(Artículo publicado el 6 de Diciembre)
La revista EKONOMIAZ celebra su brillante 35 aniversario con un número especial dedicado al impacto de la “última gran recesión” experimentada (y sufrida) por nuestra economía. Sus ya 97 publicaciones refuerzan su prestigiosa trayectoria y añade valor al conocimiento de la economía vasca y su permanente comparación con las de otras latitudes, en especial en el ámbito regional, a lo largo del mundo, en clara y evidente interdependencia. De la misma forma que celebró, en su día, su XXV aniversario con un análisis de lo realizado en esos primeros e intensos años del autogobierno vasco para abordar una autoevaluación de las diferentes políticas públicas y avanzar un ejercicio prospectivo sobre lo que habría de esperarnos diez años más tarde, en esta ocasión analiza lo que llama “una década perdida” (2008-2018) y reflexiona en torno a su estimación para los próximos diez años, de la mano de un variado número de autores que, por lo general, han acompañado la exitosa y relevante historia de esta revista, fiel reflejo de las preocupaciones, actuaciones y soluciones presentes en nuestra evolución desde el año 1985 en que fue creada, como testigo activo de la crisis en la que se encontraba nuestro país, en contraste permanente con la necesidad e ilusión de superarla apostando por un futuro de bienestar, progreso y desarrollo.
Una primera lectura (absolutamente recomendable) pudiera llevarnos a un sentido pesimismo tras constatar que el exitoso camino recorrido en aquellos años iniciales y que supusieron posicionar Euskadi en un espacio privilegiado de bienestar, riqueza, crecimiento y desarrollo económico y social en torno a la apuesta vasca por un “desarrollo humano sostenible”, parecería haber desaparecido tras las sucesivas crisis (financiera-hipotecaria del 2008), otra “Europea de NO recuperación económica y recortes generalizados” (2012) y una tercera, aún de consecuencias finales irreconocibles con la pandemia COVID en curso. Los logros alcanzados, los indicadores positivos que lo reflejan, desaparecerían tras el impacto global con su negativa trascendencia en nuestra economía. Dicho esto, constatado el “parón y empobrecimiento global generalizado”, resulta imprescindible volver la vista hacia las “palancas de transformación y fortalezas diferenciales” con que se ha dotado nuestro país, su economía y nuestra sociedad a lo largo de estos años, preparándonos para alcanzar un escenario futuro de éxito, respondiendo a los nuevos desafíos a los que nos enfrentamos.
Esta misma semana, se ha presentado en Bruselas el “Índice de Progreso Social 2020 para las regiones de la Unión Europea”. Recordemos como en 2011, entre un amplio clima crítico de detractores acostumbrados a medir el mundo bajo el prisma único del PIB y con el horizonte generalizado de modelos de crecimiento económico globalizado, la SOCIAL PROGRESS IMPERATIVE, bajo la batuta de Michael E. Porter y Michael Green, presentó el primer Informe-Índice de Progreso Social. El nuevo Índice reclama la necesidad de ir más allá del PIB, establecer indicadores, no económicos, concentrados en el Progreso Social como la capacidad de una sociedad para alcanzar las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, estableciendo los pilares que les posibiliten mejorar y de manera sostenible, su calidad de vida, creando las condiciones para que todos los ciudadanos desarrollen su máximo potencial. Medirlo resultaba (y resulta) básico para conocer el “estado de la cuestión”, identificar las debilidades o ausencias de intervención exigibles, diseñar nuevos proyectos y objetivos y traccionar las políticas públicas necesarias.
Con este planteamiento y en un esfuerzo metodológico singular, se generaron desencuentros fruto de la incomodidad en los Índices preexistentes, descontento observable en quienes “perdían posiciones mundiales” en otros índices al uso en materia de crecimiento, PIB, o competitividad. El Índice dio lugar a “nuevos líderes” trasladando las primeras posiciones hacia “países menores” con una alta concentración en los países nórdicos en la “Europa social”, avanzando nuevas ideas, planes y apuestas estratégicas. El “Desarrollo Humano” impulsado por Naciones Unidas también se veía críticamente observado dado su elevado contenido de indicadores económicos, determinando de forma excesiva el peso de la aportación social final. Desde entonces, con este 2020, el Informe-Índice se ha elaborado en siete ocasiones. El último, global, en 2020, proyecta, en general, noticias esperanzadoras constatando que, pese a la opinión y sensación pesimista generalizada, el mundo está mejor, informe tras informe.
Constata una mejoría general, si bien lenta y desigual, con 155 países avanzando en alguno de los elementos de análisis (necesidades humanas básicas, fundamentos del bienestar, oportunidades de desarrollo), medidos en 12 grandes bloques clave, destacando una clara mejoría en el acceso a la información, comunicación y tecnologías de la información esenciales para vivir, en el acceso a educación avanzada, viviendas y protección, salud y agua-saneamiento. Por el contrario, la desigualdad, los derechos personales, la seguridad personal, calidad medio ambiental e inclusividad, declinan o se mantienen estancados (2011-2020).
No obstante, una visión global, Estado a Estado, arrastra un mal pandémico del que la economía mundial no ha terminado de librarse. La estadística oficial, generalmente centralizada, continúa facilitando datos macro y de Estado. La realidad es muy diferente. Las principales diferencias se dan en un mismo Estado, entre sus diferentes regiones, entes “subnacionales” y ciudades (y en ellas, a mayor tamaño y población, mayor distancia e inequidad) y sus tejidos y realidades socio-económicas están alejadas de un reflejo estadístico riguroso y homologable.
Ya en 2011 con el nacimiento de este Índice, desde la Red MOC (Microeconomic on Competitiveness Network) en el Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard, se impulsaron iniciativas para el avance hacia Índices regionales, pegados al terreno micro. Así, el Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA, realizó una primera experiencia piloto, en aplicación de la metodología e indicadores intactos del Índice Global, para el Caso de Euskadi. Este ejercicio se incluyó como anexo en el primer Informe, señalando el largo camino por recorrer. Experiencias complementarias piloto en Alemania y Escandinavia llevaron a la Unión Europea a apostar por la elaboración de un Índice para Europa (EU-SPI) en el que viene jugando un papel relevante nuestro Instituto vasco.
Así, hoy, la Unión Europea, presenta su Índice, en coordinación y bajo la dirección de la SPI, aportando riquísima información sobre la totalidad de regiones europeas, estableciendo una relevante comparación “entre países”, clasificando las diferentes regiones y comunidades en bloques más o menos homologables atendiendo a su dimensión, población, tipología económica, capacidad institucional. Trabajo de extraordinario valor que posibilita un enorme espacio de comparación, no solo en su conjunto, sino en los diferente elementos-indicadores que explican el pretendido “Progreso Social”.
Hoy, atendiendo a este ejercicio, Euskadi lidera las regiones/comunidades del Estado español, un poco por encima de Nafarroa, en un mapa europeo dominado por las regiones nórdicas (Dinamarca, Suecia y Finlandia ocuparon los primeros puestos ocupando los 10 primeros lugares). Euskadi y Nafarroa es sitúan en el bloque general de nivel superior. Si bien, la valoración indica, a su vez, espacios claros de mejora y una significativa distancia con el nivel máximo, por lo que la referencia a su desempeño permite abrigar confianza y esperanza futuras a la vez que campos de inaplazable mejora.
En consecuencia, concluyamos que no “nos han robado la última década” pese a habernos complicado nuestro avance. Los pilares y palancas construidas, las competencias y capacidades disponibles, la voluntad y compromiso existentes, la vocación institucional y determinismo de autogobierno y aspiraciones estratégicas del futuro alumbran un futuro esperanzador, afrontando los nuevos desafíos globales y locales que nos esperan.
Hoy, como ayer, el modelo de desarrollo humano sostenible, el “caso vasco” de competitividad y bienestar inclusivos es una realidad y una apuesta solidaria, colaborativa realista, deseable y posible.
Con EKONOMIAZ hemos transitado desde una profunda crisis de modelo e ideologías, energética, de inevitable reconstrucción de un tejido en su día obsoleto, de una industria destrozada, de una empresa extorsionada y acosada, de un contexto autárquico aislado del mundo. Hemos vivido los albores de una estructuración de las bases de una economía sana por una nueva sociedad capaz de recuperar su autoestima y creer en sí misma. Nuestra economía supo incorporarse a una Europa compleja, avanzar en ella hacia un mercado integral o único, reconvertirse, abrazar la apuesta de la innovación transformadora, reposicionarse en las áreas clave que conforman los desafíos y prioridades actuales y, sobre todo, hacerlo pensando en la inclusividad y un desarrollo humano a partir de una indispensable red de bienestar. Ha sabido dotarse de un entramado institucional capaz de afrontar, paso a paso, los nuevos espacios aspiracionales que marcan nuestro futuro y las nuevas políticas para su logro. Resultados que, sin duda, veremos reflejados en esta publicación a lo largo del tiempo.