(Artículo publicado el 13 de Septiembre)
Desarrollo económico, inclusivo y sostenible. Beneficios económicos-empresariales, beneficios sociales y comunitarios, beneficios sostenibles para el planeta. Es decir, políticas, modelos de negocio y objetivos para un desarrollo sostenible pensando en/desde/por las personas.
De una u otra forma, el marco general de actuación en un contexto no ya pandémico sino sobrevenido por múltiples factores previos a lo largo del tiempo, la explicitación de las diferentes apuestas estratégicas de país, a lo largo del mundo, parecerían coincidir (o aproximarse) con este conjunto de ideas fuerza que señalaría las piezas esenciales de toda hoja de ruta, para el tránsito, a largo plazo, de la búsqueda de respuestas ante los principales desafíos globales a los que hemos de responder: suprimir (mitigar) la desigualdad, facilitar un desarrollo verdaderamente inclusivo, aportar beneficios económicos y sociales a la vez, generar modelos, productos y soluciones empresariales que respondan a las necesidades y demandas prioritarias de la sociedad (en especial desde grupos y poblaciones más vulnerables, aisladas y/o marginales)… y hacerlo posible, viable, sostenible, financiable. Evidentemente, además, juntos y para todos. Estrategias de valor compartido empresa-sociedad, colaborativas y coopetitivas público-público, público-privado y privado-privado. En principio, de una u otra forma, sería la “receta” y compromiso del momento. Tiempos de emergencia, cambio, innovación y nuevas actitudes desde sociedades resilientes capacitadas para afrontar exigencias inciertas (algunas desconocidas), en tiempos poco predecibles o gestionables, sometidos a todo tipo de reivindicaciones según la posición en que nos encontramos todos y cada uno de nosotros, exigiendo respuestas inmediatas desde el hoy acuciante y el temeroso futuro esperable. Tiempo de responsabilidad, apuestas estratégicas y visiones compartidas.
Reforzar (reinventar) la salud, redefinir los sistemas educativos, preparar la formación para el empleo, rediseñar las administraciones y servicios públicos, acelerar las revoluciones verdes (Green Deal), digital (sociedad 5.0), manufactura inteligente, trabajo-tecnología-empleo, reinventando (y asegurando) el estado de bienestar (para aquellas sociedades que de una u otra forma estamos en ella) o construirla (para la inmensa mayoría del planeta que aún no ha llegado a sus fases iniciales). Reclamos, propuestas, planes, ¿sueños?
Articular el puzle integrador de todas las observaciones anteriores viene siendo el objetivo y esfuerzo de empresas, gobiernos y ONG’s, con especial intensidad, en los últimos años.
Esta semana, todo tipo de planes, programas de gobierno, planes y visiones y estrategias empresariales, plataformas académicas de todo tipo y cariz, se esfuerzan en encontrar la “piedra filosofal”. ¿Cómo unir soluciones económicas, sociales, sostenibles cohesionadas, a la vez, al servicio de las necesidades de la gente y del planeta? En este marco general, encontramos una nueva pieza de gran valor que puede ayudarnos a centrar el tema y avanzar en una interesante línea de trabajo: “Hybrid Metrics: Connecting Shared Value to Shareholder Value” (Métricas híbridas. Conectando el Valor Compartido con el Valor del Accionista), dirigido por Mark Kramer con la participación directa de la Shared Value Initiative (Iniciativa líder en el Valor compartido empresa-sociedad), la Universidad de Harvard (desde su ISC-SHV INITIATIVE, bajo liderazgo de Michael E. Porter), empresas de reconocido liderazgo en este espacio de conocimiento y práctica, y contribuciones de expertos internacionales que vienen liderando iniciativas relacionadas. Un intento más por avanzar en el intenso y amplio debate transformador a la búsqueda de soluciones que, además trasciendan del espacio reduccionista del accionista (Shareholder) hacia la totalidad de personas y grupos implicados y/o de interés (stakeholders), participando tanto en la generación como en la distribución del valor aportado a una sociedad, no solo pasiva y receptora, sino facilitadora e inmersa, activa, en el proceso, origen-medio-destino.
Desde el lanzamiento del movimiento para la co-creación de Valor Compartido Empresa-Sociedad por los profesores Porter-Kramer, su creciente plataforma a lo largo del mundo y otras interesantes iniciativas que, a su vez, van asentando su generalizado interés (ESG: Environmental, Social or Governance factors, Inversión Verde, la Iniciativa Global de Reporte e Información empresarial -GRI-, SASB-Contabilidad sostenible…), además de la progresiva evolución de los conceptos en el entorno de la filantropía, responsabilidad social corporativa y múltiples modalidades de Valor Compartido, además de los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, persiste una de las grandes dificultades consistente en la complejidad de encontrar sistemas de indicadores y medidas para integrar el verdadero y medible resultado o impacto de una política, visión, estrategia integradora de la economía (y financiera), de lo social, su impacto en la Comunidad y la aportación al planeta, en el largo plazo. La mayoría de los ingentes esfuerzos que vienen aportando un extraordinario valor transformador, intentan aproximaciones a un sistema de medición que o bien, hasta hoy, continúa siendo un listando separado de indicadores financieros (se supone que medibles, objetivos y estandarizados. Otro día hablaremos de lo que dice y no dice el generalizado EBITDA) y retorno de la inversión, valoraciones más cualitativas y derivadas como “consecuencia indirecta” en su aportación social, y, una estimación subjetiva, la más de las veces, de “costes evitados” en la salvación del planeta. Aportaciones valiosas, sin duda, pero que, como indican los autores de este documento: “Estamos inmersos en una doble narrativa. Una nos cuenta que tan rentable es una compañía, o lo cumplidor y eficiente en términos de PIB y presupuesto un gobierno o país determinado, y otra que relata lo buena que es para la gente y el planeta, con enormes dificultades para medir lo que se supone genera y mucho menos discernir si alguien lo hace mejor que los demás”.
Este Informe, por supuesto, tampoco aporta la solución final o mágica. Pretende explorar una nueva aproximación que posibilite una conexión real y directa, explicita, entre las medidas financieras, medio ambientales y sociales, con el propósito conductor del cambio de actitud, concepción de los líderes corporativos, sobre todo, inversores y gobernantes para romper la brecha que separa análisis independientes y no integrados de la tripleta objetivo que se persigue. La experiencia muestra como la proliferación de Informes existentes son interpretados y utilizados de forma separada y que, rara vez, forma parte conjunta del proceso de toma de decisiones clave. Introducir métricas híbridas está siendo de valor real por distintos tipos de industrias (energía, seguros, salud, alimentación, papel, servicios, finanzas) fijando la conexión real ante métricas financieras tradicionales en relación con acciones/resultados sociales o medio ambientales. Modelos y procesos no exentos de debates y confrontación, incluso oficial y administrativa en términos reguladores cuestionando la eficiencia y resultados tanto por abrazar la fuerza del Propósito empresarial como la extensión del valor a todos los implicados en su generación y no solamente al accionariado.
Ahora bien, la apuesta del último informe mencionado, fiel a sus principios inspiradores (Shared Value-Valor compartido), fija un proceso y alcance comprometido, en el que principios, valores, propósito, marcan la diferencia. El proceso seguido vincula, como primer paso, la necesidad de un marco real de co-creación de valor compartido con objetivos simultáneos de crear valor (social/ambiental/comunitario), así como rentabilidad y ventaja competitiva garantes del desarrollo sostenible. Si se establece una visión y estrategia determinada “más allá del EBITDA y la cuenta de resultados en un horizonte de largo plazo, no pueden mantenerse sistemas de seguimiento, evaluación y decisión trimestral”, relegando a un discurso articulado su impacto social en consecuencia. Es decir, ha de reformularse una verdadera proposición de valor única y diferenciada (diferenciación, innovación, propósito, resultados e impacto social, sostenibilidad), al que ha de alinearse perfectamente el modelo de negocio esencial (y aquellos otros que complementen su porfolio completo) y establecer los instrumentos facilitadores de la creación de una significativa contribución de resultados y beneficios. Es decir, generar impacto real en todas tus aspiraciones y programas esenciales.
Como es esperable, el logro de estas métricas no supone, tan solo, reescribir un cuadro de mando o declaraciones e indicadores, sino explicitar la visión, estrategia y compromiso escalonado para el logro de estas conexiones híbridas, fijando un marco claro (debidamente comunicado) a todos (al interior de los Consejos de Administración y Dirección, a la totalidad e la organización, a inversores y terceros relacionados, a las Comunidades de las que se forma parte), de forma que el proceso se interiorice y la gente asuma la integridad del compromiso híbrido. La gente ha de convencerse que las actividades y apuestas esenciales de creación de valor crean, de verdad, valor económico-financiero (también) y no que se trata de un “añadido graciable” al resultado financiero buscado.
En definitiva, ahora que el mundo, la sociedad, las diferentes instituciones y las empresas parecemos orientados hacia una especie de “nuevo futuro”, preocupados por respuestas integradas en los resultados económicos, sociales y medio ambientales y que pareceríamos diseñar instrumentos, políticas y planes de apoyo, respuestas y solución hacia el triple objetivo, indisociable, merecería la pena repensar la manera de medir su impacto y facilitar la manera de lograrlo, asumiendo los compromisos que lo hacen posible.
No existe la receta mágica, ni la fórmula única. Lo que sí tenemos son hojas de ruta con suficiente solvencia y recorrido para explorarlos.