Renacimiento industrial: mucho más que una receta para ganar el futuro

(Artículo publicado el 25 de septiembre de 2022)

Esta mañana, mientras tomaba un café en un bar próximo a mi oficina, he tenido la oportunidad de escuchar una conversación entre un “animado y desenvuelto” grupo de jóvenes que, al parecer, incluían estudiantes universitarios y profesionales trabajando en alguna de las destacadas empresas de consultoría o de implantación de tecnología (software) de la zona, a juzgar por el contenido de sus comentarios. Parecían coincidir, además de en opiniones descalificadoras de profesores y “jefes”, a quienes creían de “limitada capacidad y experiencia” en el desempeño de su trabajo, en una baja consideración de las oportunidades que nuestro tejido económico les ofrece, con reducidas expectativas para “ganar sueldos elevados” como los que, en su opinión, están sobradamente disponibles en alguna ciudad del Estado y al alcance de sus capacidades, conocimiento y experiencia profesional.

Más allá del ímpetu juvenil del que afortunadamente todos hemos gozado, aspirando a “ganar el futuro”, y de las oportunidades reales que pudieran presentarse en los “mundos ideales” distantes, me resulta de enorme preocupación e interés escuchar y explorar estas posiciones, cara a nuestras apuestas de futuro, a la valoración de la formación e información que trasladamos, al esfuerzo explicativo en la puesta en valor de nuestro tejido económico, a nuestra arquitectura institucional, nuestro modelo de desarrollo y cohesión social y de las innumerables oportunidades entiendo nuestro país ofrece.

Todavía hace unos días, recibía un avance de una interesante publicación que tres expertos profesionales de una prestigiosa firma global de consultoría estratégica han escrito y habrá de publicarse a mediados de octubre. Bajo el sugerente título de “La economía del Titanio: cómo crear una América mejor, más fuerte y de manera más rápida a través de la industria tecnológica”. (Asutosh Padhi, Gaurav Batra, Nick Santhanam). Pretenden resaltar el valor de la industria manufacturera y, sobre todo, llevar al ánimo de los jóvenes y de los responsables de la toma de decisiones y diseño de políticas públicas, además de los empresarios e inversores, la verdadera aportación de las empresas manufactureras. A su larga experiencia de más de 30 años de ejercicio de cada uno de ellos, han realizado un riguroso análisis de 35 empresas estadounidenses, de 50 más destacadas en la Bolsa de Valores y de un largo número de informes y estudios estadísticos para soportar su valoración. Partiendo del rigor de la lógica y el dato, propio de su escuela de alta consultoría estratégica, han explorado sus resultados, su especial relevancia como fuente real de innovación (no solamente tecnológica), las condiciones económicas, salariales, de ahorro y beneficios complementarios que en el medio y largo plazo ofrece al trabajador mediano, la contribución de estas empresas al conjunto de los stakeholders implicados, su aportación real a la comunidad, sus modelos diferentes en términos de empleabilidad, relaciones laborales, la capacidad diferencial de mantenimiento de empleo “fijo”, su impacto en la formación consecuencia del compromiso dual empresa-trabajador, la capacidad especial generadora de empleo de calidad (no solamente en formación en diferentes nichos académicos y no solamente en el contexto de estudios superiores o de postgrado, sino en todos e incluso en aquellos de bajo nivel formativo), en su impacto en la conciliación y estructura familiar y, sin duda alguna, en la fortaleza de la potenciación del empleo local, de alto nivel, y no solamente de aquellas posiciones globales e internacionalizadas, más identificables en los llamados “expatriados de alto nivel”.

El trabajo mencionado, concluye con un claro canto a la singular capacidad creadora de valor y, en su recorrido, destacan la importancia que recobran muchos de los “sectores tradicionales”, suprimidos o abandonados en el pasado, declarados muertos, destacando su base irremplazable sobre los que se construyen, hoy, las principales transiciones objetivo de las sociedades modernas, a lo largo del mundo: digitalización de la economía y la sociedad, un nuevo escenario de economía verde hacia la que energía y medio ambiente impulsen a la economía, la transformación de la empresa, en una renovada democratización de la nueva economía del bienestar, contemplando un mundo nuevo para la salud y los cuidados. Estas características diferenciales que ponen hoy, en primera línea, a aquellas naciones y regiones con base industrial, poseedoras de una cultura de trabajo y comportamiento solidario y comunitario, resilientes a los cambios (algunos predecibles y otros muchos insospechados), desde resultados diferenciados, por delante en las quinielas, en condiciones inmejorables para afrontar el largo recorrido por venir.

Ahora bien, disponer de una buena base de partida no es suficiente. Hacer crecer la industria, generar una oferta innovadora de trabajo y empleo, poner a su disposición imaginativas fuentes de capital, situar el talento activo imprescindible que este largo proceso exige, posibilitará o no, generar una economía inclusiva y valor, compartido por y para todos.

Es destacable que la llamada “economía del titanio” que alumbran estos autores, la componen  empresas que avanzan en modelos de co-creación de valor, se implican (impulsan, promueven o participan) en procesos colaborativos, se clusterizan, conforman ecosistemas industriales-tecnológicos-sostenibles, apuestan por un futuro propio, único y diferencial, se reinventan de manera permanente e interactúan con las políticas públicas en términos de valor, compartido, empresa-sociedad, en marcos estratégicos convergentes. La riqueza de estos tejidos industriales amplios son un motor esencial en el desarrollo de las sociedades de vanguardia.

En momentos de incertidumbre y cambio como los que vivimos, ante tanta transición propuesta y exigible, ante el desafío de afrontar las demandas sociales, de trabajo y empleo, así como la redefinición de nuevos espacios geo-económicos, geo-políticos y dotarles de nuevas arquitecturas democráticas, institucionales y de gobernanza, merecería la pena una renovada puesta en valor de las fortalezas que la política industrial, el tejido manufacturero, la cultura que subyace, aporta a las sociedades que aspiran a construir un mundo mejor, inclusivo, corresponsable.

El mundo de hoy, se plantea abiertamente relocalizar cadenas de suministro, acercar la producción y procesos, así como reconsiderar la logística y el transporte minimizando emisiones de carbón, potenciando  las inversiones industriales y se esfuerza en construir alianzas interdisciplinares y multi sectoriales, teledirigiendo el conocimiento y las capacidades competenciales hacia la salud, la biotecnología, la fabricación soporte del creciente mundo del software y la tecnología  del mañana, que demandan empleos por doquier y soluciones próximas y locales que refuercen nuestras comunidades, a la vez que  el comercio global se orienta a una concepción cada vez más local-regional. Nuevos espacios de interdependencia, confianza y colaboración. Atributos esenciales de una sociedad industrial de alto valor especializado, tecnológico e innovador.

En Euskadi, sociedad con un peso (histórico, actual y futuro) relevante de la industria manufacturera, con una base existente de primerísimo nivel, nos vendría bien un esfuerzo adicional por destacarlo y ponerlo en valor. Explicar a la sociedad su importancia, su impacto en la generación y soporte tecnológico, en su vinculación con las necesarias transiciones verde, digital, azul del agua y sociosanitaria. Base real sobre la que impulsar y desarrollar los servicios especializados, la educación y, por supuesto, la capacidad fiscal y financiera imprescindible para hacer posibles políticas y servicios sociales, potenciando modelos de empresa y comunidades inclusivas, emprendimiento diferenciado y calidad real de fututo.

Nuestra competencia por el talento bien vale el esfuerzo de insistir en el valor de “las joyas de amama” y su cuidado, día a día, generación tras generación. Siempre importante y, en especial, hoy que el mundo parece apuntarse al “renacimiento industrial”. Hoy, Euskadi está en inmejorables condiciones para potenciar el gran hervidero de iniciativas, ideas y proyectos que nos rodean y que ofrecen, de manera “cuasi natural” la herencia de una cultura manufacturera construida a lo largo del tiempo. El “maná” esperado ni se improvisa, ni se compra en el mercado coyuntural con aparentes ventajas y ofertas mediáticas. Se construye y logra a lo largo de toda una historia de esfuerzo.

Diáspora Vasca, desde Donibane Garazi al mundo

(Artículo publicado el 11 de Septiembre)

Este pasado día 8 de septiembre, los vascos hemos celebrado el día universal de la Diáspora Vasca, conmemorada, en esta ocasión, a través de un encuentro institucional que unía al Gobierno Vasco, a la Comunidad de Iparralde y representaciones del resto de instituciones y organismos representativos de nuestra voluntad democrático-institucional, en el embrión de Euskadi y corazón de Europa, en la antigua capital Navarra, Donibane Garazi, así como al universo de diferentes colectividades vascas en el exterior. Entidades que, a través del Consejo Asesor de las Colectividades vascas del exterior, decidieron, en su día, celebrar este día de reconocimiento, impulso y puesta en valor de la correspondiente iniciativa.

Como la de otros muchos pueblos, nuestra diáspora supera a la población total en nuestro espacio físico o territorio, a las configuraciones geopolítico-administrativas “temporales” y a los migrantes “propios” no reunidos en torno a las comunidades institucionalizadas. Nuestra rica historia, ya sea por diferentes condicionantes sociales, económicos o políticos, ha generado, a lo largo del tiempo, amplias y diversas olas migratorias hacia el exterior, íntimamente orgullosas de su origen y cultura, están especialmente comprometidos con el país, solidarias con otras olas migratorias que se incorporan, paso a paso, a sus nuevas comunidades, en un principio, de acogida y, finalmente, propias, en esa doble pertenencia que la diáspora genera. Dos naciones un destino.

Hoy, cuando las prospecciones demográficas conceden un muy relevante papel a las diásporas mundiales (atendiendo a cifras oficiales de Naciones Unidas en torno a 300 millones de migrantes internacionales o ciudadanos de países distintos a aquel en el que nacieron, concentrándose más de 85 millones en Europa y 51 millones en los Estados Unidos de América, el top 10 con el 30% del total entre 10 países) y anuncian nuevas olas migratorias, por lo general, consecuencia de impactos negativos asociados a cambio climático, epidemias, conflictos, catástrofes o a la “competencia” por el talento y el empleo, cobra un mayor interés la presencia y fortaleza de las diásporas. Se destacan los “beneficios” que aportan, tanto tangibles, como intangibles, más allá de su impacto económico, cultural y demográfico, reconfigurando la personalidad y carácter de las poblaciones de llegada, así como de ellas mismas y, por supuesto, también, del pueblo y comunidades originarias.

Sin esperar nada a cambio de su país y pueblos originario, ni mucho menos de sus instituciones (las más de las veces inexistentes o debilitadas en los momentos que provocaron o padecieron la salida al exterior), nuestra diáspora (como otras muchas), tejió un compromiso e identidades indisolubles con el país, más allá de situaciones temporales, convirtiéndose en el representante colectivo y cualificado, emergente, del país y su gente. Más tarde, a medida que la situación lo posibilitaba, se abrieron pasos para la institucionalización de una relación normalizada, de reconocimiento, agradecimiento, impulso, colaboración y participación hacia una simbiosis que habría de ser plena, aumentando y solidificando un compromiso, representación y solidaridad permanente. Con el tiempo, y cuando las circunstancias lo permitieron, el Parlamento Vasco aprobó la Ley 8/1994 del 27 de mayo, con la motivación doble de una institucionalización de los entes asociativos en torno a lo que se han venido relacionando a lo largo del tiempo, así como de la interacción (y acompañamiento o atención, en su caso) con las demandas sociales, económicas, políticas, culturales requeridas. Dicha Ley, supuso, también, y de manera muy especial, una idea de reparación de las consecuencias humanas y materiales que siguieron las situaciones de conflicto, emigración forzosa y, sobre todo, exilio obligado, tal y como lo recoge su propia exposición de motivos.

Hoy más que nunca, las características propias de la internacionalización abren -o refuerzan- nuevos cauces e intensidades en la consideración y mirada a la diáspora y, en consecuencia, la necesaria actualización y orientación de nuevas políticas e iniciativas para su impulso, contando de manera real y activa con su decidida participación. Asistimos a un nuevo espacio caracterizado por previsibles olas migratorias que exigirán políticas activas, actuación positiva, ordenada y de máxima acogida e inclusividad, apoyo-respeto-participación, en favor mutuo (población migrante-comunidad origen), además de responsabilidad social, máxima protección de los derechos de la gente y nuevas oportunidades a futuro. Nuevos impulsos transformables en oportunidad social y económica, más allá de reconocimiento a las demandas preexistentes, que como ciudadanos vascos les corresponde y, más allá de la complejidad político-administrativa, que dificulte su aplicación extensiva.

Estas olas migratorias, indistintas, deben enmarcar un espacio especial propio. La diáspora vasca, en nuestro caso, por encima de situaciones coyunturales, geopolíticas, administrativas, de “legalidad” que confiera el carácter nacional, ciudadano, residente… de las personas en países concretos y de la “condición política de vasco” que pudiera atribuirse o reconocerse, han de incorporar a todo miembro de la diáspora, en cualquier momento, circunstancia histórica, o situación de hecho, como sujeto integrante e indisociable, de pleno derecho, del país origen (Euskadi).

La diáspora vasca, además de su percepción voluntaria de identidad, imagen, compromiso permanente, de pleno sentido de pertenencia, ha jugado, juega y jugará un papel relevante en nuestro futuro. Por convicción, sin duda, por interés mutuo, también. Piedra angular para la imprescindible creación de espacios colaborativos en lo económico, político, social y la imprescindible cooperación activa al desarrollo y generación-atracción de talento, en un claro enriquecimiento “bidireccional”.

Nuestra diáspora en particular es una pieza natural e indistinguible del propio pueblo vasco, contribuyente irremplazable en el desarrollo del país, configurando una propuesta única de valor, enriqueciendo múltiples “mecanismos” clave, generando nuestra propia unidad de acción a lo largo del mundo.

Una visión estratégica ha de conferirle un rol determinante en nuestra apuesta de futuro y reinvención permanente, imprescindible, sumando representación bidireccional en todos aquellos flujos de talento, capital humano, recursos (económicos, financieros) entre familias, comunidades, organizaciones de todo tipo. Nuestra diáspora facilita el acceso (y confianza) a/en la inversión, aporta transferencias de capital humano en todo tipo de iniciativas (culturales, sociales, económicas, políticas), es fuente real de emprendimiento (aquí y allí), de turismo, de enriquecimiento e intercambio cultural. Una insustituible fuente de confianza, conocimiento y visibilidad en el exterior más allá de un “lobby inteligente» por crear desde aquí. Refuerza y potencia sistemas educativos, ecosistemas políticos y referencias académicas. En definitiva, parte esencial de una diplomacia inteligente real y activa.

Hoy, sin duda, la primera y próxima mirada pasa por la cultura, por la lengua, por el recuerdo y la añoranza familiar y personal, por el recuerdo a las circunstancias en que se ha vivido, por el recorrido caprichoso a lo largo del mundo en el que hemos encontrado un abrazo amigo y desprendido… Pero, mucho más allá de este valioso referente, nos corresponde pensar, también, en lo mucho que podemos y debemos de hacer con la suerte y privilegio de contar con amigos aliados a lo largo del mundo. Puertas abiertas para nuevos espacios de futuro.

En definitiva, un día para celebrar y honrar todos los días del año. Mucho más que merecido reconocimiento y compromiso, una apuesta de futuro.

Este 8 de septiembre nos hemos unido, sin duda, a nuestra inmensa diáspora, compartiendo sueños, solidaridad, reconocimiento y, esperemos, futuro.