Y nuevamente septiembre…

(Artículo publicado el 30 de Agosto)

Por fin, inmersos en un período inusual a la vez que especial, la próxima semana, llega una atípica vuelta a septiembre, una vez concluidas las vacaciones de verano condicionadas por esta supuesta nueva realidad. Afrontamos el reencuentro con un escenario más desconocido que el habitual.

En principio, observamos expectantes, la apertura del nuevo curso escolar, la reincorporación parcial y progresiva a la empresa o a las diferentes administraciones públicas, la retomable actividad autónoma y, por supuesto, desconocidos planes de respuesta para el ejercicio de nuestras actividades ordinarias, sumidos en la incertidumbre generalizada que parecería un nuevo acompañante de alcance indeterminado. Adicionalmente, asistiremos a la constitución de un nuevo gobierno en Euskadi, cuyo Lehendakari y principios generales de actuación, así como ejes prioritarios de su programa para los próximos cuatro años son conocidos, conformando un mapa institucional conocido y cohesionado que aporta, de salida, suficiente certeza para una fortaleza de dirección para los próximos tres o cuatro años, al margen de tensiones y desencuentros que pudieran aparecer en el horizonte. Un elemento clave para afrontar desafíos inmediatos que exigirán decisiones firmes con respaldo democráticamente mayoritario.

Hace unos días, en este mismo periódico, se resaltaba la necesidad de abordar el momento con la fortaleza “de los administradores”, resaltando la dificultad de gestionar un cúmulo de dificultades desde la eficiencia requerida y las competencias atribuibles a quien debe tomar decisiones. Administrar el país, la empresa, la Universidad, la respuesta y complicidad ciudadana… con los mejores resultados posibles. A la vez, coincidiendo con diferentes publicaciones y debates globales, recurriendo a la literatura de gestión (y, en especial, cuando se traslada a la dirección de naciones más allá de unidades menores), se recuerda la distinción entre administrar, dirigir y liderar. Tres elementos claramente diferenciados que serían exigibles en este período lleno de complejos retos, múltiples dificultades y un sinnúmero de voluntades, reivindicaciones y disponibilidad participativa y colaborativa distintas. Es, sin duda, imprescindible el contar con una administración eficiente (tanto de los servicios públicos como de las actividades privadas) que posibilite gestionar una pandemia y su interacción en consecuencia con todo tipo de actividades públicas y privadas, optimizar los medios y recursos que habrán de ponerse a su disposición, ordenar y gestionar la convivencia de dicha pandemia con las aperturas y avances necesarios y responder a las incógnitas que irán apareciendo en el horizonte. Inmensa tarea y esfuerzo por recorrer pero que resultará baldía si no viene acompañada de una dirección estratégica de medio y largo plazo que supere la administración del estado actual de las cosas, sino que sea capaz de soñar un nuevo y diferente futuro que no solo restaure una situación y orden previos, sino que anticipe un escenario diferente aún por descubrir. Un nuevo escenario que no solamente supere las dificultades (muchas) actuales y esperables, sino que dirija el tránsito hacia aquellas nuevas respuestas que parecerían demandarse en dicho futuro incierto. Momento de dirigir una sociedad que ha de renunciar a mantener su estatus previo y que ha de asumir transformaciones clave para garantizar la esencia de lo logrado hasta ahora, ampliando sus resultados a la totalidad de la población con especial atención a los más vulnerables. Grandes desafíos, algunos impuestos, otros deseados, que nos introducen de lleno en una permanente actitud y acción innovadora a la búsqueda de alternativas superadoras.

En el documento de principios que PNV-PSE han suscrito como orientación y base para la conformación de un gobierno y  para estos próximos cuatro años, explicitan, en su propio título, las “Bases para el acuerdo entre EAJ-PNV y PSE-EE para la reactivación económica y el empleo desde la defensa de los servicios públicos y las políticas sociales, sobre la base de más y mejor autogobierno” y adelantan los ejes prioritarios de actuación previstos: implementación y refuerzo del sistema público de salud, la reconstrucción social y económica de Euskadi, que permita preparar a la sociedad vasca para todos los desafíos emergentes que la pandemia “no ha hecho más que acelerar», como el envejecimiento de la población, transición ecológica o digitalización y ven esta crisis como una oportunidad para salir de ella como una sociedad más cohesionada, con un Estado de Bienestar fortalecido, que reduzca las desigualdades, desde reformas clave en materia de salud, reactivación económica y empleo, manifestando su voluntad colaborativa con el gobierno español y, en especial, con los instrumentos que la Unión Europea pone a disposición de objetivos similares, recordando su compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

Un amplio propósito de reformas necesarias que exigirán, volviendo al principio, no solamente una gran capacidad de administración y gestión, así como de la experiencia adquirida y demostrada, sino la imprescindible cualidad de liderazgo que trascienda de estos ámbitos y que genere la ilusión, sueños colectivos y compromisos transformadores para apostar por un futuro diferente, desde la complicidad de un recorrido complejo lleno de obstáculos. Obstáculos superables desde la corresponsabilidad y la visualización de un camino hacia un futuro, compartible, mejor. Toda una oportunidad más allá del reto que comporta. Una oportunidad para construir (o intentarlo) nuevos caminos.

Sin duda, Euskadi cuenta con los mimbres necesarios para su apuesta y recorrido estratégico. Nuestra historia está caracterizada por un carácter solidario y colaborativo a la vez que disruptivo, que ha sabido enfrentarse a la adversidad, buscar y encontrar los espacios de oportunidad, necesarios y adecuados, y ha sabido asumir los riesgos necesarios (debidamente gestionados y minorados) en la construcción de un espacio propio, desde su deseado coprotagonismo, en la búsqueda permanente de su bienestar. Base imprescindible para que este nuevo septiembre alumbre un redoblado esfuerzo, positivo, para remprender la superación de la crisis construyendo las respuestas adecuadas, anticipadas, a los desafíos a los que nos enfrentamos. Contar con un gobierno y todo un mapa institucional coherente y sólido, debe ser una buena garantía para acelerar el liderazgo y gestión, compartidas, que facilite sueños y los haga realidad.

Que este nuevo septiembre sea el momento de objetivos ambiciosos, de relevancia significativa para el País y sus ciudadanos y retomemos una actitud colectiva e individual para “ser el promotor e iniciador y no la víctima de una sorpresiva innovación no deseada”.

Predecir en la incertidumbre

(Artículo publicado el 16 de Agosto)

La incertidumbre generalizada en la que nos movemos con un especial efecto en la COVID y  sus consecuencias, vienen a sumarse a la extensa complejidad multifactorial que acompaña cualquier análisis de riesgos, predicciones de futuro y toma de decisiones para encarar diferentes escenarios.

En este marco ya en sí mismo suficientemente complejo (la naturaleza del virus y su propagación, la existencia o no de medidas terapéuticas, farmacológicas y socio sanitarias en general que permitan una respuesta adecuada más allá del aislamiento, confinamiento social), obliga a repensar la manera de vivir en un tiempo indeterminado, asumiendo comportamientos sociales diferentes a los habituales. Convivir este espacio desconocido conlleva no solamente adecuar la actividad ordinaria, la reapertura progresiva de la economía, la reconsideración del ocio, la reorganización de la educación, la movilidad o los propios sistemas socio sanitarios de salud y servicios comunitarios, sino la gestión empresarial y de los servicios públicos. Todo indica que “CONVIVIR con el COVID” no será una cuestión pasajera de semanas o meses, sino, desgraciadamente, de largo plazo. Todo parece sugerir que hemos de pensar en la “gestión dual y ambidiestra” de nuestras vidas, no solo en términos de corto y medio/largo plazo, sino de “doble identidad”. De alguna forma, simplificando, nos vemos obligados a duplicar equipos, responsables, tiempos y tareas para gestionarlo: una parte volcada en el COVID y la respuesta a sus impactos, y otra, a la “vida ordinaria y de apuesta por el futuro”. Una especie de “task force COVID”, como unidad lo más autónoma o independiente posible del resto.

Al mismo tiempo, cuando hablamos de lo que la COVID está incorporando en la transformación de nuestras vidas, hemos de plantearnos con rigor y profundidad cuáles de las muchas medidas que se están implementando, de una u otra forma, deberían avanzar hacia su permanencia ( con su cuota de mejora) y no solamente concebidas como medida de emergencia, a desaparecer en el menor plazo posible: ¿Las restricciones al ocio, horarios, consumos, uso del espacio público, prohibición de fumar o consumir alcohol en la calle, por ejemplo, son favorecedores de un daño a la salud para el COVID, o lo son para la salud en general, hoy y mañana? ¿La arquitectura de la infraestructura escolar es la adecuada para la calidad y aprendizaje requerido? ¿Los planes y programas, evaluaciones de estudio pre COVID son los adecuados para una sociedad normalizada?,¿La supuesta demanda aritmética de 6000 nuevos maestros que exigen algunos para reabrir el próximo curso en Euskadi es una solución tanto inmediata como de futuro?,¿Qué cualificación y perfil se les exige pensando en la garantía de una educación real y de calidad? ¿La arquitectura de la infraestructura de salud (incluida la sociosanitaria) es la adecuada para un futuro diferente? No deja de ser curioso que las voces críticas, que incluso acusaban a nuestros empresarios y gobernantes de matar por impulsar modelos de reapertura progresiva de la educación y diferentes sectores económicos, cuando se trata de ocio, vacaciones y sectores asociados callan o exigen apertura plena. Parecería que el bien supremo de la salud desaparece en términos de prioridad cuando el trabajo o la educación han de tenerse en cuenta.Sin duda, como todo, se trata de decisiones complejas (e inciertas en sus consecuencias finales) llenas de matices y no de radicalismo blanco o negro.

De forma consciente e inconsciente, todos realizamos ejercicios permanentes de predicción ante cualquier decisión (por pequeña e irrelevante que parezca) en nuestro día a día. Se espera que en ámbitos de gobierno (del nivel institucional que sea), empresarial (micro pyme, starts up, multinacional, gran conglomerado), no gubernamental y/o sin ánimo de lucro, economía doméstica, organismos políticos o sindicales, afrontemos decisiones con un mayor o menor proceso de análisis de riesgos, “visiones o deseos de futuro”, análisis de escenarios (explícitos o relativamente imaginados) y pretendemos identificar sus potenciales impactos en nuestro ámbito de actuación y decisión. Philip E. Tetlock (profesor de Psicología y Ciencias Políticas, con amplísima experiencia en el mundo de la prospectiva), en su libro “Superforecasting: The art and science of prediction”, a través de sus sucesivas ediciones, nos ha venido ilustrando sobre este difícil arte y ciencia de la predicción desde una sentencia base: “reconocer los límites de la predictibilidad es una cosa; desechar todos los pronósticos es insensato”.

Hoy, su lectura resulta, en gran medida, de especial relevancia. No solamente la lucha y confrontación por el conocimiento y “acierto” del escenario futuro, sus tiempos de logro y, sobre todo, el mapa de riesgos, consecuencias y oportunidades que generará la mencionada pandemia, sino múltiples cuestiones “menores” o parciales que observamos en estos días y que cambiarán, de forma activa o pasiva, nuestras vidas. Preocupaciones, preguntas, obligaciones que convergen en el “dilema del líder” (en todos los ámbitos). ¿Qué escenario predice Joe Biden ante unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos sobre el que decide incorporar a su “ticket electoral” como candidata a vicepresidenta a la senadora Kamala Harris? ¿Su predicción empieza y termina en la elección de noviembre y su triunfo por la contribución del voto afroamericano, latino, social demócrata, feminista, “no blanco”, y del “complementario” a las bondades de ambos? ¿Va más allá de ese “primer paso” y considera la puerta de entrada para la futura líder del partido demócrata y presidenta de Estados Unidos en la década 2024-2034? ¿Es una predicción de minimización de riesgo ante una incapacidad o ausencia que pudiera producirse en su mandato, de modo que ella asuma la presidencia? Pronósticos, predicciones, prospectiva para un futuro que se espera distinto al presente desde el que partimos.

Predecir el futuro no es ni futurología, ni espiritismo, ni ejercicios geniales de acierto infalible. Es mucha disciplina, análisis y, sobre todo, apuesta. Apuesta por espacios deseables en lo que podemos sentirnos confortables, confrontando los problemas asociables, prestando atención a los “seriales” que el mundo ofrece, considerando su potencial impacto en lo que hacemos o queremos hacer, con especial consideración de los matices que conlleva, contando con las posiciones previsibles del resto de los actores, asumiendo la responsabilidad de la decisión final, rara vez consensuable. Es un ejercicio permanente desde “ la sensatez de las confesiones de incertidumbre, el sesgo cognitivo en la exploración intelectual y la interacción de la primera impresión con la coherencia de un relato veraz”, siguiendo a David Kahneman ( “Pensar rápido, pensar despacio”)

No se trata de afirmar, con años de antelación, que en el verano de 2020, material explosivo abandonado en el puerto de Beirut haría saltar un gobierno, tras centenares de muertos, y provocaría un doble movimiento interno (la población exigiendo cambios inmediatos ante una situación no de catástrofe, emergencia, que también, sino de respuesta a una situación persistente por décadas) y externa (una comunidad internacional, en especial desde su antiguo “colonizador y aliado”, Francia, liderando un compromiso de cambio político y social más allá de la inevitable “reconstrucción” física del país), coincidiendo, en el tiempo con un inesperado acuerdo de paz y colaboración de los Emiratos Árabes con Israel añadiendo nuevas piezas al tablero regional. ¿Es predecible que la monarquía española sea dinamitada desde dentro de su propia Familia Real y que, antes o después, se produzca una verdadera reconfiguración del Estado español y sus instituciones, naciones y comunidades naturales? ¿Es predecible que la Unión Europea y el Reino Unido pacten, el nuevo escenario post Brexit dentro de este 2020, de modo que se construya un estatus preferente del Reino Unido en el espacio económico europeo? ¿Y que dicho acuerdo final suponga el camino de una reconfiguración del propio Reino Unido con una Escocia independiente como Estado Miembro de la Unión Europea, con una Irlanda unificada en Europa y un estatus especial para Gales? ¿Es predecible un latino presidiendo los Estados Unidos de América en 2030?

Cualquiera de estos escenarios pueden darse, o no. Serían explicables volviendo hacia atrás en su momento. Pero, en todo caso, lo relevante no es si se dan o no, sino qué hemos hecho y cómo, para llegar al punto deseable. ¿Biden-Harris ganarán las elecciones en Estados Unidos? ¿El nuevo gobierno en Beirut cambiará la vida de los libaneses y sus vecinos? ¿Felipe VI seguirá escondido tras el parapeto mediático y continuará con su “atareada agenda” en Baleares? ¿Westminster y Downing Street construirán un nuevo Reino Unido? ¿Controlaremos el efecto devastador de la COVID-19 con la protección de una vacuna que tarde o temprano llegará?

Hoy, como ayer, mañana y siempre, nuestras decisiones exigen el ejercicio de la predicción y, sobre todo, de la ejecución de lo que nuestra exploración decida. Gestionar sus consecuencias es la “magia” del complejo proceso que conlleva. Más allá de aciertos concretos, las “rutas estratégicas” definibles marcarán la diferencia. Como siempre, imaginar “nuestro futuro, próximo o lejano, forma parte de nuestro ejercicio y responsabilidad diarias, pero, sobre todo, comprometer aquello que hemos de hacer para lograrlo.

Vencer a la estadística…

(Artículo publicado el 2 de Agosto)

Esta semana, el Consejero de Economía y Hacienda del Gobierno Vasco, Pedro Aspiazu, presentaba los datos macroeconómicos del segundo trimestre de este 2020, anunciando “una caída del 20,1% sin precedentes en tiempos de paz”. Suponía el encadenamiento de dos trimestres seguidos de caída de su Producto Interior Bruto (-3,2% y 20,1%), por lo que adelantaba la calificación al uso convencional (ni oficial, ni técnicamente indiscutible en la comparativa temporal de una caída generalizada de la economía), de Recesión. Adicionalmente, el imparable calendario estadístico va arrojando, día a día, datos e información preocupante. Así, esta misma semana, también, la cita con la publicación trimestral del INE español y sus registros del empleo, paro y ocupación que arroja en su encuesta de población activa (EPA), parecerían minimizar el anuncio del consejero vasco, ya comentado. España presenta “el peor trimestre de la historia; la crisis COVID destruye un millón de empleos y el mayor hundimiento de su Producto Interior Bruto desde la guerra civil”. Detrás de estos titulares, destacan cargos de mayor profundidad: si se tiene en cuenta que el “paro técnico” que refleja la EPA no incluye los empleos en suspenso por los ERTES (expedientes de regulación temporal de empleo con prórroga hasta el 30 de septiembre), sí el cierre empresarial y de la Administración, así como del sistema educativo por el confinamiento que ha impedido a la gente en desempleo una búsqueda activa del empleo, por lo que no se incluye en la estadística y supondría que el 44,5% de la “población activa: en edad y disposición de trabajar”, ni trabaja, ni busca ocupación y, además, se recoge que 1.198.000 hogares tienen a todos sus miembros en paro. Esta negra fotografía no sería muy diferente, siempre con significativos elementos diferenciales según tejido económico, especialización productiva, formación, institucionalización, capital humano y compromiso/disciplinas colectivas, en otras muchas latitudes.

La pandemia COVID y su tratamiento basado en el aislamiento físico y confinamiento masivo paraban una economía interrelacionada y abierta a lo largo del mundo, generando un impacto imparable e incierto que se ve reflejado en estadísticas que llevarían a sospechar un abismo ni gestionable, ni recuperable en un horizonte razonable. Dato “negro” para la economía vasca en sintonía con la inmensa mayoría de economías exitosas pre COVID que hoy transitan un camino incierto, expectante del comportamiento del contagio y su impacto intermitente en la salud de la población, en el comportamiento social para afrontarlo, en la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, sociosanitarios y comunitarios, en la potencial reactivación en cadena de tractores empresariales internos y externos, de la aplicación real de las inmensas aportaciones financieras de las instituciones internacionales y gobiernos, del comportamiento sindical, de las políticas públicas que pueden y deben implantarse y de los tiempos en que todo ello se produzca..

Mientras la frenética búsqueda, provocación y espera de todos aquellos movimientos esperados se materialicen, la reacción o impacto en la calle no deja de llamar la atención. Parecería que el anuncio recibido no es sino una frase más, un dato asumido, o una distracción veraniega. Sea por la elevada población funcionaria que se sabe con empleo e ingresos seguros a lo largo de toda su vida pase lo que pase en el mundo, en la economía o en el país; sea porque, afortunadamente, las medidas iniciales de emergencia proporcionan un mínimo oxígeno de supervivencia en el corto plazo hasta la superación del verano y constatación de los “restos de la epidemia”; sea por el periodo vacacional irrenunciable, o por la movilización mundial de las principales instituciones internacionales y, en nuestro caso, la posición de la UE, pendiente de ratificación por sus Estados Miembro, con una significativa y abundante contribución que posibilite reorientar e impulsar múltiples proyectos de reactivación económica y de empleo, el debate mediático y popular no parece centrarse en el contenido y alcance de las políticas públicas o de las expectativas de actividad empresarial y laboral, o en la “nueva educación” que no solo pasa por el porcentaje presencial o formal de los cursos a septiembre, o el trabajo futuro, sino que son los horarios y condiciones de ocio, el modelo de entretenimiento social y las barreras o dificultades para la movilidad turística lo que parece centrar las preocupaciones colectivas. Dato a dato, los sucesivos “brotes”, los “focos de contagio”, las medidas cautelares y “restricción selectiva de países, regiones, viajeros”, se multiplican alterando la percepción y moral de las distintas poblaciones y colectivos, a lo que se unen noticias concretas sobre determinadas empresas que comunican resultados, anuncian planes y ajustes para los próximos meses. Y, también, entre estas últimas, señales de recuperación que alimentan el necesario optimismo que acompañe la espera.

Sin duda, ocho meses sumidos, de una u otra forma, en el aún desconocido y desconcertante contagio COVID, en estrategias de respuestas centradas en la adaptación de los sistemas de salud y sus profesionales a un urgente aprendizaje y adecuación a tratamientos especialmente soportados en el distanciamiento físico y confinamiento preventivo que evita el colapso del sistema, la imperiosa necesidad de aprender a vivir aislados o confinados y a dejar en suspenso (en el mejor de los casos) nuestros proyectos y expectativas laborales y profesionales o formativas, provocan inevitables “necesidades o deseos” de retomar “una cierta normalidad”, favorecer una voluntad de movilidad y ansiedad por transitar una anunciada “CONVIVENCIA con COVID” desde la esperanza de que sea lo menos molesta y perturbadora posible. Un breve respiro anímico y emocional nos ayudará a afrontar los grandes desafíos que tenemos por delante.

En primer lugar, hoy más que nunca, resulta imprescindible pasar de los titulares al fondo que explica y determina no solo la realidad (económica y social), sino las fortalezas y palancas diferenciadoras que permiten explorar nuevos caminos de actuación y futuro. Como muy bien nos enseña el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, en su ya clásico libro “Lo que indican los indicadores: cómo utilizar la información estadística para entender la realidad económica” (INEGI), el valor de la información estadística es directamente proporcional al impacto que éste genera en la vida de las personas al interior de una sociedad. No se trata, por tanto, solamente de entender el origen y alcance de una información, su estacionalidad, el contexto en el que se genera, su relatividad en relación con su base de partida y su grado de comparabilidad real con terceros, sino, sobre todo, comprender su capacidad generadora de respuestas, diseño de políticas y toma de decisiones. Se trata sí, de poner en valor la estadística y la necesidad de explorar los datos base sobre los que actuar, pero, sobre todo, identificar aquello sobre lo que se debe incidir para conquistar un futuro deseable.

Ya antes de encontrarnos con esta pandemia, resultaba evidente la imperiosa necesidad de afrontar nuevos desafíos globales que las mega tendencias observables nos anunciaban. Por encima de todos ellos, es momento de asumir una visión, mentalidad hacia la “economía de la abundancia” (Peter Diamandis), “el conocimiento masivo infinito y escalable” (Reid Hoffman), “la convergencia tecnológica aplicable a toda industria, empresa y disciplina” (Nagli + Tuff), al servicio de una sociedad inclusiva de bienestar, prosperidad que exige nuevos conceptos de empleabilidad, nuevo sentido del trabajo, nuevo “reskilling” (recapacitación, reformación, reorientación profesional) y nuevas actitudes (personales y colectivas) hacia nuevos proyectos compartidos. Más allá de los datos, el esfuerzo colectivo queda y debe llevarnos no solamente a superar los obstáculos del momento, sino a construir un futuro exitoso.

La “fotografía negra” que hemos recibido esta semana es susceptible de transformación incorporando movimiento creativo y constructivo a su película en crisis: avances y mejoras en el sistema de salud superando el efecto letal de la pandemia en un nuevo espacio de convivencia asumible, nuevos instrumentos de resistencia empresarial, económica y de empleo, base de la necesaria reorientación laboral, formato y estrategia hacia líneas distintas de industrias y actividades de futuro, transitando hacia la reconfiguración de mercados, clientes, modelos de negocio, tejido económico, sistema educativo ad hoc. Sin duda, objetivos de mirada larga, largo placistas pero que han de “convivir” con las imprescindibles medidas de corto plazo, con una suficiente red de bienestar que posibilite el recorrido a un modelo distinto. Sin duda, sobre la base de un “endeudamiento perpetuo” desde el compromiso intergeneracional.

Los datos conocidos exigen estrategias de refuerzo ilusionado por un nuevo horizonte. El mundo, hoy, reacciona a la pandemia de forma diferente a como lo ha hecho en otras crisis, se aleja del fracaso “austericismo” paralizante practicado en el pasado, generador de brechas y desigualdad generalizadas. Por contra, es el momento del “free money”    (dinero libre y gratuito) que editorializaba estos días The Economist, como respuesta global bajo los principios de “todo aquello que haga falta”. Instituciones y gobiernos asumen el endeudamiento perpetuo, de una u otra forma, con horizontes de trabajo al 2050, mitigador de las inmediatas consecuencias corto placistas que lastrarían o harían inviable cualquier proceso de renovación, reconstrucción económica o escenario de futuro sostenible. El desarrollo inclusivo concentra esfuerzos para actuar contra el azote del desempleo, favorecer la “resistencia y rescate” de la economía base, hoy afectada de manera generalizada, sobre la que construir nuevos espacios de futuro. El estado, los gobiernos serán los motores esenciales en este nuevo marco que ha de compartir estrategias público-privadas para una verdadera exploración y reinvención sistémica de ese futuro deseable. Nuevos tiempos, en los que el coste determinante no será el del dinero, sino “el compromiso, actitud y voluntad” de la sociedad (y cada uno de los individuos que la forman), para construir ese verdadero estado de bienestar. Tiempos adecuados para la recapacitación y educación esencial para la digitalización de la economía, de la administración y los modelos empresariales y de desarrollo, para reformular nuestro sistema de previsión, protección y prestación de la seguridad y servicios sociales, y de convertir las “etiquetas y titulares” de los diferentes “planes de reconstrucción” en verdaderos proyectos e iniciativas al servicio del país.

Volviendo al principio, nuestro país, Euskadi y su sociedad cuenta con las fortalezas y mimbres necesarias para acometer este complejo proceso.

Infinitas oportunidades por encima de las duras dificultades del momento. Abundancia sí, a la vez que inteligencia inclusiva contra la amenaza de la escasez o el reparto desigual. Ilusión creativa hacia un futuro exitoso y deseado, superador de una parálisis pesimista. Compromiso compartido y no salidas individuales.

Contra la maldición de la crisis, la voluntad activa venciendo a la estadística y al pesimismo. Hagamos que los indicadores nos indiquen el camino a recorrer para un futuro de ilusión y de oportunidades y no señales paralizantes y derrotistas. Tiempos difíciles para la lírica, sin duda. Momentos de admiración a los líderes responsables y al esfuerzo solidario colectivo. Nuevos retos, nuevos tiempos y apuestas estratégicas.