(Artículo publicado el 5 de Junio)
Hasta hace muy poco tiempo, vivíamos un mantra generalizado que hacía de la globalización, sin matices, la panacea y objetivo conductor de toda política económica, geoestratégica y conductora de la mal entendida competitividad y bienestar “para todos”.
Cualquier cuestionamiento o posicionamiento conceptual o intelectual, por no citar estrategias de país diferenciadas, se descalificaba asociándolo a ignorancia, aldeanismo o proteccionismo insolidario, dando por terminado cualquier análisis o propuesta a tener en cuenta. Un peligroso y paralizante pensamiento único impregnó el mundo de la economía, de las políticas y decisiones de deslocalización empresarial (sobre todo manufactura) y marcó la senda objetivo de las estrategias regionales y de internacionalización, condicionando intentos de estrategias únicas y diferenciadas convirtiendo la esencia estratégica en base a propuestas únicas de valor en un seguidismo homogeneizador.
Sin embargo, la contumaz fuerza de los hechos, tras sucesivas crisis económico-financieras y sociales desde el 2009 hasta nuestros días, agravadas por una pandemia no solamente aniquiladora de vidas y expectativas de futuro, sino demostrativa de la equivocada (o perversidad sobrevenida) inseguridad y dependencia cediendo a terceros el control exclusivo de la producción, de la cadena de suministros y las plataformas logísticas e infraestructuras exigibles, además de accidentes en infraestructuras críticas (Canal de Suez) paralizantes del comercio internacional, además de una excesiva concentración de factores clave en China y/o países con proximidad a situaciones y países fallidos, olvidando la importancia de materias primas y componentes, relegando políticas sociales y medio ambientales en los procesos de toma de decisiones, o la aún en curso invasión rusa sobre Ucrania y sus consecuencias (sociales, energéticas, alimentarias…), han terminado por poner “patas arriba” el modelo seguido.
Sin duda, decisiones que en un determinado contexto parecían acertadas (incluso brillantes), hoy se tornan perversas y llevan a reconfigurar conceptos, modelos y mapas estratégicos y de futuro. Es momento de “revisitar” conceptos y modelos rompiendo los llamados “pensamientos únicos”. Políticas tildadas de proteccionistas o anti- mundialización se ven hoy con nuevos filtros de progreso, apuestas de futuro y coherencia geo- estratégica.
Superar la pandemia llevó a los gobiernos (en especial Europa y Estados Unidos) a dar un golpe de timón, a reconsiderar sus “indicadores objetivos” y situar las soluciones a la demanda social por encima de un estricto y excluyente “purismo financiero” macro- económico, atemporal y de gabinete. “Haremos todo lo que haga falta” pasó a convertirse en el nuevo pensamiento y directriz general. A la vez, la imposibilidad de suministrarnos desde las cadenas globales de valor deslocalizadas, otrora base de esquemas teóricos de “Just in time” unida a una mal entendida competitividad (solamente de costos laborales inmediatos y poco más), a una fiebre seguidista de una supuesta “especialización y externalización inteligente” y una internacionalización en manos del “ejecutivo global”, bajo el mando de Organizaciones Internacionales de un convencionalismo y consenso unitario, se convirtieron en el mal que el éxito envenenado ha provocado. Dicho mal se traduce en un coincidente y grave “paraguas mundializado”, en términos de desigualdad, dependencia y desafección creciente de las distintas sociedades respecto de líderes (políticos, gobernantes, empresariales).
Así las cosas, hoy volvemos la mirada hacia conceptos que parecíamos haber olvidado. Retomamos aproximaciones hacia las conocidas “Áreas Base” (Michael E. Porter) como espacio físico en donde se desarrolla una competitividad al servicio del bienestar creciente y sostenible de sus ciudadanos, una amplia e intensa convergencia economía-territorio (clústers), generando un contexto único y diferenciado, tras una visión y propósito particular creando lo que hoy se conoce en términos de “ECOSISTEMAS”. La clusterización de la economía, rompía silos y fragmentación estadístico-sectorial para posibilitar procesos coopetitivos (colaborativos desde personalidad y apuestas distintas entre cada uno de sus actores), sucesivas interacciones compartidas público-privadas, a la vez que políticas económicas y políticas sociales buscando logros simultáneos.
Estas áreas base vinieron acompañadas, más tarde, de un “par de atributos mágicos” (Kanter Moss): Magnetismo y cohesión, que apuntaba a la imprescindible atracción de flujos de inversión, capital, empresas, conocimiento y talento como elementos diferenciales de un “espacio local” (ciudades, regiones, etc.) conectables, en red, con el resto de la vanguardia mundial, siempre unidas a la búsqueda de una irrenunciable cohesión social interna.
Este concepto de “NODO singular” habría de conectarse en redes de redes, a lo largo del mundo, garante del acceso a la vanguardia, a los foros de innovación y prosperidad y, por supuesto, a lo que más tarde, vino a ser el desafío para las empresas de éxito internacional: ser parte relevante de las, entonces, “Cadenas Globales de Valor”. Así, las autoridades y gobiernos de las áreas base de éxito aplicaban estrategias favorecedoras del éxito de sus empresas tractoras. Un momento crítico lo constituía y constituye, el cómo lograr que cada vez más, conseguido el éxito, requieran cada vez menos de su área base y más de un espacio mundializado.
Hoy, la ruptura de paradigmas, en un mundo incierto y en pleno vertiginoso cambio, con una reconfiguración de la geopolítica y la geoestrategia, cabrá especial relevancia la glokalización. Una K que no es una sustitución gráfica de lo glocal (entendiendo una simple combinación entre pensar “globalmente y actuar de manera local”), sino un conjunto de atributos esenciales que han de formar parte articulada de toda “Área Base” que aspire a jugar un rol relevante en el contexto mundial (infraestructuras, educación, inclusividad, comunitarización, conocimiento, tecnología…).
Asistimos a un mundo en el que la desigualdad domina cualquier punto de análisis y desafío. A su desarticulable e injusta realidad añade consecuencias de elevada gravedad (desafección, peligro de implosión democrática, populismo explosivo, falta de confianza, de credibilidad, y de expectativas vitales y profesionales…). El rearme de los liderazgos, respeto y afección necesarios exige “nuevos espacios de proximidad”, de los que las personas se sientan parte, respetuosos de su identidad y cultura diferenciada, inspiradores de un sentido de pertenencia y oportunidades -reales y percibidas- para un futuro mejor. Es el tiempo de nuevos espacios geográficos (“Hermosos, Inclusivos y Sostenibles “, que diría Lata Reddy, responsable de “Soluciones Inclusivas” en Prudential, líder en el desarrollo de nuevos espacios locales de futuro, en Newark, NJ y referente en el desarrollo de inclusividad local en Estados Unidos), que ponga en valor los activos comunitarios (cada Área Base tiene los suyos), construya su historia y ruta de futuro y actúe en consecuencia.
Se trata de intervenir “desde la cirugía local intensiva”. Áreas y zonas de marginalidad (al menos relativa respecto de la mediana dominante), que exigen intervenciones locales en las que gobiernos y empresas (en especial aquellas consideradas líderes y tractoras, generalmente históricas y con significativa referencia de la propia comunidad) han de articular un espacio y desarrollo inclusivo. Los hoy considerados “Place Based Work”, que hacen de la empleabilidad el objetivo conductor de dichos espacios, procuran superar la situación de beneficios de rentas básicas, salarios sociales y ayudas o subsidios públicos, uniendo un foco de trabajo, contribución (personal-autosatisfacción) y colectiva. Focalizan esfuerzos en proveer de seguridad pública, espacios vivibles (verdes en la medida de lo realizable), lugares de encuentro cultural y de entretenimiento, centros de salud, centros educativos, fomento de microempresas y negocios y, por supuesto, acceso al capital y sistemas e instrumentos financieros, además de conectividad e infraestructuras y sistemas de transporte y comunicaciones. Esta nueva explosión de microespacios, núcleos urbanos y proliferación nodal en red suele venir de la mano del rediseño de entidades colaborativas con objetivo, dirección, estructura y financiación ad hoc. Centros y espacios de convivencia, de diversidad y, sobre todo, de compromiso activo con la prosperidad y el bienestar.
Espacios vivibles, inclusivos, vanguardistas y prósperos además de sostenibles que ofrezcan a sus comunidades un mundo mejor y que hagan que las empresas que realizan alguna actividad de valor en ellos sean conscientes del factor diferencial que les ofrece este hecho. Solamente así, la interacción y propósito compartidos empresa-comunidad-gobiernos y todo un mapa (cada vez más amplio, diverso y rico) de jugadores “intermedios”, “entidades para la colaboración”, facilitadores y “tejedores de alianzas” harán posible el éxito único y distinto. Verdadera manera de garantizar un mejor futuro y una prosperidad inclusiva. Una vez más, lo local importa y resulta ser un elemento diferenciador del ADN de cualquier territorio, empresa multinacional o iniciativa mundializada.