Nuevos modelos ante nuevos retos

(Artí­culo publicado el 1 de Mayo)

En una semana en la que he tenido la oportunidad de participar como ponente en dos conferencias, de diferente audiencia y en diferentes paí­ses, una en relación con la posibilidad o necesidad de construir un proyecto propio ante los desafí­os observables y otra sobre las necesarias apuestas colaborativas para construir un modelo industrial para el desarrollo regional, han resultado coincidentes algunas observaciones o preguntas de la audiencia en el debate-diálogo, enriquecedor y complementario, que les seguí­a. ¿Es posible diseñar e implementar una estrategia coherente y completa en un Paí­s con la participación de todos los agentes implicados? ¿En un contexto polí­tico como el que se vive y con periodos de gobierno limitados y cambiantes se puede mantener una dirección más o menos «estable» a lo largo del tiempo? ¿Qué pueden hacer la sociedad (y los ciudadanos) para influir en la dirección estratégica deseable?

La coincidencia de estos comentarios no es extraña ya que son parte esencial de todo proceso estratégico.

Por definición, la estrategia tiene que ver no solamente con las aspiraciones de un colectivo (personas, empresas, gobiernos…), con la dirección a tomar, objetivos, polí­ticas e instrumentos con la adecuada asignación de recursos para lograrlo, sino, sobre todo, las decisiones sobre lo que no se debe hacer o lo que debe dejar de hacerse. En este complejo proceso decisorio, esencial para dirigir nuestro camino hacia alguna parte deseada, el impacto de todo tipo de elementos (internos y externos) nos desviará de la lí­nea prevista siendo nuestra obligación esforzarnos en reconducirla hacia el camino crí­tico marcado.

Pero dicho esto: ¿Por qué necesitamos un nuevo compromiso para repensar nuestro futuro y los modelos existentes y quien (quienes) debe(n) hacerlo?

Sin duda, unas naciones o regiones lo necesitan más que otras y cada una ha de hacerlo desde un punto de partida diferente. Todas las sociedades y agentes socio-económicos individuales implicados (también unos mejor situados que otros en el pelotón de salida) participamos de la crisis imperante, somos objeto de las mega tendencias globales y de su impacto como consecuencia de los complejos desafí­os que nos rodean (y rodearán): tecnológicos (revolución 4.0), sociales (migración, demografí­a, desigualdad, enfermedades), fí­sicos (urbanización, catástrofes medio ambientales), polí­ticos (guerras, seguridad, gobernanza…) por citar algunos. Nada nuevo y todo distinto, a la vez, bien por su intensidad, por su interconexión, por su simultaneidad, por su acelerada y creciente complejidad…

Ahora bien, repensar el estado de partida y el escenario deseable no solamente no deberí­a asustarnos, sino que por el contrario, exige un compromiso «natural» con nuestra apuesta para provocar un futuro alcanzable. La «información de la crisis» nos ha traí­do mensajes y claves de gran fuerza para acometer un futuro diferente. Hemos aprendido que la globalización tiene múltiples caras y que no podemos renunciar a nuestras tareas y soluciones locales, y que si bien hay problemas que recomiendan soluciones con enfoque y acuerdos globales y coordinados, normalmente por nuevos entes supranacionales que se doten del combustible de la legitimidad democrática, existen otros muchos (casi siempre la totalidad de los llamados globales en ámbitos más próximos) cuyo mejor ámbito de aproximación y respuesta sigue siendo local; hemos comprendido como la internacionalización no es un mantra por el que todos seremos ciudadanos globales, sin raí­ces ni identidad diferenciada o que nuestras empresas puedan dirigirse a distancia sin entender el Paí­s destino, con directivos expatriados viviendo en burbujas aisladas ajenas a la demanda real de desarrollos endógenos, paí­s a paí­s, con sus propias y legí­timas necesidades, demandas y aspiraciones. Hemos aprendido, sobre todo, que el crecimiento por el crecimiento no nos lleva a ninguna parte. Sabemos hoy que el crecimiento ha de ser inclusivo, exigente de una clara equidad, igualdad de oportunidades reales y demandante de la absoluta integración de múltiples polí­ticas y lí­neas de acción que ni pueden ni deben abordarse por separado de manera inconexa. Sabemos que la interrelación e interdependencia necesaria exige incorporar, en una estrategia completa, la coherencia de los entornos macro-económicos, bajo una transparente gobernanza impregnada de innovación y emprendimiento social, potenciador del capital humano, construyendo las infraestructuras del futuro, con nuevos sistemas de protección y seguridad social y de empleo y la correspondiente financiación pública. Sabemos que el PIB no es la medida suficiente ni adecuada para hoy y sobre todo para mañana. (Precisamente estos dí­as, en un estupendo artí­culo de Stewart Wallis, Director Ejecutivo de la Fundación de la Nueva Economí­a, recurriendo a la comparación del PIB con el velocí­metro de un coche, nos hací­a ver que medir la velocidad es solamente eso: ni nos indica hacia dónde vamos, ni nos advierte en qué momento nos quedaremos sin gasolina o cuándo tendremos la siguiente averí­a…). Wallis y su Fundación proponen un modelo de factores e indicadores a medir, realizados en el Reino Unido, midiendo ópticas alternativas del empleo (no ocupados y desempleados, sino la calidad de los buenos empleos sostenibles), el bienestar (no como % del gasto de sanidad en el PIB, sino la satisfacción de las personas en su estilo, forma y nivel de vida), el medio amiente más allá del ecologismo tradicional, la equidad e igualdad por el impacto fiscal y la provisión de servicios públicos, o la salud (no la esperanza de vida, sino las muertes evitables por un buen sistema de salud). Es solamente uno más de los múltiples esfuerzos hoy existentes: índice de la Felicidad, índice de Desarrollo Humano (Naciones Unidas), índice de progreso social y co-creación de valor empresa-sociedad (Porter, Kramer y Green) etc. En definitiva, todo un mundo en marcha repensando el camino a seguir en el amplio abanico de la redefinición de modelos de desarrollo inclusivo que, con el paraguas de una estrategia plena, pretende responder a las necesidades sociales.

¿Y la sociedad? ¿Todo lo anterior es solamente cosa de la polí­tica y los Gobiernos? NO. Además de que la sociedad no es un ente ajeno o aislado del llamado «mundo de la polí­tica» (sino su propia esencia), como sociedad, las personas y colectivos tenemos mucho que hacer (no solamente votar y/o controlar a nuestros representantes o exigir polí­ticas concretas que nos afecten). La capacidad de iniciativa, conocimiento, organización… y compromiso, exigen una mayor implicación en la construcción de nuestro futuro.

Concluidas las sesiones comentadas, uno de los convocantes me preguntaba: ¿Y todo esto en el contexto polí­tico español es posible? ¿Hay esperanzas creí­bles en el nuevo periodo electoral? Esperemos que sí­: las primeras señales no invitan a demasiado optimismo: quienes no pudieron o supieron acordar la formación de un Gobierno, anuncian que no cambiarán a sus candidatos, no variarán sus mensajes, no modificarán sus programas electorales del pasado diciembre, no se fí­an de los otros, no creen haber cometido errores… La realidad es muy diferente. Desde diciembre hasta hoy (y hasta septiembre en que haya un nuevo Gobierno) habrán pasado muchas cosas nuevas (desde el casi agotamiento del presupuesto, el incumplimiento de los compromisos de déficit, el deterioro de la gobernanza, la recentralización sin control democrático, la corrupción extendida, la no solución a los problemas migratorios, el no cese de la crisis, el aumento del desempleo, el fracaso en el cumplimiento de compromisos que -desde la oposición- se conjuraban en aplicar para desmantelar «el mal hacer del gobierno Rajoy»,… y una Casa Real que pide a los polí­ticos que «no cansen a los ciudadanos» demostrando cuán lejos está de los modos y prácticas de la democracia y la voz directa de los ciudadanos). Todo un panorama que deberí­a ayudar a esa sociedad que parece desear participar con mayor implicación, si cabe, en los retos y soluciones de futuro.

Pese a todo, una bandera de optimismo y esperanza a favor de la Estrategia ocupada en repensar un nuevo futuro aprendiendo de los desafí­os y del camino recorrido, haciendo de los problemas una verdadera fuente de solución, empleo, riqueza y bienestar. Por supuesto, desde nuestro compromiso como sociedad, provocando un escenario deseable. La Sociedad ha de jugar su papel. Múltiples espacios de colaboración, de encuentro, de debate, de ideas, de compromiso y de respuesta, haciendo suya la fortaleza de la elección de sus representantes, asumiendo el co-protagonismo que ha de compartir con las Instituciones y sus Gobiernos.

Hemos aprendido la necesidad de nuevos modelos, conocemos algunos de los caminos por explorar y somos conscientes de los enormes desafí­os y retos que tenemos por delante. ¡Un paso más!