(Artículo publicado el 22 de Agosto)
En la recta final de los Juegos Olímpicos 2016 celebrándose en Río de Janeiro, Brasil, ante el insistente recuento mediático del medallero, que parecería ser el indicador no ya del «progreso deportivo» de los diferentes países participantes, sino de su nivel de desarrollo y potencialidad mundial, así como su visible «aggiornamento globalizado», llega a mis manos el, «índice de Progreso Social 2016 de Río de Janeiro», recientemente publicado, que ha tenido a bien enviarme mi buen amigo y colega Michael Green, director ejecutivo de la «Social Progress Imperative».
La mencionada plataforma (SPI) impulsora y coordinadora del índice de Progreso Social y que iniciara su andadura hace escasos cinco años con una idea y metodología singular y diferenciada (huyendo del PIB y del índice de Desarrollo Humano promovido por Naciones Unidas, si bien condicionado por el excesivo peso del PIB en sus estimaciones), el principio de «Progreso y desarrollo social», inclusivo, es un claro líder y referencia obligada en la determinación y comparación del avance social y sus expectativas futuras. Un índice avalado por las principales Instituciones, Universidades y pensadores en la materia, que con un amplio trabajo participativo, se aplica en 133 países y que ha venido trascendiendo desde los Países-Estado, las zonas administrativas y espacios regionales, las Ciudades-Región (cabe el honor a Euskadi de haber sido la primera nación no Estado y Ciudad-Región en la que se aplicó, gracias al importante trabajo del Instituto Vasco de Competitividad-Orkestra) y, finalmente, las Ciudades, a partir de 12 componentes en tres dimensiones: Necesidades humanas básicas, Fundamentos de Bienestar y Oportunidades de desarrollo.
Hoy, esta Iniciativa, presenta el caso de Río de Janeiro. Sus promotores locales se plantearon su elaboración como un paso más allá del trabajo ya realizado para el conjunto de Brasil, con el doble propósito de explorar «el Río de Janeiro desconocido», desde el interior comparable de sus barrios y comunidades, (lejos del icono de su Cristo Redentor, su Bahía de Guanabara, el pujante residencial Lagoa, Ipanema y su amplia y conocida imagen y capacidad turística tractora de ámbito global), y sus segmentos diferenciables en una Ciudad de 6,5 millones de habitantes. Pretendían, también, medir y documentar las diferencias sociales y de oportunidad entre los diferentes barrios y zonas ocultos tras los censos administrativos o «Informes Agregados». Su objetivo no es la fotografía del HOY sino construir UN MAí‘ANA desde el conocimiento de las barreras y bondades o espacios de oportunidad propios. Pretenden ofrecer un instrumento de análisis al servicio del «Progreso Social», entendido como su capacidad, como sociedad local, de atender las necesidades humanas básicas, establecer aquellos componentes esenciales y básicos que permitan a sus ciudadanos y comunidades mejorar o mantener su calidad de vida y crear las condiciones para que todos sus habitantes, de manera inclusiva, desarrollen su pleno potencial.
Un extraordinario trabajo que, además, posibilita la comparación de Río de Janeiro con otras ciudades y regiones de Brasil, lo que, sin duda, ha de ser un estupendo apoyo para la decisión y asignación de recursos y prioridades de políticas públicas. Su rápida lectura pone de manifiesto la debilidad de sus principales fundamentos del bienestar (bajísimas posiciones en la sostenibilidad de sus eco-sistemas, agravado por el escaso acceso al conocimiento básico con una preocupante desigualdad en la oferta educativa básica a lo largo de las diferentes zonas de las áreas administrativas de la ciudad, si bien el 38% de su población se sitúa por encima de la media de la Ciudad). Preocupante, así mismo, el reducido acceso a la educación superior en ratios similares a los de regiones como la Amazonia. En contraste, son el conjunto o indicador global de las necesidades humanas básicas percibidas por la población las mejor situadas, con un importante avance temporal en materia de oportunidades y expectativas, coincidente con el impulso inversor (infraestructuras y movilidad) en los espacios de desarrollo -en gran medida- coincidentes con el esfuerzo Olímpico zonal (Puerto, Botafogo, Lagoa, Tiyuca).
Así, cabría preguntarse si la apuesta olímpica guarda relación con el progreso social perseguible y las expectativas de «aquel Río desconocido».
Conviene retroceder en el tiempo y volver al «sueño» del ex Presidente Lula da Silva quien impulsara un espectacular programa «para retirar la pobreza de las calles y llevar a la población, sobre todo infantil, a la escuela» y diseñara «las bolsas escolares» con resultados calificados de exitosos desde la óptica internacional. Lula soñó, también, en «situar a Brasil en el Mapa Mundial y recurrió a iconos globales como la Copa Mundial de Futbol o los Juegos Olímpicos abanderando una intensa carrera diplomático-deportiva, confiando en que el éxito de los mismos facilitara el «descubrimiento de aquellos elementos no tan conocidos» capaces de posibilitar un Brasil reconocible por sus bondades y competencias, como jugador relevante en el escenario global. Sin embargo, la historia no parece haberle acompañado del todo. Hoy, lejos de inaugurar unos juegos como los que deseara, se «sienta en el banquillo» junto con la Presidenta de su Gobierno, su Partido y una larguísima lista de promotores del «milagro económico» en su País, sometidos a procesamientos por corrupción y Brasil vive un inmenso desgarro y desconcierto general, agobiado por una economía tambaleante, una agitada demanda y contestación social, una incierta deriva política y un grave descrédito institucional. Una vez más, el País-Continente vuelve a convertirse en «la gran promesa del próximo siglo», etiqueta que le viene acompañando, desgraciadamente, siglo tras siglo.
Pero si Lula y su sueño se han visto sorprendidos por las circunstancias imprevistas, nada mejores han sido los resultados futboleros u Olímpicos. Hace unos días moría uno de los grandes «iconos» de Brasil-Futbol, Joao Havelange, presidente de la FIFA. Los últimos campeonatos mundiales, sus procesos de adjudicación de sedes, contratos e infraestructuras asociadas y su gestión entre Federaciones y Organismos directivos parecerían convertir su herencia, no ya en estadios vacíos, sino en un recuerdo incómodo de su propósito. Nada distante la imagen y herencia del Olímpico Samaranch y los actuales Juegos, alejados de aquellos principios y valores llegados de Olimpia. Hoy, unos juegos repletos de una confusa participación escasamente amateur, pletórica de profesionales de élite, rodeados de todo tipo de modalidades de financiación y esponsorización directa o indirecta, contrataciones trasnacionales para reforzar equipos tras una bandera cedida que permita alardear de palmarés y engordar el indicador medallero que mencionábamos al principio. Confusión en detrimento de meritorios deportistas, disciplinados, esforzados en un compromiso -la más de las veces, sobre todo, personal o individual- con su sueño personal, merecedores de reconocimiento y admiración.
¿Será Río de Janeiro, más allá de su conocido icono global, la ciudad inclusiva en que sus ciudadanos y comunidades participen y disfruten del Progreso Social pretendido?, ¿está hoy mejor situado que lo estaba sin eventos específicos que han provocado, en tiempo y obligaciones concretas una determinada estrategia de transformación distinta a la que su propio ADN o demandas de Progreso Social ameritaba? Sin duda, ambas pregunta son difíciles de responder en estos momentos. A partir de las Olimpiadas de Los íngeles, la información coste-beneficio publicada por las sucesivas Ciudades Sede no parece concluir de manera esperanzada y resulta cuestionable la alineación de recursos y necesidades. ¿Podremos, en su momento, decir de Río 2016 que se dotó de las infraestructuras adecuadas, más allá de la demanda temporal de sus semanas olímpicas; que supo y pudo movilizar las claves tractoras de su «Progreso Social»; que ha cumplido su objetivo icónico trasladando la imagen positiva (valores, conocimiento, identidad, capital humano, organización, capital social, creatividad…) pretendida de la Ciudad y su gente?. ¿Y de los Juegos Olímpicos, principios y origen versus realidad?
Sin duda, mucho de lo que es hoy Río 2016 no se convertirá en una mera «obra de arquitectura efímera». Perdurará en el tiempo y producirá un impacto claro en su futuro. Ahora bien, más allá de aceleradores icónicos (que tienen un gran valor cuando están alineados con una estrategia propia), como siempre, la cuestión clave radica en el por qué y el para qué. Río también nos recuerda que los liderazgos han de estar al servicio de la Sociedad que representan, sirven y han de dirigir u orientar y que los sueños o apuestas transformadoras llevan su tiempo, han de ser compartidas y que, lejos de «cortadores de cintas», se esperan co-protagonistas. Por supuesto, soñar con el Progreso Social no es flor de un día sino de décadas y de esfuerzo colectivo.
Volviendo a Green, a la Social Progress Imperative, y a la amplia colaboración de Río en su compromiso de Progreso Social, agradecer su extraordinario instrumento para coopetir en estas Olimpiadas del Progreso Social.