(Artículo publicado el 7 de Septiembre)
El retorno veraniego nos recibía con la publicación de las cifras del desempleo en España correspondientes al mes de agosto, provocando un debate estéril y pasajero sobre la bondad o no de la estadística coyuntural y su comparación con ejercicios pasados. Para unos -el gobierno, sobre todo,- se trata de un gran dato («el mejor agosto desde el inicio de la crisis aunque es un mes malo como todos sabemos») que refuerza el propagandístico entusiasmo del Presidente Rajoy empeñado en vender su «modélica España, envidia y ejemplo en Europa como lo avalan los estudiantes de Erasmus, el número de castellanoparlantes en el mundo y los éxitos deportivos» según se ha empeñado en transmitir en su mitin permanente… Para otros, es la evidencia negativa de la lejana no ya salida de la crisis, sino de una verdadera recuperación inclusiva.
Así, en medio de este episodio mediático, la publicación del «OECD Employment Outlook 2014« bajo la dirección del responsable de Empleo y asuntos laborales y sociales de este Organismo internacional con larga trayectoria y reconocimiento en la materia desde su fundación en 1961, aparecía en el debate y nos dejaba un mensaje «mediático» resaltando el «cuestionamiento y perversidad de las políticas de devaluación salarial otrora recomendados para combatir la crisis«, sugiriendo -ahora- un nuevo rumbo que parecería apostar por retomar el incremento salarial como nueva receta post-crisis. Desgraciadamente, los medios de comunicación y el debate provocado se han centrado en este único aspecto. Han obviado resaltar que, tras Grecia, España seguirá siendo en 2015 la segunda peor economía europea en términos de empleo (24% desempleo) en contra posición a economías como Japón (3%), Euro-zona (11,2%) o USA (6-7%), con casi 3 veces el desempleo del 2007, volviendo a su perfil dominante: un desempleo estructural más allá de las crisis.
Este debate parcial oculta las, a mi juicio, verdaderas claves, retos y preocupaciones del mencionado Informe de la OCDE que en sus 260 páginas, aborda cuatro grandes apartados esenciales, no solamente para saber en donde estamos en materia de empleo, sino, sobre todo, hacia donde deberíamos reorientar nuestras políticas y compromisos: la evolución salarial en el tiempo, la calidad del empleo, el impacto del empleo informal o no regular, y el impacto de la educación, competencias y habilidades para el empleo. Estos cuatro grandes apartados explicarían lo que en palabras del director del Informe, Stefano Scarpetta, configuran las líneas de actuación a seguir para dotarnos de «más y mejores empleos como objetivo indispensable para la recuperación inclusiva de la crisis«. Solamente, con una aproximación completa, podríamos afrontar más de una solución a los 45 millones de personas desempleadas, hoy, en el seno de los países de la OCDE, que castigan y excluyen, en especial, a jóvenes, a los menos preparados y cualificados para el empleo, a quienes llevan demasiado tiempo fuera del empleo (1 de cada 3 desempleados por más de 12 meses) y, en el medio y largo plazo, a los propios trabajadores que, hoy, disfrutamos del privilegio del empleo.
Bajo estas consideraciones previas, una lectura del citado Informe y su contraste con la realidad que vivimos, nos lleva a plantearnos una pregunta reveladora: ¿Qué tan bueno es mi empleo y qué oportunidades reales tengo de obtener un empleo garante del bienestar esperable?
Para responder a tan desafiante pregunta, el mencionado informe adelanta algunos avances y conclusiones de un interesante proyecto en el que vienen trabajando en conjunto la OCDE y la UE («Defining , measuring & assessing Job Quality and its links to labour market performance and wellbeing»-«Definiendo, midiendo y asegurando la calidad del empleo en relación con el rendimiento del mercado de trabajo y el bienestar») sobre la base de la interacción de los tres factores que consideran determinantes del bienestar del trabajador: la calidad de sus ingresos, la seguridad en el mercado de trabajo actual y su potencial futuro, la calidad del entorno de trabajo. Con este enfoque sistémico, no solamente confirman la insuficiencia de las políticas macro-económicas y la imperiosa necesidad de intensificar nuevas y diferentes políticas activas de empleo y un cambio radical en la educación-protección para el empleo, en un marco de competitividad (que como hemos insistido a lo largo de los años no busca menores salarios facilitadores de ventajas devaluatorias, sino los mejores salarios y bienestar de los ciudadanos). Si antes resultaba necesario, hoy es imprescindible estimular la demanda, incrementar el gasto público orientado al desarrollo económico y el empleo con su aseguramiento y protección social, invertir para la empleabilidad y devolver el dinero a las empresas y personas, facilitando el consumo responsable. Por supuesto, es momento de profundizar, ya, en las reformas de los mercados eliminando carteles inhibidores del correcto funcionamiento de industrias y servicios, y potenciar la adecuada movilidad entre capacidades, empleo, empresas e industrias. En el rediseño e impulso de estas políticas, los tres vectores clave de este cambio, exigen una especial atención en la temporalidad y no regularidad y formalidad del empleo que ha demostrado no solamente la incapacidad real de favorecer la empleabilidad a medio y largo plazo, sino que termina impactando de forma negativa la propia competitividad en las empresas, las diferencias salariales reales, la formación y las graves desventajas comparativas entre los colectivos más perjudicados por el desempleo: jóvenes, personas poco o mal formadas para el empleo demandable, parado de larga duración, empleados temporales de manera prolongada y personas «mayores» (¡a partir de los 45 años!) en cuanto al tránsito entre modelos para diferentes expectativas medias de vida…
En definitiva, la evidencia nos recuerda que padecemos una «recuperación incompleta». La ralentización sustancial del crecimiento salarial real ha agotado su recorrido dejando un generalizado empobrecimiento relativo de la sociedad, de manera transversal, si bien con mayor incidencia en el desempleado y en el trabajador de menores salarios, demostrando que el abuso del empleo irregular no facilita ni la formación, ni la empleabilidad, ni la competitividad real y que el acceso temprano al mercado de trabajo no es garantía de empleabilidad permanente (mas bien retira del estudio a los jóvenes, no logra su correcta inserción y dificulta su formación y desarrollo profesional a futuro, a la vez que no redunda la necesaria transformación competitiva de las empresas…).
Desgraciadamente, no solamente la crisis nos ha destrozado en términos de empleo y bienestar. Otros factores exógenos han agravado la situación e hipotecan el futuro del empleo: envejecimiento y demografía, nuevas competencias y habilidades exigibles para el empleo, muchas políticas públicas (vigentes y otras ausentes) y estrategias empresariales (o la ausencia de las mismas), disciplina, rigor, actitud y calidad en la enseñanza en una inadecuada relación formación-empleo. Todo un largo camino por recorrer.
Todo esto también está en el mencionado Informe de la OCDE más allá del relevante factor salarial. El camino a seguir es realmente exigente pero inevitable: necesitamos más y mejores empleos (ambas condiciones a la vez). ¿Qué tan bueno es el tuyo?, ¿Qué oportunidades de encontrar o generar otro que garantice tu bienestar?, ¿Qué tan preparado está nuestro País para ofrecerlos?