¿Buenas decisiones – buenos resultados? ¿Malos resultados – malas decisiones?

(Artículo publicado el 10 de Abril)

Hace unos días tuve la oportunidad de reunirme con dos dirigentes del país y acudían a la cita con una sensación de preocupación y urgencia, presionados por un par de cuestiones de relevancia que les ocupaban. Dos asuntos distintos, de diferente magnitud e impacto, pero con un denominador común: el resultado que a lo largo de los años habrían convertido en “erróneas” las decisiones que, tomadas en su día, no habrían respondido a lo inicialmente esperado. Consecuencia que hoy, situaban a quienes participaron de los respectivos procesos de toma de decisiones (sin mancha alguna de ilegalidad, favoritismo o búsqueda de beneficios personales o individuales) en el escaparate señalable de “actores de malas decisiones”.

Este hecho sucede todos los días. Vivimos rodeados de todo tipo de decisiones que, obviamente, generan resultados (positivos o negativos) y que, desgraciadamente, nos llevan a asumir como inseparables las decisiones y sus resultados, entendiendo que una buena decisión ofrece solamente beneficios y un mal resultado es, siempre, consecuencia de una decisión equivocada.

Fenómeno especialmente relevante en grandes proyectos, provistos de riesgo superior a los asuntos habituales, que implican complejos procesos y múltiples actores y que habrán de repercutir en la sociedad a lo largo del tiempo.

Releyendo a Annie Duke, en su exitoso libro “Thinking in Bets. Making smarter decisions when you don’t have all the factors” (Pensando en apuestas. Tomando decisiones más sabias cuando no tienes ni toda la información, ni conoces todos los hechos que lo rodean), con evidencias y ejemplos cotidianos, nos facilita la comprensión de dos cuestiones clave que determinan nuestras vidas (o simplemente nuestras opciones a lo lago de la vida): la calidad de los procesos de toma de decisiones y la suerte o el contexto ajeno a nuestro control. Entender esta diferencia a la vez que coexistencia de ambos elementos clave, es la esencia de los procesos de toma de decisiones.

Duke, destacada profesora de liderazgo y toma de decisiones, es una exitosa jugadora de póker, profesional en su momento, ganando una relevante fortuna en las mesas de juego. Son múltiples los casos que ella ha explicado en su larga trayectoria en el mundo de la teoría de juegos, los procesos para la toma de decisiones y el pensamiento que junto con otros relevantes académicos, constituyen referencia indispensable en la calidad de la toma decisiones ante problemas complejos, multi factoriales, en todo tipo de temáticas económicas, políticas y sociales. Como ella misma destaca, en un juego como el póker, decenas de decisiones, en entornos desconocidos e inciertos, sin conocer hechos reales de tus contrincantes, han de tomarse en poco segundos “mano tras mano”. Así con o sin la recurrencia del juego, en el libro ya comentado, alude a un ejemplo deportivo que generó, hace ahora más de siete años, gran polémica, no solo en el entorno deportivo en el que se produjo, sino un debate instalado en el mundo extradeportivo, académico, del management y profesional. En la Super Bowl de 2015 (final de la Liga Nacional del Fútbol Americano en los Estados Unidos), en una jugada crítica del partido, cuando todo llevaba a suponer que el equipo que iba por debajo en el marcador decidiera hacer una jugada concreta y ganar el partido, optó por una alternativa inesperada para la mayoría, siendo derrotado dada su mala ejecución (o el acierto del contrario impidiendo su logro). Los medios de comunicación masacraron al entrenador del equipo perdedor proclamando su jugada-decisión como la mayor estupidez, el mayor error cometido en la historia del fútbol americano. Tuvieron que pasar semanas para encontrar defensores de que la decisión tomada pudo ser la más indicada atendiendo a la experiencia, sistema de juego del equipo que la tomó y la estadística de fallos del contrario. Si con esta información el resultado hubiera sido otro, hoy hablaríamos de la decisión más inteligente y brillante en la historia del fútbol americano. El entrenador de entonces de los Seahawks de Seattle sería alabado por la historia de las “estrategias del fútbol” y sus contrincantes de entonces, “Los Patriots de Nueva Inglaterra” tendrían un palmarés menos en su exitosa trayectoria.

Volviendo al principio, con esta lógica, podíamos preguntarnos qué pasaría si repasamos un largo listado de resultados exitosos de proyectos complejos en situaciones de enorme incertidumbre y que sujetos a procesos de calidad en su toma de decisiones, hoy valorados, habrán fallado. El verdadero elemento diferencial no está en la asociación indiscutible determinista entre decisión-resultado, sino en la capacidad y oportunidad de “hacer buna una decisión tomada”.

Nuestras vidas y situaciones personales y profesionales están llenas de procesos de decisión. Las más de ellas se corresponden con situaciones no del todo racionales o con metodologías, información, procesos explícitos o conscientes. Pero, sin duda alguna, la inmensa mayoría de ellas, han dependido de la experiencia, la mejor de las informaciones disponibles, sabiendo, de antemano, que no existe la información perfecta en el momento de tomar una decisión que, al final, por muy colegiado y participativo que sea el proceso, corresponde a la “soledad última” de alguien, responsable de tomarla y al empeño en su ejecución -hacerla buena- y, por supuesto, a una cadena de circunstancias externas controlables o no controlables, e incluso “suerte” (generalmente aquello que no racionalicemos y que afecta a la opción elegida).

Toda esta “noma habitual” en la toma de decisiones, que se da en continuas y miles de opciones que la “alta dirección” (profesional, empresarial, de gobierno) obliga a interiorizar la responsabilidad de la calidad de los procesos y análisis a observar, a la importancia de entender los “marcos multi factoriales e interacciones” en el que han de encuadrarse las “pequeñas e importantes” decisiones a tomar, la evaluación de su impacto (del momento y, sobre todo, en el medio y largo plazo), la calidad del proceso seguido (en gran medida basado en la experiencia acumulada de quien a e decidir), de la confianza de las parte en los intervinientes asumiendo la “buena fe” y compromiso en la búsqueda del beneficio compartido de los implicados y, de manera muy especial, del esfuerzo sostenido en un propósito (el para qué de lo que hemos de elegir), la responsabilidad en la decisión-resultados entendiendo su diferenciación y el nivel o grado de los roles y ámbitos en que se decide. Estos ingredientes básicos, complejos, a la vez que comunes, son los que caracterizan la exigencia a las llamadas “Altas Direcciones o máximas autoridades”. Una publicación reciente, “CEO Exellence” (Seis pensamientos y directrices que distinguen a los mejores líderes del resto), editado por McKinsey, recoge, entre otros muchos casos, una sucesión de encuestas y entrevistas estructuradas del autor con los primeros ejecutivos de empresas relevantes o de instituciones y gobiernos. Básicamente les trasladaba su inquietud o sensación de que, dado su puesto y responsabilidad, “tendrían demasiadas cosas que atender y hacer”. La inmensa mayoría le confirmaban dicha impresión. Pero, aquella minoría que consideraba de mayor competencia e impacto en sus organizaciones le transmitieron lo siguiente: “En realidad, solamente tengo que ocuparme de una cosa: aquella que no puedan hacer el resto de la organización y sobre la que solamente ha de decidir el primer ejecutivo en el marco de la estrategia y propósito de la entidad”. Así de sencillo. La decisión buena o mala es algo cuyo resultado final será fruto de cómo hacerla posible, ejecución en la que intervienen muchos, en la que concurren muchos elementos externos y, las más de las veces, desconocidos e inciertos.

Juzgar a posteriori, sin la debida contextualización, sin entender que los actores de la toma de decisiones son múltiples, con diferentes cuotas de corresponsabilidad y, también, la influencia de la suerte, para valorar una relación decisión-resultado, no solo es un error, sino trasladar la causa del escenario final a un determinismo guiado por el azar. Aprendizaje, experiencia, responsabilidad, compromiso y apuesta son elementos esenciales del resultado, del proceso de toma de decisiones (más o menos explícito) y consustancial al rico a la vez que complejo día a día. Esta larga cadena de decisiones sí ofrecerá, en el tiempo, la calidad traducida en resultados.

Un mundo incierto y complejo no es la excepción, sino el campo de juego en el que han de darse los procesos de toma de decisiones. La calidad de los mismos, su propósito, el compromiso compartido en su ejecución, suponen la sabia indispensable para su logro conforme a lo previsto. Sin embargo, insuficientes, para garantizar un resultado concreto. Sin un proceso de calidad con dichos ingredientes no cabe esperar “buenos resultados”, pero aún con todo ello, desgraciadamente, sí caben malos resultados. En todo caso, la esencia diferencial consiste en “hacer buena la decisión tomada”.

El horizonte a largo plazo, las estrategias para conseguir superar los desafíos que enfrentamos, obligan a la toma de decisiones, de calidad, y a las apuestas clave, siempre basadas en una inevitable información imperfecta. Alta responsabilidad, no siempre reconocida.

¿Economía de escasez o de abundancia?

(Artículo publicado el 27 de Marzo)

Una nueva edición del ilusionante e innovador programa de la Singularity University (“Get to the future First. Don´t fear it, own it.” “Alcanza el futuro el primero. No lo temas, aprópiate del él”), “facilitando la comprensión, descubrimiento y aprovechamiento de las nuevas tecnologías transformadoras del mundo” coincide estos días con la publicación de un extraordinario y completo proyecto de investigación del Bofa (Bank of America) sobre la economía de la escasez, en el marco de su serie “transformando el Mundo”.

Si Peter Diamandis (Singularity University) hace de “un mundo de abundancia” la base incentivadora de los sueños y oportunidades que permiten superar los desafíos a los que hemos de enfrentarnos, pudiera parecer que el enfoque del segundo informe contrapone obstáculos, dificultades, y un aparente pesimismo insuperable desde una amplia visita a los desafíos que afrontamos, desde el afloramiento de la escasez e insuficiencia de recursos y capacidades para el recorrido exigible.

Ambas aproximaciones cobran especial relevancia en tiempos negros (o grises según el estado de ánimo cambiante cada día en todos y cada uno de nosotros o la geografía en la que nos encontremos). A nuestra inevitable pesadumbre por la invasión de Ucrania y las graves penurias e irreparable impacto sobre la población salvajemente agredida, su impacto externo y la concentración de diferentes situaciones conflictivas (siempre incomparables y mínimas ante la catástrofe mencionada), se une la limitada confianza y voluntad individual y colectiva de pensar en un futuro mejor, deseado por todos. La acumulación de problemas que parecen encadenarse sin límite, uno tras otro, aceleran la complejidad que atravesamos, lo que conlleva un derrotismo y generalizada psicología pesimista, no ya para vivir el momento, sino, por supuesto, afrontar cualquier futuro que siempre concebiremos incierto.

Sin embargo, es precisamente en estos momentos de profunda incertidumbre sistémica cuando más luz, orientación, apuesta y compromiso para dirigirnos hacia escenarios positivos y deseables se requiere. Una vez más, es, si cabe, tiempo de propósitos trascendentes, liderazgo, compromiso y esfuerzo transformador de amplio calado. Por supuesto, no desde un ingenuo y simplista optimismo, pero sí desde la elección de opciones favorables, conscientes del conocimiento e información rigurosa de partida.

En este contexto, señalaba que el informe mencionado en torno a la “economía de la escasez” parecería, en principio, no solo catastrofista, sino paralizante ante un panorama oscuro, determinista de una inevitable pérdida de nuestro futuro. Extraordinaria información contrastada nos aporta un amplio y claro panorama de la situación de partida. Señala lo cerca que estamos de un colapso de insuficiente respuesta de la “oferta” a la demanda creciente de nuestras sociedades: Agua, biodiversidad, metales extraíbles exigibles para la base de las nuevas soluciones tecnológicas en las que ponemos la confianza de las transiciones energéticas y digitales, así como de una cadena alimentaria compleja y fragmentada, con una demografía desacoplada (por decirlo suavemente) con la esperanza de vida a la que se añade “la nueva enfermedad de la vejez” (según la OMS), una educación y capacitación alejada de lo requerible en las próximas décadas para afrontar el nuevo mundo del trabajo y el empleo, con una urgente y desafiante reinvención de los sistemas y modelos de salud, bienestar y protección social, en marcos de gobernanza y liderazgos que generen las respuestas y afección deseadas e imprescindible para transitar al futuro compartiendo proyectos atractivos e ilusionantes. Un panorama que parecería asumir un contexto dominado por el conflicto, la reivindicación ilimitada, las soluciones y actitudes individuales contrapuestas a la búsqueda de un bien común, a tejer alianzas y proyectos compartidos, paralizado por un pensamiento ajeno a considerar a los demás. Leído así, nos llevaría a hundirnos en el más profundo pesimismo y abandono.

Afortunadamente, sobre todos y cada uno de estos temas, el citado informe (Transforming World Series: the world is not enough. Scarcity. “El mundo no es suficiente. Escasez”. Bofa Global Research) ofrece información a considerar para pasar de la información percibible a la acción comprometida y logros obtenibles para un resultado positivo. Datos, problemas, restricciones, sobre los que intervenir, para proponernos un futuro propio y distinto. Así, decía líneas arriba, que parecería contraponerse a las ideas de una economía de la abundancia (desigualmente repartida a lo largo del mundo) sobre las que Diamindis (y otros muchos) intentamos abordar un futuro no ya optimista, sino posible. El propio informe concluye, a partir de un detallado desglose de beneficios, riesgos y potenciales perdedores y, sobre todo, ganadores, la oportunidad y tiempo disponibles para acometer y elegir entre diferentes opciones para transformar dicha economía determinista e inmutable en un mundo diferente y mejor.

La economía de la abundancia parte de mucho más que un sueño. Propone transitar, desde las oportunidades, aceleradas por la disposición de tecnologías, conocimiento, capacidades reales, capital humano e instituciones, empresas y personas, al servicio de proyectos no solo viables sino capaces de generar una acelerada sinergia sistémica que, desde el inmensurable poder de la mentalidad y voluntad humanas, en contextos colaborativos reales, posibilite el logro de los sueños y deseos por lejanos y audaces que parezcan. La información base es conocida, el camino y los esfuerzos también. La voluntad u obligación inevitables de decisiones disruptivas, también.

Ambos planteamientos convergen (ya sea por necesidad o por vocación y voluntad propia) en torno a un camino de oportunidades. La tantas veces aludida innovación, la capacidad de hacer las cosas de forma diferente y, sobre todo, nuevas cosas, nuevas soluciones, nuevos marcos colaborativos y compromisos activos compartidos, nueva educación y nuevas gobernanzas, resultan interpeladas, hoy más que nunca. Hoy, lejos de “repartir la tarta existente” bajo conceptos de suma cero (lo que uno recibe, otro lo pierde), propio del modelo y pensamiento en tiempos de escasez, el pensamiento de la abundancia reclama “crear más, mayor y mejores tartas” y facilitar las oportunidades de acceso para todos creando un mundo de posibilidades adicionales y crecientes.

Para ello, de la mano de las tecnologías exponenciales, debidamente orientadas a la solución de demandas y necesidades sociales, facilitan (y condicionan) este futuro esperable. Una tecnología con rostro humano, al servicio de la verdadera innovación social, colaborativa, solidaria, empeñada en ofrecer soluciones y no abandonar ante los obstáculos que se interponen con los logros deseados. Una tecnología de infinitas áreas de actividad, esenciales, más allá de lo que pudiera parecer un mundo exclusivo de tecnologías, tecnócratas o élites dominantes. Y, por supuesto, en un mundo más rico y completo que el espacio tecnológico. Todo un espacio de futuro para proyectos vitales y, también, profesionales, incluyente y del que participemos todos.

Los múltiples desafíos exigen de todos nosotros (hoy y de forma permanente) una actitud de compromiso responsable y asunción de cuotas de esfuerzo, más allá de la reivindicación permanente apelando a soluciones, siempre, de terceros. Dualismo para  reinventar nuestros valores y sistemas educativos, repensar el mundo del trabajo, reconsiderar nuestras opciones de reparto del tiempo (trabajo, ocio y entretenimiento, redes sociales, formación…), nuestra implicación/participación en las decisiones que nos afectan, reformular verdaderos modelos y sociedades democráticas, reconfigurar gobiernos, territorios, espacios geo-políticos, nuestro rol central en el valor en salud al que hemos de aspirar y nuestra interacción permanente con terceros. Y, sobre todo, superar actitudes fragmentarias y separadoras entre espacios públicos, privados y de la sociedad civil no gubernamental. Sin duda no se trata de un camino excesivamente cómodo cuyos frutos nos vendrán dados y caídos del cielo. Apropiarte de tu futuro demanda esfuerzo y, por supuesto, renuncias u opciones.

Afirmamos aspirar a sociedades comprometidas con objetivos multi propósito para salvar el planeta, para generar y distribuir empleo, riqueza y prosperidad inclusiva, a lo largo del mundo, reconfigurando nuevos gobiernos e instituciones, entre todo un mundo de ricas iniciativas y caminos por descubrir a lo largo del tiempo. Su logro, a la vez, no es tarea fácil ni inmediata, pero sí posible. Nuevas actitudes, nuevas maneras de afrontar todo tipo de desafíos. ¿Una economía de escasez con el inevitable reparto desigual de suma cero o una economía de la abundancia con esfuerzos y relaciones de valor compartido? Una actitud y propósito en marcha. Elijamos afrontarlo desde una u otra óptica marcará la diferencia.

Estos días, el profesor John Almandoz, desde su cátedra centrada en personas y propósito, recordaba viejos mensajes de un antiguo profesor de quien aprendí no solo conceptos, sino criterios y principios para el desarrollo personal y profesional: “Sin un sentido de propósito, ninguna empresa, ya sea pública o privada, puede alcanzar su máximo potencial. Las personas, somos seres sociales, movidos por motivos intrínsecos y necesidades trascendentes, más allá de la satisfacción de nuestras necesidades materiales”.

Puestos a soñar (la pasión de trabajar por algo que merezca la pena), parecería más que razonable asumir la actitud de pensar y trabajar en una economía de la abundancia. La economía de la escasez, en su caso, nos encontraría trabajando. Y, por supuesto, alejados del miedo al futuro, apropiándonos del mismo.

Todo un desafío personal, solidario, colectivo. Complejo y exigente sin duda. Posible también.

Momentos extraordinarios. Decisiones singulares

(Artículo publicado el 13 de Marzo)

Estonia, anexionada en 1.940 por la hoy extinta URSS, declara su independencia como República en agosto de 1.991 dando fin al dominio soviético con el proceso de Restitutio ad integrum, declarando un periodo de transición conformando sus pilares constitucionales desde un nuevo parlamento, en un intenso proceso de recomposición de su soberanía anterior.

Proceso similar convergía con sus hermanas Repúblicas Bálticas de Lituania y Letonia. De inmediato, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, reconoce su independencia y da la bienvenida al “concierto libre y democrático internacional” a los “nuevos miembros, amigos y aliados”. Se inicia, a la vez, un rápido y diferenciado proceso de integración en la Unión Europea.

Hoy las tres Repúblicas son miembros de pleno derecho de la Unión Europea, han experimentado un destacadísimo avance en su calidad de vida y bienestar, plenamente integrados en la vocación y compromiso europeo y espejo referente para otros países próximos que aspiran a seguir sus pasos.

Ucrania, dentro de la enorme tragedia en la que se encuentra, resistiendo en condiciones desiguales ante una Rusia invasora, pide a la Unión Europea, al Reino Unido, a los propios Estados Unidos y al “mundo occidental” el coraje y valentía de permitirles compartir su vocación europea, fiel a su propia historia y pertenencia.

En contextos muy distintos, años antes, en agosto de 1.947, se producía el final del imperio británico en la India. El pacifismo y ayuno simbolizado en Gandhi, culminaba con una larga historia que daba sus últimos pasos y “liberaba” a más de 400 millones de personas (hinduistas, musulmanes, cristianos, sijs). Una población compleja, organizada (o dividida) en castas y sub castas, aborígenes, etc. en torno a 565 Estados “subnacionales”, con 15 idiomas, 845 dialectos, en 550.000 poblaciones. La noche anterior al final del proceso imperial, delineantes y geógrafos ultimaron las nuevas fronteras, dividen la India, establecen un nuevo mapa y configuran, sobre el papel, la nueva India y el nuevo Pakistán. Desde entonces hasta hoy, una larguísima historia.

Situaciones y momentos extraordinarios requieren medidas, procesos, tiempos extraordinarios.

Ucrania, hoy, pide su ingreso en la Unión Europea. Elige, de forma democrática, formar parte de un modelo de vida, unos compañeros de viaje, una alianza concreta. Quiere no solamente alejarse de su Estado actual, sino que realiza una apuesta esencial. Sabe, como lo saben la Unión Europea y el mundo occidental, que esta guerra injusta en la que le han metido no terminará con un conflicto “de bloques o dominios”, previos a su existencia independiente de los últimos años. Sabe que, apagado (esperemos que al publicar este artículo hayan callado las armas) el incendiario e inhumano asedio, el llamado “conflicto” seguirá abierto, que la paz no es sinónimo de cese de la violencia y que un proceso largo de normalización les espera. Todos sabemos que la necesaria reconstrucción (también física) del país, llevará mucho tiempo, pero quieren acometerla desde una Unión Europea de la que formen parte. ¿Podemos entender que situaciones extraordinarias exigen soluciones especiales, diferenciadas, únicas?

La noche del 9 al 10 de noviembre de 1.989, se producía la caída del muro de Berlín, símbolo y barrera real de una Alemania dividida. Dos bloques (Occidente-Este) suponían dos realidades, forma de vida, organizaciones político-administrativas, economía, distintas, atendiendo al bloque al que la coyuntura los había llevado. Si los vencedores de la segunda guerra mundial decidieron la separación de las dos Alemania en su momento, años más tarde, facilitaron la integración. La Unión Europea actuó de manera especial, única. Anunció que se trataba de un mismo pueblo, una ciudadanía similar y “homologada” integrable en un Estado Miembro y, en consecuencia, la Alemania del Este, pasó de manera exprés a incorporarse, de pleno derecho, en la Unión Europea. Solamente existía una Alemania. Normativa, procedimientos, tiempos y criterios de convergencia económica, pasaron a redefinirse para facilitar un tránsito exprés. Tránsito a cuyo servicio, en consecuencia, se habilitaron fondos especiales de reconstrucción e integración. Un proceso largo (para muchos observadores y significativos indicadores aún inacabado), pero dentro del paraguas de la Unión Europea.

Sin ir más lejos, cuando determinadas cuestiones de cosoberanía, o apuestas rechazables en Referéndum por algún Estado Miembro pueden generar problemas especiales en nuestra querida Unión Europea, bastan unos minutos para tomar un café de fin de semana y modificar una Constitución, un Acuerdo Esencial, etc. La política, con mayúsculas, tiene, por encima de todo, la capacidad (y obligación) de innovar soluciones a los grandes problemas a los que se enfrenta la sociedad a la que sirve. Su límite reside en la representación y legitimidad democrática. Leyes, normas, figuras administrativas son modificables cuando la necesidad, oportunidad, bien común y voluntad democráticas lo alientan, reclaman y permiten. Hoy, Ucrania (Europa y el mundo, también) requiere una solución extraordinaria. Sin duda la decisión implica tiempos y recorridos complejos, pero, la voluntad, inteligencia y “lenguaje del poder” que gustan recordar algunos de los líderes europeos, aconsejan no solo una respuesta ampliamente demandada, sino abordar la enorme y extraordinaria oportunidad que se presenta.

Rusia está y estará allí. Sus motivaciones y sentimientos, de una u otra forma, persistirán en el tiempo. Los de Ucrania también. Los de la Unión Europea también.

El mundo necesita una oportunidad para la paz y para un recorrido hacia la normalización y la convivencia entre espacios distanciados, diferenciados. Parecería que es tiempo de nuevas soluciones, nuevos mecanismos, nuevas ideas.

La sangría padecida ya hasta este momento (muerte, evacuación, desplazados, vidas y proyectos de vida desaparecidos, sueños destrozados, país destruido…) exigirá una intervención solidaria y colaborativa múltiple (más allá de parar la guerra), esfuerzos diplomáticos negociados complejos y largos (más bien permanentes) y, sin duda, todo parecería indicar que hacerlo en un marco estable de pertenencia a un club especial, paraguas, de libertad y derechos humanos y bienestar, facilitarían la vida de quienes han de afrontar, directamente, este calvario.

La Unión Europea es plenamente consciente de su imprescindible reinvención. Demasiados años de continuismo o “innovación controlada y falsa sensación de cambio y transformación”. Está inmersa en un proceso de revisión y reorientación (como, dicho sea de paso, la totalidad de organismos internacionales), en un mundo demandante de transformaciones disruptivas que exige, también, innovación en su gobernanza, reglas de juego y nuevos caminos a seguir. Quizás estemos ante un elemento externo acelerador, obligado, del cambio (conceptos, velocidades, decisiones).

En estos momentos, la propia Unión Europea está inmersa en un amplio debate (Conferencia sobre el futuro de Europa) “escuchando la voz y propuestas de los ciudadanos” como base para redefinir su nuevo futuro. Sus valores, su verdadera democracia interna, su reconfiguración política, económica, administrativa, sus políticas y estructuras de seguridad y defensa, su rol e interlocución en el mundo, están en revisión y habrían de integrarse en sus transiciones verde, digital, industrial y de empleo en curso, la modificación, ampliación o réplica del Next Generation y nuevas iniciativas de todo tipo. Europa, en plena situación bélica, “se mantiene unida para manifestar su solidaridad con Ucrania y junto con sus socios internacionales seguirá apoyando a Ucrania y a su población, lo que incluirá un apoyo político, financiero y humanitario adicional”. (Declaración oficial de la Unión Europea).

Joe Biden, en su discurso del Estado de la Nación, afirmaba esta semana: “Estamos con Ucrania. Defender la libertad nos resultará costoso, pero es lo que debemos hacer”. El “costo adicional” nos implica a todos, al servicio de la libertad ansiada. Sin duda, ya asistimos a los efectos, más allá del coste humano que, sobre todo, sufre, padece y paga Ucrania con sus vidas, sus sueños, sus derechos pisoteados, asistimos a toda una sucesión de cambios relevantes en el contexto económico-político-social. Nuestra Unión Europea concibe y aprueba ayudas de Estado de carácter especial, facilita impuestos extraordinarios para sectores (en especial energía) y empresas específicas, modifica el precio ciudadano y empresarial de la electricidad desacoplando el efecto del gas (hasta hace unos días “inamovible”), empresas relevantes cierran su actividad y abandonan Rusia, aplicamos nuevos modelos y políticas migratorias tratando de facilitar la libre entrada y movimiento de ucranianos en el espacio europeo con planes básicos de acogida, se diseña la emisión de bonos europeos, mutualizados, para el pago de la nueva factura, se aceleran los plazos y medidas para el desarrollo de las energías renovables y se reactivan plantas regasificadoras y bolsas de reserva gasista redefiniendo las políticas verdes, de descarbonización y lucha contra el cambio climático, se vuelve al debate sobre la seguridad y defensa europea, complementaria de la OTAN…Todo un nuevo catálogo de “decisiones y planes especiales”.

En definitiva, complejidad e incertidumbre SÍ, pero una gran oportunidad para una necesaria actitud y activación especial y diferenciada. Posiblemente única. Libertad, paz, democracia como ejes-objetivo y motor de decisiones extraordinarias. Paremos la guerra SÍ, pero, a su vez, ayudemos a que no siga abierta más allá del deseado alto al fuego.

Ucrania-Europa hoy es una prioridad. Decisiones singulares para tiempos extraordinarios.

Proteger (construir) el bienestar mundial

(Artículo publicado el 27 de Febrero)

Tras una semana que asomaba a las luces optimistas de una acelerada recuperación de la economía y una ventana de oportunidad para la progresiva normalización de las relaciones y actividad social, reinicio de planes viajeros y movilidad, cayendo las obligadas restricciones que provocó la pandemia (a la que aún queda un largo trayecto por recorrer), acompañados de mensajes y expectativas positivas transmitidos tanto desde gobiernos, como de prestigiosos fondos de inversión, líderes empresariales, académicos e incluso epidemiólogos y profesionales de la salud pública y nuevos indicadores de una renovada sociedad saludable y feliz, “llegó Putin a Ucrania y mandó parar…”

Terminamos la semana hundidos en la preocupación e incertidumbre de una interacción militar de alcance incalculable, trayendo, nuevamente, el horror de la guerra a Europa. De momento, ni la diplomacia, ni las presiones sancionadoras, ni la razón y legalidad internacional han logrado evitar la sin razón de una catástrofe envuelta en “objetivos desmilitarizables” que, en un cínico juego del lenguaje, anunciara Putin para intervenir/entrar/invadir un país soberano (del que en realidad nunca ha terminado de irse del todo). Una Ucrania que, en realidad, ha quedado abandonada por Europa y la OTAN a lo largo de los años, tras su voluntaria y valiente vocación de clara apuesta y dirección europeísta, esencial para su propio desarrollo, para su papel central en la propia integración y seguridad geopolítica junto con sus “hermanas” bálticas y clara frontera del no retorno para el País y sus vecinos del Este, así como garantía de equilibrio y estabilidad para la propia Europa en su conjunto. Un nuevo limbo en un espacio de nadie, sujeto a pretensiones y objetivos de terceros. Como diría el presidente de Ucrania, Volodimir Zelinsky, en su encuentro del pasado viernes con los jefes de gobierno europeos: “Aquí ha habido mucho miedo. Yo no lo he tenido”. “Slava Ukraini – Gloria a Ucrania”

El pasado jueves, la ex Secretaria de Estado en la era Clinton, Madeleine Albright, publicaba un interesante artículo desde la esperanza (más deseo que certeza) de la no intervención. Narraba su primer encuentro en Moscú con Putin, sucesor entonces de Boris Yeltsin, a quien deseaba conocer personalmente más allá del conocido CV previo en su conocido paso por la KGB. Refleja algunos elementos destacables que hoy parecen una evidencia generalizada. Resumía que encontró a un hombre frío, convencido de asumir una misión esencial: recuperar la grandeza de la ex Unión Soviética, reconstruir un espacio propio que entendía era el que se les había quitado con la complicidad activa de occidente (Estados Unidos, OTAN, Unión Europea) y la imperiosa necesidad de ganar (recuperar) tamaño, peso, predominio como potencia mundial. Ucrania, ayer y hoy, era y sería rusa. Añadía sentirse reforzado por las deficiencias democráticas de Occidente (en especial en Estados Unidos) y que él podría jugar con las mismas armas que “el enemigo bueno”. Hoy, ese breve análisis que incorporó a sus notas oficiales supone un profundo reflejo de la terrible vuelta de la guerra a Europa, sus muertos, desplazados, destrucción de tantos proyectos de vida y consecuencias, también, económicas en y para Ucrania, Europa, el mundo.

A estas observaciones, horas antes de la invasión formal se reunían en Kiev tres ex ministros de exteriores de Estonia, Letonia y Lituania no solo para dar su apoyo a Ucrania y alzar su voz para denunciar el ataque por venir, sino para reclamar el apoyo europeo y occidental recordando que no solo se invadía la soberanía ucraniana, sino la progresiva destrucción de las apuestas libres, democráticas y europeístas de las repúblicas bálticas, del resto de la Europa del Este y quienes, en su día, optaron por caminos y futuros diferentes a su preexistente organización político-administrativa en el marco de la URSS, hacia un espacio de libertad y desarrollo. Creyeron en la nueva y vieja Europa que les abría las puertas y confiaron compartir un, entonces, ilusionante proyecto a futuro.

Hoy, desgraciadamente, cobra especial relevancia volver la mirada a las muchas líneas de reflexión que se han venido multiplicando en el espacio pandémico, focalizados en la inevitable necesidad de abordar una transformación radical de mecanismos, políticas e instrumentos de gobernanza multilateral, dirección de bienes públicos mundiales, estrategias para un futuro mejor y distinto. La propia Unión Europea, la OTAN, el rol de Estados Unidos, la OMS hablando de salud-pandemia, desde su relevante presencia en los principales foros globales, presentes de una u otra forma (por activa o por pasiva) en las grandes decisiones, acontecimientos, soluciones y sus consecuencias, requieren sus propias transformaciones radicales. Hoy vistos desde dos escenarios complejos y dolorosos, con el peor de los resultados constatables: una guerra. Pero esta inaplazable redefinición, más que funcional, es el medio y largo plazo. HOY: ¡STOP WAR-PARAR LA GUERRA! La diplomacia imperfecta es la vía que nos queda y que ha de agotarse parando la destrucción. Los progresivos paquetes sancionadores han de servir para provocar cambios y ritmos de decisión, condicionar a la sociedad rusa para favorecer el alto al fuego y tomar nuevos rumbos, repensando el fortalecimiento de las soberanías, en este caso, europeas y sus sociedades y gobiernos democráticos. Es más que probable que se imponga un espacio temporal (desgraciadamente inestable e incierto) de tregua y n agresión que comprometa el siempre complejo y dilatado camino de las soluciones y voluntades contrapuestas. A partir de aquí, todo un largo camino transformador está pendiente. Europa ha de repensar, seriamente, sus estrategias, estructuras y apuesta real de futuro. Y, por supuesto, Estados Unidos en sus prioridades estratégicas e inclinación asiática en el horizonte, repensando y reconfigurando su estrategia exterior.

Decía al principio que iniciábamos una semana bajo luces de optimismo. Sobre la mesa, dos informes de lectura recomendada: “Construir un futuro mejor: asumir el desafío construyendo una economía mundial más verde, más digital, más saludable e inclusiva” (imf.org/2021) y “Lecciones básicas de la felicidad” (Jeffrey Sachs: Centro para el desarrollo sostenible de la Universidad de Colombia).

Ambos trabajos refuerzan sus reflexiones en lo que consideran las lecciones aprendidas de la pandemia, para abordar un mundo lleno de oportunidades que habrán de llevarnos a superar problemas y dificultades. Sachs, incide en uno de los grandes debates que, en teoría, parecerían hoy oficiales y generalizados en la constatación de un cambio de indicadores-objetivos de desarrollo, más allá del PIB, a la búsqueda de sociedades saludables e inclusivas, mitigadoras de la plaga de la desigualdad y el reposicionamiento permanente de la persona-sociedad en el centro de cualquier estrategia. Resume en la necesaria transición hacia los indicadores de la felicidad, lo que llevaría a sociedades y políticas gubernamentales rediseñadas, atendiendo las necesidades económicas de las personas, su salud física y mental, sus conexiones sociales, el sentido de propósito y confianza en gobiernos, instituciones y liderazgos empresariales. Elementos que entiende se han visto castigados o deteriorados en esta etapa pandémica que ha fomentado crecientes niveles de ansiedad, depresión clínica, aislamiento social y, en muchos lugares, pérdida de confianza en liderazgos y gobernanza.

Incorporar esta línea de trabajo y otros nuevos espacios del pensamiento socioeconómico y estrategias de gobernanza, nuevos roles, ampliados, de las empresas en su objetivo esencial para la generación de riqueza y bienestar, y un nuevo “contrato social” (derechos, obligaciones, compromisos, responsabilidades) de todos en la búsqueda de valor compartido, habrán de constituir la “savia renovada” para afrontar los desafíos generales a los que hemos de enfrentarnos.

La fragilidad percibida, la incertidumbre permanente, la en ocasiones pérdida de perspectiva, el abandono de nuestros compromisos y responsabilidad activa en la cuota de contribución que nos es exigible, constituyen condicionantes determinantes y prioritarios, para el éxito de los retos que afrontamos.

Hoy, más que nunca, está en nuestras manos proteger el bienestar mundial (y el nuestro próximo).

Quizás concluimos la semana con más barreras para “la nueva etapa de relanzamiento, recuperación y transformación” que aquellas con las que la empezábamos, pero ni los desafíos han cambiado, ni sus soluciones son inmediatas, ni lloverán del cielo. El propósito y empeño son claros, los caminos suficientemente visibles, las oportunidades ilimitadas.

Recorramos este último tramo hacia el propósito deseable. Anticipemos decisiones.

«Incertidumbre, aleatoriedad, soluciones»

(Artículo publicado el 13 de Febrero)

Afrontar los eventos aleatorios y la incertidumbre en un marco de complejidad y análisis sistémico es un ingrediente esencial de la alta dirección en cualquier tipo de organización más allá de sus demandas intrínsecas en el corto e inmediato plazo.

Esta semana, la Universidad de Deusto, en el marco del centenario de su asociación de exalumnos y de la mano de PwC, ha permitido escuchar al Gobernador del Banco de España y su “renovada” política macro prudencial para ir más allá de sus funciones concretas del momento, así como de las políticas “intrínsecas” del sector financiero (en especial de la banca), incorporando, con especial relevancia, esas otras políticas, herramientas, hechos que condicionan y condicionarán la economía y finanzas. Parecería extraño saber que, hasta ahora, sus trabajos regulatorios, de control y de orientación económico-financiero no hayan conjugado, con mayor intensidad, precisión y decisión el carácter sistémico de aquello que explica el comportamiento financiero, económico y social sobre los que tanta influencia y responsabilidad tiene.

A la complejidad, por supuesto, que este esfuerzo supone, la consecuencia de hechos extremadamente raros, a la vez sorpresivos y causantes de impacto severo en la historia (lo que Nicholas Taleb denominó “El Cisne Negro”), acompaña el momento actual que lleva a muchos a un debate, quizás más terminológico, que motivador de innovaciones disruptivas (sobre todo en nuestras mentalidades y actitudes), enfocando las transformaciones pendientes e inevitables, preexistentes, que la pandemia acelera y cuya visibilidad aumenta. En todo caso, esta aproximación “macro prudencial-sistémica” llevaba a otros prestigiosos analistas financieros de la plaza bilbaína a preguntarse, estos días, si el comportamiento bursátil en curso obedecía al fenómeno del Cisne Negro, a un Elefante Negro (que no es otra cosa que todo aquello evidente para todos, pero que no hemos querido abordar, asumir e intentar superar) o si es nuestra confortabilidad y complacencia coyuntural lo que nos lleva a la Medusa Negra (eventos que creemos conocer y dominar que terminan siendo más complejos e inciertos de lo inicialmente esperable, con consecuencias finales más nefastas de lo previsto).

Sea uno u otro (o todos con distinto nombre, intensidad y tiempo), vivimos un momento crítico que obliga a repensar (no porque no lo hayamos hecho hasta ahora) cambios esenciales en nuestras empresas, países, gobiernos, políticas y, por supuesto, comunidades, sociedad y comportamientos personales. No es cuestión ni de lanzarnos, sin más, a las calles para proclamar un determinado malestar, ni para exigir a terceros obviando nuestra parte de responsabilidad o implicación, ni de soluciones mágicas inmediatas o de esconder nuestro rol y responsabilidad en la inacción y compromiso superador de aquello que nos implica a la vez que condiciona, en especial, a los demás.

Estos días, en los que parecería que la sensación de haber superado la última ola perversa y fatídica de la pandemia, reforzando esfuerzos de recuperación de ritmos y estrategias en el seno de las Organizaciones, en especial en empresas y gobiernos, rodeados del síndrome ya conocido como la “gran deserción”, de múltiples y distintas causas, la editorial Harvard Business Review publica un extraordinario libro de máxima actualidad (sobre todo para el mundo empresarial, pero, en mi opinión, de lectura y práctica recomendable para toda organización e Institución) inmersos, como estamos, en plena digitalización y transición hacia una nueva economía en esa llamada revolución 4.0. bajo el sugerente y actual título Beyond Digitalization (…más allá de la digitalización), tratando de responder l cómo los líderes transforman sus organizaciones y configuran un nuevo mundo. Sus autores, reconocidos expertos en estrategia, Mahadeva Matt Mani y Paul Leinwand, sintetizan de forma clara el verdadero, amplio y complejo desafío al que nos enfrentamos. No es un canto a manuales operativos, digitalizadores o aplicadores de tecnología concreta, sino la invitación a contemplar, de forma sintética y ultra prudencial, tres auténticas revoluciones coexistentes, determinantes del futuro que nos jugamos e imprescindibles para entender e incorporar en nuestro recorrido: 1) La revolución de la demanda que sitúa a la persona-cliente-usuario-consumidor en el centro del poder decisorio, informado sobre lo que debe y quiere recibir, de manera no fragmentada, en soluciones, servicios integrados obligando a quienes ofrezcan soluciones a conformar redes diferenciales creadoras de verdadero valor; 2) Una revolución de la oferta y suministro que, gracias a la necesidad y oportunidad de acceso a la escala y tamaño sin necesidad de ser propietario de todos los activos requeridos, potenciando, propiciando y formando parte de ecosistemas colaborativos, generando plataformas en red, alianzas y partenariados con todo tipo de especialistas complementarios; y 3) Una tercera revolución transformando el contexto en el que se opera, actuando con y para todos los actores en las diferentes comunidades en que actuamos y de la que hemos de formar parte activa con vocación de permanencia. Esta triple revolución define la nueva dinámica sobre la que habría que reconfigurar los cambios críticos de la digitalización. El fin en sí mismo no es digitalizar o poner el foco en la tecnología sino en su uso, aplicabilidad y su sentido estratégico diferenciado.

Acometer este complejo y exigente proceso, obliga a formularnos en cada unidad empresarial, institucional o social en la que participemos, un par de preguntas clave: ¿Qué valor único aportamos al mundo de hoy? y, ¿Qué competencias y capacidades nos permiten crear el valor buscado mejor que ningún otro actor? Sus respuestas, sinceras, nos permitirán “articular nuestro futuro” actuando, a la vez, de forma sistémica (otra vez la compleja síntesis de todo aquello interrelacionado), para reimaginar nuestro rol en el mundo, en los ecosistemas en los que seamos capaces de cocrear valor, en la imprescindible generación de confianza y relación con terceros, en ofrecer una entidad orientada a resultados y soluciones y no a incrementar problemas, a reorientar estructuras y equipos, reinventando un verdadero contrato social, estable y permanente en el largo plazo, “disrumpiendo” nuestra mentalidad, actitud y conocimientos. Solamente así, podremos transitar, con éxito, el largo camino, acompañados de todos los “stakeholders” o grupos de interés implicados.

Solamente de esta forma, pensando en todos (y en especial en terceros) estaremos preparados para asumir nuestras responsabilidades y roles exigibles. Hacerlo marcará la diferencia. Como sugieren Paul Polman (reconocido líder empresarial y acelerador activo de la vinculación de las empresas a los Objetivos de Desarrollo sostenible de Naciones Unidas), y Andrew Winston (“Green to Gold”-Verde al Oro…) en “Net Positive”: Cuida el valor como si fuera tuyo (“si lo rompes, es tuyo… y has de pagarlo”) y enfréntate al “Elefante Negro”. Ya sabes cuan rudo y desagradable es, ya conoces su efecto devastador, eres plenamente consciente del esfuerzo-sacrificio requerido para superarlo. Conocerlo y no actuar te hace más vulnerable y desincentivarás a quienes comparten tu diagnóstico. Nunca tendrás el cien por ciento de las certezas, ni conocerás el lugar y tiempo ideal de llegada. No obstante, lo que sí conoces, a la perfección, es en dónde no has de quedarte quieto. Ideas para un tránsito ambicioso, complejo e imprescindible cuando nuestra sociedad parecería demandar, con fuerza -y esperemos que con convicción y compromiso- soluciones conjuntas en términos de bienestar, de riqueza, empleo, sostenibilidad e inclusividad a la par que “salvar el planeta”.

Sin duda, una vez más, parecería que estamos en un punto crítico que nos exige repensar caminos de futuro. La elección es nuestra. Compromiso y responsabilidad, también.

Cisne, medusa o elefante negros comparten elementos y atributos: incertidumbre, aleatoriedad, disrupción. Y, sobre todo, una gran oportunidad para generar un mundo mejor.

Manufactura para la prosperidad inclusiva

(Artículo publicado el 30 de Enero)

Un querido y “viejo” amigo y colega me compartía un documento que prepara para impartir en un reconocido Seminario de Política Industrial en la prestigiosa Gertulio Vargas, insistiendo en la importancia de la industria y manufactura avanzada como elemento tractor del desarrollo inclusivo.

Generalmente, se suelen fragmentar diferentes temáticas que parecerían asignar el impacto o interacción directa de determinadas políticas en los grandes objetivos buscados. Así, se pensaría en un desarrollo inclusivo fruto de políticas económicas, sociales, financiero-fiscales o de prestaciones y seguridad social, cuando se trata de preguntarse por los factores generadores de una sociedad próspera e inclusiva. Parecería que el diseño y aplicación de dichas políticas e instrumentos facilitadores, empiezan y terminan en labores propias de gabinetes de estudio, servicios asesores y profesionales y centros gubernativos o parlamentarios fruto de debates, análisis y elecciones de carácter político y, en consecuencia, serían obra de personas y entidades vinculadas a la política pública con escasa referencia a la una implicación determinante del mundo empresarial, actores del cambio innovador  en la economía productiva.

Estos días, en el marco de la Agenda de Davos (de momento, en reuniones virtuales de “precalentamiento”, hasta su aplazada reunión presencial en el próximo trimestre), se anticipan documentos de reflexión sobre los principales elementos que habrían de condicionar nuestro futuro y que conformarán las materias a debate de la comunidad empresarial, público-política y social en los próximos años. Entre estos elementos clave, como no podía se de otra manera, ocupa un espacio relevante la Manufactura Avanzada y la Producción, así como la Cuarta Revolución Industrial. Resalta, sobre todo, la especial vinculación con la Prosperidad, Inclusividad y Derechos Humanos.

Obviamente, su íntima interacción con la digitalización, la adopción de tecnologías exponenciales y cuánticas aplicadas, su rol como eje conductor de la “viabilidad” de las transiciones hacia la sostenibilidad acelerada, su efecto disruptivo en las cadenas globales de valor, su capacidad innovadora y su impacto en la transformación del mundo del trabajo, constituyen pilares esenciales de la misma y su interacción con la prosperidad e inclusividad.

Adicionalmente, cuando recurrimos a parámetros cuantitativos, como por ejemplo, la industria manufacturera en los Estados Unidos y observamos su “déficit” de igualdad y progreso social en relación con su riqueza y PIB global (Estados Unidos es el miembro con mayor desigualdad del G7 compuesto por las mayores economías del planeta), además de su elevada presencia en el ranking mundial de las principales empresas multinacionales de tecnología o valor bursátil de grandes conglomerados financieros, retail o servicios, constatamos que si bien el peso de la industria en su PIB tan solo alcanza el 11% y el 8% de la fuerza laboral del país, su contribución a la economía estadounidense es del 20% del capital fijo, el 55% de las patentes generales, el 60% de sus exportaciones y el 70% del gasto país en investigación y desarrollo. Si añadimos su capacidad tractora hacia todo tipo de proveedores, consumidores, servicios asociados, a lo largo de las diferentes cadenas de valor relacionadas, su peso y relevancia resultan de máximo valor. Finalmente, el nada despreciable efecto de localización que le sitúa en todas las regiones del país, motor irremplazable de la microempresa y la pyme. Detrás de este impacto reside la mayor formalidad en el empleo, el mayor salario en la mediana del trabajador por sector o rama de actividad, su efecto movilizador y acelerador del desarrollo tecnológico, la “democratización” de sus relaciones laborales, la capacitación y cualificación permanente de sus trabajadores en todos los niveles profesionales, la estabilidad y permanencia de las expectativas e inversiones en el medio y largo plazo, y ,por supuesto, su inigualable aportación a la configuración de significativos contratos sociales aportando dignidad en el empleo, estabilidad y proyectos personales de vida, aspiraciones de futuro y permanencia o pertenencia al espacio próximo en que suelen desarrollar su empleo y vida.

Este conjunto de factores críticos se ven fortalecidos por su rol esencial para las apuestas estratégicas de futuro que se plantea el mundo: digitalización de la economía y de la sociedad, las transiciones verde y azul hacia una economía sostenible y su carácter determinante en la respuesta ante el cambio climático, más allá de su irremplazable contribución a la generación de valor en la transversalidad de todo tipo de industrias o áreas de actividad económica y social.

Las sucesivas crisis y el análisis comparado de diferentes economías, regiones y niveles de vida de sus poblaciones, a largo del mundo, demuestran que son aquellas regiones o poblaciones industrializadas las que cuentan con las mayores capacidades de resiliencia y potencial respuesta a los cambios, transformaciones y desafíos a los que habremos de enfrentarnos.

Los debates recientes a lo largo del mundo, a la búsqueda de estrategias transformadoras de largo plazo, en términos de inclusividad, prosperidad y progreso social, reclaman un paso esencial: políticas industriales como vector de apalancamiento del desarrollo exigible. En palabras de muchos expertos en el Informe del World Economic Forum señalado, “si quieres un modelo inclusivo, empieza por dotarte de una buena base manufacturera, digitalízala y oriéntala hacia los inputs clave en pos de un mundo verde”.

Hoy, entre estos múltiples espacios de referencia, es destacable nuestro país. Euskadi es un referente mundial, objeto de estudio y modelo de apuesta a lo largo del tiempo. Desde su base, avanza apalancando su futuro, sus sistemas de prevención y protección social y su compromiso con la competitividad, el bienestar y progreso social para lograr una sociedad inclusiva. A su disposición, los múltiples instrumentos que se ofrecen a lo largo del mundo y el esfuerzo de todos los grupos de interés implicados. Desde esa base, sólida y cambiante, cabe esperar redoblados esfuerzos, públicos y privados, para avanzar en beneficio compartido, plenamente integrados con una red de bienestar y protección social. Ha formado parte de nuestro ADN y, en consecuencia, de nuestras Instituciones, empresas y Comunidad.

El mundo enfrenta muchos desafíos. Parecería que exista una cierta convergencia de apuestas y caminos a recorrer. Las “nuevas políticas industriales” no pasan por elegir unos pocos “campeones” aislados, sino sobre múltiples empresas e iniciativas tractoras, debidamente acompañadas por esa constelación de redes de valor, clústers y ecosistemas que configuran el insuperable espacio de innovación y construcción de un futuro cambiante, satisfaciendo las necesidades demandadas en cada momento, por el complejo mundo interrelacionado en el que nos movemos. Convergencia de capacidades y papeles, compromisos, diferenciados, sobre los que construir el nuevo escenario, mediante estrategias país-industria que generen valor desde soluciones a las necesidades sociales. En este camino, siempre estará la manufactura avanzada. Un reclamo para provocar el debate de los próximos meses al que nos invita el World Economic Forum, “Unlocking Business model innovation through advanced manufacturing” (Desbloquea el modelo de innovación empresarial a través de la industria), uniendo-recogiendo múltiples voces cualificadas que se oyen en los principales foros internacionales, llevándonos a pensar, más allá de las operaciones concretas a las que debe responder con eficiencia y eficacia la industria y sus actores, uno a uno, los nuevos modelos de negocio, innovación y empresa, el rediseño de estrategias y políticas industriales, la participación e implicación de todos los “stakeholders”, controlando, gestionado y atemperando la disponibilidad y uso positivo de la tecnología al servicio del bien común más allá de su oportunismos comercial, fijando los marcos y tiempos adecuados para abordar el viaje permanente hacia un escenario trasformador. Al final del camino: regiones prósperas e inclusivas.

Demandas políticas y prospectiva socioeconómica 2022

(Artículo publicado el 16 de Enero)

Esta primera quincena del 2022 se ve rodeada de una relativa percepción de fragilidad e incertidumbre acentuada por múltiples hechos, en el contexto internacional, que, de una u otra forma, aunque pudieran parecer lejanos, habrán de importarnos. Conceptos como “guerra fría”, “rearme global”, “movimientos migratorios”, vuelven a ocupar la actualidad. Las dificultades y problemas o desafíos siguen entre nosotros y se ven ampliados por los contextos próximos en los que determinadas actividades, discursos y mensajes cobran mayor resonancia.

En este caso, por no volver a la pandemia-endemia-gripalización dominante, o a la relevancia del tamaño en las explotaciones ganaderas y su impacto o uso electoral, que ocupa los medios, merece la pena ocuparnos del debate y manifestaciones en relación con un par de asuntos de vital importancia para los ciudadanos vascos y que parecerían reaparecer en el eje de la discusión política actual: la reforma laboral y el ingreso mínimo vital.

¿Son dos asuntos de crucial relevancia como para cuestionar el apoyo al gobierno español por parte de quienes no parecen estar dispuestos en caso de no cumplir los compromisos previamente acordados en Euskadi?, ¿Son asuntos de trascendencia para los ciudadanos?

Sin duda alguna.

La incomodidad que parece venderse por el no apoyo a lo que se ha vendido como un “acuerdo histórico” de derogación/reforma laboral, resulta de mayor impacto y contenido de lo que pudiera parecer a simple vista. No se trata, como dirían algunos o callarían otros, de una rabieta “aldeana o localista”, que reclama “su propio mini-pacto”. Un marco autónomo de relaciones laborales no es ni un capricho, ni una demanda injustificada. Basta resaltar que la viabilidad de este tipo de acuerdos vendrá dada por la capacidad de negociación y acuerdo entre las partes directamente implicadas y sus representantes legítimamente elegidos. La representación sindical y empresarial firmante del nuevo acuerdo en la Moncloa no es lo suficientemente representativa en Euskadi y, cabría añadir, que insuficiente en la totalidad del ámbito sociolaboral del Estado en aquellos sectores clave que cuentan con organizaciones representativas distintas (función pública, educativas, universitarias, sanitarias, agro ganaderas y fuerzas y cuerpos de seguridad… por ejemplo). Un marco autónomo de relaciones laborales es imprescindible no solamente para una negociación colectiva sino para la debida articulación del tejido económico, institucional y social. Marco imprescindible para la adecuada aplicación de estrategias y modelos económicos, sociales y políticos. En el caso vasco, es, desde siempre, una exigencia clave que ha acompañado todo pacto y acuerdo de gobernanza. El Real Decreto Ley en cuestión, no parece que haya elegido el mejor camino para la “gran y única reforma posible” que, según el presidente Sánchez, “es de sentido común y busca el bien e interés general” por lo que nadie puede votarlo en contra. Otros parecen tener, también, sentido común a la vez que preocupación por el bien general. Y no comparten el proyecto aprobado sin ellos. Validarlo con un sí o no, no parece posibilitar el debate amplio, sobre un Real Decreto que, a juzgar, no ya por su contenido, sino por su larga introducción en el Boletín Oficial del Estado, sería la “gran panacea” salvadora de todos los males en el ámbito sociolaboral (empleo y desempleo, formación, relaciones empresariales, equidad y justicia social, alineación y coordinación dentro de una Europa en pleno “renacimiento industrial y económico”.

Así mismo, el caso particular del cumplimiento de un acuerdo de “transferencia” para la gestión del Ingreso Mínimo Vital no es cuestión de un mero acto administrativo, de un determinado presupuesto o de un acuerdo que se estira e incumple, día a día, replanteando un nuevo acto de fe para “cerrarlo próximamente” como parece proponerse cada vez que se da una nueva votación en el Congreso de los Diputados en San Jerónimo.

El impuesto mínimo vital fue un gran acierto en las políticas del gobierno español y la ley que lo posibilitó. Su aplicación y gestión es otra cosa. Desde el inicio de su tramitación, su aprobación vino condicionada por un compromiso, en el caso vasco, de su “transferencia y aplicación” desde el Gobierno Vasco. Las instituciones vascas, pioneras en el Estado, en políticas e instrumentos de salario social, inclusión social, ingresos mínimos y la recalificación de sistemas e instrumentos de prevención, promoción, seguridad social, acordaron y necesitan, urgentemente, integrar su gestión en el marco propio para un soporte único de la red social, de bienestar imprescindible para ese bien común, no dejar a nadie en el camino y el binomio empleo-ingreso, cada vez más en riesgo ante la situación observable y las expectativas tecnología-cualificación-empleo.

En consecuencia, parecería más que razonable considerar la importancia de este “reclamo”, y, en consecuencia, acordar los cambios adecuados.

En este contexto, este pasado jueves tuvo lugar, en Nueva York, la presentación del Informe Anual (Outlook 2022) de Naciones Unidas acompañando a su diagnóstico general de una serie de mensajes conclusiones que permitan contemplar el comportamiento macroeconómico mundial señalando las principales preocupaciones sobre las que habrían de arbitrarse las principales políticas y decisiones. Una vez más, se trata de enfriar declaraciones excesivamente optimistas en términos de recuperación, a la vez que, en palabras de su secretario general, Antonio Gutierres, “es momento de focalizar objetivos y políticas hacia la reducción de la desigualdad global y, en especial, el gap existente entre los diferentes países y regiones”.

Más allá del impacto, duración, persistencia o evolución de la pandemia (en la que, recordemos, aún estamos inmersos) y de la velocidad de vacunación y salida que demos, viviremos lo que han subtitulado como “A bumpy road ahead” (“un camino lleno de obstáculos y baches”) y un “tormentoso panorama incierto y desigual”. Desgraciadamente, su pronóstico prevé un crecimiento global por debajo del de 2021 y por debajo de las estimaciones anteriores, un incremento de la pobreza (en especial de la pobreza extrema que alcanza a 874 millones de personas), en una dispar proporción regional, una incierta y peligrosa inclinación a tomar decisiones, locales y multinacionales, en materia financiera y monetaria, con una temerosa vuelta a paralizar, congelar o suprimir las intervenciones públicas en favor de una recuperación necesitada aún de oxígeno, ante un complejo proceso inflacionista. Situación general que continuará acentuando graves problemas en el mercado de trabajo, una delicada expectativa en torno a los primeros empleos y sus secuelas a lo largo de la vida laboral, y la manifiesta debilidad en los sistemas estructurales de educación, salud y bienestar.

Como no podría ser de otra manera, recoge y apuesta por intensificar apuestas estratégicas en torno a las “nuevas oportunidades” que una transición verde y una transición tecnológica aportará, en la medida en que los procesos y fases del cambio, se den bajo el control público coordinado acompasando su desarrollo a reposicionamiento posible desde la situación de partida, evitando al máximo las consecuencias negativas. Llaman, finalmente, a mantener políticas fiscales “contra cíclicas”, presupuestarias activas en las áreas del bienestar y, por supuesto, una recualificación educación-capacitación-empleo, intervenir en los condicionantes socioeconómicos de la salud y en sistemas de prevención, protección y seguridad social.

El análisis y prospectiva desde una perspectiva macroeconómica, conforme a su enfoque y responsabilidad, no huye de su paso por la diferenciación microeconómica, si bien se limita a espacios y bloques regionales apuntando la inevitable recomendación de adoptar las políticas generadas, como paraguas de referencia, a los contextos y realidades en cada caso, apelando a las intervenciones colaborativas, descentralizadas y multi nivel entre diferentes agentes institucionales, económicos y sociales en cada caso y ámbito de decisión.

Si hay algo destacable en este análisis global, es la fragilidad demostrada, la desigualdad creciente, la dispar distribución de riqueza y las imprescindibles actuaciones y reformas sobre el mundo del empleo y la formación asociada. Todo ello no hace sino enmarcar una prioritaria redefinición y refuerzo de sistemas y medidas de prevención, protección y bienestar social en niveles realistas, gestionables y diferenciados según las características concretas de los diferentes espacios en que habrán de llevarse a cabo. Sus ritmos, vocación de futuro, condicionantes previos de partida, madurez de sus interlocutores y capacidad de intervención en la definición de sus apuestas y compromisos de futuro exige dotarse de los medios que lo posibiliten, con la irrenunciable participación de los actores representativos y capacitados para hacerlo.

La política no es “algo extraño o externo” que se cuece en su propia salsa. Es, por el contrario, sustancial para afrontar y resolver las grandes demandas y desafíos sociales a cuyo servicio está la economía. No se trata de vivir en el ruido, la confrontación o de mantener posiciones extremas ni de defensas numantinas. Es cuestión de coherencia.

Las previsiones están allí. Su cumplimiento o redirección dependerán de lo que seamos capaces de hacer.

2022: Repensando y haciendo un mejor año

(Artículo publicado el 2 de Enero)

El inicio de un nuevo año conlleva deseos de disfrutar de un mejor año del que dejamos atrás. Como si se tratara de una frontera, invisible, que con el simple paso convencional del tiempo y calendario generase actitudes, comportamientos, compromisos y eventos incontrolables distintos a los que configuraron una etapa superada.

Hoy, a cuestas con la pandemia de la COVID-19, arrastramos una decidida apuesta generalizada por “un año mejor que el anterior”, esperanzados en que asistiremos a la inflexión real de una pandemia letal y destructora hacia una nueva etapa ordinaria de convivencia con un virus, cada vez menos severo y letal, con una amplia capacidad de respuesta desde nuestros diferentes sistemas de salud y, los sistemas de tomas de decisión y gestión de la economía y empleo, así como, sobre todo, aunque no suficientemente explicitado, de las actitudes y comportamientos individuales y sociales en los que residen las prioridades, las opciones determinantes de ese “paraíso mejor” esperable.

Si como todos los cambios de año, procede una reflexión sobre lo acontecido, acompañado de buenos propósitos y un ejercicio prospectivo que nos ayuda a planificar de alguna manera el futuro que pretendemos recorrer, este 2022 permite un proceso desde el análisis de lo vivido en esta situación excepcional que nos ha aportado muchas lecciones sobre las que actuar. 2021 nos ha enseñado, sobre todo, que los sucesivos cambios incrementales en los principales mecanismos existentes han fallado y, en consecuencia, la necesidad de un reseteo generalizado que posibilite superar los sistemas, modelos de pensamiento económicos, políticos y sociales de los que nos hemos dotado, a la búsqueda de respuestas a los verdaderos problemas, largamente detectados y conocidos, demandantes de transformaciones radicales.

Coincidiendo con este momento de cambio, el último número de invierno de la revista Finance & Development del Fondo Monetario Internacional, aborda una serie de artículos de especial interés en torno a las transformaciones que parecerían imprescindibles para transitar al futuro. Destacan cuatro apartados: Repensar el multilateralismo para una era pandémica, medir la prosperidad y la esencia de una “buena vida”, la economía de la salud y el bienestar y, de forma indirecta, el largo catálogo de innovaciones a incorporar, desde el renovado pensamiento económico, el compromiso empresarial compartido con los Gobiernos al servicio de la Sociedad y nuevas formas de colaboración multi agente-multi país a lo largo del mundo.

De una u otra forma, al igual que los principales debates que nos vienen acompañando en los últimos años (o décadas), se entrelazan múltiples cuestiones de la pandemia y que, sobre todo, nos llevan a pensar en que no se trata de ningún asunto temporal, sino estructural y permanente. Subyace el amplio debate en torno al movimiento “…más allá del Producto Interno Bruto” del modelo, con diferente intensidad y variantes que ha sido la base de las políticas de crecimiento y desarrollo económico, soportado en unos indicadores que han excluido el fin último de la propia economía al servicio de la sociedad, el bienestar y la búsqueda de la felicidad o satisfacción. Lejos del uso agregado de un buen número de indicadores, en apariencia objetivables y homogéneamente comparables que suponían no solo clasificar economías, países, poblaciones dispares y distantes en una estadística más o menos controlable, que han venido complementándose con contenidos sociales (la apuesta ya superada por el Índice de Desarrollo humano) soportados, parcialmente, por múltiples encuestas subjetivas, multiplicidad de indicadores con compleja interpretación y respuesta y, casi siempre, sustituidos por el excesivo peso dado a cada uno de los indicadores utilizados. Finalmente, desarrollo humano, sostenibilidad, prosperidad, riqueza y bienestar terminaron referidos al indicador del PIB y, por lo general, en agregados macro referidos a Estados, Regiones Globales y escasamente adecuados a las máximas diferencias existentes en el interior de un bloque regional, de un Estado o, incluso, de la diferente zonificación en el interior de las megaciudades. Indicadores que se alejan de facilitar la búsqueda de fuentes reales de marginación, limitación de la salud y el bienestar, sobre todo, rediseño de políticas y mecanismos adecuados para la mitigación de la desigualdad, profundización en las estrategias pro bien común y desarrollo compartido.

Esta búsqueda de la prosperidad y felicidad o confortabilidad de las personas y sus respectivas comunidades exige, además, la compleja definición y comprensión de los valores (tan distintos más allá de etiquetas) de las personas, las sociedades y su capital humano.

La relatividad de un concepto de prosperidad y bienestar hace que niveles o indicadores similares de renta, no presuponen estados similares de prosperidad o de satisfacción, esencialmente determinados por sus propios valores, asignando a cada persona y comunidad un papel esencial en la determinación de su felicidad.

Desde esta complejidad que ha de seguir propiciando todo tipo de aproximaciones (Índice de Progreso Social, por ejemplo), la base esencial no es otra que el reconocimiento explícito de ir más allá del PIB y actuar en consecuencia, redefiniendo instrumentos, estadísticas, políticas en el marco de un innovador pensamiento económico que está por venir. 2022 ha de contribuir a un “mejor” escenario tras un propósito vector, motivador de verdaderas transformaciones.

De igual forma, el que ya parece finalmente entendido, espacio indivisible de economía-salud, pone de manifiesto que, también, los mejores sistemas de salud con los que contamos demandan un reseteo radical. No resulta novedosa la demanda de cambios disruptivos en el mundo de la salud, la revisión en profundidad de sus estructuras, perfiles profesionales, interdisciplinariedad con un mundo cada vez más apoyado en tecnologías diversas, en un contenido omnicomprensivo en los diferentes condicionantes socios económicos de la salud, en las inversiones relacionadas con los activos comunitarios a su disposición, en la gestión de la complejidad de sistemas y formación. Ni qué decir de los propios organismos globales, empezando por la OMS y de la necesaria cooperación “reformulable” a lo largo del mundo. La aplicación de instrumentos y lecciones aprendidas que en plena pandemia hubo de utilizar asumiendo riesgos inicialmente rechazables, decisiones urgentes y extraordinarias consideradas inasumibles a priori, requiere su reconsideración al servicio de los cambios por venir.

Todo un cúmulo de transformaciones que han de afectar a todos los implicados. Hacer y esperar un mejor año, no será un simple reclamo acompañando el simbolismo de las uvas a ritmo de campanadas. Será, sobre todo, un esfuerzo personal y colectivo, que habrá de movilizar a todos los agentes económicos, sociales e institucionales. Si siempre aprendemos en un crecimiento continuo, 2021 nos ha provocado un aprendizaje acelerado.

Como siempre, la mayor dificultad, al igual que la mayor virtud y capacidad de logro, para las transformaciones necesarias están en el propósito y los valores de los actores. Empresas, gobiernos, academia viven una convulsión y cambio acelerado, inaplazable. Todos ellos, de una u otra forma, están inmersos en este tránsito. ¿Seremos capaces de comprometernos en un mejor 2022?

Sin duda alguna, la riqueza del movimiento generalizado que, a lo largo del mundo, se viene impulsando y reforzando en torno a los verdaderos objetivos con los que estamos dispuestos a comprometernos, la reacomodación de nuestras prioridades vitales y de empleo, la demanda de una tecnología humanizada, la reconfiguración de un  mundo multilateral en una renovada democracia, y los nuevos ojos con los que miramos el futuro desde lo aprendido y vivido en el años que dejamos atrás, habrán de llevarnos a un mejor 2022. Economías justas y equitativas, un innovador progreso económico, en una cambiante y muy distinta geografía económica, confrontando la desigualdad, innovando en la gobernanza en todos los niveles y espacios públicos y privados, al servicio del bien común. Todo un proceso ya en marcha que habrá de encontrar en este nuevo año una luz rectora de las múltiples iniciativas y movimientos en curso.

Todo un propósito: repensar el futuro, pero, sobre todo, hacerlo posible.