El futuro del empleo. La esperanza en los nuevos trabajadores de cuello rosa y verde

(Artículo publicado el 23 de mayo)

Sin duda alguna, una de las mayores preocupaciones que ocupan todo tipo de ejercicio de prospectiva no es otro que el futuro del trabajo, mayoritariamente asociado al debate y contraste en torno a la automatización y peso sustitutivo de las tecnologías y los “empleos tradicionales” que hoy dominan nuestras industrias y servicios. Como puente clave: educación y recualificación. A partir de estas premisas de partida, cobran especial significado tanto el potencial desarrollo de aquellas áreas que configurarán su verdadera incidencia en la sociedad, como su propio comportamiento condicionante. Así, su estudio y consideración exige un estudio y actuación holísticos que han de incluir, sobre todo, la relación e interacción persona-máquina, la oportunidad/necesidad/calidad de una potencial fiscalidad aplicable (repensando su propia productividad, su capacidad competitiva y de logro, su capacidad resolutiva de demandas sociales y adecuación a la formación interna de sus profesionales, su rol en el marco de las cadenas de valor de las que forme parte, su compromiso y valor empresa-sociedad y su disposición y posibilidad de generar y/o participar en alianzas estratégicas en espacios clusterizables integradores de las soluciones que los nuevos desafíos y las posibilidades de respuesta que ofrecen). Así, al proceso de transformación que conlleva, se añade el rediseño de estos diferentes modelos de negocio de las empresas, las iniciativas reales por transformar el conjunto de las Administraciones Públicas y “sus industrias complementarias” (sindicatos y partidos políticos, instituciones intermedias y ONGs) con una previa redefinición y recomposición de los servicios públicos y su gobernanza y, finalmente, la aún más compleja reformulación del estado social de bienestar y los conceptos de trabajo, renta y empleo que conllevan.

Este proceso en curso, en todas sus aristas, más allá de estudios estimativos y acierto/sueño resultante a futuro, es ya una auténtica realidad que nos viene acompañando en el día a día, en nuestro comportamiento, en nuestras decisiones y/o reacciones ante la realidad condicionante.

En estos días, en medio de varios proyectos de estrategia a muy largo plazo que me ocupan, el sentimiento dual y confrontado que, según el día, te lleva al optimismo o a la desesperanza y frustración, rodeado de todo tipo de informes cargados de tintes desalentadores y cifras apabullantes, acompañando actividades que “habrían de desaparecer y ser sustituidas por máquinas que nos harían inalcanzable la necesaria creación de empleo”, encontramos todo un creciente y apasionante mundo, innovador e imaginativo, generador de nuevos empleos, fruto de transformaciones -no siempre del todo “disruptivas”- de nuestras vidas, industrias, economía, que, no sin esfuerzo y mentalidades innovadoras y comprometidas, ofrecen un futuro atractivo, esperable, posible.

Así, mientras un sugerente informe del Bank of America (“Robosapiens: el futuro del trabajo”) se aproxima a la cuestión superando la confrontación entre máquinas o personas, apostando por la adecuada “colaboración” entre ambos, en un nuevo espacio múltiple, compartido y transformativo, en permanente realineación en el tiempo, de modo que la robotización, automatización, digitalización, inteligencia artificial y la internet de todo y en todo, no supongan la supresión/eliminación de las personas en términos de trabajo y empleo, sino la recombinación de tiempos, aportaciones, uso conjunto en una renovada definición del empleo con un resultado final traducido en la generación de más empleo (diferente al actual) que aquel inicialmente considerado como “destruible” por la tecnología. Este planteamiento huye de la “suma cero” ofreciendo un escenario creativo (un informe del World Economic Forum sobre empleo-robotización cifra en doce millones de empleos nuevos netos, de nueva creación, tras la eliminación de 85 millones de empleos existentes por 97 millones de nueva creación, básicamente en “nuevas profesiones, modalidades e industrias”). Un puente de partida alentador que vendría acompañado de un intenso proceso de recualificación aportando nuevas capacidades y habilidades a nuestros profesionales, incorporando nuevas necesidades (que la propia robotización exige), la entrada de nuevas profesiones en la sucesiva transformación de las propias industrias de contenido tecnológico, la manufactura en diversas industrias fabricantes de dispositivos, piezas, sistemas exigibles para disponer de los mismos, su progresivo avance hacia la servitización inteligente y especializada, y por supuesto, los propios mundos de la salud, la educación, la formación profesional, la movilidad, transporte, logística, biotecnología (más importante si cabe en su impacto en agricultura, alimentación, ciencias naturales, océanos… que en su enorme aportación a la salud y las ciencias de la vida), la reinvención de las ciudades y espacios territoriales, transporte y gestión/administración (pública y privada). No se trata de un sueño o un cuento tranquilizador que nos sitúe en la contemplación, sino de una exploración sistémica al mundo de las necesidades y demandas sociales, haciendo de ellas, las fuentes de nuevos modelos de negocio, y generación de empresas creadoras de riqueza, que habrán de responder y transformar nuestros tejidos económicos hacia una sociedad cada vez más inclusiva.

En este esfuerzo prospectivo, cabe destacar de manera muy especial tres grandes apartados, que no por señalarse con excesiva frecuencia y que pudieran parecer etiquetas de moda o de lo políticamente correcto, no deban resaltarse con insistencia, a la vez que tratarse en profundidad. Los hasta hace poco llamados “cuellos blancos y azules”, generadores de valor entre nuestro mundo de la empleabilidad y el desarrollo económico hasta hoy y que parecerán diferenciar los espacios laborales del hacer y el conocimiento como si se tratara de un discontinuo, abren paso, con intensidad renovada, a dos nuevos tipos de empleo: “el cuello rosa” con la progresiva y acelerada incorporación de la mujer al mercado del trabajo-empleo-formal, a lo largo de todo el mundo, y el “cuello verde” asociable a la imparable e ilimitada transición a la economía verde, mucho más allá de una nueva renovación energética post combustibles fósiles. El color no es cuestión de género, sino de concepto y espacio de actuación. Estos dos grandes pilares o “rutas-corredores del empleo del futuro”, encuentran en un tercer espacio esencial, “la industria de los cuidados”, su máximo acelerador para la empleabilidad. Más allá de su aplicación concreta al ámbito de la salud, sociosanitario, comunitario y sus “subsectores, industrias o clústers” de especial e imprescindible aplicación, el cuidado da pie a un mundo inacabable por redefinir, con profesiones por reinventar, para espacios y actividades de impredecible desarrollo.

A partir de aquí, el citado informe, alineado con las corrientes y movimientos más vanguardistas al uso, plantea incipientes debates que vienen dando paso a un triple marco clave para acompañar este proceso creativo: la fiscalidad del cambio (impuestos o no al uso tecnológico y a sus principales jugadores y potencial peso en la sustitución/creación de empleo), el recurso a sistemas localizados de renta básica universal, en distintas modalidades y con desiguales alcances, más allá del trabajo-empleo y, finalmente, la recualificación y dotación permanente de nuevas competencias y capacidades para la empleabilidad ante esa inmensa cantidad de nuevos trabajos del futuro.

Con este marco de pensamiento, acercándonos a Cognizant (Center for the future of Work) para adentrarnos en ese mundo que podemos no entender del todo, resulta inspirador -a la vez que reconfortante- observar los cambios reales a los que ya asistimos y que permiten visualizar, de forma continua, vectores de oportunidad que provocan transformaciones de profesiones, nuevos empleos, nuevas empresas, nuevos jugadores para afrontar un futuro deseable. Este centro de pensamiento no solo nos lleva a mundos lejanos inexplorables desde posiciones tradicionales y/o confortables, sino que, por ejemplo, utiliza las enseñanzas inmediatas de la COVID-19 para resituarnos, desde esta trágica e inesperable incidencia en nuestra vidas, para hacernos comprender el conjunto de nuevas percepciones, adecuaciones a vías y modos de comportamiento, actitudes sociales y tipo de vida, que pensábamos no recorreríamos nunca, a nuestro aprendizaje-respuesta para considerar “el cambio real”, de modo que pasamos, de inmediato, “del trabajo del futuro” al “trabajo del presente”. Pasando de lo que llaman “Remotopia”, más allá de la tan usada imagen del teletrabajo hacia un mundo rico en nuevas opciones (“31 empleos y profesiones para mañana”) compartibles con un nuevo sentido de conciliación (no solo al alcance de Administraciones Públicas y funcionarios o grandes empresas), reconsiderando nuevos especiales, superadores, también, de la dualidad desigual entre quienes disfrutan de la seguridad de un empleo para toda la vida y quienes han de construir el suyo, cambiante, día a día.

Múltiples aprendizajes que dan paso a un esfuerzo y trabajo esencialmente colaborativo, generador de plataformas compartibles, alianzas multi dirección y multi jugador y un verdadero sentido de las relaciones coopetitivas que miran mucho más a las nuevas iniciativas, al incremento del numerador que no a un agobiante denominador, en las cuentas de resultados, especialmente condicionados por la coyuntura y la menor diferenciación, redirigiendo las estrategias hacia auténticas proposiciones únicas de valor.

Sin duda, nos queda por delante todo un desafío, desde una línea de transformación positiva, que exige construir un futuro del trabajo, trabajando en el mundo de hoy, transitando hacia nuevos espacios de oportunidad. Nuestra voluntad y capacidad de respuesta definirán nuestra realidad de mañana.

ODS y Desigualdad. Un desafío aspiracional más allá de la Agenda 2030

(Artículo publicado en el Nº68 de la revista HERMES-SABINO ARANA FUNDAZIOA)

No cabe duda de que uno de los síntomas-resultados-causas que caracterizan y representan a las sociedades actuales, a lo largo del mundo, es la DESIGUALDAD. Sean razones inherentes a la geografía económica condicionante de nuestros proyectos vitales, fruto del azar o decisión personal (querida u obligada) de localización, bien por las decisiones de carácter geo político que nos afectan de manera global o local, o como resultado de catástrofes o calamidades (las más de las veces recurrentes, estructurales y sobrevenidas) o por todo tipo de crisis (económicas, sociales, políticas), tanto coyunturales, como permanentes, o, finalmente (casi siempre en origen o por su mala y declinante gestión y/o aprovechamiento), por el ENDOWMENT (posición base heredada), los países, regiones, ciudades, sociedades y personas que vivimos en una situación de desigualdad, real, aparente, extrema o parcial, absoluta o relativa. A estas condiciones causales, de partida, se añaden situaciones agravadas por una dualidad socio económica que se traduce en la posibilidad o capacidad de acceso a la salud, al empleo, a la formación-educación, a la riqueza generable en nuestro entorno, a nuestras interconexiones sociales y, aunque parecieran no tan evidentes, a nuestros patrones y pautas culturales.

Una desigualdad base que a lo largo del tiempo y según nuestras actividades, comportamiento, suerte y/o interacción con terceros, puede mitigarse y/o agrandarse y que, por lo general, como consecuencia del escasamente controlable “ascensor social”, hunde en su parte baja y especialmente difícil a la inmensa mayoría de la gente, limitando a pocos la potencial capacidad de ascenso (por lo general en varias generaciones). Adicionalmente, esta última capacidad de movimiento parecería explicarse en términos de meritocracia (adquirida, obsequiada) que, a su vez, genera una grave sensación de fracaso o culpabilidad en quienes no logran aproximarse a la cúspide igualitaria soñada, considerándose responsables de desaprovechar la llamada “igualdad de oportunidades” que, idílicamente, los hubiera llevado a superar la asimetría de partida.

Este complejo conjunto convergente de causas-efectos obliga a focalizar nuestras miradas en las acciones y políticas de los gobiernos (en todos los niveles institucionales), en las organizaciones internacionales y, cada vez más y con mayor insistencia, en las empresas y agentes socio-económicos y la enorme diversidad de entidades intermedias (con o sin ánimo de lucro), el mundo académico y, por supuesto, la propia sociedad-comunidad, en torno al reclamo generalizable del llamado “bien común”, los principios de solidaridad imprescindibles, y, de forma “simplificada”, estrategias compartidas hacia el desarrollo inclusivo. Su capacidad de respuesta, a través de estrategias, políticas, programas, recursos y estructuras específicas sería la intervención positiva, esperable, para mitigar y/o erradicar las grandes brechas, raíz fundamental de múltiples problemas que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, generando, a la vez, un sinnúmero de consecuencias negativas y perversas, acelerando el crecimiento de otras situaciones críticas que destruyen la credibilidad y confianza en la dirección o liderazgo social, la convivencia, la progresiva búsqueda de la prosperidad, la afección a un proyecto compartible y, en definitiva, a la propia democracia.

Una aspiración universal

Ya en el año 2000, la Organización de Naciones Unidas, con la aprobación de su “Declaración del Milenio” comprometió una renovada alianza mundial dirigida a “reducir la pobreza” fijando ocho objetivos, cuya ejecución llegaría hasta 2015 (ODM) contemplando un esfuerzo solidario desde los “países desarrollados” hacia los entonces aún llamados países subdesarrollados (hoy “en desarrollo”), minorando analfabetismo, hambre, falta de educación, desigualdad de género, mortalidad materno infantil, degradación ambiental, además de renegociar la deuda, favorecer mercados justos y diseñar planes de cooperación en origen. Los países, con apoyo financiero y asesoramiento externo, formularon objetivos de desarrollo del milenio.

Resultados parciales e insuficientes provocaron una nueva agenda que nos acompaña, de una u otra forma hacia el 2030. La agenda de desarrollo 2030 retoma las áreas básicas del compromiso permanente hacia los 17 ODS (objetivos de desarrollo sostenible) reescribiendo las aspiraciones globales que conforman una amplia lista que conjuga desafíos y estrategias. Los países manifiestan, de una u otra forma, su compromiso de cumplimiento. No obstante, la diversidad posicional de partida, la desigual capacidad de respuesta de unos y otros, la heterogeneidad natural de prioridades e interpretaciones de cada uno de los objetivos y la manera adecuada de lograrlos, generan un mapa absolutamente distinto entre unos y otros. La extensa interrelación que cada iniciativa o efecto imprevisto provoca en todos y cada uno de los objetivos, lleva a planes, metas, proyectos no del todo alineados y difícilmente sostenibles en el tiempo, altamente voluntaristas y alejados de un control “normativo o impositivo”. Múltiples esfuerzos vienen desarrollándose desde diferentes gobiernos a la búsqueda de la asociación de sus planes y estrategias sectoriales, planes departamentales y/o de país, con todos y cada uno de dichos ODS. Sin duda un gran esfuerzo, una buena aproximación a la integración de respuestas tratando de afrontar la inmensa agenda retadora a la que nos enfrentamos. Desgraciadamente, un esfuerzo absolutamente imprescindible, pero con pronóstico insuficiente ante una realidad inacabable.

Este largo recorrido por transitar se mueve entre dos aproximaciones en apariencia confrontadas: las limitaciones de la escasez y las brechas sobrevenidas con inevitabilidad de una solución imposible, o el “nuevo mundo de la abundancia”. Focalizarnos en el segundo supone priorizar las OPORTUNIDADES transformadoras que, tras tecnologías exponenciales, concepciones de crecimiento supeditado a un desarrollo económico inclusivo, nueva educación y espacios disruptivos, nuevos conceptos de trabajo-empleabilidad y sucesivas reinvenciones de las estrategias de salud, medio ambiente, infraestructuras, gobernanza, prevención, protección y seguridad social y arquitecturas fiscales, filtrados por una revisada prospectiva demográfica con especial acento en natalidad, envejecimiento y migración, posibilitaría un avance hacia la prosperidad, el progreso económico-social, inclusivo, mitigador de la desigualdad. Siempre en una tarea inacabable en la que “todo importa” y toda intervención conlleva una acción o efecto desencadenante en otra tercera.

Hoy damos por buenas respuestas que busquen soluciones integradoras al servicio de personas-planeta y una acción, a la vez, en los ámbitos económico, social, medio ambiental. Siendo esto así, el punto esencial en la cadena de compromisos reside en nosotros mismos en cuanto a actores en nuestras comunidades. Sin embargo, es precisamente este punto débil el que observamos. Una falta de sentido de comunidad que se debilita, día a día, aumentando la desafección con los modelos de gobernanza, con el compromiso solidario con terceros, con una confrontación constante entre partes y agentes, con una búsqueda alternativa hacia el individualismo y ante una creciente “generación de nuevas clases que detectan los modos de reparto y distribución de bienes y riqueza generada”.

En este complejo reto, nos formulamos una pregunta: ¿Servirán las ODS y su Agenda 2030 en curso para limitar la brecha existente y suprimir las crecientes barreras entre diferentes grados de prosperidad, tanto si se refiere a países, regiones o personas?

Se trata de repensar un objetivo aspiracional superior. ¿Cómo motivar y producir un cambio social positivo capaz de generar un cada vez mejor y mayor nivel de bienestar para la sociedad? Un proceso reinventando un verdadero modelo y compromiso de todos los implicados, en transformaciones colaborativas, disruptivas y radicales hacia el desarrollo inclusivo. Estrategia sobre futuribles ODS más allá del 2030.

 

Talento, digitalización y desafío tecnológico para el bien común

(Artículo publicado el 9 de Mayo)

La reciente publicación de dos informes, “El Mapa del Talento” (COTEC-IVIE) y “Digitalización” (Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad), permiten cruzar diferente información cara a posicionar distintas líneas de actuación a futuro para nuestro país y sus agentes institucionales, económicos y sociales.

Ambos espacios analizados nos llevan a contemplarlos en un marco más amplio, que pudiéramos concretar en torno a la “tecnología humanitaria para el bien común”, poniendo en valor no ya la importancia de la tecnología en sí misma sino, sobre todo, el uso que se haga de ellas, las posibilidades de acceso real y equitativo a las mismas, bajo principios y objetivos de inclusión. Su necesario control y gobernanza democráticos, su papel eficaz y motivador de una innovación permanente, opciones cualificadas para ofrecer la educación y formación imprescindibles para acceder a ella, para entenderla, dominarla y gestionar su impacto en la sociedad, han de ser objeto de nuestra especial atención. Un dominio propio de su efecto tractor y transformador de nuestros tejidos económicos, de nuestras industrias de futuro, de renovadas Administraciones Públicas, la reimaginación de nuestras ciudades y, por supuesto, las transformaciones y transiciones que unos y otros, a lo largo del mundo, proclamamos en esta cuarta “revolución industrial-económica” en curso y/o la sociedad 5.0 etiquetada inicialmente por Japón, hace ya unos años, volcando las miradas de la digitalización hacia las necesidades y demandas sociales. Transición hacia la economía verde, hacia la economía azul del agua y los océanos, hacia la industria 4.0 y, en base a su carácter transversal, inevitable hacia el uso generalizado de las tecnologías exponenciales (Data, Inteligencia Artificial y Robotización principalmente) con su consideración indisociable en términos del futuro del trabajo, los conceptos de empleabilidad, riqueza y empleo, esenciales para toda sociedad de bienestar deseable.

En este marco y como punto de partida, Euskadi y Navarra, contempladas como Comunidades Autónomas en el Mapa del Talento antes señalado, se sitúan a la cabeza de las Comunidades del Estado (alternando su posición entre la primera y la cuarta según el espacio o bloque de comparación utilizado en los diferentes capítulos del ranking general del Estado español: facilitar, atraer, retener, crecer, capacidades y vocaciones, técnicas y conocimiento). No obstante, al margen de que lo verdaderamente importante no es que tan bien nos situemos respecto de otras comunidades dentro del Estado (situaciones tremendamente desiguales) o de lo mal ubicada España en el contexto internacional, y al margen del valor absoluto de este y todo tipo de rankings, sino la distancia cualitativa que nos separa de los verdaderos líderes mundiales para generar, atraer, retener, gestionar y organizar el talento necesario para el objetivo propuesto.

En términos de la digitalización de nuestra economía, el Informe comparado de Orkestra en el contexto europeo aporta sensaciones positivas, en una posición destacada en el contexto europeo con mensajes alentadores para la transformación industrial, básicamente, perseguible. Euskadi alcanza el séptimo puesto dentro de los Estados Miembro de la Unión europea (UE-28/2020. DESI).

Ahora bien, el salto a las tecnologías exponenciales críticas que habrían de condicionar nuestro futuro exige un sobre esfuerzo no ya de adaptación de estas a nuestras infraestructuras y modelos actuales, sino la necesidad de dotarnos de nuevas competencias y capacidades, de nuevos marcos, infraestructuras y modelos, además de educación y actitudes adecuadas para el nuevo escenario por venir (ya entre nosotros).

Siguiendo las enriquecedoras aportaciones de la Singularity University en sus comunidades de conocimiento en la materia y la Red Experta de Transformación Global del World Economic Forum, así como otras fuentes relevantes (como siempre en apariencia sorprendentes para tratarse de una publicación del Fondo Monetario Internacional), Finanzas y Desarrollo, podemos (o debemos) profundizar en una serie de elementos clave a los que habremos de dar respuesta para el buen uso en la dirección correcta de las oportunidades y beneficios que estas tecnologías de futuro nos ofrecen. Por supuesto, las claves determinantes globales no están en nuestras “pequeñas manos” pero sí la respuesta al impacto que han de tener entre nosotros y nuestro posicionamiento estratégico, diferenciando “consecuencias buenas, malas e indefinidas”, que diría Gita Bhatt, directora editorial de Finanzas & Desarrollo. ¿Cuál es nuestro papel para erradicar o mitigar sus efectos negativo o perversos y cual nuestra mejor respuesta para coger las buenas olas de futuro a nuestro alcance?

Sin duda, no podemos aspirar a liderar espacios que se nos han pasado y para los que no hemos desarrollado nuestro “talento país” y que parecen concentrarse en los grandes jugadores mundiales (Estados Unidos y China) o una Unión Europea que aspira a incorporarse en un cierto tercer papel, pero sí podemos interpretar las plataformas colaborativas, los jugadores asociables y los diferentes roles aplicados a jugar en nuestra limitada dimensión, interconectada. En todo caso, hemos de ser conscientes que asistimos a un cambio radical (peligrosamente excluyente en potencia) para quienes no cuenten con la necesaria capacitación para afrontarlo. Es, a la vez y, por el contrario, toda una oportunidad para aquellos que tomen las decisiones adecuadas, eduquen y formen a su gente, transcienden del diseño académico y lo lleven a la búsqueda de soluciones sociales reales, implementen las aplicaciones transformadoras en sus tejidos económicos, empresariales, sociales, servicios y gobernanza públicos y generan una actitud individual y colectiva acorde con el desarrollo inclusivo por venir.

Es todo un cambio en curso pero que no llegará, tampoco, ni en su totalidad, ni de inmediato, ni supone que fuera de los gigantes “propietarios” del cambio actual, no haya espacio suficiente para construir “nichos” de éxito y prosperidad. La tecnología estará a disposición de todos. Lo relevante es su uso. ¿Qué haremos con ella? ¿Cómo la utilizaremos y controlaremos y gestionaremos? En gran medida está en nuestras manos acometer alternativas (seguramente disruptivas y radicales).

Estamos de lleno en la tecnología exponencial por excelencia que, por supuesto, generará beneficios generalizables si bien en tiempos y asignaciones diversas. Un sí rotundo a esta tecnología, pero acompañada de la inevitabilidad del humanismo, así como de la ética de los datos que conlleva. No podemos, no debemos hacerlo, si no somos conscientes de la necesidad de un desarrollo integrado tecnología-humanidad, siendo este último factor su verdadero vector. Principio y binomio esencial.

Por supuesto, es el momento de las grandes apuestas. Es tiempo de las grandes iniciativas y proyectos tractores e ilusionantes. Nuevos movimientos, nuevos investigadores, nuevos espacios y saltos de la ciencia y la tecnología al servicio de nuevos productos en nuevos conceptos y nuevas oportunidades. Pero, sobre todo, es el momento de las personas. Necesitamos gobiernos y liderazgos sólidos, fuertes, creíbles y de confianza. No puede ser un desarrollo basado única y exclusivamente en el interés particular de una empresa, o de una genialidad, de la visión y perspectiva exclusiva de la ciencia y de quien sea capaz de obtener un resultado exitoso en solitario. Es el momento de las grandes decisiones, de las grandes políticas, de los grandes liderazgos públicos que por definición han de estar al servicio de las sociedades de las que emanan. Es tiempo, más que nunca de la colaboración público-privada, de los valores compartidos empresa-sociedad, de la solidaridad.

Todo un reto político y un verdadero reto social, intergeneracional. Un verdadero reto de las civilizaciones y su evolución. La evolución, las transiciones radicales, las olas de transformación que han acompañado el desarrollo humano se enfrentan hoy a un verdadero desafío. Es tiempo de oportunidades al servicio de la sociedad.

Hoy, pendientes de pasos transformadores de la mano del maná del EU Next, pensemos en auténticos retos y desafíos. La oportunidad para dar un paso hacia adelante.