(Artículo publicado el 4 de Septiembre)
Retomamos la vuelta al curso con un conjunto de noticias y hechos que parecerían ahondar nuestra incertidumbre, confusión y preocupación.
Desde Bilbao retomábamos con dificultad añadida nuestra vida cotidiana dado el colapso provocado por un evento ciclista que, a priori, pierde relevancia de forma progresiva en su contexto internacional y cuyo beneficio para la población es más que dudoso, asociando la Ciudad a la marca España hoy en descenso y caída libre. Anomalía formal coincidente con el fracaso de Rajoy y su «gobierno» en funciones para renovar un nuevo mandato gracias a un supuesto apoyo, «tapándose las narices y los ojos» para «ni ver, ni oler a persona-partido que ni es solución, ni entusiasma a nadie» en palabras de su propio «socio» promotor de su posible investidura.
Hemos asistido, de entrada, a más desgobierno del dejado mes atrás, con una candidatura que no ha sido capaz de entusiasmar ni a sus propios defensores, que no ha propuesto nada salvo soportar su conocida parálisis para mantener una unidad tópica cuestionada por los tiempos, la voluntad de futuros cambiantes y actores diferentes. El clamor del mundo económico ampliamente apoyado en los medios de comunicación con mensaje uniforme y emisores tertulianos fijos que rotan de medio en medio con machacón mensaje proclamando la necesidad de un gobierno, la deseable estabilidad política y el cansancio ciudadano, anteponiendo cualquier gobierno, con el peor candidato, con un modelo de circunstancias y contrario al equilibrio territorial de los diferentes pueblos y naciones que conforman el actual Estado, azuzando los miedos de los nuevos hitos inmediatos por venir: Diada, elecciones vascas, incumplimiento de los compromisos presupuestarios y financieros exigibles por Europa, como si la panacea salvadora pasara por tal formalismo antes que acudir (aunque sea por tercera vez) a los votantes para que decidan qué proyecto y personas quieren para gobernar. La bandera particular de un candidato que ha sido rechazado por el Congreso y a quien todos han dicho que ni quieren, ni apoyarán para «llevar» su trasnochada apuesta, se ampara en el supuesto caos secesionista que llevaría a una disgregada Europa-España, y a la incapacidad de terceros (en su opinión) para conducir la salida de la aún existente crisis económica (que hoy mismo magnifica el FMI anunciando una nueva desaceleración global). Afortunadamente, sus escasamente documentadas alusiones comparadas al Brexit y su olvido del resto de Países Miembro que le acompañan en la Europa «rota» que predice (ocho nuevos Miembros serían fruto de este tipo de novedosas soberanías), no parecen avaladas ni por la realidad, ni por las tendencias dominantes, ni por la voluntad democrática tal y como nos recuerda Jakub Grygiel (Center for European Policy Analysis) en su «Retorno a las Naciones Europeas», desde procesos colaborativos y no aislados: «De igual forma que el supranacionalismo no garantiza la armonía, la soberanía no exige hostilidad entre vecinos«.
Desgraciadamente, malas noticias. La «España íšnica» que ofrece el rechazado candidato (y anómalo Presidente en funciones) no parece aportar valor ni confortabilidad alguna al conjunto de pueblos y personas que habitamos este, «Estado de las Autonomías», vehículo de consenso que pretendió transitar desde la dictadura franquista hacia un nuevo futuro europeo. Entorno decepcionante, sin duda.
Pero si el clima político del Estado no propicia un alentador reencuentro, más allá de tan previsible proceso de Investidura, nuestra silente Europa retoma su no resuelto conflicto humanitario y migratorio y volvemos a recordar a millones de refugiados trashumantes tras el drama de Siria, agravados por el resurgir conflictivo en Turquía. Enorme luz roja que también recuerda que las dificultades previas con las que iniciamos el Agosto veraniego, continúan allí: el desempleo, la ralentización económica, la fragilidad financiera, la vuelta al discurso y análisis del Brexit que los analistas destacan insistiendo en cómo la economía no remonta, la banca palidece y Europa no termina de moverse hacia una nueva oferta Institucional, organizativa y estratégica de futuro.
Y cruzando el Océano Atlántico, todavía más alejados, observamos la destitución de la ya ex Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, con una convulsa sociedad desanimada, una Venezuela invertebrada y enfrentada… Si, además, saltamos del Cono Sur a Norte América, asistimos a una nueva opereta del candidato presidencial estadounidense, Donald Trump, nada menos que en México, para recordarles que en caso de ganar las elecciones, expulsará a dos millones de inmigrantes en su primer mes de gobierno, abrirá expedientes a millones de «delincuentes extranjeros» y construirá un muro físico entre México y Estados Unidos que, dice, pagarán los mexicanos («aunque ellos todavía no lo saben»).
Visto así, un rápido flash de vuelta a la «normalidad«, parecería un desalentador escenario para retomar un ejercicio tan necesitado de nuestras fuerzas, ilusión y esperanza.
En contraposición a este reencuentro pesimista (los psicólogos nos dirían que es un espejismo propio de la «depresión post vacacional»), afortunadamente, encontramos argumentos y opiniones esperanzadoras.
El Vicepresidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, ha publicado hace unos días en la revista Foreign Affairs lo que podríamos considerar su «testamento ideológico» como despedida de sus responsabilidades ejecutivas, a punto de terminar su mandato junto con el Presidente Obama.
Llama la atención (positiva) que en un mundo y momento como en el que vivimos, cuando las zonas de conflicto han aumentado de manera exponencial a lo largo del mundo, ante el temor permanente al terrorismo actuante (en especial el de ISIS), con una crisis e incertidumbre económicas galopante, con niveles de desigualdad aplastantes, en medio de una garantizada desafección por la política y con un desempleo global agobiante y asfixiante que describen un panorama global sumido en la oscuridad y en el que se percibe, además, una imagen negativa de los Estados Unidos, agravada por la extrañeza del perfil de uno de sus candidatos a su Presidencia, surjan voces cualificadas para emitir mensajes de confianza abordando las preocupaciones desde sus fuentes de oportunidad y solución.
Biden, de reconocido prestigio y profunda experiencia política en una larguísima carrera, tiene motivos más que suficientes para contar con información y conocimiento destacado, por lo que su opinión es digna de tenerse en cuenta. Así, Biden empieza por enumerar una larguísima lista de peligros y preocupaciones que hacen de la gestión (política, económica, social, institucional…) una tarea y desafío de altísima complejidad. Sin embargo, dicho esto, afirma que el nuevo gobierno de los Estados Unidos asumirá su cargo en «el mejor momento de su historia«, con la preparación y fortalezas adecuadas para afrontar y superar los retos y luces rojas a las que se enfrenta.
Basa su confianza en «el poder ganado por Estados Unidos en el mundo«, soportado -en su análisis- por un trinomio concreto: el dinamismo de su economía, su «superioridad» militar y sus «valores universales». Este trinomio, reforzado por el impulso de una renovada economía innovadora, el predominio mundial en el campo del emprendimiento, la mejor relación Universidad-I+D lograda por su país, la nueva estrategia transformadora desde la llamada «Revolución Energética» combinando fósiles y renovables, convencional y no convencional, y, sobre todo, por lo que llama el «proceso de vuelta a casa de sus empresas globales transitando del outsourcing hacia el insourcing», motor de su «renacimiento industrial en torno a las nuevas tecnologías aplicables a un mayor y mejor nivel de Bienestar». Esta potencia económica se vería, en su opinión, acelerada por su capacidad de interacción a lo largo del mundo y se vería reforzada con el futuro TTIP que no duda se terminará firmando y, sobre todo, por la estrategia colaborativa de sus fuerzas militares con las poblaciones locales en aquellos países y lugares en los que intervienen.
Todo este conjunto de «fortalezas» explicarían su «PODER», si bien asegura que este factor diferencial de éxito, hace que «el poder de su ejemplo no es el ejemplo de su poder», sino la constatación de un liderazgo global que ha sabido construirse desde el trinomio ya mencionado.
Una visión positiva respecto de su país, el rol que ha de jugar en un escenario global, que observa esperanzado en una dinámica colaborativa con resultados satisfactorios.
Sin duda, su percepción del poder y liderazgo de los Estados Unidos es cuestionable (tanto si es tan real como señala y, sobre todo, si es deseable para el resto del mundo). Sin embargo, lo que resulta relevante, digno de atención y referente para todos es la firme decisión de construir un futuro propio, definir el papel protagonista que como país ha de jugar, identificar y fortalecer los ejes, valores y principios sobre los que pretenden llevarlo a cabo y establecer una agenda, particular y completa, para lograrlo. Biden llama a su país a creer en su futuro, a poner en valor sus fortalezas y a asumir un compromiso de avance, esperanzado, en un mundo complejo que, para bien o para mal, es el que existe.
Así, con el positivismo de Biden nos quedamos. La complejidad, desafíos y peligros son de una gran magnitud solo comparables con las fortalezas, capacidades y oportunidades con las que contamos. Como siempre, es momento de convicciones y compromiso con un futuro mejor, por construir. Sabremos, sin duda, encontrar las claves transformadoras que hagan posible el inevitable cambio que se requiere. Base para reiniciar el nuevo curso. Desde el optimismo -realista e informado- creativo.
No es momento de desaliento y pesimismo. Sí del realismo informado de las dificultades, problemas y complejidad de sus soluciones. Pero, por encima de todo, tiempo de compromiso, de esfuerzo y de afrontar el futuro convencidos de nuestras capacidades y fortalezas. Un nuevo curso.