(Artículo publicado el 2 de Agosto)
Esta semana, el Consejero de Economía y Hacienda del Gobierno Vasco, Pedro Aspiazu, presentaba los datos macroeconómicos del segundo trimestre de este 2020, anunciando “una caída del 20,1% sin precedentes en tiempos de paz”. Suponía el encadenamiento de dos trimestres seguidos de caída de su Producto Interior Bruto (-3,2% y 20,1%), por lo que adelantaba la calificación al uso convencional (ni oficial, ni técnicamente indiscutible en la comparativa temporal de una caída generalizada de la economía), de Recesión. Adicionalmente, el imparable calendario estadístico va arrojando, día a día, datos e información preocupante. Así, esta misma semana, también, la cita con la publicación trimestral del INE español y sus registros del empleo, paro y ocupación que arroja en su encuesta de población activa (EPA), parecerían minimizar el anuncio del consejero vasco, ya comentado. España presenta “el peor trimestre de la historia; la crisis COVID destruye un millón de empleos y el mayor hundimiento de su Producto Interior Bruto desde la guerra civil”. Detrás de estos titulares, destacan cargos de mayor profundidad: si se tiene en cuenta que el “paro técnico” que refleja la EPA no incluye los empleos en suspenso por los ERTES (expedientes de regulación temporal de empleo con prórroga hasta el 30 de septiembre), sí el cierre empresarial y de la Administración, así como del sistema educativo por el confinamiento que ha impedido a la gente en desempleo una búsqueda activa del empleo, por lo que no se incluye en la estadística y supondría que el 44,5% de la “población activa: en edad y disposición de trabajar”, ni trabaja, ni busca ocupación y, además, se recoge que 1.198.000 hogares tienen a todos sus miembros en paro. Esta negra fotografía no sería muy diferente, siempre con significativos elementos diferenciales según tejido económico, especialización productiva, formación, institucionalización, capital humano y compromiso/disciplinas colectivas, en otras muchas latitudes.
La pandemia COVID y su tratamiento basado en el aislamiento físico y confinamiento masivo paraban una economía interrelacionada y abierta a lo largo del mundo, generando un impacto imparable e incierto que se ve reflejado en estadísticas que llevarían a sospechar un abismo ni gestionable, ni recuperable en un horizonte razonable. Dato “negro” para la economía vasca en sintonía con la inmensa mayoría de economías exitosas pre COVID que hoy transitan un camino incierto, expectante del comportamiento del contagio y su impacto intermitente en la salud de la población, en el comportamiento social para afrontarlo, en la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, sociosanitarios y comunitarios, en la potencial reactivación en cadena de tractores empresariales internos y externos, de la aplicación real de las inmensas aportaciones financieras de las instituciones internacionales y gobiernos, del comportamiento sindical, de las políticas públicas que pueden y deben implantarse y de los tiempos en que todo ello se produzca..
Mientras la frenética búsqueda, provocación y espera de todos aquellos movimientos esperados se materialicen, la reacción o impacto en la calle no deja de llamar la atención. Parecería que el anuncio recibido no es sino una frase más, un dato asumido, o una distracción veraniega. Sea por la elevada población funcionaria que se sabe con empleo e ingresos seguros a lo largo de toda su vida pase lo que pase en el mundo, en la economía o en el país; sea porque, afortunadamente, las medidas iniciales de emergencia proporcionan un mínimo oxígeno de supervivencia en el corto plazo hasta la superación del verano y constatación de los “restos de la epidemia”; sea por el periodo vacacional irrenunciable, o por la movilización mundial de las principales instituciones internacionales y, en nuestro caso, la posición de la UE, pendiente de ratificación por sus Estados Miembro, con una significativa y abundante contribución que posibilite reorientar e impulsar múltiples proyectos de reactivación económica y de empleo, el debate mediático y popular no parece centrarse en el contenido y alcance de las políticas públicas o de las expectativas de actividad empresarial y laboral, o en la “nueva educación” que no solo pasa por el porcentaje presencial o formal de los cursos a septiembre, o el trabajo futuro, sino que son los horarios y condiciones de ocio, el modelo de entretenimiento social y las barreras o dificultades para la movilidad turística lo que parece centrar las preocupaciones colectivas. Dato a dato, los sucesivos “brotes”, los “focos de contagio”, las medidas cautelares y “restricción selectiva de países, regiones, viajeros”, se multiplican alterando la percepción y moral de las distintas poblaciones y colectivos, a lo que se unen noticias concretas sobre determinadas empresas que comunican resultados, anuncian planes y ajustes para los próximos meses. Y, también, entre estas últimas, señales de recuperación que alimentan el necesario optimismo que acompañe la espera.
Sin duda, ocho meses sumidos, de una u otra forma, en el aún desconocido y desconcertante contagio COVID, en estrategias de respuestas centradas en la adaptación de los sistemas de salud y sus profesionales a un urgente aprendizaje y adecuación a tratamientos especialmente soportados en el distanciamiento físico y confinamiento preventivo que evita el colapso del sistema, la imperiosa necesidad de aprender a vivir aislados o confinados y a dejar en suspenso (en el mejor de los casos) nuestros proyectos y expectativas laborales y profesionales o formativas, provocan inevitables “necesidades o deseos” de retomar “una cierta normalidad”, favorecer una voluntad de movilidad y ansiedad por transitar una anunciada “CONVIVENCIA con COVID” desde la esperanza de que sea lo menos molesta y perturbadora posible. Un breve respiro anímico y emocional nos ayudará a afrontar los grandes desafíos que tenemos por delante.
En primer lugar, hoy más que nunca, resulta imprescindible pasar de los titulares al fondo que explica y determina no solo la realidad (económica y social), sino las fortalezas y palancas diferenciadoras que permiten explorar nuevos caminos de actuación y futuro. Como muy bien nos enseña el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, en su ya clásico libro “Lo que indican los indicadores: cómo utilizar la información estadística para entender la realidad económica” (INEGI), el valor de la información estadística es directamente proporcional al impacto que éste genera en la vida de las personas al interior de una sociedad. No se trata, por tanto, solamente de entender el origen y alcance de una información, su estacionalidad, el contexto en el que se genera, su relatividad en relación con su base de partida y su grado de comparabilidad real con terceros, sino, sobre todo, comprender su capacidad generadora de respuestas, diseño de políticas y toma de decisiones. Se trata sí, de poner en valor la estadística y la necesidad de explorar los datos base sobre los que actuar, pero, sobre todo, identificar aquello sobre lo que se debe incidir para conquistar un futuro deseable.
Ya antes de encontrarnos con esta pandemia, resultaba evidente la imperiosa necesidad de afrontar nuevos desafíos globales que las mega tendencias observables nos anunciaban. Por encima de todos ellos, es momento de asumir una visión, mentalidad hacia la “economía de la abundancia” (Peter Diamandis), “el conocimiento masivo infinito y escalable” (Reid Hoffman), “la convergencia tecnológica aplicable a toda industria, empresa y disciplina” (Nagli + Tuff), al servicio de una sociedad inclusiva de bienestar, prosperidad que exige nuevos conceptos de empleabilidad, nuevo sentido del trabajo, nuevo “reskilling” (recapacitación, reformación, reorientación profesional) y nuevas actitudes (personales y colectivas) hacia nuevos proyectos compartidos. Más allá de los datos, el esfuerzo colectivo queda y debe llevarnos no solamente a superar los obstáculos del momento, sino a construir un futuro exitoso.
La “fotografía negra” que hemos recibido esta semana es susceptible de transformación incorporando movimiento creativo y constructivo a su película en crisis: avances y mejoras en el sistema de salud superando el efecto letal de la pandemia en un nuevo espacio de convivencia asumible, nuevos instrumentos de resistencia empresarial, económica y de empleo, base de la necesaria reorientación laboral, formato y estrategia hacia líneas distintas de industrias y actividades de futuro, transitando hacia la reconfiguración de mercados, clientes, modelos de negocio, tejido económico, sistema educativo ad hoc. Sin duda, objetivos de mirada larga, largo placistas pero que han de “convivir” con las imprescindibles medidas de corto plazo, con una suficiente red de bienestar que posibilite el recorrido a un modelo distinto. Sin duda, sobre la base de un “endeudamiento perpetuo” desde el compromiso intergeneracional.
Los datos conocidos exigen estrategias de refuerzo ilusionado por un nuevo horizonte. El mundo, hoy, reacciona a la pandemia de forma diferente a como lo ha hecho en otras crisis, se aleja del fracaso “austericismo” paralizante practicado en el pasado, generador de brechas y desigualdad generalizadas. Por contra, es el momento del “free money” (dinero libre y gratuito) que editorializaba estos días The Economist, como respuesta global bajo los principios de “todo aquello que haga falta”. Instituciones y gobiernos asumen el endeudamiento perpetuo, de una u otra forma, con horizontes de trabajo al 2050, mitigador de las inmediatas consecuencias corto placistas que lastrarían o harían inviable cualquier proceso de renovación, reconstrucción económica o escenario de futuro sostenible. El desarrollo inclusivo concentra esfuerzos para actuar contra el azote del desempleo, favorecer la “resistencia y rescate” de la economía base, hoy afectada de manera generalizada, sobre la que construir nuevos espacios de futuro. El estado, los gobiernos serán los motores esenciales en este nuevo marco que ha de compartir estrategias público-privadas para una verdadera exploración y reinvención sistémica de ese futuro deseable. Nuevos tiempos, en los que el coste determinante no será el del dinero, sino “el compromiso, actitud y voluntad” de la sociedad (y cada uno de los individuos que la forman), para construir ese verdadero estado de bienestar. Tiempos adecuados para la recapacitación y educación esencial para la digitalización de la economía, de la administración y los modelos empresariales y de desarrollo, para reformular nuestro sistema de previsión, protección y prestación de la seguridad y servicios sociales, y de convertir las “etiquetas y titulares” de los diferentes “planes de reconstrucción” en verdaderos proyectos e iniciativas al servicio del país.
Volviendo al principio, nuestro país, Euskadi y su sociedad cuenta con las fortalezas y mimbres necesarias para acometer este complejo proceso.
Infinitas oportunidades por encima de las duras dificultades del momento. Abundancia sí, a la vez que inteligencia inclusiva contra la amenaza de la escasez o el reparto desigual. Ilusión creativa hacia un futuro exitoso y deseado, superador de una parálisis pesimista. Compromiso compartido y no salidas individuales.
Contra la maldición de la crisis, la voluntad activa venciendo a la estadística y al pesimismo. Hagamos que los indicadores nos indiquen el camino a recorrer para un futuro de ilusión y de oportunidades y no señales paralizantes y derrotistas. Tiempos difíciles para la lírica, sin duda. Momentos de admiración a los líderes responsables y al esfuerzo solidario colectivo. Nuevos retos, nuevos tiempos y apuestas estratégicas.