(Artículo publicado el 31 de diciembre en el Anuario Económico 2016 de Deia)
Terminamos el año 2016 con una sensación dual. Por un lado, un pesimismo endémico fruto de la objetividad percibida de la desigualdad de rentas y empleos, del diferente comportamiento entre las grandes empresas líderes y globales en algunas de nuestras industrias clave y la generalizada parálisis de una masa de empresas pequeñas y medianas lastradas en su crecimiento, de una ventaja comparada respecto de algunas economías del entorno (claramente con la española) a la vez que alejados de los líderes de referencia mundiales, entre la alta empleabilidad de nuestros mejores egresados cualificados versus la población no cualificada que, además, en gran medida, tampoco trabaja, ni se forma en nuevas competencias y capacidades, con un dispar nivel de empleabilidad y seguridad entre quienes disfrutan del cobijo de la función pública y su entorno cautivo con empleo de por vida, contra quienes han de ganarse la empleabilidad día a día a lo largo de toda su vida activa. Por otra parte, la esperanza en un optimismo creativo, basado en la fuerza de la innovación, en las fortalezas rejuvenecidas de nuestra cultura e historia empresarial que habrían de darnos la savia necesaria para remontar la situación y construir un nuevo espacio de riqueza, empleo y bienestar. Este pensamiento dual no es exclusivo de Euskadi, sino que se extiende con fuerza a lo largo del mundo ante lo que las principales Instituciones multilaterales y globales preconizan: el colapso de la productividad, el parón del crecimiento económico, el desarrollo excluyente y la inadecuación de competencias y capacidades con las habilidades demandadas por los empleos del futuro. Todo un desafío.
En Euskadi, hemos asistido a un 2016 suficientemente esperanzador como para inclinarnos hacia el bando de los optimistas: reforzando las fortalezas y ventajas competitivas de muchas de las empresas en nuestros clusters tractores (energía, automoción, aeroespacial, manufactura avanzada interrelacionada con servicios especializados orientados hacia nuevos modelos de negocio y mercados, incipiente impulso a las ciencias de la salud…), hemos retomado una discreta senda de crecimiento acompañada de una mayor presencia en nuestra cuota exterior, observamos creación (incipiente aún pero en sentido positivo) de empleo conteniendo y reduciendo el desempleo e incrementando afiliación a la Seguridad Social, disponemos de un sector público y endeudamiento suficientemente saneados pese a la demanda de cambios estructurales, con capacidad para asumir mayores riesgos de los hasta hoy recorridos y desde una infraestructura que si bien está necesitada de abordar nuevos desafíos, cuenta con los mimbres mínimos necesarios para soportar las bases de nuestro desarrollo a corto plazo. Disponemos de una red de bienestar y cohesión social base de un potencial crecimiento incluyente y estamos instalados en la cultura de la colaboración interinstitucional, público-privada y actitudes y formas imprescindibles para avanzar a futuro. Todo esto en el marco de un autogobierno creciente desde el firme deseo de agrandarlo, consolidarlo y explorar nuevas cuotas de compromiso y desarrollo propios. Podríamos decir que las bases de futuro están asentadas.
Ahora bien, el horizonte mundial de futuro muestra escenarios complejos repletos de desafíos que, como siempre, no da lugar a la complacencia. El constatado colapso de la productividad (fuente esencial del bienestar y la prosperidad) a nivel mundial también es observable en Euskadi. Tenemos una población cuya cualificación y empleabilidad no responde como quisiéramos a las demandas y capacidades requeridas para transitar al futuro. Al menos a ese futuro que decimos aspirar en el que habremos de ser capaces de competir en el exterior, de formar parte de cada vez más complejas y exigentes cadenas globales de valor, de atraer el mejor talento posible, de retener en condiciones de éxito compartible al mejor del talento en casa, de facilitar el crecimiento y desarrollo de nuestras empresas, de convencer a las nuevas generaciones la oportunidad de asumir el reto de la sucesión en la importante empresa familiar de la que nos nutrimos, necesidad de un modelo de relaciones laborales constructivo y de una Administración Pública que exige su renovación (también generacional pero, sobre todo, en el sentido y espacio de trabajo, en nuevas áreas y funciones, con nuevas y distintas dedicaciones y compromisos). Necesitamos asumir proyectos transformadores de nuestra economía no exentos de riesgos para lo que no sirven modelos burocráticos instalados en la sospecha de quien decide o ejecuta los mismos sino, dentro de una exquisita transparencia, la discriminación positiva de quienes en verdad pueden llevarlos a cabo y marcar la diferencia. Debemos acelerar nuestro acceso y uso de la tecnología, innovar en nuestros modelos organizativos y la calidad de nuestra gestión, optimizar la coopetencia inter e intra-empresarial y cambiar nuestra Universidad (es tiempo, sin duda, de pensar y trabajar mucho más en los contenidos y ofertas educativas que en el marco administrativo, pensando en el «cliente» y el servicio a prestar más que en el propio prestador y servidor). No podemos mantener un conformismo mirando hacia el Sur alejándonos de la velocidad del Este o la firmeza del Norte. Nuestro modelo ha demostrado sus bondades y su fortaleza, pero asoman, también, sus deficiencias que claman por una solución. Euskadi ha querido y quiere un desarrollo incluyente, que no deje atrás a nadie. Y todo esto constituye, a la vez, nuestra fortaleza y nuestros desafíos. Necesitamos adelantarnos al futuro y «distanciarnos» de la espera paralizante de un entorno excesivamente conservador y acomodado a la confortabilidad o falta de ideas-riesgo. No podemos permanecer en la homogeneidad.
Necesitamos un discurso y prácticas coherentes: si queremos construir nuestro propio destino y seguir un camino diferenciado, hemos de asumir el coste, el riesgo y las consecuencias que conlleva. Ni nos llegará por «generación espontánea», ni lo trabajará quien carece de un compromiso firme con nuestro País. No podemos confiar que quien dice querer la creación de riqueza y empleo, fustigue a la empresa y empresario. No es posible construir un nuevo modelo de la mano de quienes no están dispuestos a implicarse en el cambio. El mundo que nos rodea está lastrado por demasiadas carencias: de liderazgo, de compromiso, de iniciativas, proyectos y empresas transformadoras que deseen, en verdad, cambiar el mundo, y de obstáculos objetivos que hacen de la definición y gestión de cualquier proceso y modelo socio-económico todo un desafío. No hay varitas mágicas. No hay un paraíso gratuito para todos. En ese mundo, Euskadi forma parte de un reducido pelotón en cabeza, pero el éxito del pasado no es garantía del éxito futuro y son, además, muchos nuestros problemas y debilidades. El ejercicio 2016 ya transcurrido ha puesto de manifiesto nuestras fortalezas. Construyamos, sobre éstas, nuevos avances, apostando con rigor y esfuerzo por un verdadero crecimiento y desarrollo inclusivo. El 2017 nos espera. Afortunadamente no nos coge ni desprevenidos, ni desprovistos de capacidades. Fijemos nuestros propios objetivos y seamos coherentes con ellos.