Pandemia, Navidad y hacia un nuevo mundo post COVID

(Artículo publicado el 20 de Diciembre)

La presión ejercida por el mensaje “Salvemos la Navidad” que, de una u otra forma, ha impregnado la política de comunicación elegida por autoridades sanitarias, gobiernos y los propios medios de comunicación, alimentada por determinados comportamientos y exigencias ciudadanas, demandas sectoriales según el grado de impacto y capacidad de movilización contra las políticas públicas, con mayor o menos coherencia con el estado real de la pandemia, ha terminado convertido en un discurso confuso y las más de las veces, de escasa eficiencia demostrada desde el “mantra de la supuesta verdad científica como única guía en la toma de decisiones”, salpicada de múltiples expertos de cabecera inundando los espacios mediáticos, parece sucumbir ante la inevitable preocupación por el incremento exponencial de casos y el temible impacto de las estimaciones por venir.

A escasos días de su celebración, rebrotan elevadas incidencias infecciosas, nuevas alarmas de potencial colapso del sistema de salud, la constatación del imposible de evitar riesgo en las poblaciones mayores y, en especial, en residencias asistenciales y el temor a facilitar la movilidad y la complejidad de gestión de las llamadas “desescaladas”, volviendo sobre el falso debate opcional: salud o economía. La “fatiga pandémica” refuerza la convicción (de siempre) de que mientras no exista una solución curativa real, el objetivo es el aislamiento, confinamiento, cierre, en la medida de lo socialmente posible y tolerable por la sociedad, acompasados con el refuerzo y readecuación del sistema de salud preexistente. Y ahora, cuando vivimos una acelerada y esperanzada irrupción de la tan deseada vacuna y sus diferentes grados de inmunidad colectiva, cuando el sistema de salud ha aprendido y mejorado tratamientos y soluciones, aunque en tiempo distintos y distantes, el calendario inmediato complica las cosas. La sociedad parece exigir de los gobiernos un recetario concreto e infalible que indique con precisión lo que se puede y no se puede hacer en el periodo festivo. Se espera, sobre todo, una solución mágica que responda al deseo y planes de cada uno. El “espíritu navideño” parece inaplazable, inmodificable e imprescindible, reconvertido, a lo largo del tiempo, en celebraciones de ocio y festivas.

En estos momentos, cuando observamos que el mundo y la sociedad, en todas partes, necesita liderazgos, gobiernos, política y directrices extraordinarios, capaces de motivar, generar confianza y credibilidad, respeto compartido y mensajes sólidos de presente y futuro, el contexto le da la espalda. Negacionismo, desconfianza, noticias falsas, autoritarismo camuflado, debilidad institucional, desgobierno internacional… predominan, lo que dificulta el necesario encaje de complicidad y connivencia con quienes esperamos tomen las complejas decisiones que habrán de guiarnos.

En este panorama, desde la incertidumbre con o sin COVID que nos acompaña (antes, ahora y una vez superemos la pandemia), no podemos perder de vista los principales “bloques condicionantes y/o facilitadores” del futuro que seamos capaces de construir, demandante de mirada de largo alcance que ni empiece ni termine, en exclusiva, en la COVID-19.

El larguísimo periodo pandémico que hemos padecido en todo 2020 y el al parecer inevitable periodo de “convivencia hacia una nueva normalidad”, de incierta duración, pudiera agotarnos en el camino y desanimar el largo recorrido por emprender. Si hay alguna certeza es que no solamente resulta imprescindible convivir con el COVID, sino que el Post COVID no será una “nueva normalidad” sin más.

Desgraciadamente, el escenario “pre-COVID” ya era sumamente exigente, venía señalando grandes desafíos que, de una u otra forma, ya condicionaban nuestro modelo de desarrollo y bienestar. Desigualdad, desarrollo no inclusivo, descenso relativo de niveles de prosperidad, “enfermedad progresiva” de sistemas y estructuras de gobernanza, crisis y cuestionamiento sobre la oferta de servicios públicos, extensiva confrontación ideológica culpabilizadora de la empresa, denuncia de un supuesto “pseudo neoliberalismo instalado” como mensaje simplificador de cualquier respaldo reivindicativo y auto exculpatorio de responsabilidades personales y colectivas, “populismos y localismos” como descalificación fácil de quienes no comparten o asumen políticas dominantes impuestas por aquellos que se autoproclaman únicos poseedores de la verdad… Desafíos que, a su vez, marcaban ya una vía de transformaciones sucesivas que avanzaban de una u otra forma, posiblemente, sin la intensidad y velocidad que las necesidades y expectativas sugerían. Este panorama PRE-COVID no ha desaparecido, pero sí se ve interpelado por este mal universal que nos aqueja. La pandemia ha puesto su foco (y su valor) en la salud, mostrando sus claro-oscuros, más allá de la enfermedad y de su ciencia, aconsejando profundizar en las claves esenciales de su largamente debatida propuesta de transformación. Sin duda, sus condicionantes socio sanitarios, su implicación comunitaria, su avance hacia mucho más que la ausencia de enfermedad, los inevitables cambios de sus infraestructuras, formación profesional, educación de la población y políticas asociables para su rol esencial como vector para todo desarrollo inclusivo, exigen asumir un espacio prioritario de atención. Más allá de su imprescindible papel de equidad y justicia social, su capacidad tractora de la actividad económica, su fortaleza rectora en innovación tecnológica y social, su interacción con la biociencia, ciencias de la vida, investigación, biomedicina, educación, transporte, medio ambiente y clima y su espacio receptor y multiplicador exponencial de una avanzada digitalización, le sitúa como pilar clave en la generación de empleo, riqueza y bienestar. Este carácter vector y único influye (a la vez que se ve influido por aquellas otras transformaciones que habrán de relacionarse en otros ámbitos relacionados, en un marco comprehensivo), con especial relevancia, en las claves definitorias de un futuro por desarrollar.

Así, el foco en salud nos lleva a contemplar otros cuatro bloques de especial consideración e impacto. La actual situación y sus consecuencias obligan a revisitar los fundamentos de la competitividad, la prosperidad y el desarrollo económico regional inclusivo. Más que nunca, resulta evidente la inevitabilidad de aplicar políticas económicas y políticas sociales a la vez, saber que el crecimiento económico por sí no es un objetivo, que el PIB no es la panacea que se traduzca, necesariamente, en bienestar, que el progreso social es indisociable al desarrollo y que el “efecto local”, único y diferenciado, no es un estado o una “aldeanada olvidable” en el mapa global que, sin limitaciones ni objetivos centrados en las personas, parecía aceptarse como irrefutable. Empresas, gobiernos, territorios han de jugar un rol, cada vez más integrado y compartido, con objetivos económicos, sociales, medio ambientales y de gobernanza, haciendo de estas demandas, la esencia de sus modelos de negocio, sus políticas públicas (coopetitivas) y la apuesta de valor único y diferenciado de los territorios, regiones y ciudades.

De igual forma, la necesaria reconsideración de los determinantes de esta competitividad y prosperidad, exigen revisar un segundo bloque en términos de rendimiento, resultados y productividad. Demasiado tiempo y evaluación de inputs sin la necesaria medición, instrumentos que partían de objetivos aceptables y se han perpetuado alejados de su contribución original o esperable. Resultados hoy, que la pandemia ha impactado de forma negativa y que requieren nuevas normas de recomposición y solución.

Un tercer bloque, que sin bien pudiera parecer que nos viene dado (“Contexto socio económico”), nuestra actitud ante el mismo determinará su verdadero impacto, caso a caso, empresa a empresa, país a país. Un nuevo escenario de endeudamiento largo placista, nuevas maneras de interpretar la intervención y rol público, así como la consideración de actividades esenciales y de aquello que en verdad requiere de servidores públicos (redefinibles en preparación cambiante a lo largo de su carrera, perfil profesional, acceso y separación, área de actividad, condiciones socio laborales y administrativas), y la apuesta inaplazable por aquello que mitiga, en verdad, la desigualdad.

De igual forma, el bloque asignable a un contexto para la gobernanza, instrumentos y toma decisiones. La COVID ha demostrado que las situaciones críticas y de emergencia, facilitan, promueven o exigen asumir caminos más transitables para decidir, una agilidad y velocidad, obviando procedimientos, burocracia y niveles de no decisión, que se han mostrado ineficientes e irrelevantes. A la vez, nuevos instrumentos flexibles han roto jerarquías intermedias artificiales, y organismos superfluos de escaso valor añadido. Han emergido, empresa a empresa, gobierno a gobierno, localidad por localidad, nuevos protagonistas, nuevos liderazgos y nuevas “rutas de decisión”. El proceso ha permitido señalar nuevos caminos, nuevas estructuras, nuevos modelos colaborativos.

Este conjunto de bloques han de ser revisados y darán lugar a cambios estructurales de gran profundidad. Lo aprendido exige una pronta e inmediata evaluación hacia su permanencia, perfeccionamiento o supresión. Hemos comprobado la necesaria implicación transversal y coprotagonista en todos los niveles, eliminado los temores a cambios disruptivos y exponenciales. Hemos reinventado estructuras e instrumentos, incorporado nuevos jugadores, nos hemos visto obligados a establecer alianzas con terceros que creíamos imposibles, hemos acelerado el uso de nuevos instrumentos, practicado mayor autonomía y descentralización de tareas y decisiones. Han surgido nuevos liderazgos y una clara necesidad de reforzar, reinventar, instituciones cada vez más sólidas y democráticas. Hemos redescubierto actitudes esenciales del positivo humanismo intrínseco en la Sociedad y hemos practicado, más allá de sus inevitables dificultades, elevados grados de colaboración.

El periodo COVID abre las puertas a una gran OPORTUNIDAD y nos invita a la búsqueda de nuevas opciones en todos y cada uno de los cinco bloques comentados. Dependerá de nosotros nuestro grado de compromiso, voluntad y deseos de alcance. Hasta donde estemos dispuestos a llegar será el determinante esencial de ese nuevo mundo post COVID por construir. Ese espacio sí será una supuesta y anhelada “nueva normalidad”.

De momento, entrañable, consciente y esperanzada Navidad.

Progreso social: respondiendo a los desafíos de cada momento

(Artículo publicado el 6 de Diciembre)

La revista EKONOMIAZ celebra su brillante 35 aniversario con un número especial dedicado al impacto de la “última gran recesión” experimentada (y sufrida) por nuestra economía. Sus ya 97 publicaciones refuerzan su prestigiosa trayectoria y añade valor al conocimiento de la economía vasca y su permanente comparación con las de otras latitudes, en especial en el ámbito regional, a lo largo del mundo, en clara y evidente interdependencia. De la misma forma que celebró, en su día, su XXV aniversario con un análisis de lo realizado en esos primeros e intensos años del autogobierno vasco para abordar una autoevaluación de las diferentes políticas públicas y avanzar un ejercicio prospectivo sobre lo que habría de esperarnos diez años más tarde, en esta ocasión analiza lo que llama “una década perdida” (2008-2018) y reflexiona en torno a su estimación para los próximos diez años, de la mano de un variado número de autores que, por lo general, han acompañado la exitosa y relevante historia de esta revista, fiel reflejo de las preocupaciones, actuaciones y soluciones presentes en nuestra evolución desde el año 1985 en que fue creada, como testigo activo de la crisis en la que se encontraba nuestro país, en contraste permanente con la necesidad e ilusión de superarla apostando por un futuro de bienestar, progreso y desarrollo.

Una primera lectura (absolutamente recomendable) pudiera llevarnos a un sentido pesimismo tras constatar que el exitoso camino recorrido en aquellos años iniciales y que supusieron posicionar Euskadi en un espacio privilegiado de bienestar, riqueza, crecimiento y desarrollo económico y social en torno a la apuesta vasca por un “desarrollo humano sostenible”, parecería haber desaparecido tras las sucesivas crisis (financiera-hipotecaria del 2008), otra “Europea de NO recuperación económica y recortes generalizados” (2012) y una tercera, aún de consecuencias finales irreconocibles con la pandemia COVID en curso. Los logros alcanzados, los indicadores positivos que lo reflejan, desaparecerían tras el impacto global con su negativa trascendencia en nuestra economía. Dicho esto, constatado el “parón y empobrecimiento global generalizado”, resulta imprescindible volver la vista hacia las “palancas de transformación y fortalezas diferenciales” con que se ha dotado nuestro país, su economía y nuestra sociedad a lo largo de estos años, preparándonos para alcanzar un escenario futuro de éxito, respondiendo a los nuevos desafíos a los que nos enfrentamos.

Esta misma semana, se ha presentado en Bruselas el “Índice de Progreso Social 2020 para las regiones de la Unión Europea”. Recordemos como en 2011, entre un amplio clima crítico de detractores acostumbrados a medir el mundo bajo el prisma único del PIB y con el horizonte generalizado de modelos de crecimiento económico globalizado, la SOCIAL PROGRESS IMPERATIVE, bajo la batuta de Michael E. Porter y Michael Green, presentó el primer Informe-Índice de Progreso Social. El nuevo Índice reclama la necesidad de ir más allá del PIB, establecer indicadores, no económicos, concentrados en el Progreso Social como la capacidad de una sociedad para alcanzar las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, estableciendo los pilares que les posibiliten mejorar y de manera sostenible, su calidad de vida, creando las condiciones para que todos los ciudadanos desarrollen su máximo potencial. Medirlo resultaba (y resulta) básico para conocer el “estado de la cuestión”, identificar las debilidades o ausencias de intervención exigibles, diseñar nuevos proyectos y objetivos y traccionar las políticas públicas necesarias.

Con este planteamiento y en un esfuerzo metodológico singular, se generaron desencuentros fruto de la incomodidad en los Índices preexistentes, descontento observable en quienes “perdían posiciones mundiales” en otros índices al uso en materia de crecimiento, PIB, o competitividad. El Índice dio lugar a “nuevos líderes” trasladando las primeras posiciones hacia “países menores” con una alta concentración en los países nórdicos en la “Europa social”, avanzando nuevas ideas, planes y apuestas estratégicas. El “Desarrollo Humano” impulsado por Naciones Unidas también se veía críticamente observado dado su elevado contenido de indicadores económicos, determinando de forma excesiva el peso de la aportación social final. Desde entonces, con este 2020, el Informe-Índice se ha elaborado en siete ocasiones. El último, global, en 2020, proyecta, en general, noticias esperanzadoras constatando que, pese a la opinión y sensación pesimista generalizada, el mundo está mejor, informe tras informe.

Constata una mejoría general, si bien lenta y desigual, con 155 países avanzando en alguno de los elementos de análisis (necesidades humanas básicas, fundamentos del bienestar, oportunidades de desarrollo), medidos en 12 grandes bloques clave, destacando una clara mejoría en el acceso a la información, comunicación y tecnologías de la información esenciales para vivir, en el acceso a educación avanzada, viviendas y protección, salud y agua-saneamiento. Por el contrario, la desigualdad, los derechos personales, la seguridad personal, calidad medio ambiental e inclusividad, declinan o se mantienen estancados (2011-2020).

No obstante, una visión global, Estado a Estado, arrastra un mal pandémico del que la economía mundial no ha terminado de librarse. La estadística oficial, generalmente centralizada, continúa facilitando datos macro y de Estado. La realidad es muy diferente. Las principales diferencias se dan en un mismo Estado, entre sus diferentes regiones, entes “subnacionales” y ciudades (y en ellas, a mayor tamaño y población, mayor distancia e inequidad) y sus tejidos y realidades socio-económicas están alejadas de un reflejo estadístico riguroso y homologable.

Ya en 2011 con el nacimiento de este Índice, desde la Red MOC (Microeconomic on Competitiveness Network) en el Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard, se impulsaron iniciativas para el avance hacia Índices regionales, pegados al terreno micro. Así, el Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA, realizó una primera experiencia piloto, en aplicación de la metodología e indicadores intactos del Índice Global, para el Caso de Euskadi. Este ejercicio se incluyó como anexo en el primer Informe, señalando el largo camino por recorrer. Experiencias complementarias piloto en Alemania y Escandinavia llevaron a la Unión Europea a apostar por la elaboración de un Índice para Europa (EU-SPI) en el que viene jugando un papel relevante nuestro Instituto vasco.

Así, hoy, la Unión Europea, presenta su Índice, en coordinación y bajo la dirección de la SPI, aportando riquísima información sobre la totalidad de regiones europeas, estableciendo una relevante comparación “entre países”, clasificando las diferentes regiones y comunidades en bloques más o menos homologables atendiendo a su dimensión, población, tipología económica, capacidad institucional. Trabajo de extraordinario valor que posibilita un enorme espacio de comparación, no solo en su conjunto, sino en los diferente elementos-indicadores que explican el pretendido “Progreso Social”.

Hoy, atendiendo a este ejercicio, Euskadi lidera las regiones/comunidades del Estado español, un poco por encima de Nafarroa, en un mapa europeo dominado por las regiones nórdicas (Dinamarca, Suecia y Finlandia ocuparon los primeros puestos ocupando los 10 primeros lugares). Euskadi y Nafarroa es sitúan en el bloque general de nivel superior. Si bien, la valoración indica, a su vez, espacios claros de mejora y una significativa distancia con el nivel máximo, por lo que la referencia a su desempeño permite abrigar confianza y esperanza futuras a la vez que campos de inaplazable mejora.

En consecuencia, concluyamos que no “nos han robado la última década” pese a habernos complicado nuestro avance. Los pilares y palancas construidas, las competencias y capacidades disponibles, la voluntad y compromiso existentes, la vocación institucional y determinismo de autogobierno y aspiraciones estratégicas del futuro alumbran un futuro esperanzador, afrontando los nuevos desafíos globales y locales que nos esperan.

Hoy, como ayer, el modelo de desarrollo humano sostenible, el “caso vasco” de competitividad y bienestar inclusivos es una realidad y una apuesta solidaria, colaborativa realista, deseable y posible.

Con EKONOMIAZ hemos transitado desde una profunda crisis de modelo e ideologías, energética, de inevitable reconstrucción de un tejido en su día obsoleto, de una industria destrozada, de una empresa extorsionada y acosada, de un contexto autárquico aislado del mundo. Hemos vivido los albores de una estructuración de las bases de una economía sana por una nueva sociedad capaz de recuperar su autoestima y creer en sí misma. Nuestra economía supo incorporarse a una Europa compleja, avanzar en ella hacia un mercado integral o único, reconvertirse, abrazar la apuesta de la innovación transformadora, reposicionarse en las áreas clave que conforman los desafíos y prioridades actuales y, sobre todo, hacerlo pensando en la inclusividad y un desarrollo humano a partir de una indispensable red de bienestar. Ha sabido dotarse de un entramado institucional capaz de afrontar, paso a paso, los nuevos espacios aspiracionales que marcan nuestro futuro y las nuevas políticas para su logro. Resultados que, sin duda, veremos reflejados en esta publicación a lo largo del tiempo.