(Artículo publicado el 3 de Julio)
La celebración del último encuentro del G7 (con todas las ampliaciones invitadas que le suele acompañar atendiendo a cuestiones coyunturales varias) y de la Cumbre de la OTAN en Madrid con especial atención a un “nuevo” Documento de Concepto Estratégico, da pie, entre otras cosas, a poner el acento en el concepto global como paraguas de orientación y compromisos compartibles por diferentes jugadores a lo largo del mundo.
En este marco, el último número de The Economist lleva a su portada, editorial y debate especial, “la reinvención de la globalización”, señalando que, en su opinión, el mundo cambia de dirección hacia un modelo que prioriza la seguridad, renunciando a la mayor eficiencia entre flujos (económicos, financieros), lo que califica de alternativa más costosa y peligrosa.
Si bien hemos de constatar hechos evidentes de una globalización dominante a lo largo de las últimas décadas que han supuesto un incremento en el intercambio de bienes y servicios, una mayor movilidad internacional, un mayor crecimiento económico “global”, no es menos cierto su desigual reparto, la creciente diferenciación entre países y regiones, y una considerable insatisfacción y desafección relevante a lo largo del planeta. La globalización se convirtió, durante años, en un mantra que parecía incuestionable y que orientó toda estrategia socioeconómica, política, de seguridad y defensa, apoderándose del pensamiento único que marcaba políticas tanto de gobiernos, como de organismos internacionales, del mundo académico y conquistó el corazón del libre comercio y organización empresarial. Concentración manufacturera e inversora, reconfiguración de las llamadas cadenas globales de suministro y de valor, relocalización inversora, de producción y empresarial, aprovisionamiento y suministros, y una ideología subyacente que llevaba a pueblos, naciones, comunidades, empresas a renunciar a estrategias y propuestas únicas de valor, propias y diferenciadas, a renunciar a su propio camino, a su especial modelo de relacionamiento y colaboración con terceros, a entender, participar y gestionar modelos únicos y completos de competitividad y bienestar, para abrazar el mandato único generalizado. Llevar la contra a este mensaje universal suponía “miopía aldeana”, “proteccionismo anacrónico”, “cortedad de ilusiones y conocimiento del mundo en curso”, renuncia a compartir y aprender con y de los demás y, por supuesto, a una demandada solidaridad.
Quienes apuntábamos a la necesidad de abordar la epidemia de esa globalización incuestionable, poniendo en valor la impronta, diferenciación y voluntad identitaria local, pasábamos a engrosar el campo de la incultura, egoísmo y lejanía, respecto de las apuestas de futuro.
Una contribución más o menos semántica y/o geográfica, puso en boga hablar del fenómeno glocal, considerando una doble vía de aproximación “pensar global y actual local” o “pensamiento local y aplicación global”. Aproximación insuficiente que se ha venido enriqueciendo con variadas incorporaciones. Ya desde finales de los 80, hemos venido aportando el término Glokal, (con el permiso de un uso libre del inglés) para aportar una serie de atributos que habrían de añadirse a un espacio local con capacidad y potencial desarrollo en una ilimitada red de redes, de espacios, plataformas, nodos ya sean de innovación, talento y conocimiento, intercambio comercial, inversión o desarrollo y objetivos compartidos a lo largo del mundo). Base de alianzas estratégicas mundializadas, el efecto, impacto, determinismo y propuesta diferenciada de dicha glokalización, competitiva, próspera e inclusiva, exige la K de konocimiento, koopetencia, kompetitividad, teknología, edukación, infraestrukturas (físicas e inteligentes), espacios kríticos, demokratización, kohesión, desarrollo komunitario y bien komún. Potente y compleja cadena de atributos que posibiliten desde un claro sentido y compromiso de pertenencia, apuestas y aproximación de un futuro diferenciado y deseado conforme a un propósito colectivo.
Hoy, la insatisfacción generalizada a lo largo del mundo, la desigual distribución de la nueva riqueza “global” generada, los accidentes naturales (ejemplo parálisis y obstaculización del Canal de Suez y el alto volumen de navegación y comercio internacional asociable), las crecientes y dispares olas migratorias (pobreza, desigualdad, hambruna, enfermedades, guerras, expectativas de vida, desarraigo, complejidad en inserción e integración, China como riesgo y desacople con Occidente…), la pandemia COVID-19 y sus efectos de aislamiento y ausencia de bienes esenciales locales, ruptura de cadenas de suministro , repunte del valor del “espacio comunitario” esencial para cuidados, atención y prestación de salud y soluciones socio-sanitarias, y, finalmente, la invasión de Ucrania y sus consecuencias, entendidas, asumidas y, padecidas, también, por terceros, han llevado a asumir una irrefutable realidad: la globalización asumida no era una panacea universal y debe analizarse con los matices, críticas y soluciones alternativas y/o atenuantes imprescindibles.
Estamos ante un mundo lleno de proclamas “reinventoras”: de la globalización, del capitalismo, de los indicadores y objetivos que han de orientar a las empresas, de la “internacionalización y mundialización”, de los organismos internacionales, de conceptos y estrategias en materia de seguridad y defensa, de la geoestrategia y geopolítica, del uso y control de las tecnologías emergentes, de la social democracia, del capitalismo y de la economía social de mercado de efecto positivo de post guerra, de la democracia en sí misma (cada vez más orgánica, menos activa y de menor calidad), del Estado social de bienestar y su sostenibilidad… ¡Uf! Y de todo un nuevo mundo en movimiento.
De una u otra forma, todos sabemos que, reinvenciones (la más de ellas disruptivas) resultan imprescindibles. No obstante, parecemos instalados en sociedades con alto grado dispar cara a afrontarlas. ¿Estamos dispuestos a comprometer las transformaciones necesarias? ¿Entendemos y asumimos que no son solamente tareas y responsabilidades de los demás sino, también y en primera persona, de nosotros mismos?
Nadie tiene una receta mágica. A la vez, todas estas áreas de transformación están interrelacionadas y todas ellas han de abordarse en profundidad y a la vez. Exigen, por supuesto, gradualidad en sus voluntades, velocidades y objetivos parciales y finales.
Para bien o para mal, estamos ante un proceso múltiple y de alta complejidad. Si bien, partimos de una evidencia objetiva que supone que el no asumir la necesaria búsqueda de alternativas y mantenernos en el mismo espacio de confort o el agujero del abandono, según el caso de cada uno, no posibilitaría, a nadie, el bien común condenando a fracasar en el logro de un mundo mejor.
Procesos graduales pero firmes para una transformación desde la realidad, desde las fortalezas y pilares construidos desde las grandes oportunidades esperables, desde avances progresivos inclusivos, desde el reconocimiento, valoración de las autoridades dirigentes con respaldo democrático, desde la participación honesta y comprometida de todos los implicados…
Si llevamos ya años observando el inevitable parón de la creciente globalización que impulsó el crecimiento y desarrollo económico de hace ya varias décadas, si somos conscientes de “la perversidad que muchas decisiones y políticas positivas que lo acompañaron en su momento implican hoy, con consecuencias negativas imprevistas”, no podemos obviar intervenir y actuar sobre ello. No son tiempos para encerrarnos en nuestros “pequeños espacios seguros”, sino de buscar la máxima interacción posible con terceros a lo largo del mundo, desde nuestro propio coprotagonismo, capacidad de decisión, en nuevos marcos y reglas del juego.
¡Sí! La reinvención de la globalización y de tantas otras líneas en curso, resulta imprescindible.
Efectivamente, es tiempo para reinventar o revisar la globalización.