(Artículo publicado el 25 de junio)
Desgraciadamente, las consecuencias de la crisis económica, de la brecha y desigualdad real existente y de la mala fama (en muchísimos casos muy bien ganada, a pulso) de determinadas industrias (bancaria, financiera, etc., como ejemplo generalizado), así como de múltiples políticas dominantes en muchos gobiernos (el español y la mal llamada austeridad europea sin ir más lejos) y negativas iniciativas empresariales, políticas y sociales alejadas de las soluciones sociales esperables, constituyen una negra realidad.
Este hecho incuestionable parecería dar carta de naturaleza, por el contrario, a la permisiva demonización y uso indiscriminado del calificativo «neoliberalismo» en boca de todos aquellos que con mencionarla, parecerían situarse al margen de cualquier responsabilidad o crítica respecto de su acción o inacción ante los problemas y demandas sociales, a la vez que homogenizan y simplifican, sin diferenciación alguna ni matices, cualquier política pública o de gobierno, generalizan el malestar y el descrédito público de todo éxito o estrategia empresarial significativa, pretendiendo (con gran apoyo mediático) arrogarse la pureza ideológica y aparente compromiso responsable en favor de las causas sociales, sin crítica alguna y sin reclamo de explicaciones. Usar este apelativo parecería situarlos al margen de las causas y auto-validarse como víctimas pasivas al margen de su acrítica actuación (o parálisis), instalados en el NO a todo. Afortunadamente, hay mucha gente que, al margen de calificativos de moda, Sí trabaja, de manera compartida y colaborativa, en favor del PROGRESO SOCIAL.
Sin duda, hemos de ocuparnos en conocer y profundizar en la realidad, lamentamos preocupados la insuficiencia o dirección, errónea, de políticas y actuaciones (públicas y privadas), pero no demos por buenos eslóganes mitineros y vacíos, instalados en la moda de programas sin rigor. Y nada mejor para distinguir entre rigor y compromiso versus palabrería oportunista que acudir, por ejemplo, a la SOCIAL PROGRESS IMPERATIVE, iniciativa y plataforma creada al servicio de empresas, Gobiernos y Comunidades (además del mundo académico y del pensamiento), para trabajar en favor del PROGRESO SOCIAL definido como «la capacidad de una Sociedad para atender las necesidades básicas de sus ciudadanos, establecer las bases que posibiliten la mejora sostenible de su calidad de vida y propicie la creación de las condiciones que hagan posible el desarrollo potencial pleno de las personas y las Comunidades en que viven». Plataforma y objetivos que se integran con vehículos de valor compartido Empresa-Sociedad y con el paraguas global de la apuesta por un crecimiento y competitividad inclusivos desde la generación/acceso/distribución de valor y riqueza para las personas.
Así, esta semana, el director de la Social Progress Imperative, Michael Green, presentaba la publicación del índice de Progreso Social 2017. índice que se ha analizado (y comparado) en y entre 128 países, con 50 indicadores (exclusivamente sociales y medio ambientales) más allá del PIB y valores económicos, en tres dimensiones interrelacionadas: Necesidades Humanas Básicas, Fundamentos del Bienestar y Oportunidades (bases reales para el desarrollo futuro). En cada una de estas dimensiones, se analizan cuatro componentes o bloques esenciales que agrupan contenidos temáticos específicos.
El índice, como herramienta analítica que ya cumple cinco años desde su primera utilización y que ha ido aplicándose, por extensión, a regiones, entes sub estatales y ciudades-región o metrópoli (Euskadi fue pionera y piloto para su aplicación sub estatal-ciudad región y promotor-colaborador en su extensión a lo largo de la Unión Europea de la mano de Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad) y se ha convertido no solo en referente mundial, sino en instrumento clave para la toma de decisiones en el diseño de políticas públicas y orientación de necesidades y fuentes de los «nuevos modelos de negocio» de las empresas comprometidas «con la transformación del mundo» de una manera inclusiva.
La edición 2017 pone de manifiesto profundas diferencias entre distintos países (y entre sus regiones o espacios internos), así como relevantes descompensaciones entre los bloques o dimensiones que definen el Progreso Social. Basta recurrir a uno de sus mensajes clave: «Si el mundo fuera un país, su calificación sería de 64,85 (base 100) y se situaría en términos comparados entre los niveles de Indonesia y Botsuana. Desagregado por dimensiones, existe una enorme diferencia entre países. El resultado global es de 73,8 en Necesidades Básicas, 68,69 en Fundamentos del Bienestar y un limitado 51,85 en Oportunidades de Desarrollo. Este último resalta el máximo objetivo lejano en su logro: Derechos Humanos e Individuales, Libertad personal y capacidad de decisión, Tolerancia, Inclusión, Acceso a Educación avanzada)». Resulta preocupante constatar que el más bajo de todos (en torno a 43 puntos) es precisamente la Inclusión.
El índice se clasifica en grupos:
- Muy Alto Progreso Social (Canadá, Países Nórdicos, Alemania, UK, Australia y Nueva Zelanda)
- Muy Bajo Progreso Social (con excesiva concentración en la ífrica Media o Central pese al elevado crecimiento del PIB emergente en los últimos años, lo que valida una vez más, la ya evidente constatación de la necesidad de recurrir a medirnos con otros indicadores más allá del generalizado PIB)
Si bien un aspecto positivo es el comprobar que se ha producido un avance a nivel global (periodo 2014-2017) pese a la situación de crisis (especialmente en Europa y Occidente), la velocidad de despegue y avance, resulta insuficiente además de desigual, no solamente por «geografías», sino en las áreas de actuación entre las que destacan como elementos tractores el acceso a la información y a la educación superior. Por el contrario, se han debilitado los resultados en el Bloque/Dimensión que indica las Oportunidades de Potencial Desarrollo. La brecha y desigualdad se agudiza y la insatisfacción de logro (evidentemente, más percibida en los «países poderosos y avanzados») provoca consecuencias graves mucho más allá de su objetividad intrínseca, generando un ambiente de desafección, falta de confianza, credibilidad y equívocas respuestas individualizadas.
En este panorama observable, encaja un gráfico publicado por el servicio de Investigación del Deutsche Bank (junio 2017) sobre la distribución de la renta e ingresos en los Estados Unidos, reflejando cómo el bloque del 10% en renta supone el 47% de la renta total del país. Una pequeña fotografía de las diferencias cuya generalización, no lineal, pudiera extenderse a múltiples economías. Desigualdad y concentración de riqueza.
La buena noticia que destaca el mencionado índice, es la de comprobar que determinados países se mantienen en cabeza y que hacen de sus objetivos esenciales –el progreso social de las personas en un desarrollo inclusivo– el principal reclamo de sus políticas, a la vez que, si bien guardan una relativa correlación con su PIB, su Indicador de Progreso Social se sitúa por encima. Con Dinamarca a la cabeza (no parece que la apuesta del Presidente Artur Mas por hacer de Catalunya un «Estado Independiente Europeo, como la Dinamarca del Mediterráneo» fuera una orientación desencaminada. Se trata de compararse con los mejores y no conformarse con superar la mediocridad del vecindario), líder mundial de progreso social, junto con Canadá, Nueva Zelanda, Finlandia, Noruega, Países Bajos… se consolidan espacios de avance y aprendizaje. Si bien el logro es destacable, llama la atención el deterioro experimentado en estos años de crisis «sinérgica y de contagio europeo» que ha obligado a desatender ciertos espacios. En el caso danés, por ejemplo, con un descenso en indicadores en materia del acceso a la educación avanzada y salud-bienestar relativamente alejados de sus excelencias en el resto de indicadores. Una vez más, «el éxito acumulado no es garantía del éxito permanente o futuro».
Por tanto, una nueva herramienta a disposición de los «policy makers». El rigor y conocimiento real y comparado es una base imprescindible para definir aspiraciones de futuro y poner, a su disposición, los instrumentos adecuados debidamente alineados con lo que se desea. No cabe divorcio entre la estrategia y la asignación de medios en lo que no suponen las capacidades reales para liderar la transformación deseada.
Múltiples herramientas e iniciativas en marcha nos ayudan a transitar el compromiso de construir un futuro diferente. En esta misma línea, tuvimos oportunidad de comprobar, de la mano de sus protagonistas, en la reciente Conferencia Anual » What Works» («Lo que funciona»), que reunió en Islandia a 200 empresarios, gobernantes, y líderes innovadores de la Sociedad Civil, de 25 países diferentes, iniciativas y proyectos reales en su compromiso por acelerar el Progreso Social, intentando transformar sus Instituciones y políticas públicas, sus modelos de negocio empresariales, sus modos de interacción con terceros, su capacidad de respuesta colaborativa desde nuevos espacios de trabajo no gubernamental fortaleciendo su rol social.
En definitiva, con la relatividad inherente a todo tipo de rankings y su deseable perfeccionamiento en el tiempo, bienvenido el índice de Progreso Social. Con él, hoy sabemos un poco más que ayer de nuestra posición y estamos en mejores condiciones de trabajar en aquellos espacios de carencia y en aquellos determinantes del progreso y desarrollo que queremos. Lejos de etiquetas propagandísticas, midiendo las consecuencias reales de las decisiones y políticas seguidas o por implantar.