(Artículo publicado el 2 de Febrero)
Este viernes, 31 de enero, se ha producido la salida definitiva del Reino Unido de la Unión Europea. Tras 47 años como miembro relevante de este proyecto, la decisión democrática expresada en un referéndum en junio de 2016 se ha materializado tras un largo y complejo proceso de salida, tras la correspondiente aprobación, por mayorías absolutas, tanto en Westminster como en el Parlamento europeo.
Así, la llamada “ley del Brexit” traspone la legislación comunitaria al marco británico, ampara la etapa transitoria, hace suyo el acuerdo de salida UE-UK, facilita el escenario de trabajo al gobierno y da paso a un nuevo intenso proceso negociador que habría de terminar el próximo 31 de diciembre. Termina así una complejísima etapa, en un contexto controvertido y mediáticamente dominado por más voces y ruido externo que el de los propios ciudadanos británicos, largas e intensas negociaciones por fases en las que la propia Unión Europea empezó por provocar el desistimiento británico y un pretendido “escarmiento ejemplar” en otros miembros tentados a seguir el camino de salida, aireando la falsa bandera argumental del populismo, la desinformación y el egoísmo de “viejos escasamente preparados, nacionalistas excluyentes y nada solidarios con el futuro de las nuevas generaciones”. Finalmente, constatada la firme voluntad democrática de salida del Reino Unido, pasó a facilitar la inevitable decisión, mientras el propio Reino Unido ha debido transitar por un proceloso camino de controversia, confrontación e “innovación jurídica, política y parlamentaria” para llegar al punto final acordado.
De esta forma, la salida acordada nos lleva a una nueva etapa de “retirada ordenada”. Un nuevo y distinto proceso que habrá de definir las relaciones futuras entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero también y, sobre todo, el nuevo futuro de cada uno de ellos: hacia dentro y hacia fuera. El Reino Unido no solo tiene por delante optar por la mayor o menor vinculación con Europa (en la Unión) y el resto europeo no miembro, o sus “socios terceros preferentes” (empezando por Estados Unidos y una reconstruible Commonwealth), sino, sobre todo, con especial relevancia y finura, su recomposición interna con Irlanda, Escocia y Gales, deseosos tanto de permanecer (o reincorporarse) en la Unión Europea, como de ir adelante hacia nuevos espacios de cosoberanía. A la vez, la Unión Europea no solo debe reordenar su futura relación con Londres, sino que ha de asumir la oportunidad que el complejo tablero “interno” británico ofrece a las naciones europeas “británicas” que no quieren que sus ciudadanos abandonen “su condición en la Unión Europea”, por un lado, a la vez que repensar el propio modelo desafectivo que ha venido generando a lo largo de su tan burocratizados y distante cohesión interna, desde una más que paralizada Europa de Estados, alejada de demandas y realidades ajenas a los despachos y cuotas bruselenses, perdiendo peso relativo en el contexto mundial entre los dos “gigantes desacoplados” (estados Unidos y China).
El periodo transitorio, aunque corto, debe resultar más que suficiente para provocar una verdadera catarsis que lleve a unos y a otros a apostar por verdaderas transformaciones, trascendiendo de conceptos del pasado para construir nuevos espacios de futuro.
Más allá de los cantos, lágrimas (algunas sentidas y emocionadas y otras de contagio de masas) del último pleno en el Parlamento europeo, con independencia de lo que unos u otros hubieran esperado como desenlace, se trata de afrontar el futuro a partir de un escenario cierto: Una Unión Europea a 27 y un Reino Unido por recomponer, desandando el camino de cinco décadas y reaprendiendo a vivir de otra manera. Un nuevo proceso que exige la sinceridad y valentía de una mínima autocrítica para una Europa que ha contribuido a la inconfortabilidad de un miembro tan relevante como es Reino Unido que, consciente de las enormes dificultades e incertidumbres que conlleva su decisión, ha optado por seguir su propio camino. Es un tiempo nuevo en el que alguien en la propia Unión Europea ha de asumir el inevitable riesgo de repensar Europa y la Unión Europea y afrontar la complejidad al servicio real de los ciudadanos europeos, sus naciones y sus voluntades -diferenciadas- de futuro, apropiándose de sus destinos y no “países obedientes” de la supuesta “intelectualidad vanguardista-burocrática” instalada en “Bruselas”, como estación refugio de sus aparatos y de los estados miembro, amparados en la “unidad vaciada” como pregón verbalizado de una supuesta bondad aspiracional sobre la que se trabaja poco, se cree y entiende menos y se ataca desde ideas y conceptos del pasado y no desde retos innovadores pensando en el mañana y no en el ayer.
Hoy que ya tenemos un horizonte temporal para la transición (pese a que pudiera ampliarse hasta un año más), que el Reino Unido paga una factura de salida de 50.000 millones de euros (algo así como el “coste de la no España”, por ejemplo, en la literatura argumental de Euskadi o Catalunya en los últimos tiempos, y referente para otros miembros que pudieran optar por explorar nuevos mundos y compañeros de viaje), que garantiza “el asentamiento” de los residentes ex comunitarios en el Reino Unido, que Irlanda del Norte continuará, hasta que no haya otra opción validada conjuntamente, bajo el paraguas aduanero de la Unión Europea evitando fronteras hard y que ni uno ni otro de los negociadores pueden seguir mirando al pasado o denunciando “las mentiras y votos de los viejos”, manipulando el Brexit, ni unos “europeístas” amparados en las esencias estructurales de Bruselas pueden o deben instalarse en un cómodo inmovilismo, es momento de una inteligencia innovadora y constructiva. Como decía hace unas semanas la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en su discurso en la London School of Economics and Politic Sciences: (Viejos amigos, nuevos comienzos: construyendo otro futuro para un partenariado Reino Unido–Unión Europea) “No podemos olvidar la enorme contribución, del Reino Unido, desde dentro y fuera de la Unión, que diría Churchill, desde las cenizas de la segunda Guerra Mundial, en Zúrich (1946), ni el camino recorrido a lo largo del tiempo y hemos de rendir tributo a quienes lo han hecho posible. Pero quien hace política y ha de decidir es el pueblo y el pueblo británico habló con claridad en junio de 2016 y nos dio un mandato claro. La Unión Europea y el Reino Unido han de reforzar sus relaciones y colaboración desde una nueva realidad. Hagamos posible que este camino desde espacios diferenciados converja en soluciones compartibles en beneficio de todos”. “El 31 de enero será triste para muchos, pero cuando salga el sol el 1 de febrero, el Reino Unido y la Unión Europea continuarán siendo los mejores amigos y socios, seguiremos aprendiendo y trabajando juntos, compartiendo desafíos, formaremos parte de relevantes entidades compartidas como la OTAN, Naciones Unidas y múltiples organismos internacionales. Sobre todo, compartiremos valores y la misma fe y confianza democráticas. Nuestras historias y geografías son las mismas y nuestro continente compartirá el mismo destino. Se cerrará una puerta, pero se abrirán nuevas. Será el tiempo de mirar hacia delante, de otra forma”.
Sin duda, los buenos deseos no evitarán espacios de desencuentro y disputas. No obstante, lo relevante será abordarlos desde el respeto a la voluntad y libre decisión de cada una de las partes, asumiendo la realidad. Socios, aliados desde su propia voluntad y no desde imposiciones unilaterales. Serán (deberán ser) nuevas reglas del juego.
En esta línea, Bruegel (Think Tank experto en economía y políticas públicas con sede en Bruselas) y el Wellcome Trust (Organización benéfica de Investigación. Londres) han celebrado, esta misma semana, un encuentro bilateral entre expertos y políticos, británicos y “europeos”, para realizar un interesante ejercicio de prospectiva cara a una hipotética negociación y acuerdo a lograr, en este periodo transitorio, en materia de investigación e innovación (“A post agreement for research and innovation. Outcomes”). Una nueva relación post Brexit en tan delicada área de interés común que con tanta fuerza han venido promoviendo ambos jugadores en las últimas décadas en el desarrollo del ERA (Espacio Europeo de Investigación), considerado hoy como uno de los hubs líderes en el mundo investigador (seis de las veinte universidades del top mundial; un tercio de las publicaciones científicas mundiales). El objetivo no es otro que el de promover y fomentar el valioso beneficio que supone este partenariado y soporte esencial de la competitividad, bienestar y desarrollo económico y social de las naciones, empresas y ciudadanos europeos, más allá de su adscripción formal a la Unión, conscientes de que un acuerdo en esta materia, así como cualquier otro tema crítico, solamente será posible desde la actitud, voluntad e implementación global política y técnica.
Algunas claves de interés se deducen de este ejercicio, más allá del asunto concreto. En primer lugar, una vez acordada la “deuda de salida”, la “contribución obligada”, en términos del PIB correspondiente, deja de “contaminar” desequilibrios y mecanismos de ajuste de modo que es el valor de las iniciativas y proyectos y su contribución a la sociedad lo que determina la financiación-coste-beneficio de cada programa o iniciativa acordable. Se sugiere recrear “espacios nuevos” sobre aquellos programas que han tenido éxito, reformulados en función de “la independencia y nuevo rol” de cada una de las partes. Así, el HORIZON 2020 vigente ya no será el esquema apropiado, si bien un nuevo HORIZON bilateral, exnovo, facilitaría las relaciones y fortalecería equipos y líneas de investigación, estableciendo nuevos acuerdos bilaterales de intercambio de empresas, universidades, centros tecnológicos, investigadores y trabajadores (así como sus familiares) en un sistema colaborativo de beneficio mutuo. El ejercicio realizado, más allá de la relevancia de la investigación y la innovación, como no podía ser de otra manera, destaca la importancia del uso del lenguaje en el proceso, elaborar relatos de futuro y no del pasado, sensibilidad y aceptación del bilateralismo y cosoberanías reales, la formalidad de instrumentos igualitarios compartibles para la cogestión de cuántas iniciativas y proyectos se emprendan. Finalmente, evitar la paralización y discontinuidad de programas y proyectos en curso, si bien, desde nuevos roles, condiciones, codirección y cofinanciación. Un ejemplo a considerar.
En definitiva, la obligada necesidad de facilitar el periodo transitorio y de encontrar el espacio de futuro de asociación, de “socios preferentes”, de espacios europeos compartibles, de libre comercio y “mercado interior”, etc. no solamente ha de servir para garantizar la mejor de las relaciones posibles, sino que, sobre todo, ha de ser contemplada como una gran oportunidad para reinventar “el espacio interior” de cada una de las partes, un nuevo “Reino Unido” promotor de una renovada e innovadora geografía política institucional acogedora de las aspiraciones mayoritarias de Escocia, Irlanda del Norte-Irlanda, Gales…; y una innovadora Unión Europea construida desde sus naciones -hoy con o sin Estados del pasado- fortaleciendo valores y principios de libertad, democracia, solidaridad, subsidiariedad que marcaran su creación y asumiendo la inevitable transformación organizativa y administrativa del servicio de los objetivos y no, viceversa, “encasillando proyectos y soluciones” en estructuras del pasado incrustadas en una burocracia y actores fijos inmutables.
Este 1 de febrero, el Reino Unido abre todo un proceso de cambio, incierto y complejo reescribiendo su nuevo destino. Confiemos que lo que ha entendido como esencia democrática atendiendo “la voluntad del pueblo”, lo extienda y aplique a la voluntad de otros pueblos “en su seno”. La Unión Europea vuelve a ser de 27 y recompone la composición de su gobernanza. Pero, sobre todo, inicia un camino insospechado obligado a mirar hacia dentro para escuchar las voces del cambio. Sin duda, mucho más que un Brexit. Hacia una nueva Europa más allá de la Unión Europea vigente.