(Artículo publicado el 27 de Febrero)
Tras una semana que asomaba a las luces optimistas de una acelerada recuperación de la economía y una ventana de oportunidad para la progresiva normalización de las relaciones y actividad social, reinicio de planes viajeros y movilidad, cayendo las obligadas restricciones que provocó la pandemia (a la que aún queda un largo trayecto por recorrer), acompañados de mensajes y expectativas positivas transmitidos tanto desde gobiernos, como de prestigiosos fondos de inversión, líderes empresariales, académicos e incluso epidemiólogos y profesionales de la salud pública y nuevos indicadores de una renovada sociedad saludable y feliz, “llegó Putin a Ucrania y mandó parar…”
Terminamos la semana hundidos en la preocupación e incertidumbre de una interacción militar de alcance incalculable, trayendo, nuevamente, el horror de la guerra a Europa. De momento, ni la diplomacia, ni las presiones sancionadoras, ni la razón y legalidad internacional han logrado evitar la sin razón de una catástrofe envuelta en “objetivos desmilitarizables” que, en un cínico juego del lenguaje, anunciara Putin para intervenir/entrar/invadir un país soberano (del que en realidad nunca ha terminado de irse del todo). Una Ucrania que, en realidad, ha quedado abandonada por Europa y la OTAN a lo largo de los años, tras su voluntaria y valiente vocación de clara apuesta y dirección europeísta, esencial para su propio desarrollo, para su papel central en la propia integración y seguridad geopolítica junto con sus “hermanas” bálticas y clara frontera del no retorno para el País y sus vecinos del Este, así como garantía de equilibrio y estabilidad para la propia Europa en su conjunto. Un nuevo limbo en un espacio de nadie, sujeto a pretensiones y objetivos de terceros. Como diría el presidente de Ucrania, Volodimir Zelinsky, en su encuentro del pasado viernes con los jefes de gobierno europeos: “Aquí ha habido mucho miedo. Yo no lo he tenido”. “Slava Ukraini – Gloria a Ucrania”
El pasado jueves, la ex Secretaria de Estado en la era Clinton, Madeleine Albright, publicaba un interesante artículo desde la esperanza (más deseo que certeza) de la no intervención. Narraba su primer encuentro en Moscú con Putin, sucesor entonces de Boris Yeltsin, a quien deseaba conocer personalmente más allá del conocido CV previo en su conocido paso por la KGB. Refleja algunos elementos destacables que hoy parecen una evidencia generalizada. Resumía que encontró a un hombre frío, convencido de asumir una misión esencial: recuperar la grandeza de la ex Unión Soviética, reconstruir un espacio propio que entendía era el que se les había quitado con la complicidad activa de occidente (Estados Unidos, OTAN, Unión Europea) y la imperiosa necesidad de ganar (recuperar) tamaño, peso, predominio como potencia mundial. Ucrania, ayer y hoy, era y sería rusa. Añadía sentirse reforzado por las deficiencias democráticas de Occidente (en especial en Estados Unidos) y que él podría jugar con las mismas armas que “el enemigo bueno”. Hoy, ese breve análisis que incorporó a sus notas oficiales supone un profundo reflejo de la terrible vuelta de la guerra a Europa, sus muertos, desplazados, destrucción de tantos proyectos de vida y consecuencias, también, económicas en y para Ucrania, Europa, el mundo.
A estas observaciones, horas antes de la invasión formal se reunían en Kiev tres ex ministros de exteriores de Estonia, Letonia y Lituania no solo para dar su apoyo a Ucrania y alzar su voz para denunciar el ataque por venir, sino para reclamar el apoyo europeo y occidental recordando que no solo se invadía la soberanía ucraniana, sino la progresiva destrucción de las apuestas libres, democráticas y europeístas de las repúblicas bálticas, del resto de la Europa del Este y quienes, en su día, optaron por caminos y futuros diferentes a su preexistente organización político-administrativa en el marco de la URSS, hacia un espacio de libertad y desarrollo. Creyeron en la nueva y vieja Europa que les abría las puertas y confiaron compartir un, entonces, ilusionante proyecto a futuro.
Hoy, desgraciadamente, cobra especial relevancia volver la mirada a las muchas líneas de reflexión que se han venido multiplicando en el espacio pandémico, focalizados en la inevitable necesidad de abordar una transformación radical de mecanismos, políticas e instrumentos de gobernanza multilateral, dirección de bienes públicos mundiales, estrategias para un futuro mejor y distinto. La propia Unión Europea, la OTAN, el rol de Estados Unidos, la OMS hablando de salud-pandemia, desde su relevante presencia en los principales foros globales, presentes de una u otra forma (por activa o por pasiva) en las grandes decisiones, acontecimientos, soluciones y sus consecuencias, requieren sus propias transformaciones radicales. Hoy vistos desde dos escenarios complejos y dolorosos, con el peor de los resultados constatables: una guerra. Pero esta inaplazable redefinición, más que funcional, es el medio y largo plazo. HOY: ¡STOP WAR-PARAR LA GUERRA! La diplomacia imperfecta es la vía que nos queda y que ha de agotarse parando la destrucción. Los progresivos paquetes sancionadores han de servir para provocar cambios y ritmos de decisión, condicionar a la sociedad rusa para favorecer el alto al fuego y tomar nuevos rumbos, repensando el fortalecimiento de las soberanías, en este caso, europeas y sus sociedades y gobiernos democráticos. Es más que probable que se imponga un espacio temporal (desgraciadamente inestable e incierto) de tregua y n agresión que comprometa el siempre complejo y dilatado camino de las soluciones y voluntades contrapuestas. A partir de aquí, todo un largo camino transformador está pendiente. Europa ha de repensar, seriamente, sus estrategias, estructuras y apuesta real de futuro. Y, por supuesto, Estados Unidos en sus prioridades estratégicas e inclinación asiática en el horizonte, repensando y reconfigurando su estrategia exterior.
Decía al principio que iniciábamos una semana bajo luces de optimismo. Sobre la mesa, dos informes de lectura recomendada: “Construir un futuro mejor: asumir el desafío construyendo una economía mundial más verde, más digital, más saludable e inclusiva” (imf.org/2021) y “Lecciones básicas de la felicidad” (Jeffrey Sachs: Centro para el desarrollo sostenible de la Universidad de Colombia).
Ambos trabajos refuerzan sus reflexiones en lo que consideran las lecciones aprendidas de la pandemia, para abordar un mundo lleno de oportunidades que habrán de llevarnos a superar problemas y dificultades. Sachs, incide en uno de los grandes debates que, en teoría, parecerían hoy oficiales y generalizados en la constatación de un cambio de indicadores-objetivos de desarrollo, más allá del PIB, a la búsqueda de sociedades saludables e inclusivas, mitigadoras de la plaga de la desigualdad y el reposicionamiento permanente de la persona-sociedad en el centro de cualquier estrategia. Resume en la necesaria transición hacia los indicadores de la felicidad, lo que llevaría a sociedades y políticas gubernamentales rediseñadas, atendiendo las necesidades económicas de las personas, su salud física y mental, sus conexiones sociales, el sentido de propósito y confianza en gobiernos, instituciones y liderazgos empresariales. Elementos que entiende se han visto castigados o deteriorados en esta etapa pandémica que ha fomentado crecientes niveles de ansiedad, depresión clínica, aislamiento social y, en muchos lugares, pérdida de confianza en liderazgos y gobernanza.
Incorporar esta línea de trabajo y otros nuevos espacios del pensamiento socioeconómico y estrategias de gobernanza, nuevos roles, ampliados, de las empresas en su objetivo esencial para la generación de riqueza y bienestar, y un nuevo “contrato social” (derechos, obligaciones, compromisos, responsabilidades) de todos en la búsqueda de valor compartido, habrán de constituir la “savia renovada” para afrontar los desafíos generales a los que hemos de enfrentarnos.
La fragilidad percibida, la incertidumbre permanente, la en ocasiones pérdida de perspectiva, el abandono de nuestros compromisos y responsabilidad activa en la cuota de contribución que nos es exigible, constituyen condicionantes determinantes y prioritarios, para el éxito de los retos que afrontamos.
Hoy, más que nunca, está en nuestras manos proteger el bienestar mundial (y el nuestro próximo).
Quizás concluimos la semana con más barreras para “la nueva etapa de relanzamiento, recuperación y transformación” que aquellas con las que la empezábamos, pero ni los desafíos han cambiado, ni sus soluciones son inmediatas, ni lloverán del cielo. El propósito y empeño son claros, los caminos suficientemente visibles, las oportunidades ilimitadas.
Recorramos este último tramo hacia el propósito deseable. Anticipemos decisiones.