Cumbre Climática, más allá de lo verde…

(Artículo publicado el 25 de Abril)

Con ocasión de la agradable tradición catalana de celebrar el día de San Jordi, 23 de abril, con su intercambio de regalos, libros y rosas, recibí, entre otros, “Love letter to the Earth” (Carta de amor a la tierra) de Thích Nhat Hanh. El libro llegaba puntualmente a la crónica periodística de la reciente “Cumbre virtual para el cambio climático”, ratificando el compromiso del presidente estadounidense Joe Biden con el control, reducción y eliminación de emisiones de gases invernadero en fases sucesivas hasta el próximo 2050.

Precisamente en el momento en que los diferentes gobiernos, congresos, ciudadanos, incorporamos en nuestras estrategias, modelos de trabajo y/o de negocio y compromiso (se supone que decidido y firme) una apuesta radical por el planeta en nuestras propuestas, normativa de desafíos y las llamadas transiciones disruptivas de transformación, el autor empieza por recordarnos que “la tierra no es solamente el entorno en el que vivimos, la naturaleza que observamos, disfrutamos y en múltiples ocasiones sufrimos con sus reacciones propias en términos de catástrofes, o el medio ambiente como descripción general, sino que somos la Tierra en sí misma y siempre la llevamos y tenemos dentro”. Sería, en consecuencia, “un ser vivo en sí mismo, lo que habría de provocar la vocación de modificar nuestra relación con ella en una doble complicidad de supervivencia: el suyo y el nuestro”. Y bajo estas premisas, un largo e intenso canto a sus diferentes “cartas de amor a la tierra” para fijar lo que, fríamente, podríamos traducir como ejes de transformación y políticas de acción para guiar una “transición verde” como la que venimos incorporando en nuestro día a día.

La “Cumbre del Clima”, celebrando “El día de la Tierra”, con la participación de casi 50 líderes mundiales (incluido el Papa Francisco), luce “la vuelta a casa de los Estados Unidos”, abandonando el negacionismo de Trump para compartir reflexiones y proyectos-compromisos comunes, desde las diferentes realidades y posibilidades de cada uno. En esta ocasión, como una gran mayoría de los implicados, no se aborda el desafío en términos de barreras o costes (impuesto con los que convivir o evadir) sino en términos de oportunidad. Se trata de transitar hacia nuevas formas de entender el crecimiento y desarrollo económico, alternativas fuentes de creatividad, innovación y riqueza, reimaginación de industrias, renovación energética, generación de empleo, orientación de las tecnologías del futuro y, sin duda, las nuevas ingenierías financieras y fiscales que están por venir.

Los horizontes y marcos normativo-presupuestarios que se vienen convirtiendo en leyes, programas y puntos de llegada y transformación (Un mundo neutro en términos energéticos, un grado más o menos de la temperatura global objetivo, fechas de caducidad para la matriculación de automóviles, lo que supone toda una revolución en la automoción, explorar la aplicabilidad practica y viable de la energía marina, además de la eólica, solar y del redescubierto hidrógeno verde…) marcan caminos de auténtico cambio.

Por tanto, no se trata tan solo de señalar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero que podría motivarnos más o menos como para provocar nuevas actitudes, políticas y asignación de recursos, sino un verdadero elemento tractor que posibilite actuar en espacios innovadores de futuro, tecnologías, industrias y soluciones convergentes con un objetivo claro que podría simplificarse en tiempos románticos en “nuestro amor por la tierra” .El autor propone su propio recorrido que, en lo personal, me parece excesivamente filosófico y particular con múltiples derivas que me resultan difíciles de interpretar y compartir. Ahora bien, nos quedamos con el mensaje base.

En esta Cumbre, 17 países responsables del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero proponen todo tipo de iniciativas para abandonar, progresivamente, su recurso a fuentes fósiles, adecuando todo tipo de iniciativas, no solo con acompañamiento tecnológico o manufacturero, sino con una mirada adicional a la propia naturaleza, al ámbito rural, a la industria agroalimentaria y, sobre todo, a la clusterización de las actividades económicas interrelacionadas con todas ellas. La necesidad de encontrar, a gran velocidad, sustitución de las fuentes generadoras de energía, las pautas de consumo obligan a una verdadera revolución. Pero no una revolución cualquiera, sino parafraseando a un conocido partido político latino americano con decenios en el poder gubernativo, “un movimiento revolucionario institucional”. Es decir, dirigir, promover, ordenar una dinámica hacia un objetivo viable, entendiendo no solamente las posibilidades reales, sino los tiempos necesarios, los recursos económico-financieros alternativos, la recualificación de los empleos en restructuración, el acceso real y equitativo a las tecnologías, la institucionalización (empresarial, pública y de gobierno) imprescindibles para su logro. Dirigir y gestionar dicha transición exige gestionar su impacto social (el presidente de México, López Obrador, con menos focos que los del mensaje de Biden, abordará un compromiso con las “olas migratorias” de América Latina y la preocupación compartida por líderes africanos animando a sus colegas a incorporar esta línea de preocupación y objetivos en el complejo puzle por resolver.).

“Cambio Climático” que no puede ignorar, en estos momentos, su interacción con el mundo de la salud. En plena pandemia (inevitable no escaparnos de esta fatiga permanente), la constatación de potenciales informaciones, el peso del medio ambiente y su calidad en la salud, resultan evidentes.

En definitiva, más allá de la clásica preocupación atribuida en otros momentos al “ecologismo militante”, en gran medida movilizados por actores antisistema y que, en muchos casos, boicotearon y/o destruyeron iniciativas hoy señaladas por ellos mismos como las “verdaderas apuestas de futuro”, la defensa y apuesta estratégica por el planeta, manifestada de diferentes maneras, ve en estos tiempos, un enorme espacio de oportunidad. En este recorrido, además de la responsabilidad exigible a los diferentes gobiernos, son las empresas las que están realizando un enorme esfuerzo real de transformación. No solamente aquellas directamente implicadas por las industrias, tecnologías, productos, en que se ocupan, sino todo tipo de campos. Movimientos de ESG que, en principio de forma voluntaria, y cada día más, ya sea auto exigiéndose o por diferentes regulaciones gubernativas, orientan en sus inversiones y modelos de negocio hacia logros que responden a estos tres grandes objetivos e indicadores convergentes: medio ambientales y sostenibles, económicos y sociales, además de un buen gobierno corporativo, junto a su inherente y evolutiva responsabilidad social en las comunidades en las que opera y, sobre todo, cada vez más, hacia una enorme transición en la dinámica del valor compartido empresa-sociedad.

Cambios rápidos, sostenibles, multiobjetivo al servicio del planeta y, sobre todo, de las personas, es el reclamo de la ONU, como mensaje general de esta y otras Cumbres que le sucedieron. El esfuerzo de los “Acuerdos de París” del 2015 vuelven sobre la mesa, actualizados, con diferentes planes y programas extendidos (y, en apariencia, compartidos. Reclamo atendido en compromisos y estrategias en curso. Un largo camino por recorrer.

Sin duda, efectivamente, de alguna manera, “una nueva carta de amor a la Tierra”.

Biden: empleo para repensar el futuro de América

(Artículo publicado el 11 de Abril)

En Euskadi-Europa, a la espera del EU-NEXT GENERATION como vehículo tractor de extraordinarias expectativas transformadoras hacia un futuro diferente una vez que “sus transiciones guía” (economía verde, digitalización, manufactura especializada e inteligente…) se materialicen y se clarifique su alcance y contenido, traducidos en iniciativas concretas. Los tan anunciados fondos europeos superarán, más tarde que pronto, los procelosos pasos de aprobación y, de una u otra forma, terminarán financiando y/o subvencionando múltiples proyectos que, confiamos, respondan a una verdadera apuesta estratégica, innovadora, y no se diluyan en un reguero de parches cortoplacistas para “volver a una vieja normalidad”, incremental de planes y presupuestos históricos. De momento, incertidumbre tanto en el monto asignable, el tiempo de su materialización, el reparto (por Estado miembro, región, proyecto, empresas, beneficiarios), mecanismos de gestión y su destino estratégico o táctico, rodeado de recelo hacia Moncloa, observando cómo se han anticipado recursos futuribles en el gasto ordinario de ministerios y agencias públicas, bajo el pretexto de que casi todo cabe en un cajón “digitalizable o sostenible”, sin señales de cambio ni en orientaciones transformadoras, ni en “nuevas estructuras” facilitadoras su gestión.

Del otro lado del Atlántico, la Administración Biden-Harris ha lanzado su “Moonshot” (“Tiro a la Luna”) en forma de Plan de Empleo como mensaje nítido y movilizador de los Estados Unidos, no para volver a la normalidad previa a la COVID, sino hacia un proceso amplio de reimaginación y reconstrucción de una nueva economía. El Plan de Recuperación y Reconstrucción (Build back betterReconstruir mejor-) no solamente supone una inyección única de 3 trillones de dólares, sino que se estructura  en cuatro espacios claros, diferenciados, a la vez que coherentes e integrados: el primer gran reclamo por las infraestructuras generadoras del empleo hoy demandado, reorientando sus capacidades laborales y oportunidades vitales hacia los nuevos escenarios de futuro ( “Hoy empleo, mañana riqueza y bienestar”), con un segundo paquete complementario al servicio del acceso real a la salud (no a las ofertas y prestaciones de hoy, sino a las de mañana) los cuidados y, en especial, las necesidades de poblaciones vulnerables, con singular incidencia en la población infantil. Una apuesta que supone la creación de millones de empleos, reconstruir y dotarse de una nueva infraestructura y reposicionar el país en su declarada competencia entre superpotencias (ellos y China). Si Kennedy propuso llegar a la luna ganando la carrera espacial y movilizar a todos para lograrlo, Biden invierte en “el agujero deficitario” de las infraestructuras sobre las que construir un nuevo espacio de competitividad y prosperidad creando el empleo de hoy y, sobre todo, la base del futuro.

Así, la apuesta estadounidense concentra en infraestructura y empleo los sencillos vectores de su ansiada riqueza, bienestar y liderazgo global, en y desde casa. Su propia “China o India” se construyen desde sus necesidades y oportunidades domésticas. Su apuesta recuerda una de sus grandes deficiencias comparadas (número uno en riqueza, décimo tercero en calidad de su infraestructura y un descenso de más del 40% en inversión pública en las últimas décadas). Partiendo de la evidencia que recoge su narrativa describiendo el colapso y deterioro de sus carreteras y puentes, aeropuertos, puertos y red hidráulica y su vulnerable, insuficiente y anticuada red eléctrica, la desigual brecha social fuente de una no homogénea capacidad de acceso al internet de alta velocidad y a una vivienda insuficiente y de mala calidad, generadora de barrios y espacios marginales, foco de desapego, desconfianza y bajas condiciones socio-económicas de vida, no solo propone obra  pública, ladrillo y cemento, sino caminos de futuro. Infraestructuras “inteligentes” al servicio de la investigación y el desarrollo, la renovación de todo espacio público (salud, educación, cuidados), con un claro incentivo “discriminador” en favor de las comunidades vulnerables, deprimidas, rurales, buscando integración, equidad y desarrollo económico e inclusivo, insistiendo, de manera permanente, en la debilidad de la mujer con mayores tasas de desempleo y diferencias de género observables en la práctica totalidad de indicadores comparados.

La receta Biden parecería tan antigua como las políticas de distanciamiento social y aislamiento, base de la respuesta pandémica al COVID-19, a la espera de la ciencia-salud-manufactura-logística-organización para proporcionar soluciones farmacológicas y terapéuticas sin colapsar los servicios de salud existentes y promover una recuperación económica lo menos perjudicial posible. Sin embargo, se trata de repensar y rediseñar hacia una nueva (diferente) economía, tanto en cuánto a objetivos previstos, como a instrumentos, modelos y tiempos para su aplicación. Un amplio programa con iniciativas y proyectos prioritarios identificados que suponen bases para un futuro complejo, por llegar, exigente y demandante de nuevas capacitaciones laborales, nuevas complicidades público-público y público-privadas, reconsideración de su generalizado modelo de ciudades y extrarradios. Su “plan de infraestructura” cobija al mundo “soft” de redes de atención y cuidados en salud, sociosanitarios y comunitarios, rehabilitar más de dos millones de viviendas… Un plan que se dota de nuevos marcos normativos facilitadores (o en ocasiones de obligado cumplimiento) del trabajo formal, de participación de trabajadores en las empresas y comunidades beneficiarias, acceso a la salud y a la formación en diferentes niveles, bajo un “Made in America Tax Plan” (Plan Fiscal para un “hecho en América”) promoviendo la inversión corporativa en el país, reforzando o completando redes de suministro y cadenas de valor. Un Plan de “Inversión de Pago Único”. Es decir, un esfuerzo de hoy, concentrado en un plazo inmediato y urgente, a diez años, creador de empleo de calidad hoy y con consecuencias globales futuras.

El Plan Biden ha incorporado a su propuesta al Congreso (ya en curso en sus líneas y presupuesto base), el complemento de una “Ley de Reforma y Reconstrucción” que recogerá las recomendaciones y mejores prácticas analizadas tanto en diferentes “planes de reconstrucción” a lo largo del mundo, como la “reforma de la Administración Pública Federal” para agilizar y desburocratizar procedimientos, autorizaciones, mecanismos e instrumentos de acceso a fondos y gestión, así como una revisión en profundidad de “las lecciones aprendidas” durante la COVID. El carácter excepcional de la pandemia llevó (a lo largo del mundo) a transitar nuevos espacios colaborativos, simplificación administrativa por “razones de urgencia”, evidencia de burocracia recurrente de escaso valor añadido, limitaciones de respuesta, obsolescencia de instrumentos y mecanismos existentes y, en definitiva, “nuevos procesos en la toma de decisiones”. También aquí se trata de no volver al pasado, sino dar un gran salto hacia el futuro. Así mismo, el plan incluye múltiples iniciativas “formativas y acompañantes” a las corporaciones locales, trabajadores, agentes implicados para su capacitación técnica, profesional y gestión. Una vez más, premia en el monto de los apoyos previstos, aquellas iniciativas colaborativas, consorciadas y comunitarias; sostenibles.

Construir un nuevo espacio de prosperidad, reimaginando las infraestructuras (de todo tipo) hacia las demandas y oportunidades futuras, más resilientes, desde su capacidad tractora y generadora de empleo (uno de mayor calidad, formalidad y bajo nuevos modelos de contratación y participación laboral), renovando la obra y servicios con un efecto directo en la comunidad. Un efecto tractor de la empresa repensando su rol a lo largo y ancho de sus diferentes cadenas de valor, asumiendo el “inicial y aparente sobre costo” de una combinación local y global que no solo mitigue una potencial ruptura en el abastecimiento, sino que posibilite un impacto directo, esencial, en el desarrollo endógeno, con una visión completa de la competitividad y el bienestar más allá del coste laboral individualizado.

No es ni el único, ni el mejor “plan de recuperación”. Sí es un plan adecuado a las necesidades actuales de su país, reposicionando su papel en el mundo, creando el empleo imprescindible para hoy y base para las oportunidades y desafíos de mañana. Una apuesta movilizadora respondiendo a urgencias del momento a la vez que generando las potenciales bases para un futuro deseable.

La magia de un “Moonshot”, imaginativo y soñador, acompañado de planes, programas, iniciativas y decisiones “comprehensivas”, con instrumentos, recursos y financiación extraordinarias que lo hagan posible. Como todo intento estratégico, inductor de pensamiento creativo y disruptivo, interpela a quienes dirigen, en diferentes niveles de responsabilidad, comunidades y organizaciones de todo tipo, a lo largo y ancho del país, para explorar las oportunidades que ofrece el futuro, anticipándose, reposicionándose y aspirando a resultados en apariencia complejos y lejanos. Propone creer en un escenario futuro diferente, y, sobre todo, comprometerse para hacerlo posible. Su magia está en visualizar un escenario real, desde las fortalezas y debilidades actuales, esforzándose en un proceso de cocreación y coprotagonismo. “No es cosa de ellos” o de “los otros”, sino de “nosotros”, “de mí”. Un proceso construible desde la solidaridad, el esfuerzo, la responsabilidad, la confianza. El escenario aspiracional buscado no se generará de forma espontánea por sí solo. Se construye, paso a paso, con mensajes, horizonte y medios claros.

Si Estados Unidos lleva a su Congreso “mejores prácticas” de las que aprender, no será un mal ejemplo para otros. En un mundo en el que todos aprendemos de todos y de todo (incluso de nosotros mismos), echar un vistazo a lo que nos rodea facilita diseñar nuestro propio, diferenciado y único camino.