¿Abordar los desafíos de una nueva era?

(Artículo publicado el 25 de Febrero)

La reciente convocatoria electoral al Parlamento Vasco a celebrarse el próximo 21 de abril, dando lugar a la configuración de un nuevo gobierno, se produce en un contexto de polarización mundial entre extremos caracterizados bien por quienes, ausentes y obstaculizadores de lo construido hasta el momento, proclaman la necesidad de nuevos ciclos que se supone resolverían todas las demandas exigibles por sociedades con sensación de insuficientes respuestas a todo lo demandado para hoy, a la vez, en todas partes, culpabilizando a los gobernantes en ejercicio de fallos o insuficiencia en sus políticas y soluciones esperables, mientras se autoproclaman como nuevos actores que pretenden pasar del no al todo, a la  promesa salvadora de un paraíso idílico que llegaría de sus manos, aparentando haber sido ajenos a lo sucedido hasta el momento. Su activa oposición a iniciativas constructivas se esconde tras la máscara de la novedad y la falsa ausencia de protagonismo destructivo. Confrontan su alternativa a quienes, desde la responsabilidad de afrontar las dificultades, se han responsabilizado de la construcción de la situación actual, liderando e impulsando el camino hacia un futuro mejor para las sociedades de las que forman parte, a la vez que sirven desde su vocación de servicio y aspiraciones de lograr un mundo mejor.

Coinciden los tiempos con el anticipo de un artículo a publicar la próxima semana en el número de marzo en la revista Finance and Development, “abordar los desafíos de una nueva era: contra la regla general de la economía”, del prestigioso economista Dani Rodrik (profesor de Política Económica Internacional en la Kennedy School of Government, de la Universidad de Harvard). Rodrik aborda el cómo “los problemas de mayor impacto en nuestro tiempo exigen remedios pragmáticos apegados a la realidad del contexto en que se desarrollan”, y recurre a dos elementos clave para exponer sus ideas y sugerencias: la etiqueta en boga del NEOLIBERALISMO como corriente simplista y descalificadora de todo lo realizado por quienes han participado de una corriente del pensamiento económico predominante, y lo que plantea como ¿“un nuevo entendimiento del futuro de la globalización”?, para orientar lo que cree debe ser un nuevo papel esperable del pensamiento económico más allá de posicionamientos simplistas y generalistas, además de únicos.

El mencionado artículo resulta pertinente y adecuado a mi referencia inicial. Una amplia ola de convocatorias electorales dominan el horizonte a lo largo de este 2024 y, como no puede ser de otra forma, supondrán el contraste y apelación a diferentes modelos: los aspirantes a gobernar hablarán de cambios de ciclo, se aludirá a diferentes y “nuevos” desafíos, escucharemos “alternativas mágicas” que vendrán de la mano de quienes no han contribuido con soluciones realistas o experiencias exitosas, y pretenderán descalificar a “sus oponentes” sobre la base de etiquetas que enmascaren la complejidad de la realidad que prometen transformar. Es en esta línea en la que cobra relevancia especial la apelación al neoliberalismo como pensamiento económico supuestamente responsable de todos los males que afectan al conjunto de sociedades, naciones y personas a lo largo del mundo, señalando sus fallos con una extensión generalizada dando por sentado que las políticas implantadas en diferentes países han sido las mismas y responden a guías, remedios e instrumentos idénticos, bajo el “pensamiento único” de gobiernos que optaron por ponerse en manos del mercado, por dotarse de una arquitectura fiscal y presupuestaria concreta, por renunciar a políticas de economía real, por propiciar una continua especulación financiera con un desmantelamiento de los servicios públicos, por una permanente inhibición de los gobiernos en sus roles y políticas públicas, por acceder al caramelo irresponsable de una desmedida privatización, a una maligna vocación de hundimiento de las clases medias y de una deseada ausencia de atención a las poblaciones más vulnerables, ajenos a los desafíos de una economía por llegar. Rodrik destaca cómo ha sido precisamente la etiqueta neoliberalista la que ha pretendido explicar los resultados que las diferentes políticas económicas que se han llevado a cabo a lo largo del mundo han terminado con unos resultados insatisfactorios destacando, cómo este mensaje y políticas extendidas han calado (debidamente instrumentalizadas desde quienes obtienen frutos acordes con sus intereses particulares) sin, peor aún, evaluar lo aplicado y comprobar si lo que dicen que se ha producido es una apuesta neoliberal o no lo es. Maligna etiqueta que penetra como la plaga mortífera del adversario. Con Rodrik, neoliberalismo supone la prioridad en la expansión de los mercados (en especial en términos de globalización) y el rol a desempeñar por los gobiernos poniendo restricciones específicas a su intervención, un desmantelamiento de sus administraciones y servicios públicos y una supeditación exclusiva a la rentabilidad y beneficios económicos, financieros y de capital. Movimiento de “pensamiento único” trasladado a foros internacionales de decisión global, huyendo de la diferenciación local, de sus contextos, de sus bases y fortalezas (y debilidades) de partida, y de las necesarias aspiraciones específicas para futuros diversos, atendiendo a las comunidades y naciones a las que han de servir. Pensamiento y proceso que ha generado ganadores y perdedores.

Dicho esto, se pregunta si son estas las políticas que han aplicado los países que sí han tenido éxito. Observa cómo el mundo de la economía ha sido testigo del récord de crecimiento de la economía mundial (sobre todo, en países en desarrollo y menos favorecidos) y una considerable mitigación de la pobreza extrema y la desigualdad. “Neoliberalismo” es la etiqueta descalificadora que el populismo reinante utiliza en su confrontación con el gobierno a sustituir y les posibilita la autoexclusión de su responsabilidad en los problemas generados.

Sin embargo, el autor reseña, cómo si observamos los países con mejores niveles de desarrollo, con menores niveles de desigualdad alcanzados, a lo largo de estas décadas, constatamos que son precisamente aquellos cuyas políticas no responden ni al esquema neoliberal, ni mucho menos al estatalismo de mando único totalitario o de bajos niveles democráticos. Estos países exitosos y referentes apostaron por estrategias y políticas industriales, por desarrollos económicos inclusivos aplicando políticas sociales y económicas a la vez, por inversión pública significativa, por potenciar sus instituciones, por intervenir en la economía desplegando todo tipo de instrumentos de promoción económica, generando múltiples empresas públicas, lideraron procesos coopetitivos con su tejido económico empresarial privado y social, fortalecieron su capital humano, potenciaron su interconexión con el mundo desde su propio coprotagonismo, se apropiaron de su propio futuro y trabajaron contra corriente para llevar adelante sus aspiraciones estratégicas en beneficio de sus ciudadanos, transitando hacia nuevos espacios de futuro, potenciando administraciones públicas de calidad y eficiencia de servicio, a la vez que velaron por su sostenibilidad, suficiencia presupuestaria y redes de bienestar para toda su población. Cualquier observador objetivo, no interesado en destruir lo construido, y entendedor de la realidad y de los verdaderos retos de futuro, encuentra en el País Vasco de hoy, por ejemplo, todo un ejemplo de estrategias anticíclicas y anti neoliberales. El modelo vasco de desarrollo humano sostenible ha dados sus frutos. Puso en valor la industria manufacturera como base cultural, económica y social de máximo potencial en torno a la cuál desplegar una intensa red de bienestar, facilitadora del reparto de beneficios y costes sociales y económicos, potenció el empleo de calidad, formal, de largo plazo, la generación de empleos de alta cualificación, empleabilidad y rentas dignas, la educación,  la salud y el bienestar social universal al servicio de la población con especial atención a las capas más vulnerables de la población con la máxima erradicación de la pobreza y la desigualdad, la preparación de las infraestructuras que evitarán su marginalidad en la periferia europea (aunque quienes se empeñaron en destruir y se proclaman, hoy, portavoces de nuevos tiempos, torpedearon, paralizaron, atacaron y convirtieron en demagógicos objetivos anti país) y hoy critican largos plazos en la ejecución de proyectos, supuesto déficit planificador o retraso en la apuesta por determinadas tecnologías o soluciones cuyo desarrollo impidieron desde su oposición ideológica.

Por contra, quienes siguieron al pie de la letra el mantra de la globalización y renunciaron a decisiones propias, ahondaron su distancia y son, precisamente, quienes hoy han de reconducir sus fallos aprendiendo de quienes han marcado una pauta distante y distinta y son objeto de aprendizaje, admiración y seguimiento. Si se quieren etiquetas, aplíquense con objetividad a decisiones y comportamientos reales.

En realidad, sabemos que la economía es, sobre todo, una manera de pensar y no un manual de inventario guía de políticas únicas y que no puede aplicarse (ni copiarse, ni extenderse) por igual a lo largo del mundo y en todo tiempo. Resulta esencial entender el contexto y adecuar la imaginación innovadora a las demandas y posibilidades de un país concreto. El mundo hoy sabe que las panaceas anunciantes de una distribución única de beneficios para todos no pasan por renunciar al compromiso, a la toma de decisiones con riesgo, esfuerzo y sacrificio y que, menos aún, no pueden dejarse en manos de quienes viven alejados del impacto que las mismas generen.

Son tiempos de grandes desafíos que exigen erradicar falsos mesías y peores promesas demagógicas que tras la descalificación del adversario político, etiquetado tras un mantra absolutamente falso, anuncien un teórico “Estado de Bienestar” que vendría  soportado, por generación espontánea, desde un espacio idílico configurado por un ecosistema público político-sindical-funcionarial que, además de profundizar en la creación de un dualismo social, entre quienes tengan un empleo de por vida al margen de su educación-formación adecuada a las cambiantes necesidades y roles que la sociedad demande de sus administraciones y del resto que habrá de afrontar un complejo proceso permanente de preparación para su empleabilidad y bienestar en un mundo lleno de transiciones, desafíos y nuevos jugadores.

El desafiante mundo de lo que algunos conciben como “nueva era”, se compone, entre otras cosas, de innumerables espacios soberanos, con puntos de salida muy distintos, con demandas sociales diversas y distintas, con actores y agentes socioeconómicos, políticos e institucionales muy diferentes, con aspiraciones y vocaciones variadas y diferenciales. Para este mundo, el pensamiento económico solamente servirá si nos ayuda a ampliar nuestra imaginación e innovación colectiva evitando la receta única. Necesitaremos, sí, nuevas políticas orientadas a generar respuestas a las sucesivas demandas sociales, cambiantes. Soluciones cada vez más interconectadas en el marco de los hoy tan en boga “ecosistemas”, desde capacidades de alianzas, credibilidad y confianza, entendiendo un mundo abierto, pero en el que todos y cada uno de los tan vilipendiados “espacios locales” tienen y tendrán cada vez más, un extraordinario valor diferencial, una mayor capacidad de resiliencia, una mejor y mayor adaptabilidad a los cambios por venir, y a la fuerza creadora y fortalecedora del capital humano. Construiremos un mundo más equilibrado, mitigaremos las desigualdades y ampliaremos la base de esfuerzo, compromiso y aportación colectiva, acreedora de los derechos y beneficios correspondientes. Crearemos nuevos espacios colaborativos, profundizaremos en la codecisión e innovaremos y articularemos nuevas políticas, nuevos instrumentos al servicio de un verdadero bien común por redefinir. Solamente, así como recuerda Rodrik en su mencionado artículo: “aceleraremos las transiciones para los desafíos globales desde la realidad de partida y posibilidades de cada uno, crearemos economías inclusivas, provocaremos el desarrollo económico y facilitaremos la empleabilidad de calidad productiva motivadora y digna”.

Eso sí, habremos huido de falsas promesas y confiado en recorrer tan largo, complejo y motivador trayecto con quienes sí sabemos construirán país-sociedad y no con quienes prometan reencarnarse en algo diferente a lo que han hecho y demostrado hasta ahora.

Elegir modelos… mucho más que un impulso mediático

(Artículo publicado el 11 de Febrero)

Prácticamente la totalidad de análisis publicados apuntan a que 2024 se enfrentará a múltiples desafíos y hechos relevantes entre los que se destaca, de una u otra manera, una significativa celebración de procesos electorales que supondrán la entrada y configuración de nuevos gobiernos a lo largo del mundo, dando por sentado que, más allá del impacto directo que generen en sus diferentes países, afectarán, en función de sus resultados, al ya de por sí complejo tablero geopolítico, a la vez que un potencial deterioro democrático o, al menos, la reconsideración de su ejercicio ante el aparente creciente reclamo de una participación más directa, comprometida y continua en la toma de decisiones, el control de los elegidos y las principales líneas estratégicas y políticas públicas de sus gobiernos.

Con este contexto de fondo, más allá de elecciones singulares de máximo interés, país a país, se destacan las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América, previstas para el próximo noviembre, que parecerían impactar de manera trascendente en nuestras vidas y proyectos personales, profesionales e incluso políticos. Hoy, no hay analista que no sitúe dichas elecciones como foco en el ya complejo tablero internacional, impregnado no ya de múltiples conflictos y mortales decisiones, sino de imprevisibles consecuencias de todo tipo, soluciones o no a una tensionada y potencial crisis económica y, por supuesto, al rol que como jugador de primer nivel pudiera o no desempeñar los Estados Unidos. Así, hoy más que nunca, el “chascarrillo popular” que sugiere que en dichas elecciones deberíamos votar todos, estadounidenses o no, con “mayor relevancia que lo que decidamos en casa”, parecería revestir cierta consideración. No es de extrañar que estemos pendientes y preocupados del proceso que apunta a elegir, en principio, entre dos candidatos y modelos distintos: el expresidente Donald Trump y el actual presidente Joe Biden. Panorama difícil de entender para un espectador externo a quien resulta imposible ver un expresidente con tal cantidad de procesos judiciales abiertos (sobre todo, con el “asalto e incitación al Congreso para impedir o alterar la nueva presidencia democráticamente elegida”). Con un Congreso y Senado totalmente enfrentados, el presidente Joe Biden, parecería situado en bajísimas cuotas de popularidad, transmitiendo escaso atractivo para las futuras generaciones de americanos que pudieran mostrar cansancio, hartazgo y desafección como si su futuro no estaría condicionado por diferentes decisiones y como si la relevancia de la política, los gobiernos y su presidencia no determinarán su futuro, el de su familia y su economía y país. En el exterior, no podemos evitar preguntarnos por la diferente manera en que uno u otro impulsarían o no  la recuperación del rol internacional que Estados Unidos, que como coprotagonista o líder indiscutible, venía jugando en los últimos  tiempos, y el que pudiera desempeñar a futuro, dejando huérfano un nuevo mundo multilateral necesitado de recomponer sus foros y centros de decisión “globales”, su interlocución con terceros dispares, diversos, enfrentados, pese a los esfuerzos de nuevos jugadores emergentes.

Sin duda, el ejemplo estadounidense no es cuestión, solamente, de una persona u otra, de un líder más o menos agraciado o simpático, o de una elección pasiva sin una reflexión profunda sobre el modelo y futuro que tras la misma habrá de ofrecerse a la sociedad, más allá de nuestras propias vísceras, intereses individuales o moda mediática.

Obviamente, no se trata de que “ellos” voten peor que nosotros o que deban elegir a quien desde fuera pudiera parecernos el más adecuado. El último número de “The Economist” titula un interesante y amplio artículo en el marco de un monográfico al respecto, que viene a titular: “La elección del futuro presidente la decidirán los inmigrantes”. Y, por supuesto, no se refiere a la papeleta que no pueden emitir y ni siquiera a aquellos acogidos regular y legalmente en los Estados Unidos (3,1 millones de personas en el último año), sino a aquellos cerca de, nada menos que, 160 millones de personas que, en los principales países de emigración hacia Estados Unidos, manifiestan su voluntad y esfuerzo en emigrar hacia Estados Unidos como su destino ideal para encontrar una vida mejor. “La bomba de la frontera”, principalmente al sur del Río Bravo, concentra masas migratorias, a la espera de arriesgar sus vidas para entrar en suelo americano. La espera impacta, tras un penoso recorrido, en sus poblaciones fronterizas, excediendo la capacidad de respuesta de todos los países origen-destino implicados. Así que, efectivamente, el futuro presidente puede ser elegido indirectamente por inmigrantes sin derecho a voto, a través de las presiones y consecuencias en el exterior, determinantes del impacto generable en el americano elector que, por lo general, muestra su malestar y preocupación por sus consecuencias en su propia realidad vital.

¡A la búsqueda de un mundo mejor! A la vez, a lo largo del mundo, con mayor o menor problema migratorio, las sociedades aspiramos a crecientes y mejores niveles de prosperidad y bienestar. Expresado de una forma u otra, partiendo de diferentes niveles alcanzados hoy, queremos, con total derecho, un mundo siempre mejor. Para ello, esperamos de nuestros líderes, dirigentes, terceros… trabajen, propongan, decidan e implementen todo tipo de políticas y soluciones que nos permitan disfrutar del objetivo esperable (muchas veces difuso o difícil de explicitar) y, se supone, que, en democracia, elegimos la mejor de las opciones y votamos. Elegimos no solamente personas, simpatías o empatías, sino, sobre todo, “modelos reales” que respondan a nuestros deseos e intereses. Es así como decimos querer vivir en una sociedad libre, democrática, igualitaria, inclusiva, próspera, con acceso pleno a la salud, generadora de riqueza y empleo permanente y de calidad, con los mejores servicios públicos posibles (se supone que los entendemos casi infinitos y por tanto gratuitos), con el menor esfuerzo fiscal individual (el nuestro) correspondiente, salarios y empleabilidad asociable a una creciente cualificación y experiencia, conciliación, mejor equilibrio trabajo-ocio… De una u otra forma, no solo queremos verlo en un “programa electoral”, sino que venga de la mano de quienes pensamos pueden hacerlo posible. En consecuencia, nos llevaría a elegir entre modelos y candidatos alternativos.

¿Quimera, brindis al sol, deseo comprometido?

Muy lejos de aquí (no solamente en distancia física, sino cultural, grado y nivel de desarrollo, dimensión, de país y de población), en el resumen ejecutivo del Informe que dirigió el profesor Michael E. Porter al primer Ministro Mori y a su gabinete para acometer “una estrategia transformadora para un futuro mejor en el 2047” (año en el que la India-Bharat celebrará el primer centenario de su independencia) para su ya 15% de la población mundial, transmitía las líneas directoras de lo que se proponía en el amplio, profundo y especializado trabajo realizado junto con la participación de los principales líderes del país y expertos internacionales en las diferentes áreas de actuación propuestas. Decía: “La productividad es el principal vector que lleva a la prosperidad en el largo plazo. Se entiende, por lo general, como la habilidad económica efectiva y eficiente para movilizar las capacidades y fuerzas laborales, así como otros activos para crear valor. Aquí la definimos como algo mucho más que crear valor por y para cada uno de los trabajadores. Supone, también, la habilidad de incorporar al máximo posible de la población implicable con la capacidad y cualificación necesaria para la generación del valor compartido que se requiere en actividades consideradas asociables a la productividad, el país y la sociedad, aplicando políticas económicas y sociales eficientes, integradas y complementarias, a la vez. Hoy tenemos el desafío de encontrar y alcanzar los puntos esenciales de una nueva economía aún por construir o descubrir. Es mucho más que simple eficiencia técnica o tecnológica. Hemos de adecuar la realidad de nuestra sociedad a las verdaderas necesidades y demandas de ese nuevo mundo en que habremos de movernos, aportando verdadero valor a nuestros ciudadanos y no solo consumidores (que también). Nuestro éxito no será a costa de los demás en un esquema de suma cero, sino de la contribución a generar nuevos valores y oportunidades para todos, actuando de manera convergente. Hoy, hemos de vivir abiertos a un mundo exterior con el que hemos de interconectarnos desde aquí, eligiendo aquello en lo que de verdad estemos en condiciones de cocrear y enriquecer nuestras propias fortalezas. Hemos de fortalecer el valor de nuestra localización base o territorio, generando nuevas fuerzas y ventajas diferenciales. Los paises han de tomar decisiones, definir prioridades y elegir. No se pueden hacer todas las cosas a la vez en paralelo. Es un marathón exigente que requiere “escuchar la evidencia” y alinear los ingredientes y pasos con el objetivo buscado, basado en una verdadera estrategia y propuesta única de valor. No valen ni atajos, ni quimeras inexpertas, ni falsas promesas de resultados, sin esfuerzo, caídos del cielo. Hemos de elegir algo consecuente con nuestro país y su sociedad. Y, por supuesto, requerimos un liderazgo probado, demostrado, guía del esfuerzo, el compromiso, la dedicación y la apuesta verdadera y decidida de querer un país mejor, porque será el suyo y de sus próximas generaciones”.

Efectivamente, se trata de optar. Un modelo u otro. Mucho más que un recurso mediático, eligiendo la tripulación con la que quisiéramos emprender una difícil y, las más de las veces, incierta navegación.

Las diferentes sociedades tenemos por delante extraordinarias oportunidades para lograr mayores y mejores niveles de prosperidad, si bien su logro es exigente y el camino está repleto de desafíos. Superarlos requiere compromiso, determinación, saber hacer y, sobre todo, saber a “donde queremos ir”. El “modelo” sí importa, salvo que, como Alicia en el País de las Maravillas, pensemos que tan solo “caminamos y estamos sin pretender ir a ninguna parte”. En ese caso, también estaremos eligiendo.