(Artículo publicado el 9 de Diciembre)
“A medida que el mundo parece asistir al crecimiento de populismos y nacionalismos, resulta evidente que la inseguridad económica se sitúa en el corazón del descontento, lo que obliga a repensar el contrato social, incluyendo la observación de una sociedad y sus actitudes y comportamientos reales ante sus mayores y el envejecimiento, la juventud y sus expectativas, los empleados -funcionarios, autónomos, por cuenta propia o ajena en sus dispares condiciones y seguridad- y aquellos que se han quedado atrás, han caído o están inmersos en graves dificultades y/o marginación. La única forma sensata de construir sentido de seguridad, credibilidad y confianza en un mundo en acelerado cambio y globalización no es otra que minimizar los riesgos de exclusión, generar expectativas reales y satisfactorias desde un irrenunciable nuevo compromiso y contrato social hacia un diferente estado de bienestar”.
Con estas palabras, la publicación esta misma semana del trabajo conjunto de F&D (Revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional) y la London School of Economics, “The Age of Insecurity. Rethinking the social contract” (La era de la inseguridad. Repensando el contrato social), introduce un amplio debate desde la profundidad de una crisis real y de expectativas con incidencia a lo largo del mundo y que, conforme a los principales elementos incluidos en este documento, exigirían reconsiderar lo que unos y otros (personas, empresas, gobiernos) hacemos en relación con los derechos y obligaciones ciudadanas ante los crecientes miedos y oportunidades de la irrupción de las tecnologías exponenciales en nuestras vidas, el cambio en la naturaleza del trabajo y el empleo y la inevitable reinvención de sus contratos y condiciones para todos, tanto en el funcionariado, como en la clase política, el asalariado y el cada vez más frecuente autónomo, freelance o slasher (multi-trabajo sujeto a multi-contratante variable); la reformulación de los sistemas de prevención, protección, seguridad social y bienestar; los dramáticos cambios en el trabajo, el empleo, la educación y las estructuras familiares y comunitarias. Elementos condicionantes, para bien y para mal, de un nuevo mundo en desarrollo que provoca, necesariamente, nuevos modos de gobernanza, nuevos instrumentos de participación, decisión, autogobierno y colaboración entre distintos jugadores (personas, colectivos, empresas, gobiernos, regiones e Instituciones de todo tipo).
En definitiva, riesgo ante el cambio acelerado (predecible, a la vez que difícilmente controlable en el impacto y trascendencia individual en el tiempo) e incertidumbre (desconocida, insegura, no controlable) en un escenario diferente al vivido en los últimos 40/50 años. Es decir, necesidad de actualizar principios y contenidos asociables al llamado y ansiado estado de bienestar.
Esta reflexión viene a cuento no por inédita, pero sí por su claridad como base para acercarnos al análisis de algo relativamente próximo como es el resultado electoral en Andalucía del pasado domingo, 3 de diciembre. El hecho de que tras cuarenta años de gobierno de la mano del Partido Socialista (PSOE), pese a ser el partido más votado y con más escaños, haya perdido la capacidad mayoritaria para seguir presidiendo un gobierno (en principio), ha generado todo tipo de análisis y valoraciones, destacando entre tertulianos y observadores mediáticos, que ha sido debido “al proceso catalán y, en definitiva, al cuestionamiento de la organización territorial del Estado español”. Desgraciadamente, como casi siempre, tras una noche electoral que no da las alegrías deseadas por unos y por otros, las causas del no éxito se buscan en los demás y no se mira hacia dentro, evitando asumir responsabilidades y obligarse, en consecuencia, a la toma de decisiones complejas y distintas respecto del estatus quo. El triunfo, a la vez que derrota del PSOE, viene acompañado de la derrota con apariencia de triunfo del Partido Popular (también, sus peores resultados históricos en Andalucía), la derrota sin paliativos de la coalición Adelante Andalucía (Podemos, IU, Anticapitalistas), el crecimiento de Ciudadanos (tercera fuerza con apariencia ganadora pese a su no triunfo) y de la nueva fuerza, VOX, calificada como ultraderecha, división extrema del Partido Popular o canal del descontento general, según quien lo observe. Es decir, un panorama complejo en el que la aritmética parlamentaria ofrece una serie de combinaciones para la formación de un gobierno alternativo a los sucesivos gobiernos socialistas, o de izquierdas, o socialdemócratas, etc., según sus verdaderas políticas implantadas de los últimos cuarenta años. La suma, peras y manzanas, parecería llevar a algún gobierno de la derecha a dos o tres bandos (Partido Popular, Ciudadanos, VOX).
Así las cosas, el debate parece centrarse en el viejo debate derecha vs. izquierda, exclusión o no de los “ultras” (al parecer solamente de aquellos en el ámbito de la derecha) …y en las guerras internas de la izquierda (PSOE y Podemos) en sus propios enfrentamientos tradicionales y disputas personales enmascaradas en un poder controlado de forma centralizada desde Madrid o desde la periferia (en este caso en Andalucía).
Pero, superado este “falso debate”, se ha pretendido extender una causa externa: Catalunya, el independentismo-nacionalismo y la organización territorial. Esta sería la causa de la desafección, de la elevada abstención en las urnas, del fracaso de los partidos “de izquierda” y “de la derecha tradicional” y, por supuesto, de la entrada en el Parlamento de una nueva fuerza descontenta con todos y con todo y que promete iniciar una “reconquista” (“valores”, España única, “calidad de vida” y “empleo” digno para todos…)
Sin embargo, merece la pena acercar la lupa y fijarnos, de momento, en Andalucía y los andaluces. Veamos lo que en verdad puede explicar los resultados.
¿Es que alguien esperaba que el ciudadano andaluz no se revelara ante tanto caso de corrupción, con dos ex presidentes socialistas de su Comunidad en el banquillo de los acusados acompañando a cientos de encausados beneficiados de múltiples, millonarios y “barriobajeros” usos de fondos públicos en favor personal, o que continuaran pasivos ante las guerras intestinas de “su propio partido” bajo fotografías “fake” de besos y abrazos de sus enfrentados dirigentes (Susana y Pedro), o que asumirían tanta danza de alianzas por etapas (hoy con IU, mañana con Podemos o Adelante Andalucía y más tarde con Ciudadanos) en un único intento de mantenerse en el gobierno al margen del para qué? ¿Alguien esperaba indiferencia ante la desigualdad, el desempleo, la crisis estructural y los alarmantes datos de la educación, la sanidad y el bienestar de su población? ¿Cabría esperar un apoyo entusiasta ante potenciales “modelos de cambio” en un hipotético acuerdo con Podemos + Izquierda Unida + Adelante Andalucía, que no solo no han ofrecido resultados en su gestión, sino que concurren, como casi siempre, enfrentados, generando escisión tras escisión? No. El problema no viene de Catalunya, sino de Andalucía.
Empecemos por recordar que el 50% de los andaluces con derecho a voto se quedaron en casa y que nada menos que 80.000 que sí acudieron a las urnas, votaron nulo (preferimos creer que son nulos voluntarios y no por dificultades de emisión). Quienes votaron, castigaron a los tres contendientes “clásicos”: el PSOE obtuvo su peor resultado (en votos y escaños de su historia), el Partido Popular perdió más de 300.000 votos y 7 escaños y Adelante Andalucía-Podemos no ganó ni en el feudo de sus líderes (Cádiz), Ciudadanos se convirtió en la tercera fuerza y entiende que es ya su momento para pasar de la crítica a asumir funciones de gobierno; VOX, de reciente creación, irrumpe con 390.000 votos a la sombra escorada y derechista de la derecha del Partido Popular y un buen número de descontentos. Recordemos, también, otro dato que parece olvidarse en los diferentes análisis: Almería. La “última provincia” que rechazó formar parte de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el referéndum estatutario correspondiente y que fue incluida, desde los despachos, por acuerdos internos de los partidos “de gobierno” españoles, ha vuelto a desmarcarse y prefiere su relación directa con el centralismo del gobierno español (Madrid) que la de la lejana Sevilla (gobierno andaluz), dando sus votos al Partido Popular y a VOX y quienes defienden (ayer, hoy y, seguramente, mañana) una España única, grande… en su cruzada y reconquista imparables.( este si es un reclamo asociable a la organización territorial centralizada demandada desde regiones españolas no independentistas). Y, finalmente, una referencia al reclamo de los populismos. Si los machacones mensajes en alusión permanente a “los nacionalismos”, sin matices, basándose en una supuesta contraposición a lo que la “globalización” (siempre para los demás) exige, como panacea, son utilizados para descalificar la voluntad de pueblos, naciones, regiones que aspiran a auto responsabilizarse de su propio futuro, asumiendo riesgos y compromisos, confiando en sus capacidades para decidir, gobernar y cooperar con terceros, identificándolos con todo sentimiento y movimiento negativo, pasa algo similar con la apelación a “los populismos” que, en el caso español y andaluz, parecería limitarse a lo que podríamos llamar “populismos de derechas”. Al parecer, no habrían de percibirse “populismos de izquierda” y, en consecuencia, la sociedad andaluza, en este caso, debería ser inmune a discursos, principios y prácticas del populismo practicado por quienes han sido castigados en las urnas perdiendo las elecciones (PSOE, IU-Podemos).
En un escenario en el que se utilizan etiquetas mediáticas simplistas bajo referencias a “populismos” y “neoliberales” como supuesta expresión de un todo comprehensivo y culpable de todo lo que nos rodea, pareceríamos condenados a evitar el análisis riguroso de la realidad, los cambios que impactan en la sociedad, las preocupaciones de la gente y la evaluación de las políticas públicas, comportamientos privados y anhelos de las diferentes sociedades.
¿No sería el momento de cambiar el foco del análisis y volver la mirada hacia el inicio de este artículo? El acelerado y complejo cambio “globalizado” que vivimos (de mayor intensidad el que está por venir) supone sociedades diferentes, demandantes de soluciones distintas, distantes respecto de lo recibido y percibido hasta hoy y no parecen encontrar respuestas en las ofertas propuestas. Mientas la fotografía de Andalucía refleja un PIB per cápita del 70% del español medio, con una deuda del 25% sobre su PIB, con un desempleo de prácticamente el doble español con regiones que lo triplican y 900.000 parados registrados, con 14 de las 15 ciudades españolas de mayor tasa de paro, con un 31% de la población en riesgo de pobreza, Andalucía (2018) se sitúa como la Comunidad Autónoma número 17 en términos de PIB per Cápita, lo que la señala con un bajo nivel de vida en comparación con la media de España y el difícil trago de situarse entre las últimas de Europa.
¿Cabe, entonces, pensar que exista desafección con el gobierno y los partidos dirigentes y sus políticas y resultados en los últimos cuarenta años, cronificando una capa político-funcionarial dominante conviviendo en un Sociedad dual con tantas desigualdades?
Todo parece invitar a que, en este caso, en Andalucía (y en otras muchas regiones a lo largo del mundo, cada una con sus características propias y diferenciadas) asuman nuevas líneas de observación y reflexión, a la búsqueda de nuevas ofertas reales en torno a “nuevos contratos sociales” que propongan nuevas soluciones a las demandas de su población. Solamente de esta forma, Andalucía hoy, los demás mañana, construiremos espacios de inclusión mitigadores de riesgos y generadores de actitudes esperanzadas ante la incertidumbre. Será la mejor opción para recuperar la credibilidad y el compromiso para repensar e implementar un verdadero estado de bienestar en el que sentirse satisfechos.