Espacios inclusivos. Localizar soluciones

(Artículo publicado el 5 de Junio)

Hasta hace muy poco tiempo, vivíamos un mantra generalizado que hacía de la globalización, sin matices, la panacea y objetivo conductor de toda política económica, geoestratégica y conductora de la mal entendida competitividad y bienestar “para todos”.

Cualquier cuestionamiento o posicionamiento conceptual o intelectual, por no citar estrategias de país diferenciadas, se descalificaba asociándolo a ignorancia, aldeanismo o proteccionismo insolidario, dando por terminado cualquier análisis o propuesta a tener en cuenta. Un peligroso y paralizante pensamiento único impregnó el mundo de la economía, de las políticas y decisiones de deslocalización empresarial (sobre todo manufactura) y marcó la senda objetivo de las estrategias regionales y de internacionalización, condicionando intentos de estrategias únicas y diferenciadas convirtiendo la esencia estratégica en base a propuestas únicas de valor en un seguidismo homogeneizador.

Sin embargo, la contumaz fuerza de los hechos, tras sucesivas crisis económico-financieras y sociales desde el 2009 hasta nuestros días, agravadas por una pandemia no solamente aniquiladora de vidas y expectativas de futuro, sino demostrativa de la equivocada (o perversidad sobrevenida) inseguridad y dependencia cediendo a terceros el control exclusivo de la producción, de la cadena de suministros y las plataformas logísticas e infraestructuras exigibles, además de accidentes en infraestructuras críticas (Canal de Suez) paralizantes del comercio internacional, además de una excesiva concentración de factores clave en China y/o países con proximidad a situaciones y países fallidos, olvidando la importancia de materias primas y componentes, relegando políticas sociales y medio ambientales en los procesos de toma de decisiones, o la aún en curso invasión rusa sobre Ucrania y sus consecuencias (sociales, energéticas, alimentarias…), han terminado por poner “patas arriba” el modelo seguido.

Sin duda, decisiones que en un determinado contexto parecían acertadas (incluso brillantes), hoy se tornan perversas y llevan a reconfigurar conceptos, modelos y mapas estratégicos y de futuro. Es momento de “revisitar” conceptos y modelos rompiendo los llamados “pensamientos únicos”. Políticas tildadas de proteccionistas o anti- mundialización se ven hoy con nuevos filtros de progreso, apuestas de futuro y coherencia geo- estratégica.

Superar la pandemia llevó a los gobiernos (en especial Europa y Estados Unidos) a dar un golpe de timón, a reconsiderar sus “indicadores objetivos” y situar las soluciones a la demanda social por encima de un estricto y excluyente “purismo financiero” macro- económico, atemporal y de gabinete. “Haremos todo lo que haga falta” pasó a convertirse en el nuevo pensamiento y directriz general. A la vez, la imposibilidad de suministrarnos desde las cadenas globales de valor deslocalizadas, otrora base de esquemas teóricos de “Just in time” unida a una mal entendida competitividad (solamente de costos laborales inmediatos y poco más), a una fiebre seguidista de una supuesta “especialización y externalización inteligente” y una internacionalización en manos del “ejecutivo global”, bajo el mando de Organizaciones Internacionales de un convencionalismo y consenso unitario, se convirtieron en el mal que el éxito envenenado ha provocado. Dicho mal se traduce en un coincidente y grave “paraguas mundializado”, en términos de desigualdad, dependencia y desafección creciente de las distintas sociedades respecto de líderes (políticos, gobernantes, empresariales).

Así las cosas, hoy volvemos la mirada hacia conceptos que parecíamos haber olvidado. Retomamos aproximaciones hacia las conocidas “Áreas Base” (Michael E. Porter) como espacio físico en donde se desarrolla una competitividad al servicio del bienestar creciente y sostenible de sus ciudadanos, una amplia e intensa convergencia economía-territorio (clústers), generando un contexto único y diferenciado, tras una visión y propósito particular creando lo que hoy se conoce en términos de “ECOSISTEMAS”. La clusterización de la economía, rompía silos y fragmentación estadístico-sectorial para posibilitar procesos coopetitivos (colaborativos desde personalidad y apuestas distintas entre cada uno de sus actores), sucesivas interacciones compartidas público-privadas, a la vez que políticas económicas y políticas sociales buscando logros simultáneos.

Estas áreas base vinieron acompañadas, más tarde, de un “par de atributos mágicos” (Kanter Moss): Magnetismo y cohesión, que apuntaba a la imprescindible atracción de flujos de inversión, capital, empresas, conocimiento y talento como elementos diferenciales de un “espacio local” (ciudades, regiones, etc.) conectables, en red, con el resto de la vanguardia mundial, siempre unidas a la búsqueda de una irrenunciable cohesión social interna.

Este concepto de “NODO singular” habría de conectarse en redes de redes, a lo largo del mundo, garante del acceso a la vanguardia, a los foros de innovación y prosperidad y, por supuesto, a lo que más tarde, vino a ser el desafío para las empresas de éxito internacional: ser parte relevante de las, entonces, “Cadenas Globales de Valor”. Así, las autoridades y gobiernos de las áreas base de éxito aplicaban estrategias favorecedoras del éxito de sus empresas tractoras. Un momento crítico lo constituía y constituye, el cómo lograr que cada vez más, conseguido el éxito, requieran cada vez menos de su área base y más de un espacio mundializado.

Hoy, la ruptura de paradigmas, en un mundo incierto y en pleno vertiginoso cambio, con una reconfiguración de la geopolítica y la geoestrategia, cabrá especial relevancia la glokalización. Una K que no es una sustitución gráfica de lo glocal (entendiendo una simple combinación entre pensar “globalmente y actuar de manera local”), sino un conjunto de atributos esenciales que han de formar parte articulada de toda “Área Base” que aspire a jugar un rol relevante en el contexto mundial (infraestructuras, educación, inclusividad, comunitarización, conocimiento, tecnología…).

Asistimos a un mundo en el que la desigualdad domina cualquier punto de análisis y desafío. A su desarticulable e injusta realidad añade consecuencias de elevada gravedad (desafección, peligro de implosión democrática, populismo explosivo, falta de confianza, de credibilidad, y de expectativas vitales y profesionales…). El rearme de los liderazgos, respeto y afección necesarios exige “nuevos espacios de proximidad”, de los que las personas se sientan parte, respetuosos de su identidad y cultura diferenciada, inspiradores de un sentido de pertenencia y oportunidades -reales y percibidas- para un futuro mejor. Es el tiempo de nuevos espacios geográficos (“Hermosos, Inclusivos y Sostenibles “, que diría Lata Reddy, responsable de “Soluciones Inclusivas” en Prudential, líder en el desarrollo de nuevos espacios locales de futuro, en Newark, NJ y referente en el desarrollo de inclusividad local en Estados Unidos), que ponga en valor los activos comunitarios (cada Área Base tiene los suyos), construya su historia y ruta de futuro y actúe en consecuencia.

Se trata de intervenir “desde la cirugía local intensiva”. Áreas y zonas de marginalidad (al menos relativa respecto de la mediana dominante), que exigen intervenciones locales en las que gobiernos y empresas (en especial aquellas consideradas líderes y tractoras, generalmente históricas y con significativa referencia de la propia comunidad) han de articular un espacio y desarrollo inclusivo. Los hoy considerados “Place Based Work”, que hacen de la empleabilidad el objetivo conductor de dichos espacios, procuran superar la situación de beneficios de rentas básicas, salarios sociales y ayudas o subsidios públicos, uniendo un foco de trabajo, contribución (personal-autosatisfacción) y colectiva. Focalizan esfuerzos en proveer de seguridad pública, espacios vivibles (verdes en la medida de lo realizable), lugares de encuentro cultural y de entretenimiento, centros de salud, centros educativos, fomento de microempresas y negocios y, por supuesto, acceso al capital y sistemas e instrumentos financieros, además de conectividad e infraestructuras y sistemas de transporte y comunicaciones. Esta nueva explosión de microespacios, núcleos urbanos y proliferación nodal en red suele venir de la mano del rediseño de entidades colaborativas con objetivo, dirección, estructura y financiación ad hoc. Centros y espacios de convivencia, de diversidad y, sobre todo, de compromiso activo con la prosperidad y el bienestar.

Espacios vivibles, inclusivos, vanguardistas y prósperos además de sostenibles que ofrezcan a sus comunidades un mundo mejor y que hagan que las empresas que realizan alguna actividad de valor en ellos sean conscientes del factor diferencial que les ofrece este hecho. Solamente así, la interacción y propósito compartidos empresa-comunidad-gobiernos y todo un mapa (cada vez más amplio, diverso y rico) de jugadores “intermedios”, “entidades para la colaboración”, facilitadores y “tejedores de alianzas” harán posible el éxito único y distinto. Verdadera manera de garantizar un mejor futuro y una prosperidad inclusiva. Una vez más, lo local importa y resulta ser un elemento diferenciador del ADN de cualquier territorio, empresa multinacional o iniciativa mundializada.

Arte, cultura y economía: el poder de nuestros museos

(Artículo publicado el 22 de Mayo)

El pasado miércoles, 18 de mayo, se celebró el Día Internacional de los Museos eligiéndose, para esta ocasión, como mensaje universal, “El Poder de los Museos”. Dicho mensaje ha pretendido animar a todos los museos y organizaciones culturales interrelacionadas, profundizar en su verdadero significado, respondiendo “al poder específico” de cada uno de ellos, atendiendo a su propia identidad y propósito, a su historia y prácticas diarias generadoras de impacto en sus comunidades próximas y/o de las que forman parte indisoluble, y sobre la medida en la que, de una forma directa o indirecta, contribuyen a construir un mundo mejor e influir en su capacidad e impacto transformador, trascendiendo de su propia entidad y país.

Dicha efeméride nos permite destacar, en nuestro país, el extraordinario estado de salud del mundo museístico propio. No solamente posibilita un recuerdo y visibilidad especial al centenar largo de una diversa presencia y oferta-valor del rico tejido museístico del que disfrutamos, de su patrimonio histórico-cultural, sus exposiciones, colecciones, capacidades y competencias gestoras, su entronque con las diferentes comunidades de las que forman parte singular y, por supuesto, de su elevada capacidad tractora de todo tipo de actividades e iniciativas, especializadas y con alto valor agregado en materia de educación y cohesión social, que, finalmente, contribuyen de manera diferenciada a configurar nuestra propia identidad, “nuestra cultura”, nuestras raíces y alas que, en definitiva, nos marcan y habrán de orientar, en gran medida, nuestro futuro colectivo e individual.

En esta ocasión, este anual reencuentro con el “Poder de los Museos” coincide con la celebración del 25 Aniversario de Guggenheim Bilbao Museoa. El brillo de nuestro querido museo, parte relevante de un extraordinario “sistema museístico vasco” comentado, comparte momentos de significativa consideración y esfuerzos transformadores, renovadores, impulsores de cambios favorecedores de este tipo de tejido de valor. Si destacan proyectos de revitalización, reforma, ampliación como el del Museo de Bellas Artes de Bilbao, el museo vasco (arqueología, etnografía…), Balenciaga, San Telmo, Chillida, Oteiza, Artium, Itxas-Maritimo, … y todo un hervidero de iniciativas asociables en curso, no podemos sino felicitarnos del “poder de nuestra apuesta y realidad museística”, de su profunda fuerza tractora y transformadora, recordando la enorme aportación de otras múltiples iniciativas configuradoras de un mapa singular.

Estos elementos hoy, 25 años después de la llegada de nuestro buque insignia, que este año celebramos, tras estos propósitos (“El mundo es un museo. Y el museo un mundo” – “Mundua museo bat da”, de Kirmen Uribe en su obra conmemorativa junto con la Coral de Bilbao y la Euskadi Brass Band), en el trinomio Arte-Cultura-Economía son una realidad conceptual, demostrada y conductora de los verdaderos procesos transformadores e integradores de políticas y decisiones públicas, facilitando un inseparable acompañamiento privado, revitalizando todas y cada una de sus partes. Cuando el esencial mundo de la educación focalizado en términos de futuro pone el acento en el STEAM (ciencias, tecnologías, ingenierías, matemáticas), incorpora como elemento esencial en su orientación, decisión y tiempos de uso y alcance, además de su control y valores irrenunciables para su correcto desarrollo en la A de arte, cultura y humanidades, claramente determinantes del camino a seguir y del modelo de sociedad al que aspiramos.

El carácter especial (coincidente) de este 25 Aniversario de Guggenheim Bilbao Museoa nos facilita la reflexión cara a afrontar el complejo futuro que nos reta y desafía. Si para muchos el reclamo e interés pasa por la evaluación del impacto económico generado por este excelente y siempre vanguardista motor de transformación y avance es el punto básico destacable (6.500 millones de euros de gasto directo generado, 5.800 millones de aportación adicional al PIB vasco, 5.480 empleos creados/mantenidos, 510 millones de “ingreso adicional para las haciendas forales”, 24 millones de visitantes de los que un 62% lo han sido de fuera del Estado…), o su efecto “rehabilitador” con acompañamiento a la estrategia transformadora de nuestro territorio y ciudades en Euskadi, o ejemplo digno de estudio y aprendizaje para cientos de ciudades y museos a lo largo del mundo, sus “aportaciones intangibles” y el “propio valor museístico-cultural-educativo” sobresalen por su “poder diferencial”. De este recorrido hemos aprendido mucho. Pero más importante aún es la fortaleza desde la que poder continuar construyendo un futuro mejor, deseado.

El desafío mundial de este trinomio Arte-Cultura-Economía exige multiobjetivos en términos de identidad, valores, prosperidad y desarrollo inclusivo. Todo un mundo de innovación tanto en los apartados de protección y promoción del patrimonio o (historia/comunidad) costumbres, arte, monumentos, valores, lenguas; educar, cultivar, formar en humanidades (integración de disciplinas llamadas humanistas e incorporarlas a las temidas como no humanistas y tan solo científico-economicistas); velar por la salud de las industrias y contenidos culturales (pensamiento creativo, digitalización de la cultura, contenidos, promoción de su empleabilidad); facilitar la inclusividad en las ciudades…

Todo un nuevo rol esperable de los museos, el arte y la cultura para un próximo futuro. Un exigente reto para sus principales actores, los gobiernos, el sector público interrelacionado, las nuevas artes de una innovadora diplomacia museística y un creciente esfuerzo glokal, en un irremplazable mundo de redes. Necesitados de promover, cuidar, incentivar, animar a los diferentes actores y agentes que lo hacen y harán posible.

Sí. En Euskadi, la invitación mundial a reflexionar sobre el poder de nuestros museos nos coge preparados. Una extraordinaria base para aportar valor a una deseada transformación o transición hacia un mundo mejor. Excelencia, vanguardia, creatividad, tracción dinamizadora, interacción con todo tipo de agentes a lo largo del mundo son ya señas de identidad de nuestro microcosmos museístico.

Un tejido lleno de oportunidades, ampliamente interconectado entre sí y con el mundo. Contribuyendo y co-protagonista de las futuras dinámicas sociales que ese mundo futuro, también el de la empleabilidad y la generación de riqueza y bienestar exigen.

¿Inflexión y ocaso de estilos de gobierno?

(Artículo publicado el 8 de Mayo)

Warren Buffett, “oráculo de Omaha”, legendario líder de uno de los mayores fondos privado de inversiones ha celebrado su encuentro anual (presencial tras el paréntesis de la pandemia), seguido por miles de accionistas incondicionales que confían sus ahorros, inversiones y futuro al conocimiento, visión y estilo de liderazgo y dirección que tan buenos resultados ha generado a lo largo de los años, convirtiendo sus recomendaciones en pautas maestras para la industria financiera. Año a año, su credibilidad, la admiración y confianza en sus decisiones, se ven renovadas y reforzadas por el apoyo de quienes se muestran satisfechos con sus resultados. Simultáneamente, a lo largo de los Estados Unidos, con especial foco en Wall Street, cientos o miles de Juntas de Accionistas valoran a sus primeros ejecutivos, aprueban sus resultados y respaldan sus retribuciones alineadas con “el valor generado” y muestran su satisfacción ante potenciales alternativas que pudieran poner en crisis el camino recorrido. Sus estilos de dirección, sus medidas y planes aplicados (las más de las veces sin un control previo expreso) parecen aceptarse. (En Estado Unidos las retribuciones de estos ejecutivos principales suponen 350 veces el salario medio del trabajador de sus empresas). El sistema parecería funcionar: una buena y eficiente dirección, un apoyo más que suficiente y un espaldarazo a su estilo y modelos de dirección. Los resultados parecerían reconocer y premiar a los “líderes estrella”. Sin embargo, en determinados momentos, eventos no previstos, ponen en duda la buena marcha de lo realizado y de sus actores. Llega un momento en el que alguien observa (y decide) que el “liderazgo estrella” en realidad es “oportunista” y que sus resultados se explican más por la suerte o por decisiones y consecuencias externas, que por la capacidad y buen hacer de quien parecía tener el control. Esta semana, Marianne Bertrand, profesora de la Universidad de Chicago y destacada pensadora en el mundo del crecimiento inclusivo y la economía laboral, vuelve a la carga sobre este asunto, con un amplio número de situaciones que explicarían el éxito de determinadas empresas (petroleros, bancos de inversión, …) no por lo bien o mal que lo han hecho internamente, sino por las decisiones externas. Vieja constatación, por demás, extendida a lo largo del mundo y en todo tipo de actividad, pública o privada, vinculada a la gobernanza y toma de decisiones. Esta percepción se viene extendiendo en empresas relevantes en las que grupos de accionistas “financieros” promueven movimientos sindicados para cuestionar las líneas directivas vigentes. Resulta evidente que ni existe un modelo o estilo único de dirección, ni el éxito logrado garantiza su permanencia futura. ¿Qué es lo que termina explicando una cuenta de resultados, un resultado electoral, la viabilidad y confianza de un gobierno?

En un mundo diferente, en el ámbito público oficial y de gobierno, los estilos, modelos de dirección y sistemas de participación y control, también observamos tiempos, modos y actitudes similares. Si la semana pasada la explosión pública del caso “Pegasus” o “Catalan Gate” parecía minimizarse por los principales medios de comunicación y expertos de opinión dado su impacto colateral en la tramitación del Decreto Ley para la reactivación y recuperación económica del gobierno español, hoy, pocos días más tarde no solamente cobra especial atención y preocupación, sino que enciende graves alarmas en torno, sobre todo, al presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y su modelo de liderazgo y dirección política y de gobierno.

La denuncia de un gravísimo caso de espionaje a un centenar de catalanistas o independentistas no solo pareció preocupar al presidente Sánchez, su gobierno o Ministra de Defensa y responsable del Centro Nacional de Inteligencia español, sino que los llevó a movilizar a la opinión pública y medios afines, especialmente, para cuestionar la veracidad de la información, ridiculizar la alarma e importancia generada y, sobre todo, retomar un ya viejo, cansino y preocupante mensaje en torno a una supuesta distribución entre quienes afirman de manera recurrente que “lo que importa han de ser las cosas del comer, el bienestar” y no los “asuntos ideológicos o esenciales de la política que solamente interesan a los políticos y no a los ciudadanos”. Se demonizó a aquellos partidos políticos o diputados que no estaban dispuestos a aprobar un decreto del que no habían sido informados y no lo habían negociado, se destacaban todo beneficios desde una propaganda mediática transmitiendo perlas escasamente analizadas, cuando aún se desconocía su contenido pleno y, por supuesto, su redacción final. Se culpabilizó a quienes no estaban dispuestos, una vez más, a considerar un modo de gobierno unipersonal, autoritario y displicente con quienes le permiten gobernar en minoría. El estilo Sánchez (calificado esta semana por una encuesta de un medio afín como PRISA-SER como Egoísta y Autoritario por el 38% de los encuestados) se veía, una vez más, cuestionado. El presidente y su gobierno minoritario han aprobado en poco más de media legislatura 36 Decretos Ley, la mayoría de forma unilateral y apresurada, limitando su tramitación al refrendo por “lectura única”. El argumento es siempre el mismo: “es razonable, responde al sentido común, no es patriótico oponerse, beneficia a los más vulnerables… y, finalmente, si no me apoyan, vendrá la ultraderecha por lo que ustedes y el país saldrán perdiendo”.

Esta actitud y discurso ha venido acompañado, desde el inicio, con “promesas de acuerdos” que rara vez se han cumplido y que “son renegociados periódicamente” cuando se vuelve a necesitar el voto de sus “socios preferentes o compañeros de viaje” contra esa derecha que “sería peor para todos”. Sin embargo, cuando “los intereses de Estado” son el bien supremo o excusa de connivencia, no duda en pactar con esa derecha que hostiga. Es el caso de este episodio del espionaje para evitar cualquier mínima transparencia o información.

Pero, en estos momentos, “las cosas de la política” preocupan a todos y el llamado caso Pegasus resulta de gravedad extrema. No solamente son “unos dirigentes o simpatizantes independentistas catalanes o vascos los espiados”, o el propio presidente de gobierno. No es solo la sensación (más que justificada) de evidente interferencia de “gobiernos externos” condicionando políticas de Estado, no es ya nuestra intimidad personal vigilada por cualquiera, sino el claro cuestionamiento de un presidente y su gobierno que han mostrado la ineficiencia y perversidad de su modelo. El propio gobierno español ha hecho público que su presidente y ministros habían sido objeto de intervención en sus teléfonos hacía un año, por un “elemento externo”. Ahora lo hacían público y pedían el máximo apoyo de todos evitando preguntas, especulaciones, investigaciones o “posiciones partidistas”. Se trataría de un grave “asunto de Estado”, por lo que se recurre al mismo silogismo de siempre, “o conmigo o el caos”. Más allá de coyunturas e impacto en un gobierno concreto, el hecho prueba la fragilidad de la democracia y la perversidad de decisiones e instrumentos que, en principio y en su momento, pudieran concebirse con atenciones positivas. ¿No parecería razonable dotarse de instrumentos de inteligencia e información para anticipar riesgos o intervenciones antidemocráticas, por ejemplo? Ahora bien, ¿Quién y cómo los controlan? ¿Mantienen su propósito y alcance?

Tanto apelar a conmigo, incondicionalmente, o vendrá el demonio, lleva a la gente a preguntarse si en verdad el diablo existe y si será tan “malo” como lo pintan. Para muchos es el momento de mostrar el hastío por tanto desprecio democrático, por la falta de diálogo y compromiso, por políticas reales y no propaganda, por un gobierno y no una “coalición minoritaria que no transmite sensación de visión compartida, ni de unicidad de mando”. Cuando observamos, a lo largo del mundo (Macron es un ejemplo cercano) que el individualismo se impone a los partidos, configura modelos unipersonales, genera liderazgos mediáticos, “compra” servicio y seguidismo por su control del presupuesto político y los aparatos del Estado y básicamente ofrece contraponerse al miedo de lo que pudiera venir, lejos de proponer y aplicar programas y políticas propias y diferenciadas, termina profundizando en la desafección, el descontento, la insatisfacción, el malestar con el personaje. No basta hablar todo el día de la “ultraderecha” amenazante. La sociedad necesita y demanda políticas y acciones concretas, propias, positivas, diferentes, motivadoras, compartibles, creíbles. A lo largo del mundo, asistimos a múltiples señales de alarma ahondando desinterés, desafección, desconfianza, con una distancia creciente del compromiso compartido, ampliando brechas entre las sociedades y sus representantes y dirigentes, en todos los ámbitos, empresariales, de gobierno, privados o públicos.

Pegasus y su pésima gestión por parte del gobierno Sánchez tiene todos los ingredientes para suponer un verdadero punto de inflexión en su modelo unipersonal de gobernanza. Parecería que supone la convergencia de la pérdida de autoridad asumida en base al temor a una alternativa desconocida, un claro toque de atención al abuso de poder propagandístico y mediático, además de presupuestario. Es un momento de claro agotamiento y cansancio de los verdaderos apoyos con los que ha contado, ha despreciado y olvidado. Converge con una creciente desafección, anti-institucionalidad, desmovilización y desigualdad que se extiende a pasos agigantados. Es el punto álgido de una exigencia colectiva de modelos propios compartibles. Coincidente con el malestar por un siempre presente “Síndrome de Estocolmo” que lleva a quienes durante años han estado inmersos en lo que supuestamente han sido los “secretos de Estado” y a cuyo servicio pudieran utilizarse todo tipo de vericuetos por “el bien superior”. Llega el momento de preguntarse por qué se debe dar un cheque en blanco a determinados decretos de 170 páginas, entregados a sus ministros para su firma en un Consejo de Gobierno sin tiempo suficiente para, al menos, “una lectura en diagonal”. Algunas medidas (ya en vigor) de relativo apoyo anticrisis, leyes de más de 70 años derogadas, y múltiples medidas ajenas al contenido y orientación del Decreto, utilizado como un vehículo “ómnibus” (en el que cabe de todo en cualquier dirección) y, por supuesto, sin una Memoria Económica que lo haga viable (máxime con un cuadro macroeconómico totalmente desactualizado). Sin duda, debilidad democrática, escasa calidad de gestión y procesos normativos y directivos.

Vivimos un mundo incierto (hoy, ayer y mañana) en el que los liderazgos, gobernanza y alta dirección, así como fortalezas institucionales (en todo tipo de organizaciones) resultan imprescindibles. Eliminar o minimizar las brechas que les separan de la sociedad y los diferentes grupos de interés implicados es, sin duda, uno de los mayores desafíos que afrontamos. Incidentes y acontecimientos concretos, inesperados, determinan cambios imprevistos. Cuando se producen, la fortaleza para superarlos suele basarse en las trayectorias, comportamientos y estilos confiables, conocidos y practicados. Hoy es Pegasus para el modelo Sánchez, la sucesión de crisis para todo gobernante, la contestación social para toda autoridad. Más allá de la suerte y de los factores externos, el valor de respuesta y colaboración reside en la experiencia y trayectoria demostradas. Son momentos de recoger la siembra.

Demasiadas preguntas, demasiadas dudas razonables, con escasas o nulas respuestas satisfactorias, en un mar de desconfianza y mermada credibilidad. Esencia democrática, calidad de gobernanza, credibilidad y confianza en liderazgos necesarios.

¿El ocaso de un gobierno o de un estilo de gobernanza? O, por el contrario, ¿Un salto adelante, uno más, en una larga cadena de aparente avance y éxito gracias a la suerte y a la temida alternativa de la incertidumbre y lo desconocido?

Aspiraciones de futuro para superar tiempos inciertos

(Artículo publicado el 24 de Abril)

La vuelta a casa tras las vacaciones (o recogimiento) de Semana Santa y Pascua, coincidente con la supresión oficial del uso obligatorio de mascarillas salvo ciertas excepciones de riesgo (en caso de que la comunicación mediática del gobierno español coincida con la letra de lo que publique en el Boletín Oficial del Estado, rara vez coincidente), parecería habernos devuelto a una relativa normalidad pre-pandémica, constatada por los indicadores comparativos que las cifras y comportamientos turístico-recreativos ofrecen. Sin embargo, esta ansiada percepción más que irreal, se ve lejos de cualquier atisbo de veracidad dominante si vamos un poco más allá y observamos cuatro mensajes persistentes, graves en sí mismos cada uno de ellos, extremadamente preocupantes en su conjunto interrelacionado y determinantes de nuestras vidas ordinarias: Ucrania, inflación, energía y cadenas globales de suministro. Cuatro ejes influidos, además, por un sin número de dispares comportamientos en términos de derechos de igualdad, de altruismo o negocio y eficiencia diferencial en su impacto no homogéneo a lo largo del mundo, desde decisiones tomadas en su momento en la propia gestión de la pandemia como en el suministro de equipos de protección individual, posicionamientos ante la prioridad o no de la disponibilidad de gas soviético, o del resurgir “público” de las insuperadas cloacas de Estado tras un espionaje del que nadie parece saber nada, que ensombrecen cualquier sensación de “vuelta a un pasado confortable o normal”, o ya sea un escenario algo más certero y conocido que el proceloso mar en el que habremos de navegar en los próximos meses (esperemos) o años.

Sin duda, detrás de estos cuatro ejes explicativos (o acompañantes) de nuestro tiempo, se sintetizan profundas transformaciones que, en definitiva, alumbran nuevas mentalidades, gobiernos para nuevos tiempos, nuevas prioridades, soluciones y modalidades de solidaridad diferenciales y selectivas, así como impredecibles consecuentes aspiraciones de futuro. Como siempre, impacto dependiente de la manera de afrontarlos según la balanza y óptica en términos de oportunidades y/o barreras-dificultades, conflictos o parálisis anímica, capacidad y voluntad decisoria, o disposición colaborativa/reivindicativa en confrontación per se. Adicionalmente, siempre sujetos a un imprescindible proceso continuo de alternancia política en los diferentes gobiernos por decisión democrática de sus electores.

El primer eje en cuestión es, sin duda, Ucrania. Mucho más que una invasión injusta, ilegítima, salvaje y trágica en plena Europa (dentro o fuera de la selecta Unión Europea  sujeta a sus mecanismos, normativas y tiempos de gestión-asociación). Mucho más que una invasión que sugiere un nuevo orden geopolítico, una nación que durante siglos ha pretendido elegir de forma libre su futuro, su modelo de convivencia y sentido de pertenencia. La tragedia provoca una nueva evacuación colectiva, búsqueda de nuevos proyectos de vida, nuevas vivencias y comportamientos ante procesos migratorios (¿de ida y vuelta?) para millones de personas que, en todo caso, conllevan un cambio de flujos demográficos, nuevos repartos de beneficios y pérdidas (sobre todo en términos de vidas, proyectos personales y familiares) y todo un conjunto de proyectos de reconstrucción y, esperemos que así sea, de reimaginación y reinvención tanto del país, como de sus relaciones con terceros, que supongan nuevos modelos de desarrollo y de flujos económicos, sociales y culturales. Observamos, con voluntad positiva y creativa, además de dolor, su nuevo futuro más allá de un triunfo sentimental, un reconocimiento universal y una voluntad solidaria y colaborativa de terceros. Una visión por encima del “coste bélico” que parecería presente en el condicionamiento de la vida fuera de Ucrania. Alimentación, energía, materias primas esenciales, se ven negativamente afectadas, también, por lo que sucede en este país y se convierten, para muchos, en la causa-explicación del resto de males que nos aquejan, haciendo olvidar que, si bien todo guarda una cierta relación, el resto de los ejes-acompañantes citados, tiene causa y vida propia, antes y después de Ucrania. Cada uno de ellos con espacio propio en el marco inicialmente señalado. Así, sin duda, la siempre temida inflación surge como abanderada de las consecuencias negativas, generalizables a lo largo del mundo. Bancos centrales, gobiernos, mercados financieros vuelven su mirada y preocupación principal hacia ella y parecen haber olvidado, en sus escenarios finales, un incierto punto final (más bien y seguido) de esta grave agresión bélica, minimizando su efecto devastador, confiando en “imaginarias posibilidades” de reconstrucción física, rediseño de fronteras y territorios y un paulatino movimiento hacia “espacios de tolerancia multilateral” con relativo acomodo de las partes (sobre todo de quienes no padecen o padecerán directamente sus consecuencias y decisiones). Desgraciadamente, asistimos impotentes a la gobernanza “global” que nos hemos dado, esperando, muerto a muerto, un final imprevisto. Parecería asumirse como una causa y no como una tragedia singular. Constatamos que es y será la lucha contra la inflación la que ocupará el esfuerzo de los próximos meses y, sin duda, condicionará las políticas públicas, su fiscalidad, ayudas y acompañamiento o no de las inversiones transformadoras (inevitables) y de la sustitución de la disminuida confianza ciudadana, en su ahorro y consumo, y en su desafiante actitud ante el futuro.

Desgraciadamente, esta compleja visita de una inflación que ya estaba entre nosotros antes de convertir a Ucrania en el foco del tablero, provocará un parón en el crecimiento inicialmente previsto, y se ve acentuada por el continuado deterioro de las cadenas globales de suministro, la distorsionada logística y seguridad manufacturera y alimentaria, pendiente de su recomposición bajo nuevos criterios geográficos, políticos y de su propia competitividad y, por supuesto, del propio orden que resulte del escenario final post Ucrania-Rusia.. Un parón “sinérgico” más allá del cuestionamiento, ya al parecer ampliamente comprendido, de una globalización ilimitada. Dos ejes críticos que guardan enorme relación con lo que, en positivo, tras el “chaparrón” será lo que algunos consideran una nueva revolución energética que habrá de hacer repensar (al menos en términos de plazos y de expresiones maximalista) la transición verde abanderada, hasta hace escasos meses, por un “salvar al planeta” como guía conductor de toda lucha contra el cambio climático. Petróleo, gas -sobre todo- y plazos para la llegada real de las nuevas fuentes de energía, la redistribución de roles geoestratégicos de productores, consumidores y jugadores intervinientes en las múltiples iniciativas exigibles para el cumplimiento de estrategias, pactos y compromisos están al caer. Así, la ya anunciada por algunos como una “nueva era energética” es mucho más que un juego de “islas energéticas peninsulares”.

Y, por supuesto, la redefinición de las cadenas globales (no solo de suministro, sino de valor), íntimamente ligadas a la geolocalización, la competitividad, el rol de los gobiernos en su relación con empresas líderes internacionalizadas y el conjunto de los espacios de desarrollo e innovación, no está sino en sus albores y confiere al resultado final un relevante peso e influencia. Impacto decisivo en este corto plazo, mucho mayor en escenarios futuros de largo plazo.

Cuatro “contratiempos” que, sin duda, han de condicionar el actuar de los gobiernos. Hoy, en consecuencia, los buenos gobiernos, creíbles, fiables, generadores de afección democrática, imbuidos de potentes liderazgos, resultarán más necesarios que nunca. Mitigar (eliminar es lo que desearía nuestro inconsciente) la desigualdad, afrontar las oportunidades (ilimitadas) que el mundo ofrece al servicio del bienestar, la riqueza que el nuevo mundo del trabajo y empleo permiten aportar, canalizar los recursos y “mercados financieros” para su logro, ordenar y gestionar la tecnología disponible (y la que está aún por venir) con una orientación humanista al servicio del bien común, está a su alcance.

Son sin duda, tiempos de crisis. Nuevos tiempos y prioridades para acelerar decisiones, al servicio de verdaderas aspiraciones de futuro. Nos pilla con un largo recorrido andado. Es mucho lo aprendido y suficientemente conocido lo que sería deseable (al igual que lo que no ha funcionado, ni ha satisfecho las demandas y necesidades sociales). Un buen momento para abrazar el optimismo, asumir el compromiso exigible y acelerar ritmos y decisiones para avanzar en la construcción de un mundo deseable. Eso sí, como siempre, “los gobiernos no vienen de Marte”, sino que responden a las decisiones y opciones individuales y colectivas de las sociedades que representan. Son nuestras prioridades personales y colectivas las que determinan la orientación de quienes gobiernan. Es, por tanto, nuestro compromiso, nuestro comportamiento y responsabilidad, también y de manera esencial, lo que alumbra un camino a seguir. No miremos a otra parte. No es tarea de “ellos”, sino de todos nosotros. Cada uno desde nuestra responsabilidad específica, activa y pasiva.

Este sería el verdadero viaje hacia la nueva normalidad. Este viaje sí que nos ayudaría a todos a “desconectar” de la mano de un cambio que decíamos buscar hace un par de semanas al “salir de casa y viajar como antes”, para “volver a la normalidad”, a conectar con un nuevo sentimiento, con nuevas actitudes y un nuevo espíritu y compromiso para un futuro distinto.

Efectivamente, una nueva etapa a transitar. Cuatro ejes esenciales (sobre todo parar la guerra, salvar a una población destrozada, reconstruir una nación y facilitar su derecho a elegir su camino en libertad…), aprender de su gravedad e impacto para acometer cambios radicales en la gobernanza mundial y afrontar la cadena de desafíos por venir. Confiando en nuestras fortalezas, convencidos de la necesidad de nuevas actitudes, de las muchas oportunidades que aparecen en el horizonte y la disposición al compromiso transformador que tenemos por delante. Un viaje sí, hacia una nueva (distinta) normalidad.

¿Buenas decisiones – buenos resultados? ¿Malos resultados – malas decisiones?

(Artículo publicado el 10 de Abril)

Hace unos días tuve la oportunidad de reunirme con dos dirigentes del país y acudían a la cita con una sensación de preocupación y urgencia, presionados por un par de cuestiones de relevancia que les ocupaban. Dos asuntos distintos, de diferente magnitud e impacto, pero con un denominador común: el resultado que a lo largo de los años habrían convertido en “erróneas” las decisiones que, tomadas en su día, no habrían respondido a lo inicialmente esperado. Consecuencia que hoy, situaban a quienes participaron de los respectivos procesos de toma de decisiones (sin mancha alguna de ilegalidad, favoritismo o búsqueda de beneficios personales o individuales) en el escaparate señalable de “actores de malas decisiones”.

Este hecho sucede todos los días. Vivimos rodeados de todo tipo de decisiones que, obviamente, generan resultados (positivos o negativos) y que, desgraciadamente, nos llevan a asumir como inseparables las decisiones y sus resultados, entendiendo que una buena decisión ofrece solamente beneficios y un mal resultado es, siempre, consecuencia de una decisión equivocada.

Fenómeno especialmente relevante en grandes proyectos, provistos de riesgo superior a los asuntos habituales, que implican complejos procesos y múltiples actores y que habrán de repercutir en la sociedad a lo largo del tiempo.

Releyendo a Annie Duke, en su exitoso libro “Thinking in Bets. Making smarter decisions when you don’t have all the factors” (Pensando en apuestas. Tomando decisiones más sabias cuando no tienes ni toda la información, ni conoces todos los hechos que lo rodean), con evidencias y ejemplos cotidianos, nos facilita la comprensión de dos cuestiones clave que determinan nuestras vidas (o simplemente nuestras opciones a lo lago de la vida): la calidad de los procesos de toma de decisiones y la suerte o el contexto ajeno a nuestro control. Entender esta diferencia a la vez que coexistencia de ambos elementos clave, es la esencia de los procesos de toma de decisiones.

Duke, destacada profesora de liderazgo y toma de decisiones, es una exitosa jugadora de póker, profesional en su momento, ganando una relevante fortuna en las mesas de juego. Son múltiples los casos que ella ha explicado en su larga trayectoria en el mundo de la teoría de juegos, los procesos para la toma de decisiones y el pensamiento que junto con otros relevantes académicos, constituyen referencia indispensable en la calidad de la toma decisiones ante problemas complejos, multi factoriales, en todo tipo de temáticas económicas, políticas y sociales. Como ella misma destaca, en un juego como el póker, decenas de decisiones, en entornos desconocidos e inciertos, sin conocer hechos reales de tus contrincantes, han de tomarse en poco segundos “mano tras mano”. Así con o sin la recurrencia del juego, en el libro ya comentado, alude a un ejemplo deportivo que generó, hace ahora más de siete años, gran polémica, no solo en el entorno deportivo en el que se produjo, sino un debate instalado en el mundo extradeportivo, académico, del management y profesional. En la Super Bowl de 2015 (final de la Liga Nacional del Fútbol Americano en los Estados Unidos), en una jugada crítica del partido, cuando todo llevaba a suponer que el equipo que iba por debajo en el marcador decidiera hacer una jugada concreta y ganar el partido, optó por una alternativa inesperada para la mayoría, siendo derrotado dada su mala ejecución (o el acierto del contrario impidiendo su logro). Los medios de comunicación masacraron al entrenador del equipo perdedor proclamando su jugada-decisión como la mayor estupidez, el mayor error cometido en la historia del fútbol americano. Tuvieron que pasar semanas para encontrar defensores de que la decisión tomada pudo ser la más indicada atendiendo a la experiencia, sistema de juego del equipo que la tomó y la estadística de fallos del contrario. Si con esta información el resultado hubiera sido otro, hoy hablaríamos de la decisión más inteligente y brillante en la historia del fútbol americano. El entrenador de entonces de los Seahawks de Seattle sería alabado por la historia de las “estrategias del fútbol” y sus contrincantes de entonces, “Los Patriots de Nueva Inglaterra” tendrían un palmarés menos en su exitosa trayectoria.

Volviendo al principio, con esta lógica, podíamos preguntarnos qué pasaría si repasamos un largo listado de resultados exitosos de proyectos complejos en situaciones de enorme incertidumbre y que sujetos a procesos de calidad en su toma de decisiones, hoy valorados, habrán fallado. El verdadero elemento diferencial no está en la asociación indiscutible determinista entre decisión-resultado, sino en la capacidad y oportunidad de “hacer buna una decisión tomada”.

Nuestras vidas y situaciones personales y profesionales están llenas de procesos de decisión. Las más de ellas se corresponden con situaciones no del todo racionales o con metodologías, información, procesos explícitos o conscientes. Pero, sin duda alguna, la inmensa mayoría de ellas, han dependido de la experiencia, la mejor de las informaciones disponibles, sabiendo, de antemano, que no existe la información perfecta en el momento de tomar una decisión que, al final, por muy colegiado y participativo que sea el proceso, corresponde a la “soledad última” de alguien, responsable de tomarla y al empeño en su ejecución -hacerla buena- y, por supuesto, a una cadena de circunstancias externas controlables o no controlables, e incluso “suerte” (generalmente aquello que no racionalicemos y que afecta a la opción elegida).

Toda esta “noma habitual” en la toma de decisiones, que se da en continuas y miles de opciones que la “alta dirección” (profesional, empresarial, de gobierno) obliga a interiorizar la responsabilidad de la calidad de los procesos y análisis a observar, a la importancia de entender los “marcos multi factoriales e interacciones” en el que han de encuadrarse las “pequeñas e importantes” decisiones a tomar, la evaluación de su impacto (del momento y, sobre todo, en el medio y largo plazo), la calidad del proceso seguido (en gran medida basado en la experiencia acumulada de quien a e decidir), de la confianza de las parte en los intervinientes asumiendo la “buena fe” y compromiso en la búsqueda del beneficio compartido de los implicados y, de manera muy especial, del esfuerzo sostenido en un propósito (el para qué de lo que hemos de elegir), la responsabilidad en la decisión-resultados entendiendo su diferenciación y el nivel o grado de los roles y ámbitos en que se decide. Estos ingredientes básicos, complejos, a la vez que comunes, son los que caracterizan la exigencia a las llamadas “Altas Direcciones o máximas autoridades”. Una publicación reciente, “CEO Exellence” (Seis pensamientos y directrices que distinguen a los mejores líderes del resto), editado por McKinsey, recoge, entre otros muchos casos, una sucesión de encuestas y entrevistas estructuradas del autor con los primeros ejecutivos de empresas relevantes o de instituciones y gobiernos. Básicamente les trasladaba su inquietud o sensación de que, dado su puesto y responsabilidad, “tendrían demasiadas cosas que atender y hacer”. La inmensa mayoría le confirmaban dicha impresión. Pero, aquella minoría que consideraba de mayor competencia e impacto en sus organizaciones le transmitieron lo siguiente: “En realidad, solamente tengo que ocuparme de una cosa: aquella que no puedan hacer el resto de la organización y sobre la que solamente ha de decidir el primer ejecutivo en el marco de la estrategia y propósito de la entidad”. Así de sencillo. La decisión buena o mala es algo cuyo resultado final será fruto de cómo hacerla posible, ejecución en la que intervienen muchos, en la que concurren muchos elementos externos y, las más de las veces, desconocidos e inciertos.

Juzgar a posteriori, sin la debida contextualización, sin entender que los actores de la toma de decisiones son múltiples, con diferentes cuotas de corresponsabilidad y, también, la influencia de la suerte, para valorar una relación decisión-resultado, no solo es un error, sino trasladar la causa del escenario final a un determinismo guiado por el azar. Aprendizaje, experiencia, responsabilidad, compromiso y apuesta son elementos esenciales del resultado, del proceso de toma de decisiones (más o menos explícito) y consustancial al rico a la vez que complejo día a día. Esta larga cadena de decisiones sí ofrecerá, en el tiempo, la calidad traducida en resultados.

Un mundo incierto y complejo no es la excepción, sino el campo de juego en el que han de darse los procesos de toma de decisiones. La calidad de los mismos, su propósito, el compromiso compartido en su ejecución, suponen la sabia indispensable para su logro conforme a lo previsto. Sin embargo, insuficientes, para garantizar un resultado concreto. Sin un proceso de calidad con dichos ingredientes no cabe esperar “buenos resultados”, pero aún con todo ello, desgraciadamente, sí caben malos resultados. En todo caso, la esencia diferencial consiste en “hacer buena la decisión tomada”.

El horizonte a largo plazo, las estrategias para conseguir superar los desafíos que enfrentamos, obligan a la toma de decisiones, de calidad, y a las apuestas clave, siempre basadas en una inevitable información imperfecta. Alta responsabilidad, no siempre reconocida.

¿Economía de escasez o de abundancia?

(Artículo publicado el 27 de Marzo)

Una nueva edición del ilusionante e innovador programa de la Singularity University (“Get to the future First. Don´t fear it, own it.” “Alcanza el futuro el primero. No lo temas, aprópiate del él”), “facilitando la comprensión, descubrimiento y aprovechamiento de las nuevas tecnologías transformadoras del mundo” coincide estos días con la publicación de un extraordinario y completo proyecto de investigación del Bofa (Bank of America) sobre la economía de la escasez, en el marco de su serie “transformando el Mundo”.

Si Peter Diamandis (Singularity University) hace de “un mundo de abundancia” la base incentivadora de los sueños y oportunidades que permiten superar los desafíos a los que hemos de enfrentarnos, pudiera parecer que el enfoque del segundo informe contrapone obstáculos, dificultades, y un aparente pesimismo insuperable desde una amplia visita a los desafíos que afrontamos, desde el afloramiento de la escasez e insuficiencia de recursos y capacidades para el recorrido exigible.

Ambas aproximaciones cobran especial relevancia en tiempos negros (o grises según el estado de ánimo cambiante cada día en todos y cada uno de nosotros o la geografía en la que nos encontremos). A nuestra inevitable pesadumbre por la invasión de Ucrania y las graves penurias e irreparable impacto sobre la población salvajemente agredida, su impacto externo y la concentración de diferentes situaciones conflictivas (siempre incomparables y mínimas ante la catástrofe mencionada), se une la limitada confianza y voluntad individual y colectiva de pensar en un futuro mejor, deseado por todos. La acumulación de problemas que parecen encadenarse sin límite, uno tras otro, aceleran la complejidad que atravesamos, lo que conlleva un derrotismo y generalizada psicología pesimista, no ya para vivir el momento, sino, por supuesto, afrontar cualquier futuro que siempre concebiremos incierto.

Sin embargo, es precisamente en estos momentos de profunda incertidumbre sistémica cuando más luz, orientación, apuesta y compromiso para dirigirnos hacia escenarios positivos y deseables se requiere. Una vez más, es, si cabe, tiempo de propósitos trascendentes, liderazgo, compromiso y esfuerzo transformador de amplio calado. Por supuesto, no desde un ingenuo y simplista optimismo, pero sí desde la elección de opciones favorables, conscientes del conocimiento e información rigurosa de partida.

En este contexto, señalaba que el informe mencionado en torno a la “economía de la escasez” parecería, en principio, no solo catastrofista, sino paralizante ante un panorama oscuro, determinista de una inevitable pérdida de nuestro futuro. Extraordinaria información contrastada nos aporta un amplio y claro panorama de la situación de partida. Señala lo cerca que estamos de un colapso de insuficiente respuesta de la “oferta” a la demanda creciente de nuestras sociedades: Agua, biodiversidad, metales extraíbles exigibles para la base de las nuevas soluciones tecnológicas en las que ponemos la confianza de las transiciones energéticas y digitales, así como de una cadena alimentaria compleja y fragmentada, con una demografía desacoplada (por decirlo suavemente) con la esperanza de vida a la que se añade “la nueva enfermedad de la vejez” (según la OMS), una educación y capacitación alejada de lo requerible en las próximas décadas para afrontar el nuevo mundo del trabajo y el empleo, con una urgente y desafiante reinvención de los sistemas y modelos de salud, bienestar y protección social, en marcos de gobernanza y liderazgos que generen las respuestas y afección deseadas e imprescindible para transitar al futuro compartiendo proyectos atractivos e ilusionantes. Un panorama que parecería asumir un contexto dominado por el conflicto, la reivindicación ilimitada, las soluciones y actitudes individuales contrapuestas a la búsqueda de un bien común, a tejer alianzas y proyectos compartidos, paralizado por un pensamiento ajeno a considerar a los demás. Leído así, nos llevaría a hundirnos en el más profundo pesimismo y abandono.

Afortunadamente, sobre todos y cada uno de estos temas, el citado informe (Transforming World Series: the world is not enough. Scarcity. “El mundo no es suficiente. Escasez”. Bofa Global Research) ofrece información a considerar para pasar de la información percibible a la acción comprometida y logros obtenibles para un resultado positivo. Datos, problemas, restricciones, sobre los que intervenir, para proponernos un futuro propio y distinto. Así, decía líneas arriba, que parecería contraponerse a las ideas de una economía de la abundancia (desigualmente repartida a lo largo del mundo) sobre las que Diamindis (y otros muchos) intentamos abordar un futuro no ya optimista, sino posible. El propio informe concluye, a partir de un detallado desglose de beneficios, riesgos y potenciales perdedores y, sobre todo, ganadores, la oportunidad y tiempo disponibles para acometer y elegir entre diferentes opciones para transformar dicha economía determinista e inmutable en un mundo diferente y mejor.

La economía de la abundancia parte de mucho más que un sueño. Propone transitar, desde las oportunidades, aceleradas por la disposición de tecnologías, conocimiento, capacidades reales, capital humano e instituciones, empresas y personas, al servicio de proyectos no solo viables sino capaces de generar una acelerada sinergia sistémica que, desde el inmensurable poder de la mentalidad y voluntad humanas, en contextos colaborativos reales, posibilite el logro de los sueños y deseos por lejanos y audaces que parezcan. La información base es conocida, el camino y los esfuerzos también. La voluntad u obligación inevitables de decisiones disruptivas, también.

Ambos planteamientos convergen (ya sea por necesidad o por vocación y voluntad propia) en torno a un camino de oportunidades. La tantas veces aludida innovación, la capacidad de hacer las cosas de forma diferente y, sobre todo, nuevas cosas, nuevas soluciones, nuevos marcos colaborativos y compromisos activos compartidos, nueva educación y nuevas gobernanzas, resultan interpeladas, hoy más que nunca. Hoy, lejos de “repartir la tarta existente” bajo conceptos de suma cero (lo que uno recibe, otro lo pierde), propio del modelo y pensamiento en tiempos de escasez, el pensamiento de la abundancia reclama “crear más, mayor y mejores tartas” y facilitar las oportunidades de acceso para todos creando un mundo de posibilidades adicionales y crecientes.

Para ello, de la mano de las tecnologías exponenciales, debidamente orientadas a la solución de demandas y necesidades sociales, facilitan (y condicionan) este futuro esperable. Una tecnología con rostro humano, al servicio de la verdadera innovación social, colaborativa, solidaria, empeñada en ofrecer soluciones y no abandonar ante los obstáculos que se interponen con los logros deseados. Una tecnología de infinitas áreas de actividad, esenciales, más allá de lo que pudiera parecer un mundo exclusivo de tecnologías, tecnócratas o élites dominantes. Y, por supuesto, en un mundo más rico y completo que el espacio tecnológico. Todo un espacio de futuro para proyectos vitales y, también, profesionales, incluyente y del que participemos todos.

Los múltiples desafíos exigen de todos nosotros (hoy y de forma permanente) una actitud de compromiso responsable y asunción de cuotas de esfuerzo, más allá de la reivindicación permanente apelando a soluciones, siempre, de terceros. Dualismo para  reinventar nuestros valores y sistemas educativos, repensar el mundo del trabajo, reconsiderar nuestras opciones de reparto del tiempo (trabajo, ocio y entretenimiento, redes sociales, formación…), nuestra implicación/participación en las decisiones que nos afectan, reformular verdaderos modelos y sociedades democráticas, reconfigurar gobiernos, territorios, espacios geo-políticos, nuestro rol central en el valor en salud al que hemos de aspirar y nuestra interacción permanente con terceros. Y, sobre todo, superar actitudes fragmentarias y separadoras entre espacios públicos, privados y de la sociedad civil no gubernamental. Sin duda no se trata de un camino excesivamente cómodo cuyos frutos nos vendrán dados y caídos del cielo. Apropiarte de tu futuro demanda esfuerzo y, por supuesto, renuncias u opciones.

Afirmamos aspirar a sociedades comprometidas con objetivos multi propósito para salvar el planeta, para generar y distribuir empleo, riqueza y prosperidad inclusiva, a lo largo del mundo, reconfigurando nuevos gobiernos e instituciones, entre todo un mundo de ricas iniciativas y caminos por descubrir a lo largo del tiempo. Su logro, a la vez, no es tarea fácil ni inmediata, pero sí posible. Nuevas actitudes, nuevas maneras de afrontar todo tipo de desafíos. ¿Una economía de escasez con el inevitable reparto desigual de suma cero o una economía de la abundancia con esfuerzos y relaciones de valor compartido? Una actitud y propósito en marcha. Elijamos afrontarlo desde una u otra óptica marcará la diferencia.

Estos días, el profesor John Almandoz, desde su cátedra centrada en personas y propósito, recordaba viejos mensajes de un antiguo profesor de quien aprendí no solo conceptos, sino criterios y principios para el desarrollo personal y profesional: “Sin un sentido de propósito, ninguna empresa, ya sea pública o privada, puede alcanzar su máximo potencial. Las personas, somos seres sociales, movidos por motivos intrínsecos y necesidades trascendentes, más allá de la satisfacción de nuestras necesidades materiales”.

Puestos a soñar (la pasión de trabajar por algo que merezca la pena), parecería más que razonable asumir la actitud de pensar y trabajar en una economía de la abundancia. La economía de la escasez, en su caso, nos encontraría trabajando. Y, por supuesto, alejados del miedo al futuro, apropiándonos del mismo.

Todo un desafío personal, solidario, colectivo. Complejo y exigente sin duda. Posible también.

Momentos extraordinarios. Decisiones singulares

(Artículo publicado el 13 de Marzo)

Estonia, anexionada en 1.940 por la hoy extinta URSS, declara su independencia como República en agosto de 1.991 dando fin al dominio soviético con el proceso de Restitutio ad integrum, declarando un periodo de transición conformando sus pilares constitucionales desde un nuevo parlamento, en un intenso proceso de recomposición de su soberanía anterior.

Proceso similar convergía con sus hermanas Repúblicas Bálticas de Lituania y Letonia. De inmediato, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, reconoce su independencia y da la bienvenida al “concierto libre y democrático internacional” a los “nuevos miembros, amigos y aliados”. Se inicia, a la vez, un rápido y diferenciado proceso de integración en la Unión Europea.

Hoy las tres Repúblicas son miembros de pleno derecho de la Unión Europea, han experimentado un destacadísimo avance en su calidad de vida y bienestar, plenamente integrados en la vocación y compromiso europeo y espejo referente para otros países próximos que aspiran a seguir sus pasos.

Ucrania, dentro de la enorme tragedia en la que se encuentra, resistiendo en condiciones desiguales ante una Rusia invasora, pide a la Unión Europea, al Reino Unido, a los propios Estados Unidos y al “mundo occidental” el coraje y valentía de permitirles compartir su vocación europea, fiel a su propia historia y pertenencia.

En contextos muy distintos, años antes, en agosto de 1.947, se producía el final del imperio británico en la India. El pacifismo y ayuno simbolizado en Gandhi, culminaba con una larga historia que daba sus últimos pasos y “liberaba” a más de 400 millones de personas (hinduistas, musulmanes, cristianos, sijs). Una población compleja, organizada (o dividida) en castas y sub castas, aborígenes, etc. en torno a 565 Estados “subnacionales”, con 15 idiomas, 845 dialectos, en 550.000 poblaciones. La noche anterior al final del proceso imperial, delineantes y geógrafos ultimaron las nuevas fronteras, dividen la India, establecen un nuevo mapa y configuran, sobre el papel, la nueva India y el nuevo Pakistán. Desde entonces hasta hoy, una larguísima historia.

Situaciones y momentos extraordinarios requieren medidas, procesos, tiempos extraordinarios.

Ucrania, hoy, pide su ingreso en la Unión Europea. Elige, de forma democrática, formar parte de un modelo de vida, unos compañeros de viaje, una alianza concreta. Quiere no solamente alejarse de su Estado actual, sino que realiza una apuesta esencial. Sabe, como lo saben la Unión Europea y el mundo occidental, que esta guerra injusta en la que le han metido no terminará con un conflicto “de bloques o dominios”, previos a su existencia independiente de los últimos años. Sabe que, apagado (esperemos que al publicar este artículo hayan callado las armas) el incendiario e inhumano asedio, el llamado “conflicto” seguirá abierto, que la paz no es sinónimo de cese de la violencia y que un proceso largo de normalización les espera. Todos sabemos que la necesaria reconstrucción (también física) del país, llevará mucho tiempo, pero quieren acometerla desde una Unión Europea de la que formen parte. ¿Podemos entender que situaciones extraordinarias exigen soluciones especiales, diferenciadas, únicas?

La noche del 9 al 10 de noviembre de 1.989, se producía la caída del muro de Berlín, símbolo y barrera real de una Alemania dividida. Dos bloques (Occidente-Este) suponían dos realidades, forma de vida, organizaciones político-administrativas, economía, distintas, atendiendo al bloque al que la coyuntura los había llevado. Si los vencedores de la segunda guerra mundial decidieron la separación de las dos Alemania en su momento, años más tarde, facilitaron la integración. La Unión Europea actuó de manera especial, única. Anunció que se trataba de un mismo pueblo, una ciudadanía similar y “homologada” integrable en un Estado Miembro y, en consecuencia, la Alemania del Este, pasó de manera exprés a incorporarse, de pleno derecho, en la Unión Europea. Solamente existía una Alemania. Normativa, procedimientos, tiempos y criterios de convergencia económica, pasaron a redefinirse para facilitar un tránsito exprés. Tránsito a cuyo servicio, en consecuencia, se habilitaron fondos especiales de reconstrucción e integración. Un proceso largo (para muchos observadores y significativos indicadores aún inacabado), pero dentro del paraguas de la Unión Europea.

Sin ir más lejos, cuando determinadas cuestiones de cosoberanía, o apuestas rechazables en Referéndum por algún Estado Miembro pueden generar problemas especiales en nuestra querida Unión Europea, bastan unos minutos para tomar un café de fin de semana y modificar una Constitución, un Acuerdo Esencial, etc. La política, con mayúsculas, tiene, por encima de todo, la capacidad (y obligación) de innovar soluciones a los grandes problemas a los que se enfrenta la sociedad a la que sirve. Su límite reside en la representación y legitimidad democrática. Leyes, normas, figuras administrativas son modificables cuando la necesidad, oportunidad, bien común y voluntad democráticas lo alientan, reclaman y permiten. Hoy, Ucrania (Europa y el mundo, también) requiere una solución extraordinaria. Sin duda la decisión implica tiempos y recorridos complejos, pero, la voluntad, inteligencia y “lenguaje del poder” que gustan recordar algunos de los líderes europeos, aconsejan no solo una respuesta ampliamente demandada, sino abordar la enorme y extraordinaria oportunidad que se presenta.

Rusia está y estará allí. Sus motivaciones y sentimientos, de una u otra forma, persistirán en el tiempo. Los de Ucrania también. Los de la Unión Europea también.

El mundo necesita una oportunidad para la paz y para un recorrido hacia la normalización y la convivencia entre espacios distanciados, diferenciados. Parecería que es tiempo de nuevas soluciones, nuevos mecanismos, nuevas ideas.

La sangría padecida ya hasta este momento (muerte, evacuación, desplazados, vidas y proyectos de vida desaparecidos, sueños destrozados, país destruido…) exigirá una intervención solidaria y colaborativa múltiple (más allá de parar la guerra), esfuerzos diplomáticos negociados complejos y largos (más bien permanentes) y, sin duda, todo parecería indicar que hacerlo en un marco estable de pertenencia a un club especial, paraguas, de libertad y derechos humanos y bienestar, facilitarían la vida de quienes han de afrontar, directamente, este calvario.

La Unión Europea es plenamente consciente de su imprescindible reinvención. Demasiados años de continuismo o “innovación controlada y falsa sensación de cambio y transformación”. Está inmersa en un proceso de revisión y reorientación (como, dicho sea de paso, la totalidad de organismos internacionales), en un mundo demandante de transformaciones disruptivas que exige, también, innovación en su gobernanza, reglas de juego y nuevos caminos a seguir. Quizás estemos ante un elemento externo acelerador, obligado, del cambio (conceptos, velocidades, decisiones).

En estos momentos, la propia Unión Europea está inmersa en un amplio debate (Conferencia sobre el futuro de Europa) “escuchando la voz y propuestas de los ciudadanos” como base para redefinir su nuevo futuro. Sus valores, su verdadera democracia interna, su reconfiguración política, económica, administrativa, sus políticas y estructuras de seguridad y defensa, su rol e interlocución en el mundo, están en revisión y habrían de integrarse en sus transiciones verde, digital, industrial y de empleo en curso, la modificación, ampliación o réplica del Next Generation y nuevas iniciativas de todo tipo. Europa, en plena situación bélica, “se mantiene unida para manifestar su solidaridad con Ucrania y junto con sus socios internacionales seguirá apoyando a Ucrania y a su población, lo que incluirá un apoyo político, financiero y humanitario adicional”. (Declaración oficial de la Unión Europea).

Joe Biden, en su discurso del Estado de la Nación, afirmaba esta semana: “Estamos con Ucrania. Defender la libertad nos resultará costoso, pero es lo que debemos hacer”. El “costo adicional” nos implica a todos, al servicio de la libertad ansiada. Sin duda, ya asistimos a los efectos, más allá del coste humano que, sobre todo, sufre, padece y paga Ucrania con sus vidas, sus sueños, sus derechos pisoteados, asistimos a toda una sucesión de cambios relevantes en el contexto económico-político-social. Nuestra Unión Europea concibe y aprueba ayudas de Estado de carácter especial, facilita impuestos extraordinarios para sectores (en especial energía) y empresas específicas, modifica el precio ciudadano y empresarial de la electricidad desacoplando el efecto del gas (hasta hace unos días “inamovible”), empresas relevantes cierran su actividad y abandonan Rusia, aplicamos nuevos modelos y políticas migratorias tratando de facilitar la libre entrada y movimiento de ucranianos en el espacio europeo con planes básicos de acogida, se diseña la emisión de bonos europeos, mutualizados, para el pago de la nueva factura, se aceleran los plazos y medidas para el desarrollo de las energías renovables y se reactivan plantas regasificadoras y bolsas de reserva gasista redefiniendo las políticas verdes, de descarbonización y lucha contra el cambio climático, se vuelve al debate sobre la seguridad y defensa europea, complementaria de la OTAN…Todo un nuevo catálogo de “decisiones y planes especiales”.

En definitiva, complejidad e incertidumbre SÍ, pero una gran oportunidad para una necesaria actitud y activación especial y diferenciada. Posiblemente única. Libertad, paz, democracia como ejes-objetivo y motor de decisiones extraordinarias. Paremos la guerra SÍ, pero, a su vez, ayudemos a que no siga abierta más allá del deseado alto al fuego.

Ucrania-Europa hoy es una prioridad. Decisiones singulares para tiempos extraordinarios.

Proteger (construir) el bienestar mundial

(Artículo publicado el 27 de Febrero)

Tras una semana que asomaba a las luces optimistas de una acelerada recuperación de la economía y una ventana de oportunidad para la progresiva normalización de las relaciones y actividad social, reinicio de planes viajeros y movilidad, cayendo las obligadas restricciones que provocó la pandemia (a la que aún queda un largo trayecto por recorrer), acompañados de mensajes y expectativas positivas transmitidos tanto desde gobiernos, como de prestigiosos fondos de inversión, líderes empresariales, académicos e incluso epidemiólogos y profesionales de la salud pública y nuevos indicadores de una renovada sociedad saludable y feliz, “llegó Putin a Ucrania y mandó parar…”

Terminamos la semana hundidos en la preocupación e incertidumbre de una interacción militar de alcance incalculable, trayendo, nuevamente, el horror de la guerra a Europa. De momento, ni la diplomacia, ni las presiones sancionadoras, ni la razón y legalidad internacional han logrado evitar la sin razón de una catástrofe envuelta en “objetivos desmilitarizables” que, en un cínico juego del lenguaje, anunciara Putin para intervenir/entrar/invadir un país soberano (del que en realidad nunca ha terminado de irse del todo). Una Ucrania que, en realidad, ha quedado abandonada por Europa y la OTAN a lo largo de los años, tras su voluntaria y valiente vocación de clara apuesta y dirección europeísta, esencial para su propio desarrollo, para su papel central en la propia integración y seguridad geopolítica junto con sus “hermanas” bálticas y clara frontera del no retorno para el País y sus vecinos del Este, así como garantía de equilibrio y estabilidad para la propia Europa en su conjunto. Un nuevo limbo en un espacio de nadie, sujeto a pretensiones y objetivos de terceros. Como diría el presidente de Ucrania, Volodimir Zelinsky, en su encuentro del pasado viernes con los jefes de gobierno europeos: “Aquí ha habido mucho miedo. Yo no lo he tenido”. “Slava Ukraini – Gloria a Ucrania”

El pasado jueves, la ex Secretaria de Estado en la era Clinton, Madeleine Albright, publicaba un interesante artículo desde la esperanza (más deseo que certeza) de la no intervención. Narraba su primer encuentro en Moscú con Putin, sucesor entonces de Boris Yeltsin, a quien deseaba conocer personalmente más allá del conocido CV previo en su conocido paso por la KGB. Refleja algunos elementos destacables que hoy parecen una evidencia generalizada. Resumía que encontró a un hombre frío, convencido de asumir una misión esencial: recuperar la grandeza de la ex Unión Soviética, reconstruir un espacio propio que entendía era el que se les había quitado con la complicidad activa de occidente (Estados Unidos, OTAN, Unión Europea) y la imperiosa necesidad de ganar (recuperar) tamaño, peso, predominio como potencia mundial. Ucrania, ayer y hoy, era y sería rusa. Añadía sentirse reforzado por las deficiencias democráticas de Occidente (en especial en Estados Unidos) y que él podría jugar con las mismas armas que “el enemigo bueno”. Hoy, ese breve análisis que incorporó a sus notas oficiales supone un profundo reflejo de la terrible vuelta de la guerra a Europa, sus muertos, desplazados, destrucción de tantos proyectos de vida y consecuencias, también, económicas en y para Ucrania, Europa, el mundo.

A estas observaciones, horas antes de la invasión formal se reunían en Kiev tres ex ministros de exteriores de Estonia, Letonia y Lituania no solo para dar su apoyo a Ucrania y alzar su voz para denunciar el ataque por venir, sino para reclamar el apoyo europeo y occidental recordando que no solo se invadía la soberanía ucraniana, sino la progresiva destrucción de las apuestas libres, democráticas y europeístas de las repúblicas bálticas, del resto de la Europa del Este y quienes, en su día, optaron por caminos y futuros diferentes a su preexistente organización político-administrativa en el marco de la URSS, hacia un espacio de libertad y desarrollo. Creyeron en la nueva y vieja Europa que les abría las puertas y confiaron compartir un, entonces, ilusionante proyecto a futuro.

Hoy, desgraciadamente, cobra especial relevancia volver la mirada a las muchas líneas de reflexión que se han venido multiplicando en el espacio pandémico, focalizados en la inevitable necesidad de abordar una transformación radical de mecanismos, políticas e instrumentos de gobernanza multilateral, dirección de bienes públicos mundiales, estrategias para un futuro mejor y distinto. La propia Unión Europea, la OTAN, el rol de Estados Unidos, la OMS hablando de salud-pandemia, desde su relevante presencia en los principales foros globales, presentes de una u otra forma (por activa o por pasiva) en las grandes decisiones, acontecimientos, soluciones y sus consecuencias, requieren sus propias transformaciones radicales. Hoy vistos desde dos escenarios complejos y dolorosos, con el peor de los resultados constatables: una guerra. Pero esta inaplazable redefinición, más que funcional, es el medio y largo plazo. HOY: ¡STOP WAR-PARAR LA GUERRA! La diplomacia imperfecta es la vía que nos queda y que ha de agotarse parando la destrucción. Los progresivos paquetes sancionadores han de servir para provocar cambios y ritmos de decisión, condicionar a la sociedad rusa para favorecer el alto al fuego y tomar nuevos rumbos, repensando el fortalecimiento de las soberanías, en este caso, europeas y sus sociedades y gobiernos democráticos. Es más que probable que se imponga un espacio temporal (desgraciadamente inestable e incierto) de tregua y n agresión que comprometa el siempre complejo y dilatado camino de las soluciones y voluntades contrapuestas. A partir de aquí, todo un largo camino transformador está pendiente. Europa ha de repensar, seriamente, sus estrategias, estructuras y apuesta real de futuro. Y, por supuesto, Estados Unidos en sus prioridades estratégicas e inclinación asiática en el horizonte, repensando y reconfigurando su estrategia exterior.

Decía al principio que iniciábamos una semana bajo luces de optimismo. Sobre la mesa, dos informes de lectura recomendada: “Construir un futuro mejor: asumir el desafío construyendo una economía mundial más verde, más digital, más saludable e inclusiva” (imf.org/2021) y “Lecciones básicas de la felicidad” (Jeffrey Sachs: Centro para el desarrollo sostenible de la Universidad de Colombia).

Ambos trabajos refuerzan sus reflexiones en lo que consideran las lecciones aprendidas de la pandemia, para abordar un mundo lleno de oportunidades que habrán de llevarnos a superar problemas y dificultades. Sachs, incide en uno de los grandes debates que, en teoría, parecerían hoy oficiales y generalizados en la constatación de un cambio de indicadores-objetivos de desarrollo, más allá del PIB, a la búsqueda de sociedades saludables e inclusivas, mitigadoras de la plaga de la desigualdad y el reposicionamiento permanente de la persona-sociedad en el centro de cualquier estrategia. Resume en la necesaria transición hacia los indicadores de la felicidad, lo que llevaría a sociedades y políticas gubernamentales rediseñadas, atendiendo las necesidades económicas de las personas, su salud física y mental, sus conexiones sociales, el sentido de propósito y confianza en gobiernos, instituciones y liderazgos empresariales. Elementos que entiende se han visto castigados o deteriorados en esta etapa pandémica que ha fomentado crecientes niveles de ansiedad, depresión clínica, aislamiento social y, en muchos lugares, pérdida de confianza en liderazgos y gobernanza.

Incorporar esta línea de trabajo y otros nuevos espacios del pensamiento socioeconómico y estrategias de gobernanza, nuevos roles, ampliados, de las empresas en su objetivo esencial para la generación de riqueza y bienestar, y un nuevo “contrato social” (derechos, obligaciones, compromisos, responsabilidades) de todos en la búsqueda de valor compartido, habrán de constituir la “savia renovada” para afrontar los desafíos generales a los que hemos de enfrentarnos.

La fragilidad percibida, la incertidumbre permanente, la en ocasiones pérdida de perspectiva, el abandono de nuestros compromisos y responsabilidad activa en la cuota de contribución que nos es exigible, constituyen condicionantes determinantes y prioritarios, para el éxito de los retos que afrontamos.

Hoy, más que nunca, está en nuestras manos proteger el bienestar mundial (y el nuestro próximo).

Quizás concluimos la semana con más barreras para “la nueva etapa de relanzamiento, recuperación y transformación” que aquellas con las que la empezábamos, pero ni los desafíos han cambiado, ni sus soluciones son inmediatas, ni lloverán del cielo. El propósito y empeño son claros, los caminos suficientemente visibles, las oportunidades ilimitadas.

Recorramos este último tramo hacia el propósito deseable. Anticipemos decisiones.