Ilusionado optimismo para un futuro sostenible…

(Artículo publicado el 19 de Noviembre)

La reunión anual de los Global Future Councils del Foro Económico Mundial (GFC-WEF), celebrada estos últimos días en Dubái, ha concentrado su trabajo en plantearse una pregunta que requiere la convergencia de múltiples actores, áreas de interés y variables interrelacionadas: ¿Qué tipo de crecimiento necesitamos para sostener nuestro futuro?

Bajo este planteamiento, la base de las discusiones y análisis giraron en torno a una premisa contundente: fallamos porque la idea actual de crecimiento y su distribución no es consistente con los beneficios esperables por las futuras generaciones y las ofertas de su potencial logro incomodan y generan descontento en el presente. A partir de aquí, repensar el tipo de crecimiento posible, la previsible distribución de sus beneficios, la calidad del crecimiento deseable y del largo trayecto hasta el logro de un estadio más o menos compartible, resulta distante y, sobre todo, excesivamente exigente. Nos hemos planteado un futuro demasiado demandante y excesivamente distante del punto de partido actual: verde, de óptima capacidad inclusiva (personas, regiones, comunidades), equitativo, económico-social-eficiente, armónico, compartido, interinstitucional, glokalizado con respuestas satisfactorias en el ámbito próximo a la vez que interconectado con todo el planeta, en toda una larga constelación de cadenas de valor a lo largo del mundo, de la mano de un futuro del trabajo cuyo alcance y propiedades que desconocemos, y de una tecnología aún por llegar y controlar, en un mundo cuyas señales geopolíticas del momento no llevan al optimismo.

¿Podemos exigir todo esto a la vez y en todas partes? Parecería que los “trade offs” imprescindibles (el tener que optar, priorizar, elegir lo que hemos de intentar en cada momento…) no existieran, en un mundo que individualmente asumimos como infinito y cuya responsabilidad asignamos a terceros. Nos instalamos en la teoría de las transiciones dando por sentado que sus hitos temporales se darán sin más y, en realidad, desconocemos su impacto real en sucesivos momentos y nos cuesta visualizar la parte de su recorrido que nos corresponde a cada uno.

Este contexto no es nuevo. Lo que sí parece “distinto” es el estado de ánimo, opinión, motivación y compromiso de sus principales actores (todos nosotros, por activa o por pasiva).

Quizás un primer paso exigiría redefinir los términos que utilizamos en todo este complejo objetivo. Sin duda, un buen principio no es otro que la necesidad de provocar “conversaciones difíciles e incómodas y no asumir que todo el mundo viva feliz”, según afirmaba el moderador-coordinador del debate mencionado (Vijay Vaitheeswaran).

Sí es verdad que, de una u otra forma, el debate inicial en torno al objetivo del crecimiento que durante años se consideraba vector principal del desarrollo económico y positivo (casi de cualquier forma), acompañado de indicadores limitados al PIB y éste obedecía y (obedece en gran medida) a unas estadísticas condicionadas por un determinismo macro configurador de espacios propios de factores clave del pasado, hoy superados por la compleja realidad de un mundo interconectado cuya competitividad y generación de riqueza, empleo, bienestar y procesos multi variable en la toma de decisiones, distorsionando su aproximación a la realidad que vivimos individuos, familias, empresas, regiones, paises y naciones, lo que conlleva un creciente movimiento universal reclamando ir más allá del PIB, abrazando modelo de progreso social en continua reconfiguración tanto de definiciones, como de indicadores, al servicio de  objetivos de prosperidad, inclusividad, progresividad social y sostenibilidad, que adjetivan el propio crecimiento.

Múltiples movimientos en curso con un cierto denominador común redefiniendo el rol de todos los actores de un sistema económico, con distintos grados de compromiso real con la generación compartida de riqueza y bienestar en, desde y para todos.

Ahora bien, siendo cierto que el mundo vive hoy como nunca lo ha hecho, con una mejoría constante de las condiciones humanas, la desigualdad es creciente, la movilidad social, la conflictividad intergeneracional y el desapego o desafección con las instituciones y sus gobiernos, con la administración y gobernanza interna en cada una de las comunidades económicas, sociales, familiares de las que formamos parte, o el compromiso solidario con terceros, no dejan de empeorar y se nutre de un pesimismo generalizado, inhabilitante y paralizante. Actitud especialmente acentuada por la sensación de nuevas generaciones que sienten hipotecado su futuro por las decisiones en curso y a la vez que parecen optar por vivir el presente, abandonando perspectivas largo placistas para su propio mañana.

Así las cosas, como no podía ser de otra manera, sin solución única, surgirán más líneas recomendables para impregnar cualquier estrategia, política o línea de trabajo cara a responder a la pregunta clave formulada: empezar por redefinir los términos y objetivos deseables, huyendo de demagogias populistas y discursos deterministas sin conocer ni concretar el recorrido que se tendrá por delante, las consecuencias que tendrá, en cada uno de nosotros, el resultado final alcanzable en cada momento, no ignorando a los “perdedores” de cada una de las transiciones en curso. Este primer paso, exige una mejor focalización de incentivos, ayudas, obligaciones específicas para todos y cada uno de los actores implicados: ¿En qué me va a afectar el camino, con quién he de hacerlo y hacia dónde y en qué momento? Despertar el reclamo y cultura de la solidaridad. Equidad e igualdad no son bienes que lluevan del cielo ni se redistribuirán de forma accidental. Esto supone, por encima de todo, compromisos y acciones individuales, lo que obliga a que todos hemos de hacer cosas distintas a las que hacemos y lo que supone que no podemos escudarnos en el reclamo y descalificación de los gobiernos o “jefes” (incluidos padres) en nuestros respectivos ámbitos de responsabilidad.

Con este breviario de papeles a desempeñar, las jornadas concluían con la petición-provocación sobre aquello que podemos aportar: pensamiento a largo plazo en toda decisión puntual que tomemos, encajando su coherencia con el logro final deseado; apuesta firme por salvar el planeta, pero actuando sobre las consecuencias negativas, desigualdad e impacto del camino, concretando la focalización individualizada y específica en cada persona, colectivo, tiempo y lugar; debatir, confrontar tus ideas y planes con todos los que no compartan tu visión.

En definitiva, a todos nos corresponde jugar un papel activo y responsable para hacer de nuestra comunidad y país un lugar atractivo para vivir, para incentivar y promover las apuestas de futuro que nos lleven a un espacio de prosperidad y bienestar inclusivos y deseables, por lo que necesitamos una actitud positiva, solidaria y constructiva, en un claro y rotundo espíritu de optimismo. Vivimos y viviremos un mundo pletórico de nuevas oportunidades, diferentes a las que hemos tenido, las más de ellas exigentes. Incertidumbre y cambio no pueden ser sinónimo de inviabilidad o decaimiento. Nos corresponde alimentar la magia de la creatividad, generando y ganando la confianza y la ilusión de un nuevo futuro alcanzable.

Un imprescindible optimismo (realista) en medio de toda una tormenta (como desgraciadamente siempre presentes a lo largo de nuestra historia, ayer, hoy y mañana) que hemos de incorporar a la tan sugerida resiliencia que decimos debe formar parte de toda estrategia, resistiendo a la vez que superando dificultades, mientas fortalecemos una transformación hacia futuros estadios distintos y mejores. Un camino hacia nuevos escenarios, modelos de crecimiento y bienestar superadores de dicotomías dominantes en los discursos enfrentados al amparo de capitalismos-neoliberalismos y lo público bondadoso y positivo o lo privado nefasto y discriminatorio. Progresiva construcción de un nuevo pensamiento económico que pueda demandar nuevos conceptos, ideologías y, sobre todo, práctica y resultados.

Si empezamos por abandonar etiquetas excluyentes, si abordamos conversaciones sinceras e incómodas, si provocamos decisiones y no solo  reflexiones, si asumimos las responsabilidades con nuestro futuro (todas y cada una desde su ámbito posible de acción) y si separamos el tactismo del hoy, atreviéndonos a la incomodidad de preguntarnos por sus consecuencias para el mañana, quizás contribuyamos a despejar las borrascosas nebulosas que enfrentamos, tras la  ilusión e incentivos motivadores para nuestras vidas y, sobre todo, las de los demás. Optimismo e ilusión constructivos que no terminen en la excusa del gatopardismo para “simular que cambiamos para que nada cambie”, o para perpetuar falsas opciones de vuelta a un pasado afortunadamente superado. Sin duda, el mundo y las sociedades avanzan a mejor, aunque a veces pudiera parece lo contrario.

Tiempos de verdaderos liderazgos, reales, contrastados, y dados que no impuestos, de confianza y compromiso en búsqueda de soluciones incluyentes, del bien común y desde un verdadero valor compartido. Momentos para exigir, sobre todo a quienes asumen responsabilidades de dirección y/o liderazgo, firmeza en propuestas de futuro, sinceridad en la transmisión del por qué y el para qué último de los caminos y esfuerzo-compromiso-confianza que reclaman. Exigir, sí, desde nuestro compromiso real acompañando a quienes reclamamos su cumplimiento.

Nuevos corredores para un futuro colaborativo del bienestar

(Artículo publicado el 5 de Noviembre)

Se cumplen 10 años del proyecto BRI (Beijing’s Road), concebido como mucho más que un corredor transcontinental, transcendiendo de una vía de comunicación, como motor de desarrollo e integración pluri regional entre Beijing y el Atlántico-Mediterráneo, zonas próximas intermedias y su posterior traslación a lo largo de América y África, interconectando corredores “parciales” por desarrollar en dichos continentes, China ha impulsado un amplio proyecto asociado, vinculado a su política exterior, como estrategia de colaboración “dominante a la vez que aliada” a lo largo del mundo, facilitando financiación, intercambio comercial y tecnológico y, supuestamente, promotor del desarrollo. Una nueva “Ruta de la Seda”, motor de transformación económica, fuente tractora de la internacionalización china y base de su renovada “diplomacia económica y geoestratégica”.

La amplísima extensión de este proyecto entendible si se supera la óptica de un “simple objetivo de infraestructura tractora” cuya rentabilidad parecería escasamente alcanzable, China ha logrado convertirse en un “socio preferente” en los países implicados. Costos ocultos del beneficio compartido pasarían por el excesivo incremento de la deuda externa (en especial con el Estado chino y sus empresas), la dependencia generada con la “entrega” de materias primas e inputs a larguísimo plazo, una determinada co-gobernanza no suficientemente explicitada y un claro nuevo escenario geoestratégico y geopolítico presente y, sobre todo, futuro.

Sin género de duda, la apuesta por dotarse de infraestructuras tractoras del desarrollo regional resultan no solo deseables, sino imprescindibles para unas economías y sociedades con vocación y necesidad de apertura hacia terceros, una conectividad física e inteligente exigible para transitar hacia el futuro y, por supuesto, aceleradores de unos tiempos que el desarrollo y bienestar inmediatos exigen. Un territorio debidamente conectado transforma la vida de sus habitantes y empresas, favorece sus ambiciones de futuro y transforma su propia sociología interna. Si adicionalmente conlleva, durante su ejecución, algún tipo de aprendizaje, transferencia de conocimiento y tecnología, participación real de las empresas, talento, mano de obra locales, con bases sólidas de empleabilidad para ganar ventajas competitivas diferenciadas, y responden a una aspiración estratégica real del territorio y área base, supondría una clara y valiosísima aportación. Cabe asumir, también, el enorme beneficio que recibirán todos los nodos, regiones y espacios interconectados a lo largo del trayecto de este ambicioso cinturón, además verde, al servicio del mundo y su desarrollo.

Comprada la idea inicial, cabe preguntarse si estamos asistiendo a un verdadero proyecto de co-creación de valor compartido o, tan solo, se trata de un proyecto beneficiario de parte.

Al hilo de estas consideraciones, merece la pena recordar otros muchos corredores y ejes de desarrollo que se han venido generando en el mundo a lo largo del tiempo, de la mano de infraestructura que, las más de las veces, fueron desechadas en sus  múltiples proyectos alternativos ante una aparente falta de rentabilidad económica, financiera y/o social cuando la óptica se limitaba en fijar el ojo en su carácter de infraestructura aislada (una carretera, un puente, un puerto, un ferrocarril de trazado X…, un museo o centro de exposiciones por ejemplo). Canalizadas de manera aislada, fuera de contexto estratégico, no generaban ni generan apoyo suficiente para su implementación. Situadas en un marco de coherencia estratégica, el análisis y evaluación son otra cosa. Así, más de 300 años de conflicto entre las regiones suecas de Malmö y danesas del gran Copenhague con idas y venidas para construir un macro puente que los uniera, solo pudo vencer las resistencias cuando saltó del puente físico a un espacio de innovación y futuro. Øresund es hoy mucho más que un puente para la comunicación por carretera y ferrocarril. Hoy, Øresund es un gran espacio innovador y compartido, base de ecosistemas y clústers biotecnológicos y de salud, distrito universitario único, “mercado” laboral integrado, base de cientos de empresas y generación de riqueza, empleo y bienestar, compartiendo culturas distintas, a la vez que manteniendo su propia identidad, sus propias instituciones diferenciadas y fuentes de futuro. Suecia-Dinamarca más y mejor comunicadas, aliadas e “integradas” desde su propio espacio único.

Otros muchos “corredores” explican sus propias sinergias y pretenden el logro de nuevas iniciativas con objetivos de elevado valor multi beneficio. Así, recientemente, México se prepara para poner en marcha su ferrocarril del Tehuantepec que aspira a unir los océanos Atlántico y Pacífico, conectando los puertos de Salina Cruz en Oaxaca y Coatzacoalcos en Veracruz. Recuperar un viejo trazado obsoleto y de muy mala calidad, reconstruir puertos marítimos y sus correspondientes puertos secos a lo largo del trazado, crear nuevos parques industriales y logísticos, y generando en su entorno un tejido económico-empresarial de desarrollo en una de las zonas más deprimidas del país, como alternativa competidora del Canal de Panamá, parecería una idea no solo compleja, sino irreal. Si contemplamos la potencial de una peligrosa saturación en el Canal de Panamá, agravado en estos días por la persistente sequía que inutiliza la mayor parte de su superficie, limita su capacidad de comunicación interoceánica y la relevante previsión de futuribles incrementos del comercio internacional, la imperiosa necesidad de contener las masas migratorias de la región (básicamente hacia Estados Unidos de América) con los enormes problemas y consecuencias sociales, económicas y políticas que supone, podrían cambiar el panorama. Es verdad que ya hace muchos años, el Plan Puebla Panamá pretendió tejer grandes acuerdos interregionales con todos los países de Latam, especialmente desde Caribe-Centro América hasta Estados Unidos con el objetivo último de ofrecer riqueza y empleo “en casa” para evitar la voluntad y deseo emigrante. ¿Es recuperable un macroproyecto y apuesta de estas características?

Y, a la vez, surgen a lo largo del mundo nuevos espacios y conceptos de corredor que persiguen la configuración de distritos en torno a ecosistemas y cadenas de valor en territorio concreto para abordar multiproyectos que exigen diversidad de disciplinas, actores y gobernanza coopetitivas a la búsqueda de un desarrollo futuro.

Nuevas consideraciones bajo nuevas ópticas.

El gobierno Biden, por ejemplo, ha solicitado al Congreso ingentes fondos especiales para financiar la atención a los principales desafíos mundiales que ponen en peligro la estabilidad de los “americanos”: 120.000 millones de dólares más para atender los gastos derivados del conflicto bélico en Oriente Medio, la invasión de Ucrania, potenciales ataques a Taiwán y, finalmente, la inmigración que colapsa la frontera sur de los Estados Unidos. Recursos extraordinarios recomponiendo espacios y nuevos mapas geoestratégicos.

¿Cabría pensar en un plan migratorio de máxima incidencia para actuar en las fronteras binacionales MÉXICO-USA desde la intervención real en el desarrollo económico fiscal de los países origen de esos movimientos migratorios? Si uno de los ataques al corredor chino es la “generación excesiva de deuda para los países aliados”¿Qué tal facilitar un programa internacional compartido de quita de la pesada deuda externa de los países en desarrollo a cambio de su aplicación a las “determinantes sociales y económicos de la salud” en sus propios territorios origen, dirigidos e implementadas por sus propios gobiernos democráticos, unos verdaderos programas de cooperación compartida, co-creando valor, favoreciendo la co-gobernanza democrática, transfiriendo tecnologías, favoreciendo la innovación y transformación económica y migrando claramente el nivel de salud, bienestar y desarrollo inclusivo en el conjunto (en este caso) de LATAM?

Un discurso dominante hoy en el mundo de la salud y de los diferentes gobiernos para el diseño de políticas públicas asociadas pasa por el acento en los “determinantes sociales y económicos de la salud” que para muchos se resumen en la frase mágica: “el distrito postal del individuo explica mejor su salud que su código genético”, apelando a todo aquello ex sanidad que influye en la salud e la población. Invertir en desarrollo económico, en empleo formal y sostenible de máxima calidad, en infraestructuras (físicas, inteligentes, sociales), vivienda, alimentación, bio-tecnología… es, también, hacer SALUD. Llevar estas políticas esenciales al derecho subjetivo y obligatorio en el ámbito de las responsabilidades de gobiernos (sobre todo en países en desarrollo) exige esfuerzos fiscales, de ordenamiento y de asignación prioritaria en planes de desarrollo regional, no es algo al alcance de todos, demanda planes viables de largo plazo y, sin duda, fondos externos que permitan su implementación. A la vez, en la medida que los movimientos migratorios respondan a la búsqueda de oportunidades para un proyecto de vida inalcanzable en los países de origen, generando flujos incontrolables hacia las fronteras de los países desarrollados (en este caso desde Latam hacia USA), aconsejaría una estrategia de grandes dimensiones e impacto en beneficio compartible.

En definitiva, corredores e infraestructura de conectividad y asentamiento poblacional, generador de riqueza y bienestar para sus poblaciones a la vez que, para su empresa y principales actores económicos, exige repensar verdaderos espacios de actividad económica, adecuados a los tejidos económicos-tecnológico-industriales que posibilitan un desarrollo diferencial. Los procesos de transformación de las diferentes economías (por ejemplo, hacia la economía verde), generarán el declive y/o resurgir de diferentes zonas, ciudades y distritos a lo largo del mundo. Nuevos corredores y espacios habrán de reconstruirse.

¿Buscando corredores, cinturones de conectividad y desarrollo? ¿Reinventar distritos industriales y zonas de oportunidad anticipando un nuevo futuro? ¿Quizás sea un buen momento para poner el ojo en un pensamiento disruptivo?