(Artículo publicado el 12 de Julio)
El atrevimiento de dedicar una columna al asunto GRECIA, en plena tormenta de encuentros y desencuentros, negociaciones varias y volatilidad de mercados expectantes, no deja de ser una osadía temeraria. Más aún cuando todavía el pasado viernes el gobierno griego presentaba en Bruselas una nueva propuesta para su tercer rescate, alineado con las exigencias declaradas públicamente por la Unión Europea. Cabe esperar que hoy mismo, coincidiendo con la publicación de este artículo, conozcamos el desenlace. Sin embargo, la actualidad se impone y, más allá de acertar o no en un escenario final, parecería de interés repasar algunos aspectos presentes en el proceso griego y extraer algunas lecciones más allá del resultado, anticipando futuras consecuencias para Grecia, para Europa y, por supuesto, para todos y cada uno de nosotros.
El inesperado y precipitado referéndum griego del pasado domingo 5 de julio, con una participación superior al 60%, no solamente ofreció un mayoritario y rotundo NO (Oxi) tal y como pedía el gobierno de Tsipras (61% para el NO, contra el 32% del SI que pedían tanto la oposición, como Bruselas, los dirigentes colegiados europeos y los numerosos dirigentes políticos que se personaron, desde fuera de Grecia, en el proceso), sino que fue el ganador en el 100% de los distritos o circunscripciones electorales (56). Grecia decía NO a lo que entendía era una imposición de políticas negativas para su población, hipoteca de su cosoberanía y clara intromisión de terceros en la decisión democrática sobre sus dirigentes y gobernantes. Podrá cuestionarse y debatirse si ha sido o no un verdadero referéndum con fundamento clásico desde las bases de un derecho constitucional, si contó con escaso tiempo de movilización e información para la decisión formada o si ofrecía una pregunta clara o si buscaba un apoyo indirecto a políticas dispares. Pero la evidencia constata, participación y respuesta en una dirección. Adicionalmente, tras el NO, todos los partidos políticos griegos se han sumado al apoyo de Tsipras en su negociación. Eso, sí, los negociadores europeos se han cobrado una víctima: Varufakis. No les gustaban ni sus formas, ni sobre todo, su capacidad y conocimiento de lo que estaba en juego (pese a que en sus publicaciones académicas concluye con un esperanzado llamamiento a Alemania y a Estados Unidos como últimos valedores del sistema). A partir de aquí, Tsipras cambió a su Ministro, el lenguaje previo y ha propuesto una nueva solicitud de rescate que, en principio, parecería responder a un acuerdo previo con quienes habrían de gestionar su salida de la crisis en los próximos tres años.
El NO griego no supone nada definitivo. Deja aún abierto el posible acuerdo o no sobre la solución al grave problema financiero y default del País, a la posible salida o no de Grecia del euro e incluso, a más largo plazo, de la Unión Europea, con independencia de la solución coyuntural con o sin rescate en curso. Si bien la posición del gobierno griego proclama, una y otra vez, su voluntad de permanecer en Europa -euro incluido- pero en el marco de un Acuerdo que haga viable su pago de la deuda, un crecimiento y desarrollo incluyente, con el digno acceso a las políticas sociales y el respeto a los principios y valores que se suponía marcaban la diferencia de pertenecer a una Europa, deseada, de libertad, justicia y bienestar, en contra posición a otros frentes potenciales, o a seguir un camino en solitario, por incumplimiento de exigencias y compromisos que, bajo los criterios de «convergencia económica y limitación teórica del déficit público», establecidos por muchos que hoy se revuelven contra ellos, condicionan las decisiones políticas de sus gobernantes y ciudadanos, llegándose a argumentar incluso que su cultura «oriental» no es compatible con la europea y recomiendan una salida DE TODO ESPACIO EUROPEO.
Sin embargo, el «asunto griego», parecería haberse jugado al margen de los intereses y necesidades de GRECIA y de los griegos. Los llamados «mercados», por definición, temen la incertidumbre y volatilidad y operan en términos especulativos preocupados por el movimiento corto placista de las Bolsas, pero con la atención real en su apuesta en el largo plazo. Sus cálculos trasladan preocupación, hoy, pero su apuesta, en realidad, es por un GREXIT, acordado para evitar sobresaltos, en el largo plazo, en el que la «pequeña y modesta economía griega» simplifique y facilite la «uniforme creación de un euro más fuerte». Un «euro fuerte» que habría de acelerar reformas en favor de la «Unidad bancaria, monetaria y fiscal», al margen de los gobiernos y en manos de la «burocracia independiente» que escuche e interprete la voz del mercado. Y, en el peor de los casos, limitada a una dirección mínima y centralizada bajo el mandato y control de unos pocos. Grecia, para ellos, representa un escaso peligro de contagio global.
«Los Mercados» que no han jugado solos sino que se han alineado con unos pocos dirigentes políticos que llevan años pretendiendo modelar una «nueva Unión Europea», por encima de la democracia popular directa, desde órganos uniformes de gobierno a los que se supeditan los mecanismos formales de Presidentes y Ministros que eluden el control parlamentario en sus respectivos países, argumentando la complejidad europea, la inevitable velocidad en toma de decisiones y la «confianza» que ha de depositarse en ellos para «hacer lo que sea mejor para su País en Europa». Es evidente que las decisiones de los Jefes de Estados Miembro o de los ministros del Eurogrupo también lo son con el aval democrático de sus respectivos países, pero no es menos cierto que, salvo escasas excepciones, Europa nos tiene acostumbrados a decisiones de salón, con nocturnidad y nulo control previo, cuando no a cambios en las reglas del juego en pleno partido. Estado Miembro y dirigentes aliados con un FMI que nos tienen acostumbrados a un doble juego combinatorio de extraordinarios estudios e informes de diagnóstico, a la vez que, pésimas decisiones sobre un esquema común y generalizado para todos, con escasa sensibilidad a la realidad de las poblaciones sobre las que actúa en una zigzagueante senda de opiniones y posiciones contradictorias. Ni estrategia previa, ni control democrático directo, ni crítica posible salvo ser tachado de nacionalista, aldeano, anti europeo o desinformado. Dirigentes que no han tenido vergí¼enza alguna en imponer primeros ministros no elegidos, de saltar cuantos acuerdos no les han facilitado su diseño previo y que en este proceso griego no solo se han entrometido en decisiones libres de un País concreto, sino que los han insultado, descalificado y reñido por «no acertar» con su voto. Se ha hecho una guerra partidaria, en clave de política local, ante Syriza, sin pensar en Grecia y sus ciudadanos.
Si bien es verdad, por otra parte, que GRECIA no cumple con sus obligaciones y compromisos (al igual que otros) y que no puede actuar por libre. Pero si hablamos de rescates incumplidos, niveles de deuda rebasados (suponiendo que toda ella sea calificada de lícita), de reformas paralizadas, de sobre dimensionamiento de su función pública o regímenes «insostenibles» de pensiones, además de mirar a lo largo de Europa, merecería la pena conocer lo que de verdad se está exigiendo hacer, con qué intensidad y en qué plazo, si es razonable y alcanzable, y, en todo caso, «exigir» a Grecia un compromiso de éxito y no un camino a ninguna parte. Todo objetivo inalcanzable es imposible a priori.
De una forma u otra, GRECIA no deja de ser un «pequeño experimento» para muchos. Quienes nunca han creído en el euro y contemplan el momento como una gran oportunidad para darle un buen zarpazo; quienes aprovechan la ocasión para «demostrar que el euro solo es viable bajo un marco único, con mando único y armonizado» en el que se den los máximos niveles de cesión de soberanía hacia un «club europeo» de unos pocos; quienes con el modelo europeo en «de construcción» promueven la oportunidad de un bipartidismo extendido a/en todos los países miembro y con un férreo control en beneficio de unos pocos; quienes ven la oportunidad de acallar movimientos alternativos de gobierno y diferentes modelos de desarrollo. Y, también, para quienes añoran eras pre-euro y la vuelta a la dolarización excluyente.
Así las cosas, merece la pena resaltar que una salida de Grecia (del euro o/y de la Unión Europea) vendría a demostrar que existen opciones de desarrollo diferentes a las fijadas por la UE en el marco de la tan temida «troika»; que cada vez son más las voces que se levantan en favor de un camino propio y distinto y que si Europa no es capaz de reinventarse, de entender el coprotagonismo y cosoberanía de los muchos pueblos que la componen y dan sentido a una apuesta por el otrora «sueño europeo», sus piezas se alejarán de Bruselas (y de Berlín y de París). Si finalmente Europa enmascara su decisorio rescate y apoyo a Grecia en un transitorio proceso de «no salida» bajo el apoyo de otra moneda hasta adecuar su economía a las demandas europeas, dará un peligroso mensaje: la solución está fuera de este inconcluso sistema. ¿Cómo argumentar, entonces, en contra de la libra y el Reino Unido, de la pertenencia dual de diferentes países con un sí a la UE pero no a la eurozona, o a la retirada de solicitudes de ingreso como la reciente de Islandia? ¿Y la permanentemente aplazada decisión sobre Turquía? Si por el contrario, va más allá y facilita su salida real, asistiremos a un nuevo proceso de creación de espacios alternativos que, con toda probabilidad unirían voluntades, realidades muy distintas en los que primaría no la «convergencia monetaria y financiera», sino una nueva geo-política, con una muy probable, distancia cultural e ideológica del Occidente europeo. Asistiríamos al principio de un nuevo escenario: a priori, ni mejor ni peor. Simplemente otro. Escenario para el que es más que probable no estemos preparados. Y si, finalmente, da el visto bueno al «nuevo rescate» en los términos explicitados en la propuesta pactada de antemano pero mantiene, en el fondo, la desconfianza en Grecia y su íntima convicción de que «no son tan Europa como se espera», estaremos ante una prórroga a tres años de una potencial y demasiado reiterativa crisis del sistema.
Tras el NO hemos visto nuevas caras y posturas que nos llevan a observar el uso propagandístico y negociador de las partes, así como la «verdadera vocación solidaria y europeísta» de algunos. La rotundidad del FMI, del Parlamento europeo o del propio gobierno griego (por no hablar de otros irrelevantes y característicos personajes como Rajoy y su corte mediática española y sus portavoz europeo, González Pons reclamando la devolución de «los 6.000 millones de euros de los españoles») exhibidas en las horas previas al referéndum, en contraste con las escuchadas horas después, no son sino reacciones y declaraciones acomodaticias a la coyuntura con tintes partidarios localistas.
En definitiva, el OXI griego tiene menos que ver con la gestión de 300.000 o 500.000 millones de euros que se suponen en juego (deuda, rescate, etc.) que con la verdadera cuestión a preguntarse y resolver: ¿Qué Europa queremos?, ¿Con quién?, ¿Para quienes?, ¿Para qué? Y, sobre todo, ¿bajo qué principios y valores al servicio de quién?
OXI: Sí a una Europa cosoberana, desde la libre decisión de sus Miembros; Sí a una Europa de bienestar y cohesionada; Sí a una Europa como referente democrático y de libertades; SI a una Europa con una buena gobernanza alineada con todos sus miembros (Estados, pueblos, personas).
Gracias a Grecia. Más allá de coincidencias y discrepancias -con sus gobernantes, los protagonistas del proceso, sus estrategias y métodos-, ha jugado un importante papel para la reflexión. Ojalá sirva, también, para corregir el rumbo. Y, sobre todo, que el sufrimiento de su pueblo haya merecido la pena.
Sea el que sea el resultado final para Grecia, con o sin default, dentro o fuera del euro y/o de la Unión Europea, el problema sigue estando en el principio: Europa.