¿Crecer al 8-9%? ¿Cómo, hasta cuándo, para qué y para quién?

(Artículo publicado el 20 de Junio)

La controvertida reunión del Cercle d’Economia en Barcelona (no por su contenido, “retos y desafíos de empresas, gobiernos y economías”, sino por el protocolo en torno al Rey Felipe VI y la presencia-ausencia de las autoridades de la Generalitat), supuso la llamativa declaración de Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander: “en los próximos trimestres nos vamos a salir del mapa”, compartida, de alguna forma, por su compañero de escenario, Jose María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, situando el crecimiento inmediato de la economía española en torno al 8 o 9%.

Ya al inicio de la pandemia en marzo del año 2020, en un artículo publicado en esta misma columna, (“Vencer a la estadística”), advertía de la importancia de entender el verdadero significado de los índices (“lo que indican los indicadores”), relativizando las estimaciones y datos observables en los primeros trimestres ante una situación de parálisis absoluta de la economía, consecuencia del confinamiento obligado, a nivel mundial, consecuencia inevitable de la estrategia de supresión que se impuso como única medida de respuesta urgente ante la intensidad de la infección, la propagación de su contagio y la necesidad de evitar el colapso de los sistemas de salud, a la espera de tratamientos terapéuticos críticos, recualificación del personal profesional sanitario para adaptarlo a la inesperada pandemia, dotación y uso de equipos de protección inexistentes ante la excesiva y desmedida demanda y, sobre todo, el desarrollo de vacunas eficaces y seguras, garantes de la inmunidad colectiva. Las expectativas de entonces situaban en 18 meses la agonía previa a disponer de una solución real.

El entonces debate mediático-político-sindical se centraba en un simplista enfrentamiento alternativo entre salud o economía. O todos encerrados en casa de forma indefinida o “salvar la economía”. Muchos de los que hoy llenan periódicos y parlamentos con mociones y preguntas inquisitorias exigiendo “relajar las medidas preventivas”, asociaban a ideologías neoliberales el intento de conjugar lo que más tarde serían procesos de desescalada, las segundas y terceras olas con consecuencias ya no económicas, sino de salud, fruto de los propios condicionantes socioeconómicos de la salud además de la atención sanitaria retardada o postpuesta ante la imperiosa urgencia de la COVID y su severidad mortal. El sistema y estructuras económicas, contra lo que sucede en otras crisis o catástrofes, no se destruyó. Por el contrario, el periodo vivido ha permitido hoy, aflorar un importante ahorro embalsado sediento de activar un consumo aplazado, necesitado de alternativas de inversión. Las carteras de iniciativas y proyectos transformadores en respuestas a los desafíos pre pandémicos han acelerado sus capacidades y reconocimiento de viabilidad, las empresas han descubierto una gran cantidad de activos tóxicos (más bien pasivos ocultos) que burocratizaban y entorpecían procesos de toma de decisiones, obligadas a una inevitable flexibilidad y agilidad, una extraordinaria desconcentración de decisiones, la emergencia de talento y capacidades ocultas. Las empresas se han visto forzadas a mirar con interés a su entorno y establecer todo tipo de alianzas coopetitivas descubriendo nuevos espacios de colaboración a lo largo de nuevas y reformuladas cadenas de valor, con generación de alternativas más próximas y regionalizadas, así como innovadores espacios “Cross Industry”, que rompen tradicionales reductos sectoriales. A su vez, la interacción público-privada ha vuelto a ponerse en valor (desgraciadamente no todo lo imprescindible) y demostrado la capacidad generadora de riqueza compartida, no sin señalar espacios redundantes de múltiples tareas administrativas.

Ni qué decir del mundo de la digitalización y su explosión en espacios que hasta ahora o no eran tolerados o amparados por los marcos normativos, desaconsejados por los análisis corto placistas que impedían su implantación o el permanente aplazamiento de su aplicación integral. Se visualizaron elementos imprescindibles asociados no solamente por las redes de telecomunicación existentes, o la electricidad que las soporta, o las diferentes coberturas regionales, necesidades complementarias en las viviendas, y todo un sinfín de servicios complementarios, por no citar la puesta en valor de los activos comunitarios y/o esenciales al servicio de la salud, de la vida ordinaria y de las necesidades vitales de la gente.

Y, por supuesto, el diferente rol que los gobiernos (en el caso de Estados Unidos y Europa de una forma llamativa) y los organismos internacionales, apostando por una financiación intergeneracional y largo placista para facilitar “todo lo necesario”, rompiendo sus reglas del pasado.

Ni qué decir, de la puesta en evidencia del valor salud en nuestras vidas y la enorme relevancia de modelos y sistemas de salud, sus profesionales, servicios, equipamientos flexibles y soluciones.

En este contexto internacional, el tirón del que ha de beneficiarse la economía española hace que el “rebote” se refleje en crecimientos económicos insospechados, “antinatura”. Así, de una caída del 26-30% del PIB en el segundo trimestre de 2020 (España fue la economía europea con la mayor caída), hoy anuncia su “salida, como el primero de la clase”. Sin duda una buena noticia y una luz esperanzadora. Ahora bien, tras disfrutar de la euforia del momento, resulta imprescindible reflexionar sobre lo que en verdad representa y, sobre todo, entender lo mucho que implica cara a su sostenibilidad y futuro.

Este anuncio ha coincidido con una serie de hechos interrelacionados que hemos de tener muy en cuenta. La “entrega” al Estado español por la Comisión Europea del bono “Next Europe” para abordar su plan de recuperación, no significa que España haya hecho sus deberes. Ha cumplido con la preparación de un documento-propuesta que aporta compromisos de reformas de alto calado (sistemas de relaciones laborales, nuevo sistema de prevención, protección y seguridad social, transformación de su tejido productivo, saneamiento de sus cuentas públicas, alineación a las líneas marcadas por la “estrategia NEXT EUROPE”, supeditación a vigilancia-supervisión de cumplimiento…) y un plan que dibuja una triple transición hacia una economía verde, a la digitalización de empresas, gobiernos y sociedad en general, recualificación de su población activa hacia un mundo diferente al actual, reinvención de sus sistemas de gobernanza y transformación, real, de la administración pública y sus servicios públicos al servicio de los ciudadanos. A la fecha, un buen plan articulado desde un gabinete, sin contar con la verdadera participación de quienes lo han de llevar a cabo. Ni el Congreso lo ha conocido con carácter previo a su presentación, ni los gobiernos de las Comunidades Autónomas saben cómo se espera que participen, ni la mayoría de las empresas (salvo unas pocas que conocen algo más que promesas) saben si habrán de participar, ni en qué medida accederán a parte de los fondos esperados. El maná productivo supone 19.000 millones de euros para este 2021, por debajo de la financiación (23.000 millones) que el gobierno incluyó en el “Plan Transformador” presentado a Bruselas, ya distribuido entre los diferentes ministerios, gestionándolos según sus propios intereses e inercia tradicional. Haciendo lo mismo que antes, con la etiqueta añadida de verde, digital o “en el ámbito de la I+D+i”. Todo indica que, la letra pequeña bruselense, procederá a auditar su uso y revisión de aquello en marcha. A medida que pasen los días, observaremos la enorme similitud de 27 planes de resiliencia y restructuración que se extenderán por Europa. Su coherencia con capacidades y tejidos económico-industriales preexistentes y gobernanza de los Fondos, marcará la diferencia. Así sabremos si estamos ante una auténtica transformación estructural y sostenible, o ante una película tristemente conocida, de incumplimiento de sueños frustrantes. Por tanto, en este punto, bienvenido el apoyo de Bruselas. A la espera de la promesa del presidente Sánchez de reunir a los presidentes autonómicos para “explicarles los criterios de asignación y participación que pretende” y de un compromiso real con las empresas tractoras capaces de arrastrar iniciativas de verdadera dinámica transformadora, confiemos en la bondad de esta oportunidad única.

Un segundo hecho relevante es observar el avance de la vacunación y la disminución de incidencia de casos, su severidad y, sobre todo, letalidad. Pese al desconcertado periplo seguido, de la mano de un ineficaz -por no competente órgano responsable real de la tarea encomendada- Ministerio de Sanidad, el panorama merece una valoración, hoy, positiva y esperanzadora. Al miedo, no obstante, de una desescalada y apertura inconsciente que puede llevarnos a la extensión de un acelerado contagio que ya observamos en determinados países y zonas geográficas, se une una reflexión importante a futuro. Si bien se ha superado el temido colapso total del sistema de salud previo, la adecuación y transformación de emergencia se ha realizado sobre sus propios pilares preexistentes. Hace exactamente un año, tuve la oportunidad de comparecer ante la Comisión para la Reestructuración de la Salud y la Economía del Congreso de los Diputados. Con tremendos objetivos grandilocuentes se pretendía la reinvención del sistema sanitario, reimaginar los servicios sociales, “publificar la profesionalización del amplio mundo de la salud o industrias interrelacionadas como única forma de responder a los retos de esta y futuras crisis”, redefinir un sistema productivo español, romper el monocultivo y dependencia del turismo, generar un “tejido productivo autosuficiente” sin dependencia de terceros, optimizar unos presupuestos y gasto públicos rompiendo con la tendencia histórica, Re centralizar un modelo para fortalecer el gobierno central en detrimento de las Comunidades autónomas.

La realidad, hoy, es que lo que haya aprobado dicha Comisión, las medidas que resultaron “consensuadas” y las acciones pomposamente archivadas, no han visto la luz. Ni se ha reinventado nada, ni se conoce su verdadero compromiso transformador. La coyuntura, nuevamente, no ha venido acompañada de pensamiento y compromiso largo placista.

En definitiva, las estimaciones de crecimiento con el rebote inmediato suponen una perspectiva positiva y que hemos de celebrar. Ahora bien, la verdadera cuestión no está en el indicador inicial de crecimiento. ¿Creceremos de otra manera, durante cuánto tiempo? Antes, durante y esperemos que después de la pandemia, el mundo se había metido de lleno en un verdadero debate a la búsqueda de nuevos modelos de crecimiento al servicio de un desarrollo inclusivo, mitigador de desigualdades, demandante de actitudes y compromisos colaborativos y solidarios, exigente de cambios profundos y estructurales, con nuevos modelos de empresa y de negocio, con la vista puesta en el conjunto de agentes implicados (stake holders), buscando respuestas, en términos de oportunidades, a los desafíos globales que habrán de impactarnos, de una u otra manera, a todos. Desafíos que formulados de una u otra forma pasan por una nueva economía verde y sostenible, una digitalización total, el uso “humanista” de las tecnologías exponenciales, el futuro del trabajo-empleo, ofreciendo prosperidad y bienestar. Toda una revolución transformadora, imparable, comprometida con el largo plazo. A la vez, antes de esta pandemia, el mundo de la salud señalaba las bases de una imprescindible transformación innovadora co creando nuevos modelos de salud a la vez que conferirle el rol, también, de vector de generación de riqueza, empleo y bienestar abriendo su imprescindible papel asistencial a los ámbitos socioeconómicos, comunitarios y de la investigación, en el amplio contexto ciencia, biotecnología, con nuevas competencias, profesiones e interacción de áreas y disciplinas asociables. Todo un nuevo espacio de oportunidades.

Hoy, más que ayer, necesitamos retomar este verdadero desafío y movimiento activista que haga posible tan exigente objetivo. Más allá del oportuno rebote, deseado, confiemos no perder la atención en hacerlo estructural, permanente. Los mimbres sobre los que construirlo parecerían asequibles. ¿El proceso? Apostemos por su éxito colaborativo. Una extraordinaria oportunidad para poner el crecimiento al servicio del desarrollo inclusivo, la prosperidad y el bienestar de todos.

Euskadi, industria y prosperidad

(Artículo publicado el 6 de junio)

La prensa económica ha despedido el mes de mayo con múltiples artículos y suplementos especiales centrados en la reactivación y el crecimiento económico, con una coincidencia generalizada en la industria como vector esencial sobre el que hacer girar cualquier apuesta de futuro para una transformación imprescindible para garantizar respuestas sostenibles a los desafíos de futuro, desde niveles crecientes de prosperidad, bienestar e inclusividad.

Son ya demasiadas décadas en las que una simplista clasificación de la economía y un cómodo discurso académico confronta la industria con los servicios, sin más, introduciendo un falso discurso de modernidad en favor de la eliminación de la manufactura, en una supuesta asignación de valores al nuevo mundo que apoyaban, aconsejando el abandono de “aquellas economías del pasado” a las que se les otorgaba el mal generalizado del “espacio negro” de las ciudades, la contaminación, escaso glamour y menor brillo y reconocimiento social, desanimando a jóvenes profesionales a apostar por “el pasado” lejos de focalizarse en el destello de los distritos financieros que reconstruían los centros de las mejores ciudades (otra novelada expresión de futuro), publicitaban “el gusto por la moqueta” y las oficinas de relativo lujo y confort y las bondades del camino a la llamada de una globalización sin matices. La modernidad y un futurible éxito profesional se ofrecía como la única opción sensata a perseguir y, si se desarrollaba en el exterior, mejor.

Este contexto se venía fortaleciendo por el uso de un concepto equivocado de la “Política Industrial” que se asociaba con una errónea toma de decisiones de los gobiernos. Adicionalmente, se le acusaba de un pernicioso intervencionismo distorsionador del mercado que se erigía como máximo juez objetivo de una mal entendida competitividad, que dejaba en los gobiernos una malévola y discrecional elección de unos pocos jugadores a los que “subvencionar”, o a la inhibición ante las presiones y demandas sindicales de grandes empresas calificadas de fallidas o a las consideradas empresas “zombis” que se entendía se perpetuarían a base de incumplimientos legales, desatención de sus compromisos con terceros y ausencia de futuro, siempre cargadas de legados históricos perversos, repletas de reivindicaciones basadas en el pasado y poco atentas a las dinámicas de cambio en el entorno en que se desenvuelven. La casi permanente desconfianza hacia quienes han de tomar decisiones desde los gobiernos, mientras se daban por buenas, siempre, las decisiones de otros, se unía a una larga serie de elementos que parecían incompatibles con el mundo de la manufactura, por muy inteligente, innovadora o generadora de riqueza y empleo que fuera. Urbanismo renovado, medio ambiente sin contraste alguno, funcionarización elevada, bancarización y “economía financiera” alejada de una economía real, nueva ola sindicalizada abanderada de la confrontación como motor de soluciones individuales, provocaban una “transición” hacia esos espacios que supondrían contraponer una futurible “sociedad de la información y del conocimiento”, paraísos verdes y batas blancas, contra paisajes industriales y grises, asociables a la “fabricación”. Adicionalmente, demasiadas regiones y países a lo largo del mundo, o partían de una debilidad estructural en su tejido productivo, o creían encontrar una mayor facilidad y velocidad para abrazar el nuevo mundo, saltando los 200 años de revolución industrial que no habían desarrollado e incorporado (o mantenido) en sus ámbitos de actuación y responsabilidad, un mapa completo de elementos esenciales para desarrollar un tejido industrial y productivo competitivo, cuya productividad no se improvisa, ni se compra sin más en el super mercado. Cultura industrial es un concepto demasiado importante y exigente y no se da por generación espontánea. Además, por si fuera poco, la estadística oficial, a lo largo del mundo, se volcaba en cuentas agregadas macroeconómicas y en su afán, también simplificador, optaba por presentar sus datos en términos excluyentes de industria versus servicios y su referencia única al PIB.

Sin embargo, hoy, cuando el mundo asiste a una nueva revolución en la que las llamadas tecnologías exponenciales nos anuncian un futuro absolutamente distinto, cuando la globalización única se ralentiza y da paso a nuevas concepciones no solo de internacionalización, de intercambio económico y de generación de nuevos ámbitos de cadenas de valor, la afortunada inevitabilidad de clusterizar la economía “mezclando” diferentes disciplinas, anteriores segmentos o sectores económicos otrora fragmentados, necesaria regulación y formalización del empleo, reglas y relaciones laborales, convergencia de múltiples agentes, intereses y propósitos, y su carácter de estabilidad y permanencia (cualificada) en el largo plazo, vuelve el protagonismo del Renacimiento Industrial, visualizado como pieza clave en las transformaciones determinantes de nuevos modelos de desarrollo y bienestar.

Si ya las últimas crisis financieras demostraron que aquellas regiones con un relevante peso de su economía real, fundamentalmente industrial, han sido las que mejor han reaccionado ante las dificultades, la última y aún peligrosamente viva pandemia que nos aqueja, lo ha reforzado con inusitado peso.

Hoy, además de Europa y sus Planes de Resiliencia y Recuperación, su anhelado UE Next Europe con sus fondos esperados como la savia que habrá de posibilitar toda una canasta de proyectos críticos, su Horizon Europe para promover la investigación y la tecnología, las áreas prioritarias de actuación (digitalización de la economía, economías verde y azul, con sus imprescindibles transiciones) y el futuro del trabajo (abanderando una imprescindible revolución educativa y recualificación profesional imprescindibles e inaplazables), toda estrategia o política que se precie pone su mirada en la industria. Ahora bien, los atajos posibles no resultan tan evidentes y las improvisaciones o esperanza en milagrosas soluciones inmediatas, por mucha financiación o propaganda pretendida no son suficientes. De esta forma, gobiernos como el español, más allá de discursos y declaraciones futuristas, topa con la falta de concreción real sobre posibilidades y bases existentes sobre las que construir la definición de un nuevo modelo productivo y la industrialización del país. El viejo discurso de siempre, ante todo viento adverso, reclamando una “política industrial para España”, se ve comprometido ante la emergencia de múltiples regiones que han construido su modelo de competitividad y bienestar, liderazgos mundiales, con un largo recorrido superador del punto de partida español, lo que hace temer un potencial derroche de recursos forzando capacidades inexistentes ante áreas e iniciativas, de orientación europea y mundial, que marcarían los espacios financiables en una verdadera reorientación de su economía. Pretender meter todo proyecto o toda demanda o impulso reestructurador en cajones financieros o ideales sin las bases suficientes, no parece una buena política.

En Euskadi, hemos entendido la industria como parte de nuestro ADN. Lo hemos heredado de nuestra cultura, en nuestra forma de vida, en nuestras capacidades y modos de relación y organización económica. Hemos avanzado contra corriente sabiendo identificar los vientos favorables y adaptarnos a ellos. Hemos sufrido (y sufriremos) todo tipo de crisis y hemos sabido reaccionar, encontrar los tiempos en que los “cambios de las reglas del juego y nuevos jugadores” nos han permitido arriesgar por nuevas actividades, alineadas en una “diversificación inteligente”, generando nuevas alianzas, emprendiendo nuevos caminos y nuevas maneras de hacer las cosas, desde nuestras competencias reales. Hemos sabido interiorizar, con los diferentes conceptos e ideas asociables, el rol esencial industria-tecnología-servitización y clusterización, que hoy, parecería que la moda lingüística refiere a ecosistemas. Tenemos un larguísimo camino y esfuerzo por transitar. Sin embargo, cuando la industria pide paso, somos un referente mundial. Titulares como “la industria sale del cajón”, “la industria se vuelve sexy”, “el renacimiento se llama industria”, “transformación industrial sinónimo de futuro”, “la inteligencia artificial es la principal fuente de crecimiento y desarrollo industrial” … apuntan señales de optimismo y futuro, nos sentimos reflejados y confiados. Las miradas parecen observarnos.

Es un buen momento para nuestros próximos saltos hacia adelante. Tenemos, también, enormes dificultades y rémoras que hemos de superar. La transformación -permanente- que se requiere no es confortable, sino muy exigente. Y, desgraciadamente, somos conscientes de la competencia exterior (todos aprenden y muchos ya lo hacen mejor que nosotros), así como, sobre todo, de nuestras debilidades internas. Retomar compromisos, actitudes pro industria, pro empresa-empresario (no solamente discursos favorables a start ups de emprendimiento juvenil, inicial, mientras no tengan éxito para pasar a ser criticados y descalificados cuando triunfan, crecen, se internacionalizan), recualificación profesional en todos los niveles hacia las “nuevas áreas de conocimiento”, múltiples fuentes de oportunidad, que demandarán, también, recomponer los verdaderos modelos de relación y compromiso público-privado, recuperar en las aulas y en los medios de comunicación la motivación por el valor de la industria, atraer y retener el talento (local e internacional) que necesitamos para construir un espacio de competitividad y prosperidad, reencontrar un dialogo social, reformular, también, las propias empresas y sus modelos de negocio sobre bases de valor compartido y profundizar en una pedagogía industrial para nuestros gobernantes en todos los niveles institucionales.

La industria nos ha traído hasta aquí a lo largo de 200 años, jugando un rol vector sobre el que desarrollar, el resto de piezas esenciales de un verdadero tejido económico competitivo, tractor de bienestar y prosperidad. Sin duda, es piedra angular para afrontar la nueva revolución que ya estamos viviendo. Disfrutamos de una base y ventajas competitivas que otros no tienen. Está en nuestras manos construir ese nuevo futuro deseable.

De nuestra actitud, compromiso y apuesta para el largo plazo, dependerá nuestro bienestar y prosperidad. Para nosotros no es cuestión de modas. Es trabajo, responsabilidad y compromiso desde la confianza en partir de unos mimbres sólidos. Construyamos desde nuestra diferencia. Un trinomio distintivo Euskadi, industria y prosperidad.