(Artículo publicado el 14 de Octubre)
Hace unos días, invitado por la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y el Gobierno de Costa Rica, participé en un seminario y diferentes sesiones de trabajo con empresarios, académicos y gobernantes en relación con los “procesos productivos y motores de crecimiento en el mundo del trabajo del futuro” y su potencial aplicación a las políticas económicas del Gobierno y el rediseño estratégico de las empresas. La OIT ha hecho de este tema uno de sus asuntos prioritarios y viene promoviendo múltiples estudios e investigaciones en colaboración con diferentes gobiernos implicados en sus transformaciones estratégicas, encaminadas a repensar sus modelos y tejidos económicos, en especial productivos, educativos y tecnológicos, preocupados por su futuro. Como no podía ser de otra manera, Costa Rica, al igual que todos los países del mundo, con mayor o menos intensidad y prioridad, dedican un especial interés a su “agenda digital” entendiendo que, al margen de voluntades, el impacto de la digitalización de la economía cambiará (de hecho, lo viene cambiando desde los años sesenta, haya sido o no percibido) nuestro empleo, educación, modelos de negocio, gobernanza y forma de vida.
No parece que nadie cuestione el discurso pro-innovación, tecnología y digitalización de la economía. Cosa distinta es cuando se asocia determinadas innovaciones y avances tecnológicos (robótica, inteligencia artificial, ciberseguridad…) con el empleo. Entonces, este debate “tecnológico” se convierte en controversia ética, filosófica, educativa, sociológica y la variable tiempo y humanización cobran especial relevancia, dando pie a todo tipo de estimaciones y especulaciones ante el dualismo empleo-tecnología, hombre versus máquina…
Esta misma semana, el Instituto Vasco de Competitividad-Orkestra, ha presentado en Gasteiz el Informe de Competitividad del País Vasco 2018 (Informes cuyo objetivo, desde su origen, han pretendido, con carácter bianual, pulsar y monitorizar la competitividad de Euskadi centrando su atención en algunos elementos o vectores clave, si bien desde hoy, se apuesta por un Informe anual y la puesta a disposición pública de una plataforma online con información abierta al servicio de interesados, investigadores y stake holders, actualizando indicadores e información disponible en cada momento). Como su prólogo indica, este Informe “se ha elaborado en un contexto de logros en lo que respecta al comportamiento económico y social… y apunta hacia una economía con elevados niveles de crecimiento, exportación, creación de empleo y satisfacción de la vida”. Contexto positivo que como resalta el propio Informe, no permite, sin embargo, caer en la tentación de una satisfacción paralizante ajena al desempleo, a las graves y profundas dificultades de una parte de la sociedad y a las bolsas de incertidumbre existentes y la “erosión de la posición relativa del País Vasco en algunos de los indicadores comparados con otras regiones objetivo”. En este sentido, acorde con la línea de investigación que viene desarrollando, Orkestra no solo compara Euskadi con rankings generales, ni con los territorios próximos con los que suele resultar mejor posicionado, sino que hace un intento (siempre complejo y con disparidades estadísticas, institucionales, cualitativas…) por establecer un conjunto de treinta regiones de referencia forzando nuestra mirada hacia quienes se sitúan en cabeza, al objeto de aprender de los líderes abstrayendo la complacencia “desde el oasis vasco” en el panorama que nos rodea. Así, bajo este enfoque, analizados los diferentes elementos determinantes de la Competitividad (que no son objeto detallado de este articulo), concluye como, “Euskadi es un territorio capaz de generar riqueza y consigue hacerlo con bajos niveles de desigualdad que garantizan que los resultados económicos positivos alcanzan los estratos más desfavorecidos de la población”. Este resultado económico y social traducido en una apuesta clara por el desarrollo inclusivo, es lo que hace de Euskadi un modelo referente y es lo que lleva a la OIT y a diferentes Gobiernos a considerarnos para la reflexión y elección de líneas estratégicas de transformación de sus tejidos económicos, empresariales y sociales.
No obstante, como el presidente del Consejo Asesor de Orkestra (Christian Ketels) exponía, ni desde nuestras fortalezas, ni desde nuestra historia superadora de grandes desafíos podemos obviar las nuevas tendencias observables y los graves riesgos que los cambios geopolíticos, transformaciones tecnológicas, poderes y roles públicos, tamaño e interdependencia global, entre otras cosas, habrán de impactarnos.
Ahora bien, en ese marco general brevemente señalado, Orkestra hace referencia a un apartado relevante de su estudio: El Informe DESI (Digital Economy & Society Index – Índice de Economía y Sociedad Digital 2017) y su aplicación en el País Vasco, en el que se destaca como Euskadi, en términos de conectividad, capital humano, uso de internet, integración de tecnología y servicios públicos digitales en la UE-28, ocupa un papel relevante. En este Informe, Euskadi resulta bien posicionado mostrando un elevado nivel de convergencia con los líderes europeos salvo en lo que respecta al grado de digitalización en los hogares, tanto en su acceso a servicios y usos privados, como a su interacción con la oferta de servicios públicos en relación con las Administraciones. Aquí merecería la pena referirnos a otro Informe (este de la consultora Accenture) que “invita” a los países a superar los proyectos de prueba o piloto, escalándolos al servicio de la totalidad de sus espacios objetivo (todas las personas, todas las empresas, todo el País). Un buen ejemplo es Estonia, digitalizando al 100% de la población en su acceso e interconexión con todo servicio público, convirtiéndose, además, en un motor de excelencia en la generación de nuevas iniciativas empresariales.
Pero este importante, si bien parcial, indicador, nos lleva a uno de los grandes desafíos de ese futuro del empleo/trabajo, bienestar, riqueza y desarrollo inclusivo al que me refería al principio de este artículo. En paralelo a seminarios, talleres e informes, la oportunidad de compartir mesa y mantel con amigos, en el recurrente “diálogo creativo” encaminado a “arreglar el mundo” sin la responsabilidad directa de hacerlo, me ha dado acceso a la lectura de un interesante libro, sugerente para compensar la parálisis destructiva que el discurso mediático y coyuntural “político, judicial y policial,” imperante fuera de nuestro pequeño “oasis”, enfanga cualquier intento por alumbrar un futuro de interés social. “Deep Thinking” (“Pensamiento profundo”) de Garry Kasparov invita a la reflexión y ayuda a un mejor entendimiento de la cuestión.
En mayo de 1997, considerado el mejor jugador de ajedrez del mundo fue derrotado por una máquina (la super computadora Deep Blue de IBM). Veinte años después, en su libro, Kasparov nos lleva a la frontera en la que la inteligencia artificial da paso al principio de la creatividad humana. El autor (“el mago de Bakú”) no solo venció en todo tipo de campeonatos mundiales de ajedrez desde los 22 años, o ha trabajado toda su vida de la mano de los principales científicos, expertos y empresas asociables con la llamada Inteligencia Artificial (en la ex URSS, China, USA…), o destaca en el mundo de la estrategia y los procesos de toma de decisiones, con una formación superior de máxima excelencia, sino que salvo la famosa derrota mencionada, ha ganado siempre a las diferentes máquinas experimentales o comerciales a las que se ha enfrentado. Hoy, irrumpe, con autoridad, en el debate tecnología-empleo, hombre-máquina, con una serie de observaciones que son dignas de tener en cuenta cuando de diseñar estrategias en torno a los desafíos de la digitalización de la economía y la sociedad se trata. Lo primero que nos traslada es el para qué de la agenda transformadora. Como buen estratega, distingue entre las tácticas, las reacciones y respuestas coyunturales del día a día, trasciende del permanente reposicionamiento ante los datos y hechos específicos (movimiento o jugada en su siempre ajedrez de referencia) de cada instante, proveniente de terceros y la propia estrategia: ¿cuál es tu misión o propósito basado en tus fortalezas (identidad, lo que sabes y quieres hacer), contextualizado en el tiempo y lugar en que has de aplicarlo? Y esta sencilla clave es lo que nunca hará una máquina: contextualizar y fijar un propósito. Nos recuerda a Picasso en su diálogo con Douglas Adams: “Las computadoras son inútiles; tan solo dan respuestas rápidas; no saben formular preguntas”, diría el primero. Contra argumentaba Adams: “Las computadoras sí saben cómo hacer preguntas. Lo que no saben es cuáles de ellas son importantes”. Kasparov enfatiza: “Las computadoras siempre elegirán el mejor movimiento (en ajedrez) de entre un árbol de decisiones predefinido y programado. Nunca incorporarán contexto, ni principios, ni posiciones, ni oportunidades esperables, ni contarán con la suerte”. Siempre carecerán de humildad”.
A partir de estas premisas, realiza un largo y profuso recorrido en el discurso tecnología-empleo, hombre-máquina, información-conocimiento, procesos-decisiones, de especial relevancia para los debates y decisiones que hemos de abordar. La innovación y la tecnología que impregnan toda estrategia y apuesta de avance, imparable e irremediable tanto para el futuro del trabajo y empleo, para los desafíos de la salud, para la “nueva economía” (incluida la llamada colaborativa que sustituye a los servicios y negocios tradicionales), nuevas formas de vida y comportamientos personales y, por supuesto, modelos empresariales y de negocio de todo tipo de actividades, como en los consecuentes sistemas educativos y gobiernos que se deriven, exigiendo el coraje y riesgo de apostar tras un propósito determinado (generalmente “mejor” que lo existente) y, por supuesto, asumir que una vez que la tecnología nos permita hacer algo de otra manera, nunca la abandonaremos para volver atrás. Sin duda, los cambios cuyo resultado final es deseable, suelen producir disrupciones, desequilibrios, resistencias e inconvenientes temporales (en ocasiones tan solo por el hecho de abandonar nuestras áreas de confort), pero la cuestión no es impedir el propósito de llegada, sino transitar y gestionar el tiempo y sus consecuencias, mitigando los efectos negativos que produzcan en un primer momento. Proceso dual aplicable tanto en las difíciles sustituciones de un modelo de negocio, de transformación o uso de una actividad (personal, profesional, pública…). Y, por supuesto, no es cuestión de optar entre máquina o personas, sino de utilizar la máquina al servicio de la humanidad. Con Kasparov (director, investigador, profesor de la más prestigiosa escuela de ajedrez, Botvinnik School, del mundo, con sedes en Moscú, Bakú y Nueva York, formando a niños y jóvenes de entre 8 y 18 años en ajedrez, inteligencia artificial, conocimiento, innovación y estrategia jugando contra computadoras y diseñando algoritmos) “no es cuestión de elegir entre utopía o distopia. No es tiempo de unos contra otros. Las máquinas tienen instrucciones. Nosotros propósitos.” Y tampoco es cuestión de limitar nuestra idea de conocimiento a ser tan listos o tontos como la Wikipedia o Google en la respuesta automática a nuestras demandas puntuales, sea del tema que sea.
Es cuestión de proponernos que las máquinas y la tecnología nos hagan más humanos y nos ayuden a resolver y solucionar los grandes desafíos a los que nos enfrentamos.
Nuestro futuro, el futuro del trabajo y empleo requiere entender los determinantes económicos y sociales de la competitividad, las políticas y estrategias innovadoras y transformadoras que gobiernos, empresas y sociedad hemos de implantar. Este es el meollo de los procesos y motores del crecimiento y desarrollo que buscamos. Aquí y a lo largo del mundo. Las verdaderas llaves de un futuro de bienestar buscado. Empezando por un propósito. ¿Qué queremos? ¿Para qué y por qué nos embarcamos en esta cada vez mayor complejidad e incertidumbre?