¿Una nueva comunidad política europea?

(Artículo publicado el 23 de Octubre)

Con demasiada frecuencia recibimos mensajes descalificadores de quienes sugieren o reclaman abordar cuestiones pendientes en relación con autogobiernos, soberanía, modelos alternativos de organización político-administrativa o de gobernanza. Se tachan de “cuestiones menores de interés político, ajenas, al parecer, a las preocupaciones o necesidades de los ciudadanos y se afirma que “no es momento de abordarlas siendo hoy otras las prioridades”. “Hoy no toca” sería el discurso, en especial de la mayoría mediática y portavocías centralistas, bien de partidos políticos “de obediencia estatal”, de multinacionales -sobre todo centradas en mercados de capitales y operaciones financieras- del funcionariado centralizado en las capitales de los diferentes Estados u organismos internacionales globales, (amantes de la globalización de terceros que se creen a salvo de cualquier deslocalización que les afecta en lo personal). Este caldo de cultivo favorece el comportamiento de los gobiernos centrales de los diferentes Estados miembro de la Unión Europea que se sienten cómodos haciendo de la política interna europea, una modalidad especial de aparente política exterior ajena al control democrático parlamentario y ciudadano de sus respectivos países. Cuestionar lo que hacen, deciden u omiten es tildado de antipatriota o insolidario. Así, el carácter unipersonal de la toma de decisiones, apoyado en sutil propaganda, mantiene un estatus quo que, poco a poco, distancia a la sociedad de principios, fortalezas y bondades de un singular proyecto socio político y económico europeo. Desafección y déficit funcional que profundizan en las dificultades de una Europa para lograr uno de sus principales objetivos: el logro de autonomía estratégica entre bloques aportando a los europeos, en particular y al mundo en general, principios y esencias democráticas, de bienestar y solidaridad que le han caracterizado y que se pretenden potenciar en el tiempo.

En este contexto, caracterizado por justificar en la complejidad e incertidumbre de un sistema geopolítico en recomposición, con unos Estados Unidos de América reposicionados entre cambiantes bloques ruso y chino, inmersos en una guerra real en el corazón de Europa, en plena alarma energética y una desconocida inflación, parecería aconsejable huir de cambios aconsejables e inevitables. Ocuparse de deseos democráticos de reconfiguración política, económica y administrativa, de una nueva articulación institucional y su gobernanza, no es una banalidad, ni egoísmo atemporal o cortedad de miras, ni, sobre todo un rechazo al europeísmo y la colaboración solidaria.

Todo lo contrario. Si resulta cansino el sonsonete de “lo que importa son las cosas de la gente y no las agendas políticas”, no se puede renunciar a confrontar esta línea de pensamiento, instalada en el confort de algunos y evitar el, por supuesto, complejo y exigente proceso renovador de estructuras y modelos político-institucionales.

Respuestas eficientes dependen, en gran medida, de la organización político-administrativa, de las funciones desempeñadas en diferentes niveles y las diferencias entre los variados tejidos económico-político-administrativos, capital social diverso, calidad democrático-institucional, cultura y vocación política y mecanismos de control próximos y diferenciados. Sus buenas o malas prácticas explican niveles de bienestar, desarrollo económico, cohesión e inclusividad.

En los últimos días, hemos asistido a dos hechos significativos que, en el ámbito ordinario de funcionamiento de la Unión Europea, dan pie a un imprescindible proceso de reflexión y cambio. Si el “Encuentro de 44 naciones para una nueva Comunidad Europea” promovido por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la ciudad de Praga, pretende abrir la búsqueda de modelos de articulación institucional más allá de la Unión Europea de los 27 miembros actuales, el informe anual del presidente del Comité de Regiones y Ciudades de la Unión Europea, Vasco  Cordeiro (11 de octubre de 2022), establece las necesarias prioridades actualizadas poniendo voz al 89% de los representantes (329 miembros representando 450 millones de ciudadanos europeos) exigiendo una mayor y eficaz participación democrática en la construcción del “Futuro de Europa”. Adicionalmente, condicionando las percepciones y potenciales opciones de la Unión Europea y sus ciudadanos, el resto del mundo también se mueve. Asistimos a un G-7 o a un G-20 que, a base de “invitar o suprimir socios o amigos” según la coyuntura, da voz a nuevos jugadores, relevantes en el contexto mundial actual (problemas y soluciones) y, por supuesto, Estado a Estado, nación a nación, se vive un profundo reacondicionamiento de voluntades y propuestas democráticas en favor de alternativas político-administrativas. Por no mencionar a la O.N.U., en reclamo recurrente de renovada reinvención de modelos actualizados de gobernanza.

El proceso que la Comisión y Parlamento europeos pusieron en marcha para abordar “la construcción del Futuro de Europa” encontró la distorsión de la pandemia del COVID-19 impidiendo un final suficientemente explícito, evitando el normal discurrir de conclusiones y recomendaciones, dando paso a políticas y medidas “urgentes” en torno al plan de recuperación (Ucrania, energía, inflación y EU Next Generation) dejando su verdadero objeto del proceso transformador institucional. El futuro de Europa se va construyendo desde las actuaciones puntuales, bajo decisiones unilaterales de los órganos centralizados y el apoyo “voluntario o inevitable” espontáneo de otros niveles institucionales. Tarea pendiente que se ve condicionada, además, por el mapa móvil y dinámico que la invasión rusa, las imprevisibles consecuencias de la guerra, la situación y crisis energética, la incertidumbre y desconocida situación económica, nuevos jugadores y mapa geopolítico, y desacople USA-Rusia, USA-China provocan, en un tablero europeo que ha de afrontar, con coraje, decisión e inteligencia, los posibles encajes de una Unión Europea ampliada, ritmos de incorporación o no de potenciales Estados Miembro y los diversos modos de interacción especial existentes (EFTA, por ejemplo), o por crear (empezando con el Reino Unido -actual y futuro-) y, una cada vez más larga lista de países emergentes, en proceso de integración o no, alentados por los sinuosos caminos por recorrer y una relevante relación de “naciones sin Estado”, en diferente grado y tiempo de potencial integración, cuando ya son parte de la Unión Europea como lo eran en su momento otros bajo el paraguas de Estados miembro (como Alemania Oriental, sin ir más lejos),o la sensación de diferente niveles de prioridad en la entrada o no de determinados estados miembro o demandantes cuasi permanentes..

Es precisamente en este último apartado en el que se inscribe el encuentro de Praga. Macron convoca a lo que ha llamado “las 44 Naciones de la Unión Europea”, sin propuestas concretas ni con aparente vocación estructural formal. Visualiza el problema de una larga lista de Estados y varios (con o sin Estado), con vocación europea, que aspiran (o necesitan) incorporarse al paraguas de la Unión Europea, si bien no pueden esperar interminables plazos y procesos de “negociación-adecuación” a los requisitos que el Club de los 27 les marque en cada momento. Este movimiento, provoca un “acelerado malestar” en el propio Comité de las Regiones ya que su escaso valor institucional, limitada capacidad de influencia y nula posibilidad real de decisión, le aleja de aportar su verdadero peso en la construcción de esa Europa en curso, y , en gran medida, desespera a muchos jugadores que aspiran a una Europa que les otorgue voz propia más allá de la relegada dependencia de las estructuras estatales de las que ho forman parte.

Si repasamos las prioridades y reclamos de estas regiones y ciudades que hacen suyo uno de los principios esenciales de la fundación y constitución europea, principio de subsidiaridad, entendemos que por la propia eficiencia y eficacia de la solución de las demandas y necesidades de la sociedad europea, ha de jugar un papel de máximo nivel: acercar Europa a los ciudadanos replanteando el modo en el que ha de funcionar la democracia, gestionar las transformaciones fundamentales de la sociedad creando comunidades regionales y locales resilientes, integradas, con enfoque europeo a la vez que  cumplan con  la apuesta real por la cohesión a través de políticas europeas de base local al servicio de sus ciudadanos y lugares en que viven. Bajo estos principios clave, resulta especialmente definitoria de esta necesidad, el afrontar el enorme impacto que la guerra en Europa está provocando de manera especial en las regiones orientales, si bien con una elevada y extensa solidaridad en toda Europa. Su Informe advierte del enorme riesgo de que el Plan de Recuperación amplíe las desigualdades (cada vez mayores ante la elevada variación regional en términos de valor añadido). Observa una elevada inacción ante la crisis climática cuyos primeros y graves efectos se ven en términos de inundaciones, incendios y catástrofes naturales con desiguales consecuencias regionales y locales. Reclama reconducir las transiciones objetivo (digitalización, industrialización inteligente, ecológica…) al ámbito local y regional, en donde han de aplicarse llevando las decisiones a los jugadores reales y no dejar en manos de intermediarios lejanos los recursos y decisiones para llevarlas a cabo. Exigen premiar la cohesión como filtro de adecuación al tejido económico, social, político-institucional local. En definitiva, un inevitable nuevo rol del débil Comité de Regiones y Ciudades.

La complejidad de una buena y nueva arquitectura institucional es evidente. Sin embargo, empeñarse en la aparente confortabilidad de un modelo existente, a todas luces, insuficiente y alejado de las demandas y soluciones reales, resulta un fracaso y frustración continuos.

El futuro de Europa es esencial no solo para 500 millones de personas, o para un modo de vida y valores diferenciales que permiten una convivencia, cohesión, bienestar en un marco democrático y participativo real, sino para un mundo en cambio, necesitado de espacios de relación, de acompañamiento compartido en valores y aspiraciones para un mundo mejor.

La tímida propuesta de Praga, considerada, como “Acuerdo de mínimos y baja intensidad normativa y estructural”, pretende avanzar desde un Foro abierto y sin vetos, con reuniones más informativas que otra cosa, estrictamente informativo y relativamente asesor, apoyado en una secretaria técnica administradora y facilitadora que no sustituya a ninguna de las instituciones preexistentes, dejando al tiempo y a la experiencia observable, conformar su propio futuro. ¡Menos da una piedra! Sea o no el camino a seguir, la realidad se impone. Necesitados de nuevas estructuras, de una mayor calidad democrática y próxima en la gobernanza y toma de decisiones, las demandas y necesidades sociales (de todos los europeos) pasa por una dinámica de transformación de su arquitectura institucional. Hacerlo o no, se traduce en el bienestar de los ciudadanos y sus regiones, ciudades, naciones y comunidades.

Todo un reto. Un mundo en movimiento. El bienestar y progreso social, la respuesta a las demandas, concretas, de los ciudadanos, también se juegan, y mucho, en las estructuras y modelos de organización político-administrativa, de relaciones entre diferentes niveles institucionales y cogobernanza y cosoberanía. Los resultados se explican por la eficiencia del conjunto de los espacios en juego. Una verdadera apuesta por el futuro de una nueva y mejor Europa.

Camino al futuro. Ilusión tras un propósito motivador y posible

(Artículo publicado el 9 de Octubre)

La ilusionada apuesta vivida hace ya cinco años en Catalunya con una masiva convergencia y compromiso compartido por la mayoría de la sociedad catalana, con la esperanza de transitar hacia nuevas formas de organización político-administrativa, generar un nuevo modelo de relación con el Estado y propiciar un espacio vanguardista en el seno de una Europa necesitada de nuevas voces, apuestas y gobernanza, acordes con un sentido de identidad y pertenencia propio, ejercido de forma democrática, se ha visto emborronada por las tristes imágenes del pasado fin de semana. La desgastada trayectoria compartida se ha convertido en desaliento y desunión. En este marco, sin duda coyuntural, parecerían haber desaparecido las extraordinarias fortalezas de Catalunya y la sociedad catalana. La percepción actual, acentuada estos días no solamente llevaría a pensar que todo intento de abordar procesos de transformación deseados resultarían imposibles ante un veto legal o de facto cuasi permanente, además de proyectar una “psicología derrotista” respecto de las posibilidades potenciales de un futuro exitoso en términos de prosperidad y bienestar. Así, las dificultades existentes hoy, impedirían nuevas apuestas futuras.

No obstante, la realidad se impone y una muestra de su enorme potencial (presente y futuro), ha tenido una pequeña pero significativa muestra, también, en estos días. La celebración del encuentro BNEW 2022 en Barcelona reuniendo a más de 12.000 participantes y 400 empresas de 145 países, expertos locales e internacionales, iniciativas, proyectos y reflexiones en torno a siete temáticas específicas, interrelacionadas y base de lo que algunos llamarían la “Nueva Economía” (¿Cuántas veces, a lo largo del tiempo, venimos usando este término sin saber exactamente si se trata de una nueva economía, o la misma vieja economía con el acento en determinadas tecnologías, ritmos o modelos de negocio y empresa, o espacios disruptivos por venir?). BNEW, ha pretendido acoger e impulsar una serie de elementos correlacionados que, de una u otra forma, marcarán el futuro (por supuesto, de Catalunya y del mundo). ¿Se trata de un avance hacia las ferias o congresos del futuro o es mucho más que eso, provocando encuentros híbridos entre diversos actores de una economía-sociedad del mañana? ¿Qué tan lejos de hoy están sus desarrollos y aplicaciones reales, o ya estamos inmersos en ellos? ¿Asistimos a una imagen efímera o trasluce solidez y bases de futuro?

Elegidas la industria digital, la movilidad, la sostenibilidad y el “Real Estate” tanto en la reconfiguración del territorio, como del uso del suelo y las ciudades del futuro, contrasta su análisis con las inversiones, el talento y “las experiencias de vida y profesionales” que habrían de condicionarlos y/o hacerlos posible.

Espacios temáticos avanzados por un gran “universo” de elementos transversales presentes en todos ellos: la innovación (realidad, permanente, del 100% de procesos, actividades, industrias, modelos de negocio preexistentes, con la idea esencial de que “todo es negociable”), el complejo y variado mundo del emprendimiento, el venture capital y start  ups (que en gran medida ocultan el mensaje claro y contundente de la importancia esencial de la empresa-empresario, pareciendo transmitir que lo relevante es emprender en pequeño y que el crecimiento y desarrollo exitoso de un proyecto conlleva “mancha social”) y la extraordinaria importancia del espacio físico (en el que las personas interactuamos, compartimos conocimiento, experiencias, aprendemos, enseñamos, convivimos y coopetimos, también), traducido o alojado en el DFactory. (Con este evento, BNEW presenta su “nueva” DFactory integradora de empresas y actividades relacionadas con el 3D, la realidad virtual, la ciber seguridad, la inteligencia artificial, la robótica, la sensórica, la manufactura avanzada… pilares destacados de las llamadas tecnologías exponenciales). Todo un mundo interrelacionado conformando sucesivas cadenas de ecosistemas. En definitiva, clusterización intensiva de economías-territorios orientados en torno a proyectos empresariales, sociales y de país. Sin duda, para muestra un botón, el tejido económico y social de Catalunya es una realidad incuestionable y, en consecuencia, fortaleza sobre la que seguir avanzando y construyendo futuro. De una u otra forma, iniciativas similares (o al menos sobre el papel) se extienden a lo largo del mundo.

Es precisamente este último punto aquí señalado el que habrá de marcar la diferencia. Identificar las áreas de futuro, las capacidades y recursos necesarios para el desarrollo económico y prosperidad de una sociedad resulta imprescindible. Sin embargo, la esencia radica en el propósito que lo motive y mueva, traducido en términos de visión y propuestas estratégicas, el uso que se dé a los mismos, su uso real y temporal, su aplicabilidad y prioridades en el medio y, sobre todo, largo plazo, y el carácter de inclusividad que aporte. Tecnologías, inversiones, empresas resultan imprescindibles, si bien sus impactos serán positivos o negativos en la sociedad en función de su verdadero propósito, del compromiso real con el bien social y común buscado, con su adecuación a las motivaciones, expectativas, deseos y compromisos de la sociedad, y por supuesto, a las capacidades reales de los actores que habrían de hacerlos posible.

De la misma manera que podemos poner el foco (coincidente por las fechas en Catalunya), resulta de aplicación extensiva y “personalizada” a todo el mundo. ¿Qué quieren o queremos las diferentes Sociedades? ¿Cómo nos sentimos respecto del mundo que vivimos y en qué medida nos posicionamos y comprometemos con propuestas de futuro? Cada Sociedad, cada país, cada uno de nosotros, cada colectivo seguimos un camino y rumbo diferenciado.

Hoy, inmersos en un escenario más que incierto, preocupados por una dinámica compleja que parecería encadenarse hacia un mundo hostil escasamente apetecible necesitamos un canto a la ilusión creíble.

Una sociedad que, por ejemplo, atendiendo a un reciente informe de la serie Catalyst 2030 (World Economic Forum), “The People’s Reality -La realidad de la gente”, recogiendo  las respuestas de 17.000 jóvenes, a lo largo del mundo, a la pregunta ¿Cuál es tu historia?, en la que transmiten su estado de ánimo y preocupaciones del momento nos ofrece un tipo de preocupaciones que, en términos generales, parecerían generalizarse y que suponen desafíos de largo alcance que nos retan a todos: “vivimos una emergencia climática y no vemos claro cómo se salvaría el planeta a la vez que se convive con la realidad actual”, “en un mundo de abundancia, el  hambre  y la  pobreza persisten para una inmensa población (42% en África, 24% India, 14% USA, 14% Europa…)”, “existe un enorme y creciente sentimiento de desconfianza (en gobiernos, medios de comunicación y autoridades)”, “la COVID nos ha pasado una enorme factura difícilmente recuperable”, “salud mental y bienestar son los nuevos síntomas negativos que parecen acompañarnos” y “tenemos miedo al futuro”¿De qué forma convertimos estos problemas y desafíos en líneas de solución sobre las que intervenir y construir un mundo mejor?

Nuevamente, reclamos de propósito y estrategia para ganar el futuro.

Esta misma semana, en el marco del programa “Determinal Leadership in a changing world” (Liderazgo en un mundo cambiante) de la iniciativa Shared Value (Creación de Valor compartido empresa-sociedad), que dirige el profesor Mike Kramer, tuve la oportunidad de participar de un interesantísimo diálogo con Francesco Starace CEO de la empresa ENEL, líder mundial en Energías Renovables. Explicaba el éxito de su proceso transformador en la centenaria compañía eléctrica que dirige. Su triple apuesta Innovability for Society (Innovación y sostenibilidad), Open Energy for Society (Energía Abierta para la Sociedad), interactuando con todos los actores de sus diferentes Cadenas de Valor y Suministros) y Purpose for Shared Value (el propósito para crear valor compartido con terceros y la comunidad) guían su proceso transformador (desde una base industrial soportada en recursos fósiles, a la descarbonización total, en los plazos establecidos por los reguladores y acuerdos de París). Proceso en favor de las energías renovables, la electrificación (gran oportunidad cuando aún más de 1.500 millones de personas no tienen acceso a ella), que ha supuesto (y supone) desmantelar empresas, unidades productivas, reorientar capacidades y fortalezas de su enorme plantilla de profesionales, con el consiguiente reciclaje, plan de formación, propuestas de compensación y condiciones económicas y sociales, reconfiguración local y regional de cadenas de suministro, clusterizar sus actividades centrando el protagonismo en el universo de proveedores y terceros, nuevas modalidades de coopetencia público-privada, el motor innovador de la “Economía Circular”, lo que obliga a una verdadera redefinición de su propósito (real) y contemplar, como variable esencial en toda su estrategia: el tiempo. Aconsejaba preguntarse: ¿Cuánto tiempo esperas estar en tu negocio o actividad como empresa? La respuesta ha de marcar tu estrategia. Decía: “Si es evidente la apuesta por la descarbonización y esta es un compromiso con fecha fija, no podemos estar aquí, haciendo lo mismo en este momento”. “A partir de allí, todo viene guiado en este compromiso”. El largo plazo, imprescindible para hablar y contemplar el futuro, exige decisiones y actuaciones inmediatas, medibles, motivadoras que satisfagan las demandas de la gente. Eso sí, el tiempo no solo es un referente en el horizonte lejano sino un modulador de los ritmos y velocidades de los pasos y secuencias por acometer.  La insistente frase, “no dejemos a nadie atrás”, no puede ser tan solo un reclamo o slogan publicitario. Son muchas las transmisiones que tenemos por delante, demasiados los cambios y reorientaciones a incorporar, múltiples los nuevos roles, actitudes, capacidades que todos hemos de experimentar (personas, empresas, gobiernos…)

Así, la interrupción temporal de la ilusión por un determinado camino, conscientes de que el futuro será irreversible y el proceso emprendido, con los ajustes imprescindibles, se construirá paso a paso, en múltiples espacios y tiempos si se mantiene un propósito y una estrategia adecuada y coherente con el fin buscado. La apuesta señalada de Barcelona -como en otros muchos sitios- señala un camino a recorrer visualizando un nuevo mundo más allá de la tecnología, de los contratiempos del momento y de la complejidad de los procesos y su gobernanza. Las empresas y su interacción público-privada y con sus diferentes ecosistemas resultan “inevitables” (imprescindibles) y, sobre todo, el logro dependerá de acometer un propósito-estrategia compartido, empresa-sociedad, respondiendo a los desafíos (reales o percibidos) de la sociedad. Sin duda, la adversidad y desánimo han de dar paso a la ilusión activa hacia nuevos rumbos con la recompensa de un futuro mejor.

Renacimiento industrial: mucho más que una receta para ganar el futuro

(Artículo publicado el 25 de septiembre de 2022)

Esta mañana, mientras tomaba un café en un bar próximo a mi oficina, he tenido la oportunidad de escuchar una conversación entre un “animado y desenvuelto” grupo de jóvenes que, al parecer, incluían estudiantes universitarios y profesionales trabajando en alguna de las destacadas empresas de consultoría o de implantación de tecnología (software) de la zona, a juzgar por el contenido de sus comentarios. Parecían coincidir, además de en opiniones descalificadoras de profesores y “jefes”, a quienes creían de “limitada capacidad y experiencia” en el desempeño de su trabajo, en una baja consideración de las oportunidades que nuestro tejido económico les ofrece, con reducidas expectativas para “ganar sueldos elevados” como los que, en su opinión, están sobradamente disponibles en alguna ciudad del Estado y al alcance de sus capacidades, conocimiento y experiencia profesional.

Más allá del ímpetu juvenil del que afortunadamente todos hemos gozado, aspirando a “ganar el futuro”, y de las oportunidades reales que pudieran presentarse en los “mundos ideales” distantes, me resulta de enorme preocupación e interés escuchar y explorar estas posiciones, cara a nuestras apuestas de futuro, a la valoración de la formación e información que trasladamos, al esfuerzo explicativo en la puesta en valor de nuestro tejido económico, a nuestra arquitectura institucional, nuestro modelo de desarrollo y cohesión social y de las innumerables oportunidades entiendo nuestro país ofrece.

Todavía hace unos días, recibía un avance de una interesante publicación que tres expertos profesionales de una prestigiosa firma global de consultoría estratégica han escrito y habrá de publicarse a mediados de octubre. Bajo el sugerente título de “La economía del Titanio: cómo crear una América mejor, más fuerte y de manera más rápida a través de la industria tecnológica”. (Asutosh Padhi, Gaurav Batra, Nick Santhanam). Pretenden resaltar el valor de la industria manufacturera y, sobre todo, llevar al ánimo de los jóvenes y de los responsables de la toma de decisiones y diseño de políticas públicas, además de los empresarios e inversores, la verdadera aportación de las empresas manufactureras. A su larga experiencia de más de 30 años de ejercicio de cada uno de ellos, han realizado un riguroso análisis de 35 empresas estadounidenses, de 50 más destacadas en la Bolsa de Valores y de un largo número de informes y estudios estadísticos para soportar su valoración. Partiendo del rigor de la lógica y el dato, propio de su escuela de alta consultoría estratégica, han explorado sus resultados, su especial relevancia como fuente real de innovación (no solamente tecnológica), las condiciones económicas, salariales, de ahorro y beneficios complementarios que en el medio y largo plazo ofrece al trabajador mediano, la contribución de estas empresas al conjunto de los stakeholders implicados, su aportación real a la comunidad, sus modelos diferentes en términos de empleabilidad, relaciones laborales, la capacidad diferencial de mantenimiento de empleo “fijo”, su impacto en la formación consecuencia del compromiso dual empresa-trabajador, la capacidad especial generadora de empleo de calidad (no solamente en formación en diferentes nichos académicos y no solamente en el contexto de estudios superiores o de postgrado, sino en todos e incluso en aquellos de bajo nivel formativo), en su impacto en la conciliación y estructura familiar y, sin duda alguna, en la fortaleza de la potenciación del empleo local, de alto nivel, y no solamente de aquellas posiciones globales e internacionalizadas, más identificables en los llamados “expatriados de alto nivel”.

El trabajo mencionado, concluye con un claro canto a la singular capacidad creadora de valor y, en su recorrido, destacan la importancia que recobran muchos de los “sectores tradicionales”, suprimidos o abandonados en el pasado, declarados muertos, destacando su base irremplazable sobre los que se construyen, hoy, las principales transiciones objetivo de las sociedades modernas, a lo largo del mundo: digitalización de la economía y la sociedad, un nuevo escenario de economía verde hacia la que energía y medio ambiente impulsen a la economía, la transformación de la empresa, en una renovada democratización de la nueva economía del bienestar, contemplando un mundo nuevo para la salud y los cuidados. Estas características diferenciales que ponen hoy, en primera línea, a aquellas naciones y regiones con base industrial, poseedoras de una cultura de trabajo y comportamiento solidario y comunitario, resilientes a los cambios (algunos predecibles y otros muchos insospechados), desde resultados diferenciados, por delante en las quinielas, en condiciones inmejorables para afrontar el largo recorrido por venir.

Ahora bien, disponer de una buena base de partida no es suficiente. Hacer crecer la industria, generar una oferta innovadora de trabajo y empleo, poner a su disposición imaginativas fuentes de capital, situar el talento activo imprescindible que este largo proceso exige, posibilitará o no, generar una economía inclusiva y valor, compartido por y para todos.

Es destacable que la llamada “economía del titanio” que alumbran estos autores, la componen  empresas que avanzan en modelos de co-creación de valor, se implican (impulsan, promueven o participan) en procesos colaborativos, se clusterizan, conforman ecosistemas industriales-tecnológicos-sostenibles, apuestan por un futuro propio, único y diferencial, se reinventan de manera permanente e interactúan con las políticas públicas en términos de valor, compartido, empresa-sociedad, en marcos estratégicos convergentes. La riqueza de estos tejidos industriales amplios son un motor esencial en el desarrollo de las sociedades de vanguardia.

En momentos de incertidumbre y cambio como los que vivimos, ante tanta transición propuesta y exigible, ante el desafío de afrontar las demandas sociales, de trabajo y empleo, así como la redefinición de nuevos espacios geo-económicos, geo-políticos y dotarles de nuevas arquitecturas democráticas, institucionales y de gobernanza, merecería la pena una renovada puesta en valor de las fortalezas que la política industrial, el tejido manufacturero, la cultura que subyace, aporta a las sociedades que aspiran a construir un mundo mejor, inclusivo, corresponsable.

El mundo de hoy, se plantea abiertamente relocalizar cadenas de suministro, acercar la producción y procesos, así como reconsiderar la logística y el transporte minimizando emisiones de carbón, potenciando  las inversiones industriales y se esfuerza en construir alianzas interdisciplinares y multi sectoriales, teledirigiendo el conocimiento y las capacidades competenciales hacia la salud, la biotecnología, la fabricación soporte del creciente mundo del software y la tecnología  del mañana, que demandan empleos por doquier y soluciones próximas y locales que refuercen nuestras comunidades, a la vez que  el comercio global se orienta a una concepción cada vez más local-regional. Nuevos espacios de interdependencia, confianza y colaboración. Atributos esenciales de una sociedad industrial de alto valor especializado, tecnológico e innovador.

En Euskadi, sociedad con un peso (histórico, actual y futuro) relevante de la industria manufacturera, con una base existente de primerísimo nivel, nos vendría bien un esfuerzo adicional por destacarlo y ponerlo en valor. Explicar a la sociedad su importancia, su impacto en la generación y soporte tecnológico, en su vinculación con las necesarias transiciones verde, digital, azul del agua y sociosanitaria. Base real sobre la que impulsar y desarrollar los servicios especializados, la educación y, por supuesto, la capacidad fiscal y financiera imprescindible para hacer posibles políticas y servicios sociales, potenciando modelos de empresa y comunidades inclusivas, emprendimiento diferenciado y calidad real de fututo.

Nuestra competencia por el talento bien vale el esfuerzo de insistir en el valor de “las joyas de amama” y su cuidado, día a día, generación tras generación. Siempre importante y, en especial, hoy que el mundo parece apuntarse al “renacimiento industrial”. Hoy, Euskadi está en inmejorables condiciones para potenciar el gran hervidero de iniciativas, ideas y proyectos que nos rodean y que ofrecen, de manera “cuasi natural” la herencia de una cultura manufacturera construida a lo largo del tiempo. El “maná” esperado ni se improvisa, ni se compra en el mercado coyuntural con aparentes ventajas y ofertas mediáticas. Se construye y logra a lo largo de toda una historia de esfuerzo.

Diáspora Vasca, desde Donibane Garazi al mundo

(Artículo publicado el 11 de Septiembre)

Este pasado día 8 de septiembre, los vascos hemos celebrado el día universal de la Diáspora Vasca, conmemorada, en esta ocasión, a través de un encuentro institucional que unía al Gobierno Vasco, a la Comunidad de Iparralde y representaciones del resto de instituciones y organismos representativos de nuestra voluntad democrático-institucional, en el embrión de Euskadi y corazón de Europa, en la antigua capital Navarra, Donibane Garazi, así como al universo de diferentes colectividades vascas en el exterior. Entidades que, a través del Consejo Asesor de las Colectividades vascas del exterior, decidieron, en su día, celebrar este día de reconocimiento, impulso y puesta en valor de la correspondiente iniciativa.

Como la de otros muchos pueblos, nuestra diáspora supera a la población total en nuestro espacio físico o territorio, a las configuraciones geopolítico-administrativas “temporales” y a los migrantes “propios” no reunidos en torno a las comunidades institucionalizadas. Nuestra rica historia, ya sea por diferentes condicionantes sociales, económicos o políticos, ha generado, a lo largo del tiempo, amplias y diversas olas migratorias hacia el exterior, íntimamente orgullosas de su origen y cultura, están especialmente comprometidos con el país, solidarias con otras olas migratorias que se incorporan, paso a paso, a sus nuevas comunidades, en un principio, de acogida y, finalmente, propias, en esa doble pertenencia que la diáspora genera. Dos naciones un destino.

Hoy, cuando las prospecciones demográficas conceden un muy relevante papel a las diásporas mundiales (atendiendo a cifras oficiales de Naciones Unidas en torno a 300 millones de migrantes internacionales o ciudadanos de países distintos a aquel en el que nacieron, concentrándose más de 85 millones en Europa y 51 millones en los Estados Unidos de América, el top 10 con el 30% del total entre 10 países) y anuncian nuevas olas migratorias, por lo general, consecuencia de impactos negativos asociados a cambio climático, epidemias, conflictos, catástrofes o a la “competencia” por el talento y el empleo, cobra un mayor interés la presencia y fortaleza de las diásporas. Se destacan los “beneficios” que aportan, tanto tangibles, como intangibles, más allá de su impacto económico, cultural y demográfico, reconfigurando la personalidad y carácter de las poblaciones de llegada, así como de ellas mismas y, por supuesto, también, del pueblo y comunidades originarias.

Sin esperar nada a cambio de su país y pueblos originario, ni mucho menos de sus instituciones (las más de las veces inexistentes o debilitadas en los momentos que provocaron o padecieron la salida al exterior), nuestra diáspora (como otras muchas), tejió un compromiso e identidades indisolubles con el país, más allá de situaciones temporales, convirtiéndose en el representante colectivo y cualificado, emergente, del país y su gente. Más tarde, a medida que la situación lo posibilitaba, se abrieron pasos para la institucionalización de una relación normalizada, de reconocimiento, agradecimiento, impulso, colaboración y participación hacia una simbiosis que habría de ser plena, aumentando y solidificando un compromiso, representación y solidaridad permanente. Con el tiempo, y cuando las circunstancias lo permitieron, el Parlamento Vasco aprobó la Ley 8/1994 del 27 de mayo, con la motivación doble de una institucionalización de los entes asociativos en torno a lo que se han venido relacionando a lo largo del tiempo, así como de la interacción (y acompañamiento o atención, en su caso) con las demandas sociales, económicas, políticas, culturales requeridas. Dicha Ley, supuso, también, y de manera muy especial, una idea de reparación de las consecuencias humanas y materiales que siguieron las situaciones de conflicto, emigración forzosa y, sobre todo, exilio obligado, tal y como lo recoge su propia exposición de motivos.

Hoy más que nunca, las características propias de la internacionalización abren -o refuerzan- nuevos cauces e intensidades en la consideración y mirada a la diáspora y, en consecuencia, la necesaria actualización y orientación de nuevas políticas e iniciativas para su impulso, contando de manera real y activa con su decidida participación. Asistimos a un nuevo espacio caracterizado por previsibles olas migratorias que exigirán políticas activas, actuación positiva, ordenada y de máxima acogida e inclusividad, apoyo-respeto-participación, en favor mutuo (población migrante-comunidad origen), además de responsabilidad social, máxima protección de los derechos de la gente y nuevas oportunidades a futuro. Nuevos impulsos transformables en oportunidad social y económica, más allá de reconocimiento a las demandas preexistentes, que como ciudadanos vascos les corresponde y, más allá de la complejidad político-administrativa, que dificulte su aplicación extensiva.

Estas olas migratorias, indistintas, deben enmarcar un espacio especial propio. La diáspora vasca, en nuestro caso, por encima de situaciones coyunturales, geopolíticas, administrativas, de “legalidad” que confiera el carácter nacional, ciudadano, residente… de las personas en países concretos y de la “condición política de vasco” que pudiera atribuirse o reconocerse, han de incorporar a todo miembro de la diáspora, en cualquier momento, circunstancia histórica, o situación de hecho, como sujeto integrante e indisociable, de pleno derecho, del país origen (Euskadi).

La diáspora vasca, además de su percepción voluntaria de identidad, imagen, compromiso permanente, de pleno sentido de pertenencia, ha jugado, juega y jugará un papel relevante en nuestro futuro. Por convicción, sin duda, por interés mutuo, también. Piedra angular para la imprescindible creación de espacios colaborativos en lo económico, político, social y la imprescindible cooperación activa al desarrollo y generación-atracción de talento, en un claro enriquecimiento “bidireccional”.

Nuestra diáspora en particular es una pieza natural e indistinguible del propio pueblo vasco, contribuyente irremplazable en el desarrollo del país, configurando una propuesta única de valor, enriqueciendo múltiples “mecanismos” clave, generando nuestra propia unidad de acción a lo largo del mundo.

Una visión estratégica ha de conferirle un rol determinante en nuestra apuesta de futuro y reinvención permanente, imprescindible, sumando representación bidireccional en todos aquellos flujos de talento, capital humano, recursos (económicos, financieros) entre familias, comunidades, organizaciones de todo tipo. Nuestra diáspora facilita el acceso (y confianza) a/en la inversión, aporta transferencias de capital humano en todo tipo de iniciativas (culturales, sociales, económicas, políticas), es fuente real de emprendimiento (aquí y allí), de turismo, de enriquecimiento e intercambio cultural. Una insustituible fuente de confianza, conocimiento y visibilidad en el exterior más allá de un “lobby inteligente» por crear desde aquí. Refuerza y potencia sistemas educativos, ecosistemas políticos y referencias académicas. En definitiva, parte esencial de una diplomacia inteligente real y activa.

Hoy, sin duda, la primera y próxima mirada pasa por la cultura, por la lengua, por el recuerdo y la añoranza familiar y personal, por el recuerdo a las circunstancias en que se ha vivido, por el recorrido caprichoso a lo largo del mundo en el que hemos encontrado un abrazo amigo y desprendido… Pero, mucho más allá de este valioso referente, nos corresponde pensar, también, en lo mucho que podemos y debemos de hacer con la suerte y privilegio de contar con amigos aliados a lo largo del mundo. Puertas abiertas para nuevos espacios de futuro.

En definitiva, un día para celebrar y honrar todos los días del año. Mucho más que merecido reconocimiento y compromiso, una apuesta de futuro.

Este 8 de septiembre nos hemos unido, sin duda, a nuestra inmensa diáspora, compartiendo sueños, solidaridad, reconocimiento y, esperemos, futuro.

Un esperanzado despertar…

(Artículo publicado el 28 de Agosto)

El marco festivo que inunda nuestros pueblos y que, al parecer de manera especial este año, redobla su entusiasmo como una necesidad absoluta y prioritaria, compensatoria de dos años de pandemia restrictiva, posibilita el reencuentro distendido y físico con mucha gente de la que estábamos un tanto alejados. Así, hemos tenido la oportunidad de intercambiar mucho más que mensajes limitados al formato de las redes sociales, video conferencias o similares.

En esta ocasión, son muchos los problemas y preocupaciones que nos acompañan en cualquier conversación, por mucho ambiente exclusivamente festivo que queramos mantener: los amigos y familiares ausentes, la juventud que ha optado por iniciar su vida profesional fuera de nuestro país, la invasión rusa y sus consecuencias en nuestra vida diaria, la inflación, las expectativas de un “otoño ardiente”, el cambio climático, el empleo… y, como no podría ser de otra manera, “el gobierno”. En este contexto, no resultaba ajeno, en mi caso, alguna referencia a mi último libro (Bizkaia 2050: Bilbao-Bizkaia- Basque Country) y lo que muchos amigos que lo han leído (ó hecho el amable esfuerzo de hojearlo) me transmiten, considerando se trata de una visión demasiado optimista y poco consciente de nuestra sociedad actual, entendiendo se aleja de la actitud, voluntad y disposición a afrontar los desafíos que tenemos por delante. Trato de convencerles que lean el libro en su totalidad, y que vean no se trata de un ejercicio teórico de jugar con diferentes escenarios con mayor o menor probabilidad de logro, sino de apostar por una sociedad y país deseados, en el que me gustaría que pudieran vivir las próximas generaciones, de modo que quienes se encuentren en aquella sociedad del 2050, tengan la satisfacción de saber que su proyecto vital y su proyecto profesional se ven realizados en y desde este espacio geográfico, geopolítico, geoeconómico, social de bienestar, que será diferente al actual, consecuencia de la decisión democrática que haya permitido que la voluntad de los ciudadanos opte por dotarse de la articulación institucional, política, social, económica que realmente acompañe sus sueños. Dicha sociedad deseada no será un paraíso que nos llegue del cielo, sino fruto de todo aquello que seamos capaces de construir desde este momento hasta el año 2050. Será nuestra responsabilidad, nuestro compromiso, nuestra voluntad y esfuerzo colaborativo el conseguirlo. Un proceso complejo y tremendamente exigente el conseguirlo.

En coincidencia con estos comentarios y reflexiones, llega a mis manos la última publicación del prestigioso analista Ian Bremmer, considerado uno de los oráculos influyentes de actualidad. En “El poder de la Crisis – Power of Crisis”, se plantea el impacto de tres grandes amenazas de carácter global, y, sobre todo, la forma en que respondamos a todas y cada una de ellas, cambiarán el mundo. Bremer parte de la constatación de una gran preocupación que recorre el mudo, desde una insatisfacción y preocupación generalizada, ante la cantidad de conflictos domésticos e internacionales cuyas consecuencias vivimos de una manera directa o indirecta. Centra su potencial concentración en los Estados Unidos de América que describe como un país paralizado por su división interna, desacoplado en término de relación con China, abordando una nueva versión de guerra fría (sin despreciar el espacio ruso-ucraniano y sus consecuencias), encerrándonos en la ausencia de liderazgo y respuesta a los desafíos del futuro. Destaca la incapacidad de trabajo conjunto o colaborativo entre los diferentes agentes que tienen o tendrían en sus manos afrontar la transformación y soluciones requeridas. Analiza tres grandes amenazas que simplificarían aquello que de verdad habría de preocuparnos en los próximos años: Una más que previsible sucesión de emergencias globales en materia de salud, las enormes transformaciones que habremos de vivir como consecuencia del cambio climático (muchas de las cuales hemos visto ya este año como el incremento de temperaturas, incendios) y el enorme recorrido que  hemos de emprender, y el tercero, más grave aún que las anteriores, no del todo percibido por muchos, la revolución de la inteligencia artificial, convergencia de tecnologías exponenciales en uso. Entiende que vivimos un mundo lleno de peligrosos desafíos presentes y perceptibles, con una cada vez mayor sensación de fragilidad, enorme desencuentro con gobernantes y dirigentes, modelos y potenciales soluciones, y un más que relativo temor al futuro. Adicionalmente, la convergencia de problemas, dificultades y sus consecuencias, parecería llevarnos a una actitud derrotista y negativista respecto del futuro esperado. Sin embargo, confiere un carácter absolutamente optimista a su trabajo. Nos habla de la esperanza de saber, que, a lo largo del mundo, líderes políticos, empresariales, sociales y ciudadanos colaboran de manera activa a la búsqueda y aplicación de soluciones a dichos desafíos. Se pregunta, sin embargo, si su trabajo llegará a tiempo en términos de resultados y si, sobre todo, estamos preparados como sociedad e individuos para responsabilizarnos del esfuerzo y compromiso que supone Y, sobre todo, ¿trabajaremos pensando en el bien común y futuro de los demás?, o, por contras, ¿Emprenderemos el camino de la “gran deserción”, añado yo, abandonando el intento y nos ocuparemos de nosotros mismos en exclusiva?

Esto mismo es lo que hemos de preguntarnos todos, uno a uno, desde nuestros puestos de responsabilidad, desde nuestros diferentes roles personales en las diferentes sociedades de las que formamos parte, ante nuestras apuestas o sueños de futuro. La sociedad del futuro que soñamos exigirá de un intenso compromiso individual y colectivo. ¿Estamos preparados y comprometidos para asumir la responsabilidad de su logro?

El optimismo esperanzado de Bremmer lo basa en un amplio repaso a los últimos 100 años identificando diferentes respuestas que la humanidad ha construido e implementado, con diferentes  planteamientos políticas y estrategias que se han seguido a lo largo de la historia, a los múltiples proyectos colaborativos existentes a lo largo del mundo,  las propuestas que se han instrumentado y que ha sido capaz de hacer disponibles la humanidad, a la innovación permanente y radical experimentada, a la actitud,  comportamiento y el compromiso en momentos de crisis…

Analizar y plantear los cambios que debemos afrontar es precisamente esta esperanza y confianza en las personas, en la sociedad, la que nos lleva a enfrentar y superar los muchos desafíos por venir. Debemos ser conscientes que el mundo de hoy es infinitamente mejor que lo era hace 100 años, son mayores las oportunidades que nos ofrece y existen grandes espacios de desarrollo y futuro. No se trata de soñar de manera irresponsable o irracional en un futuro cualquiera. Se trata de ser conscientes de las dificultades existentes, mitigar sus riesgos, y asumir los para convertir las dificultades en oportunidades. El líder, dirigente, gobernante no es ignorante de los conflictos y las consecuencias que parecen provocar entre los diferentes temas cada decisión que toma, sabe perfectamente que se ha de enfrentar, a la vez, a las implicaciones en el corto plazo en una renovación de la confianza y del poder que le posibilite transformar y seguir avanzando. Pero, por encima de todo, el líder soñador, el líder que gobierna, el líder que dirige y el líder que debemos llevar todos dentro de nosotros mismos en nuestro entorno próximo, es claramente responsable de ese mundo que tiene que vivir y sabe que la cantidad de oportunidades y el espacio de futuro que habremos de reconfigurar es exigente, pero a la vez posible.

Hoy cuando escribo este artículo se cumplen 31 años del inicio de un sueño en Ucrania. Nuevamente, y son varias veces a lo largo de su historia, Ucrania celebra su apuesta por su independencia. Diferentes circunstancias, diferentes oportunidades le llevaron a apostar por un camino propio fuera de la ex Unión Soviética, iniciando un recorrido de esperanza, creyendo en una libertad con nuevos compañeros de viaje, soñando su integración en una Europa que parecía ofrecerle unas oportunidades de futuro, si bien consciente del enorme recorrido que tenía por delante. Este año, su celebración es poco festiva, invadida por Rusia antiguo protector, con trece millones de compatriotas desplazados, con miles de muertos caídos en tan solo seis  meses, con un futuro incierto, inmersa en  los peligros y temores de qué, día a día, el impacto y las consecuencias de esta guerra que ellos son los primeros en sufrir, pueda llevar a un cambio de actitud y decisión de aquellos que les han empujado a mantener una determinada apuesta por este camino de sacrificio, de esfuerzo, de trabajo, para conseguir un futuro mejor.

Hace unos días, en un artículo anterior escribía en esta columna, como mucha gente trabaja en superar y ganar la guerra, pensando, a la vez, en recuperar los territorios perdidos, en la doble victoria de la guerra y de la paz, y no solamente está en lo inmediato, extremadamente doloroso y exigente, sí no en todo aquello que vendrá después, la reconstrucción la superación de la paz la integración dentro de un nuevo espacio geopolítico diferente al actual.

A lo largo del mundo, todos, también nosotros, enfrentamos la necesidad exigente de la búsqueda de nuevas soluciones y nuevas apuestas (en muchísimo menor escala a la señalada), necesitados de conformar nuevos espacios geopolíticos, articular nuevos modelos de gobernanza, nuevos espacios empresariales en una reinventada economía y estado social de bienestar y comprender el nuevo rol que han de jugar o hemos de jugar todos los ACTORES DEL CAMBIO.

Sin duda, un largo y esperanzado despertar.

… ¡Y entonces se eligió ir a la Luna!

(Artículo publicado el 14 de Agosto)

La RICE University en Houston y la NASA conmemorarán en los próximos días el 66 aniversario del discurso del presidente John Fitzgerald Kennedy a los estadounidenses (“We choose to go to the Moon” – “Elegimos ir a la luna”). Sin duda el mensaje y sueño aspiracional del presidente Kennedy representa uno de los mejores ejemplos (llevados a la práctica) de un sueño retador capaz de redireccionar recursos, talento, procesos colaborativos, ilusión y sentido compartible hacia un objetivo convergente con el propósito, no ya de superar una crisis profunda como la que vivían en aquellos momentos, sino de provocar un cambio radical movilizando recursos, actitudes y mentalidades hacia un escenario inesperado, ambicioso y para muchos inalcanzable. Esta apuesta política refleja el llamado “Moon shot Thinking” que convoca al talento y a las sociedades en su conjunto, teje procesos de transformación desde la innovación disruptiva entendiendo la complejidad del momento y sugiere la inevitable anticipación a potenciales soluciones, animando a una mentalidad emprendedora posibilista y de esperanza motivadora para emprender un apasionante compromiso pensando en un futuro mejor.

Hoy, cuando vivimos un mundo sumido en la incertidumbre que lleva a una elevada melancolía y desánimo colectivos, plagada de elevadas cotas de ansiedad en un angustioso encuentro con la duda y visiones pesimistas, conviene destacar las apuestas de jugadores lideres y actores clave qué, a lo largo del mundo, desde sus diferentes posiciones de responsabilidad de todo orden han soñado un mundo mejor y se han esforzado e implicado en lograrlo. Auténticos generadores de la riqueza al servicio del interés general. Gota a gota, paso a paso al servicio y beneficio de las personas y países.

No hace 66 años, pero sí 25, tuve la oportunidad de reunirme con el profesor William F Miller en su despacho de la Universidad de Stanford en el corazón de Silicón Valley. El profesor Miller, Hubert Emeritus professor, considerado por la literatura como uno de los padres de este singular Valle, “Ministro de Relaciones Exteriores” del mismo, otrora ya entonces presidente del programa de la industria de las computadoras en Stanford y presidente del afamado SRI-Stanford Research Institute, utilizó como eje conductor de nuestra conversación el pensamiento del “Moon Shot”. Simplificaba las claves para convertir sueños esenciales en resultados de éxito. Nada extraño que no se conozca o entienda cuando se ha logrado conseguirlo, y, sin embargo, tan incomprensibles cuando se inician aquellos viajes que demandarán esfuerzo solidario y cambios. Me insistía en la necesidad de líderes soñadores que vean más allá de lo que los demás creemos tener por delante, que entiendan qué hemos de inventar aquel futuro que nos gustaría que fuera vivible por próximas generaciones, dispuestos a prescindir del aplauso inmediato y cortoplacista y generen el espacio adecuado para incitar la concurrencia de actores capaces de trabajar juntos aportando, cada uno, su valor diferencial. De mis notas de aquella reunión recojo sus comentarios clave para crear un hábitat para el desarrollo de una comunidad innovadora de conocimiento, y alta tecnología orientada a resolver las demandas sociales. La importancia de crear y cultivar un clima favorable a la empresa   entendida como unidad generadora de riqueza y activo esencial de creatividad, riqueza y empleo. Cultura y hábitos que propicien una dinámica de colaboración público-privada con acento en gobiernos locales, regionales y próximos plenamente favorecedores del desarrollo propio y singular. Hábitat que exige talento, mano de obra de alto nivel, proyectos e instituciones de investigación e interacción real y permanente con la industria y la sociedad más próxima, con un compromiso sociedad-comunidad con alto nivel de vida y bienestar (salud, cultura, ocio y servicios sociales). Finalmente, una verdadera plaza financiera comprometida con el proyecto compartido de la sociedad a la que sirve en conexión con los principales jugadores a lo largo del mundo con elevada sintonía con el emprendimiento, la innovación y la alta tecnología. Concluía con la necesidad de conectar dicho hábitat generador de riqueza con un espacio de infraestructuras y conectividad mundial y un elevado desarrollo de la industria política y de gobierno, con  liderazgos capaces de provocar no un plan específico sino una sucesión e integración de proyectos de transformadores, integradores de universidades generadoras de impacto social, procesos y comunidades multinivel y multiobjetivo, desde la colaboración interdependiente a partir de una verdadera visión de país. Conceptos clave, recetas conocidas que compartimos hoy. Aceptados en la teoría general parecerían no resultar ni tan evidentes ni tan mayoritariamente discutibles. No obstante, su aplicación práctica demuestra sensación de ausencia o que no nos resistimos a seguir bien por una continuidad pasiva o por una exigencia elevada que de una u otra forma nos lleve a desistir ante las primeras dificultades, la aversión al cambio, o una cultura de la desafección ampliamente instalada.

Ayer, horas antes de escribir este artículo, tuve la oportunidad de asistir a una interesante sesión de mi amigo y colega Christian Ketels (uno de los más prestigiosos expertos en el mundo de la Competitividad), en el marco de la más que alabable y admirable iniciativa de la MIM Kyiv Kiev Business School en torno a la recuperación de Ucrania. Activa escuela miembro de nuestra red MOC-ISC de Harvard, insertos en plena invasión, concentrados fundamentalmente en salvar vidas, en defender y mantener su soberanía, bajo el reclamo: “Before and after the Victory”– “Antes y después de la victoria”, trabajan en recuperar su derecho a vivir en libertad y definir, democráticamente, su futuro. No esperan solamente ganar la guerra sino la paz y un futuro mejor para sus ciudadanos en conexión libre con Europa y el resto del mundo. En plena situación de emergencia, REINFORCE UA es un programa que desde diferentes lugares del mundo conecta a profesores, investigadores y empresarios, gobernantes financieros y docentes, donantes, para reflexionar desde el compromiso activo sobre un futuro para su país. Por supuesto, lo primero es terminar con la guerra, pero no se puede ni quiere esperar a ganar la paz y su futuro para empezar a construir un espacio propio. Ya en julio pasado, el “Encuentro de Lugano” revivió una nueva y especial conferencia para la reorientación y desarrollo estratégico de Ucrania que se venía celebrando con el esfuerzo colaborativo suizo-ucranio y participación de decenas de países y gobiernos varios años atrás. Cientos de experiencias, cientos de trabajos diagnóstico y líneas de actuación, interrumpidos por la invasión rusa, se retoman ahora no para volver a aquella agenda o diagnóstico previo, que también, sino para redefinir su proposición única de valor en un mundo que cambia día a día, en unos marcos y esquemas de relación intra y extra europeos necesariamente diferentes a los pre definidos hace tan solo meses, en un nuevo rol que habrá de jugar Ucrania en un sueño legítimo que ha de construir, identificando y/o recreando nuevas fortalezas diferenciales, con renovadas aspiraciones que su pueblo se proponga. El profesor Ketels repasó y destacó la importancia de la estrategia y el valor de una competitividad bien entendida, al servicio del bienestar de las personas, y el rol singular que corresponde a cada región, nación o espacio en que han de implantarse. Recordó las posiciones y fortalezas preguerra que ya habían sido planteadas con anterioridad, abordó el cambiante panorama esperable, la más que previsible y necesaria actuación y apoyo internacional (sobre todo de la Unión Europea y en especial de los países del este), pero sobre todo insistía en que si bien son muchos los nuevos marcos conceptuales, las herramientas y modelos de los que aprender, no hay recetas mágicas y copiar es un mal camino. La Unión Europea y otros ayudaremos, pero acceder a sus programas, recomendaciones, líneas y herramientas de apoyo, no marca la diferencia Pueden y deben contribuir a acelerar soluciones, se podrá acceder a sus programas y a sus iniciativas y fondos especiales, facilitará superar debilidades y urgencias inmediatas, pero eso no marcará la diferencia. En el mejor de los casos te pondrán en el mismo nivel que los demás, pero la verdadera estrategia en este caso de país exige una proposición única y diferenciada de valor, acorde con las fortalezas propias y la voluntad y propósito perseguible. Si bien es verdad que las crisis son también potenciales fuentes de oportunidad, su común denominador es un gran riesgo de declive y dificultades. Solamente el esfuerzo y voluntad explican el desarrollo exitoso de las naciones superadoras de la tentación a la confortabilidad, a seguir los diseños de los demás para limitarse a hacer lo mismo que el resto. Son tiempos para recurrir a ese movimiento del “Moon shot”, asumiendo el riesgo de elegir. Es la manera de evitar el declive. Así Ucrania como otras historias de éxito habrá de apostar por un escenario y resultados ambiciosos, desde una voluntad y apuesta por su sueño único y diferencial, soportado en planes, programas e instrumentos que lo hagan posible, con la imprescindible solidaridad y apoyo mundial de terceros, y dotarse de renovadas e innovadoras estructuras que lo hagan posible. Una reinvención de su arquitectura institucional resulta imprescindible.  Sin duda alguna, se trata de elegir.

Hoy, todos, de una u otra forma somos parte de una crisis multiforme y multivariable, de diferente intensidad. Como personas, Comunidades, empresas, entidades e instituciones, gobiernos y paises, necesitamos elegir. ¿Asumimos la situación de crisis como un mal irremediable o soñamos un futuro distinto y mejor? Los mimbres existen, somos nosotros quienes hemos de decidir (y acertar) que botones activar. Ni podemos ni debemos evitar la responsabilidad de elegir. Hace 66 años, ni para el presidente Kennedy, ni para los Estados Unidos, lo verdaderamente importante era llegar a la luna de una manera concreta. Lo relevante era el sentido del viaje colectivo a emprender. Todo aquello que supuso apostar tras un sueño que llevaba a un mundo único y nuevo. Kennedy eligió. Eligió llegar a la luna: “We have to choose” – “Nosotros, también, necesitamos elegir”.

¿Prosperar sin crecimiento? ¿Crecer sin prosperidad?

(Artículo publicado el 31 de Julio)

¿Cómo podemos prosperar? Es la pregunta clave que lleva al profesor Tim Jackson a enfrentarse a una futurible economía sostenible en un planeta finito y considerar qué significado ha de tener el vivir bien y disfrutar de bienestar y cómo lograrlo “sin-without” crecimiento. Su libro “Prosperidad sin crecimiento” nos anima a tan controvertido planteamiento: ¿Es posible un estado de bienestar inclusivo y sostenible previo o ausente al logro del tan generalizado objetivo del crecimiento? ¿Cómo pensar en un reparto continuo, justo y equitativo de “la tarta” generada, sin aumentar su tamaño? ¿Cabe pensar en la redistribución permanente de una riqueza limitada y finita en un mundo y poblaciones crecientes?

Es verdad que el propio autor, más adelante y en el marco de sus reflexiones se cuestiona si no debería sustituir el término “without” (sin) por el de “beyond” (más allá de…). Expresar el progreso y desarrollo sin crecer o más allá del objetivo “crecer”, es mucho más que un mero problema semántico o de expresión.

Hace unos días, en una siempre agradable y enriquecedora conversación con dos amigos, académicos e investigadores de reconocido prestigio, surgía la evolutiva posición en torno al crecimiento económico, al desarrollo inclusivo, regionalizado a la vez que des globalizado, la cohesión (social y territorial) … no solamente como una revisión académico-intelectual, sino en cuanto a sus aplicaciones prácticas en las políticas y decisiones a tomar. Ejemplos muy recientes como la sorprendente sentencia de un tribunal impidiendo el Plan Loiola y Ribera Baja para el desarrollo en Donostia, con miles de viviendas en una operación urbanística, de desarrollo económico, estrategia de ciudad, políticas de vivienda, reordenación territorial y oportunidades de integración migratoria por no citar la opción de residencia para jóvenes donostiarras “obligados” a trasladarse a otros municipios, cobraba especial relevancia. (Más allá del rol que corresponde al citado Tribunal, interfiriendo planes urbanísticos y culturales, aprobado por la unanimidad de los grupos políticos responsables del urbanismo municipal, por no mencionar aquellas posiciones ideológicas ocultas de “defensa” y presencia del “Estado” en Euskadi, que terminará dictaminando la propia Administración de Justicia). Operación concreta al margen, limitar el crecimiento y contener el uso del suelo es un elemento crítico, a lo largo del tiempo y supone una clara decisión, de enormes consecuencias, en el bienestar y desarrollo a lo largo del mundo. Todavía hoy, no son mayoría aquellos gobiernos que, con carácter general, anteponen, con claridad el NO crecimiento en su planificación y estrategia de largo plazo.

Esta controversia abierta no tiene respuesta fácil (ni por supuesto única).

Si bien no cabe duda cómo el crecimiento ha posibilitado el binomio expansión económica-propulsión y renovación, inequívoco de la prosperidad y el sentimiento colectivo que lo percibe como incremento de rentas y salarios y mayor calidad de vida, parece evidente preocuparse por su continua contribución ante crecientes limitaciones de un planeta cuyos recursos consumimos y deterioramos a marchas forzadas. Cabe preguntarse si el nuevo mundo es en verdad finito, o seremos capaces, gracias a la imaginación de la humanidad, al perfeccionamiento de estrategias integrales para el largo plazo, a las tecnologías exponenciales en curso, a nuestra capacidad solidaria, colectiva de generar nuevas soluciones a problemas y décadas reales, cambiantes, con una mejora y optimización en el uso de recursos (su transformación y reciclaje), abrazando una apuesta colectiva por vivir una economía de la abundancia y no de la escasez, seríamos capaces de lograr el objetivo último que no es el crecimiento o no crecimiento, sino la prosperidad y bienestar inclusivos.

¿Estamos preparados como sociedad para comprometernos y responsabilizarnos con la complejidad, restricciones, obligaciones y solidaridad exigibles?

Estos días asistimos a unas cuantas pruebas que nos retan para pasar del discurso a la realidad. Prueba exigente de nuestra propia coherencia, de la diferenciada posición de partida y de “qué lado de la ecuación nos encontramos”. Nos hemos posicionado sin aparentes matices a una transición verde cuyo objetivo es salvar el planeta y enfrentar el cambio climático. Olas de elevadísimas temperaturas, incendios, etc. parecerían reforzar nuestra convicción (alguno ha dicho con solemnidad que el clima mata, cosa que hemos sabido desde siempre, ya sea por calor, frío, vivir a la intemperie, condiciones sociales y económicas de la salud, etc.). Sin embargo, asistimos, a la vez, a limitaciones energéticas (gas, precio, Rusia…) y sus consecuencias en nuestros bolsillos y calidad de vida. Rápidamente, al hablar de alternativas y posibles soluciones, algunos miran al carbón y reapertura de explotaciones consideradas altamente contaminantes y de elevado riesgo para la salud, otros recuerdan el impacto local positivo de centrales térmicas abandonadas, otros evitan demostrar su oposición al Shale Gas (en casa) para aplaudir su importación desde Estados Unidos y obvian la cadena “anti- ecológica” (tantas veces denunciadas como inaceptables por esas mismas voces, desde su origen hasta nuestro destino). Sin duda, salvar el planeta no es “sin-without” empleo y prosperidad actual, sino, sobre todo, “Beyond-más allá de…” aquel progreso deseado, también, para las generaciones actuales de las que formamos parte.

Esta misma semana, en la siempre recomendable lectura a los documentos de Mckinsey, encontramos un trabajo colaborativo muy ilustrativo: “Choosing to grow: the leader’s blueprint” (Eligiendo crecer. El plan de los líderes).

En él se recuerda cómo todo líder y/o máximo responsable de la empresa (gobiernos), aspira a crecer, de forma constante y permanente. No obstante, señalan que la cuarta parte de estas compañías no crecen en absoluto y en el periodo 2010-2019, tan solo el 8% de los que deciden proponérselo, lo hacían a un 10% anual. El crecimiento sostenido (no digamos sostenible) parecería imposible. La realidad, sostienen los autores, es que no solamente es posible o deseable, sino imprescindible. Eso sí, ha de ser una verdadera elección, contar con planes y decisiones explícitas para su logro, enmarcadas en una verdadera estrategia compartida. Como siempre, renunciar a esperar el futuro que nos venga y asumir el riesgo de elegir y comprometernos con aquel que quisiéramos alcanzar (y disfrutar). Para ellos, “el crecimiento representa el oxígeno de las organizaciones, el aliento de sus culturas, la savia motivadora e impulsora de ambiciones honestas, la máxima inspiración del propósito y sentido de aquello que hacemos”. Crecer es apostar por la retención y atracción de talento, es una ventana de oportunidades y fuente de la innovación, la generación de empleo, y entonces, cómo es posible se preguntan, que, en los últimos 30 años, solamente una de cada 10, de las 500 empresas del Índice Bursátil (S & P), haya registrado crecimiento. Aquellos que han destacado, presentan una serie de elementos comunes, sin distinción de las industrias en las que actúan: eligieron crecer, explicitaron sus planes, los comunican de forma permanente, los comparten, le confieren máximo valor e impulso estratégico, “evangelizan a propios y extraños”. Sobre sus decisiones aspiracionales, cuidan su coherencia y afrontan retos, riesgos enmarcados en su coherencia aspiracional.

Por otra parte, más allá de estos mensajes “empresariales”, el mundo que afrontamos exige una enorme convergencia de acciones, políticas y compromisos que condicionarán el ansiado “renovado estado de bienestar”. Nuestra prosperidad futura, nos lleva a ir más allá del crecimiento (que también) y de la nueva redistribución de rentas y producción. Parecería un galimatías o puzle no encajable de múltiples piezas dinámicas y cambiantes, pero todas ellas han de ser revisadas e incorporadas, de forma coherente, sinérgica, en ese verdadero espacio público-privado que hemos de seguir construyendo con verdadera intención y decisión. Hoy, quizás con mayor intensidad que en otros tiempos, vivimos un momento crucial caracterizado por una compleja sucesión de demandas y problemas que confieren un espacio caracterizado por exigencias sistémicas, demandantes de soluciones alternativas, disruptivas, que incidan no solamente sobre los resultados observables, sino sobre sus causas, revisando y reinventando (renovando) marcos estructurales, sistemas regulatorios, roles de los diferentes actores o jugadores, transformaciones profundas, integrales e integradas, cohesionadas.

La extraordinaria apuesta de Bismarck a finales del siglo XIX apuntando los incipientes sistemas de seguridad social con su hasta hoy sucesivas transformaciones innovadoras, los sistemas de salud (marco de “n” modelos de salud diferenciados), al igual que el permanente sistema de pensiones en continua adecuación (equitativa y sostenible, garante de un futuro posible), la inclusión en ellos de la cada vez mayor demanda de servicios sociales, influidas por las olas migratorias (voluntarias u obligadas), el futuro del trabajo y su potencial desacoplamiento con la educación-formación y la internacionalización diferenciadora, nos llevan a un apasionante “nuevo modelo de crecimiento y desarrollo”… no como objetivo en sí mismo, como pilar relevante, motor, de mucho más: la prosperidad, el bienestar anhelados. Un mundo que converge en una demanda individual y colectiva en torno a la equidad (espacial a la vez que temporal: en nuestro entorno próximo y mundial, para esta y futuras generaciones).

Muchos actores implicados, empezando por el esencial: nosotros mismos. ¿Responsabilidad, compromiso, opción personal e individual para acometer las transformaciones requeridas?

Beyond or without growth (…más allá del crecimiento o sin crecimiento). Nuevas ideas, nuevos caminos. Parafraseando a Michael Spence: “El futuro de la economía del crecimiento será la nueva convergencia para un mundo que se mueve a múltiples y variadas velocidades”.

¿Y si abandonamos aquello que hicimos bien?

(Artículo publicado el 17 de Julio)

Tiempos inciertos, sucesión de impactos que cuestionan el mundo conocido y en el que nos habíamos situado con mayor o menor satisfacción, costumbre o tolerancia, una coyuntura compleja y la necesaria e inevitable actitud reflexión para afrontar lo que parece un largo y complejo proceso de cambio y transformación. Llamamiento permanente -al menos en el discurso- a una intensa innovación colectiva, compromisos con una doble actitud, resiliente y disruptiva, acompañada de términos como repensar, reconstruir, reinventar hacia un deseado nuevo espacio de futuro, de oportunidades, de refuerzo democrático y de un bien común, consecuencia-objetivo de un mundo mejor.

Este es, de alguna manera, el cuadro más o menos generalizado que nos acompaña estos días en cualquier encuentro, debate o trabajo de análisis del presente y, sobre todo, de ánimo prospectivo para abordar cualquier proyecto o iniciativa de futuro.

Así, apuestas estratégicas (queridas u obligadas) que afrontamos personalmente, desde nuestras empresas, organizaciones o paises y sociedades, han de transitar por este cuadro base. Ya sea para repensar una “nueva” economía (¿de crecimiento?, ¿de desarrollo?), un “renovado” y “reformulado Estado de Bienestar”, una democracia real más allá de su formulación y práctica más o menos orgánica, de una empresa socialmente responsable atendiendo y compartiendo demandas, obligaciones, compromisos y resultados con todos sus stakeholders, una sociedad (y sus diferentes instituciones y gobiernos) consciente de su obligado compromiso con el dualismo derechos-obligaciones, beneficios-contribución, dar-recibir. Todo un tiempo apasionante, a la vez que exigente y demandante de redoblado esfuerzo individual y colectivo, de responsabilidad y solidaridad.

Abordar la búsqueda de “nuevas soluciones”, para hoy y para el futuro, para nosotros y para los demás, para esta y futuras generaciones, no es tarea fácil.

En esta línea, preparando un seminario veraniego, un colega me preguntaba sobre un inacabado papel que veníamos discutiendo sobre lo que yo titulaba (provisionalmente) “La perversidad de los Círculos Virtuosos”, animándome a “provocar” un debate sobre algunos de ellos, directamente señalados en la crisis post pandémica, como inflacionista y de guerra, convergentes en nuestra coyuntura actual.

Bajo esta referencia a dicha “perversidad de círculos virtuosos” me he preguntado sobre aquellas decisiones tomadas como acertadas en un momento concreto, que merecían nuestra valoración positiva y que tanto el tiempo, los cambios (muchas veces caprichosos), incontrolables o sus consecuencias imprevistas, han convertido en un punto negro, erróneos para la situación y demanda actual y que, en muchas ocasiones, han pasado de solución imaginativa  a problema heredado, invirtiendo el proceso inicial deseado: “Hacer de los problemas una oportunidad o solución”.

Hoy, hemos de preguntarnos y proponernos un planteamiento sugerente: ¿Y si abandonamos aquello que hicimos bien como paso previo a construir nuevos caminos de solución?

Sin duda, son muchos los ejemplos que hoy se esgrimen, por todas partes, para explicar la situación que vivimos. Por lo general, se mencionan para culpabilizar o reprochar a quienes tomaron (o apoyaron e hicieron posible, por activa o pasiva) dichas “banderas, caminos o decisiones”. Muchos ejemplos, variados, en todo sentido y con impactos diferenciados. Por citar algunos, podemos empezar por la invasión rusa en Ucrania, cuyas graves consecuencias (recordemos que los primeros y máximos perjudicados son los ucranianos) afectan, de forma directa o indirecta a todos y que acompañan hoy a todo discurso que pretende explicar (o justificar) la gravedad económica, la inflación, la crisis energética, la fragilidad geopolítica… La apuesta europea, en especial con decisiones lideradas por la ex-canciller alemana Angela Merkel, (gaseoducto y dependencia del gas ruso, cierre de fuentes alternativas de energía, ausencia de seguridad energética propia, velocidad de políticas por una economía verde), que llevaron a una especial consideración (muy alentada por Estados Unidos) de Vladimir Putin-Rusia como “amigo preferente” e invitado singular al G-8, G-20, OTAN, etc., y una Unión Europea lenta y escasamente comprometida con una rápida integración, cobertura mucho más que moral de Ucrania, por ejemplo. En su momento fue considerada (quizás lo fuera) una decisión acertada para favorecer la buena vecindad y normalidad diplomática-relacional de la Rusia post URSS con Occidente. Una interacción gasista se suponía podría suponer un Acuerdo “ganar-ganar”, fortalecedor de esa “nueva relación”. Hoy, constatada la falta de seguridad energética propia, de infraestructuras y tecnologías sustitutivas, de fuentes alternativas, parecería horrorizar al mundo sobre dicha opción. Decisiones que hoy nos encuentran escasamente preparados.

Seguridad, suministros, cadenas de producción y de valor que se han extendido a todo tipo de bienes y servicios. Abrazamos el “Just in time” como panacea de eficiencia, productividad, modelos de provisión y logística, abaratamiento de costes y reducción de inventarios, especialización productiva y externalización optimizadora, base de una rápida globalización. La ruptura observable, especialmente con el COVID, la relevancia del factor local, la “sorpresiva” conciencia de una extraordinaria capacidad manufactura y tecnológica excesivamente especializada, cuestiona las buenas decisiones tomadas. Asociados a positivas apuestas por la excelencia formativa en altos perfiles profesionales con titulación universitaria como máximo objetivo, se ha visto trastocada por la importantísima e imprescindible necesidad de profesiones esenciales, con muy diferentes perfiles académicos, cuya falta y escasez, paraliza el mundo, impide la aplicación de políticas socio-sanitarias vitales… y, de esta forma, podemos seguir aportando todo un cumulo de espacios cuyas consecuencias posteriores llevan a reconsiderar los caminos emprendidos.

¿Hemos de “desacoplarnos” respecto de China y desprendernos de lo aprendido, de “haberla” convertido en la fábrica del mundo (o al menos de las multinacionales estadounidenses)?, ¿Debemos hacer “volver a América” (o a Europa o a diferentes países para “producir en casa”?, ¿Hemos de profundizar en políticas-ayudas para el logro de “ganadores globales” que una vez conseguido su objetivo, requieran, cada vez menos del país-región del que surgen y de las “bondades” que ofrece su hinterland original?, ¿Es tiempo de desconcentrar lo concentrado e integrar procesos, unidades y espacios de la cadena total?, ¿Y la especialización inteligente excesivamente limitada? o, por supuesto, la avanzada algoritmia financiera y concentración de decisiones (en base productiva global) perturbadoras de comportamientos esperables, o las llamadas “políticas de consenso” más limitantes que aspiracionales y transformadoras, convirtiéndose más en un veto paralizante que un motor acelerador del objetivo o propósito buscado… Así, cientos de elementos concatenados, con denominadores comunes, base de acierto inicial en momentos y decisiones básicas y que, con el tiempo, se vuelven perversas coadyuvantes de los problemas y consecuencias negativas.

Resulta importante recordar “el momento” de las tomas de decisiones. Responden a la mejor interpretación y gestión de la “llamada información perfecta” que es aquella de la que se dispone cuando ha de tomarse. Implica riesgo y si bien contempla consecuencias permisibles o posibles, no puede evitar la mayoría de las dinámicas incontrolables que habrían de darse con el paso del tiempo.

Sin duda, hemos de convencernos de la necesidad de vivir en un aprendizaje permanente. Proceso que convive, también, con un “desaprender” ante mundos nuevos. Huir de “pensamientos únicos dominantes”, rechazar mesiánicas profecías de “la única alternativa razonable, sensata y de sentido común es la que os presento” que escuchamos con demasiada frecuencia. Perversidad de decisiones acertadas.

Una vez visto… Muchas veces, reconducir el camino emprendido, facilita la búsqueda de aquello que deseamos.