(Artículo publicado el 25 de Abril)
En mi último artículo en esta columna de opinión (¿Crecer para todos?) insistía en torno al «enigma del crecimiento» y la creciente corriente a debate en torno al nuevo concepto que desde las propias entidades multilaterales pro-globalización y libre mercado, se presenta como una «globalización inclusiva» que pretende reconducir las políticas desde el foco esencial del crecimiento en sí mismo hacia la manera de afrontar nuevos modelos de desarrollo económico desde la equidad y el reparto de beneficios, más allá de la generación concentrada de riqueza y recursos de forma desigual y excluyente.
Hoy, insisto sobre esta realidad de primer orden que pasa a ocupar el debate central en la agenda económica, social y política a lo largo del mundo. Preocupación y prioridad no en exclusiva para un mundo intelectual, académico o de retórica de salón, sino esencial para orientar objetivos, soluciones y compromisos al servicio de las demandas reales de la Sociedad, sus agentes y, por supuesto, de los niveles de vida y bienestar de las soluciones.
En este debate, podemos acudir a una en apariencia anécdota que permite acercarnos a las «paradojas» de la mundialización. Tras el resultado electoral en Francia del pasado domingo, su «primera vuelta» trajo como consecuencia el enfrentamiento de dos candidatos que, de inmediato, han dado lugar a la concentración de etiquetas confrontadas que, en teoría, facilitan u obligan la elección del futuro Presidente de Francia el próximo día 7 de mayo. El ganador inicial y previsible receptor del 62% de los votos, Macron, parecería recibir el apoyo de sus excompañeros de partido y gobierno (Socialista) y de un elevado número de centro-derecha republicanos, de los no votantes (Instituciones europeas, medios de comunicación y gobiernos extranjeros, Bolsas de Valores y Mercados de Capital…), así como la duda de la Izquierda populista de Mélenchon. Le Pen, por el contrario, recibiría el castigo en un «todos contra ella» como mal menor para no superar el 32% de los votos. Así, la simplificación del Europeísta y liberal (o «naranjito francés») ganaría a la xenófoba y ultra derechista nacionalista. Francia, la Unión Europea, el mundo en general respiraría tranquilo y el modelo vigente avanzaría por encima de incertidumbres y alteraciones no deseadas.
Sin embargo, bastaron escasas 24 horas para que ambos candidatos «coincidieran» en la población francesa de Amiens (Departamento de Somme) ante los trabajadores en huelga a las puertas de la fábrica de una multinacional expuesta a un cierre o reconversión fruto de la «deslocalización» en curso. Mientras Le Pen era recibida con aplausos, selfis y declaraciones de voto «por defender nuestros puestos de trabajo», Macron era abucheado (en su propio pueblo) acusado de «banquero neo-liberal y defensor de los accionistas extranjeros». Macron escribía en su cuenta de twitter (@Emmanuel Macron): «MLP=10 minutos con sus seguidores en un parking delante de las cámaras; yo: 1 hora y 15 minutos trabajando con los sindicatos, sin prensa. El 07/05, cada uno elegirá».
¿Realidad y Percepción; etiquetas y contenidos; preocupación e intereses personales o principios y beneficios generales?
La respuesta reviste enorme complejidad. Tras años de un intenso y en apariencia sostenible crecimiento, junto a los logros «globales» observados, la desigualdad, el estancamiento en los niveles de vida provoca una clara convulsión política. Un pensamiento común parece alumbrar el gran peligro: «El final del Orden Económico de post-guerra» anunciado de mil formas a lo largo de múltiples foros, que, según un amplio número de analistas, vendría explicado por la crisis de 2008, la pérdida de expectativas de mejor nivel de vida para la próxima generación, la impronta de los populismos, el protagonismo de los nacionalismos y la confortabilidad de unos pocos, suficientemente supervinientes al cataclismo, protegidos por situaciones relativas de privilegio ya sea por su empleo público asegurado de por vida, por su patrimonio y ahorros o por situaciones diversas que les sitúe en mejores posiciones comparadas. Pero surgen unas cuántas dudas al respecto: ¿y si la crisis mencionada no hizo sino destacar el parón y rumbo equivocado que ya venía experimentando el crecimiento?, ¿y si la globalización ni era tan perfecta y deseable para todos, ni era la mejor fórmula para facilitar el comercio, la mundialización, la competitividad y el bienestar?, ¿y si la débil gobernanza pública no ha sido capaz de ordenar y gestionar el proceso?, ¿y si la toma de decisiones empresariales no ha sido la adecuada para entender los cambios y llevar a buen puerto los objetivos indicados?, ¿y si factores externos como el envejecimiento, los cambios demográficos, tecnologías y educativos son más relevantes y condicionantes de lo que pasa?, ¿y si no sabemos lo que debemos medir y seguimos hablando de PIB, de paro registrado, etc.?, ¿y si cuando hablamos de crisis y no crecimiento hablamos del Occidente europeo y norte americano y nos olvidamos de lo que pasa en el mundo emergente y en desarrollo que supone «tan solo» las 2/3 partes de la población mundial, viviendo y creciendo a otro ritmo? Quizás sea momento de pensar en hacer algo diferente.
Es posible que una buena aproximación empiece por ordenar causas y consecuencias y no tratar todo como un conglomerado sin orden, ni concierto y, lo que es peor, sin preocuparnos por entender su verdadero significado y generando confusión, uso equivocado de términos y descalificaciones de «otros» atendiendo a nuestros intereses particulares. ¿Debemos empeñarnos en un continuismo que no parece ofrecer los resultados objetivo? Atendiendo al ejemplo francés anteriormente mencionado, ¿diríamos que Macron no es un nacionalista francés, no dirigió un Ministerio de Economía con políticas «proteccionistas» en defensa de empresas tractoras insignia del motor económico francés, o no ha criticado las políticas europeas de «austeridad y estancamiento», de migración, etc. que, entre otras cosas, le llevaron a dejar su espacio socialista y el Gobierno de Hollande para transitar, en apariencia, sin partido?, o por el contrario, ¿es Marie Le Pen menos nacionalista (francesa) que Rajoy (nacionalista español)?, ¿es el apoyo de Le Pen el aumento del gasto en defensa y la intervención unilateral de Trump en Siria menor o diferente al de Rajoy al conjunto de ministros y exministros de Defensa europeos? o ¿será Macron un neoliberal al servicio del capital como dirían algunos sindicalistas y populistas de nuestro entorno a la vez que destacan, por contraste, en el exterior, nuestras políticas económicas y sociales?, ¿tiene sentido que el líder de la izquierda francesa Mélenchon dude en pedir el voto a Le Pen y no a Macron o que el sindicato CFDT en Francia destruya sus oficinas ante la filtración de su posible apoyo al exministro socialista?
Demasiados preguntas y posiciones contrapuestas. No parece que las definiciones y clasificaciones simples de unos y otros sirvan para explicar o definir ni la ideología de cada uno de ellos, ni el perfil de quien les vota.
A falta de respuestas bajo el prisma mencionado, nos encontramos «bloqueados y atrapados en el pasado equivocado» tal y como publicaba hace unas semanas el subdirector gerente del FMI, Tao Zhang, defendiendo una reorientación hacia el crecimiento inclusivo. En su caso, insiste no solamente en la necesidad de implicarse en superar secuelas de la crisis financiera, sino avanzar hacia la reactivación de la productividad (aspiración, inspiración, esfuerzo, incentivos, no penalizar el éxito ético…), como atributos esenciales de nuevas políticas completas e integradas que repiensen educación y empleo, compensación, salud, inclusión financiera, redes de protección y políticas redistributivas, orientadas a criterios y objetivos encaminados a mitigar la desigualdad.
En este contexto, hace unos días se presentaba en Bruselas un documento del laboratorio europeo para la competitividad y el crecimiento inclusivo con una serie de ideas prácticas «más allá de la balanza entre equidad y eficiencia». Fruto del trabajo conjunto del World Economic Forum, del Banco Europeo de Inversiones y del Think Tank Bruegel, pretendemos facilitar un debate entre la totalidad de agentes económicos, sociales e institucionales para futuras estrategias y políticas europeas, que devuelvan al corazón del modelo europeo, la inclusión, el bienestar como esencia de su política económica, y una nueva de gobernanza, capaz de poner en valor no ya la profunda contribución europea a la paz, la libertad, el desarrollo económico y social en el tiempo de post-guerra, sino, sobre todo, reforzar sus fortalezas para devolver a Europa el poder y compromiso de transformación y avance, referente de un espacio protagonista y líder de su futuro. Los desafíos observables no pueden traducirse ni en parálisis, ni desesperanza, ni frustración o desafección. Por el contrario, son acicates y revulsivos para convertirlos en líneas de solución. Obviamente, el trabajo realizado no es una panacea, ni la esperada y ansiada caja de pandora. Es una iniciativa constructiva, con más preguntas que respuestas, que se une a todo un movimiento generalizado a lo largo del mundo, en marcha, en favor de una nueva manera de afrontar modelos económicos, políticos y sociales al servicio de un desarrollo (y crecimiento, si fuera preciso y necesario, en según qué condiciones) inclusivo, invirtiendo la ecuación y respondiendo a las adecuadas relaciones trabajador-consumidor, contribuyente-beneficiarios, economía-sociedad, en planteamiento, respuesta y reparto simultáneos.
La capacidad social, el capital humano, la institucionalización democrática de recursos y agentes, predeterminarán una nueva manera de provocar un mundo futuro diferente, más allá de proyecciones y predicciones sobre las bases y estadísticas del pasado.
Hoy que Europa, bien por decisión propia, bien por obligada respuesta a factores relevantes como el Brexit, por ejemplo, se ve obligada a replantear su futuro, convendría evitar la tentación del gatopardismo para fingir que cambiamos para seguir haciendo lo mismo. No dejemos que un pasado repleto de logros, sin duda, impida abrazar nuevas líneas de pensamiento acordes con demandas insatisfechas.
Así, seremos capaces de «desbloquear las fuentes reales de una nueva manera de entender el mundo en el que habremos de movernos». Y, por supuesto, parafraseando el tweet de Macron, «cada uno elegiremos; o continuar atrapados en las no soluciones del pasado, o asumir el riesgo de repensar un futuro distinto». Hoy en Francia, mañana, una a una, en todas partes.