Viajando hacia nuestra prosperidad a través de la competitividad, el bienestar y la cocreación de valor

(Artículo publicado el 28 de Enero)

En un reciente encuentro de debate y reflexión en torno a los desafíos y perspectivas de actuación y nuevas políticas, para responder a los mismos desde un reposicionamiento europeo, he tenido la oportunidad de compartir (y, sobre todo, aprender con y de mis compañeros de viaje) significativos avances, movimientos y potenciales áreas de futuro, debidamente integradas en una complejidad creciente,  sugiriendo, a la vez, su consideración como fuente de extraordinarias oportunidades para nuestras sociedades.

No es ninguna novedad identificar la concurrencia de múltiples “eventos” o incidencias que están determinando múltiples decisiones y/o escenarios no previstos cuyas consecuencias vivimos y condicionan las diferentes propuestas, posiciones y estrategias de todos los agentes implicados (instituciones, gobiernos, empresas, la academia, la sociedad civil y personas-ciudadanos). El reto principal pasa por la capacidad de explicitar su convergencia, tanto de alcance conceptual, como de acción transformadora, generando un impacto real, positivo e inclusivo, para todos los implicados. Hoy, cualquier discurso político, programa, estrategia o iniciativa que se formula, comienza con una introducción somera y sintética de varios de estos eventos concurrentes; Post COVID, Guerra en Ucrania, Geopolítica y desacople entre potencias y mundos en apariencia cada vez más distantes, tecnologías (sobre todo la inteligencia artificial) en manos de unos pocos jugadores, movimientos migratorios voluntarios o forzados, información falsa y manipulada, fragilidad y erosión democrática… (En mi intervención, “20 Eventos Convergentes para una Nueva Europa”). Desgraciadamente, más allá del valor de su identificación y diagnóstico más o menos señalado y compartido con un amplio mosaico de matices, el paso decidido a la búsqueda de respuestas y soluciones ni es tarea sencilla, ni puede responder a un pensamiento único, ni es decisión individual, ni mucho menos soluble en la inmediatez que pretendemos, bajo el reclamo de “todo hoy, a la vez, con el esfuerzo exigible a terceros y escasa responsabilidad directa de cada uno de nosotros”.

En este marco base, la “Nueva Europa” que hemos de construir, parte de reforzar sus principios fundacionales de colaboración para la paz, la democracia, la libertad, el bienestar y prosperidad de todos sus ciudadanos, desde la esencia de la subsidiaridad y la generación de riqueza compartible en un espacio y mundo cambiantes. Proceso retador que, como sintetiza esta semana la revista The Economist recogiendo opiniones extendidas, “no parecen encontrarnos en el mejor de los momentos, preguntándose: ¿Quién está allí?, ¿A la búsqueda de un líder?, o bien, con mayor grado de escepticismo, ¿Existe la llamada Comunidad Internacional a la que apelamos como salvadora de todas nuestras demandas?”

En esta línea, la “Autonomía Estratégica”, paraguas propuesta de la Unión Europea y su Comisión rectora, parecería guiar el proceder común. Hacer de Europa un verdadero jugador de primera clase, aspirando a coliderar la vanguardia transformadora del mundo. Estrategia para una Europa que se abre a 36 o más miembros, muy probablemente no limitada a los Estados-Nación actuales, sino abierta a naciones y pueblos sin Estado, más orientada al este y mayor simbiosis euroasiática, euroafricana y euro-árabe, con nuevos jugadores, nuevas estructuras confederadas y asimétricas de relación, con inevitables nuevas gobernanzas y, sin duda, una cuestionada inmersión en roles hasta hoy cedidos (o no asumidos) a terceros (defensa y seguridad)…

Sin duda, un apasionante nuevo camino a recorrer en las próximas décadas.

Ahora bien. Esta apuesta estratégica exige, al menos, un “Cuádruple Viaje hacia la prosperidad a través de la competitividad, el bienestar social, la territorialidad y la gobernanza”. Viaje que necesariamente habrá de ser inclusivo, equitativo, corresponsable y co-creativo, con enormes dosis de innovación (económica, tecnológica, social, institucional, política).

Este que llamo “Cuádruple Viaje” no solamente no empieza de cero, sino a partir del largo recorrido que nos ha traído hasta aquí. Es un viaje en curso que obliga a incorporar nuevos itinerarios, adaptarse a experiencias desconocidas, abierto a nuevos acompañantes (y, desgraciadamente, al abandono de otros), con decisiones, atajos (muchas veces equivocados y con consecuencias peores de las ventajas que creíamos obtener), pero que no puede olvidar ni el puerto esperado de destino, ni el objetivo inicialmente previsto, ni, sobre todo, el propósito que nos ha llevado a emprenderlo.

Son muchos los agentes que, a lo largo de esta Europa en construcción han emprendido sus particulares viajes centrados en una de las líneas perseguidas centrada en premisas economicistas “sin alma” como hoy parecería aceptarse con relativa normalidad. Así, una mal entendida competitividad creyendo que se trataba de objetivos y políticas económicas en solitario, olvidando que hablar de “Competitividad” supone abordar, a la vez, los otros tres viajes para el propósito final: mejorar el bienestar y prosperidad de las personas y sociedades en las que vivimos y en las que desarrollamos nuestras actividades económicas. El viaje hacia el bienestar social no es un nuevo acompañante, sino esencia, motor y paraguas para cualquier logro “económico”. De igual forma, no se trata de viajar sin rumbo, a la aventura, hacia ninguna parte. El destino inicial está en un espacio y área base concreta (territorio no como contenedor físico, sino referente de pertenencia, identidad, realidad, conformador de nuestras vidas, determinante de nuestras necesidades, en el que hemos de alcanzar nuestras soluciones concretas, desde el que debemos tejer relaciones inmediatas y próximas, y un espacio “natural” desde el que nos conectamos con la vanguardia mundial). Tres viajes condicionantes/correlacionados de/por una gobernanza (con mayúsculas: facilitadora) garante de la formalización democrática de nuestros trayectos y decisiones en coherencia con el recorrido económico. Cuatro viajes hacia la competitividad, prosperidad y desarrollo social inclusivos.

Afortunadamente, con el paso del tiempo, hoy proliferan las voces y movimientos que ponen el acento en “el viaje hacia la construcción de redes de protección, promoción del bienestar y la seguridad social” como esencia tanto de equidad, como de su insustituible capacidad facilitadora e indispensable para un exitoso viaje hacia una economía competitiva generadora de riqueza y empleo. Además de su justicia y equidad indispensables e insustituibles son, también, fuente de empleo, riqueza y actividad económica en sí mismas. Supone un viaje compuesto por  los bloques básicos de una Economía Social generadora de empresas, actividad económica, riqueza y empleo, abriendo sus fronteras más allá de sus enfoques tradicionalmente concentrados y las más de las veces, relativamente aislados y con movimientos propios  (SALUD como nuevo concepto más allá de la enfermedad y de la asistencia sanitaria), incorporando al mundo socio-sanitario y el desarrollo y atención comunitario integrados en un alcance “ONE HEALTH” (misma calidad para todos en todas partes), transitando hacia su interacción con los nuevos sistemas de promoción, protección y seguridad social, paraguas del verdadero sistema de bienestar de las personas. Motor, también, de la reconsideración de los conceptos empleo-trabajo y del inevitable proceso de redefinición de la gobernanza, su estructura, políticas e instrumentos. Un renovado viaje adecuado a los movimientos y experiencias que hemos venido transitando y recreando: Estrategias de cocreación de valor empresa-sociedad, con una visión compartida y comprometida por todos los stakeholders (agentes e intereses implicados) y la “magia” de la inclusividad. Base imprescindible de nuevas estrategias, políticas e instrumentos.

Esta visualización de cuatro viajes hacia el bienestar y prosperidad, configura una aproximación coherente e integrada para acometer una apuesta estratégica capaz de responder a los desafíos e implicaciones de una amplia cartera de eventos que impactan sobre nuestras vidas, que cambian a enorme velocidad, que trastocan muchos espacios  que hemos venido creando y que nos han permitido y permiten disfrutar, con todas las ausencias y limitaciones aún existentes, un espacio privilegiado de bienestar. Estadio actual que no es garantía de permanencia eterna, Cuádruple Viaje demandante de esfuerzos permanentes en un horizonte de logros inacabables, siempre sujetos a nuevas demandas y exigencias de sociedades, a su vez, cambiantes.

Sin duda, hemos recorrido un larguísimo viaje sorteando todo tipo de desafíos. La sociedad ha sido capaz de construir soluciones, convertir problemas en oportunidades y responder con la solidaridad y compromisos colectivos demandados. Estos nuevos tiempos, una vez más, nos invitan a superarlos.

Tiempos de responder a eventos y desafíos interrelacionados, consecuencias críticas complejas, pero, sobre todo, también, con las herramientas y capacidades para ofrecer respuestas y soluciones convergentes.

Si hoy observamos con inusitado interés y aparente sencilla complacencia la efervescente ebullición de todo un mapa de “ecosistemas” que trascienden de espacio económico para favorecer todo tipo de necesarios partenariados, instrumentos y soluciones colaborativas, combinación de disciplinas, áreas de conocimiento e integración de elementos clave y diversos para transitar por la complejidad, incertidumbre y velocidad de cambio, parecería razonable acometer nuevos espacios interrelacionados de oportunidades a la búsqueda de un futuro deseable y posible, mejor.

El encuentro mencionado al principio de este artículo no concluye con recetas mágicas, ni con un punto final de llegada. Abre nuevas líneas de trabajo, muchas preguntas y un viaje cuádruple coherente que, sin duda, encontrará en su recorrido el liderazgo y guías que el Economist buscaba, ayudará a construir esa inexistente Comunidad Internacional facilitadora de las decisiones requeridas y la capacidad movilizadora de las personas y sociedades a cuyo servicio habrán de dirigirse nuestros viajes entre escenarios y eventos convergentes.

Afortunadamente, desde la experiencia de esta verdadera coherencia de la estrategia de competitividad integral e integrada traducible hoy en estos cuatro viajes complementarios, la apuesta estratégica de desarrollo humano solidario y sostenible practicada en nuestro país (Euskadi), permite hoy, ofrecer la confianza y base necesaria para manejar ese apasionante mundo que hemos de lograr.

Reconstruir la Confianza…

(Artículo publicado el 14 de Enero)

La próxima semana se celebrará en Davos, Suiza, el encuentro anual del World Economic Forum-Foro Económico Mundial, que reúne a miles de líderes mundiales en los ámbitos público, empresarial, académico, think tanks e innovadores y principales agentes transformadores del crecimiento y desarrollo económico y social. Desde 1.954, el Foro posibilita uno de los mayores centros dinámicos de reflexión para la acción, promoviendo todo tipo de alianzas y relaciones entre los principales agentes precursores de los cambios esperables.

Sin duda, ni es el único foro transformador, ni el único lugar de encuentro del intelecto y liderazgo mundial, ni ofrece recetas mágicas, ni todas sus recomendaciones o líneas de actuación provienen de la “montaña sagrada” de la nevada Suiza, ni todos sus interlocutores participan de una única línea de pensamiento o ideología, ni, mucho menos, supone una acción decisoria o lineamiento único que logre el resultado último de generar mayor prosperidad, equidad o inclusividad a lo largo de todos los países participantes. Sí es un intercambio de procesos de generación, debate y esfuerzos colaborativos para abordar desafíos y apuestas de futuro que posibilitan redes expertas, agendas públicas y privadas, herramientas de trabajo y fuentes de ideas, proyectos, iniciativas y oportunidad para quienes, empeñados positivamente en aprender con y de los demás, participan, dando y recibiendo para construir un futuro mejor.

Este año, el reclamo subyacente elegido es la “Reconstrucción de la Confianza-Rebuilding trust”. Convencidos de la principal incidencia de los factores geopolíticos, de la imprescindible  búsqueda de nuevos modelos de crecimiento compartido e inclusivo, de la minoración o supresión de la lacra de la desigualdad, desde su experiencia en procesos coopetitivos y alianzas múltiples público-privadas, y observando el clima de incertidumbre, pesimismo y desconfianza que parece rodear a un mundo cambiante (como siempre), a gran velocidad (a veces más para unos que para otros), sumidos en una multitud de objetivos perseguibles por todos y para todos a la vez, y atentos a una percibida renuncia al largo plazo con supuestas apuestas exclusivas por la urgente inmediatez, con escasos proyectos personales y profesionales de futuro, se resalta la importancia de Reconstruir la Confianza. Así, se incide en empezar por creer en nosotros mismos, en nuestras comunidades y países, en la actitud de trabajar con los demás, de soñar e imaginar un posible y mejor futuro y en la convicción de que las enormes dificultades y conflictos existentes han de ser superados. Esto nos ha de llevar, como paso rector, a reconstruir la confianza en quienes asumen las responsabilidades de liderar el bien común y garantizar el éxito de los objetivos compartibles a perseguir.

En este marco de referencia, fiel a su tradición, uno de los documentos base que el Foro presenta es su Informe sobre los Riesgos Globales, basado en una amplísima encuesta a miles de panelistas, lo que permite ofrecer una visión de los riesgos percibidos, su severidad y prioridad, las expectativas de la gente, variables en función de geografías, grupos de edad y niveles de renta y/o desarrollo a lo largo del mundo. Interesante aportación dinámica, comparando su grado de importancia y comportamiento a lo largo de los años y en proyecciones esperables en los próximos 2 a 10 años. Un estupendo punto de partida a considerar para el diseño de estrategias y acciones correctoras, anticipando peligros más que anunciables.

El Global Risk 2024 destaca, junto con la apelación permanente al aumento de los cambios y condicionantes geopolíticos, a la conciencia y compleja actuación gradual y práctica en su transición ante el cambio climático y la polarización, a la creciente conflictividad (en especial bélica) en diferentes puntos del planeta y a los derroteros que el mundo del futuro del trabajo (más allá de la empleabilidad) pudieran suponer, bajo el buen o mal uso generalizado de la tecnología y la potencial concentración de su control por agentes que pudieran prescindir del marco democrático y del bien común deseable, añade, en esta ocasión, el deformante riesgo de la desinformación.

En este recién estrenado año 2.024, tenemos en el horizonte inmediato un sinnúmero de procesos electorales que darán lugar a cientos de nuevos gobiernos en diferentes niveles institucionales y áreas competenciales, desde los Estados, entes globales o locales. A la vez, desaparecerán miles de empresas, nacerán otras tantas situándose muchas de ellas a la cabeza de “nuevas industrias” para recrear ecosistemas, consorcios, corredores o espacios de actividad económica con diferentes implantaciones y relaciones con sus territorios base y presencias internacionalizadas. El primer reto de los responsables de estos nuevos actores será el de generar la confianza y afección de aquellos stakeholders (todos los grupos de interés) que implican sus áreas de actuación y responsabilidad.

Con esta perspectiva, somos conscientes que, en Davos, como en otros muchos sitios, se aprenderá lo que debe ser la ética y práctica de un buen gobierno, la solidaridad imprescindible para alimentar confianza y construir/reconstruir alianzas, consorcios, multi proyectos, la savia de la colaboración e intentos en superar individualismo limitante y paralizante. ¿Tan alta concentración de valores, talento, liderazgo y recursos incidirán en el comportamiento y toma de decisiones en gobiernos, empresas y agentes transformadores?

Democracia, reconstrucción de la confianza, mantener o generar afección a las soluciones propuestas, información y no desinformación, resultan elementos interconectados e insustituibles. El profesor y destacado pensador Richard Haass analiza los desafíos globales (“The Bill of obligations. The ten habits of good citizens” “Acta de obligaciones: los 10 hábitos del buen ciudadano”) en lo que él llama “la búsqueda de una dinámica democrática” y, destaca lo que podríamos interpretar como la “alfabetización informativa” (estar informado, implicarnos en los procesos de información que nos afectan no siendo meros espectadores pasivos, sabiendo que debemos aprender a discernir entre información, predicción, opinión o propaganda y, sobre todo, entre vedad y falsedad). Debemos preocuparnos e implicarnos de forma permanente sobre los mensajes que se nos transmiten, quién los transmite, el grado de “conocimiento y experiencia” de quien opina y comunica, el medio que utiliza y el contraste fuera de nuestro espacio limitado de acceso a la información, preconfigurado por terceros (medios de comunicación, redes sociales, incipientes tecnologías, etc.).

Adicionalmente, la información, desinformación o falta de información, interconecta con otros riesgos globales que la condicionan y que completan ese mapa de riesgos del que recogemos en el Índice del World Economic Forum: polarización social y política, conflictos interestatales e internacionales, erosión de derechos humanos, violencia y criminalidad internacionalizada, ciber inseguridad, efectos perversos de las tecnologías emergentes. Interconexiones que exigen vigilancia, respuestas y actividad coherente hacia objetivos claros de largo plazo. Son condicionantes clave que están configurando la calidad de nuestras deterioradas democracias y modelos de gobernanza.

Si observamos el Índice de Democracia Global que ofrece The Economist Intelligence Unit, basado en cinco categorías: procesos electorales y pluralismo, funcionamiento del Gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles, observamos cómo de los 167 países-ONU, aquellos calificados en el grupo de “democracia plena”, tan solo llegarían a 24, si bien solamente 9 de ellos alcanzarían la puntuación superior al 9 (sobre 10) y cumplirían con todos los criterios en la puntuación superior.

Llama poderosamente la atención cómo, más allá del formalismo estructural de los procesos participativos, pluralismo, cultura política y funcionamiento del Gobierno, este último cae de manera estrepitosa. Asistimos, día a día, a funcionamientos y actuaciones que erosionan la verdadera visión que les corresponde, fomentan sin reparo la intromisión en roles de terceros y se someten a todo tipo de atajos para evitar el verdadero control y participación democráticos de los gobiernos, con escasas propuestas de valor diferenciado más allá de un aparente empeño en mantenerse en “el poder” en un plazo limitado, táctico y escasamente estratégico y transformador.

Y mientras esto pasa en los gobiernos, en el seno de múltiples Consejos de Administración de las empresas, los informes independientes sobre el bueno gobierno corporativo destacan el escaso cumplimiento real de los Estatutos y normas que los rigen. Un Informe de Russell Reynolds (“Caminando por la cuerda floja de la Gobernanza”) analiza las tendencias y preocupaciones globales de los Consejos de Administración de cualificadas empresas líderes mundiales, destacando el escepticismo generalizado sobre la calidad de sus propios Consejos de Administración y su distante alineación y compromiso de muchos de sus ejecutivos y directivos, el grado de maduración, entendimiento y asunción de las visiones y estrategias encomendadas. Su preocupación aumenta al considerar que el rol que cada vez más se exige a un CEO o máximo ejecutivo, no solamente trasciende de su eficiencia-eficacia operativa y de gestión, sino que ha de ser, a la vez, estratega y visionario, líder (interno y externo), principal comunicador creíble de sus propuestas de valor y modelos de negocio y, comprometido co-creador de riqueza y bienestar con las sociedades y comunidades en las que su empresa esté presente. Responsable de ganar o reconstruir la confianza de todos sus stakeholders, no solamente en sus servicios y productos o soluciones, sino en la convicción informativa, a terceros, del cumplimiento de estrategias multi objetivo, económicas, sociales, sostenibles y de buen gobierno. Las empresas, concluye el Informe, experimentan un tremendo estrés ante los nuevos y crecientes desafíos.

Si no cuidamos el verdadero rol de instituciones, empresas y organizaciones y organismos clave, si no cuidamos y ejercemos nuestra democracia, si no nos esforzamos en ser agentes activos y reales de información, si no nos comprometemos con la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos que tenemos por delante (que, exigen visiones y acciones de largo plazo por incómodas que parezcan), fracasaremos en el proceso de Reconstrucción de la Confianza. Sin ésta, las enormes dosis de trabajo colaborativo real no se darán y el logro de objetivos y la superación de necesidades sociales e inclusivas quedará, día a día, más alejado.

Riesgos Globales, ideas y potenciales soluciones, reconstruyendo confianza. Guías, herramientas, opciones. ¿Compromisos y decisiones?

Una revolución tranquila…

(Artículo publicado el 31 de Diciembre)

Hoy hace 31 años, el 31 de diciembre de 1992, el Consejo europeo de Luxemburgo aprobó la Reforma del Tratado de Roma, dando paso a la aprobación del Acta Única Europea, con el triple propósito esencial de crear un espacio único europeo libre de barreras para el intercambio y la cooperación entre los entonces 12 Estados Miembro y sus 320 millones de ciudadanos en la aun Comunidad Europea, la agilización y reforma del proceso de decisión y las más de 300 medidas que el llamado coste de la no Europa (Paolo Cecchini) exigía.

El entonces presidente de la Comisión Europea, fallecido a los 98 años este pasado jueves, 28 de diciembre, Jacques Delors, explicaba su apuesta por una “Revolución Tranquila” cuando asumió, en 1985 la presidencia: “Me planteaba si abordar grandes reformas institucionales y políticas o forzar un cambio profundo en seguridad y defensa o acelerar la unificación monetaria. Mi experiencia como exministro francés de Economía y fiel a los principios de uno de los padres fundadores de Europa, Jean Monnet, opté por establecer un objetivo movilizador y fiar un calendario y medios para su logro. El espacio único europeo sería el desencadenante de todos los beneficios esperables y superadores de las dificultades preexistentes”. Sería en sus palabras, “una revolución tranquila”.

Bajo este paraguas, fue el vicepresidente de la Comisión, Lord Cockfield, quien conformó un equipo para liderar un proyecto “de investigación”, de largo alcance, dirigido por el profesor Paolo Cecchini. Así, la “Europa 1992: una apuesta de futuro o el coste de la no Europa”, se convertiría en la prueba inequívoca del desafío buscado en el iniciático Libro Blanco del Mercado Interior. En enero de 1993, los europeos, estrenaríamos un “Mercado Interior”, tremendamente exigente, que soñaba con generar grandes oportunidades de crecimiento, de creación de empleo, de mejoría de la productividad y beneficios económicos y sociales, nuevas oportunidades de movilidad profesional y empresarial, la elección de los consumidores y superar todo tipo de barreras y obstáculos físicos y de interrelación. Se suponían beneficios compartibles para todos y, se abordaban desde la convicción de Lord Cockfield: “Abogamos por nuestro derecho a prosperar, a lograr un puesto de trabajo digno y a asegurar el futuro de generaciones venideras”. Añadía: “La valentía política, la determinación, el rigor, seriedad, credibilidad y confianza ganada, llegarán y lo harán posible” y señalaba los roles diferenciados de la convergente actuación gobiernos-empresa: “El legislador y los gobiernos deben persuadir a las empresas de sus verdaderas intenciones, fortalecer sus instituciones y provocar caminos de trabajo conjunto”.

Todo un desafío basado en la confianza, en el presente y fe en el futuro.

Extraordinaria convicción, propósito y compromiso que nos ha ayudado a llegar hasta aquí y que, hoy, cobra especial relevancia.

Cuando observamos que despedimos un 2023 con una amplia contestación y más que relativo pesimismo colectivo, en ambientes cada vez más “polarizados” (nueva palabra incluida por la Real Academia española), con crecientes apuestas por salidas y soluciones individuales y escasa perspectiva de futuro o compromisos para su construcción, sumidos en una verbalizada desconfianza ante gobiernos y liderazgos o desprecio al papel del amplio mundo empresarial (del tipo de empresa o sociedades que sean), resulta esencial recordar y valorar las decisiones largo placistas y compromisos retadores que se formulaban en tiempo difíciles y distintos y que, rodeados de incertidumbre y en condiciones críticas, debidamente contextualizados, posibilitaron perseguir caminos de impacto, largo recorrido, transformación y progreso social.

Hace unos días, un grupo de jóvenes volvían de un breve viaje “vacacional” por Bosnia. Les pregunté cómo habían elegido ese destino y su respuesta fue clarificadora: “Hemos leído y oído mucho de la guerra de los Balcanes y siempre pensábamos en un conflicto lejano situado en los finales de la segunda guerra mundial. Tuvo lugar cuando algunos de nosotros aún no habíamos nacido. Fue ayer y aquí, a escasos kilómetros. Hemos conocido in situ el horror de la guerra, sus destrozos, herencia y, también, su esfuerzo, compromiso y capacidad de resiliencia”. Hemos comprobado la artificialidad en el trazado de nuevas fronteras, las razones de vocaciones e identidades diferenciadas y la complejidad de la redefinición de apuestas y estrategias de futuro, además del tiempo requerido para una solución normalizada”.

Sin duda, necesitamos gestionar de manera adecuada la dimensión tiempo como savia clave en la consideración de todo tipo de decisiones y las implicaciones e interrelación que existe entre muy diferentes acontecimientos y hechos relevantes. Hemos de esforzarnos en recordar, una y otra vez, el contexto y tiempos en que se tomaron decisiones que hoy nos parecen irrelevantes o inexistentes como si lo que observamos, padecemos o disfrutamos hubiera caído del cielo, por generación espontánea.

Volviendo a la referencia a Jacques Delors, recordemos que el Estado español tan solo se incorpora a la Comunidad Europea en 1986 tras la entrada de Portugal. El final de sus respectivas dictaduras, “minutos antes”, posibilitó un proceso de adhesión a la vez que alumbraba motivos de esperanza y seguridad democrática para una sociedad que aspiraba a forjar su propio futuro.

Para Euskadi, y en especial para quienes de la mano del Partido Nacionalista Vasco (fundador de los equipos demócrata-cristianos del 1947, conformando la base del proyecto europeo) hemos desempeñado cargos institucionales, Europa (en especial en su concepción de una Europa de los pueblos y no de los Estados) siempre ha sido un norte a seguir. (Queremos más y mejor Europa, aunque no nos guste ni todo lo que hace, ni sus procesos de decisión excesivamente concentrados en los ejecutivos de los Estados miembro y su enorme burocracia, ni el escaso peso de sus naciones no Estado y el poco más que simbolismo representativo de sus diferenciadas regiones y organizaciones institucionales diversos). En esta línea de principios y aspiraciones, nuestra coherencia estratégica nos llevó en aquellos años 80 a profundizar en los desafíos europeos y trasladarlos, con cambios y adecuaciones específicas, a nuestras políticas y proyectos. Así, siguiendo a Cecchini, adaptamos el compromiso del coste de la no Europa y la creación del espacio único europeo o mercado interior, conscientes de lo que sería para Euskadi, mucho más que una revolución tranquila.

No solamente asumimos el desafío de supresión de obstáculos y barreras físicas para participar de un “mercado interior”, lo que suponía afrontar una competencia multi industria que afectaba a todo nuestro tejido económico-industrial, o una modernización de las administraciones para el rediseño de estrategias y políticas públicas, o una reorientación financiera-presupuestaria y una transformación del mundo empresarial, sino un esfuerzo inversor para potenciar la dotación de infraestructuras (más que físicas, inteligentes) y formación a todos los niveles, cara a lograr una verdadera integración en ese espacio por construir. Nunca lo hemos visto como un mercado, sin duda relevante, sino como un verdadero espacio socioeconómico y político de bienestar y progreso social, de paz y democracia, al servicio de los pueblos y las personas. Entonces, eran tiempos de otro enorme desafío: superar nuestra marginalidad. Euskadi no formaba parte del eje central de desarrollo europeo (la entonces conocida como “banana azul” en el corredor Londres-Milán y sus áreas de influencia) y estábamos cada vez más anclados en la periferia. Sin duda alguna, las oportunidades de crecimiento, de desarrollo y empleo y los beneficios económicos del “mercado por configurar”, se alejaban de nuestras posibilidades. Adicionalmente, nuestro punto de partida no era demasiado halagüeño: reconversiones inevitables y dolorosas (ahora cumplimos 40 años del más que simbólico cierre del astillero Euskalduna en el corazón de la Ría de Bilbao y sus consiguientes incidentes y conflictos sociales), desempleo desbordado, conflictividad social y un insufrible terrorismo paralizante. Nuestro viaje hacia Europa requería, también, una verdadera “revolución o reconstrucción” de redes de bienestar y desarrollo social, además de un profundo fortalecimiento institucional. Confianza, credibilidad, compromiso, creatividad y valentía colectiva resultaron imprescindibles para nuestro tránsito deseado. De estos ingredientes surgieron muchas políticas y programas bajo un manto interinstitucional: “Euskadi-Europa 93”. Una propuesta que movilizó todo tipo de recursos, que reasignó presupuestos públicos, desarrolló una intensa agenda europea al servicio de Fondos ad hoc, desplegó multitud de proyectos cohesionados, configuró una base de servicios sociales clave e innovadores, y una estrategia de política industrial como eje vector de las diferentes políticas económicas de nuestras instituciones. Más allá del mercado, apostó por dotar al país (y a sus ciudadanos) de una extensa e imprescindible red de bienestar, verdadera joya que hiciera posible todos los desarrollos previamente indicados. El informe Cecchini se convirtió en un libro de cabecera en nuestros centros de decisiones. Imprescindible a la vez que insuficiente para un pueblo periférico, sin capacidad de decisión directa en el “Club de los 12”, pero consciente de sus oportunidades por encima de sus amenazas. Preparados, entonces, para acometer una estrategia propia de prosperidad y desarrollo en un espacio más allá de un Mercado único o interior, exigente, retador e inevitable, que temíamos a la vez que pretendíamos con esperanzada ilusión.

Hoy, en una renovada Unión Europea de 27, con procesos abiertos de negociación y agendas para nuevas ampliaciones y con un rediseño de “otra Europa del futuro”, si bien con una reflexión inacabada por el parón pandémico, a las puertas de nuevos desafíos, de un nuevo Parlamento y Comisión a partir del próximo año que afrontamos, continuamos queriendo creer en su verdadera transformación y protagonismo.

Tiempos de movilizar ideas, personas y recursos, desde la confianza responsable y la capacidad y compromisos demostrables. Construir nuevos espacios, atendiendo la línea del tiempo.

Recuerdos y reconocimiento para quienes tuvieron la fortaleza y visión necesarios para apostar por un mundo complejo e incierto, desde las oportunidades y no paralizados por obstáculos, problemas y barreras.

Sin duda, mañana iniciaremos un gran y próspero año 2024.