueva York, valorando muchas de las mismas razones que llevaron al éxito de Bilbao en un marco de intensa colaboración público-privada, bajo un claro liderazgo de innovación y estabilidad, hacia una ciudad «verde y habitable» a la vez que generadora -de forma constante- de nuevos espacios de emprendimiento, educación e innovación.

Hace unos dí­as, en su tercera edición, el premio 2014 ha recaí­do en la ciudad china de Suzhou, en la provincia de Jiangsu, en el delta del rí­o Yang.

Suzhou no es una ciudad-región desconocida ni recién llegada al primer plano. Sus 2.500 años de historia y su riqueza y herencia cultural han hecho del binomio tradición-progreso su seña de identidad. Con sus 10 millones de habitantes es uno de los ejemplos de la irrupción china de los últimos 30 años, aprovechando el fuerte tirón de crecimiento económico (en torno al 10% anual en las primeras dos décadas) hacia objetivos un tanto especí­ficos y diferenciados respecto de la media china observable. Así­, de la mano de sus iniciales «Master Plan» de 1986 y su actualización en 1996, ha sido capaz de integrar la búsqueda de 3 ejes vectores como pre-requisitos orientadores de su nueva estrategia: prosperidad económica, bienestar y preservación del medio cultural. Ejes convergentes que se tradujeron en un intenso esfuerzo por crecer atrayendo industrias y empresas de alto valor añadido, para las que se diseñaron y construyeron espacios ad hoc para alojarlas, huyendo del modelo «low cost–low tech» de crecimiento al uso en China. Esta apuesta diferenciada vino acompañada de un innovador modelo de «asentamiento y tránsito del medio rural al espacio urbano», bajo un esquema de realojamiento (vivienda, educación y servicios sanitarios y sociales) único en China, fortaleciendo «espacios rurales integrables en el desarrollo urbano», con familias enteras y una polí­tica abierta pro-inmigrantes. Modelo de cohesión que ha contribuido a la atracción y retención de personas y medios esenciales para su prosperidad. Bajo estas lí­neas de actuación, Suzhou ha sabido rehabilitar sus centros históricos, en especial su distrito histórico de Pingjiang, testigo de la dinastí­a Song y que junto a sus recuperados canales y lagos, ha permitido rehabilitar los espacios culturales y habitables que explican la historia y realidad de la ciudad como eje de un recuperado modelo de recuperación (premio UNESCO 2005), en armoní­a con las nuevas y modernas áreas periféricas y grandes infraestructuras de la más alta eficiencia y calidad al servicio de la ciudad y sus ciudadanos, haciendo de la naturaleza y los nuevos circuitos verdes, el mejor antí­doto anti-polución.

Hoy, con la concesión de este premio, la red de «lí­deres mundiales» en torno al «Nobel de las Ciudades» Lee Kuan Yew, formada por Bilbao-Nueva York-Suzhou, supone un triángulo único de referencia y de nuevas oportunidades. De esta forma, su promotor, Singapur, refuerza su capacidad de conocimiento y creatividad para desarrollar sus estrategias de desarrollo a partir de las «Soluciones Urbanas Innovadoras» como motor de innovación, tecnologí­a y manufactura avanzada, a la vez que mejora las condiciones de vida en su territorio y extiende por el mundo un «laboratorio permanente» de aprendizaje. Bilbao-Euskadi, como ciudad-región fortalece su inacabable proceso transformador y creativo, ampliando, a la vez, su red prioritaria y especializada. En esta ocasión, Suzhou, valida -una vez más- su modelo para el necesario cambio de ciudades en «el mundo en desarrollo» (más allá del intenso programa de construcción de más de 200 nuevas ciudades previsto para los próximos  veinte  años en China), hacia espacios vivibles, nuevas  polí­ticas sociales y la inevitable reconfiguración de las «mil chinas» existentes. Las ciudades serán el nuevo motor de integración, cohesión y desarrollo inclusivo de la futura China, de los nuevos espacios de esperanza (Africa) y de los paí­ses y regiones del mundo emergente.

Hoy, como hace 4 años, Bilbao ocupa un destacado papel transmitiendo al mundo «los valores que explican el éxito de una ciudad». Con Suzhou y Nueva York, teje otro eslabón más en la larga e inacabable cadena.

Cuando a lo largo de esta semana, en diferentes foros volví­amos a escuchar la necesidad y oportunidad que las «Ciudades del Futuro» ofrecen a nuestro Paí­s y sus empresas para construir un mejor hábitat -en casa- y generar riqueza y empleo, propiciar nuevas tecnologí­as y sus aplicaciones y nuevas soluciones innovadoras alimentando nuestras industrias clave de Paí­s, en ese gran mercado mundial en crecimiento, resulta trascendental poner en valor lo realizado, de modo que seamos capaces de afrontar el reto y oportunidades que las nuevas tendencias globales en lo que respecta al rol de ciudades y regiones, y a su desplazamiento geográfico hacia el Este del planeta, bajo una nueva conformación del mundo multilateral, ofrece. La transformación de la ciudad-región Bilbao-Euskadi, nuestra Euskal Hiria, no ha sido fruto de la casualidad. No es sino el resultado de una historia de innovación permanente, la implantación de una orientación y dirección estratégica, una transformación conjunta económica (sobre la base de nuestra cultura real) y social compartidas, la dotación de una red de bienestar, con la dirección de un liderazgo compartido, siguiendo  un marco nuevo (jurí­dico, presupuestario, organizativo y fí­sico) facilitador del cambio deseado, desde el compromiso y colaboración público-público y público-privado, con  la apropiación responsable de un proyecto y concepto ciudad-región de ciudad «extendida», más allá de los lí­mites fí­sicos y normativos de un perí­metro municipal o administrativo. No lo digo yo, lo dijo el jurado del premio Lee Kuan Yew cuando otorgó a Bilbao el primer premio mundial de ciudades, explicando el porqué del mismo.

La necesaria puesta en valor del nuevo protagonismo de las ciudades y de lo realizado aquí­, resulta de extraordinario interés para acometer las reflexiones y conclusiones de lo aprendido. Precisamente, hoy, cuando la marejada de las nuevas tendencias globales apuntan a un sinnúmero de nuevos marcos, recomendaciones y modelos, las más de las veces teóricos, que pretenden uniformizar en burocráticos programas acciones y programas inconexos escasamente articulados. Asistimos a una proliferación de proyectos bajo el paraguas de las Smart Cities que ofrecen subvenciones europeas a todo espacio urbano que siga un modelo concreto, aplique una determinada metodologí­a y se proponga los mismos resultados. Proyectos carentes de alma, identidad, compromiso y riesgo diferenciador de quienes han de impulsarlos. En paralelo, la moda del benchmarking, pretendiendo hacer lo mismo que otros hacen o el seguidismo de la venta de ciertos productos o clientelismo, nos pueden llevar a un camino fácil de escaso resultado; o propuestas que inciden en el viejo error de la oferta europea de programas, diseñados para su gestión simplificada y semiautomática de la burocracia y no en el objetivo real a perseguir: estrategias únicas, diferentes, de alto valor, para cada ciudad según su propio ADN. Confiemos no caer en el error y seguir apostando por poner los objetivos delante de la subvención. En nuestro caso, tenemos el camino aprendido. Y tenemos mucho aún por recorrer.

Nuestros gobiernos, nuestras ciudades, nuestras empresas y organizaciones especializadas, constituyen mimbres más que cualificados para articular adecuadas respuestas a los retos por venir. Aprovechemos esta oportunidad.

Sirva, por tanto, junto con la felicitación a Suzhou y su bienvenida «al Club», esta nueva edición del premio y las razones de su concesión  motivo para redoblar esfuerzos desde la confianza en el éxito posible. El valor que subyace bajo esta transformación ha de ser un pilar y palanca esencial para avanzar ante las nuevas perspectivas futuras.

Salud: Industria y cambios disruptivos…

(Artí­culo publicado en Deia el 15 de Junio)

Esta importante transición «disruptiva» que excede de la influencia de la tecnologí­a, los modelos de negocio y la generación de riqueza y empleo, se generaliza a lo largo del mundo.

En esta lí­nea, y en medio de un importante, si bien parcial, debate en torno al sistema de salud (en especial, al sistema público de salud) acrecentado en el largo perí­odo de crisis sistémica que padecemos, en Bilbao se dan cita 2.600 congresistas en el 47 Congreso nacional de la SEPAR (neumologí­a y cirugí­a torácica), abordando una amplí­sima agenda en torno a relevantes temas directamente asociados a su especialidad, las demandas de sus pacientes, los avances cientí­ficos y protocolos de atención. En este marco interno, sus organizadores me invitaron a compartir reflexiones en torno a «una visión humanista-económica que ampliase la óptica directa de los profesionales de la medicina», como ponencia inaugural el pasado viernes. De esta forma, tuve la oportunidad de compartir con ellos «Un renovado compromiso de co-creación de valor Empresa-Sociedad: Salud para todos, siempre». La ocasión permití­a  explicar el porqué de una inevitable «revisión y renovación del compromiso«, al objeto de romper el cí­rculo perverso de la crisis económica que parecerí­a alejarnos del compromiso de construir un Estado de Bienestar del que la Salud es un pilar esencial, de provocar la necesidad de recuperar y reivindicar el derecho esencial de la universalización de la asistencia sanitaria, atendiendo a la NECESIDAD y no a la posibilidad de pagarla, acompañando a las personas, en salud, a lo largo de toda su vida y no ante y durante la enfermedad. Retos y desafí­os que tensionan el sistema y obligan a renovar compromisos desde los valores y principios del humanismo y la sociedad devolviendo la centralidad, prioridad y causa-efecto a las personas, destacando la ética, la formación, la vocación y el servicio como eje esencial del rol médico, y resto de agentes de salud implicados.

Con tal armazón, se tratarí­a de «repensar» viejos-nuevos paradigmas como desafí­o y oportunidad:

1) Concebir y gestionar la SALUD más allá de la SANIDAD y la ausencia de enfermedades.

2)  «Clusterizar» la salud dando sentido a la pluridisciplinariedad desde la interacción de una medicina «extendida», una tecnologí­a aplicable a la salud, un vector económico de riqueza y empleo, nuevas infraestructuras adecuadas a los objetivos reales previstos, la educación y nuevos espacios de formación y especialidad, su integración con los servicios sociales y la financiación requerida.

3) Redefinir roles de los actuales y nuevos jugadores en el sistema de salud, con un papel relevante para la enfermerí­a, los agentes de salud y desarrollo comunitario y el propio paciente con un cada vez mayor protagonismo en su enfermedad y, sobre todo, en su salud. Salud, educación, desarrollo comunitario, constituyen nuevos pilares básicos del desafí­o.

 4) Superar la paralizante discusión simplista de la privatización versus el compromiso insustituible de la responsabilidad de los poderes públicos. Es un tiempo de coopetencia público-privada y público-público (niveles de atención, roles, espacio salud-social,…) en el que organización, propiedad, estructura, financiación y atención han de repensarse desde su esencia y coste-eficiencia al servicio del objetivo real: salud para todos.

Así­, todo este nuevo bagaje requiere, además, abordar un marco adicional de gran trascendencia y en lí­nea con el apartado introductorio de este artí­culo: Salud y Economí­a. Más allá de la dignidad, equidad y «derecho natural» a la salud, ésta ha de verse como una fuente de innovación, riqueza y empleo así­ como clave de la competitividad para el bienestar de la población. La salud (y un sistema Paí­s debidamente articulado) es factor de empleabilidad (en Euskadi hoy, sobre todo, de la mujer), tractor demandante de servicios especializados, generador de conocimiento, talento y motor de la innovación. Es, sin duda, fuente y aplicación de la tecnologí­a, demandante de infraestructura y equipamiento y transformador, también, de modelos de negocio.

Así­, más allá del importante debate especializado de los profesionales en el marco de su revitalizador congreso anual, el efecto «disruptivo» que se cierne sobre su propia actividad provoca un nuevo ADN del sistema: «hacer de las necesidades, desafí­os sociales, la fuente de los nuevos modelos de desarrollo, sistemas completos de salud y renovado compromiso Personas-Medicina-Salud-Economí­a y Sociedad». Este nuevo-viejo paradigma entronca, en mi opinión, con el escenario mundial observable en una industria de la salud en plena ebullición y que, como plantea el mencionado artí­culo inicial, permite comparar con los cambios disruptivos que se han venido dando en diferentes industrias a lo largo del tiempo.

Como todo cambio radical de esta magnitud, la incertidumbre es enorme y condiciona actitudes, culturas tradicionales, modelos organizativos y acciones en curso. En el campo de la salud, además, se da un complejo «mercado» con la perversidad de la toma de decisiones de los actores implicados, en el que, normalmente, quien requiere la atención o no paga por la misma de forma directa, no decide el «servicio o atención que requiere», dispone de una limitada capacidad de elección del proveedor directo e indirecto, ve limitada su información y formación, y tiene un escaso protagonismo positivo en su propia salud a lo largo de su vida. Por no decir, además, que una elevadí­sima población continúa al margen del sistema, no pudiendo acceder a un sistema de salud pese al, afortunadamente, cuasi universal reclamo de paí­ses, gobiernos y sociedad por el acceso universal a la salud y el creciente avance y mejora de la cobertura de salud, de calidad, a lo largo del mundo. Sin embargo, la buena noticia es que estas transiciones hacia nuevos espacios no son sino grandes bolsas de oportunidad. La historia empresarial, no obstante, enseña un elevado fracaso en la mayorí­a de las empresas en su interpretación y tiempos cuando se produce la disrupción industrial, cuando cambian las reglas del juego y aparecen nuevos jugadores. Mckinsey, apunta tres estrategias convergentes  para esta industria de la salud: reenfocar su cartera de productos y servicios hacia las lí­neas de cambio observables, transformar los modelos de negocio con especial atención a «segmentos no abordados hasta el momento» y atentos a las ofertas novedosas de los nuevos entrantes que cuentan con la desventaja de la inexperiencia pero la bondad y flexibilidad de no contar con hipotecas estructurales heredadas, y/o construir un nuevo y mayor negocio, bien con alianzas, adquisiciones o fusiones. En todo caso, ninguna ví­a garantiza el éxito, y todas exigen de sus propietarios y directivos un cambio de actitud y enfoque, una adecuada reasignación de recursos (toda estrategia es solamente teorí­a mientras no se reasignan los recursos para implementarla), incrementar la velocidad y capacidad, el cambio desde la comprensión de las competencias con que en verdad se cuenta y ser coste-eficiente para el nuevo envite.

Sin duda, la industria de la salud vive un nuevo momento de cambio. Desafí­os y oportunidades se entrelazan para orientar un nuevo rumbo. Es un momento ideal, también para los gobiernos, para repensar sus sistemas de salud, su organización administrativa y su concepción, también, como un auténtico motor generador de empleo, riqueza, bienestar. No es solamente un espacio para las biociencias en términos de investigación o apuesta de largo plazo, es, sobre todo, un espacio de servicio, de actividad, de desarrollo tecnológico aplicado y de reconfiguración industrial. He aquí­ uno de nuestros grandes nichos y espacios de futuro.

Salud: cobertura universal, pilar de bienestar, y por supuesto, motor económico, tecnológico y de innovación y empleo. Una industria clave para Euskadi.

Otra polí­tica económica, otra Europa…

(Artí­culo publicado en Deia el 1 de Junio)

Más allá del nerviosismo desatado tras las elecciones europeas del 25 de Mayo en los principales partidos y grupos del «establishment», reaccionando como si los resultados hubieran sorprendido y no evidenciado, simplemente, los errores cometidos a lo largo, al menos, de los últimos años, acumulando comportamientos endogámicos, alejados de la realidad social y territorial, fomentando su propio «bienestar de aparato», parecerí­a razonable concentrar la reflexión en presupuestos de futuro capaces de reconducir polí­ticas fracasadas hacia proyectos de ilusión y esperanza.

En paralelo, tres publicaciones recientes están concitando un gran interés en el actual debate en torno a los nuevos desafí­os del desarrollo económico ante las graves carencias que el «modelo económico dominante» ofrece a una población cada vez más desigual, más desanimada y desafectada respecto a instituciones, gobiernos y empresas, que sufre con el galopante desempleo y la fragilidad e incertidumbre ante el empleo existente o potencialmente alcanzable. Interés obligado por la necesidad de encontrar alguna luz que nos permita pensar que una manera diferente de hacer las cosas es posible.

La ya prolongada y persistente última crisis que venimos padeciendo en los últimos siete u ocho años, en menor o mayor medida en según que zona y/o estrato económico a lo largo del mundo, cuestiona un buen número de lí­neas de pensamiento que parecí­an haber dado con la «varita mágica» en torno a una globalización generadora de crecimiento y prosperidad generalizados, la consiguiente creación de empleo «inteligente y modificado» para una población joven adecuada y preparada para la sociedad del conocimiento, afianzada en una acelerada diseminación de las tecnologí­as de la información facilitadoras de nuestras vidas, en un mundo de abundancia de bienes, servicios y capital guiado, todo ello, por un eficiente y milagroso mercado como foco de una supuesta igualdad de oportunidades guiada por la meritocracia, con una clara resultante de prosperidad.

La realidad, sin embargo, da paso a nuevos paradigmas que vienen a complicarnos un poco más la vida. El «proceso de éxito» descrito en el párrafo anterior, en caso de haber existido, ha quebrado y exige una nueva «redefinición» no ya de cada fase del mismo (globalización, mercado, crecimiento, financiación, educación-empleabilidad, sociedad y economí­a del conocimiento…) sino del papel que ha de desempeñar cada uno de los actores de un sistema y/o modelo socio-económico al servicio final de las personas, las empresas, los gobiernos y los territorios implicados.

Así­, el premio nobel de economí­a y ex economista jefe del Banco Mundial (además de miembro del Consejo Económico del Presidente Clinton) y su compañero de Cátedra en la Universidad de Columbia, Bruce Greenwald, aportan una nueva aproximación al crecimiento, el desarrollo y el progreso social proponiendo «la creación de una Sociedad del aprendizaje» empezando por repensar algunos conceptos básicos, partiendo de los trabajos del profesor Kenneth Arrow (que a juicio de los autores ha sido el «mayor contribuyente al cambio del pensamiento en las últimas seis décadas») en su «Elección Individual y Valores Sociales». En su profundo trabajo, contrastando la academia con la experiencia de las polí­ticas seguidas en los dos siglos de crecimiento y transformación económica vividos a partir de 1.800, resaltan, entre otros aspectos clave, una serie de hechos relevantes: a) la falsedad de la eficiencia del mercado; b) la importancia diferencial y enriquecedora de las ventajas comparativas dinámicas que obligan a diseñar e implantar polí­ticas económicas (sobre todo industriales) diferentes, región a región, con el propósito esencial del «desarrollo endógeno» desde los fundamentos microeconómicos que conlleva; c) el «aprendizaje» haciendo y no la acumulación de tecnologí­a o capital como motor del cambio; d) la inevitable interacción público-privada/gobierno-empresa no como opción entre uno y otro, sino como alianza inseparable; e) la convergencia permanente entre polí­ticas económicas y sociales; f) la supeditación de los mercados de capitales y polí­ticas fiscales a la estrategia económica de desarrollo endógeno…

Estas «conclusiones» (recogidas de forma excesivamente simplificadas en este artí­culo) se asemejan a la lí­nea argumental que Michael Porter, M. Kramer y M. Green sugieren en sus múltiples trabajos que concentran sus últimas publicaciones en torno a la «Convergencia Estratégica Empresa-Sociedad» y su «Imperativa de Progreso Social» para llevar sus ideas a la práctica, articulando la concurrencia de la Estrategia «clusterizada» para la competitividad, orientada hacia el progreso social y la prosperidad, a través del «valor compartido» en un proceso permanente de co-creación de valor que exige de las empresas la redefinición de su estrategia y modelo de negocio a partir de las «necesidades sociales» como oportunidad de negocio, la cadena de valor de la que forma parte con un claro peso a la potencialidad de su desarrollo en un entorno propio (endógeno) y clusterizando la actividad económica  «rompiendo» las fronteras de la empresa y de los sectores, en un compromiso empresa-gobierno-sociedad en el largo plazo, trascendiendo del PIB como indicador dominante del desarrollo.

Adicionalmente, Thomas Piketty, a través de su «Capital en el Siglo XXI» ha «revolucionado» el contexto ideológico abanderando el gran debate de la dinámica de la renta y el bienestar, poniendo el acento en el cí­rculo perverso de la acumulación del capital, y su herencia como fuente imparable de la desigualdad creciente. Desigualdad que en pleno debate entre crecimiento y desarrollo inclusivo, agravado en la Europa del desempleo, provoca un intenso cuestionamiento de los modelos vigentes y las polí­ticas en curso que, además, parecerí­an inmutables en los programas de los gobiernos europeos y de su futura Comisión. Confiemos que no incidan en su error y entiendan que no será posible construir el sueño europeo acompañados de una escasa participación y una denuncia cuyas voces se extienden a lo largo y ancho del espacio que pretenden gobernar.

Con estas reflexiones, ahora que Europa ha podido constatar en las urnas lo que ya sabí­a (que su modelo de desarrollo económico ha fracasado, que sus polí­ticas y gestión de la crisis no resuelven los problemas y demandas de empresas, gobiernos y personas, que dejar la economí­a en manos del mercado resulta caótico, que centrar su atención en el liberalismo financiero ni lo hace más competitivo ni lo acerca a la economí­a real, que responder a las «señales del mercado de capitales» como único signo de éxito o fracaso no lleva a ningún sitio, que practicar la máxima de que la «mejor polí­tica industrial es la que no existe» y que las ayudas de Estado y desarrollo local «son anticompetitivas» es un verdadero error que deja a Europa y sus pueblos desprotegidos y en manos de no se sabe quien ni para qué, que diseñar polí­ticas horizontales iguales para todos impide la innovación, el aprendizaje y el logro de la competitividad y prosperidad deseadas…). Europa debe comprender que, una vez más, el mensaje recibido, traducido de mil maneras, es, sobre todo, un clamor de su aumentada desafección, sobre todo, a su falta de proyecto de futuro para generaciones que no pueden esperar 15 o 20 años a que «el sacrificio de hoy se traduzca en el empleo de pasado mañana». No vendrí­a mal, por tanto, que sus dirigentes aprovecharan sus largas estancias en Bruselas-Estrasburgo-Luxemburgo en repasar, al menos, estas publicaciones e ideas y se ocuparan en repensar el nuevo rumbo que Europa necesita. Europa y nuestros males no son solamente una cuestión de economí­a, pero sin afrontar un modelo de desarrollo económico inclusivo, en poco ayudarán parches menores o discursos, necesarios pero insuficientes. Se puede ser revolucionario y amar las flores, pero no basta amar las flores sin cuidar e intervenir en el jardí­n.

Afortunadamente, en casa, conocemos estas recetas que parecen concluirse del pensamiento recogido en las publicaciones mencionadas, desde la autoridad de quien las sugiere y que vienen a acompañar otras muchas alineadas con estas ideas y prácticas. Con el esfuerzo experto y la confianza en el camino emprendido, apostemos por nuestro propio destino. Estamos en un momento crí­tico en el que tenemos, también, una extraordinaria oportunidad para redoblar esfuerzos en la dirección deseada.  Construyendo Euskadi, construyendo Europa. Como decí­amos una semana antes de las pasadas elecciones: Más Europa, Otra Europa.

La Europa que quise y quiero…

(Artí­culo publicado en Deia el 18 de Mayo)

La iniciativa básica para la configuración de un mercado compartible entre varios jugadores diferentes, en torno a una Comunidad de Intereses en las industrias de «guerra» del acero y el carbón de la mano de la CECA, posibilitó un primer compromiso operativo del sueño, que contemplaron los primeros equipos europeos demo-cristianos, unos años antes (1947), para facilitar un proceso de construcción de una Europa de los pueblos, como proyecto de paz, libertad y solidaridad desde una base de recuperación de una economí­a de post guerra, necesitada de su propia reinvención como pilar sobre el que construir un espacio de bienestar. La economí­a y el mercado caminaban de la mano buscando su interacción en torno a un nuevo proyecto ilusionante para las personas dando lugar a los principios de la economí­a social de mercado que, años más tarde, nos traerí­a a escenarios de crecimiento, competitividad y empleo, desde una práctica polí­tica que personalidades de gobierno hicieron posible en décadas de compromiso, riesgo y objetivos articulados en torno a progresivos modelos de gobernanza adecuados para el nuevo reto. Así­, gobiernos de Santer, Lubbers, la CDU, EAJ-PNV trascendieron del terreno de las ideas a nuevos modelos de competitividad, bienestar social y prosperidad afrontando no solamente perí­odos de crisis económica y social sino procesos complejos de reconfiguración de sus propios estados, y de una nueva Europa pasando de un mercado del carbón y del acero a una Europa regionalizada, a un Mercado Interior, a un supuesto Mercado único y, sobre todo, a un incipiente estadio de una potencial Europa de la diversidad de sus pueblos y sociedades a la cabeza mundial de la protección social y la prosperidad. El proyecto polí­tico, pese a apariencias instrumentales y operativas, lideró el proceso: ampliación desde los seis fundadores hasta la mayorí­a del núcleo central europeo con la compleja incorporación del Reino Unido, la integración alemana en un único acto como si las diferentes Alemanias no hubieran padecido años de separación y culturas antagónicas, la superación de una gélida y paralizante guerra frí­a, la apertura hacia nuevos espacios de la otrora Europa del Este, la propia aceptación y democratización de una España dictatorial, autárquica y post franquista en transición hacia una democracia civilizada y homologable…Todo un proyecto polí­tico pretendiendo generar un espacio europeo superador de guerras centenarias. Hasta entonces, el proceso de configuración de una determinada Europa geo-polí­tica, de los Estados nacionales del pasado, se habí­a ido configurando bien por la fuerza de las armas, bien por «intereses matrimoniales» de casas reinantes que ejercí­an herencias ajenas a principios democráticos, por imposición de la fuerza o por tratados de conveniencia, dibujando fronteras artificiales propias de «gabinetes militares, topográficos o de delineantes» al margen de la historia, culturas, voluntades y, por supuesto, apuestas de un futuro propio de los pueblos afectados.

Hoy, la UE de los 28 concurre a las urnas con la invitación a reforzar su apoyo y apuesta a un complejo proceso pací­fico (no exento del ya tan extendido y conocido «déficit democrático»), hipotecado por sus tambaleantes polí­ticas institucionales, económicas y sociales, un alto grado de escepticismo, elevada desafección ciudadana, anómala e ineficiente gobernanza y escasas propuestas de futuro. Un reclamo electoral  carente de propuestas alternativas a una fracasada estrategia de salida de la crisis en la que estamos inmersos. Los ciudadanos europeos acudiremos  a las urnas huérfanos de proyectos ilusionantes, ausentes de soluciones y carentes de referencias de futuro. En nuestro caso, en Euskadi, condicionados por el bipartidismo estatal (con sus grandes y aplastantes «familias» integradas en los grupos del Partido Popular Europeo y de la alianza social demócrata socialista a nivel europeo) que, más allá de falsos discursos de izquierda o derecha y mutuos reproches respecto de las polí­ticas vigentes de cuya paternidad parecen excluirse ambos, nos ofrecen el triste espectáculo de hablar poco de Europa (la mayorí­a de sus protagonistas electorales ofrecen escaso bagaje europeo y europeí­sta) por lo que tememos más de lo mismo que han venido haciendo, año tras año, elección tras elección, pactando -como siempre- repartos de cuotas (tiempo en las Presidencias de las Instituciones, Comisarios, altos cargos, presupuestos «por Cofradí­as», repartos financieros, cuotas estado compensatorias de polí­tica y marketing local) más allá de compromisos europeos de integración y desarrollo cooperativo, como único objetivo garante del mantenimiento de un status quo que, discursos aparte, mantenga las cosas como  están, sin proyecto alternativo alguno, más allá del acomodo temporal de sus representantes alejados, expatriados o compensados por sus aportaciones y servicios previos. Hipoteca agravada por la impuesta «Circunscripción electoral única» que pretende dificultar la representación de las minorí­as, aunque sean claras mayorí­as en sus naciones y/o regiones sin Estado. Las alternativas reales, pero escasas, ya sean de la Alianza Libre Demócrata -ALDE- (58 partidos europeos entre los que concurren PNV y CiU) con su candidato a presidir la Comisión (Guy Verhofstadt) o la de la Alianza Verde Europea con una compleja y dispersa representación Ecologista y de amplio espectro, con Ska Keller al frente, aportan la esperanza de un cierto contra-poder de las voces minoritarias. Esta primera ocasión en que la elección del Presidente parece compartible con los ciudadanos y sus votos y no por el pago de servicios prestados por una guerra (IRAK-Durao Barroso, por ejemplo) es un pequeñí­simo paso positivo si bien mediatizado por los repartos previos de las grandes familias mencionadas.

Llegados a las urnas pareciera que «la gran Coalición» en versión española de Felipe Gonzalez y el  establishment no han querido proponer alternativas sobre una Europa  paralizada, observada como espacio referente del pasado y de mitigado compromiso con unos valores y lí­neas originales en pos del bienestar y el progreso social, entregada hoy, en exclusiva, a las directrices obligatorias de los mercados de capitales y su anunciada «Unión bancaria y monetaria», de su vehí­culo instrumental de «gobernanza económica de control del déficit público» y la cultura dominante del «igualitarismo burocrático centralizado». Polí­ticas escasamente europeas, profundamente estatalizadas escondiendo tras el consenso la medianí­a y mediocridad horizontal de un relativo «café para todos» que ya conocemos a nivel de Estado español, evitando el riesgo inevitable de las decisiones estratégicas diferenciales que se requieren desde la «diversidad cooperativa» que los padres fundadores preconizaron. Europa -sus dirigentes- parecen haber olvidado que la Europa económica originaria era parte de un proyecto polí­tico y no la esencia del mismo.

Sin embargo, en un panorama como el observado, los europeí­stas convencidos (que no necesariamente entendemos Europa como sinónimo de la actual Unión Europea) queremos y necesitamos más y mejor Europa. Una Europa con alma que dirí­a el Lehendakari Urkullu. Una nueva y rejuvenecida Europa que supere el miedo a transformar su composición, representatividad y gobernanza. Una Europa que entienda que no se puede justificar ni la inacción ni el deficiente proceso de toma de decisiones en el hecho de contar con 27-28 estados miembro según el caso y que entienda que su gobernanza ha de adecuarse a la presencia real de voces, pueblos y espacios diferenciados. Una Europa diversa, compuesta por una rica y variada interacción de múltiples culturas, voluntades de futuro, modelos de gobernanza, tejidos económicos y en diferentes momentos de su propio desarrollo. Una Europa con vocación de convergencia pero no de integración forzada tras cuatro o cinco indicadores, supuestamente objetivos, que dicen muy poco para el inmediato futuro de una o dos generaciones condenadas -con los modelos en curso- a su auto marginación. Una Europa que comprenda que son demasiadas las velocidades distintas que exigen diferentes tejidos económicos de los pueblos. Una Europa que arriesgue decisiones al servicio de las personas y facilite un desarrollo inclusivo y sostenible económico y social, a la vez, y que no se ocupe de expedientes, registros, inspecciones y sanciones de fácil administración burocrática y limitado liderazgo, responsabilidad y compromiso, como razón de ser para entretenimiento de su fuerza burocrática desde una casta polí­tico-administrativa complaciente, alejada del pueblo que se supone representa.

Así­, el próximo 26 de mayo, sea cual sea el resultado electoral, (muy condicionado por la participación real que se dé -Paí­s a Paí­s, Estado a Estado- y el peso de partidos minoritarios -incluidos los euro escépticos-) el nuevo Parlamento y la Comisión -y el establishment de/en los Estados- habrá de ser permeable a los nuevos desafí­os: una Sociedad cansada de recetas austeras sin éxito, demandante de empleo e igualdad, necesitada de un desarrollo acompañado de progreso social y de estrategias al servicio de las personas, de los diferentes territorios y comunidades en los que vivimos, (Personas-Territorios-Sociedad), que permitan SI una Europa Competitiva pero claramente creadora de prosperidad. Una Sociedad demandante de una Europa que entienda que sus miembros históricos (Escocia, Catalunya, Flandes, Euskadi…) no pueden excluirse de la noche a la mañana por formalismos «constitucionales» de estructuras estatales inmovilizadoras apelando a la unilateralidad de su voluntad de un nuevo espacio propio, cuando esa Europa ha roto o interpretado a su antojo sus propias reglas cuando le ha interesado. Una nueva Europa que no puede proponer a Ucrania, por ejemplo, un proyecto conjunto considerado «como la única opción posible» y dos dí­as después olvidarse de su «importancia esencial», dejándola sola bajo el cobijo transitorio de un lí­der impuesto (como lo ha venido haciendo durante la crisis de los últimos cinco años en Italia, Grecia… por encima de la voluntad popular), o que no puede dejar en el limbo, en manos de burócratas, por años, a una Turquí­a cuyo giro euro-asiático pudiera confirmarse en cualquier momento, harta de una espera reglamentista sin ofertas de futuro. Ni que decir de esa Europa que parece vivir de espaldas a sus ciudadanos y sus problemas de hoy bajo la promesa de que algún dí­a, quizás a partir del 2020 ó el 2030 atendiendo a la prospectiva y escenarios macroeconómicos al uso, según el Estado Miembro del que se trate, quien haya sobrevivido encontrará un empleo.

Sin proyecto y compromiso polí­tico, sin alma, sin personas como objetivo inicial y último, no es posible (ni deseable) construir una Europa desde la desafección creciente. Hoy que, son ya demasiadas las voces que claman por la necesidad de un nuevo espacio ideológico, de un rearme de ideas y valores, de compromisos y liderazgos compartidos y nuevas estructuras y modelos socio económicos (desde el humanismo, desde el crecimiento inclusivo, desde la prosperidad y el progreso social, desde la mitigación de la pobreza, desigualdad y desprotección, de la creación y/o distribución del empleo, desde la co-creación de valor empresa-sociedad), el llamado a la redefinición del rol de todos los actores de la economí­a, los  gobiernos y la propia Sociedad ha de repensar, también, el verdadero papel que Europa puede y debe jugar en el contexto internacional. Demasiado importante para aparecer como «el viejo y experimentado referente del pasado, de cuyo futuro se espera muy poco». El nuevo mundo emergente, los nuevos mercados, los nuevos espacios de innovación, el nuevo modelo de desarrollo tiene mucho que incorporar de la historia, principios (y esperemos que futuro, también) de nuestra Europa.

En nuestro caso, en Euskadi, hoy, nos jugamos mucho. Aunque parezca lo contrario dado el clima electoral por el que al parecer se pretende pasar de puntillas, enredados en discusiones domésticas de confrontación. Nuestra apuesta-necesidad europea es clara. Nuestro trabajo a lo largo de los años requiere muchos esfuerzos para seguir, desde una clara minorí­a, trabajando para que se entienda el nuevo mundo de la economí­a, la polí­tica y la sociedad que la «nueva Europa» ha de liderar. En todo caso, tras las elecciones, seguiremos trabajando. Buscaremos una nueva Europa que se dote  de un proyecto humano y viable. Como decí­a el poeta: «Amo a Europa pero no me gusta. Hagamos que se parezca a aquella que quise y quiero».

En definitiva, Más y mejor Euskadi. Más y mejor Europa. Otra Europa.

La Responsabilidad democrática de los medios: Hartazgo e Impotencia

Precisamente ayer leí­a el borrador del discurso de mi buen amigo, Javier Cremades, Presidente de la Eisenhower Foundation, en su «capí­tulo» del Estado español, que leerá en la ceremonia de entrega del Premio «First Amendment» («Primera Enmienda»). El galardonado será un destacado Presidente-Director de un prestigioso medio de comunicación, en reconocimiento al impulso responsable y democrático de una prensa objetiva y libre. El evento se celebrará en los próximos dí­as en Washington. La lectura de este borrador me ha dado la oportunidad de, repasar el origen de esta primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América y su desarrollo en aras de resaltar el valor de la garantí­a de las libertades de conciencia, expresión e información, como base de sistema libre. Una aportación a la defensa de este, instrumento de contra poder y, sobre todo, del ejercicio democrático de la crí­tica y control desde la ética, imparcialidad y objetividad de los medios y los profesionales del periodismo. Un alegato a favor de la prensa libre y, comprometida con la necesidad de buscar la verdad desde la obligación, -como decí­a Einstein- «de no ocultar ninguna parte de lo que se ha reconocido que es verdad».

Desgraciadamente, una vez más, la realidad suele empañar la grandeza de los principios. Lamentablemente, cada dí­a nos encontramos con una versión muy distinta y distante a esta prensa necesaria, con independencia de medios y profesionales dignos de todo respeto y admiración por su trabajo. Me refiero a la «pseudo-prensa» cada vez más manipuladora, ideologizada e interesada, volcada sin escrúpulos al servicio de sus propios intereses particulares, tanto de periodistas, como de los medios en los que escriben y publican, de sus accionistas y propietarios, de sus Consejos de Administración, de redacción y de dirección. Una pseudo-prensa que, instrumentaliza el mercado de compra venta de noticias, infundios y engaños al servicio de sus propias polí­ticas, compensaciones personales y contra partidas publicitarias.

Desgraciadamente esta «pseudo-prensa» también existe y se extiende en demasí­a a lo largo del mundo. En esta ocasión, como viene siendo habitual al menos desde que soy consciente de su comportamiento y de las noticias que fabrica, el CORREO ESPAí‘OL-EL PUEBLO VASCO, del Grupo VOCENTO, irrumpí­a en mi actividad ordinaria para enviar un mail a mi oficina adelantándome su intención de publicar, hoy, un artí­culo en relación con la adjudicación de un proyecto de consultorí­a desde una empresa pública a una empresa en concreto. Una empresa de la que no formo parte y que está dirigida por un profesional de la consultorí­a con una experiencia de más de 35 años en la materia objeto del proyecto, además de otros profesionales de trayectoria impecable. Me decí­a el periodista que «existí­a malestar y preocupación en la compañí­a contratante, dado que una persona con antecedentes en la vida polí­tica es uno de sus gestores». Obviamente, se estaba refiriendo a mí­, a pesar de saber fehacientemente (ya que yo mismo le he manifestado así­ en numerosas ocasiones) que no tengo participación alguna ni en la empresa en cuestión ni en el proyecto «noticiable». De poco, de nada, sirvió mi respuesta a su mail en la que le reiteraba, una serie de precisiones:

  1. Que no tengo nada que ver con las empresas en cuestión, ni mucho menos con el proyecto del que se habla.
  2. Que no he contratado, nunca, desde mi empresa con la empresa y/o Grupo Público al que hace referencia.
  3. Que no realizo este tipo de consultorí­a, alejada de mi especialización profesional.
  4. Que desde la constitución de mi empresa (2003) no he facturado un solo euro a las Administraciones Públicas vascas, salvo un proyecto de asesoramiento estratégico, en  colaboración con una empresa tercera, a la Diputación Foral de Gipuzkoa, en el año 2008, en condiciones absolutamente legales y públicas y, a petición expresa de la mencionada Institución.
  5. Que desde 1995 (¡nada menos que 19 años!) no he desempeñado cargo polí­tico alguno (ni institucional, ni de Partido), que no he sido fruto de ninguna «mal llamada puerta giratoria» y que no he tenido vinculación profesional remunerada alguna al entramado público empresarial vasco.
  6. Que el 100% de mis ingresos proviene de actividades privadas.

En fin.

Todo parece indicar que el «pecado original» consiste en: haber asumido una responsabilidad pública del máximo nivel (y también de satisfacción y orgullo personal) en el gobierno de tu Paí­s y salir de ésta, por voluntad propia.

Veinte años después, parecerí­a necesario volver a proclamar obviedades:

  • No es delito ejercer una actividad profesional tras dejar un gobierno. Parece mentira que sea necesario decir esto, pero quienes pretenden confundir a sus lectores con estas pseudo-noticias prefieren olvidarlo, aunque para ello tengan que insultar la inteligencia de las personas a las que dicen servir con su labor.
  • No es delito que terceras personas vinculadas de forma estrictamente personal con un ex cargo público se ganen la vida gracias a sus conocimientos, en este caso estrictamente profesional y contrastables. Resulta cuando menos sorprendente el interés por la filiación personal que ciertas personas demuestran en los medios en los que escriben, habida cuenta que otras filiaciones también personales que ellos mismos ostentan no merecen la más mí­nima reflexión, cuando no reprobación, por su parte ni por la de las y los directivos de sus medios.

No todo vale. Los escandalosos casos de corrupción que estamos conociendo casi diariamente han generado un caldo de cultivo muy saludable para una necesaria regeneración democrática: la ciudadaní­a sabe y manifiesta su hartazgo ante el uso ilegí­timo de los recursos que unas pocas personas hacen desde sus responsabilidades públicas. Pues bien, aprovechar de forma torticera la indignación de las y los lectores, y construir sobre este estado de opinión infundios y mentiras es una práctica que conlleva la máxima gravedad. Serí­a bueno que este periódico, sus periodistas y el Grupo, ocuparan sus esfuerzos en mirar hacia dentro y explorar el comportamiento de sus afines y propietarios (hechos públicos objeto de sentencias firmes y conocidas) y que diesen luz a una necesaria recuperación de la confianza general en el servidor público. No todos los servidores públicos, ni todas las Administraciones, ni todos los territorios son iguales. Seguro que en Vocento también lo saben.

Yo personalmente, agradecerí­a, dado el rol esencial atribuible a la prensa libre, una información veraz sobre hechos relevantes, comportamientos maquiavélicos de presión de la interacción entre gabinetes de comunicación-periodistas propietarios, el medio en el que escriben y las facturas publicitarias y de asesoramiento a empresas e Instituciones, así­ como sobre las modalidades de contratación empleadas. Serí­a una sana contribución a la democracia perseguida.

Pero, por lo contrario, dejando de lado todas las explicaciones, el mencionado periodista-periódico se las vuelve a ingeniar para destacar una supuesta relación que no estropee su novelado relato previamente diseñado. Hace tiempo me hablaron de una máxima que supuestamente circula por algunas redacciones: «No dejes que la realidad te estropee un titular», pero yo no quise creer que fuese cierta. Son ya demasiadas las ocasiones en las que utiliza el mismo juego en lo que parece una obsesiva persecución personal con el total apoyo y beneplácito del medio para el que trabaja. Eso sí­, continuarán presumiendo de imparciales, objetivos y profesionales.

Y, así­ las cosas, una vez más, dentro de unas horas, coincidiré en la calle o en cualquier acto social o institucional con Presidentes, Consejeros Delegados, directores, consejeros, ex directivos y accionistas, periodistas y colaboradores  de dicho Grupo. Me saludarán con gran simpatí­a y educación. Me dirán cuánto lo sienten y lamentarán que puedan ser malinterpretados artí­culos como el mencionado y, como siempre,  defenderán la independencia de sus colaboraciones. Me jurarán que no existen directrices ni ideológicas, ni polí­ticas, más allá de la estricta prioridad informativa.

Y mientras escucho esta letaní­a, recordaré las palabras de uno de sus conocidos exdirectores cuando, hace ya muchos años, quise pedir una verdadera rectificación sobre lo publicado:

«A los periodistas nos gusta ser el contacto elegido, que alguien se deje olvidado sobre la mesa un dossier confidencial, o filtre un documento, o nos dé una exclusiva, que nos compre publicidad. Y sabemos corresponder…». Además, recuerda: «escribimos todos los dí­as del año, tenemos un alto espí­ritu corporativo y siempre hay alguien dispuesto a filtrar cualquier cosa y provocar un daño anónimo…». Recuerdo que la charla se cerró con un: «rectificar es orear la porquerí­a…»

Pues eso. Libertad de expresión en manos irresponsables, que lejos de ejercer un contra poder democrático, practican su juego de intereses, a cualquier precio.

¡HARTAZGO E IMPOTENCIA!

Es el cí­rculo perverso de la bondad de una prensa libre. Pobre primera enmienda.

Un compromiso con el Primero de Mayo

(Artí­culo publicado en Deia el 4 de Mayo)

La celebración del dí­a del Trabajo el pasado 1 de Mayo no es una fiesta cualquiera. Se trata de mucho más que un festivo que posibilite su prolongación en «puentes vacacionales» o una excusa reivindicativa de determinados derechos de los trabajadores o de un homenaje sindical. No es, tampoco, un momento exclusivo y excluyente para proclamar una separación de clase (proletariado versus burguesí­a) o de confrontación empresario-trabajador o trabajador-desempleado o sindicado-no sindicado. Más aún, no deberí­a traducirse en una simplista descalificación del «contrario», sea el Gobierno de turno, el empresario, el trabajador directivo o terceros que aparecerí­an como responsables directos y únicos de todos nuestros males. La merecida y bien ganada festividad del trabajador ha de abarcar a todos, y habrí­a de convertirse en un buen reclamo para la reflexión que, desde la necesaria eliminación de silos separadores, posibilite espacios de encuentro para acometer los desafí­os de un mundo complejo en una Sociedad cada vez más demandante de nuevas soluciones y, en consecuencia, de nuevas maneras de hacer las cosas, nuevos modelos de participación y representación y nuevos roles a desempeñar, en el mundo de la economí­a, por todos y cada uno de los agentes económicos, sociales e institucionales. Así­, en este contexto, resulta necesario trascender de los discursos parciales escuchados estos dí­as y, lejos de enredarnos en crí­ticas, descalificaciones y reproches con pseudo defensas parciales y/o auto complacencia de parte, empeñarnos en la búsqueda de soluciones compartidas. No es, sin duda, una justificada oportunidad para exabruptos culpabilizando al desempleado de su situación, ni el momento de llamar a la confrontación como objetivo y razón de ser, lejos de animar a la búsqueda de espacios de encuentro, compromisos y soluciones compartibles al servicio del conjunto de la Sociedad.

En esta lí­nea, el pasado 1 de Mayo tuve la oportunidad de compartir estas reflexiones en el corazón del Banco Mundial en su sede central de Washington. Sin duda, una de las Instituciones internacionales controvertidas, percibidas como causante de la crisis  actual o, al menos, responsable de una más que criticable gestión de la salida de la misma, asociándose a una impositiva orientación de polí­ticas generalizadas a lo largo del mundo, limitantes de una determinada apuesta por determinadas polí­ticas sociales. (Sí­. El primero de Mayo es festivo en casi todo el mundo, si bien en algunas excepciones como Estados Unidos, su celebración no conlleva la «fiesta laboral», por lo que en Washington se trabaja celebrando la oportunidad de disfrutar de los beneficios del trabajo y el empleo). Contra lo que algunos puedan imaginar, no se trataba de una reunión financiera o recaudatoria a la búsqueda de recursos y/o ayuda  al servicio de un proyecto subvencionable. El motivo era una iniciativa en el mundo de la salud dirigida a la población más desfavorecida en diferentes regiones del mundo. Iniciativa que emprendemos desde la empresa bajo los principios orientadores del llamado «Shared Value», (Valor Compartido Empresa-Sociedad) a partir de las necesidades sociales en este amplio mundo de la «Base de la pirámide» (la población menos favorecida y desprotegida en términos de renta, protección, oportunidades de progreso social y acceso a la educación y a la salud), identificando retos y oportunidades como fuente de definición de un nuevo «modelo de negocio y empresa» para ofertar soluciones de máxima calidad, mejor ratio coste-eficiencia en términos de bienestar y en condiciones abordables por la población beneficiaria. Proceso abierto, complejo, más allá de planteamientos propios de la filantropí­a o de la responsabilidad social corporativa. Proyecto empresarial que pretende explorar una oportunidad de resolver una legí­tima demanda social.

Así­, mientras en nuestras calles podí­an oí­rse los gritos acusadores al mundo de la empresa, en muchos lugares, esa empresa estigmatizada se empeña en reconsiderar las verdaderas necesidades, reinventar productos y servicios, redefinir sus cadenas de valor y facilitar el desarrollo y generación de riqueza y empleo. Lo hace en un esfuerzo innovador, permanente, co-creando valor para la Sociedad, en compañí­a de múltiples agentes (otras empresas, diversos gobiernos a lo largo del mundo, diferentes comunidades y personas con las que trabaja, instituciones académicas y de investigación y desarrollo tecnológico, entidades sin ánimo de lucro…) consciente de que las soluciones del mañana no pueden darse de forma aislada. Tal y como ha sido la esencia de la empresa a lo largo de su historia, sus resultados dependen de los beneficios sociales (también económicos) que genera, y como unidad socio-económica (capital y trabajo en sentido amplio, abierto y compartido), requiere del compromiso (cada uno según su aportación, responsabilidades y compensaciones) de todos. Y, por supuesto, más allá de la empresa, la Sociedad en su conjunto ha de formar parte imprescindible (activa) de sus propias soluciones. También, por supuesto, los gobiernos y sus empleados públicos, los sindicatos y sus afiliados y no afiliados, los trabajadores y los desempleados. Un momento crí­tico en el que nuevos paradigmas se abren paso en un escenario de búsqueda de «un pensamiento lateral» que nos permita ver las cosas de otra manera y trascender de soluciones clásicas que no parecen responder a los desafí­os reales del momento.

Vivimos un nuevo espacio de oportunidades y desafí­os. El nuevo camino por recorrer es demasiado exigente y necesita de todos nosotros. Nuevas soluciones, nuevos modos de acometerlos, nuevos roles de los diferentes agentes implicados, nuevas estructuras empresariales (también institucionales, de gobernanza y de representación de quienes tienen trabajo y de quienes no lo tienen) y nuevos roles y competencias (además de compromisos) de las personas. Cualquier propuesta que no venga precedida de un filtro «sistémico» que incluya todos estos elementos estarí­a condenada al fracaso.

Si el 1 de Mayo de 1886, las generalizadas huelgas de Chicago y Detroit extendieron un amplio movimiento de protestas y rebelión proclamando un nuevo marco (no solamente de relaciones laborales) social y económico, más allá de la reivindicación de una jornada de 8 horas con un salario justo y digno en un contexto determinado, y pasó a convertirse en el «dí­a simbólico del trabajo». Retomemos hoy su fuerza icónica para acometer un nuevo desafí­o. Trabajo, empresa, gobiernos, Sociedad formaron parte irremplazable de un sumatorio capaz de ofrecer una respuesta compartida. Es la manera de honrar a «los mártires de Chicago» y, por supuesto, a los mártires de aquí­ y de todos los dí­as. Celebremos un primero de Mayo, contextualizado, pensando en el futuro. Repensemos, todos, nuestros roles y compromisos.

 

Un nuevo camino por recorrer: «Del PER CíPITA al PRO CíPITA»

(Artí­culo publicado en Deia el 20 de Abril)

La reciente presentación en Londres del índice de Progreso Social 2014, ha dado lugar a un nuevo proceso cuyo objetivo no es otro que «impactar» en la redefinición de las agendas de los gobiernos, empresas y sociedades en sus modelos de negocio y, sobre todo, polí­ticas públicas. El movimiento, aún incipiente, en torno al reclamo por la interacción convergente y simultánea entre las necesidades sociales y la creación de valor económico, es una realidad que se extiende al mundo de la estrategia empresarial, las polí­ticas de desarrollo y cuenta, además, con un nuevo índice que permite medir indicadores crí­ticos sobre los que actuar, a la vez que compararlo con el tradicional PIB que nos ha acompañado por décadas.

El prestigioso profesor Michael E. Porter, máximo responsable académico del mencionado índice de Progreso Social (avalado, en especial en esta materia, entre otras cosas, por haber dirigido durante años la elaboración del conocido índice Global de Competitividad que, con carácter anual, publica el World Economic Forum y sirve de base de decisión a 140 paí­ses a lo largo del mundo) destacaba en su presentación, el por qué y para qué de este nuevo índice así­ como, sobre todo, este refuerzo en un movimiento hacia el progreso social y el valor compartido empresa-sociedad. Nos recordaba una evidencia: «Pese a diversos esfuerzos, aún no entendemos la verdadera conexión entre desarrollo económico y desarrollo social, no contemplamos una visión holí­stica del desarrollo y, en consecuencia, no hemos acertado en la correcta definición de las polí­ticas sociales necesarias. Nos hemos acercado a conceptos de crecimiento y desarrollo desde el PIB y hemos intentado avanzar en otro tipo de í­ndices, hemos mezclado indicadores sociales (pocos y escasamente claros) con el peso del PIB y su dominio económico». En este camino, han aparecido diferentes aproximaciones como  el índice de Desarrollo Humano e incluso el de la Felicidad, pero anclados en la visión económica del PIB. Esta desconexión, si bien es verdad que se ha venido mitigando con un cada vez mayor esfuerzo por unir determinadas polí­ticas económicas y sociales en estrategias convergentes y que, poco a poco, interiorizamos en determinadas polí­ticas y estrategias el hecho de que, también, las polí­ticas sociales y redes de bienestar son facilitadoras del desarrollo económico. Aun así­, tal y como han publicado recientemente Stiglitz y Fitoussi («Mismeasuring our lives», «Midiendo mal nuestras vidas») seguimos instalados en el PER CAPITA que, además, resulta engañoso con medios irreales penalizadores de las poblaciones desfavorecidas siendo claramente distorsionador de la realidad.

Así­, el tránsito a la era «PRO CíPITA» pretende disponer de nuevos elementos de medición, exclusivamente soportado en indicadores sociales, que midan Resultados (OUTCOMES) y no inputs, que estén orientados a la acción (oportunidades para el cambio) y que sean relevantes para todos los paí­ses (no solamente los «llamados pobres o en desarrollo, sino TODOS, incluidos los «avanzados»). Metodologí­a compleja que exige de un intenso trabajo de mejora que permita que los primeros 132 Estados incluidos en la edición 2014, actúen sobre los propios indicadores, afinen sus conceptos y reorganicen sus aparatos estadí­sticos. (Recordemos que los primeros intentos para medir el PIB fueron claramente inapropiados y muy limitados y que aún se cuestionan muchos de los datos que aportan determinados paí­ses con discrepancias evidentes entre diferentes Organismos). Adicionalmente, no podemos olvidar que continuar midiendo en el ámbito estatal, incide en un error grave en la medida que las diferencias y desigualdades en el interior de los Estados son, las más de las veces, mayores que de Estado a Estado. Aquí­, debemos destacar un hecho relevante: Euskadi. El índice de Progreso Social 2014, además del análisis en 132 Estados de los cinco continentes, recoge una singularidad: su aplicación al Paí­s Vasco como único caso No Estado que permite abrir un camino hacia la «regionalización y actuación en espacios infra-estado y/o especiales», que posibiliten una mejor comprensión del progreso social y faciliten las polí­ticas a implantar. La elaboración de este Indice ha contado con la participación del Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA en una iniciativa singular analizando -con carácter piloto- la racionalidad e importancia de su aplicación en ámbitos llamados «infraestado». El Informe resalta algunas de las caracterí­sticas clave que concurren en nuestro Paí­s para convertirlo en un candidato ideal a este ejercicio: su carácter lí­der y vanguardia en el desarrollo del Estado español (primero en el propio PIB), cabeza en el desarrollo social en términos de índice de Desarrollo Humano conforme a parámetros del PNUD-Naciones Unidas, distintos elementos que le caracterizan como un territorio diferenciado de su entorno (identidad y cultura, tejido económico, capital humano, autogobierno y elevado grado de autonomí­a con estrategias y polí­ticas diferenciadas, una oficina estadí­stica propia con un alto recorrido en la elaboración de información e indicadores ad hoc para el propósito buscado y la presencia, institucionalizada, de diferentes observatorios e í­ndices en el ámbito de la innovación social, regional y comarcal).

De esta forma, de la mano de 52 indicadores sociales en torno a 3 pilares determinantes (Necesidades Humanas Básicas, Bases del Bienestar y Oportunidades de Desarrollo), se alcanzarí­a el Progreso Social entendido como «la capacidad de una Sociedad para alcanzar las necesidades humanas de los ciudadanos al objeto de establecer aquellos fundamentos sólidos que permitan a los ciudadanos y sus comunidades mejorar y sostener su calidad de vida creando las condiciones par que todos participen de un bienestar inclusivo».

Con este propósito, el resultado del índice 2014 se ha presentado con una interesante comparación en relación con el PIB. Así­ podemos utilizar como ejemplo los Estados Unidos de América, primer lugar en el ranking mundial de PIB y 15 en el nuevo índice de Progreso Social. El «New Deal» que ha caracterizado un «Pacto Social» a lo largo de la historia estadounidense, proclamándose como «Tierra de Oportunidades»,  «por lo que todo ciudadano puede aspirar a ser multi-millonario o presidente del Paí­s» (si logra al menos 100 millones de dólares para financiar su campaña), no parece responder a los mejores indicadores sociales. Ni su educación pública básica (la K-12 obligatoria), ni su sistema de salud, ni sus redes de servicios sociales, ni las polí­ticas de protección social, ni la vivienda popular, ni el equilibrio y cohesión territorial parecen estar en igualdad de desarrollo que su PIB per Cápita. Por el contrario, con sus limitaciones, pese al deterioro de los últimos años de crisis y las polí­ticas restrictivas del bienestar en Europa, salvo los casos de Canadá y Austria, son los paí­ses Europeos los mejor situados en ese grupo de cabeza de los primeros 16 Estados en el ranking. Se trata, sin duda, de un buen reclamo, en los tiempos que corren, para los defensores de las polí­ticas de bienestar en detrimento de los defensores a ultranza de un libre mercado. En ese pelotón de cabeza, la «estrategia vasca» en torno a un modelo de competitividad en Solidaridad haciendo de la convergencia permanente entre sus polí­ticas industriales, sus polí­ticas sociales y sus polí­ticas de cohesión territorial parecen justificar y demostrar su acierto y el camino a seguir.

En definitiva,  asistimos al despliegue de un nuevo movimiento que se abre camino, paso a paso, desde la solidez conceptual, la evidencia diferenciada y la extendida demanda social. La necesaria interconexión economí­a-Sociedad cobra carta de naturaleza y exige una clara reorientación de las polí­ticas hacia la prioridad tantas veces anunciada: las Personas. Un tránsito aún incipiente. No obstante, más allá de un índice, lo relevante es actuar sobre sus indicadores, focalizando estrategias y polí­ticas concretas sobre todos aquellos relevantes crí­ticos. Disponemos, hoy, de mejores instrumentos para afrontar los nuevos desafí­os. A partir de aquí­, en los próximos años, recorreremos, sin duda, nuevos caminos pro-cápita, es decir, al servicio de las personas.

Desigualdad, Protección Social, Polí­ticas Sociales…

(Artí­culo publicado en Deia el 6 de Abril)

A la vez que un buen número de declaraciones del Gobierno español y titulares de prensa económica proclaman que «España ha salido de la crisis», respaldados en algunos indicadores como el incremento de la recaudación por IVA, reducción de la prima de riesgo o recientes compras (o anuncio de la posibilidad de hacerlas) por grupos inversores extranjeros, además del previsible «cese temporal» de la intervención directa de la troika financiera en la gestión de las finanzas públicas y los presupuestos del Estado, la OCDE se ha encargado de resaltar las luces rojas y el lienzo negro que describe el panorama de la sociedad española del 2014, destacando las consecuencias de la crisis. Adicionalmente, en estos últimos dí­as, las declaraciones del ministro de Hacienda español, Cristóbal Montoro, pretendiendo descalificar determinados informes molestos para su discurso de recuperación, no han hecho sino avivar la preocupación y el debate en torno a la desigualdad, la pobreza y los modelos de crecimiento y desarrollo económico y social.

El mencionado informe de la OCDE pone el acento en la desigualdad, la necesidad de una «nueva estrategia de protección social» y la reorientación de prioridades hacia la población más desfavorecida y el amplio colectivo de los NEET (ni empleados, ni educándose, ni formándose), que representan ya 1 de cada 5 adultos entre 15 y 24 años. Lo hace sin dejar de señalar un desempleo juvenil que ha superado el 50% o el hecho de que el desempleo adulto de alta duración alcanza ya al 45% de los 5,8 millones de parados. El desempleo de la crisis (2007 a 2013) ha ido creciendo a un ritmo de 13.000 desempleados por semana. Así­, desempleo, empobrecimiento generalizado de la población (en torno a un 30%) acentuado entre los de menores ingresos, sitúan a España en los peores lugares del ranking europeo y de paí­ses de la OCDE, con el triste y preocupante tercer puesto por la cola en empleabilidad y el segundo peor en pobreza infantil.

Con este panorama, todo intento o señal de recuperación económica, esperanza en las reformas y polí­ticas de productividad, negociación colectiva e incluso fiscal y tributaria, no evitará, en un horizonte de al menos el medio plazo, que la desprotección social, desigualdad y marginación vaya en aumento o en insuficiente contención de crecimiento relativo, bajo marcos y modelos convencionales. Una vez más, debemos asumir que no podemos esperar la pasiva creación espontánea de riqueza y empleo desde el cí­rculo natural dado por válido en los escenarios del pasado. Ni el proceso es tan evidente ni el caprichoso mercado asigna correctamente los resultados esperados ni los tiempos permiten esperar unos resultados teóricos.

En estas condiciones, el desafí­o (universal) al que nos enfrentamos reviste extrema complejidad, no ofrece soluciones cortoplacistas y exige cambios radicales de cultura, actitudes y riesgos. No parece que la inevitable cobertura de prestaciones sociales, cada vez más costosas y con más demandantes, pueda recaer, sin más, en un incremento continuo de la ví­a impositiva sobre aquellos que disfrutan de mayores rentas o mejor formación y una adecuada cualificación a las actividades mejor apreciadas y compensadas por el mercado, asistiendo a una cada vez menor relación entre trabajador-contribuyente y desempleado o pensionista. La demanda de prestaciones sociales no contributivas crece y la sociedad y sus gobiernos no pueden (ni deben) no atender la demanda real y natural que, desgraciadamente, conllevan. Tampoco se puede descansar en la creación de empleo público artificial con independencia del valor que genere ni, por supuesto, en una optimización administrativa fijando requisitos excesivos para limitar los derechohabientes que mayor atención demandan, a la vez que tampoco cabe esperar que toda iniciativa de reforma parta de la premisa de considerar inamovible el estatus quo funcionarial manteniéndolo como miembro fijo de la ecuación.

En nuestro caso, la sociedad vasca  disfruta del beneficio relativo de decisiones estratégicas valientes tomadas en el inicio de su acceso al autogobierno y que se han venido perfeccionando a lo largo del tiempo. En estos dí­as, la celebración del «año de lucha contra la pobreza y la desigualdad», diversos análisis y diagnósticos sobre la aplicación y gestión de las rentas de inserción, así­ como el propio debate Hacienda-Cáritas y sus informes, además del debate permanente sobre la prioridad en el gasto público, han permitido la organización de un seminario-aniversario sobre el rol jugado por las administraciones vascas en este ámbito social. Y con la oportunidad del debate en torno al siempre difí­cil concepto de pobreza, recordamos aquel pionero «Informe sobre la Pobreza en Euskadi» del Departamento de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social del año 1986, que fue recibido con una alta dosis de crí­tica e incredulidad. ¿Era posible hablar de pobreza en Euskadi cuando nuestra sociedad viví­a en una situación claramente superior a las de nuestro entorno? ¿Qué significaba «vivir en la pobreza»? ¿Se trataba de un mensaje alarmista condicionante de los esfuerzos de solución a la grave crisis económica y de empleo que padecí­amos? ¿Habí­a capacidad (competencial, legal, financiera, de gestión) para abordar un plan riguroso para erradicarla? ¿Estaba nuestra sociedad preparada para aceptar el concepto y asignar recursos (salario social, emergencia social) a aquellos a quienes no cabí­a exigir un trabajo (entre otras cosas porque no habí­a empleo disponible) o una contraprestación especí­fica? ¿Disponí­amos de una adecuada red de bienestar y servicios sociales para responder al reto?

 

Hoy, el tiempo ha dado la razón a la importancia de la apuesta de entonces. Euskadi, también en este capí­tulo, diseñó e implementó estrategias contracorriente. El mencionado informe fue una pieza clave en un intenso proceso que complementaba diferentes estrategias y polí­ticas para enfrentar un graví­simo desempleo por encima de un 23%, inmerso en un pasivo y pésimo servicio de empleo público (INEM), unas polí­ticas activas de empleo secuestradas y momificadas por la nefasta trí­ada gestora de la administración central, los agentes sociales (sindicatos UGT y CC.OO.) y patronal (CEOE), administradores de un sistema inoperante con resultados caóticos. Más allá de ámbitos competenciales no transferidos, Euskadi optó por afrontar los problemas y plantear soluciones de futuro. Desde nuevos indicadores de desempleo (PRA), nuevas iniciativas de censo y mercado de trabajo, polí­ticas activas de empleo no financiadas por la administración central, un sistema de formación profesional y ocupacional propio, nuevos espacios de interacción bienestar-empleo y socio-sanitario (recordemos que entonces no existí­a la cobertura sanitaria universal) hasta la creación de un salario social, pionero en el Estado que, con el tiempo, se ha generalizado de una u otra forma. Ese binomio empleabilidad-salario social, en su progresiva aplicación a lo largo de cerca de 30 años, en el marco de una estrategia de competitividad y bienestar, permite que hoy, pese a la profundidad de la crisis descrita, Euskadi ofrezca los niveles más bajos de pobreza y desigualdad de Europa, tras Suecia.

Este proceso, sostenido a lo largo del tiempo, ha sido objeto de análisis (recuerdo y reconocimiento) en estos dí­as. Los grandes esfuerzos realizados por un grupo de técnicos del Gobierno vasco en los albores de los años 80 vieron su primera luz con la elaboración del «Informe sobre la Pobreza en la CAPV» e inspiraron la actuación del Parlamento Vasco en una proposición no de ley de EAJ/PNV y se fueron perfeccionando a partir del compromiso parlamentario del lehendakari Ardanza para acometer, en el marco del entonces en diseño «Plan Euskadi-Europa 93», una apuesta para dotar a Euskadi de las infraestructuras y polí­ticas de cohesión social y territorial que nos permitieran no perder el «tren de Europa o del futuro», recomponiendo la condena a la marginación a la que nos llevaba el Informe Cecchini (El coste de la NO Europa). Entonces, Euskadi tampoco disponí­a de grandes excedentes presupuestarios, ni nadaba en la abundancia, ni contaba con el apoyo de Madrid para acometer estas polí­ticas regionalistas anti-pensamiento centralizador dominante. (El propio socio de gobierno de coalición, el PSE, se oponí­a a un salario social en Euskadi que «contaminarí­a» las polí­ticas «en el resto del Estado»). Hoy, Europa vuelve a retomar el discurso de la desigualdad y la pobreza como expresión rebelde de una dura realidad que por desgracia nos aqueja. Afortunadamente, en este tipo de compromisos y estrategias, Euskadi también ha sido pionera. Por supuesto, de manera insuficiente e inacabada. El desafí­o es enorme y no solo es cuestión de voluntad y recursos sino de acertar en las estrategias integradas, interdepartamentales e interinstitucionales que vieran su luz en los compromisos de los primeros 90 y que hoy siguen surgiendo con renovados impulsos.

Euskadi revisa las lecciones aprendidas para acometer la intensidad del momento. Es el momento de desempolvar una extraordinaria publicación del Gobierno vasco «1984-2008: 25 años de estudio de la pobreza en Euskadi» y, de la mano de sus autores, Luis Sanzo y Joseba Zalakain, analizar el proceso… además de agradecerles públicamente su esfuerzo, dedicación, insistencia y enorme contribución a lo largo de estos 30 años. Como a tantos que han trabajado en este complejo, las más de las veces oscuro e indefinido mundo de la pobreza y la desigualdad.

Gracias a esta base forjada, una vez más, desde un claro liderazgo polí­tico con el imprescindible compromiso de la iniciativa social (mención especial al enorme protagonismo y aportación de Cáritas ya entonces) y privada (de especial relevancia el SIIS de Donostia cuyo empeño, investigación y aportaciones conceptuales aportaron inapreciable profesionalidad y referencia) y que fue capaz de incorporar en torno a una arriesgada y compleja estrategia de polí­ticas sociales en una estrategia-paí­s de éxito al Gobierno vasco, a las diputaciones forales y a los ayuntamientos. Una apuesta valiente, de alto riesgo, superadora del conflicto competencial inter-intra administraciones públicas, de la discusión permanente en torno al espacio de atención de las personas atendiendo a si «son enfermos que envejecen o mayores que enferman»; si la «seguridad social única y contributiva para quien tiene empleo debe o no extenderse a un salario social, digno y suficiente para quien no dispone de ingresos, cae en la emergencia social o no puede salir del pozo de la pobreza, sin contra prestación alguna».

Hoy,con orgullo, debemos recordar y poner en valor cómo las instituciones vascas y sus gobernantes lideraron el proceso, asumieron los riesgos y apostaron por un camino pionero y, sobre todo, solidario. Camino que nos ha permitido afrontar las dificultades y posibilita construir futuro. Trayectoria con resultados observables positivos. Lecciones para ganar la confianza necesaria para afrontar los enormes desafí­os, renovados, existentes.

Sin duda, es un buen momento para, además de preocuparnos por la situación, ocuparnos. Desigualdad y pobreza están aquí­. Pero, por encima de todo, hemos de tener la certeza de que el trabajo emprendido ha sido positivo, que disponemos de una sólida red de bienestar y servicios sociales, que hemos construido un marco colaborativo interinstitucional e interdepartamental además de público-privado al servicio de las personas. Esta es la estrategia de competitividad, bienestar y desarrollo por la que hemos apostado. Un gran desafí­o… posible.