Cuando los estados y sus territorios se mueven

(Artí­culo publicado el 10 de Agosto)

Si bien a lo largo de la historia las ciudades (o, de forma más precisa, las ciudades-región) han sido los principales motores de crecimiento, riqueza y productividad, todo parece señalarlas, con renovada intensidad, como las verdaderas protagonistas de la competitividad y prosperidad del futuro más allá de la actual configuración y posición dominante de los Estados. Hoy, la urbanización creciente (por primera vez en la historia es mayorí­a la población urbana) y la concentración y «globalización» económica vuelven su referente hacia la Ciudad, lo que hace que este fenómeno, se vea reforzado. Atendiendo a un reciente informe, próximo a publicarse por el World Economic Forum de la mano de su Consejo de Competitividad, en el que se analizan una serie de megatendencias, parecerí­an adelantarse nuevos escenarios dadas una serie de megatendencias destacables como: 1) Los procesos demográficos y migratorios y su creciente concentración urbana integradora de la clase media emergente, 2) Una creciente desigualdad en geografí­as próximas y, en especial, en las grandes urbes, 3) La cada vez mayor demanda de un nuevo espacio de sostenibilidad, 4) Radicales y disruptivos cambios tecnológicos y sus aplicaciones a los mundos del trabajo y de la provisión de servicios y soluciones a los desafí­os de la sociedad, 5) Una progresiva e imparable clusterización de las actividades económicas cada vez mas entrelazadas generando amplias cadenas de valor en un contexto de interdependencia entre ámbitos local y global, 6) Una nueva gobernanza -pese a las resistencias del sistema establecido- demandante de nuevos conocimientos, una mayor participación y democracia real.

Y es precisamente en este contexto esperable, en donde las ciudades-región definen su competitividad y propósito de progreso social, en donde habrán de reconfigurar su propio marco institucional y fijar su compromiso-desafí­o en materia económica, social y polí­tica, organizando su propio espacio «único y diferenciado», estableciendo sus mecanismos de interrelación con terceros. Nuevos espacios que demandarán instituciones, polí­ticas, estrategias y procesos determinantes de un cierto nivel de productividad y bienestar, diferente en cada caso, sostenible en el tiempo en respuesta a los grandes desafí­os, cambiantes, a lo largo de su propia historia y propósito de futuro. Así­, el citado Informe («The Competitiveness of Cities»), propone una «taxonomí­a de las ciudades exitosas del mañana» que contrasta  con el estudio del desarrollo de 33 ciudades (Bilbao-Euskadi entre ellas), a lo largo del mundo, analizando sus distintas instituciones, marcos y procesos en la toma de decisiones (¿cómo reformar?); el como generar, regular e impulsar un entorno propicio para el desarrollo incluyente y próspero (¿qué reformar?); sobre que pilares e infraestructuras basar y acelerar su transformación, (que de una u otra forma y en algún momento del proceso exigirá dotaciones fí­sicas y recursos adecuados (¿Conectividad hard o fí­sica?); y como potenciar su capital humano y social (¿Conectividad soft?). Cuatro ejes sobre los que profundizar en el análisis de cuyas conclusiones observada y lecciones aprendidas podemos destacar, entre otras cosas, el hecho de que cada región o ciudad es única, que su futuro y desarrollo ha de ser flexible y progresivo, coherente con la voluntad y compromiso de sus ciudadanos y agentes económicos y sociales, ha de contar con instituciones sólidas, creí­bles, transparentes, facilitadoras de movimientos y acciones largo placistas, actuando sobre la totalidad de los factores crí­ticos de forma simultánea, priorizando acciones y recursos y dotándose de los medios especí­ficos para su logro, siempre sometidos a un conocido sistema de control («accountability»). Todo este proceso exige un claro sentido de pertenencia (fuente de compromiso y solidaridad) y una voluntad polí­tico-social con un claro deseo de apropiarse de su propio destino.

Sin duda, un buen número de factores que habrí­an de configurar un nuevo futuro para cualquier ciudad-región que aspire a ser mucho más que un mero «contenedor fí­sico» en el que se alojen acontecimientos, hechos, obras, bienes fortuitos, heredados o depositados por terceros al amparo de otros intereses o servicios externos. Por encima de todo, el futuro de las ciudades será cuestión de propósito y proyectos compartibles y no de decisiones impuestas o uniformes, iguales para todos.

El citado informe, viene a coincidir con una nueva ley de ordenación del Territorio y de la distribución competencial entre los distintos poderes públicos en Francia. El pasado 23 de Julio, se aprobaba «la Nouvelle Carte de France» (si bien pendiente de su revisión y sanción por el Senado en el próximo otoño) lo que supone un último paso (de gran calado) en el proceloso y complejo empeño transformador de la Ordenación territorial de Francia en pasados treinta años, en una apuesta «descentralizadora», siempre supeditada a la, al parecer, inevitable «grandeur»  centralizadora del gobierno vecino. Una nueva reforma que según su propia exposición de motivos «pretende construir el futuro desde la eficiencia y la modernidad, racionalizando el gasto de sus administraciones públicas, favoreciendo la concentración económica en metrópolis competitivas en el concierto global, a partir de una administración única.» «Un nuevo mapa que reconfigure la relación regional sobre las bases de la homogeneidad y tamaño económico eficiente y no sobre la cultura, identidad e historia que, en ocasiones, provoca duplicidades, dificulta la gestión y demanda infraestructuras costosas».

Bajo estos principios, el gobierno francés (socialista) cuyos votos han posibilitado este primer paso, perfila una reorganización -una más- de sus 101 departamentos, 36.700 ayuntamientos, 22 regiones y 2,600 agrupaciones intermunicipales, unificando y distribuyendo competencias únicas y exclusivas en una nueva Administración íšnica. Reforma que, tras su secuencia de leyes y elecciones en desarrollo, en un dilatado calendario, lleve a un nuevo escenario en el 2020, sobre la base de una serie de premisas que parecen contradecir el verdadero ritmo de los tiempos.

Así­, Francia descubre la Metrópoli para concentrar sus polí­ticas, recursos y motores de desarrollo en 13 mega ciudades foco de sus regiones de nueva planta, reformulando su mapa, volviendo a dibujar cuál tarea de delineantes y «traza- fronteras», los nuevos espacios de futuro, precisamente, cuando la economí­a pretende cada dí­a tener más alma y ojos que recetas conductistas, cuando el tamaño mí­nimo se ve desplazado por la interdependencia entre las diferentes unidades económicas, cuando el capital social y su compleja interrelación aporta más valor que la sumatoria productivista medible en economí­as de escala del pasado y las cuentas de resultados de empresas aisladas, cuando la llamada globalización reclama una importante «vuelta a casa» poniendo en valor el factor local, cuando el progreso y bienestar demandan soluciones diferenciadas y cuando son precisamente las grandes aglomeraciones metropolitanas las que ofrecen peores í­ndices de habitabilidad y confort, mayores brechas de desigualdad y marginación, mayor demanda de recursos e infraestructuras, menor grado de participación democrática y mayores problemas de gestión, contra poder y control.

De esta forma, como primer paso, Francia reorganiza sus 22 regiones en trece, suprime Consejos Regionales, elimina miles de cargos electos, fija una nueva dimensión mí­nima obligatoria para disponer de un ayuntamiento y gobierno municipal (20.000 habitantes) e incluso promueve una reforma constitucional supresora de la llamada  «competencia  general» que facilita a toda Administración, del nivel que sea, intervenir en aquellas áreas de interés y demanda de su Sociedad. En definitiva, un largo camino por recorrer, en contraposición a muchos de los elementos crí­ticos que comentábamos en el primer Informe sobre la Competitividad de las Ciudades.  Estamos, por tanto, ante una reforma que si bien ofrece la bondad de afrontar la inevitable transformación de los espacios regionales, parece primar principios del pasado, soportados en la ideologí­a centralizadora de quienes creen que por el hecho de gobernar desde el centro de los Estados vigentes y el establishment, poseen el don de la eficiencia, del mejor conocimiento de las cosas y de una mayor capacidad tutelar sobre el resto a quienes siguen considerando de «provincias» cualquiera que sea su estatus administrativo (y ya no digamos polí­tico). Esta herencia que parecerí­a conceder, por derecho divino, la supremací­a perpetua. Todo en/desde el centro serí­a mejor… Sin embargo, no podemos olvidar la maldad del planteamiento.

Toda una reforma para «descentralizar» que no para «desconcentrar» o devolver poder y competencias a las personas, las ciudades y las regiones, huyendo de cualquier compromiso de empoderamiento, compromiso, propósito y libre decisión. Una reforma que desprecia la historia, la identidad, la cultura y la diferencia, ó la organización pre existente, el grado de desarrollo institucional o la voluntad de construirse su propio espacio, o de las interacciones de vecindad regional, como elementos crí­ticos a la hora de construir su futuro. Un reparto que provoca la integración de «vecinos distantes» bajo el criterio de la proximidad y el tamaño, sin atender a relaciones culturales, sociales o tejidos económicos y lazos históricos. Principios y proceso que no hacen sino recordar fracasos históricos como los ya conocidos repartos de fronteras casi siempre de la mano de compromisos nupciales, guerras a favor de los vencedores, o imposiciones conquistadas. La(s) Metrópoli(s)  termina dictando las reglas de juego obviando la realidad de las personas y pueblos. El tiempo, como la naturaleza, recupera sus cauces, desgraciadamente, con demasiadas pérdidas en el camino.

Este nuevo escenario, en lo que se refiere a Euskadi (y, en concreto, a su larga reivindicación de un Departamento propio en el Pays Basque) parece complicarnos las cosas. Si bien la propia Ley permite el potencial intercambio entre regiones a la búsqueda de un mejor «re acomodo», resulta evidente que los criterios seguidos en este caso en la integración de los espacios Aquitania-Limousin-Poitou-Charentes, no solamente priorizan tamaños escasamente relacionados sino que difieren de la «singularidad» respetada en los casos de Bretaña y Córcega (historia, cultura, lengua y activismo) con escasa referencia a la atractividad y desarrollo económico que se suponí­a moví­a la reforma. Eso sí­, en todo caso, la Metrópoli elegida es Bordeaux lo que permite acotar una ciudad hermanada, con algunos intereses y proyectos compartibles lo que posibilita explorar nuevas ví­as colaborativas, confiando en que Parí­s quede un poco más alejada de determinadas decisiones del dí­a a dí­a (veremos en que quedan las competencias generales y los recursos financieros asignables con la descentralizadora reforma). Recordemos que las Ciudades son mucho más que sus propios lí­mites geográficos y que su propio sentido viene dado por u interacción con el hinterland del que forma parte. Recordemos que lo que haga Francia y sus nuevas regiones no será una experiencia asilada respecto a una Europa regional que se supone está en desarrollo y redefinición. Recordemos que el estado español no puede aplazar la revisión de su modelo territorial…

En todo caso, compartiendo o no los criterios del modelo francés, resulta de interés comprobar que el mundo se mueve. También en lo que se refiere a la ordenación del territorio y configuración del Mapa de los Estados. Comprobar que pese a lo que algunos afirman, proclamando la imposibilidad de «modificar» el mandato de los Estados y su gente a redefinir sus lí­mites, su organización polí­tico-administrativa, sus modelos de relación, su gobernanza, el esquema de dotación de recursos, etc., éstos resultan inevitables y no han de esperar a la fuerza de las armas o la herencia monárquica para decidir un nuevo estatus. Ni que decir que procesos de reconfiguración democráticos, se extienden a lo largo del mundo y son una realidad creciente y no una simple anécdota. Las constituciones contemplan sus propias modificaciones, la complejidad del mundo que vivimos y viviremos no puede quedar encorsetada en modelos asumidos hace siglos, estáticos, sin el análisis profundo de la Sociedad que «contienen». El proceso es cambiante y dinámico y no homogéneo. Francia ha elegido un camino y unos criterios tras su propio análisis. Otros planteamos otros modelos y principios. La única respuesta no válida es el inmovilismo porqué sí­. Este nuevo mapa francés es una buena excusa para repensar nuevos modelos de Estado en coherencia con nuevas demandas, desafí­os y aspiraciones de la Sociedad.

A lo largo y ancho del mundo, nuevas realidades surgen dí­a a dí­a. El territorio ha pasado a jugar un nuevo rol. Nuevos jugadores, nuevos criterios, nuevos desafí­os y nuevas soluciones.

Sin duda, hoy, Francia también se mueve. ¿Otros lo harán mañana?