(Artículo publicado el día 17 de Mayo)
Hace unos días, veíamos a un feliz Presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, ofreciendo una «mini rueda de prensa», desde una bicicleta eléctrica, cubriendo el espacio electoral de su partido, encabezando el pelotón de sus candidatas madrileñas. Sonriente, mostraba los logros en su oferta de servicios públicos a los ciudadanos (las bicicletas municipales) a la vez que «recordaba el éxito de su acción de gobierno salvando a la España pre crisis para convertirla en todo un modelo valorado por propios y extraños». Al calor del proceso electoral en curso, además, se preguntaba: «¿quién hubiera pensado que en tan pocos años íbamos a ser capaces de darle la vuelta a este País que nos habían destrozado las políticas socialistas, superar la crisis, volver a crear empleo y convertirnos en el número uno del crecimiento europeo y ser la envidia de nuestros colegas?»
Sin embargo, su euforia electoral (por cierto en una campaña, discursos y programas más apropiada para candidatos gestores de municipios, Comunidades Autónomas y políticas microeconómicas que no para las de un candidato a Presidente del gobierno central) no llegaba en buen momento, coincidiendo con la aprobación, esta misma semana, del «Acuerdo de recomendaciones específicas por País 2015 de la Comisión Europea», de cuya lectura, más allá de la redacción generalmente amable del estilo comunitario, se desprenden preocupantes valoraciones, relevantes críticas al estado de la economía española y una seria incertidumbre sobre su futuro. Sus amigos y colegas no parecen formar parte de ese grupo de envidiosos de sus logros, que dijera Rajoy.
El mencionado informe (y aprobación formal de la Comisión) fija las diferentes recomendaciones (en realidad, imposiciones oficiales de obligado cumplimiento e intervención presupuestaria tras el pacto de fin de semana con el que nos sorprendieran PP-PSOE en su «acuerdo del Aperitivo» para modificar la «inamovible» Constitución Española), en su afán por garantizar la estabilidad presupuestaria europea, supeditando toda política propia a las directrices macro y cifras objetivo de laboratorio bruselense cuyos resultados, dicho sea de paso, han retrasado cualquier abismo de recuperación a la vez que han dejado a un buen número de ciudadanos y empresas en el camino. En todo caso, directrices de política económica de los Estados Miembro para el period 2015-2016. Recomendaciones que inciden (en este caso para todos) en el «nuevo rumbo» de la Comisión Juncker en su tardío impulso a los estímulos para la creación de empleo, crecimiento e inversión, desde la responsabilidad fiscal y presupuestaria, «aprovechando los síntomas de recuperación que el nuevo escenario y coyuntura mundial ofrece». Recomendaciones que, según nos recuerdan en su propio texto normativo, «tratan de alentar esfuerzos de los gobiernos nacionales, en especial de los más rezagados y necesitados de políticas de empleo y protección social, proponiendo mecanismos de control y seguimiento así como orientaciones de reformas necesarias».
Y es precisamente aquí en donde observamos la falta de sintonía entre el discurso Rajoy y las posiciones reales de la Comisión Europea. No es precisamente una manera de celebrar y compartir la euforia del Presidente y su gobierno el comprobar que la Comisión sitúa a España en el grupo de los países cuyos desequilibrios «requieren medidas urgentes, especial seguimiento y control», que recuerde que España continúa en la categoría de País en Desequilibrio Macroeconómico, que sigue inmerso en el paquete de «procedimientos de Déficit Excesivo» y que, en consecuencia, al margen de determinados avances, se destaca, entre otras cosas, su elevadísima deuda (pública y privada) que lastra su potencial crecimiento y desarrollo, que su desempleo no solamente alcanza cifras insostenibles sino que su calidad y segmentación «imposibilitan un escenario de futuro acorde con las propuestas de la Europa del 2020″ y que, como veremos más adelante, muestra enormes dudas sobre un futuro de crecimiento, bienestar y sostenibilidad….
Así, esa tan «extraordinaria y positiva valoración de mis colegas» que publicitara Rajoy, parecería haberle impedido leer con detenimiento el Informe completo emitido y su aplicación práctica en las recetas presupuestarias por cumplir tras el Acuerdo de la Comisión. Si su gobierno ha querido poner el acento en la macroeconomía y sus desequilibrios, son demasiadas las luces rojas y borrones que le recomiendan desde Bruselas, no solamente cuestionando los logros y resultados obtenidos sino, sobre todo, las expectativas de futuro. El «Informe amigo» señala el deterioro en su balanza exterior con una significativa pérdida en su posición exportadora agravada por el incremento excesivo de las importaciones asociadas, excesiva dependencia energética no corregida pese a la modificación favorable de los precios del petróleo en la coyuntura mundial actual, la concentración geográfica de los países destino otrora fuente refugio de la crisis y que se vuelve contra un desarrollo sostenible ante la propia ralentización en su crecimiento actual, la tipología de productos y servicios exportados de una escasa tecnología y valor añadido diferenciado, las crecientes y lógicas demandas y exigencias de los países emergentes cuyo desarrollo y partenariado explican parte del éxito pasado español y que, obviamente, se vuelven más exigentes hacia la obligación de implantaciones reales y no operaciones puntuales de venta desde el País origen, el tamaño y número de las empresas internacionalizadas, la continua competencia de nuevos jugadores. Adicionalmente, se anticipa el impacto de la pérdida de confianza y credibilidad de determinados mercados exteriores (corrupción, imagen y marca País, fallidos contratos de Estado, compra pública internacional dirigida…). Y los redactores continúan: un desempleo elevado con excesivo paro de larga duración, empleabilidad dual, escasa adecuación oferta esperable y demanda, escasa cualificación entre la población demandante de empleo, con un elevado riesgo de exclusión y ruptura de la cohesión social. Situación aún más preocupante, si cabe, por altas tasas de abandono y fracaso escolar, escasa cualificación profesional y elevado grado de desocupación entre la población que solamente ha trabajado en la construcción en actividades de limitado valor ante cambios necesarios en el modelo de desarrollo…
Y, tras este panorama, además, a Europa le preocupa su propio diagnóstico por el impacto adicional que pudiera tener sobre otros Estados Miembro. Sus retos y desafíos exigen renovadas políticas que impulsen y aceleren inversiones, públicas y privadas, y destinan un larguísimo listado de propuestas, recomendaciones y reformas inevitables que, en su opinión, España, su Gobierno, sus empresas y sociedad civil habrían de acometer en los próximos años. Un largo recetario hacia una verdadera competitividad-país que requiere estrategias regionalizadas, eficientes, adecuadas a los muy diferentes niveles de desarrollo y tejido económico de cada Comunidad Autónoma. La energía y una política estable, coherente y competitiva es demandada. Se reclama una verdadera apuesta en Investigación y desarrollo y se resalta una escasa valoración de su gobernanza, financiación y orientación. No se permiten hacer valoraciones del impacto presupuestario real de las diferentes modificaciones fiscales reclamando una verdadera arquitectura global, una auténtica reforma radical de la Administración Pública, y una genérica solicitud de reformas estructurales en el funcionamiento y regulación de los servicios profesionales y «un contexto de negocios pro empresa hacia una competitividad real y sostenible». Cuestionan la información estadística facilitada. Finalmente, entre el diagnóstico y las recomendaciones, incluyen la consabida crítica a la administración de justicia, a la educación en sus diferentes niveles y a la inadecuación formación-empleo.
En fin. Si bajar de la bicicleta electoral y abstraerse del triunfalismo en competencia partidaria posibilitara leer los informes completos, trascender de los comentarios coloquiales de los amigos y adentrase en sus documentos, diagnósticos y recomendaciones, daría pie a análisis más sensatos. El hecho de constatar que la salida de una larga recesión, enfilar la resolución de un rescate como al que se sometió a la economía española, acometer las políticas dictadas desde la troika, participar de una nueva coyuntura mundial y acceder a un nuevo rumbo de intervención y estímulo al crecimiento, desde la Unión Europea, no debe impedir entender que el proceso de recuperación es lento, complejo y aún distante. Parecería que nos estamos acercando al punto inicial del precipicio al que empezamos a caer de manera lenta e intensa a la vez, que el recorrido ha sido enorme y que, desgraciadamente, volvemos a un punto con menores niveles de bienestar y prosperidad. Se necesita empezar por reconocer (o entender) que la nueva ruta está llena de dificultades. Vistas así las cosas, la actitud dominante apostaría por la necesidad de cambios radicales, de estrategias (nuevas y distintas) para lograr un futuro diferente. Europa y su Comisión pueden equivocarse (también en esta ocasión) pero son demasiadas las luces rojas encendidas.
Seguramente, los electores prefieren un gobernante al mando de una compleja y desafiante estrategia de futuro, arriesgada pero ilusionante, antes que a un improvisado deportista en el sillín de una bicicleta eléctrica con un discurso difícilmente contrastable. De esta forma, además, los propios colegas europeos pudieran cambiar su discurso (no su diagnóstico), animando a una transformación radical de este Estado y su economía (y, seguramente, de Europa).