Un esperanzado despertar…

(Artículo publicado el 28 de Agosto)

El marco festivo que inunda nuestros pueblos y que, al parecer de manera especial este año, redobla su entusiasmo como una necesidad absoluta y prioritaria, compensatoria de dos años de pandemia restrictiva, posibilita el reencuentro distendido y físico con mucha gente de la que estábamos un tanto alejados. Así, hemos tenido la oportunidad de intercambiar mucho más que mensajes limitados al formato de las redes sociales, video conferencias o similares.

En esta ocasión, son muchos los problemas y preocupaciones que nos acompañan en cualquier conversación, por mucho ambiente exclusivamente festivo que queramos mantener: los amigos y familiares ausentes, la juventud que ha optado por iniciar su vida profesional fuera de nuestro país, la invasión rusa y sus consecuencias en nuestra vida diaria, la inflación, las expectativas de un “otoño ardiente”, el cambio climático, el empleo… y, como no podría ser de otra manera, “el gobierno”. En este contexto, no resultaba ajeno, en mi caso, alguna referencia a mi último libro (Bizkaia 2050: Bilbao-Bizkaia- Basque Country) y lo que muchos amigos que lo han leído (ó hecho el amable esfuerzo de hojearlo) me transmiten, considerando se trata de una visión demasiado optimista y poco consciente de nuestra sociedad actual, entendiendo se aleja de la actitud, voluntad y disposición a afrontar los desafíos que tenemos por delante. Trato de convencerles que lean el libro en su totalidad, y que vean no se trata de un ejercicio teórico de jugar con diferentes escenarios con mayor o menor probabilidad de logro, sino de apostar por una sociedad y país deseados, en el que me gustaría que pudieran vivir las próximas generaciones, de modo que quienes se encuentren en aquella sociedad del 2050, tengan la satisfacción de saber que su proyecto vital y su proyecto profesional se ven realizados en y desde este espacio geográfico, geopolítico, geoeconómico, social de bienestar, que será diferente al actual, consecuencia de la decisión democrática que haya permitido que la voluntad de los ciudadanos opte por dotarse de la articulación institucional, política, social, económica que realmente acompañe sus sueños. Dicha sociedad deseada no será un paraíso que nos llegue del cielo, sino fruto de todo aquello que seamos capaces de construir desde este momento hasta el año 2050. Será nuestra responsabilidad, nuestro compromiso, nuestra voluntad y esfuerzo colaborativo el conseguirlo. Un proceso complejo y tremendamente exigente el conseguirlo.

En coincidencia con estos comentarios y reflexiones, llega a mis manos la última publicación del prestigioso analista Ian Bremmer, considerado uno de los oráculos influyentes de actualidad. En “El poder de la Crisis – Power of Crisis”, se plantea el impacto de tres grandes amenazas de carácter global, y, sobre todo, la forma en que respondamos a todas y cada una de ellas, cambiarán el mundo. Bremer parte de la constatación de una gran preocupación que recorre el mudo, desde una insatisfacción y preocupación generalizada, ante la cantidad de conflictos domésticos e internacionales cuyas consecuencias vivimos de una manera directa o indirecta. Centra su potencial concentración en los Estados Unidos de América que describe como un país paralizado por su división interna, desacoplado en término de relación con China, abordando una nueva versión de guerra fría (sin despreciar el espacio ruso-ucraniano y sus consecuencias), encerrándonos en la ausencia de liderazgo y respuesta a los desafíos del futuro. Destaca la incapacidad de trabajo conjunto o colaborativo entre los diferentes agentes que tienen o tendrían en sus manos afrontar la transformación y soluciones requeridas. Analiza tres grandes amenazas que simplificarían aquello que de verdad habría de preocuparnos en los próximos años: Una más que previsible sucesión de emergencias globales en materia de salud, las enormes transformaciones que habremos de vivir como consecuencia del cambio climático (muchas de las cuales hemos visto ya este año como el incremento de temperaturas, incendios) y el enorme recorrido que  hemos de emprender, y el tercero, más grave aún que las anteriores, no del todo percibido por muchos, la revolución de la inteligencia artificial, convergencia de tecnologías exponenciales en uso. Entiende que vivimos un mundo lleno de peligrosos desafíos presentes y perceptibles, con una cada vez mayor sensación de fragilidad, enorme desencuentro con gobernantes y dirigentes, modelos y potenciales soluciones, y un más que relativo temor al futuro. Adicionalmente, la convergencia de problemas, dificultades y sus consecuencias, parecería llevarnos a una actitud derrotista y negativista respecto del futuro esperado. Sin embargo, confiere un carácter absolutamente optimista a su trabajo. Nos habla de la esperanza de saber, que, a lo largo del mundo, líderes políticos, empresariales, sociales y ciudadanos colaboran de manera activa a la búsqueda y aplicación de soluciones a dichos desafíos. Se pregunta, sin embargo, si su trabajo llegará a tiempo en términos de resultados y si, sobre todo, estamos preparados como sociedad e individuos para responsabilizarnos del esfuerzo y compromiso que supone Y, sobre todo, ¿trabajaremos pensando en el bien común y futuro de los demás?, o, por contras, ¿Emprenderemos el camino de la “gran deserción”, añado yo, abandonando el intento y nos ocuparemos de nosotros mismos en exclusiva?

Esto mismo es lo que hemos de preguntarnos todos, uno a uno, desde nuestros puestos de responsabilidad, desde nuestros diferentes roles personales en las diferentes sociedades de las que formamos parte, ante nuestras apuestas o sueños de futuro. La sociedad del futuro que soñamos exigirá de un intenso compromiso individual y colectivo. ¿Estamos preparados y comprometidos para asumir la responsabilidad de su logro?

El optimismo esperanzado de Bremmer lo basa en un amplio repaso a los últimos 100 años identificando diferentes respuestas que la humanidad ha construido e implementado, con diferentes  planteamientos políticas y estrategias que se han seguido a lo largo de la historia, a los múltiples proyectos colaborativos existentes a lo largo del mundo,  las propuestas que se han instrumentado y que ha sido capaz de hacer disponibles la humanidad, a la innovación permanente y radical experimentada, a la actitud,  comportamiento y el compromiso en momentos de crisis…

Analizar y plantear los cambios que debemos afrontar es precisamente esta esperanza y confianza en las personas, en la sociedad, la que nos lleva a enfrentar y superar los muchos desafíos por venir. Debemos ser conscientes que el mundo de hoy es infinitamente mejor que lo era hace 100 años, son mayores las oportunidades que nos ofrece y existen grandes espacios de desarrollo y futuro. No se trata de soñar de manera irresponsable o irracional en un futuro cualquiera. Se trata de ser conscientes de las dificultades existentes, mitigar sus riesgos, y asumir los para convertir las dificultades en oportunidades. El líder, dirigente, gobernante no es ignorante de los conflictos y las consecuencias que parecen provocar entre los diferentes temas cada decisión que toma, sabe perfectamente que se ha de enfrentar, a la vez, a las implicaciones en el corto plazo en una renovación de la confianza y del poder que le posibilite transformar y seguir avanzando. Pero, por encima de todo, el líder soñador, el líder que gobierna, el líder que dirige y el líder que debemos llevar todos dentro de nosotros mismos en nuestro entorno próximo, es claramente responsable de ese mundo que tiene que vivir y sabe que la cantidad de oportunidades y el espacio de futuro que habremos de reconfigurar es exigente, pero a la vez posible.

Hoy cuando escribo este artículo se cumplen 31 años del inicio de un sueño en Ucrania. Nuevamente, y son varias veces a lo largo de su historia, Ucrania celebra su apuesta por su independencia. Diferentes circunstancias, diferentes oportunidades le llevaron a apostar por un camino propio fuera de la ex Unión Soviética, iniciando un recorrido de esperanza, creyendo en una libertad con nuevos compañeros de viaje, soñando su integración en una Europa que parecía ofrecerle unas oportunidades de futuro, si bien consciente del enorme recorrido que tenía por delante. Este año, su celebración es poco festiva, invadida por Rusia antiguo protector, con trece millones de compatriotas desplazados, con miles de muertos caídos en tan solo seis  meses, con un futuro incierto, inmersa en  los peligros y temores de qué, día a día, el impacto y las consecuencias de esta guerra que ellos son los primeros en sufrir, pueda llevar a un cambio de actitud y decisión de aquellos que les han empujado a mantener una determinada apuesta por este camino de sacrificio, de esfuerzo, de trabajo, para conseguir un futuro mejor.

Hace unos días, en un artículo anterior escribía en esta columna, como mucha gente trabaja en superar y ganar la guerra, pensando, a la vez, en recuperar los territorios perdidos, en la doble victoria de la guerra y de la paz, y no solamente está en lo inmediato, extremadamente doloroso y exigente, sí no en todo aquello que vendrá después, la reconstrucción la superación de la paz la integración dentro de un nuevo espacio geopolítico diferente al actual.

A lo largo del mundo, todos, también nosotros, enfrentamos la necesidad exigente de la búsqueda de nuevas soluciones y nuevas apuestas (en muchísimo menor escala a la señalada), necesitados de conformar nuevos espacios geopolíticos, articular nuevos modelos de gobernanza, nuevos espacios empresariales en una reinventada economía y estado social de bienestar y comprender el nuevo rol que han de jugar o hemos de jugar todos los ACTORES DEL CAMBIO.

Sin duda, un largo y esperanzado despertar.

… ¡Y entonces se eligió ir a la Luna!

(Artículo publicado el 14 de Agosto)

La RICE University en Houston y la NASA conmemorarán en los próximos días el 66 aniversario del discurso del presidente John Fitzgerald Kennedy a los estadounidenses (“We choose to go to the Moon” – “Elegimos ir a la luna”). Sin duda el mensaje y sueño aspiracional del presidente Kennedy representa uno de los mejores ejemplos (llevados a la práctica) de un sueño retador capaz de redireccionar recursos, talento, procesos colaborativos, ilusión y sentido compartible hacia un objetivo convergente con el propósito, no ya de superar una crisis profunda como la que vivían en aquellos momentos, sino de provocar un cambio radical movilizando recursos, actitudes y mentalidades hacia un escenario inesperado, ambicioso y para muchos inalcanzable. Esta apuesta política refleja el llamado “Moon shot Thinking” que convoca al talento y a las sociedades en su conjunto, teje procesos de transformación desde la innovación disruptiva entendiendo la complejidad del momento y sugiere la inevitable anticipación a potenciales soluciones, animando a una mentalidad emprendedora posibilista y de esperanza motivadora para emprender un apasionante compromiso pensando en un futuro mejor.

Hoy, cuando vivimos un mundo sumido en la incertidumbre que lleva a una elevada melancolía y desánimo colectivos, plagada de elevadas cotas de ansiedad en un angustioso encuentro con la duda y visiones pesimistas, conviene destacar las apuestas de jugadores lideres y actores clave qué, a lo largo del mundo, desde sus diferentes posiciones de responsabilidad de todo orden han soñado un mundo mejor y se han esforzado e implicado en lograrlo. Auténticos generadores de la riqueza al servicio del interés general. Gota a gota, paso a paso al servicio y beneficio de las personas y países.

No hace 66 años, pero sí 25, tuve la oportunidad de reunirme con el profesor William F Miller en su despacho de la Universidad de Stanford en el corazón de Silicón Valley. El profesor Miller, Hubert Emeritus professor, considerado por la literatura como uno de los padres de este singular Valle, “Ministro de Relaciones Exteriores” del mismo, otrora ya entonces presidente del programa de la industria de las computadoras en Stanford y presidente del afamado SRI-Stanford Research Institute, utilizó como eje conductor de nuestra conversación el pensamiento del “Moon Shot”. Simplificaba las claves para convertir sueños esenciales en resultados de éxito. Nada extraño que no se conozca o entienda cuando se ha logrado conseguirlo, y, sin embargo, tan incomprensibles cuando se inician aquellos viajes que demandarán esfuerzo solidario y cambios. Me insistía en la necesidad de líderes soñadores que vean más allá de lo que los demás creemos tener por delante, que entiendan qué hemos de inventar aquel futuro que nos gustaría que fuera vivible por próximas generaciones, dispuestos a prescindir del aplauso inmediato y cortoplacista y generen el espacio adecuado para incitar la concurrencia de actores capaces de trabajar juntos aportando, cada uno, su valor diferencial. De mis notas de aquella reunión recojo sus comentarios clave para crear un hábitat para el desarrollo de una comunidad innovadora de conocimiento, y alta tecnología orientada a resolver las demandas sociales. La importancia de crear y cultivar un clima favorable a la empresa   entendida como unidad generadora de riqueza y activo esencial de creatividad, riqueza y empleo. Cultura y hábitos que propicien una dinámica de colaboración público-privada con acento en gobiernos locales, regionales y próximos plenamente favorecedores del desarrollo propio y singular. Hábitat que exige talento, mano de obra de alto nivel, proyectos e instituciones de investigación e interacción real y permanente con la industria y la sociedad más próxima, con un compromiso sociedad-comunidad con alto nivel de vida y bienestar (salud, cultura, ocio y servicios sociales). Finalmente, una verdadera plaza financiera comprometida con el proyecto compartido de la sociedad a la que sirve en conexión con los principales jugadores a lo largo del mundo con elevada sintonía con el emprendimiento, la innovación y la alta tecnología. Concluía con la necesidad de conectar dicho hábitat generador de riqueza con un espacio de infraestructuras y conectividad mundial y un elevado desarrollo de la industria política y de gobierno, con  liderazgos capaces de provocar no un plan específico sino una sucesión e integración de proyectos de transformadores, integradores de universidades generadoras de impacto social, procesos y comunidades multinivel y multiobjetivo, desde la colaboración interdependiente a partir de una verdadera visión de país. Conceptos clave, recetas conocidas que compartimos hoy. Aceptados en la teoría general parecerían no resultar ni tan evidentes ni tan mayoritariamente discutibles. No obstante, su aplicación práctica demuestra sensación de ausencia o que no nos resistimos a seguir bien por una continuidad pasiva o por una exigencia elevada que de una u otra forma nos lleve a desistir ante las primeras dificultades, la aversión al cambio, o una cultura de la desafección ampliamente instalada.

Ayer, horas antes de escribir este artículo, tuve la oportunidad de asistir a una interesante sesión de mi amigo y colega Christian Ketels (uno de los más prestigiosos expertos en el mundo de la Competitividad), en el marco de la más que alabable y admirable iniciativa de la MIM Kyiv Kiev Business School en torno a la recuperación de Ucrania. Activa escuela miembro de nuestra red MOC-ISC de Harvard, insertos en plena invasión, concentrados fundamentalmente en salvar vidas, en defender y mantener su soberanía, bajo el reclamo: “Before and after the Victory”– “Antes y después de la victoria”, trabajan en recuperar su derecho a vivir en libertad y definir, democráticamente, su futuro. No esperan solamente ganar la guerra sino la paz y un futuro mejor para sus ciudadanos en conexión libre con Europa y el resto del mundo. En plena situación de emergencia, REINFORCE UA es un programa que desde diferentes lugares del mundo conecta a profesores, investigadores y empresarios, gobernantes financieros y docentes, donantes, para reflexionar desde el compromiso activo sobre un futuro para su país. Por supuesto, lo primero es terminar con la guerra, pero no se puede ni quiere esperar a ganar la paz y su futuro para empezar a construir un espacio propio. Ya en julio pasado, el “Encuentro de Lugano” revivió una nueva y especial conferencia para la reorientación y desarrollo estratégico de Ucrania que se venía celebrando con el esfuerzo colaborativo suizo-ucranio y participación de decenas de países y gobiernos varios años atrás. Cientos de experiencias, cientos de trabajos diagnóstico y líneas de actuación, interrumpidos por la invasión rusa, se retoman ahora no para volver a aquella agenda o diagnóstico previo, que también, sino para redefinir su proposición única de valor en un mundo que cambia día a día, en unos marcos y esquemas de relación intra y extra europeos necesariamente diferentes a los pre definidos hace tan solo meses, en un nuevo rol que habrá de jugar Ucrania en un sueño legítimo que ha de construir, identificando y/o recreando nuevas fortalezas diferenciales, con renovadas aspiraciones que su pueblo se proponga. El profesor Ketels repasó y destacó la importancia de la estrategia y el valor de una competitividad bien entendida, al servicio del bienestar de las personas, y el rol singular que corresponde a cada región, nación o espacio en que han de implantarse. Recordó las posiciones y fortalezas preguerra que ya habían sido planteadas con anterioridad, abordó el cambiante panorama esperable, la más que previsible y necesaria actuación y apoyo internacional (sobre todo de la Unión Europea y en especial de los países del este), pero sobre todo insistía en que si bien son muchos los nuevos marcos conceptuales, las herramientas y modelos de los que aprender, no hay recetas mágicas y copiar es un mal camino. La Unión Europea y otros ayudaremos, pero acceder a sus programas, recomendaciones, líneas y herramientas de apoyo, no marca la diferencia Pueden y deben contribuir a acelerar soluciones, se podrá acceder a sus programas y a sus iniciativas y fondos especiales, facilitará superar debilidades y urgencias inmediatas, pero eso no marcará la diferencia. En el mejor de los casos te pondrán en el mismo nivel que los demás, pero la verdadera estrategia en este caso de país exige una proposición única y diferenciada de valor, acorde con las fortalezas propias y la voluntad y propósito perseguible. Si bien es verdad que las crisis son también potenciales fuentes de oportunidad, su común denominador es un gran riesgo de declive y dificultades. Solamente el esfuerzo y voluntad explican el desarrollo exitoso de las naciones superadoras de la tentación a la confortabilidad, a seguir los diseños de los demás para limitarse a hacer lo mismo que el resto. Son tiempos para recurrir a ese movimiento del “Moon shot”, asumiendo el riesgo de elegir. Es la manera de evitar el declive. Así Ucrania como otras historias de éxito habrá de apostar por un escenario y resultados ambiciosos, desde una voluntad y apuesta por su sueño único y diferencial, soportado en planes, programas e instrumentos que lo hagan posible, con la imprescindible solidaridad y apoyo mundial de terceros, y dotarse de renovadas e innovadoras estructuras que lo hagan posible. Una reinvención de su arquitectura institucional resulta imprescindible.  Sin duda alguna, se trata de elegir.

Hoy, todos, de una u otra forma somos parte de una crisis multiforme y multivariable, de diferente intensidad. Como personas, Comunidades, empresas, entidades e instituciones, gobiernos y paises, necesitamos elegir. ¿Asumimos la situación de crisis como un mal irremediable o soñamos un futuro distinto y mejor? Los mimbres existen, somos nosotros quienes hemos de decidir (y acertar) que botones activar. Ni podemos ni debemos evitar la responsabilidad de elegir. Hace 66 años, ni para el presidente Kennedy, ni para los Estados Unidos, lo verdaderamente importante era llegar a la luna de una manera concreta. Lo relevante era el sentido del viaje colectivo a emprender. Todo aquello que supuso apostar tras un sueño que llevaba a un mundo único y nuevo. Kennedy eligió. Eligió llegar a la luna: “We have to choose” – “Nosotros, también, necesitamos elegir”.

¿Prosperar sin crecimiento? ¿Crecer sin prosperidad?

(Artículo publicado el 31 de Julio)

¿Cómo podemos prosperar? Es la pregunta clave que lleva al profesor Tim Jackson a enfrentarse a una futurible economía sostenible en un planeta finito y considerar qué significado ha de tener el vivir bien y disfrutar de bienestar y cómo lograrlo “sin-without” crecimiento. Su libro “Prosperidad sin crecimiento” nos anima a tan controvertido planteamiento: ¿Es posible un estado de bienestar inclusivo y sostenible previo o ausente al logro del tan generalizado objetivo del crecimiento? ¿Cómo pensar en un reparto continuo, justo y equitativo de “la tarta” generada, sin aumentar su tamaño? ¿Cabe pensar en la redistribución permanente de una riqueza limitada y finita en un mundo y poblaciones crecientes?

Es verdad que el propio autor, más adelante y en el marco de sus reflexiones se cuestiona si no debería sustituir el término “without” (sin) por el de “beyond” (más allá de…). Expresar el progreso y desarrollo sin crecer o más allá del objetivo “crecer”, es mucho más que un mero problema semántico o de expresión.

Hace unos días, en una siempre agradable y enriquecedora conversación con dos amigos, académicos e investigadores de reconocido prestigio, surgía la evolutiva posición en torno al crecimiento económico, al desarrollo inclusivo, regionalizado a la vez que des globalizado, la cohesión (social y territorial) … no solamente como una revisión académico-intelectual, sino en cuanto a sus aplicaciones prácticas en las políticas y decisiones a tomar. Ejemplos muy recientes como la sorprendente sentencia de un tribunal impidiendo el Plan Loiola y Ribera Baja para el desarrollo en Donostia, con miles de viviendas en una operación urbanística, de desarrollo económico, estrategia de ciudad, políticas de vivienda, reordenación territorial y oportunidades de integración migratoria por no citar la opción de residencia para jóvenes donostiarras “obligados” a trasladarse a otros municipios, cobraba especial relevancia. (Más allá del rol que corresponde al citado Tribunal, interfiriendo planes urbanísticos y culturales, aprobado por la unanimidad de los grupos políticos responsables del urbanismo municipal, por no mencionar aquellas posiciones ideológicas ocultas de “defensa” y presencia del “Estado” en Euskadi, que terminará dictaminando la propia Administración de Justicia). Operación concreta al margen, limitar el crecimiento y contener el uso del suelo es un elemento crítico, a lo largo del tiempo y supone una clara decisión, de enormes consecuencias, en el bienestar y desarrollo a lo largo del mundo. Todavía hoy, no son mayoría aquellos gobiernos que, con carácter general, anteponen, con claridad el NO crecimiento en su planificación y estrategia de largo plazo.

Esta controversia abierta no tiene respuesta fácil (ni por supuesto única).

Si bien no cabe duda cómo el crecimiento ha posibilitado el binomio expansión económica-propulsión y renovación, inequívoco de la prosperidad y el sentimiento colectivo que lo percibe como incremento de rentas y salarios y mayor calidad de vida, parece evidente preocuparse por su continua contribución ante crecientes limitaciones de un planeta cuyos recursos consumimos y deterioramos a marchas forzadas. Cabe preguntarse si el nuevo mundo es en verdad finito, o seremos capaces, gracias a la imaginación de la humanidad, al perfeccionamiento de estrategias integrales para el largo plazo, a las tecnologías exponenciales en curso, a nuestra capacidad solidaria, colectiva de generar nuevas soluciones a problemas y décadas reales, cambiantes, con una mejora y optimización en el uso de recursos (su transformación y reciclaje), abrazando una apuesta colectiva por vivir una economía de la abundancia y no de la escasez, seríamos capaces de lograr el objetivo último que no es el crecimiento o no crecimiento, sino la prosperidad y bienestar inclusivos.

¿Estamos preparados como sociedad para comprometernos y responsabilizarnos con la complejidad, restricciones, obligaciones y solidaridad exigibles?

Estos días asistimos a unas cuantas pruebas que nos retan para pasar del discurso a la realidad. Prueba exigente de nuestra propia coherencia, de la diferenciada posición de partida y de “qué lado de la ecuación nos encontramos”. Nos hemos posicionado sin aparentes matices a una transición verde cuyo objetivo es salvar el planeta y enfrentar el cambio climático. Olas de elevadísimas temperaturas, incendios, etc. parecerían reforzar nuestra convicción (alguno ha dicho con solemnidad que el clima mata, cosa que hemos sabido desde siempre, ya sea por calor, frío, vivir a la intemperie, condiciones sociales y económicas de la salud, etc.). Sin embargo, asistimos, a la vez, a limitaciones energéticas (gas, precio, Rusia…) y sus consecuencias en nuestros bolsillos y calidad de vida. Rápidamente, al hablar de alternativas y posibles soluciones, algunos miran al carbón y reapertura de explotaciones consideradas altamente contaminantes y de elevado riesgo para la salud, otros recuerdan el impacto local positivo de centrales térmicas abandonadas, otros evitan demostrar su oposición al Shale Gas (en casa) para aplaudir su importación desde Estados Unidos y obvian la cadena “anti- ecológica” (tantas veces denunciadas como inaceptables por esas mismas voces, desde su origen hasta nuestro destino). Sin duda, salvar el planeta no es “sin-without” empleo y prosperidad actual, sino, sobre todo, “Beyond-más allá de…” aquel progreso deseado, también, para las generaciones actuales de las que formamos parte.

Esta misma semana, en la siempre recomendable lectura a los documentos de Mckinsey, encontramos un trabajo colaborativo muy ilustrativo: “Choosing to grow: the leader’s blueprint” (Eligiendo crecer. El plan de los líderes).

En él se recuerda cómo todo líder y/o máximo responsable de la empresa (gobiernos), aspira a crecer, de forma constante y permanente. No obstante, señalan que la cuarta parte de estas compañías no crecen en absoluto y en el periodo 2010-2019, tan solo el 8% de los que deciden proponérselo, lo hacían a un 10% anual. El crecimiento sostenido (no digamos sostenible) parecería imposible. La realidad, sostienen los autores, es que no solamente es posible o deseable, sino imprescindible. Eso sí, ha de ser una verdadera elección, contar con planes y decisiones explícitas para su logro, enmarcadas en una verdadera estrategia compartida. Como siempre, renunciar a esperar el futuro que nos venga y asumir el riesgo de elegir y comprometernos con aquel que quisiéramos alcanzar (y disfrutar). Para ellos, “el crecimiento representa el oxígeno de las organizaciones, el aliento de sus culturas, la savia motivadora e impulsora de ambiciones honestas, la máxima inspiración del propósito y sentido de aquello que hacemos”. Crecer es apostar por la retención y atracción de talento, es una ventana de oportunidades y fuente de la innovación, la generación de empleo, y entonces, cómo es posible se preguntan, que, en los últimos 30 años, solamente una de cada 10, de las 500 empresas del Índice Bursátil (S & P), haya registrado crecimiento. Aquellos que han destacado, presentan una serie de elementos comunes, sin distinción de las industrias en las que actúan: eligieron crecer, explicitaron sus planes, los comunican de forma permanente, los comparten, le confieren máximo valor e impulso estratégico, “evangelizan a propios y extraños”. Sobre sus decisiones aspiracionales, cuidan su coherencia y afrontan retos, riesgos enmarcados en su coherencia aspiracional.

Por otra parte, más allá de estos mensajes “empresariales”, el mundo que afrontamos exige una enorme convergencia de acciones, políticas y compromisos que condicionarán el ansiado “renovado estado de bienestar”. Nuestra prosperidad futura, nos lleva a ir más allá del crecimiento (que también) y de la nueva redistribución de rentas y producción. Parecería un galimatías o puzle no encajable de múltiples piezas dinámicas y cambiantes, pero todas ellas han de ser revisadas e incorporadas, de forma coherente, sinérgica, en ese verdadero espacio público-privado que hemos de seguir construyendo con verdadera intención y decisión. Hoy, quizás con mayor intensidad que en otros tiempos, vivimos un momento crucial caracterizado por una compleja sucesión de demandas y problemas que confieren un espacio caracterizado por exigencias sistémicas, demandantes de soluciones alternativas, disruptivas, que incidan no solamente sobre los resultados observables, sino sobre sus causas, revisando y reinventando (renovando) marcos estructurales, sistemas regulatorios, roles de los diferentes actores o jugadores, transformaciones profundas, integrales e integradas, cohesionadas.

La extraordinaria apuesta de Bismarck a finales del siglo XIX apuntando los incipientes sistemas de seguridad social con su hasta hoy sucesivas transformaciones innovadoras, los sistemas de salud (marco de “n” modelos de salud diferenciados), al igual que el permanente sistema de pensiones en continua adecuación (equitativa y sostenible, garante de un futuro posible), la inclusión en ellos de la cada vez mayor demanda de servicios sociales, influidas por las olas migratorias (voluntarias u obligadas), el futuro del trabajo y su potencial desacoplamiento con la educación-formación y la internacionalización diferenciadora, nos llevan a un apasionante “nuevo modelo de crecimiento y desarrollo”… no como objetivo en sí mismo, como pilar relevante, motor, de mucho más: la prosperidad, el bienestar anhelados. Un mundo que converge en una demanda individual y colectiva en torno a la equidad (espacial a la vez que temporal: en nuestro entorno próximo y mundial, para esta y futuras generaciones).

Muchos actores implicados, empezando por el esencial: nosotros mismos. ¿Responsabilidad, compromiso, opción personal e individual para acometer las transformaciones requeridas?

Beyond or without growth (…más allá del crecimiento o sin crecimiento). Nuevas ideas, nuevos caminos. Parafraseando a Michael Spence: “El futuro de la economía del crecimiento será la nueva convergencia para un mundo que se mueve a múltiples y variadas velocidades”.