(Artículo publicado el 11 de Noviembre)
Las recientes elecciones de “término medio o medio mandato” celebradas este pasado martes en los Estados Unidos, suponen un escenario digno de análisis más allá de cifras y posicionamientos actuales y su impacto en el plazo inmediato.
El presidente Trump se encuentra con una nueva Cámara de Representantes con mayoría demócrata tras perder 26 de sus congresistas (la menor pérdida de escaños en el “midterm” de cualquier presidente en la historia de Estados Unidos), con un Senado republicano reforzando su mayoría absoluta y un peso significativo en el marco de una variada composición a lo largo de los 50 gobiernos de los Estados. Así, el nuevo escenario, más allá de múltiples situaciones en cada caso, le ofrece la posibilidad de afrontar dos nuevos años, con relativa confianza y comodidad en lo esencial y con expectativas más que favorables para su potencial reelección en 2020, con suficiente margen de maniobra para endurecer algunas de sus ideas clave, en apariencia mitigadas hasta ahora a la espera de superar la ya concluida contienda electoral. De esta forma, cabe pensar que se sentirá libre de actuar sin miramientos decisivos ante la “caravana migratoria centro americana”, como muestra de su política de “control” de la inmigración, mantener y extender su mano dura en sus relaciones post tratado con México y Canadá y, por supuesto, su tolerada (y silenciada por la oposición) benevolencia saudí, insistir en su unilateral boicot y embargo anti-iraní, persistir en la batalla comercial anti-china y exagerar su lucha por el dominio de las fake news haciendo prevalecer en la opinión pública (al menos en sus votantes) la credibilidad de su palabra e información de presidente vs. La de los medios tradicionales de comunicación que pone en entredicho alegando “intereses extra periodísticos, económicos y de poder”. La mayoría en el Senado le ofrece un colchón de seguridad personal ante un potencial “impeachment”, suficientes garantías de control de las principales políticas y decisiones por acometer, y la más que relativa confianza respecto de su actitud y peculiar estilo de gobierno.
En este marco general, el contra poder se dará estado por estado, a medida que cada uno de los diferentes gobernadores y sus diferenciadas mayorías decidan actuar con políticas, presupuestos y decisiones propias dentro del margen que distintas competencias y materias les permitan. Mayor o menor atención y cuidados en salud, impulso al desarrollo económico regional, políticas fiscales locales y/o complementarios, educación “complementaria”, administración penitenciaria, etc. hasta la pena de muerte e indultos serán fuente de variaciones observables tanto en el debate como en las aplicaciones prácticas. A la vez, el contra poder desde la Cámara de Representantes parece que se reflejará más en los medios de comunicación, en el ruido y confrontación verbal, en los plazos de aprobación y en diferentes iniciativas en torno a comisiones de investigación que, finalmente, serán superadas por el comportamiento en el Senado. Adicionalmente, como en cada elección estadounidense, junto con el voto por sus candidatos, diferentes Estados se han manifestado (en unos casos con carácter vinculante y en otros, tan solo consultivo) en relación con múltiples iniciativas que van desde la financiación pública de un estadio deportivo o una carretera, emisión o no de deuda estatal, autogobierno o incluso la “secesión” territorial o configuración de espacios político-administrativos diferentes a los previamente heredados, destacando solicitudes de ampliación de los beneficios en el sistema de atención y cuidados en salud y servicios sociales para los ciudadanos. Hasta 157 votaciones (consultas o referéndums) en 34 Estados.
Hemos asistido, de esta forma, a una semana electoral en la que se confrontaban dos grandes reclamos electorales como bandera argumental: “Enviemos un aviso a Trump para que sepa que así no…defendiendo el logro del Obamacare para garantizar acceso a servicios esenciales de salud de forma asequible y recuperando o salvando el carácter e identidad del país” (candidatos del partido demócrata bajo un liderazgo soportado en las caras de la legislatura anterior, Obama y su Vice Presidente Biden), o bien, “América para los americanos, no a la inmigración y sigamos creciendo…” (Trump y un muy secundario rol de los diferentes candidatos republicanos).
Hoy, conocidos los resultados, al igual que hace dos años, desde la distancia, mucha gente nos preguntamos cómo es posible que un presidente “peculiar”, tan contestado en nuestro entorno, escasamente asociable a los modos, estilos y expectativas europeas, puede renovar y reforzar su apoyo.
Ya el 13 de noviembre de 2016, bajo el título “Y, al final, ha ganado Trump” escribía en esta misma columna al respecto. Decía entonces: “Trump acertó en comprender que quien le elegía eran los votantes estadounidenses y no el resto del mundo” … “aquellos que se sienten amenazados por terceros, que han visto descender su nivel y expectativas de vida y que comparten una serie de valores y principios determinados. Toda una población silenciosa para el observador foráneo y que no es objetivo de encuestadores demoscópicos, que está dispuesto a seguir a líderes emergentes, outsiders, rechazando el establishment (cada uno marca el perímetro en función de sus circunstancias)” …
Hoy, celebradas estas elecciones, a medio camino en su legislatura, los resultados le han permitido a Trump proclamar “todo un éxito”. Los Republicanos han perdido la mayoría de la Cámara de Representantes con menor peso del inicialmente esperable, han reforzado su mayoría en el Senado y han mantenido o sumado un importante número de gobernadores. Trump (campaña personal y no de partido), eligió en qué estados y distritos concentraba su campaña personal y ha triunfado en todos ellos coloreando un impresionante mapa rojo (color de los republicanos) a lo largo de todo el País con pequeñas manchas azules (demócratas) concentradas en las costas Noreste y Oeste y en unos pocos distritos fronterizos con México en Texas, Arizona, Nuevo México y California.
Vuelve a dirigir a sus votantes contra los medios de comunicación no afines, y señala y ataca a quienes no le apoyan. Aunque pudiera parecer extraño, cautiva al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en su país. Y, por supuesto, suma y conserva a los muchos que gusta y comparten sus mensajes. Pese a casos concretos muy mediáticos en torno a unos pocos candidatos que “reflejan la diversidad no blanca del medio oeste americano” ha ganado peso en los nuevos votantes jóvenes, en las mujeres y en la clase y barrios trabajadores, tradicionalmente votantes del partido demócrata, felices de recuperar empleo expatriado a china en su día. Ha recuperado el voto del estudiante medio que tras sus cuatro o seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos de entre 30.000 y 100.000 dólares y también a una amplia población de ciudadanos temerosos de perder los beneficios del Obamacare pero que han visto que, incluso con la insistencia presidencial en eliminarlo y con el apoyo de sus diferentes gobernadores interesados en mantener y extender los beneficios públicos, han superado cuotas de asistencia que les satisface, aunque sea en una mínima proporción. Trump profundiza su rol de un verso libre en el republicanismo, sin programa alguno y exprimiendo su juego provocador del mundo de las “fake news”, amparado en una mala prensa histórica y la proliferación de series y películas, con apariencia real, que permiten cuestionar todo. En un entorno en el que lo que mejor vende es el “anti-institucionalismo”, al que juega desde su autopromoción como “outsider”.
En los últimos días de campaña, personalidades como el ex alcalde de Nueva York, Michael R. Bloomberg, publicaba y emitía en las principales cadenas de televisión, radios y prensa un anuncio personal, pagado por él mismo. Se preguntaba: “¿No estamos cansados de alguien que saca el dedo y apunta de forma agresiva a los demás, amenazante, en lugar de ofrecer una mano abierta al diálogo para resolver problemas? Yo votaré a los demócratas. Démosle un aviso contundente para que cambie su forma de gobernar y tienda puentes entre los americanos y entre nosotros y el mundo”. Tras este anuncio, las encuestas previas a la cita electoral decían que el 52% darían ese aviso: “Así No”.
Un “así no” que quizás no llegó a comprender el mensaje líder de Obama: “Devolvamos el carácter de América”.
Ahora, dos años por delante. ¿Cambiará Trump o cambiará el voto estadounidense? ¿Cambiará la industria de la política de los Estados Unidos y su impacto negativo en la prosperidad de los ciudadanos como han planteado múltiples autores a la búsqueda de la revigorización de la democracia estadounidense? o, por el contrario, ¿se profundizará la confrontación partidaria y la erosión de los pilares de un sistema tenido por años como “la mejor democracia del mundo”, deslizándose hacia negros diagnósticos que hoy llenan las librerías americanas preguntándose si esta democracia sobrevivirá? Confiemos en que la sociedad americana permita que las dudas que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt o E. J. Dionne, por ejemplo, plantean en sus libros “cómo mueren las democracias” y “¿una nación después de Trump? faciliten nuevas actitudes y comportamientos y, pronto, hablemos de las fortalezas democráticas reinventadas en torno a Instituciones y sistemas creíbles y sostenibles, inspiradores de nuevas políticas.
De momento, también nos vendría a los demás, tomar buena nota, aunque no seamos Estados Unidos.