Salud: de la desigualdad al desarrollo compartido

(Artí­culo publicado el 20 de Marzo)

En una reciente entrevista para una revista estadounidense próxima a publicar un reportaje sobre Euskadi como referente europeo en su historia diferencial de éxito, en el marco de una estrategia «contracorriente», focalizada en la industria, la competitividad desde la microeconomí­a, la práctica de su vocación de autogobierno y modelo conjunto económico-social, instrumentando partenariados público-privados, la reportera mostraba su sorpresa cuando a su pregunta sobre «el siguiente paso» que habrí­a de seguir nuestro Paí­s, contesté que deberí­amos transitar hacia la «Co-creación de Valor Empresa-Sociedad aprovechando las fortalezas de una economí­a clusterizada y la revolución digital en curso generando nuevos modelos de negocio a partir de las demandas sociales». Me pidió un ejemplo concreto y me limité a señalarle «el Valor de la Salud». Si bien no creo haberle convencido demasiado, horas más tarde recibí­a el último número de la gaceta académica de la Universidad de Harvard (Harvard Gazette) abordando, como tema principal, la desigualdad como consecuencia de la NO SALUD.

La revista viene dedicando gran parte de su espacio en los últimos números al especial análisis de la desigualdad, invitando a su claustro profesoral a contribuir, desde diferentes ópticas, a la reflexión sobre el asunto proponiendo recomendaciones o lí­neas de trabajo a seguir. Asunto de gran relevancia y actualidad, tanto derivado del intenso debate social a lo largo del mundo, como a la realidad observable en los Estados Unidos y, por supuesto, en el corazón de la campaña presidencial electoral en curso. Así­, las diferencias en ingresos, las dificultades de acceso de la mujer a puestos directivos, la decisiva concentración de riquezas en pocas manos, el impacto de la «historia educativa y académica», el origen y residencia en zonas marginales, etc. han venido focalizando sucesivas aportaciones.

Pero, esta semana, el trabajo publicado empieza con un tí­tulo llamativo: «El costo de la desigualdad: vidas rápidas, muertes prematuras». Un informe que centra, precisamente, en la salud, la principal causa de la desigualdad y, en especial, en las minorí­as (en este caso afroamericanos e hispanos) en las zonas de menor renta y marginación en los Estados Unidos. Contradicen, además, ese «mantra» popular (que tan demagógicamente utiliza el candidato republicano Donald Trump), que estigmatiza a las poblaciones débiles proclamando que «es su culpa no progresar ya que no han sabido aprovechar las puertas de oportunidad que se les ofrecen…», así­ como las crí­ticas al sistema de salud estadounidense y a la aplicación de la reforma Obama en el último ejercicio.

Así­, el profesor Daniel R. Williams (profesor de estudios Afroamericanos y de Salud Pública) concluye que «las desigualdades o ausencias de Salud son la suma total de todas las demás desigualdades de orden social y, en definitiva, es el área de salud el punto final de llegada de todas las desigualdades». En sus estudios al respecto, compara las poblaciones afroamericanas e hispanas con poblaciones blancas encontrando cómo son los primeros quienes contraen, con gran diferencia en tiempo, las principales enfermedades serias, que la esperanza de vida de estos exigirá un periodo de 30 años para igualarse con la media blanca, que, mientras más tiempo viven en los Estados Unidos, menos saludables son y que los trastornos sociales y psicológicos que les acompañan sobrepasan con creces a los que se dan en poblaciones blancas y de mayores niveles de renta.

Williams explora diez medidas estándar de salud (desde niveles de colesterol, tensión, presión sanguí­nea…) asociables con sus hipótesis del envejecimiento prematuro en las diferentes poblaciones, reforzando sus conclusiones diferenciadoras de las relaciones causa-efecto salud-esperanza de vida no dependiente y saludable.

A partir de aquí­, el análisis de sus condiciones de vida, empleo o ausencia del mismo, niveles de renta, capacidad o no de ahorro, vivienda, sociabilidad, educación y entorno social y vecindario, terminan traduciéndose en trastornos de la salud, ausencia o escasa calidad  en tratamientos preventivos, rara pro-actividad saludable, prolongada y deteriorada cronicidad, excesiva y pronta dependencia, y relevante deterioro en los siempre penosos procesos terminales. Estos estudios se complementan con el ya largo análisis de comportamiento en las llamadas «Inner Cities» (Centros infra urbanos de las Ciudades) en el antes y después de actuaciones especiales de rehabilitación y desarrollo, para apostar por programas e iniciativas para el empoderamiento local, acciones integrales en vecindarios, creación de empleo formal de carácter local y comunitario, atención primaria integral en salud, educación prenatal e infantil y escuelas primarias (el K-12 norteamericano).

Iniciativas que debidamente reorientadas hacia los conceptos de co-creación de valor pueden dar lugar a la esperanza, como vienen demostrando programas especí­ficos de colaboración público-privados, como el promovido en su momento por el Presidente Clinton (Promise  Neighborhoods).

Hoy, insertos en plena Revolución Digital y ante los desafí­os y oportunidades que ofrecen al mundo de la salud, desde el Big Data y su explotación masiva, a la vez que inteligente, una algoritmia predictiva como fuente inigualable de conocimiento para optimizar las demandas de salud de la población, la estimación de sus mapas de riesgo, los tiempos esperables de la ocurrencia de eventos y la capacidad de repensar los modelos organizativos y asistenciales y asistimos expectantes al emergente y apasionante mundo de las cuasi infinitas aplicaciones tecnológicas para la salud, sorprendidos por la proliferación de la robótica, la automatización, la digitalización, la «smartización» y la movilidad galopante, hemos de albergar grandes esperanzas de una positiva transformación radical. No obstante, si bien en permanente preocupación por los cambios deseables, no podemos menos que constatar la existencia de un mundo dual en el que conviven aún más de 2.000 millones de personas sin acceso real a la salud junto a las maravillosas soluciones «supersónicas», inimaginables hace tan solo escasas décadas.

Si por un lado observamos las proyecciones y tendencias de la «industria de la salud» que la sitúan en el tercer lugar de entre las industrias que «experimentarán la mayor transformación futura a consecuencia del impacto tecnológico», tan solo detrás de la propia industria tecnológica en sí­ misma o de los bienes de consumo personal, muy por delante de automoción, manufacturas, energí­as, telecomunicaciones y finanzas, entre otras, podrí­amos sentirnos optimistas ante los previsibles cambios que han de favorecer el acceso real a la salud, su tratamiento integrado y personalizado, la fortaleza preventiva y predictiva y su uso extendido a toda población a lo largo del mundo. Desgraciadamente, hoy, la otra cara de la moneda continua ofreciendo una realidad distante no mitigada ni por incrementos de la proporción del gasto sanitario, o del extenso incremento y dotación de infraestructuras de alto nivel y complejidad hospitalaria, ni por los amplios compromisos gubernativos en favor de sistemas en permanente evolución.

El mundo de la salud está en plena ebullición. El clamor por centrar esfuerzos en el verdadero Valor de la Salud, no en los instrumentos o actos médicos se generaliza y se abre paso en la búsqueda de mejores resultados.

En esta lí­nea, en uno de los innumerables foros que a lo largo del mundo (en esta ocasión convocados bajo la iniciativa de «Nuevas soluciones-la Salud del futuro» del WEF) analizan el impacto de las nuevas tecnologí­as y la revolución en curso, veinte expertos -médicos- usuarios de tecnologí­a de vanguardia, valoraron el grado de impacto y el tiempo por transcurrir en diversas aplicaciones en la práctica médica. Su conclusión apuntaba a un escenario esperanzador si bien desigual a lo largo del mundo y más lejano en el tiempo de lo que las apariencias pronostican, si bien son ya enormes las posibilidades reales de mejora ya en uso. Paradójicamente, en lo que la gran mayorí­a coincidí­a era en que «su mejor recomendación para aumentar el nivel y valor de la salud»  pasaba por tres elementos esenciales:

1. Llevar agua potable y sistemas de depuración, higiene y suelo firme a las poblaciones.

2. Volver al tradicional concepto integrado de la Atención Primaria y el médico general y de familia.

3. Para la población adulta, «una aspirina infantil al dí­a».

En todo caso, expertos debates al margen, recuperar la centralidad real del paciente, poner el conocimiento al servicio (sobre todo predictivo y preventivo) del sistema, acompañar a las personas (sanas o no) a lo largo de toda su vida asumiendo un protagonismo activo en su propio Plan de Salud y usar la tecnologí­a aplicada en el objetivo de Valor en Salud para la población, era, es y será el verdadero desafí­o del derecho fundamental a la salud. En su entorno, el desafiante reto de generar/optimizar los sistemas adecuados, garantizando un acceso real universal, interactuando con el ecosistema global de polí­ticas y soluciones más allá de la «sanidad segmentada» y limitada a un silo sectorial estrictamente de salud.

Que la salud deje de ser el foco de la desigualdad está en nuestras manos. Reinventar nuestros modelos de desarrollo económico, pensando también, en la gran fuente de riqueza que ofrece como industria, permitirá crear Valor en Salud, Valor Económico y mitigar desigualdades.