Inteligencia Artificial: Elegir nuestro camino deseable

(Artículo publicado el 1 de Agosto)

Este pasado jueves se presentaba el Centro Vasco de Inteligencia Artificial (Basque Artificial Intelligence Center-BAIC), con sede en el Parque Tecnológico de Miñano (Araba), que, en palabras del Lehendakari Iñigo Urkullu, “se propone liderar el desarrollo y aplicación del conocimiento en inteligencia artificial y ser una palanca de transformación real para los agentes económicos y sociales de Euskadi, con una decidida referencia y conexión internacional”.

La creación de esta entidad supone un paso más, de indudable valor, en la configuración progresiva y permanente de lo que está viniendo en denominarse “Ecosistema Vasco”, espacio colaborativo, activo y abierto, desde y para el conjunto del tejido económico, empresarial, académico e institucional, que habría de facilitar el desarrollo exitoso de nuestra economía al servicio de un “modelo vasco de desarrollo inclusivo”.

Como no podía ser de otra manera, una iniciativa de este tipo no es fruto de una moda o carrera espontánea por constituir entes y etiquetas al amparo de potenciales recursos transformadores, para “poner la inteligencia artificial y las principales tecnologías exponenciales y disruptivas en nuestras vidas”. La propia presencia promotora de una veintena de empresas relevantes en nuestro país, presentes ya, de una forma u otra, en su uso, con la incorporación de jugadores clave en el entorno ciencia-tecnología del país, BERCs incluidos, la Universidad (aún con tímida presencia directa) y las administraciones publicas vascas lo posibilitan y ofrecen mimbres básicos para su apuesta de futuro. Apuesta que según sus propias declaraciones fundacionales y compromisos responde a una “base y fortaleza real sobre la que construir”: un tejido empresarial sólido e innovador alineado con el marco prioritario del RIS3 (Marco de regionalización inteligente de Euskadi que el Gobierno Vasco y el apoyo de Bruselas promueve en la prioridad orientada hacia la manufactura avanzada, la energía, las bio-ciencias y sus elementos transformadores asociables desde, en forma simplificada, la digitalización), los movimientos aceleradores de la propia sociedad 5.0, e industria 4.0 y los diferentes proyectos-iniciativas favorecedoras de la conectividad ultra rápida y el propósito o sentido que conlleva entender y usar de manera adecuada las bondades de esta tecnología y herramienta disponible, sensibilizar y monitorizar sus aplicaciones, capacitar y “alfabetizar” a los profesionales y sociedad en general que habremos de coincidir con ella, fortalecer el desarrollo de industrias y servicios asociables, conectar con las redes internacionales imprescindibles, atraer talento de vanguardia y, por supuesto, constituir un  foco de pensamiento en torno a sus consecuencias éticas, legales y, por supuesto, democráticas. La presencia, además, de los gobiernos habría de facilitar una actitud transformadora no solamente para aplicaciones puntuales en la administración pública, sino como elemento esencial en una imprescindible reinvención de la administración pública vasca, un nuevo catálogo de posiciones y competencias, innovación de servicios pensando en el ciudadano, la sociedad y aportando el enorme salto requerido para una gobernanza del siglo XXI.

En estos días y al hilo de esta iniciativa, merece la pena recurrir al interesante debate, “Rediseñando la inteligencia artificial: trabajo, democracia y justicia en la era de la automatización”, que acaba de publicar la Boston Review Forum en colaboración con la entidad sin ánimo de lucro, “AI and Shared Prosperity Initiative” (Iniciativa para la prosperidad compartida en la Inteligencia artificial), a partir de las reflexiones básicas de Daron Acemo?lu. Acemo?lu, prestigioso economista, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ya nos ha venido iluminando desde su reconocida e instructiva publicación: ¿Por qué fracasan las naciones? (“Why Nations Fail”), que nos acompaña a lo largo del tiempo, analizando desde el rigor económico, el origen del poder, la desigualdad y la prosperidad y el enorme potencial diferenciador que supone el contar o no con instituciones (entes, normas, comportamientos, riesgos, gestión…) del que se doten o no los diferentes países y su implicación en la ordenación de los elementos clave y “mercados posibles” que determinarán su impacto, (se espera que sea beneficioso para todos). En esta ocasión, la publicación en cuestión incorpora críticas, líneas alternativas de acción, consideraciones de enorme transcendencia desde un variado y nutrido grupo de prestigiosos académicos y profesionales, tanto favorables a sus tesis, como críticos con ellas.

Acemo?lu, como todos ellos, parten de asumir la realidad: la inteligencia artificial no solo está entre nosotros, sino que será pieza relevante en nuestro futuro y, sin duda, cabe esperar enormes beneficios generales. Dicho esto, la duda está en su distribución y mitigación de aquellos efectos negativos que pudiera generar. Básicamente, se pregunta si la inteligencia artificial, en su actual orientación, esencialmente ligada a la automatización es o puede ser una amenaza para el empleo y la democracia. Su visión, optimista, reside en su convicción de que el futuro no está definido como un bien o mal predeterminado, sino que está en nuestras manos y propone una apuesta decidida para hacer que la AI (Inteligencia Artificial) pueda crear prosperidad inclusiva e impulsar libertades democráticas. Esta apuesta exige políticas acertadas de los gobiernos, un redireccionamiento de norma y comportamientos de profesionales, tecnólogos, industrias y empresas implicables y, por supuesto, un control democrático sólido y decidido.

Hoy, no cabe duda de que una enorme preocupación pasa por la percepción de un “mundo con menor empleo y trabajo” ante la supuesta creciente robotización y el poder sustitutivo por las máquinas. Aumento que lleva a un debate de gran magnitud en términos iniciales de compartir y distribuir la renta, así como el verdadero sentido del trabajo-empleo. Definir un propósito social, viable, resulta imprescindible. Si, por ejemplo, en Estados Unidos un 53% de los trabajadores con empleo dicen no sentirse identificados con su proyecto laboral y no encuentran propósito alguno en lo que hacen, más allá de un determinado nivel de ingreso y se generalizan propuestas en torno a mecanismos de renta universal o salarios garantizados al margen de la empleabilidad, renacen alternativas de gran calado por definir. Ni qué decir al desequilibrio geográfico entre jugadores de primera (tanto en software clave, como en diferentes grados de aplicabilidad) y el resto en el mundo de estas tecnologías críticas.

Sin duda, el propósito que ha de reorientar el uso de estas tecnologías exige que tecnólogos, gestores, gobernantes señalen el camino y forma de uso de estas potentes herramientas capaces de hacer un mundo mejor. ¿Desacoplar trabajo-renta es una buena solución inspiradora y motivadora de vida? ¿Reorientar modelos de desarrollo compartido y canalizar la inversión pública hacia una nueva relación de la tecnología que nos lleve a no competir contra las máquinas, sino a competir usándolas e incorporándolas a facilitar su contribución, logrando mayor y mejor valor inclusivo?

Como en tantas otras áreas, no son tiempos para dejar que las cosas sucedan sin más, tal y como vienen, sino, por el contrario, anticiparnos a intentar reorientar un futuro deseable.

Sin duda, el BAIC de reciente creación tiene por delante un extraordinario e ilusionante campo de juego. Euskadi está a tiempo de elegir el tipo de ola que coger.

Innovación territorial y ciudades-región

(Artículo publicado el 18 de julio)

En julio del año 2000 se inauguró el puente-túnel de Oresund, uniendo la región de Malmö en Suecia con el Norte de Dinamarca. Espectacular obra de ingeniería que posibilita la conexión terrestre de Escandinavia con la Europa Continental, separados históricamente en medio de todo tipo de avatares, incluso bélicos, que conformaron su propio carácter y vocación diferenciales.

Resolver los condicionantes de una infraestructura de 16 kilómetros supuso todo tipo de impedimentos que cuestionaban su viabilidad (técnica y económica), así como cuestiones clave en materia de geopolítica, espacios administrativos diferenciados, cosoberanía, prioridades y temores de “competencia” entre dos regiones con diferentes niveles socioeconómicos, modelos de desarrollo y sistemas de gobernanza. Siglos de separación dieron paso a un nuevo espacio, “la región de Oresund” que no solo ha posibilitado un modo de conexión, sino un espacio de convivencia compartida y desarrollo económico social y cultural, que da fuerza diferencial al llamado “espacio Báltico”, integrador de estados miembro de la Unión Europea (Repúblicas Bálticas, Suecia, Dinamarca y Finlandia con sus respectivas regiones implicadas), enclaves rusos, provincias y landers de países vecinos, y su conexión discontinua hacia el mar del Norte. Hoy, Oresund ha generado cientos de alianzas empresariales, multitud de organismos y entidades para la colaboración que facilitan todo tipo de actividades compartibles, clústers en red (Biotecnología, de manera relevante), un distrito Universitario común y toda una amplia alineación de servicios, logística, transporte, turismo y un mercado laboral integrado. Así, más allá de la infraestructura y nuevos modelos de gobernanza confieren un coprotagonismo a todos sus miembros con una estrategia “territorial” colaborativa, a la vez que cada una de las partes mantiene y promueve su propia estrategia con aspiración propia, a la búsqueda de visiones y proposiciones únicas de valor, superadoras de “pensamientos únicos dependientes de terceros”, construyendo, también, riqueza y prosperidad para todos. Suecia, Dinamarca, tan parecidos y distintos, a la vez, desde su libre decisión, conforman espacios y proyectos compartibles.

Coincidiendo con este aniversario, la invitación a participar en una iniciativa para el desarrollo estratégico, desde la clusterización de diferentes actividades energético-industriales en el corredor transfronterizo (México-Estados Unidos) y una próxima intervención en la Escuela de Verano en una Universidad centro europea sobre estrategias regionales y competitividad de las ciudades, me ha permitido revisitar la reconfiguración que vienen experimentando diferentes espacios regionales para su desarrollo socio-económico. El momento coincide con la celebración del próximo Foro Trilateral 2021 “Stronger Together” (“Más fuertes juntos”) organizado por NASCO (North American Strategy for Competitiveness), institución que agrupa diferentes agentes implicados en la promoción de la competitividad para Estados Unidos, México y Canadá. Organismo que nació en el marco del ya superado NAFTA (tratado de libre comercio) entre estos tres estados norteamericanos y que, el pasado año, dio paso a un nuevo acuerdo comercial “ampliado”, que da sus primeros pasos en la confianza de una mayor cooperación.

La búsqueda de la competitividad y espacios compartidos entre estos tres países no es algo nuevo, si bien los diferentes instrumentos puestos a su servicio han respondido más a alianzas, de distinta intensidad, formalidad y competencias, transfronterizas entre México y Estados Unidos, con una elevada concentración en materia de transporte, logística y servicios básicos de comunicación intra-estados. La complejidad y consideración de “frontera caliente” ha limitado posibles acuerdos colaborativos que llevaran a considerar espacios “compartibles” los espacios naturales de interrelación.

Ya en los años noventa, varias iniciativas compartiendo espacios fronterizos a ambos lados de sus fronteras, promovieron alianzas especiales. La noroccidental Canadá-USA (Washington, Oregón, Idaho en USA, Columbia Británica, Alberta en Canadá) a través de Cascadia 2000 como instrumento colaborativo conjunto, con especial foco en el turismo y las diferentes actividades asociables a un clúster turismo-territorio de máximo impacto con especial interés en su protección del medio ambiente, dotaron al instrumento de un modelo de gobernanza que incluía niveles de alta dirección política (gobernadores de los Estados y Provincias, congresista federales y estatales), además de las mesas y foros empresariales y académicos a ambos lados de la línea. En cierta medida pioneros en este mapa de “nuevos jugadores” más allá de límites geográficos, físicos y de pertenencia a un país u otro con marcos políticos propios, diferenciados. Laredo-Nuevo Laredo, Tijuana-San Diego son “corredores” que, de una u otra forma han seguido dichos pasos avanzando en diferentes áreas colaborativas.

Hoy, la celebración del mencionado Foro Trilateral en la ciudad de San Luis Potosí, supone poner en valor la alianza colaborativa para el desarrollo social y económico que han constituido (Alianza Centro Bajío Occidental) los estados de San Luis Potosí, Guanajuato, Aguascalientes, Querétaro y Jalisco conformando un eje industrial de máxima concentración en el mundo de la automoción. Si dicha alianza incorpora, hacia el sur, el corredor natural con el anillo concéntrico que conforman los estados de México, Hidalgo y Puebla, y hacia el noreste, Coahuila y Nuevo León, conectaría, hacia Texas un eje norteamericano difícilmente superable, en dimensión, PIB y “espacios clusterizados complementarios” en los mundos del automóvil, aeroespacial, energía y, obviamente, las industrias, tecnología y servicios asociables, más allá de transporte, logística y la correspondiente formación vinculada, incluyendo de manera diferencial la rica abundancia de centros universitarios y educativos de primer nivel.

Un espacio “natural” de esta dimensión, generaría, debidamente alineado con la coherencia estratégica requerida, un gran espacio de generación de riqueza y competitividad. Ni qué decir que una visión convergente y compartida habría de movilizar recursos y, sobre todo, nuevas maneras de entender el territorio y las relaciones políticas y sociales entre los diferentes países, permitiendo superar coyunturas y abordar un futuro de largo plazo en el que los movimientos y flujos migratorios, el/los idiomas dominantes, las cualificaciones de las sociedades implicadas, su acceso a sistemas de salud, educación y servicios sociales, “distritos educativos y universitarios”, entre otras cosas, provocarían cambios culturales a ambos lados de una futurible “frontera líquida”, nuevos modos de gobernanza y, sin duda, mayores niveles de bienestar para sus ciudadanos y mejora en la productividad para sus empresas, agentes económicos y sociales.

Ir más allá de los servicios e ideas y compromisos básicos, parecería de máximo interés y permitiría abordar desafíos mayores de gran impacto en la prosperidad de las regiones base implicadas. Proyectos con validez y aplicación a lo largo del mundo, señalando el camino para futuras estrategias de transformación territorial que exceden un Estado y que reconfiguran espacios complementarios como elementos sinérgicos de optimización de sus objetivos y propósito.

No se trata de casos aislados, sino un movimiento de innovación del concepto y delimitación del territorio y sus apuestas de futuro, como elemento no “acogedor o contenedor pasivo”, sino impulsor activo del propósito de sus poblaciones, empresas y, por supuesto, marcos facilitadores de su propia competitividad.

Experiencias que vienen implantándose en un mundo cada vez más interrelacionado, con mayor protagonismo de las ciudades-región, con políticas y estrategias superadoras de marcos administrativos pese a la rigidez de los programas de apoyo e impulso que se generalizan a lo largo del mundo de la mano de entes y gobiernos subvencionadores. La realidad exige una clara innovación territorial que responde a las necesidades específicas y, sobre todo, a la apuesta aspiracional de su población. Más allá de infraestructuras especiales de interés mutuo, los elementos de alto valor añadido que conllevan aconsejan profundizar en este tipo de iniciativas por complejas que, en principio, parezcan.

Ahora, que parecería imprescindible apostar por nuevas visiones de futuro y optimizar nuestros recursos en esquemas de redefinición de estrategias, alianzas y gobernanza, desde la vocación diferenciada de cada realidad necesariamente distinta, parece una buena ocasión para preguntarnos, también, sobre el propio rol de nuestras ciudades-región en el contexto mundial.

Política industrial, competitividad y desarrollo inclusivo. Un camino de futuro

(Artículo publicado el 4 de Julio)

El Crash pandémico (en el que seguimos inmersos pese a la sensación y relajación que parece instalarse entre nosotros) ha provocado, también, una cadena de análisis, reflexiones y prospectivas en cuanto a su impacto en la economía, los diferentes modelos de crecimiento y desarrollo y las abundantes “estrategias de resiliencia, recuperación y transformación” que, a lo largo del mundo, vienen proponiendo todo gobierno, empresas e instituciones facilitadoras o intermedias, además de los principales organismos internacionales y centros académicos relacionados.

En el centro focal de este movimiento generalizado se sitúa la política industrial. De una u otra forma, no existe país, nación, región, gobierno alguno que no la haya practicado a lo largo de su historia, por activa o por omisión, pasiva o voluntaria. Cosa muy distinta  es el grado en que se ha formulado y explicitado, su importancia y protagonismo director o acompañante en las políticas públicas, ya de inversión o estrategias de gobierno-país que se hayan propuesto, la diferente tipología de sus procesos participativos de elaboración, su peso presupuestario, las modalidades y alcance de la intervención pública, su interrelación y coherencia con el resto de políticas y gobernanza, su aplicabilidad adecuada al tejido económico-industrial pre existente y su cultura diferenciada, endógena, su ambición, la implicación en ella de los agentes económicos, sociales e institucionales afectados, el grado de apropiación de la sociedad y la interacción público-privada implicada y, por supuesto no menos relevante, el grado de preparación de las Administraciones públicas, gobernantes, clases político-sindicales, funcionariado y agencias o estructura promotora e impulsora de la que se haya dotado para llevarla a cabo. Esta compleja realidad, define el éxito o fracaso de la misma, su capacidad tractora y/o transformadora de la economía local, su consecuente preparación para afrontar nuevos desafíos, cambiantes a lo largo del tiempo y su influencia en la generación de riqueza, prosperidad y bienestar para la sociedad.

Los efectos externos imprevistos como sucesivas crisis económicas, financieras o como la pandemia comentada, ponen de manifiesto vulnerabilidades y déficits que llevan, una y otra vez, a revisitar el concepto y, las más de las veces a clamar por nuevos modelos y políticas industriales de largo recorrido. En esta ocasión, si bien ya con carácter previo a la desagradable sorpresa pandémica, asistíamos al cuestionamiento de la otrora adoración simplista de la globalización, la experiencia vivida ha terminado obligando a la búsqueda de un nuevo pensamiento a futuro. Las bondades que sugería bajo una errónea concepción de la competitividad basando su logro en la minoración de costes, fruto de deslocalizaciones y externalizaciones en paises y regiones en desarrollo o no desarrolladas, suponiendo que el reparto, por magia del mercado, fortalecería, por igual, las condiciones de vida y sería la fuerza rentable y permanente de una economía para todos, se ha agotado. Hoy, la constatación de un desarrollo dispar reconduce su consideración hacia nuevos modelos de crecimiento y desarrollo, ahondados por la difícil capacidad de respuesta ante las demandas exigibles, país a país, y ha puesto en valor un rearme de la base industrial, y, con ella, la redefinición de los otrora factores de éxito, más allá del creciente intercambio de bienes y servicios, flujos mundiales y la imprescindible apertura compartida. Una vuelta a los hoy llamados “ecosistemas completos”, cadenas de suministro regionalizadas, opciones múltiples mitigadoras de riesgos, fortalecimiento de claves diferenciadas especializadas, retorno al acercamiento entre economía real y financiera, así como a la relevancia del papel a jugar por los gobiernos, en especial en el ámbito microeconómico, en asociación con empresas líderes en su entorno.

Si la buena noticia de estos días es observar que la inmensa mayoría de agentes implicados parecen emprender un viaje hacia la recuperación y fortalecimiento de políticas industriales, tractoras de las diferentes transformaciones que se apuntan irrenunciables para afrontar el futuro, focalizando objetivos conducentes a la prosperidad inclusiva, no es menos cierta la preocupación por una explosión pendular que parecería etiquetar soluciones similares para todos, apoyadas en marcos financiadores o subvencionadores para falsas estrategias industriales basadas en la creencia de que esto es cuestión de manual, de voluntad y respuestas inmediatas y coyunturales al alcance de todos. Los discursos en torno a la asignación de los Fondos Europeos-Next Generation son un buen ejemplo de este temor a confundir un reparto presupuestario ajeno a las verdaderas palancas de transformación necesarias y deseables, generadoras de riqueza, empleo y bienestar. Si en verdad se entienden la trascendencia y complejidad de lo que se pretende, tendríamos que saludar dichos mensajes con un “¡Bienvenidos a la competitividad, al desarrollo humano sostenible y la inclusividad!

Del otro lado del Atlántico, hace unos días, el director del Consejo Económico Nacional de los Estados Unidos, Brian Deese, destacaba que “el gran vaciado de últimas décadas de la base industrial en los Estados Unidos, había deteriorado los niveles de vida de los norteamericanos (y de sus empresas) y, en consecuencia, su capacidad de influencia y liderazgo, agravándose por su desacoplamiento con su competidor, China, cuyo potencial se convertiría en un serio peligro para el modelo de vida occidental”. Defendía que es precisamente sobre esta base la que debe entenderse la apuesta estratégica del presidente Biden en su “Build Back Better” (Reconstruir mejor), cuya agenda ha de fortalecer la “nueva base industrial para las necesidades del siglo XXI”. Hacerlo, recordaba, “exige focalizar nuestro esfuerzo en los pilares básicos de la nueva política industrial a promover: resiliencia en todas las cadenas de suministros esenciales para nuestra economía y sociedad a lo largo del país, inversión pública dirigida priorizando sectores, apoyando a sus principales empresas tractoras, rediseñando marcos colaborativos con las empresas en un nuevo espacio público-privado, dotándonos de nuevos marcos de compra pública y contratación garantes de competitividad estable y largo placista para favorecer el desarrollo empresarial, fortaleciendo plataformas tecnológicas, desplegando infraestructuras facilitadora de un desarrollo y equilibrio regional y generando nuevos instrumentos y agencias de intermediación o colaboración interindustrial, industria-universidad  e interterritoriales. No podemos olvidar, decía, que volcarnos en América no significa excluir a nuestros socios mundiales, por lo que hemos de generar alianzas múltiples, compartiendo planes de desarrollo conjunto y compartido. Y, finalmente, hemos de abordar una auténtica revolución educativa alineada con la empleabilidad asociable al futuro del trabajo”.

Deese no rehuyó las implicaciones que esta apuesta por la política industrial conlleva. Su larga trayectoria y prestigio anticrisis lo avala. Sabe, y así lo explicaba ante un auditorio crítico, que la política industrial supone intervenir, por supuesto, en el libre mercado que algunos idealizan en un mundo empresarial y económico cada vez más regulado, internacionalizado y sistémico. Sabe que obliga a los gobiernos a priorizar (lo que exige asumir riesgos en su elección y focalización), que resulta imprescindible generar la confianza tractora de partenariados público-privados, que ha de transformar marcos normativos al servicio de esa competitividad bien aprendida, que ha de trabajar en la generación de espacios colaborativos desde las empresas tractoras hacia sus empresas relacionadas (sobre todo Pymes y Micro pymes), que ha de dotarse  de nuevas instituciones y agentes transformadores, que la economía ha de ir de la mano de la acción exterior y de la cooperación al desarrollo, que debe provocar un sistema ciencia-tecnología alineado con las demanda de dicha industria-tecnología esperable, que ha de propiciar inversiones endógenas… y que políticas económicas y sociales no pueden ir ni a velocidades, ni momentos distintos. Sabe que necesita modificar sus estructuras de gobierno para dirigir ese desafío. Esto es, por supuesto, el trasfondo de una política industrial real. Ni se improvisa, ni emerge de forma espontánea.

Aquí, en Euskadi, lo hemos aprendido con el paso del tiempo.

Hace unos días, el Instituto Vasco de Competitividad (ORKESTRA) publicaba un interesante Informe (Estrategia Regional de largo plazo para la competitividad inclusiva: El Caso del País Vasco, 2008-2020). Ya son muchos los informes y documentos elaborados por ellos con colaboraciones internacionales expertas y avalados por destacadas Instituciones externas, analizando las políticas industriales y de competitividad que se vienen aplicando en Euskadi desde el año 1980, al salir de la dictadura y autarquías aislacionista en la que se encontraba el País, en plena crisis de crisis (mundial energética, mundial reconversión de industrias clave, local en lo social con desempleo galopante, terrorismo destructor, política entre la reforma y la ruptura…). La apuesta por la centralidad de la política industrial ha dalo sus frutos y hoy, es una de las naciones-regiones, en el mundo, que puede reclamar su consideración de ejemplo en los resultados exitosos de una estrategia que, entonces, contradecía y rompía moldes en los mundos académicos e institucionales en el mundo occidental y que hoy es un referente a considerar. Resulta muy ilustrativo repasar los elementos clave que destaca el Informe. Partiendo de la base que las respuestas a las sucesivas crisis de los 80, 90 y primera década del 2000, aportaron al País Vasco y su estrategia de éxito, calificando de relevante el propósito rector de todo el proceso (Competitividad inclusiva basada en la innovación y participación multi agentes), entiende que se han  incorporado tres grandes bloques integrados: especialización basada en el tejido industrial preexistente transformado por una especial apuesta innovadora y tecnológica, en tres áreas prioritarias (manufactura avanzada, energía y biociencias para la salud), complementada con la transversalidad de nicho; un segundo bloque de activos (infraestructuras, formación acorde a las necesidades de nuestra industria, reforzar e integrar el sistema vasco ciencia tecnología e innovación) y, maduración de agentes y políticas públicas, y, en tercer lugar, los actores del proceso (clusters e instrumentos facilitadores público-privados), implicación de las grandes empresas tractoras y sus amplias redes de proveedores, realineación de los objetivos de estos actores con los del sistema ciencia-tecnología. Y, finalmente, el quien y el cómo de todo este proceso (liderazgo, gobernanza, estrategia viva y participativa).

Todo un proceso estratégico que hace que, diariamente, miles de personas participan en proyectos colaborativos, iniciativas compartibles, más allá de su trabajo y responsabilidades específicas en sus empresas, universidades, centros tecnológicos, asociaciones clúster, gobiernos en los diferentes niveles institucionales. De esta forma, fruto de exigencia, compromiso y esfuerzo orientados, Euskadi puede ofrecer al mundo una política exitosa. Pero, sobre todo, puede proponer a su propia sociedad vasca, un camino de futuro.

Hoy, como ayer, la política industrial bien entendida, supone una base clave para construir un espacio de prosperidad y desarrollo inclusivo.

¿Crecer al 8-9%? ¿Cómo, hasta cuándo, para qué y para quién?

(Artículo publicado el 20 de Junio)

La controvertida reunión del Cercle d’Economia en Barcelona (no por su contenido, “retos y desafíos de empresas, gobiernos y economías”, sino por el protocolo en torno al Rey Felipe VI y la presencia-ausencia de las autoridades de la Generalitat), supuso la llamativa declaración de Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander: “en los próximos trimestres nos vamos a salir del mapa”, compartida, de alguna forma, por su compañero de escenario, Jose María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, situando el crecimiento inmediato de la economía española en torno al 8 o 9%.

Ya al inicio de la pandemia en marzo del año 2020, en un artículo publicado en esta misma columna, (“Vencer a la estadística”), advertía de la importancia de entender el verdadero significado de los índices (“lo que indican los indicadores”), relativizando las estimaciones y datos observables en los primeros trimestres ante una situación de parálisis absoluta de la economía, consecuencia del confinamiento obligado, a nivel mundial, consecuencia inevitable de la estrategia de supresión que se impuso como única medida de respuesta urgente ante la intensidad de la infección, la propagación de su contagio y la necesidad de evitar el colapso de los sistemas de salud, a la espera de tratamientos terapéuticos críticos, recualificación del personal profesional sanitario para adaptarlo a la inesperada pandemia, dotación y uso de equipos de protección inexistentes ante la excesiva y desmedida demanda y, sobre todo, el desarrollo de vacunas eficaces y seguras, garantes de la inmunidad colectiva. Las expectativas de entonces situaban en 18 meses la agonía previa a disponer de una solución real.

El entonces debate mediático-político-sindical se centraba en un simplista enfrentamiento alternativo entre salud o economía. O todos encerrados en casa de forma indefinida o “salvar la economía”. Muchos de los que hoy llenan periódicos y parlamentos con mociones y preguntas inquisitorias exigiendo “relajar las medidas preventivas”, asociaban a ideologías neoliberales el intento de conjugar lo que más tarde serían procesos de desescalada, las segundas y terceras olas con consecuencias ya no económicas, sino de salud, fruto de los propios condicionantes socioeconómicos de la salud además de la atención sanitaria retardada o postpuesta ante la imperiosa urgencia de la COVID y su severidad mortal. El sistema y estructuras económicas, contra lo que sucede en otras crisis o catástrofes, no se destruyó. Por el contrario, el periodo vivido ha permitido hoy, aflorar un importante ahorro embalsado sediento de activar un consumo aplazado, necesitado de alternativas de inversión. Las carteras de iniciativas y proyectos transformadores en respuestas a los desafíos pre pandémicos han acelerado sus capacidades y reconocimiento de viabilidad, las empresas han descubierto una gran cantidad de activos tóxicos (más bien pasivos ocultos) que burocratizaban y entorpecían procesos de toma de decisiones, obligadas a una inevitable flexibilidad y agilidad, una extraordinaria desconcentración de decisiones, la emergencia de talento y capacidades ocultas. Las empresas se han visto forzadas a mirar con interés a su entorno y establecer todo tipo de alianzas coopetitivas descubriendo nuevos espacios de colaboración a lo largo de nuevas y reformuladas cadenas de valor, con generación de alternativas más próximas y regionalizadas, así como innovadores espacios “Cross Industry”, que rompen tradicionales reductos sectoriales. A su vez, la interacción público-privada ha vuelto a ponerse en valor (desgraciadamente no todo lo imprescindible) y demostrado la capacidad generadora de riqueza compartida, no sin señalar espacios redundantes de múltiples tareas administrativas.

Ni qué decir del mundo de la digitalización y su explosión en espacios que hasta ahora o no eran tolerados o amparados por los marcos normativos, desaconsejados por los análisis corto placistas que impedían su implantación o el permanente aplazamiento de su aplicación integral. Se visualizaron elementos imprescindibles asociados no solamente por las redes de telecomunicación existentes, o la electricidad que las soporta, o las diferentes coberturas regionales, necesidades complementarias en las viviendas, y todo un sinfín de servicios complementarios, por no citar la puesta en valor de los activos comunitarios y/o esenciales al servicio de la salud, de la vida ordinaria y de las necesidades vitales de la gente.

Y, por supuesto, el diferente rol que los gobiernos (en el caso de Estados Unidos y Europa de una forma llamativa) y los organismos internacionales, apostando por una financiación intergeneracional y largo placista para facilitar “todo lo necesario”, rompiendo sus reglas del pasado.

Ni qué decir, de la puesta en evidencia del valor salud en nuestras vidas y la enorme relevancia de modelos y sistemas de salud, sus profesionales, servicios, equipamientos flexibles y soluciones.

En este contexto internacional, el tirón del que ha de beneficiarse la economía española hace que el “rebote” se refleje en crecimientos económicos insospechados, “antinatura”. Así, de una caída del 26-30% del PIB en el segundo trimestre de 2020 (España fue la economía europea con la mayor caída), hoy anuncia su “salida, como el primero de la clase”. Sin duda una buena noticia y una luz esperanzadora. Ahora bien, tras disfrutar de la euforia del momento, resulta imprescindible reflexionar sobre lo que en verdad representa y, sobre todo, entender lo mucho que implica cara a su sostenibilidad y futuro.

Este anuncio ha coincidido con una serie de hechos interrelacionados que hemos de tener muy en cuenta. La “entrega” al Estado español por la Comisión Europea del bono “Next Europe” para abordar su plan de recuperación, no significa que España haya hecho sus deberes. Ha cumplido con la preparación de un documento-propuesta que aporta compromisos de reformas de alto calado (sistemas de relaciones laborales, nuevo sistema de prevención, protección y seguridad social, transformación de su tejido productivo, saneamiento de sus cuentas públicas, alineación a las líneas marcadas por la “estrategia NEXT EUROPE”, supeditación a vigilancia-supervisión de cumplimiento…) y un plan que dibuja una triple transición hacia una economía verde, a la digitalización de empresas, gobiernos y sociedad en general, recualificación de su población activa hacia un mundo diferente al actual, reinvención de sus sistemas de gobernanza y transformación, real, de la administración pública y sus servicios públicos al servicio de los ciudadanos. A la fecha, un buen plan articulado desde un gabinete, sin contar con la verdadera participación de quienes lo han de llevar a cabo. Ni el Congreso lo ha conocido con carácter previo a su presentación, ni los gobiernos de las Comunidades Autónomas saben cómo se espera que participen, ni la mayoría de las empresas (salvo unas pocas que conocen algo más que promesas) saben si habrán de participar, ni en qué medida accederán a parte de los fondos esperados. El maná productivo supone 19.000 millones de euros para este 2021, por debajo de la financiación (23.000 millones) que el gobierno incluyó en el “Plan Transformador” presentado a Bruselas, ya distribuido entre los diferentes ministerios, gestionándolos según sus propios intereses e inercia tradicional. Haciendo lo mismo que antes, con la etiqueta añadida de verde, digital o “en el ámbito de la I+D+i”. Todo indica que, la letra pequeña bruselense, procederá a auditar su uso y revisión de aquello en marcha. A medida que pasen los días, observaremos la enorme similitud de 27 planes de resiliencia y restructuración que se extenderán por Europa. Su coherencia con capacidades y tejidos económico-industriales preexistentes y gobernanza de los Fondos, marcará la diferencia. Así sabremos si estamos ante una auténtica transformación estructural y sostenible, o ante una película tristemente conocida, de incumplimiento de sueños frustrantes. Por tanto, en este punto, bienvenido el apoyo de Bruselas. A la espera de la promesa del presidente Sánchez de reunir a los presidentes autonómicos para “explicarles los criterios de asignación y participación que pretende” y de un compromiso real con las empresas tractoras capaces de arrastrar iniciativas de verdadera dinámica transformadora, confiemos en la bondad de esta oportunidad única.

Un segundo hecho relevante es observar el avance de la vacunación y la disminución de incidencia de casos, su severidad y, sobre todo, letalidad. Pese al desconcertado periplo seguido, de la mano de un ineficaz -por no competente órgano responsable real de la tarea encomendada- Ministerio de Sanidad, el panorama merece una valoración, hoy, positiva y esperanzadora. Al miedo, no obstante, de una desescalada y apertura inconsciente que puede llevarnos a la extensión de un acelerado contagio que ya observamos en determinados países y zonas geográficas, se une una reflexión importante a futuro. Si bien se ha superado el temido colapso total del sistema de salud previo, la adecuación y transformación de emergencia se ha realizado sobre sus propios pilares preexistentes. Hace exactamente un año, tuve la oportunidad de comparecer ante la Comisión para la Reestructuración de la Salud y la Economía del Congreso de los Diputados. Con tremendos objetivos grandilocuentes se pretendía la reinvención del sistema sanitario, reimaginar los servicios sociales, “publificar la profesionalización del amplio mundo de la salud o industrias interrelacionadas como única forma de responder a los retos de esta y futuras crisis”, redefinir un sistema productivo español, romper el monocultivo y dependencia del turismo, generar un “tejido productivo autosuficiente” sin dependencia de terceros, optimizar unos presupuestos y gasto públicos rompiendo con la tendencia histórica, Re centralizar un modelo para fortalecer el gobierno central en detrimento de las Comunidades autónomas.

La realidad, hoy, es que lo que haya aprobado dicha Comisión, las medidas que resultaron “consensuadas” y las acciones pomposamente archivadas, no han visto la luz. Ni se ha reinventado nada, ni se conoce su verdadero compromiso transformador. La coyuntura, nuevamente, no ha venido acompañada de pensamiento y compromiso largo placista.

En definitiva, las estimaciones de crecimiento con el rebote inmediato suponen una perspectiva positiva y que hemos de celebrar. Ahora bien, la verdadera cuestión no está en el indicador inicial de crecimiento. ¿Creceremos de otra manera, durante cuánto tiempo? Antes, durante y esperemos que después de la pandemia, el mundo se había metido de lleno en un verdadero debate a la búsqueda de nuevos modelos de crecimiento al servicio de un desarrollo inclusivo, mitigador de desigualdades, demandante de actitudes y compromisos colaborativos y solidarios, exigente de cambios profundos y estructurales, con nuevos modelos de empresa y de negocio, con la vista puesta en el conjunto de agentes implicados (stake holders), buscando respuestas, en términos de oportunidades, a los desafíos globales que habrán de impactarnos, de una u otra manera, a todos. Desafíos que formulados de una u otra forma pasan por una nueva economía verde y sostenible, una digitalización total, el uso “humanista” de las tecnologías exponenciales, el futuro del trabajo-empleo, ofreciendo prosperidad y bienestar. Toda una revolución transformadora, imparable, comprometida con el largo plazo. A la vez, antes de esta pandemia, el mundo de la salud señalaba las bases de una imprescindible transformación innovadora co creando nuevos modelos de salud a la vez que conferirle el rol, también, de vector de generación de riqueza, empleo y bienestar abriendo su imprescindible papel asistencial a los ámbitos socioeconómicos, comunitarios y de la investigación, en el amplio contexto ciencia, biotecnología, con nuevas competencias, profesiones e interacción de áreas y disciplinas asociables. Todo un nuevo espacio de oportunidades.

Hoy, más que ayer, necesitamos retomar este verdadero desafío y movimiento activista que haga posible tan exigente objetivo. Más allá del oportuno rebote, deseado, confiemos no perder la atención en hacerlo estructural, permanente. Los mimbres sobre los que construirlo parecerían asequibles. ¿El proceso? Apostemos por su éxito colaborativo. Una extraordinaria oportunidad para poner el crecimiento al servicio del desarrollo inclusivo, la prosperidad y el bienestar de todos.

Euskadi, industria y prosperidad

(Artículo publicado el 6 de junio)

La prensa económica ha despedido el mes de mayo con múltiples artículos y suplementos especiales centrados en la reactivación y el crecimiento económico, con una coincidencia generalizada en la industria como vector esencial sobre el que hacer girar cualquier apuesta de futuro para una transformación imprescindible para garantizar respuestas sostenibles a los desafíos de futuro, desde niveles crecientes de prosperidad, bienestar e inclusividad.

Son ya demasiadas décadas en las que una simplista clasificación de la economía y un cómodo discurso académico confronta la industria con los servicios, sin más, introduciendo un falso discurso de modernidad en favor de la eliminación de la manufactura, en una supuesta asignación de valores al nuevo mundo que apoyaban, aconsejando el abandono de “aquellas economías del pasado” a las que se les otorgaba el mal generalizado del “espacio negro” de las ciudades, la contaminación, escaso glamour y menor brillo y reconocimiento social, desanimando a jóvenes profesionales a apostar por “el pasado” lejos de focalizarse en el destello de los distritos financieros que reconstruían los centros de las mejores ciudades (otra novelada expresión de futuro), publicitaban “el gusto por la moqueta” y las oficinas de relativo lujo y confort y las bondades del camino a la llamada de una globalización sin matices. La modernidad y un futurible éxito profesional se ofrecía como la única opción sensata a perseguir y, si se desarrollaba en el exterior, mejor.

Este contexto se venía fortaleciendo por el uso de un concepto equivocado de la “Política Industrial” que se asociaba con una errónea toma de decisiones de los gobiernos. Adicionalmente, se le acusaba de un pernicioso intervencionismo distorsionador del mercado que se erigía como máximo juez objetivo de una mal entendida competitividad, que dejaba en los gobiernos una malévola y discrecional elección de unos pocos jugadores a los que “subvencionar”, o a la inhibición ante las presiones y demandas sindicales de grandes empresas calificadas de fallidas o a las consideradas empresas “zombis” que se entendía se perpetuarían a base de incumplimientos legales, desatención de sus compromisos con terceros y ausencia de futuro, siempre cargadas de legados históricos perversos, repletas de reivindicaciones basadas en el pasado y poco atentas a las dinámicas de cambio en el entorno en que se desenvuelven. La casi permanente desconfianza hacia quienes han de tomar decisiones desde los gobiernos, mientras se daban por buenas, siempre, las decisiones de otros, se unía a una larga serie de elementos que parecían incompatibles con el mundo de la manufactura, por muy inteligente, innovadora o generadora de riqueza y empleo que fuera. Urbanismo renovado, medio ambiente sin contraste alguno, funcionarización elevada, bancarización y “economía financiera” alejada de una economía real, nueva ola sindicalizada abanderada de la confrontación como motor de soluciones individuales, provocaban una “transición” hacia esos espacios que supondrían contraponer una futurible “sociedad de la información y del conocimiento”, paraísos verdes y batas blancas, contra paisajes industriales y grises, asociables a la “fabricación”. Adicionalmente, demasiadas regiones y países a lo largo del mundo, o partían de una debilidad estructural en su tejido productivo, o creían encontrar una mayor facilidad y velocidad para abrazar el nuevo mundo, saltando los 200 años de revolución industrial que no habían desarrollado e incorporado (o mantenido) en sus ámbitos de actuación y responsabilidad, un mapa completo de elementos esenciales para desarrollar un tejido industrial y productivo competitivo, cuya productividad no se improvisa, ni se compra sin más en el super mercado. Cultura industrial es un concepto demasiado importante y exigente y no se da por generación espontánea. Además, por si fuera poco, la estadística oficial, a lo largo del mundo, se volcaba en cuentas agregadas macroeconómicas y en su afán, también simplificador, optaba por presentar sus datos en términos excluyentes de industria versus servicios y su referencia única al PIB.

Sin embargo, hoy, cuando el mundo asiste a una nueva revolución en la que las llamadas tecnologías exponenciales nos anuncian un futuro absolutamente distinto, cuando la globalización única se ralentiza y da paso a nuevas concepciones no solo de internacionalización, de intercambio económico y de generación de nuevos ámbitos de cadenas de valor, la afortunada inevitabilidad de clusterizar la economía “mezclando” diferentes disciplinas, anteriores segmentos o sectores económicos otrora fragmentados, necesaria regulación y formalización del empleo, reglas y relaciones laborales, convergencia de múltiples agentes, intereses y propósitos, y su carácter de estabilidad y permanencia (cualificada) en el largo plazo, vuelve el protagonismo del Renacimiento Industrial, visualizado como pieza clave en las transformaciones determinantes de nuevos modelos de desarrollo y bienestar.

Si ya las últimas crisis financieras demostraron que aquellas regiones con un relevante peso de su economía real, fundamentalmente industrial, han sido las que mejor han reaccionado ante las dificultades, la última y aún peligrosamente viva pandemia que nos aqueja, lo ha reforzado con inusitado peso.

Hoy, además de Europa y sus Planes de Resiliencia y Recuperación, su anhelado UE Next Europe con sus fondos esperados como la savia que habrá de posibilitar toda una canasta de proyectos críticos, su Horizon Europe para promover la investigación y la tecnología, las áreas prioritarias de actuación (digitalización de la economía, economías verde y azul, con sus imprescindibles transiciones) y el futuro del trabajo (abanderando una imprescindible revolución educativa y recualificación profesional imprescindibles e inaplazables), toda estrategia o política que se precie pone su mirada en la industria. Ahora bien, los atajos posibles no resultan tan evidentes y las improvisaciones o esperanza en milagrosas soluciones inmediatas, por mucha financiación o propaganda pretendida no son suficientes. De esta forma, gobiernos como el español, más allá de discursos y declaraciones futuristas, topa con la falta de concreción real sobre posibilidades y bases existentes sobre las que construir la definición de un nuevo modelo productivo y la industrialización del país. El viejo discurso de siempre, ante todo viento adverso, reclamando una “política industrial para España”, se ve comprometido ante la emergencia de múltiples regiones que han construido su modelo de competitividad y bienestar, liderazgos mundiales, con un largo recorrido superador del punto de partida español, lo que hace temer un potencial derroche de recursos forzando capacidades inexistentes ante áreas e iniciativas, de orientación europea y mundial, que marcarían los espacios financiables en una verdadera reorientación de su economía. Pretender meter todo proyecto o toda demanda o impulso reestructurador en cajones financieros o ideales sin las bases suficientes, no parece una buena política.

En Euskadi, hemos entendido la industria como parte de nuestro ADN. Lo hemos heredado de nuestra cultura, en nuestra forma de vida, en nuestras capacidades y modos de relación y organización económica. Hemos avanzado contra corriente sabiendo identificar los vientos favorables y adaptarnos a ellos. Hemos sufrido (y sufriremos) todo tipo de crisis y hemos sabido reaccionar, encontrar los tiempos en que los “cambios de las reglas del juego y nuevos jugadores” nos han permitido arriesgar por nuevas actividades, alineadas en una “diversificación inteligente”, generando nuevas alianzas, emprendiendo nuevos caminos y nuevas maneras de hacer las cosas, desde nuestras competencias reales. Hemos sabido interiorizar, con los diferentes conceptos e ideas asociables, el rol esencial industria-tecnología-servitización y clusterización, que hoy, parecería que la moda lingüística refiere a ecosistemas. Tenemos un larguísimo camino y esfuerzo por transitar. Sin embargo, cuando la industria pide paso, somos un referente mundial. Titulares como “la industria sale del cajón”, “la industria se vuelve sexy”, “el renacimiento se llama industria”, “transformación industrial sinónimo de futuro”, “la inteligencia artificial es la principal fuente de crecimiento y desarrollo industrial” … apuntan señales de optimismo y futuro, nos sentimos reflejados y confiados. Las miradas parecen observarnos.

Es un buen momento para nuestros próximos saltos hacia adelante. Tenemos, también, enormes dificultades y rémoras que hemos de superar. La transformación -permanente- que se requiere no es confortable, sino muy exigente. Y, desgraciadamente, somos conscientes de la competencia exterior (todos aprenden y muchos ya lo hacen mejor que nosotros), así como, sobre todo, de nuestras debilidades internas. Retomar compromisos, actitudes pro industria, pro empresa-empresario (no solamente discursos favorables a start ups de emprendimiento juvenil, inicial, mientras no tengan éxito para pasar a ser criticados y descalificados cuando triunfan, crecen, se internacionalizan), recualificación profesional en todos los niveles hacia las “nuevas áreas de conocimiento”, múltiples fuentes de oportunidad, que demandarán, también, recomponer los verdaderos modelos de relación y compromiso público-privado, recuperar en las aulas y en los medios de comunicación la motivación por el valor de la industria, atraer y retener el talento (local e internacional) que necesitamos para construir un espacio de competitividad y prosperidad, reencontrar un dialogo social, reformular, también, las propias empresas y sus modelos de negocio sobre bases de valor compartido y profundizar en una pedagogía industrial para nuestros gobernantes en todos los niveles institucionales.

La industria nos ha traído hasta aquí a lo largo de 200 años, jugando un rol vector sobre el que desarrollar, el resto de piezas esenciales de un verdadero tejido económico competitivo, tractor de bienestar y prosperidad. Sin duda, es piedra angular para afrontar la nueva revolución que ya estamos viviendo. Disfrutamos de una base y ventajas competitivas que otros no tienen. Está en nuestras manos construir ese nuevo futuro deseable.

De nuestra actitud, compromiso y apuesta para el largo plazo, dependerá nuestro bienestar y prosperidad. Para nosotros no es cuestión de modas. Es trabajo, responsabilidad y compromiso desde la confianza en partir de unos mimbres sólidos. Construyamos desde nuestra diferencia. Un trinomio distintivo Euskadi, industria y prosperidad.

El futuro del empleo. La esperanza en los nuevos trabajadores de cuello rosa y verde

(Artículo publicado el 23 de mayo)

Sin duda alguna, una de las mayores preocupaciones que ocupan todo tipo de ejercicio de prospectiva no es otro que el futuro del trabajo, mayoritariamente asociado al debate y contraste en torno a la automatización y peso sustitutivo de las tecnologías y los “empleos tradicionales” que hoy dominan nuestras industrias y servicios. Como puente clave: educación y recualificación. A partir de estas premisas de partida, cobran especial significado tanto el potencial desarrollo de aquellas áreas que configurarán su verdadera incidencia en la sociedad, como su propio comportamiento condicionante. Así, su estudio y consideración exige un estudio y actuación holísticos que han de incluir, sobre todo, la relación e interacción persona-máquina, la oportunidad/necesidad/calidad de una potencial fiscalidad aplicable (repensando su propia productividad, su capacidad competitiva y de logro, su capacidad resolutiva de demandas sociales y adecuación a la formación interna de sus profesionales, su rol en el marco de las cadenas de valor de las que forme parte, su compromiso y valor empresa-sociedad y su disposición y posibilidad de generar y/o participar en alianzas estratégicas en espacios clusterizables integradores de las soluciones que los nuevos desafíos y las posibilidades de respuesta que ofrecen). Así, al proceso de transformación que conlleva, se añade el rediseño de estos diferentes modelos de negocio de las empresas, las iniciativas reales por transformar el conjunto de las Administraciones Públicas y “sus industrias complementarias” (sindicatos y partidos políticos, instituciones intermedias y ONGs) con una previa redefinición y recomposición de los servicios públicos y su gobernanza y, finalmente, la aún más compleja reformulación del estado social de bienestar y los conceptos de trabajo, renta y empleo que conllevan.

Este proceso en curso, en todas sus aristas, más allá de estudios estimativos y acierto/sueño resultante a futuro, es ya una auténtica realidad que nos viene acompañando en el día a día, en nuestro comportamiento, en nuestras decisiones y/o reacciones ante la realidad condicionante.

En estos días, en medio de varios proyectos de estrategia a muy largo plazo que me ocupan, el sentimiento dual y confrontado que, según el día, te lleva al optimismo o a la desesperanza y frustración, rodeado de todo tipo de informes cargados de tintes desalentadores y cifras apabullantes, acompañando actividades que “habrían de desaparecer y ser sustituidas por máquinas que nos harían inalcanzable la necesaria creación de empleo”, encontramos todo un creciente y apasionante mundo, innovador e imaginativo, generador de nuevos empleos, fruto de transformaciones -no siempre del todo “disruptivas”- de nuestras vidas, industrias, economía, que, no sin esfuerzo y mentalidades innovadoras y comprometidas, ofrecen un futuro atractivo, esperable, posible.

Así, mientras un sugerente informe del Bank of America (“Robosapiens: el futuro del trabajo”) se aproxima a la cuestión superando la confrontación entre máquinas o personas, apostando por la adecuada “colaboración” entre ambos, en un nuevo espacio múltiple, compartido y transformativo, en permanente realineación en el tiempo, de modo que la robotización, automatización, digitalización, inteligencia artificial y la internet de todo y en todo, no supongan la supresión/eliminación de las personas en términos de trabajo y empleo, sino la recombinación de tiempos, aportaciones, uso conjunto en una renovada definición del empleo con un resultado final traducido en la generación de más empleo (diferente al actual) que aquel inicialmente considerado como “destruible” por la tecnología. Este planteamiento huye de la “suma cero” ofreciendo un escenario creativo (un informe del World Economic Forum sobre empleo-robotización cifra en doce millones de empleos nuevos netos, de nueva creación, tras la eliminación de 85 millones de empleos existentes por 97 millones de nueva creación, básicamente en “nuevas profesiones, modalidades e industrias”). Un puente de partida alentador que vendría acompañado de un intenso proceso de recualificación aportando nuevas capacidades y habilidades a nuestros profesionales, incorporando nuevas necesidades (que la propia robotización exige), la entrada de nuevas profesiones en la sucesiva transformación de las propias industrias de contenido tecnológico, la manufactura en diversas industrias fabricantes de dispositivos, piezas, sistemas exigibles para disponer de los mismos, su progresivo avance hacia la servitización inteligente y especializada, y por supuesto, los propios mundos de la salud, la educación, la formación profesional, la movilidad, transporte, logística, biotecnología (más importante si cabe en su impacto en agricultura, alimentación, ciencias naturales, océanos… que en su enorme aportación a la salud y las ciencias de la vida), la reinvención de las ciudades y espacios territoriales, transporte y gestión/administración (pública y privada). No se trata de un sueño o un cuento tranquilizador que nos sitúe en la contemplación, sino de una exploración sistémica al mundo de las necesidades y demandas sociales, haciendo de ellas, las fuentes de nuevos modelos de negocio, y generación de empresas creadoras de riqueza, que habrán de responder y transformar nuestros tejidos económicos hacia una sociedad cada vez más inclusiva.

En este esfuerzo prospectivo, cabe destacar de manera muy especial tres grandes apartados, que no por señalarse con excesiva frecuencia y que pudieran parecer etiquetas de moda o de lo políticamente correcto, no deban resaltarse con insistencia, a la vez que tratarse en profundidad. Los hasta hace poco llamados “cuellos blancos y azules”, generadores de valor entre nuestro mundo de la empleabilidad y el desarrollo económico hasta hoy y que parecerán diferenciar los espacios laborales del hacer y el conocimiento como si se tratara de un discontinuo, abren paso, con intensidad renovada, a dos nuevos tipos de empleo: “el cuello rosa” con la progresiva y acelerada incorporación de la mujer al mercado del trabajo-empleo-formal, a lo largo de todo el mundo, y el “cuello verde” asociable a la imparable e ilimitada transición a la economía verde, mucho más allá de una nueva renovación energética post combustibles fósiles. El color no es cuestión de género, sino de concepto y espacio de actuación. Estos dos grandes pilares o “rutas-corredores del empleo del futuro”, encuentran en un tercer espacio esencial, “la industria de los cuidados”, su máximo acelerador para la empleabilidad. Más allá de su aplicación concreta al ámbito de la salud, sociosanitario, comunitario y sus “subsectores, industrias o clústers” de especial e imprescindible aplicación, el cuidado da pie a un mundo inacabable por redefinir, con profesiones por reinventar, para espacios y actividades de impredecible desarrollo.

A partir de aquí, el citado informe, alineado con las corrientes y movimientos más vanguardistas al uso, plantea incipientes debates que vienen dando paso a un triple marco clave para acompañar este proceso creativo: la fiscalidad del cambio (impuestos o no al uso tecnológico y a sus principales jugadores y potencial peso en la sustitución/creación de empleo), el recurso a sistemas localizados de renta básica universal, en distintas modalidades y con desiguales alcances, más allá del trabajo-empleo y, finalmente, la recualificación y dotación permanente de nuevas competencias y capacidades para la empleabilidad ante esa inmensa cantidad de nuevos trabajos del futuro.

Con este marco de pensamiento, acercándonos a Cognizant (Center for the future of Work) para adentrarnos en ese mundo que podemos no entender del todo, resulta inspirador -a la vez que reconfortante- observar los cambios reales a los que ya asistimos y que permiten visualizar, de forma continua, vectores de oportunidad que provocan transformaciones de profesiones, nuevos empleos, nuevas empresas, nuevos jugadores para afrontar un futuro deseable. Este centro de pensamiento no solo nos lleva a mundos lejanos inexplorables desde posiciones tradicionales y/o confortables, sino que, por ejemplo, utiliza las enseñanzas inmediatas de la COVID-19 para resituarnos, desde esta trágica e inesperable incidencia en nuestra vidas, para hacernos comprender el conjunto de nuevas percepciones, adecuaciones a vías y modos de comportamiento, actitudes sociales y tipo de vida, que pensábamos no recorreríamos nunca, a nuestro aprendizaje-respuesta para considerar “el cambio real”, de modo que pasamos, de inmediato, “del trabajo del futuro” al “trabajo del presente”. Pasando de lo que llaman “Remotopia”, más allá de la tan usada imagen del teletrabajo hacia un mundo rico en nuevas opciones (“31 empleos y profesiones para mañana”) compartibles con un nuevo sentido de conciliación (no solo al alcance de Administraciones Públicas y funcionarios o grandes empresas), reconsiderando nuevos especiales, superadores, también, de la dualidad desigual entre quienes disfrutan de la seguridad de un empleo para toda la vida y quienes han de construir el suyo, cambiante, día a día.

Múltiples aprendizajes que dan paso a un esfuerzo y trabajo esencialmente colaborativo, generador de plataformas compartibles, alianzas multi dirección y multi jugador y un verdadero sentido de las relaciones coopetitivas que miran mucho más a las nuevas iniciativas, al incremento del numerador que no a un agobiante denominador, en las cuentas de resultados, especialmente condicionados por la coyuntura y la menor diferenciación, redirigiendo las estrategias hacia auténticas proposiciones únicas de valor.

Sin duda, nos queda por delante todo un desafío, desde una línea de transformación positiva, que exige construir un futuro del trabajo, trabajando en el mundo de hoy, transitando hacia nuevos espacios de oportunidad. Nuestra voluntad y capacidad de respuesta definirán nuestra realidad de mañana.

ODS y Desigualdad. Un desafío aspiracional más allá de la Agenda 2030

(Artículo publicado en el Nº68 de la revista HERMES-SABINO ARANA FUNDAZIOA)

No cabe duda de que uno de los síntomas-resultados-causas que caracterizan y representan a las sociedades actuales, a lo largo del mundo, es la DESIGUALDAD. Sean razones inherentes a la geografía económica condicionante de nuestros proyectos vitales, fruto del azar o decisión personal (querida u obligada) de localización, bien por las decisiones de carácter geo político que nos afectan de manera global o local, o como resultado de catástrofes o calamidades (las más de las veces recurrentes, estructurales y sobrevenidas) o por todo tipo de crisis (económicas, sociales, políticas), tanto coyunturales, como permanentes, o, finalmente (casi siempre en origen o por su mala y declinante gestión y/o aprovechamiento), por el ENDOWMENT (posición base heredada), los países, regiones, ciudades, sociedades y personas que vivimos en una situación de desigualdad, real, aparente, extrema o parcial, absoluta o relativa. A estas condiciones causales, de partida, se añaden situaciones agravadas por una dualidad socio económica que se traduce en la posibilidad o capacidad de acceso a la salud, al empleo, a la formación-educación, a la riqueza generable en nuestro entorno, a nuestras interconexiones sociales y, aunque parecieran no tan evidentes, a nuestros patrones y pautas culturales.

Una desigualdad base que a lo largo del tiempo y según nuestras actividades, comportamiento, suerte y/o interacción con terceros, puede mitigarse y/o agrandarse y que, por lo general, como consecuencia del escasamente controlable “ascensor social”, hunde en su parte baja y especialmente difícil a la inmensa mayoría de la gente, limitando a pocos la potencial capacidad de ascenso (por lo general en varias generaciones). Adicionalmente, esta última capacidad de movimiento parecería explicarse en términos de meritocracia (adquirida, obsequiada) que, a su vez, genera una grave sensación de fracaso o culpabilidad en quienes no logran aproximarse a la cúspide igualitaria soñada, considerándose responsables de desaprovechar la llamada “igualdad de oportunidades” que, idílicamente, los hubiera llevado a superar la asimetría de partida.

Este complejo conjunto convergente de causas-efectos obliga a focalizar nuestras miradas en las acciones y políticas de los gobiernos (en todos los niveles institucionales), en las organizaciones internacionales y, cada vez más y con mayor insistencia, en las empresas y agentes socio-económicos y la enorme diversidad de entidades intermedias (con o sin ánimo de lucro), el mundo académico y, por supuesto, la propia sociedad-comunidad, en torno al reclamo generalizable del llamado “bien común”, los principios de solidaridad imprescindibles, y, de forma “simplificada”, estrategias compartidas hacia el desarrollo inclusivo. Su capacidad de respuesta, a través de estrategias, políticas, programas, recursos y estructuras específicas sería la intervención positiva, esperable, para mitigar y/o erradicar las grandes brechas, raíz fundamental de múltiples problemas que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, generando, a la vez, un sinnúmero de consecuencias negativas y perversas, acelerando el crecimiento de otras situaciones críticas que destruyen la credibilidad y confianza en la dirección o liderazgo social, la convivencia, la progresiva búsqueda de la prosperidad, la afección a un proyecto compartible y, en definitiva, a la propia democracia.

Una aspiración universal

Ya en el año 2000, la Organización de Naciones Unidas, con la aprobación de su “Declaración del Milenio” comprometió una renovada alianza mundial dirigida a “reducir la pobreza” fijando ocho objetivos, cuya ejecución llegaría hasta 2015 (ODM) contemplando un esfuerzo solidario desde los “países desarrollados” hacia los entonces aún llamados países subdesarrollados (hoy “en desarrollo”), minorando analfabetismo, hambre, falta de educación, desigualdad de género, mortalidad materno infantil, degradación ambiental, además de renegociar la deuda, favorecer mercados justos y diseñar planes de cooperación en origen. Los países, con apoyo financiero y asesoramiento externo, formularon objetivos de desarrollo del milenio.

Resultados parciales e insuficientes provocaron una nueva agenda que nos acompaña, de una u otra forma hacia el 2030. La agenda de desarrollo 2030 retoma las áreas básicas del compromiso permanente hacia los 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible) reescribiendo las aspiraciones globales que conforman una amplia lista que conjuga desafíos y estrategias. Los países manifiestan, de una u otra forma, su compromiso de cumplimiento. No obstante, la diversidad posicional de partida, la desigual capacidad de respuesta de unos y otros, la heterogeneidad natural de prioridades e interpretaciones de cada uno de los objetivos y la manera adecuada de lograrlos, generan un mapa absolutamente distinto entre unos y otros. La extensa interrelación que cada iniciativa o efecto imprevisto provoca en todos y cada uno de los objetivos, lleva a planes, metas, proyectos no del todo alineados y difícilmente sostenibles en el tiempo, altamente voluntaristas y alejados de un control “normativo o impositivo”. Múltiples esfuerzos vienen desarrollándose desde diferentes gobiernos a la búsqueda de la asociación de sus planes y estrategias sectoriales, planes departamentales y/o de país, con todos y cada uno de dichos ODS. Sin duda un gran esfuerzo, una buena aproximación a la integración de respuestas tratando de afrontar la inmensa agenda retadora a la que nos enfrentamos. Desgraciadamente, un esfuerzo absolutamente imprescindible, pero con pronóstico insuficiente ante una realidad inacabable.

Este largo recorrido por transitar se mueve entre dos aproximaciones en apariencia confrontadas: las limitaciones de la escasez y las brechas sobrevenidas con inevitabilidad de una solución imposible, o el “nuevo mundo de la abundancia”. Focalizarnos en el segundo supone priorizar las OPORTUNIDADES transformadoras que, tras tecnologías exponenciales, concepciones de crecimiento supeditado a un desarrollo económico inclusivo, nueva educación y espacios disruptivos, nuevos conceptos de trabajo-empleabilidad y sucesivas reinvenciones de las estrategias de salud, medio ambiente, infraestructuras, gobernanza, prevención, protección y seguridad social y arquitecturas fiscales, filtrados por una revisada prospectiva demográfica con especial acento en natalidad, envejecimiento y migración, posibilitaría un avance hacia la prosperidad, el progreso económico-social, inclusivo, mitigador de la desigualdad. Siempre en una tarea inacabable en la que “todo importa” y toda intervención conlleva una acción o efecto desencadenante en otra tercera.

Hoy damos por buenas respuestas que busquen soluciones integradoras al servicio de personas-planeta y una acción, a la vez, en los ámbitos económico, social, medio ambiental. Siendo esto así, el punto esencial en la cadena de compromisos reside en nosotros mismos en cuanto a actores en nuestras comunidades. Sin embargo, es precisamente este punto débil el que observamos. Una falta de sentido de comunidad que se debilita, día a día, aumentando la desafección con los modelos de gobernanza, con el compromiso solidario con terceros, con una confrontación constante entre partes y agentes, con una búsqueda alternativa hacia el individualismo y ante una creciente “generación de nuevas clases que detectan los modos de reparto y distribución de bienes y riqueza generada”.

En este complejo reto, nos formulamos una pregunta: ¿Servirán las ODS y su Agenda 2030 en curso para limitar la brecha existente y suprimir las crecientes barreras entre diferentes grados de prosperidad, tanto si se refiere a países, regiones o personas?

Se trata de repensar un objetivo aspiracional superior. ¿Cómo motivar y producir un cambio social positivo capaz de generar un cada vez mejor y mayor nivel de bienestar para la sociedad? Un proceso reinventando un verdadero modelo y compromiso de todos los implicados, en transformaciones colaborativas, disruptivas y radicales hacia el desarrollo inclusivo. Estrategia sobre futuribles ODS más allá del 2030.

 

Talento, digitalización y desafío tecnológico para el bien común

(Artículo publicado el 9 de Mayo)

La reciente publicación de dos informes, “El Mapa del Talento” (COTEC-IVIE) y “Digitalización” (Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad), permiten cruzar diferente información cara a posicionar distintas líneas de actuación a futuro para nuestro país y sus agentes institucionales, económicos y sociales.

Ambos espacios analizados nos llevan a contemplarlos en un marco más amplio, que pudiéramos concretar en torno a la “tecnología humanitaria para el bien común”, poniendo en valor no ya la importancia de la tecnología en sí misma sino, sobre todo, el uso que se haga de ellas, las posibilidades de acceso real y equitativo a las mismas, bajo principios y objetivos de inclusión. Su necesario control y gobernanza democráticos, su papel eficaz y motivador de una innovación permanente, opciones cualificadas para ofrecer la educación y formación imprescindibles para acceder a ella, para entenderla, dominarla y gestionar su impacto en la sociedad, han de ser objeto de nuestra especial atención. Un dominio propio de su efecto tractor y transformador de nuestros tejidos económicos, de nuestras industrias de futuro, de renovadas Administraciones Públicas, la reimaginación de nuestras ciudades y, por supuesto, las transformaciones y transiciones que unos y otros, a lo largo del mundo, proclamamos en esta cuarta “revolución industrial-económica” en curso y/o la sociedad 5.0 etiquetada inicialmente por Japón, hace ya unos años, volcando las miradas de la digitalización hacia las necesidades y demandas sociales. Transición hacia la economía verde, hacia la economía azul del agua y los océanos, hacia la industria 4.0 y, en base a su carácter transversal, inevitable hacia el uso generalizado de las tecnologías exponenciales (Data, Inteligencia Artificial y Robotización principalmente) con su consideración indisociable en términos del futuro del trabajo, los conceptos de empleabilidad, riqueza y empleo, esenciales para toda sociedad de bienestar deseable.

En este marco y como punto de partida, Euskadi y Navarra, contempladas como Comunidades Autónomas en el Mapa del Talento antes señalado, se sitúan a la cabeza de las Comunidades del Estado (alternando su posición entre la primera y la cuarta según el espacio o bloque de comparación utilizado en los diferentes capítulos del ranking general del Estado español: facilitar, atraer, retener, crecer, capacidades y vocaciones, técnicas y conocimiento). No obstante, al margen de que lo verdaderamente importante no es que tan bien nos situemos respecto de otras comunidades dentro del Estado (situaciones tremendamente desiguales) o de lo mal ubicada España en el contexto internacional, y al margen del valor absoluto de este y todo tipo de rankings, sino la distancia cualitativa que nos separa de los verdaderos líderes mundiales para generar, atraer, retener, gestionar y organizar el talento necesario para el objetivo propuesto.

En términos de la digitalización de nuestra economía, el Informe comparado de Orkestra en el contexto europeo aporta sensaciones positivas, en una posición destacada en el contexto europeo con mensajes alentadores para la transformación industrial, básicamente, perseguible. Euskadi alcanza el séptimo puesto dentro de los Estados Miembro de la Unión europea (UE-28/2020. DESI).

Ahora bien, el salto a las tecnologías exponenciales críticas que habrían de condicionar nuestro futuro exige un sobre esfuerzo no ya de adaptación de estas a nuestras infraestructuras y modelos actuales, sino la necesidad de dotarnos de nuevas competencias y capacidades, de nuevos marcos, infraestructuras y modelos, además de educación y actitudes adecuadas para el nuevo escenario por venir (ya entre nosotros).

Siguiendo las enriquecedoras aportaciones de la Singularity University en sus comunidades de conocimiento en la materia y la Red Experta de Transformación Global del World Economic Forum, así como otras fuentes relevantes (como siempre en apariencia sorprendentes para tratarse de una publicación del Fondo Monetario Internacional), Finanzas y Desarrollo, podemos (o debemos) profundizar en una serie de elementos clave a los que habremos de dar respuesta para el buen uso en la dirección correcta de las oportunidades y beneficios que estas tecnologías de futuro nos ofrecen. Por supuesto, las claves determinantes globales no están en nuestras “pequeñas manos” pero sí la respuesta al impacto que han de tener entre nosotros y nuestro posicionamiento estratégico, diferenciando “consecuencias buenas, malas e indefinidas”, que diría Gita Bhatt, directora editorial de Finanzas & Desarrollo. ¿Cuál es nuestro papel para erradicar o mitigar sus efectos negativo o perversos y cual nuestra mejor respuesta para coger las buenas olas de futuro a nuestro alcance?

Sin duda, no podemos aspirar a liderar espacios que se nos han pasado y para los que no hemos desarrollado nuestro “talento país” y que parecen concentrarse en los grandes jugadores mundiales (Estados Unidos y China) o una Unión Europea que aspira a incorporarse en un cierto tercer papel, pero sí podemos interpretar las plataformas colaborativas, los jugadores asociables y los diferentes roles aplicados a jugar en nuestra limitada dimensión, interconectada. En todo caso, hemos de ser conscientes que asistimos a un cambio radical (peligrosamente excluyente en potencia) para quienes no cuenten con la necesaria capacitación para afrontarlo. Es, a la vez y, por el contrario, toda una oportunidad para aquellos que tomen las decisiones adecuadas, eduquen y formen a su gente, transcienden del diseño académico y lo lleven a la búsqueda de soluciones sociales reales, implementen las aplicaciones transformadoras en sus tejidos económicos, empresariales, sociales, servicios y gobernanza públicos y generan una actitud individual y colectiva acorde con el desarrollo inclusivo por venir.

Es todo un cambio en curso pero que no llegará, tampoco, ni en su totalidad, ni de inmediato, ni supone que fuera de los gigantes “propietarios” del cambio actual, no haya espacio suficiente para construir “nichos” de éxito y prosperidad. La tecnología estará a disposición de todos. Lo relevante es su uso. ¿Qué haremos con ella? ¿Cómo la utilizaremos y controlaremos y gestionaremos? En gran medida está en nuestras manos acometer alternativas (seguramente disruptivas y radicales).

Estamos de lleno en la tecnología exponencial por excelencia que, por supuesto, generará beneficios generalizables si bien en tiempos y asignaciones diversas. Un sí rotundo a esta tecnología, pero acompañada de la inevitabilidad del humanismo, así como de la ética de los datos que conlleva. No podemos, no debemos hacerlo, si no somos conscientes de la necesidad de un desarrollo integrado tecnología-humanidad, siendo este último factor su verdadero vector. Principio y binomio esencial.

Por supuesto, es el momento de las grandes apuestas. Es tiempo de las grandes iniciativas y proyectos tractores e ilusionantes. Nuevos movimientos, nuevos investigadores, nuevos espacios y saltos de la ciencia y la tecnología al servicio de nuevos productos en nuevos conceptos y nuevas oportunidades. Pero, sobre todo, es el momento de las personas. Necesitamos gobiernos y liderazgos sólidos, fuertes, creíbles y de confianza. No puede ser un desarrollo basado única y exclusivamente en el interés particular de una empresa, o de una genialidad, de la visión y perspectiva exclusiva de la ciencia y de quien sea capaz de obtener un resultado exitoso en solitario. Es el momento de las grandes decisiones, de las grandes políticas, de los grandes liderazgos públicos que por definición han de estar al servicio de las sociedades de las que emanan. Es tiempo, más que nunca de la colaboración público-privada, de los valores compartidos empresa-sociedad, de la solidaridad.

Todo un reto político y un verdadero reto social, intergeneracional. Un verdadero reto de las civilizaciones y su evolución. La evolución, las transiciones radicales, las olas de transformación que han acompañado el desarrollo humano se enfrentan hoy a un verdadero desafío. Es tiempo de oportunidades al servicio de la sociedad.

Hoy, pendientes de pasos transformadores de la mano del maná del EU Next, pensemos en auténticos retos y desafíos. La oportunidad para dar un paso hacia adelante.