Economía, política y… sociedad

(Artículo publicado el 19 de Julio)

En la Tribuna del Fondo Monetario Internacional (“Finanzas y Desarrollo”), el profesor de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, Jeffry Frieden, publica un artículo, “La Economía Política de la Política Económica”, sugiriendo que “deberíamos prestar más atención a la interacción entre la política, la economía y otros ámbitos…”

El citado artículo sirve como entrada a una serie de autores y artículos que parecerían situarnos en un “punto de inflexión” para replantearnos un nuevo orden social y económico en el enésimo anuncio de una reinvención y construcción de un mundo mejor post crisis pandémica, en palabras de la directora del FMI, Kristalina Georgieva (quien, por cierto, en su blog de esta semana, insiste en la desigual respuesta a la pandemia en curso, como consecuencia, también, no de buenas o malas decisiones de gobiernos o responsables de salud o malos o buenos comportamientos sociales por libre elección, sino por sus condicionantes sociales y económicos, la geografía de la crisis o las necesidades urgentes de la población afectada).

Sin duda, resultan innumerables los estudios, debates, análisis y ejercicios de prospectiva tratando de anticipar escenarios futuros, suponiendo, como no podría ser de otra manera, el desarrollo de la economía, el rol de las diferentes instituciones, el comportamiento social y las consecuencias cambiantes que la actual crisis, inicialmente de salud, han de conjugarse para conformar un espacio distinto. Demasiadas variables inciertas cuya convergencia determinará un mundo distinto al actual.

Desgraciadamente, observamos una confrontación teórica y limitante, entre lo que al parecer serían decisiones y recomendaciones “objetivas, racionales, científicas, tecnócratas y progresistas no condicionadas por ideología alguna” que ofrecerían “recetas científicas” (ya sea para aplicar políticas económicas, sanitaras, financieras…) y aquellas supuestamente interesadas, al servicio de lobbies, grandes corporaciones o grupos de interés, “nacionalistas y populistas” de “cortedad de miras” que condicionan políticas contrarias no seguidoras al 100% de lo exigible por los primeros, basadas en intereses electorales en beneficio propio. Así, “científicos y tecnócratas”, infalibles, se ven investidos de auto legitimidad (generalmente otorgada por sus pares), mientras los actores políticos conformarían grupos descalificables por definición. En este esquema bipolar, resultaría imprescindible incorporar un tercer jugador, esencial: la sociedad.

Si bien se supone que tanto quienes proponen “la buena economía”, como quienes “aplican políticas equivocadas”, no olvidan a la sociedad como destinatario de sus posiciones y decisiones, la realidad del análisis publicado parecería prescindir del hecho de que las personas, los individuos, queremos, apoyamos y exigimos decisiones diferentes según el lugar y rol que desempeñamos en cada momento. Somos, como individuos y colectivos, a la vez, “grupos de interés” y jugamos un rol determinante, según la economía dominante en el resultado final. Detrás de cada gobierno o agente político, desde el voto y representación (esperemos que democrático) y en el día a día de nuestra actividad, condicionamos, en menor o mayor medida, esa “deficiente acción política” que no dejaría al funcionariado internacional de éxito diseñar programas y políticas públicas a aplicar como mantra en cada país, en cada momento, para diferentes contextos, necesidades sociales, vocaciones de autogobierno o apuestas personales y colectivas por tipos, modos y estilos de vida propios. Sin embargo, parecería dominar la sensación de que la tecnocracia, la academia pura o funcionarial (en especial internacionalizada y global) estarían investidas de la autoridad suficiente para decidir entre políticas A o B, sin el necesario control democrático, ni el contexto cambiante al que han de atender. Si en 2008 imponían austeridad y recortes sociales, ahora endeudamiento perpetuo, ayer globalización ilimitada y hoy mundialización próxima, multilateral y regionalizada, la responsabilidad de sus consecuencias sería siempre de la “mala política”. Bandera impecable como salvoconducto liberador de todos y cada uno de los individuos que así podemos auto excluirnos del compromiso y responsabilidad respecto de nuestro propio futuro y, sobre todo, de nuestro hacer o no hacer del pasado. Siempre queda culpabilizar a terceros. El soporte y lenguaje mediático sería el amplificador de la asignación de papeles entre buenos y malos y, en consecuencia, sus buenas o malas políticas económicas.

Hace tan solo una semana, los vascos acudimos a las urnas para elegir nuestro Parlamento. La sociedad vasca ha tenido la oportunidad de manifestar su “interés” en unos determinados representantes, en un modo de vida y estrategia de futuro. Se ha manifestado según su propio sentimiento de pertenencia e identidad según su apuesta de futuro, atendiendo a su grado de confianza en quienes han de gestionar ese tránsito hacia un espacio diferentes o no según las expectativas y deseos de cada uno. La sociedad vasca ha elegido con claridad en donde prefiere depositar su confianza (aunque algunos parecerían creerse sus falsos discursos de triunfadores “ganando las encuestas y no los votos”). La sociedad vasca ha optado por determinadas políticas económicas y no por otras, por liderazgos y gestores diferenciados. Ha afirmado sobre qué valores quiere construir su próximo futuro y no sobre aquellos que prescindieron de la democracia y los derechos humanos, que impedían el desarrollo económico y social y pretendían sumirnos en el sufrimiento y en el pesimismo permanente, ausente de opciones de futuro, que hoy parecen haber olvidado su pasado y responsabilidad, proclamándose líderes de las vanguardias de la inclusión, la reforma y reconstrucción económica y árbitros de los “momentos y ritmos” que ha de seguir la sociedad. La realidad es que, discursos aparte, hoy es tiempo de dar otro paso más, adelante, en la construcción de una sociedad inclusiva para lo que las políticas (“económicas y de otros ámbitos”) se apliquen desde instituciones próximas, controlables de forma democrática, al servicio de la “sociedad compleja y multi grupo de interés” para transitar hacia otro escenario futuro.

En este contexto, la economía y, sobre todo, las “buenas políticas económicas”, resultan esenciales, pero son las políticas, con mayúsculas, (políticas de gobierno, políticas de empresa, políticas comunitarias e individuales) las que deben (debemos) marcar las opciones, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad y compromiso en las directrices que han de regir nuestro camino.

Economía, política y sociedad son piezas inseparables, convergentes en una estrategia compartible que viabilice el verdadero propósito y aspiración, en contextos concretos, de la población a la que sirven. Euskadi ha elegido la interacción que desea apoyar. En consecuencia, una vez pasada la resaca electoral, merecería la pena que los diferentes actores (económicos, políticos y sociales) nos empeñemos en encontrar dicha convergencia y trabajar en su dirección. Son muchas las luces y alertas que los resultados observados nos ofrecen para entender la foto (y, sobre todo, película en movimiento) que la sociedad proyecta. El camino parece suficientemente indicado. Su ejecución… es otra cosa.

Hoy, parece que somos conscientes de la enorme incertidumbre y complejidad que atravesamos. Sabemos que son muchos los elementos cuestionables y que no resulta obvia la práctica ni de recetas mágicas, ni de pensamientos únicos y que, sobre todo, más allá del lenguaje que pretenden ocultar diferentes opciones y modelos bajo falsas declaraciones simplistas y simplificadoras de unidad, acción global u objetivos auto imputables en términos de buenos y malos, que obligarían a un seguidismo ciego a quien lo proclama, existen y perviven las aspiraciones legítimas de una sociedad concreta en un momento específico. Es esta realidad la que recomienda explorar soluciones diferenciadas bajo una convergencia esencial: política económica, economía política y sociedad bajo un propósito de bienestar, riqueza y equidad generando un desarrollo inclusivo, necesariamente cambiante, ante un mundo que ya vive, hoy, el impacto de múltiples novedades determinantes de una transformación radical.

Un buen banco de pruebas lo tenemos delante. A la ansiada espera de los acuerdos necesarios que la Unión Europea llegue para instrumentar su proclamada intervención de rescate y reorientación de políticas económicas y sociales imprescindibles en su ya tardía transformación real, coherente con sus valores constitutivos y fundacionales y las aspiraciones de futuro de sus sociedades miembro, en Madrid, el Congreso de los Diputados ha emitido su “dictamen y resoluciones” para la “reconstrucción social, sanitaria y económica” como respuesta a la crisis del COVID, incorporando, como su costumbre histórica en cualquier momento de emergencia o crisis, la totalidad de esferas de insuficiencia o debilidad que arrastra por generaciones. Genera una “nueva caja de intenciones, propuestas, y declaraciones variopintas” cuya aplicación real exigiría toda una larga serie de procedimientos, instrumentos, tiempos, actores, recursos, acuerdos que brillan por su ausencia. Surgen, al menos, dos vías para su hipotética viabilidad: la primera, dejar en vía muerte la inmensa mayoría de puntos recogidos de forma solemne en su resolución y limitarse a aquellas acciones previamente decididas por el ejecutivo, dirigidas a una clara recentralización de la sanidad resucitando las viejas estructuras del pasado refugiadas durante años en sus despachos funcionariales, centros, escuelas, institutos corporativos vestidos de supuesta excelencia y soportados en cuotas de reparto de ex altos cargos de confianza en organismos internacionales, aprovechando el sentir generalizado del valor e importancia de la salud, acompañados de enmiendas parciales a normativa, proyectos y programas económicos y presupuestarios en curso, con etiquetas de futuro y transformación con escasa apuesta de futuro, o una segunda, compleja, impulsando procesos organizados y compartidos entre los diferentes actores implicables, pensando en el largo plazo, abordando, de forma rigurosa, los desafíos sociales, sanitarios y económicos, desde la política (con mayúsculas) que haga posible responder a las aspiraciones y demandas de una sociedad de futuro, a la luz de los tiempos. Agenda compleja, con visión emprendedora y de futuro, conjugando, en verdad, economía, política y sociedad, en una imprescindible convergencia insustituible por atajos hacia escasas e insatisfactorias soluciones.

Tiempos de estrategia comprometida, ante un escenario impredecible que resultará del tránsito progresivo de una sociedad que aspire a un espacio desde realidades y voluntades cambiantes, que ha de construirse día a día.

Innovación política. Estrategia inteligente

(Artículo publicado el 5 de Julio)

Ya en diciembre de 2016 tuve la oportunidad de conversar con Michael E. Porter, con ocasión del workshop anual de la Red MOC en Harvard, acerca de sus primeros borradores de lo que sería su libro publicado en estos días: The Politics Industry (La Industria de la Política).

En aquel momento, su aproximación al tema venía provocada por un interesantísimo proyecto que codirigía con el profesor Jan W. Rivki (“The US Competitiveness Project”), que, por encargo de la propia Universidad de Harvard, pretendía implicar a la extraordinaria, amplia y variada red de exalumnos que, a lo largo del mundo, lideraban las principales empresas e instituciones con alguna (o toda) relación con los Estados Unidos y su competitividad. Preocupaba el declive de la economía y prosperidad estadounidense, su sucesivo descenso en la escala de competitividad mundial y la sensación de retroceso y parálisis relativa que vivía su tejido económico y social. Desde un análisis comprehensivo de los determinantes de la competitividad, un hallazgo relevante desvió su atención hacia la que, más tarde, calificaría como “Industria de la Política”. El estudio destacaba no ya un cansino desapego del mundo empresarial y sus principales agentes económicos, sociales o del tercer sector respecto de la política estadounidense o de la confrontación permanente y paralizante observada, sino un sistema que sentaba su centro de operaciones en un “Washington” especial, con sus propias reglas, cultura y relaciones, que se había dado como natural durante siglos y que, en el diagnóstico, se manifestaba como el principal factor limitante de la competitividad de “América” a juicio de los más de 22.000 graduados encuestados. Si bien Porter había trabajado con cientos de líderes y gobiernos del mundo en el diseño de estrategias y políticas en favor (o limitadores) de la competitividad, y en su época presidiera el Consejo Asesor para la Competitividad promovido por el presidente Ronald Reagan, y  asesorando múltiples proyectos estatales e internacionales que, de una u otra forma, pasaban por diferentes jugadores (Organismos Internacionales, Think Tanks, Observatorios de Prospectiva…) que componían el paisaje del Washington político, esta vez, no lo observaba como una simple sede de toma de decisiones que pudieran condicionar una buena o mala política pública, sino “un mar en sí mismo” que todos daban como normal, factor fijo y, por definición, natural, eterno, ajeno a cualquier transformación.

Al año siguiente, en nuestra cita anual decembrina, dedicó una sesión especial a este asunto presentando un Informe: “¿Por qué el tipo de competencia en la industria de la política está haciendo fracasar a América?”, que publicó en la HBR. Esta publicación generó un enorme impacto no ya en el ámbito académico, que también, sino en el propio mundo político y de gobierno y ha sido precursor de múltiples iniciativas de todo tipo a lo largo y ancho de los Estados Unidos, así como una cadena de “adaptaciones del modelo de análisis” a la realidad de otros sistemas y países a lo largo del mundo. Ese informe fue otro paso más en su largo recorrido. Así, junto con Katherine M. Gehl, reconocida y prestigiosa líder empresarial y fundadora del Instituto para la Innovación Política, ha culminado el trayecto hasta este libro, fiel a su rigurosa metodología, solidez conceptual e intenso proceso investigador. El enfoque pretendía preguntarse si existía una “Industria de la Política” y, en ese caso, si sería aplicable su ya conocido y extendido Modelo de las CINCO FUERZAS, indispensable a lo largo de estos últimos 30 años en todo análisis de cualquier industria a lo largo del mundo. Gehl fue quien sugirió explorar tal posibilidad y juntos han llegado hasta aquí.

El libro llega en un momento crítico para la política estadounidense, no solo por tratarse en año electoral de relevante y especial transcendencia, o por vivir un momento de enorme incertidumbre global (y, desgraciadamente, de grave impacto en los Estados Unidos) por una pandemia de consecuencias aún desconocidas pero que, en todo caso, exige de un compromiso y participación protagonista de los gobiernos y la política, no solo de Washington, sino de todos y cada uno de los Estados americanos, o por el creciente desacople de Estados Unidos y China, ya pre COVID, y de Estados Unidos con el resto del mundo en una clara pérdida de referencia como líder mundial, o de una convulsa sociedad estadounidense que percibe un deterioro tanto en su nivel de vida y bienestar, como en su convicción de relevancia global en un buen número de aspectos clave.

El reclamo del libro lleva una enorme carga de profundidad, “¿cómo puede la innovación política desbloquear o romper el candado partidista y salvar la democracia americana?” Vector conductor de su trabajo, pretendiendo no la crítica descalificadora, sino provocar un verdadero movimiento de transformación, optimista, hacia nuevas vías de solución. Su diagnóstico y descripción meticulosa de una industria que se ha dotado de sus propias reglas del juego, que se ha protegido tras una farragosa y tupida red de barreras de entrada a terceros, generando un sistema dúopolístico bipartidista que no ha fallado, como pudiera parecer desde fuera (y, en general, visto desde aquellos a los que se supone ha de servir), sino que ha resultado extraordinariamente exitoso: se creó para esto y se ha dotado de sus propias reglas y cultura protectora. Si en verdad se esperaba de este sistema un instrumento eficiente para un servicio democrático al servicio del bien común y de las necesidades y demandas de la sociedad en momentos críticos, el instrumento diseñado nació (o se reconvirtió en el tiempo) en un espacio equivocado. En consecuencia, la nula sintonía entre el sistema vigente y los objetivos democráticos exigibles, divergen día a día, demandando una verdadera transformación.

Con esta crudeza, el libro va más allá del estudio académico y de diagnóstico y se atreve con múltiples recomendaciones desde la raíz del sistema y leyes electorales, el proceso normativo y de control diseñado, en el tiempo, por las prácticas legislativas, el diseño, elaboración, ejecución y control presupuestario, la financiación del propio sistema y sus actores y todos y cada uno de los elementos que estructuran esta industria tan especial.

Obviamente, si bien la metodología y el marco de trabajo seguido puede resultar consecuente y válido para intentar réplicas más o menos validables en otros países, su enfoque y aplicación directa, recomendaciones, son esencialmente estadounidenses para un muy particular sistema político y una “exitosa industria”. Sus recomendaciones no quedan en el libro, sino que se adentran en “provocar procesos innovadores” para animar a la sociedad, a los propios agentes políticos y de gobierno, a promover y protagonizar lo que consideran una imprescindible transformación para generar esa COMPETITIVIDAD y PROGRESO SOCIAL a la que aspira (o debe aspirar) la sociedad y pueblo americano. Su apuesta final actúa sobre esa industria de la política estadounidense, peculiar en sus procesos electorales y sus procedimientos normativos, reservados para una determinada “burbuja de jugadores” lo que, sin lugar a dudas, resultará polémico, si bien revulsivo y provocador.

Como Mike se encarga de recordar en su presentación en el libro, en especial para aquellos que no conocen su trayectoria, sus veinte libros publicados, sus aportaciones originales al mundo de la estrategia, la competitividad, la clusterización de la actividad económica, la ventaja competitiva de las naciones, el progreso social y el valor compartido empresa-sociedad forman parte de este largo viaje recorrido hasta este momento y, aunque para muchos pudiera parecer que se aleja de su “espacio natural”, la “Industria de la Política”, la salud de la democracia y los gobiernos son esenciales en la competitividad, en la generación de riqueza y bienestar sostenible, en la calidad de vida de los ciudadanos y en la construcción de un futuro mejor. En este caso, para los Estados Unidos, para sus empresas, para sus gobiernos de todos los niveles, para los estadounidenses y para todo un mundo interconectado que tanta interdependencia requiere, con y respecto de unos Estados Unidos, saludables, colaborativos.

Un mundo en el que la innovación parece acompañar cualquier apuesta transformadora parecería demandar, a gritos, una profunda innovación política tal y como propone este trabajo. Innovación real que no “propaganda del cambio” limitada a palabrería y descalificación. “Búsqueda de mejores soluciones a nuestros mayores problemas, buena economía para tiempos difíciles” que dirían los premios nobeles Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo.

Inteligencia estratégica, soluciones sistémicas, capacidad para navegar la incertidumbre, compromiso activo y actitud innovadora son características exigibles para un liderazgo transformador en momentos de desafíos globales, sensación de crisis con la percepción de un futuro más incierto que lo habitual. Un buen compendio de elementos esenciales que, como en el caso que nos ocupa, requiere superar un estadio previo: “el mal endémico de las sociedades y los sistemas establecidos que rara vez creen estar en el precipicio y para quienes el declive es invisible”. (“Decline is invisible from the inside” – “El declive es invisible desde dentro”. Charles King)