¿Aires nuevos? Poniendo nuestras apuestas en valor

(Artículo publicado el 31 de Junio)

Las tres principales “familias políticas europeas” (excesivamente distantes entre sí, poco reconocibles en su seno, con líneas ideológicas escasamente alineadas en cada grupo) han acordado mantener un reparto tradicional al frente de las Instituciones evitando el ingreso de nuevos jugadores que pudieran “alterar” los equilibrios fundacionales de una Europa, en un contexto de incertidumbre (y deseable transformación). Previsiblemente, acordando un camino más o menos compartido en torno a principios y valores de una “Unión Europea” abanderada de la democracia, de los derechos humanos, de un Estado de bienestar impulsado por un cierto “modelo social de mercado” con todos los matices e intensidades que se quiera, preparándose para afrontar cambios sustanciales que se traducirían tanto en una nueva Europa, como en garantía de la reconfiguración de sus Estados Miembros, su composición y gobernanza. Quedaría pendiente la distribución de su Colegio de Comisarios o Gobierno de la Comisión, con posibles alteraciones relevantes dado el diferente peso ganado por otras fuerzas políticas en diferentes elecciones de estos días, en especial, en Francia y el peso destacado de Italia. Aquí veremos como lo que parece que no puede compartirse en la gobernanza de Estados Miembros, si es posible y deseable en Europa.

Nuestra Europa afronta grandes retos de enorme magnitud, repensando la manera de generar una “autonomía estratégica” relevante para codirigir el futuro mundial y no verse relegada o anulada en la veloz carrera tecnológica, de crecimiento y de peso real en las variables que hasta hoy han dominado un mundo basado en peso demográfico, PIB, capacidad militar, entre otros.

Autonomía estratégica atenta, también, a una reorientación geográfica desplazando su fuerza a núcleos periféricos, fruto de las sucesivas ampliaciones alejadas físicamente y del eje francoalemán-Benelux y culturalmente retador de diferentes grados de gobernanza, estadios de desarrollo y, sin duda, rodeados de las grandes amenazas bélicas y/o fronterizas con espacios no unión-europeístas. Estos movimientos, inevitables (yo diría, deseables) vienen acompañados de tensiones (en su mayor parte positivas para el largo plazo) hacia compromisos de más, mejor y próximo autogobierno, singularidad, identidad, sentido de pertenencia y dirección de sus propios destinos cocreando valor en el seno y marco europeo como las autonomías regionales diferenciadas (Italia), el nuevo Pacto de Construcción Europea y Autonomía regional (Francia), la inaplazable reconfiguración del Estado Autonómico en el Estado español (hacia nuevas fórmulas de confederación), las estructuras Federales crecientes en toda Europa y, por supuesto, la revisión de una compleja nueva institucionalización y gobernanza europea.

Procesos complejos, que requieren largo plazo, pero firme y con propósito y dirección observable y constatable. Esta nueva Europa por redefinir se enfrenta a un reto desafiante de máxima actualidad y urgencia que la pondrá a prueba: Ucrania. ¿Cómo ganar su doble victoria ansiada, apoyada, prometida? Ganar la paz y su normalización si, a la vez que, también, reconstruirla generando un nuevo futuro, distinto, de prosperidad. Un nuevo estado-nación, miembro de la Unión Europea, vecino estable, seguro y conviviente con quienes fuera de la Unión, lo rodean. Más allá de las infraestructuras, todo un reto de reflexión, reconstrucción y reorganización de una vieja y nueva nación, miembro de esa Unión o Espacio Europeo por rediseñar.

La Europa que tenemos por delante, como recordaba Mario Draghi hace unos días: “Se parece muy poco a la que habríamos previsto antes de las últimas crisis financieras, de la COVID, de la invasión de Ucrania, de la tragedia en Oriente próximo, de las ausentes resiliencias demostradas, de los estragos meteorológicos y del cambio climático, de la conveniente construcción de un arsenal democrático de seguridad y defensa, de la regulación y acogida de masas migratorias y las demandas crecientes, desbordantes de las personas a la búsqueda de proyectos de vida y libertad”. Ante esta descripción, más o menos explicitada, concluye con un clamor: “Soluciones radicales disruptivas”. No caben parches, ni pequeños pasos continuistas a la espera de respuestas mágicas. Panorama no aislado de nuestra querida Europa, en un momento en el que, a su vez, es tiempo de repensar, redefinir, reconfigurar nuevas Instituciones multilaterales internacionales a la búsqueda de nuevos mosaicos y mapas orientadores de una nueva navegación en procelosos mares geopolíticos y geoeconómicos, sujetos a nuevas presiones, demandas y orientaciones exigibles por sociedades cansadas, demandantes de una vertiginosa respuesta total e inmediata no ya a necesidades y soluciones colectivas, sino a cualquier reivindicación absoluta de peticiones individuales, la mayor de ellas, con mínima contrapartida de compromiso individual de parte.

Momento, también, en el que nos hemos acostumbrado a las bondades del endeudamiento y el capital asequible que ha posibilitado (afortunadamente) minimizar los efectos negativos de una pérdida de bienestar percibido o real, sufragar enormes necesidades sobrevenidas y avanzar en las largas transiciones (energética, industrial, tecnológica, digital, alimentaria, de crecimiento, salud…) a las que hemos puesto un punto final de llegada, con escaso trayecto riguroso y medible de su impacto. Un camino hacia la meta deseable (compartible) sin identificar los esfuerzos, sacrificios y esfuerzos previos (individuales o sin compromiso personal) que requieren en fases intermedias. Tiempos que no suponen nuevos posicionamientos ignorando lo positivamente ya realizado en el camino, ni olvidado desprecio de lo ya realizado y sobre lo que se ha de seguir construyendo.

Y, así, con un cada vez más agobiante sentimiento y preocupación colectivo por “salvar la democracia, seguridad y estado de prosperidad y bienestar” que hemos vivido y disfrutado, olvidando en gran medida, el coste enorme que ha supuesto su logro.

¿Pedimos mucho a Europa? ¿Esperamos mucho de Europa? ¿Hacemos mucho por Europa?

Por encima de todo, hemos de “poner Europa en Valor”, creemos en sus bondades y necesitamos reescribir el QUÉ y el CÓMO prioritarios, conscientes de que el “todo a la vez en todas partes” será la mejor manera de frustrarnos en el intento.

Miremos a Europa no como un “ente abstracto y todopoderoso” que nos “regalará” un futuro de deseos ilimitados. Entendemos Europa, sí, como un espacio de principios, libertad, democracia, prosperidad y desarrollo inclusivo, coprotagonista de un nuevo mundo por construir, exigente, demandante y que espera mucho de todos y cada uno de los europeos. Solamente así, la pondremos en valor y nos acercaremos hacia los fines esperables.

Así, una vez conformado el nuevo entramado institucional, avancemos de la mano de un “Decálogo Disruptivo y Radical” que, respondiendo a lo aquí señalado, bien podría expresarse de la siguiente manera:

  1. Europa como espacio con autonomía estratégica para identificar y coprotagonizar un nuevo futuro de democracia y prosperidad inclusivas.

 

  1. Una Europa “reconstruida”, transformando sus fronteras (externas) e internas en sus Estados Miembro, conforme a una libre determinación y elección de futuros diferenciales, acorde con sus voluntades democráticas, capital institucional, vocación de gobernanza-compromiso e identidad, bajo modelos colaborativos en un espacio europeo renovado. Renacer Europa y sus Miembros.

 

  1. Trabajar en la doble victoria de una Ucrania-Miembro, redefiniendo las condiciones de un futuro exnovo, diferente al pasado punto de partida.

 

  1. Una Europa reequilibrada con el nuevo balance de su extensión más hacia el este y mejor conectada-comprometida con su Gran SUR llamado a sus puertas.

 

  1. Una reinvención organizativa, administrativa, institucional, democráticamente activa, desde principios con manos que regulen el poder implícito en sus decisiones.

 

  1. Un pacto de endeudamiento-financiación y uso al servicio de los determinantes socioeconómicos-sostenibles de los europeos y las necesidades colaterales, en origen, de su inmigración creciente, ordenada.

 

  1. Una Europa atenta a un ordenado “arsenal democrático” para hacer la paz y no para asumir la permanencia en la guerra.

 

  1. Un espacio verdaderamente democrático, más allá del derecho a voto, tiempo a tiempo, exigente y árbitro de la correcta gobernanza que no utilice atajos torticeros, desde el abuso de mayorías coyunturales o consensos acomodaticios continuistas,

 

  1. Una Europa realista y honesta optimizando los tiempos e hitos asumibles de las importantes transacciones en curso, al servicio de rutas esperables y compartibles pero conscientes de las realidades de partida e intermedias.

 

  1. Una Europa creativa, productiva, competitiva, solidaria, inclusiva, que recupere el mérito, esfuerzo y compromiso construyendo verdadera prosperidad y bienestar, entre todos en condiciones de aportar valor.

En definitiva, una Europa que trasciende de sus propias estructuras de dirección y gobierno apelando a la Sociedad europea y al compromiso participativo, real y exigente, de los ciudadanos europeos.