(Artículo publicado el 24 de Junio)
La extendida manía de diferentes gobiernos en comunicar “buenas noticias” de manera anticipada evitando concretar el contenido y alcance de las mismas, lejos de favorecer su gestión y generar credibilidad y coherencia, se convierten en fuente de descrédito, desafecto y frustrada confusión.
Este es el caso del gobierno español, presidido por el Sr. Sánchez (PSOE), necesitado de saltos acelerados para demostrar que se trata de un gobierno normalizado con vocación de permanencia y no un improvisado puente temporal para terminar con el agotado periodo Rajoy-Partido Popular, a la espera de una nueva convocatoria electoral. Diez días para ofrecer un intenso cambio (pensiones, salud, migración, educación, políticas penitenciarias…), si bien no han ido más allá de declaraciones de su portavoz o de entrevistas de sus ministros tras su improvisada toma de posesión (varios de ellos, incluso, sin haber pisado aún su despacho). Este es el caso de la extraordinariamente bien acogida noticia de la “restauración de la sanidad pública universal para todos, incluyendo inmigrantes, indocumentados, sin papeles, etc. presentes en el Estado español”. Desgraciadamente, las prisas olvidaron no ya solo que los asuntos oficiales deben publicarse en el Boletín Oficial del Estado y que, en este caso, requerían concreciones en términos de Decretos publicados previa firma del Rey que, dicho sea de paso, estaban de gira por Nueva Orleans y San Antonio, para aparente sorpresa o desconocimiento presidencial. Pero, más allá del retraso, la falta de concreción, las prisas y la descoordinación interna, ha provocado no solo la preocupación de quienes deberían apoyar las medidas a tomar (el Congreso, por supuesto, y, sobre todo, las Comunidades Autónomas, otros Ministerios como Seguridad Social, Hacienda, Trabajo y Migración, etc., por no citar a los partidos políticos que apoyaron su investidura y no su gobierno monocolor). Saber que el acceso universal viene acompañado de copagos para pensionistas y para no cotizantes a la Seguridad Social, o de restricciones a determinados servicios y prestaciones, o de la revisión del coste de acceso a medicamentos en función de rentas fiscales, o de “peajes a la dependencia” (variables según el grado de implantación del Bienestar Social en cada organismo y territorio…), no hace sino alertar al gobierno que gobernar de forma responsable no es sinónimo de moverse a base de encuestas, gabinetes de comunicación o globos sonda. Un estado descentralizado, un determinado reparto competencial, diferentes niveles institucionales de responsabilidad y decisión política, un pluri-partidismo y un concepto amplio no limitado a espacios sectoriales, en este caso de la salud, conforman un marco y reglas del juego predeterminados que han de tenerse en cuenta. El ordeno y mando de Moncloa pasó a la historia hace ya mucho tiempo.
Lo esencial, debe residir en el contenido deseado: acceso universal (real) a la salud. Es en este intento en el que han de centrarse los esfuerzos. Se trata de ofrecer verdadero valor en salud para todas las personas y poblaciones en el Estado, de una manera real, eficiente y sostenible. Este es el verdadero desafío.
Esta misma semana, la OCDE (Organización para la cooperación y desarrollo económico que incluye treinta y siete Países Miembro) publica un informe, de aconsejable lectura, en la definición de políticas sociales y de protección y progreso social: A Broken Social Elevator? How to Promote Social Mobility. (¿Un elevador social descompuesto? Cómo promover la movilidad social). El informe parcial, forma parte de un amplio trabajo en curso sobre la Iniciativa de Crecimiento Incluyente (Inclusive Growth Initiative), bajo el paraguas de un sugerente reclamo: “4.600 Millones de personas aspiran a una vida mejor y quieren formar parte de ese nuevo mundo por crear”. Iniciativa que viene trabajando en torno a un marco de políticas públicas orientado a entender y mitigar los vectores de la desigualdad, los determinantes socioeconómicos de la salud y de la educación transformadores de nuevos modelos de desarrollo económico, capaces de generar espacios inclusivos de progreso social. Así, al margen de variaciones país a país, la constatación general recogida en el informe no difiere de las principales señales y líneas rojas que el cada vez más extendido movimiento hacia un desarrollo y progreso social incluyente viene promoviendo a lo largo del mundo desde múltiples actores e iniciativas. Entre ellas, la necesaria consideración de la salud como un vector clave en el desarrollo de las personas y de las Comunidades en que viven, su potencial capacidad generadora, también, de riqueza, empleo y bienestar, y su elocuente impacto en la mitigación de desigualdades y factor acelerador del ascensor y movilidad social en el complejo y necesario tránsito desde la pobreza y marginación hacia la igualdad, el futuro compartido y mucho más que una deseada esperanza de vida (no solo en años) de alta calidad. Un informe que alarma sobre el estancamiento de la movilidad social, destacando cómo, de manera regresiva e impactante, “manteniendo las actuales políticas salariales, de salud, educativas y persistentes iniciativas desiguales de crecimiento, un niño nacido en una familia pobre, necesitaría, por lo menos, cinco generaciones para alcanzar un nivel medio de ingresos, en promedio en los países de la OCDE, haciendo que el 60% de las personas permanezcan atrapadas en la categoría inferior del 20%, mientras el 70% se mantiene en las superiores, así como que uno de cada siete hogares de clase media y una de cada cinco personas que viven cerca de los ingresos inferiores, caen al 20% inferior”. Toda una condena para permanecer, por generaciones, en el estrato originario, consecuencia de la buena o mala suerte del destino, naciendo de uno u otro lado de la línea entre la inclusión con futuro mejorable o la exclusión aceleradora de la marginalidad.
Desgraciadamente, no se trata de nada nuevo ni inesperado. Es la constatación, una vez más, de una desigualdad creciente que cuestiona las políticas al uso. En tiempos de tecnologías e innovaciones exponenciales y disruptivas, parecería razonable no persistir en políticas y sistemas continuistas y en curso. Nuevas preguntas, nuevos desafíos, nuevas redefiniciones de objetivos resultan absolutamente imprescindibles. Oportunidades, salud y bienestar sería la trilogía de dimensiones complementarias por superar que propondrían Stiglitz y otros líderes del pensamiento transformador, incitando a una revisión rigurosa de un buen número de mensajes que han adquirido carta de naturaleza con el paso del tiempo, pese a que sus consecuencias distan mucho de la verdad que proclaman: “el empobrecimiento y encarecimiento del sistema de bienestar es culpa de la inmigración, de la globalización o de las élites”, “nos engañaron ofreciendo un mundo de beneficios y oportunidades y no nos lo han dado”, o “los beneficios globales del último siglo compensan, sobradamente, y en términos relativos, el avance social.
Sin embargo, más allá de identificar culpables (siempre ajenos a nuestra propia responsabilidad, por lo que la confortabilidad individual nos confiere inocencia plena) o de encontrar excusas justificativas, es tiempo de reenfocar soluciones y afrontar los retos observables. Ante todo, nuevos compromisos, nuevas soluciones y acciones reales. Más tarde, ojalá, será el tiempo de comunicar logros y resultados satisfactorios o exitosos.