(Artículo publicado el 2 de Abril)
Esta semana, el Partido Nacionalista Vasco ha celebrado el 40 Aniversario de su «Asamblea Nacional en Iruña», que supuso su «regreso y puesta en Sociedad» tras la dictadura de Franco y la abolición de su actividad legal en el Estado español en 1935.
Tras un nuevo periodo de exilio, proscripción y clandestinidad, los afiliados de este «viejo partido», atendiendo el aparente clamor de quienes surgían en el escenario político de la época, pusimos en valor nuestras aspiraciones de futuro afrontando la transición hacia una democracia deseada que facilitara nuestra «liberación nacional y social». Así, en un contexto aún de autarquía, de democracia incipiente y vigilada, desde la tutela de un establishment todavía franquista y un ejército golpista (como volvería a demostrarlo en 1981 y 1983), en plena crisis energética y económica, inmersos en el terrorismo de ETA y el contraterrorismo de Estado (el que se «practica y defiende desde las cloacas» que dijera el expresidente socialista Felipe González), fuera aún de la ansiada Comunidad Europea en su largo viaje hacia la Unión Europea y aquello que esté por venir, desde la ilusión y sueños por construir nuestro propio futuro, actualizábamos nuestro ideario, instrumentos y proyectos.
Así, 1977 en Iruña marcó una nueva etapa, resumida en torno a cuatro «ponencias o pilares» (Organización, Cultura e Identidad, Política y Socio-Económica) que de una u otra forma han venido configurando y liderando el «Modelo Vasco de Transformación del País» a lo largo de estos últimos (o primeros) cuarenta años. Bases para el diseño de las primeras instituciones de autogobierno del post-franquismo, un nuevo «modelo socio-económico» inspirador no solamente de política y progresos económicos y sociales, sino guía de una manera de entender la Sociedad y situar la economía al servicio de las personas. Pilares comprometidos y directores de un proceso de recuperación de la lengua vasca, de la formulación de nuevos sistemas educativos y acompañarlos de una organización capilar que hacía y hace de la colectividad municipal y próxima la base comunitaria de participación y desarrollo. Pilares sobre una fortalecida base ideológica que fijaba un rumbo y objetivos hacia la independencia de nuestro País, a la búsqueda de un Estado vasco propio. Quienes quisimos dar un siguiente paso hacia la liberación nacional y social, comprometimos un horizonte y un camino siempre sujeto a la libre decisión que «el pueblo» elija en cada momento. Y así hemos llegado hasta aquí.
Obviamente, el MODELO VASCO emprendido y liderado por el PNV ha contado con otros muchos compañeros de viaje. Algunos lo han fortalecido y han contribuido a su éxito relativo; otros (desgraciadamente no pocos) lo han «malformado» poniendo palos en las ruedas impidiendo su correcto desarrollo y otros armaron todo tipo de obstáculos y palos en la rueda para evitar su recorrido. Hoy, no obstante, estamos aquí. Y es momento de dar otro salto adelante.
Hoy como hace cuarenta años, vivimos un mundo incierto, un presente complejo ante un futuro escasamente predecible. Hoy podemos constatar lo que dio de sí la Reforma, en el Estado español, y hemos recorrido a trompicones el camino de nuestro autogobierno de la mano del Estatuto de Autonomía y el Amejoramiento del fuero navarro y el Concierto y Convenio Económicos en una España cuyos dirigentes políticos no parecen asumir las demandas pacíficas y democráticas de naciones que no están lo suficientemente confortables en el estatus actual. Vivimos en una Europa que se ve obligada a reconsiderar su camino, a elegir la manera de avanzar o replegarse, de elegir o no a sus miembros de futuro y de poner en valor sus esencias fundacionales para una renovada trayectoria. Y tan solo hace pocas semanas, la Euskadi continental y de ultrapuertos se dota, en el Estado francés, de un simple, incipiente y escasamente significativo espacio diferenciado aglutinador de un mínimo poder de autogobierno compartido. Poco autogobierno real, gran esperanza de contar con un ente propio por pequeño que hoy sea. En una Europa que esta misma semana se enfrenta a lo inevitable: repensar su futuro y reorganizar sus estructuras dando paso a las demandas reales de sus pueblos y naciones más allá del «consenso» burocrático y en gran medida paralizante y minimizador acomodo a los gobiernos centrales de sus Estados Miembro. Hoy, estamos antes una encrucijada no solamente fruto de una aparente globalización de intensidad, velocidad y dirección única, sino ante demandas sociales de primer orden. Demandas insertas en escenarios tecnológicos, laborales, demográficos, sociales, culturales… que no tienen respuestas únicas.
Precisamente por eso, hoy merece la pena recordar con optimismo y esperanza el acierto de un diagnóstico y una apuesta de hace cuarenta años. Entender, entonces, que Europa era la apuesta clara por la paz, la libertad, la homologación internacional y democrática y la puerta del bienestar en cuyo renovable espacio pudiéramos encontrar la confortabilidad de los pueblos y naciones que la componen y en cuyo seno Euskadi encontraría la integración nacional y territorial deseada, permitió fijar un marco de referencia. No solo permitía reiniciar un camino hacia la libre expresión democrática de unos ideales, sino que protegía, en el manto europeo e internacional, de nuevos golpismos militares.
Comprender que no era ni un marco inamovible, ni nuestro vértice o culmen de aspiraciones y que debíamos hacer de «nuestra pequeñísima magnitud y relevancia, el protagonismo de nuestra propia historia y futuro», soñando nuestro propio (y diferente) destino, fue otro acierto nada fácil en ese momento. Asumir que aceptar un marco institucional y determinada normativa estatutaria para acceder a nuestro autogobierno originario no renunciando a derecho alguno para redefinir tu camino en todo momento, fue otro pilar esencial de ayer, de hoy y de mañana.
Entender, sin complejos, que el euskera no solamente no era una pieza de museo o de recuerdo identitario, sino, además, un vehículo de comunicación, aprendizaje y transformación creativa de una Sociedad viva con vocación de construir su propio futuro y establecer los instrumentos y políticas necesarias para su recuperación y fortalecimiento, toda una apuesta visionaria y de éxito. De igual forma, interpretar que un mundo dominado por la economía de mercado no nos llevaría a ninguna parte de la misma forma que su contraparte de la «planificación autárquica socialista en boga» tampoco, no solamente resultó coherente con nuestros principios humanistas, solidarios y pro liberación social, además de valientes ante un entorno de ruptura que parecía dominado por una corriente que nos orillaba y descalificaba, sino todo un vector de cambio, tractor de toda una cadena de estrategias y políticas superadoras de las graves crisis por las que hemos pasado en tan corto período.
En ese contexto general, el gran acierto de la llamada «ponencia socio económica» marcó nuestro rumbo. Alcanzamos una nueva forma de entender la «economía social de mercado» al servicio, precisamente, de la Sociedad. Entendimos, contra corriente, la difícil hibridación de lo económico y lo social, avanzando, a la vez de manera convergente; comprendimos la correlación público-privada desde el rol esencial y diferenciado que empresa, Sociedad y Gobiernos han de jugar; diseñamos aquellos factores claves que regirían los mundos de la salud, de la educación, de la economía (en especial de la industria y del sector primario) en un espacio hacia el bienestar. Principios que han acompañado los últimos cuarenta años de gobernanza y gestión de EAJ-PNV en todos los niveles de gobierno en los que sus representantes hemos tenido el privilegio de asumir responsabilidades públicas. Y, estos pilares, de apariencia simple, nos han traído hasta aquí.
Hoy, con errores e insuficiencias, pero, a la vez, con suficiente satisfacción pese a la tarea inacabable (por definición), contrastamos las decisiones tomadas con los nuevos retos y desafíos. Observamos un mundo que reivindica como claves de éxito, precisamente, valores sociales y políticos rectores de la economía, simultaneidad de aplicación de políticas económicas y sociales, «liberación» y desarrollo social y económico inclusivo, protagonismo, identidad y pertenencia como motor del cambio en las Sociedades que se resisten ante globalizaciones simplistas. Factores que hoy, diferentes Organismos internacionales señalan como las claves de un modelo que califican de éxito que se propone como referente para los próximos pasos de futuro.
Cuarenta años que, además, en un entorno de violencia, palos en las ruedas y enormes dificultades objetivas, refuerza el valor del compromiso y complicidad con un futuro propio, lo que no hace sino redoblar el esfuerzo e ilusiones.
Así las cosas, hoy es de justicia rendir un homenaje a los visionarios que impulsaron tan magna apuesta. Y a quienes, con ellos, forman parte de este Modelo Vasco-Modelo PNV y que lo hacen posible, día a día. Homenaje y reconocimiento no de despedida, sino de renovado impulso para afrontar los nuevos desafíos.
Hoy, como ayer, el tan denostado humanismo, la descalificación genérica y simplista del Nacionalismo (por supuesto, el de los otros y no el del establishment unificador del poder dominante) y el empeño de los discursos que pretenden impedir la libre decisión y voluntad de pertenencia justificando que es momento de resolver los «problemas que preocupan e importan a la Sociedad» en materia económica y, por supuesto, global, cobran relevancia los principios que inspiraron las propuestas de Iruña.
El PNV que salía de la clandestinidad, propuso a la Sociedad Vasca «trabajar por la creación de una nueva Sociedad en la que sería posible compaginar las exigencias de un orden socialmente justo y la plena vigencia de las libertades democráticas», manifestó su aspiración a transformar las estructuras bajo presupuestos de libertad, igualdad y participación en las decisiones que nos afectan, desde principios de democracia económica, en un orden socializado y democracia global, plena, y situando la economía bajo el control de la Sociedad. Contemplaba y propugnaba gobiernos y políticas intervencionistas, asignando al sector público el protagonismo ante el mercado a la búsqueda del beneficio social y compartido y, en definitiva, sentó las bases para la interdependencia Mercado-Sociedad-Planificación al servicio de la persona. Unas personas sobre las que las políticas económicas y sociales incidieran de manera conjunta en la totalidad de los sectores o espacios que configuran sus necesidades y demandas básicas: renta, empleo, salud, vivienda, educación, cultura… y democracia. Principios y valores, directrices y marcos rectores completos, organización e identidad como combustible de un compromiso transformador, con vocación y servicio colectivo.
Esa apuesta por un nuevo modelo social, económico e institucional ha condicionado -de forma favorable- el recorrido de estos cuarenta años. Hoy, más que nunca, siguen vigentes y exigen llevarlos adelante, adecuarlos a los movimientos y cambios de cada momento. Nuevos retos y desafíos, renovada ilusión. Agur Iruña 77.