(Artículo publicado el 10 de Diciembre)
Padecer el infernal tráfico de Nueva York, su desorden en la gestión del transporte de mercancías en el interior de Manhattan y perder casi tres horas en llegar hasta el aeropuerto JF Kennedy para volar a Europa no es síntoma suficiente para constatar el progresivo deterioro de la competitividad estadounidense, pero sí un elemento más que se une al anunciado nuevo (ya estructural repetido año a año) shortcut o congelación del gasto público de Washington, que obliga a paralizar la administración, generalmente, y ahora con el presidente Trump, con mayor intensidad y focalización en los servicios públicos vinculados a salud, educación y administración ordinaria por no citar a servicios de emergencia -bomberos incluidos- en plena catástrofe como la provocada por los incendios en California y las oleadas de nieve previstas para este fin de semana en la nueva ola fría que avanza desde Texas hacia Nueva Inglaterra. Sin embargo, sí es una grave preocupación, ampliamente constatada, la parálisis política de Washington en un bipartidismo consolidado, confrontado, bipolar y a juicio de los ciudadanos incapaz de afrontar los desafíos y retos del país y sus habitantes. La amenaza del creciente y galopante déficit histórico de los Estados Unidos aparece y desaparece en las agendas de sus señorías según el momento, la coyuntura política y el deseo prioritario de su presidente, ya sea para infravalorarlo y acometer nuevos programas o para paralizar toda acción de gobierno trasladando la responsabilidad a quienes no le aprueban su presupuesto, como es el caso esta semana. El senador Sanders descalificaba ayer a Trump y a los republicanos recordando que si el apoyo que piden «por responsabilidad patriótica» es el de apoyar a un gobierno que solo gobierna para quienes financiaron su campaña y abandona a los ciudadanos desfavorecidos, bien puede permanecer cerrado el gabinete hasta que alguien negocie desde un compromiso con la población. Así las cosas, Trump se ocupa de lo suyo y provoca al mundo trasladando su embajada en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén, lo que incendia los ánimos del frágil consenso interreligioso e internacional en torno a la ciudad santa de todos.
En este breve contexto, desde el privilegio del encuentro anual de la red MOC del Instituto de Estrategia y Competitividad de Harvard (que ya reúne a 140 universidades e institutos en los cinco continentes), bajo la dirección del profesor Michael E. Porter, teníamos la oportunidad de ocuparnos de lo que consideramos la mayor de las preocupaciones del momento: ¿Cómo generar prosperidad sostenible e inclusiva a lo largo del mundo, mejorando de forma permanente el nivel y calidad de vida de los ciudadanos co-creando valor entre las empresas y la sociedad? En definitiva, entender la competitividad y el bienestar como un todo inseparable, compartiendo valor entre empresas, sociedad y gobiernos para generar beneficios económicos y sociales a la vez.
En este proceso, resulta indispensable trasladar la necesidad de una búsqueda permanente del propósito, el compromiso y la responsabilidad implicables a todos los actores. No se trata de academia y/o investigación y docencia teórica de autoafirmación y complacencia individual sino de transformar el mundo generando impacto positivo en los demás.
Así, con este propósito -más allá del aprendizaje mutuo que las diferentes experiencias desarrolladas a lo largo del mundo y los avances aportados a los modelos y conceptos en materia de competitividad, clusterización, estrategia, liderazgo, innovación, valor compartido y desarrollo endógeno como guías de nuestro trabajo-, el encuentro contó con un nuevo mensaje provocador, valiente, arriesgado y comprometido. Porter, en su permanente viaje estratégico hacia la competitividad, explora el mundo de los gobiernos y de la política en relación a su capacidad real de dar respuesta a las demandas y desafíos exigibles por el bien común y los complejos y volátiles tiempos que vivimos. Si ya hace un año publicaba una primera aproximación a la idea de que uno de los mayores impedimentos para el buen desarrollo de la economía estadounidense era Washington, en esta ocasión ha presentado una nueva publicación sobre por qué la ausencia de competición real en la industria de la política en Estados Unidos está fracasando (Why competition in the politics industry is failing in America. A strategy for reinvigorting our democracy), aportando una novedosa aproximación conceptual y práctica que recomienda una línea de trabajo para revigorizar la democracia. En compañía de Katherine Gehl, prestigiosa empresaria, ejecutiva y política con un amplio trabajo de investigación social y activa, Porter no aborda este trabajo por casualidad. En 2016, tras casi dos años de trabajo, junto con otros colegas de la Universidad de Harvard, publicaba los resultados de una macroencuesta realizada a todos los egresados de la Universidad en los últimos 15 años, la inmensa mayoría de los cuales ocupaban puestos relevantes en el mundo de la empresa, el gobierno, la academia y las instituciones sin ánimo de lucro. El informe (Problems unsolved and a divided nation. US Competitiveness Project) comparaba el estado de la competitividad de los Estados Unidos con los primeros países del mundo, y no salía muy bien parado, mostrando una grave caída en los rankings históricos. Llamaba la atención que el factor destacado como principal obstáculo, débil y en progresivo deterioro, era «el sistema político estadounidense». Situado en el peor de los cuadrantes resultantes, contrastaba con la manifestación de la importancia que los mismos encuestados daban a contar con un buen sistema político que, además de garantizar la democracia, actuara motivado por el bien común afrontando los riesgos y desafíos, en este caso, de la competitividad de su país, economía y sociedad. La conclusión era despiadada: «Si bien en el pasado era admiración y referente mundial de innovación, modelo democrático y de impulso económico, hoy es el mayor de los obstáculos para afrontar los desafíos del mañana».
A partir de ahí, el trabajo se centró en un novedoso análisis del sistema y la política como una industria en sí mismo. Aplicando su contrastado y prestigiado modelo de las cinco Fuerzas como herramienta indispensable para analizar cualquier industria en la que se sitúa cualquier empresa en cualquier lugar, se analizó la Industria de la Política estadounidense. Entresacamos algunas claves.
La primera preocupación y motivo de seria reflexión es la constatación de que pese a lo que se cree, «la política americana no está fracasando en su objetivo, porque precisamente, su objetivo no es el servicio o bien común sino la pervivencia del duopolio que la propia clase política se ha encargado de crear, fortalecer, reforzar y blindar con sus propias reglas del juego». Por tanto, el sistema no está roto sino que hace aquello para lo que ha sido diseñado. Desgraciadamente, según este análisis, mientras la sociedad espera del sistema político del que se supone se ha dotado de forma libre y democrática, soluciones reales, eficientes, efectivas y aplicables en tiempo, forma y coste equitativos e inmediatos a sus problemas sentidos o percibidos con intensidad por las mayorías y, en especial, por las clases desfavorecidas, el sistema aplaza promesas, no propone soluciones aceptables y, lo que es peor, los pospone evitando riesgos con la complacencia de un electorado que les ha elegido y que, no obstante, no exige ni evalúa resultados. El informe se detiene en un minucioso catálogo de datos elocuentes. Mientras el 78% de las iniciativas en el 114 Congreso americano quedaron en el tintero, bloqueadas por el partido que no las presentaba, o las grandes reformas anunciadas (la fiscal, de salud o de control del déficit) que defendían en campaña la totalidad de los candidatos con el presidente Obama a la cabeza y la corresponsabilidad del líder de la oposición republicana, se convirtieron en vanas esperanzas no aplicadas, ninguno fue penalizado en las urnas. Obama repitió mandato, Ryan se convirtió en el líder y speaker de la Cámara y el 90% de los representantes y congresistas elegidos repetían escaño.
Otra denuncia del informe es el hecho de que la no competencia o competencia bipartidista en duopolio es escasamente saludable. Se trata de posicionarse con mensajes y actitudes mutuamente excluyentes, demonizando al contrario con o sin justificación y razonamiento alguno, salvo en casos de acuerdos del establishment, generalmente a favor del mantenimiento y blindaje de las propias reglas del juego que les hacen perdurar intercambiando continuamente puestos, posiciones de representación y financiación lateral o paralela. Un sistema que ha corrompido la comunicación abierta y transparente y que utiliza los instrumentos oscuros del Estado -aquí les llamaríamos «las cloacas del Estado» de las que Felipe González se jactaba de utilizar para defender la democracia y de las que el Gobierno Rajoy ha hecho un buen uso como el ejercicio de la policía política ha demostrado con las acciones de sus ministerios del Interior- y las frecuentes fake news (noticias falsas) desde el corazón del gobierno, sus servicios de inteligencia o medios de comunicación afines.
Este pequeño muestrario de su análisis se extiende a todos los elementos que componen la «nueva industria» y se cierra con un capítulo de recomendaciones que tienen dos destinatarios: uno, el propio sistema y sus jugadores; son ellos los que pueden y deben cambiar sus objetivos y reglas del juego atendiendo a lo que llamaríamos los cambios y megatendencias de los ciudadanos si quieren mantener el modelo, de la misma forma que las empresas han de entender los tiempos y olas de cambio en las reglas del juego y la entrada de nuevos jugadores, la política estadounidense debe afrontar su propio cambio. Y dos, la sociedad civil estadounidense, quienes consolidan y blindan la industria política, son precisamente los ciudadanos que les votaron y dieron un mandato determinado. Si el sistema falla y/o no responde a lo que la ciudadanía espera, está en sus manos su transformación.
Sin duda, se trata de un informe que ha de generar una gran polémica. Entre otras cosas, ¿el sistema y política estadounidense es una industria en si misma? ¿Es una industria especial que ha de cumplir reglas del juego diferentes a las de otras? ¿Es en realidad el gran obstáculo de la competitividad y prosperidad de los Estados Unidos? No hay respuestas concluyentes, pero sí preguntas a plantearse. Por encima de todo, la relevancia de la importancia e impacto de la política y los gobiernos en la economía, el bienestar y la prosperidad incluyente de los ciudadanos. La política y las cosas del gobierno no son cuestiones separadas y aplazables en el tiempo de las cosas «que de verdad importan» a las personas y a las empresas. Estados Unidos parece entenderlo y muestra su preocupación por el estado de la cuestión. Su rol mundial decrece; su liderazgo competitivo, también, las desigualdades en su seno aumentan y la insatisfacción se generaliza. Los estadounidenses valoran el papel de la política y sus gobiernos como elementos esenciales en la solución, pero hoy muchos (uno de cada cinco) lo ve como el mayor obstáculo para la solución de sus demandas y desafíos. Esto también es competitividad, riqueza, bienestar, igualdad y co-crear valor y prosperidad.