¿Nuevas métricas para un triple objetivo económico, social y de sostenibilidad?

(Artículo publicado el 13 de Septiembre)

Desarrollo económico, inclusivo y sostenible. Beneficios económicos-empresariales, beneficios sociales y comunitarios, beneficios sostenibles para el planeta. Es decir, políticas, modelos de negocio y objetivos para un desarrollo sostenible pensando en/desde/por las personas.

De una u otra forma, el marco general de actuación en un contexto  no ya pandémico sino sobrevenido por múltiples factores previos a lo largo del tiempo, la explicitación de las diferentes apuestas estratégicas de país, a lo largo del mundo, parecerían coincidir (o aproximarse) con este conjunto de ideas fuerza que señalaría las piezas esenciales de toda hoja de ruta, para el tránsito, a largo plazo, de la búsqueda de respuestas ante los principales desafíos globales a los que hemos de responder: suprimir (mitigar) la desigualdad, facilitar un desarrollo verdaderamente inclusivo, aportar beneficios económicos y sociales a la vez, generar modelos, productos y soluciones empresariales que respondan a las necesidades y demandas prioritarias de la sociedad (en especial desde grupos y poblaciones más vulnerables, aisladas y/o marginales)… y hacerlo posible, viable, sostenible, financiable. Evidentemente, además, juntos y para todos. Estrategias de valor compartido empresa-sociedad, colaborativas y coopetitivas público-público, público-privado y privado-privado. En principio, de una u otra forma, sería la “receta” y compromiso del momento. Tiempos de emergencia, cambio, innovación y nuevas actitudes desde sociedades resilientes capacitadas para afrontar exigencias inciertas (algunas desconocidas), en tiempos poco predecibles o gestionables, sometidos a todo tipo de reivindicaciones según la posición en que nos encontramos todos y cada uno de nosotros, exigiendo respuestas inmediatas desde el hoy acuciante y el temeroso futuro esperable. Tiempo de responsabilidad, apuestas estratégicas y visiones compartidas.

Reforzar (reinventar) la salud, redefinir los sistemas educativos, preparar la formación para el empleo, rediseñar las administraciones y servicios públicos, acelerar las revoluciones verdes (Green Deal), digital (sociedad 5.0), manufactura inteligente, trabajo-tecnología-empleo, reinventando (y asegurando) el estado de bienestar (para aquellas sociedades que de una u otra forma estamos en ella) o construirla (para la inmensa mayoría del planeta que aún no ha llegado a sus fases iniciales). Reclamos, propuestas, planes, ¿sueños?

Articular el puzle integrador de todas las observaciones anteriores viene siendo el objetivo y esfuerzo de empresas, gobiernos y ONG’s, con especial intensidad, en los últimos años.

Esta semana, todo tipo de planes, programas de gobierno, planes y visiones y estrategias empresariales, plataformas académicas de todo tipo y cariz, se esfuerzan en encontrar la “piedra filosofal”. ¿Cómo unir soluciones económicas, sociales, sostenibles cohesionadas, a la vez, al servicio de las necesidades de la gente y del planeta? En este marco general, encontramos una nueva pieza de gran valor que puede ayudarnos a centrar el tema y avanzar en una interesante línea de trabajo: “Hybrid Metrics: Connecting Shared Value to Shareholder Value” (Métricas híbridas. Conectando el Valor Compartido con el Valor del Accionista), dirigido por Mark Kramer con la participación directa de la Shared Value Initiative (Iniciativa líder en el Valor compartido empresa-sociedad), la Universidad de Harvard (desde su ISC-SHV INITIATIVE, bajo liderazgo de Michael E. Porter), empresas de reconocido liderazgo en este espacio de conocimiento y práctica, y contribuciones de expertos internacionales que vienen liderando iniciativas relacionadas. Un intento más por avanzar en el intenso y amplio debate transformador a la búsqueda de soluciones que, además trasciendan del espacio reduccionista del accionista (Shareholder) hacia la totalidad de personas y grupos implicados y/o de interés (stakeholders), participando tanto en la generación como en la distribución del valor aportado a una sociedad, no solo pasiva y receptora, sino facilitadora e inmersa, activa, en el proceso, origen-medio-destino.

Desde el lanzamiento del movimiento para la co-creación de Valor Compartido Empresa-Sociedad por los profesores Porter-Kramer, su creciente plataforma a lo largo del mundo y otras interesantes iniciativas que, a su vez, van asentando su generalizado interés (ESG: Environmental, Social or Governance factors, Inversión Verde, la Iniciativa Global de Reporte e Información empresarial -GRI-, SASB-Contabilidad sostenible…), además de la progresiva evolución de los conceptos en el entorno de la filantropía, responsabilidad social corporativa y múltiples modalidades de Valor Compartido, además de los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, persiste una de las grandes dificultades consistente en la complejidad de encontrar sistemas de indicadores y medidas para integrar el verdadero y medible resultado o impacto de una política, visión, estrategia integradora de la economía (y financiera), de lo social, su impacto en la Comunidad y la aportación al planeta, en el largo plazo. La mayoría de los ingentes esfuerzos que vienen aportando un extraordinario valor transformador, intentan aproximaciones a un sistema de medición que o bien, hasta hoy, continúa siendo un listando separado de indicadores financieros (se supone que medibles, objetivos y estandarizados. Otro día hablaremos de lo que dice y no dice el generalizado EBITDA) y retorno de la inversión, valoraciones más cualitativas y derivadas como “consecuencia indirecta” en su aportación social, y, una estimación subjetiva, la más de las veces, de “costes evitados” en la salvación del planeta. Aportaciones valiosas, sin duda, pero que, como indican los autores de este documento: “Estamos inmersos en una doble narrativa. Una nos cuenta que tan rentable es una compañía, o lo cumplidor y eficiente en términos de PIB y presupuesto un gobierno o país determinado, y otra que relata lo buena que es para la gente y el planeta, con enormes dificultades para medir lo que se supone genera y mucho menos discernir si alguien lo hace mejor que los demás”.

Este Informe, por supuesto, tampoco aporta la solución final o mágica. Pretende explorar una nueva aproximación que posibilite una conexión real y directa, explicita, entre las medidas financieras, medio ambientales y sociales, con el propósito conductor del cambio de actitud, concepción de los líderes corporativos, sobre todo, inversores y gobernantes para romper la brecha que separa análisis independientes y no integrados de la tripleta objetivo que se persigue. La experiencia muestra como la proliferación de Informes existentes son interpretados y utilizados de forma separada y que, rara vez, forma parte conjunta del proceso de toma de decisiones clave. Introducir métricas híbridas está siendo de valor real por distintos tipos de industrias (energía, seguros, salud, alimentación, papel, servicios, finanzas) fijando la conexión real ante métricas financieras tradicionales en relación con acciones/resultados sociales o medio ambientales. Modelos y procesos no exentos de debates y confrontación, incluso oficial y administrativa en términos reguladores cuestionando la eficiencia y resultados tanto por abrazar la fuerza del Propósito empresarial como la extensión del valor a todos los implicados en su generación y no solamente al accionariado.

Ahora bien, la apuesta del último informe mencionado, fiel a sus principios inspiradores (Shared Value-Valor compartido), fija un proceso y alcance comprometido, en el que principios, valores, propósito, marcan la diferencia. El proceso seguido vincula, como primer paso, la necesidad de un marco real de co-creación de valor compartido con objetivos simultáneos de crear valor (social/ambiental/comunitario), así como rentabilidad y ventaja competitiva garantes del desarrollo sostenible. Si se establece una visión y estrategia determinada “más allá del EBITDA y la cuenta de resultados en un horizonte de largo plazo, no pueden mantenerse sistemas de seguimiento, evaluación y decisión trimestral”, relegando a un discurso articulado su impacto social en consecuencia. Es decir, ha de reformularse una verdadera proposición de valor única y diferenciada (diferenciación, innovación, propósito, resultados e impacto social, sostenibilidad), al que ha de alinearse perfectamente el modelo de negocio esencial (y aquellos otros que complementen su porfolio completo) y establecer los instrumentos facilitadores de la creación de una significativa contribución de resultados y beneficios. Es decir, generar impacto real en todas tus aspiraciones y programas esenciales.

Como es esperable, el logro de estas métricas no supone, tan solo, reescribir un cuadro de mando o declaraciones e indicadores, sino explicitar la visión, estrategia y compromiso escalonado para el logro de estas conexiones híbridas, fijando un marco claro (debidamente comunicado) a todos (al interior de los Consejos de Administración y Dirección, a la totalidad e la organización, a inversores y terceros relacionados, a las Comunidades de las que se forma parte), de forma que el proceso se interiorice y la gente asuma la integridad del compromiso híbrido. La gente ha de convencerse que las actividades y apuestas esenciales de creación de valor crean, de verdad, valor económico-financiero (también) y no que se trata de un “añadido graciable” al resultado financiero buscado.

En definitiva, ahora que el mundo, la sociedad, las diferentes instituciones y las empresas parecemos orientados hacia una especie de “nuevo futuro”, preocupados por respuestas integradas en los resultados económicos, sociales y medio ambientales y que pareceríamos diseñar instrumentos, políticas y planes de apoyo, respuestas y solución hacia el triple objetivo, indisociable, merecería la pena repensar la manera de medir su impacto y facilitar la manera de lograrlo, asumiendo los compromisos que lo hacen posible.

No existe la receta mágica, ni la fórmula única. Lo que sí tenemos son hojas de ruta con suficiente solvencia y recorrido para explorarlos.

El agradecido adiós a un amigo

Ayer nos dejaba Juan José Goiriena Gandarias.

Juanjo, es uno de esos personajes destacados que han estado entre nosotros para dejar huella. Por encima de todo, maestro en el noble sentido del término. Su cualificado papel desde sus cátedras en la facultad de medicina ha impregnado la formación de las generaciones de médicos en los últimos 40 años, siguiendo la marca de su tradicional saga familiar. Su compromiso político y, sobre todo, con la sociedad vasca, le llevo a colaborar de manera activa en la organización de la nueva sanidad y sistemas de salud de los años ochenta (Ley de Sanidad, Osakidetza, Estrategias y Políticas de Salud) y tuve el privilegio de contar con él como Viceconsejero de Salud en mi siempre personalmente recordado paso por el Gobierno Vasco. Su conocimiento, capacidad, compromiso y lealtad me dieron la fortaleza necesaria para la múltiple gestión y complejidad de aquellos extraordinarios, a la vez que difíciles, años ochenta.

Juanjo fue mucho más que un destacadísimo hombre de la salud. Su cariño y apego a la Academia le llevaron a la rectoría de la Universidad Pública del País Vasco en un delicado y siempre difícil intento por transformar su administración, calidad y convivencia con la sociedad a la que sirve. Presidió Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos con la idea de facilitar el arduo encuentro colaborativo de tantas individualidades hacia una excelencia colectiva al servicio de la sociedad vasca.

Disfrutábamos de múltiples tertulias con su conocimiento y visión amplia (desde las interioridades de las personalidades con las que compartía relación) del contexto económico y financiero (era el médico que más sabía de finanzas), el imparable tránsito geográfico y dimensional de la «banca vasca» hacia Madrid, el mundo aparte de los opositores de élite y sus redes familiares desde el «corazón del Estado», la influencia (real o aparente) de la «burbuja veraniega» de Sotogrande, o las conspiraciones palaciegas de Zarzuela y el «mundo opaco» de Moncloa.

Querido Juanjo, te echaremos en falta. Desde mi reconocimiento, amistad, respeto y, por supuesto, agradecimiento por tu especial apoyo, dedicación y esfuerzo en nuestra ya lejana labor en nuestro proyecto de salud desde el Gobierno Vasco.

Descansa en paz. Goian Bego.

Agur. Hasta siempre Juanjo.

Y nuevamente septiembre…

(Artículo publicado el 30 de Agosto)

Por fin, inmersos en un período inusual a la vez que especial, la próxima semana, llega una atípica vuelta a septiembre, una vez concluidas las vacaciones de verano condicionadas por esta supuesta nueva realidad. Afrontamos el reencuentro con un escenario más desconocido que el habitual.

En principio, observamos expectantes, la apertura del nuevo curso escolar, la reincorporación parcial y progresiva a la empresa o a las diferentes administraciones públicas, la retomable actividad autónoma y, por supuesto, desconocidos planes de respuesta para el ejercicio de nuestras actividades ordinarias, sumidos en la incertidumbre generalizada que parecería un nuevo acompañante de alcance indeterminado. Adicionalmente, asistiremos a la constitución de un nuevo gobierno en Euskadi, cuyo Lehendakari y principios generales de actuación, así como ejes prioritarios de su programa para los próximos cuatro años son conocidos, conformando un mapa institucional conocido y cohesionado que aporta, de salida, suficiente certeza para una fortaleza de dirección para los próximos tres o cuatro años, al margen de tensiones y desencuentros que pudieran aparecer en el horizonte. Un elemento clave para afrontar desafíos inmediatos que exigirán decisiones firmes con respaldo democráticamente mayoritario.

Hace unos días, en este mismo periódico, se resaltaba la necesidad de abordar el momento con la fortaleza “de los administradores”, resaltando la dificultad de gestionar un cúmulo de dificultades desde la eficiencia requerida y las competencias atribuibles a quien debe tomar decisiones. Administrar el país, la empresa, la Universidad, la respuesta y complicidad ciudadana… con los mejores resultados posibles. A la vez, coincidiendo con diferentes publicaciones y debates globales, recurriendo a la literatura de gestión (y, en especial, cuando se traslada a la dirección de naciones más allá de unidades menores), se recuerda la distinción entre administrar, dirigir y liderar. Tres elementos claramente diferenciados que serían exigibles en este período lleno de complejos retos, múltiples dificultades y un sinnúmero de voluntades, reivindicaciones y disponibilidad participativa y colaborativa distintas. Es, sin duda, imprescindible el contar con una administración eficiente (tanto de los servicios públicos como de las actividades privadas) que posibilite gestionar una pandemia y su interacción en consecuencia con todo tipo de actividades públicas y privadas, optimizar los medios y recursos que habrán de ponerse a su disposición, ordenar y gestionar la convivencia de dicha pandemia con las aperturas y avances necesarios y responder a las incógnitas que irán apareciendo en el horizonte. Inmensa tarea y esfuerzo por recorrer pero que resultará baldía si no viene acompañada de una dirección estratégica de medio y largo plazo que supere la administración del estado actual de las cosas, sino que sea capaz de soñar un nuevo y diferente futuro que no solo restaure una situación y orden previos, sino que anticipe un escenario diferente aún por descubrir. Un nuevo escenario que no solamente supere las dificultades (muchas) actuales y esperables, sino que dirija el tránsito hacia aquellas nuevas respuestas que parecerían demandarse en dicho futuro incierto. Momento de dirigir una sociedad que ha de renunciar a mantener su estatus previo y que ha de asumir transformaciones clave para garantizar la esencia de lo logrado hasta ahora, ampliando sus resultados a la totalidad de la población con especial atención a los más vulnerables. Grandes desafíos, algunos impuestos, otros deseados, que nos introducen de lleno en una permanente actitud y acción innovadora a la búsqueda de alternativas superadoras.

En el documento de principios que PNV-PSE han suscrito como orientación y base para la conformación de un gobierno y  para estos próximos cuatro años, explicitan, en su propio título, las “Bases para el acuerdo entre EAJ-PNV y PSE-EE para la reactivación económica y el empleo desde la defensa de los servicios públicos y las políticas sociales, sobre la base de más y mejor autogobierno” y adelantan los ejes prioritarios de actuación previstos: implementación y refuerzo del sistema público de salud, la reconstrucción social y económica de Euskadi, que permita preparar a la sociedad vasca para todos los desafíos emergentes que la pandemia “no ha hecho más que acelerar», como el envejecimiento de la población, transición ecológica o digitalización y ven esta crisis como una oportunidad para salir de ella como una sociedad más cohesionada, con un Estado de Bienestar fortalecido, que reduzca las desigualdades, desde reformas clave en materia de salud, reactivación económica y empleo, manifestando su voluntad colaborativa con el gobierno español y, en especial, con los instrumentos que la Unión Europea pone a disposición de objetivos similares, recordando su compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

Un amplio propósito de reformas necesarias que exigirán, volviendo al principio, no solamente una gran capacidad de administración y gestión, así como de la experiencia adquirida y demostrada, sino la imprescindible cualidad de liderazgo que trascienda de estos ámbitos y que genere la ilusión, sueños colectivos y compromisos transformadores para apostar por un futuro diferente, desde la complicidad de un recorrido complejo lleno de obstáculos. Obstáculos superables desde la corresponsabilidad y la visualización de un camino hacia un futuro, compartible, mejor. Toda una oportunidad más allá del reto que comporta. Una oportunidad para construir (o intentarlo) nuevos caminos.

Sin duda, Euskadi cuenta con los mimbres necesarios para su apuesta y recorrido estratégico. Nuestra historia está caracterizada por un carácter solidario y colaborativo a la vez que disruptivo, que ha sabido enfrentarse a la adversidad, buscar y encontrar los espacios de oportunidad, necesarios y adecuados, y ha sabido asumir los riesgos necesarios (debidamente gestionados y minorados) en la construcción de un espacio propio, desde su deseado coprotagonismo, en la búsqueda permanente de su bienestar. Base imprescindible para que este nuevo septiembre alumbre un redoblado esfuerzo, positivo, para remprender la superación de la crisis construyendo las respuestas adecuadas, anticipadas, a los desafíos a los que nos enfrentamos. Contar con un gobierno y todo un mapa institucional coherente y sólido, debe ser una buena garantía para acelerar el liderazgo y gestión, compartidas, que facilite sueños y los haga realidad.

Que este nuevo septiembre sea el momento de objetivos ambiciosos, de relevancia significativa para el País y sus ciudadanos y retomemos una actitud colectiva e individual para “ser el promotor e iniciador y no la víctima de una sorpresiva innovación no deseada”.

Predecir en la incertidumbre

(Artículo publicado el 16 de Agosto)

La incertidumbre generalizada en la que nos movemos con un especial efecto en la COVID y  sus consecuencias, vienen a sumarse a la extensa complejidad multifactorial que acompaña cualquier análisis de riesgos, predicciones de futuro y toma de decisiones para encarar diferentes escenarios.

En este marco ya en sí mismo suficientemente complejo (la naturaleza del virus y su propagación, la existencia o no de medidas terapéuticas, farmacológicas y socio sanitarias en general que permitan una respuesta adecuada más allá del aislamiento, confinamiento social), obliga a repensar la manera de vivir en un tiempo indeterminado, asumiendo comportamientos sociales diferentes a los habituales. Convivir este espacio desconocido conlleva no solamente adecuar la actividad ordinaria, la reapertura progresiva de la economía, la reconsideración del ocio, la reorganización de la educación, la movilidad o los propios sistemas socio sanitarios de salud y servicios comunitarios, sino la gestión empresarial y de los servicios públicos. Todo indica que “CONVIVIR con el COVID” no será una cuestión pasajera de semanas o meses, sino, desgraciadamente, de largo plazo. Todo parece sugerir que hemos de pensar en la “gestión dual y ambidiestra” de nuestras vidas, no solo en términos de corto y medio/largo plazo, sino de “doble identidad”. De alguna forma, simplificando, nos vemos obligados a duplicar equipos, responsables, tiempos y tareas para gestionarlo: una parte volcada en el COVID y la respuesta a sus impactos, y otra, a la “vida ordinaria y de apuesta por el futuro”. Una especie de “task force COVID”, como unidad lo más autónoma o independiente posible del resto.

Al mismo tiempo, cuando hablamos de lo que la COVID está incorporando en la transformación de nuestras vidas, hemos de plantearnos con rigor y profundidad cuáles de las muchas medidas que se están implementando, de una u otra forma, deberían avanzar hacia su permanencia ( con su cuota de mejora) y no solamente concebidas como medida de emergencia, a desaparecer en el menor plazo posible: ¿Las restricciones al ocio, horarios, consumos, uso del espacio público, prohibición de fumar o consumir alcohol en la calle, por ejemplo, son favorecedores de un daño a la salud para el COVID, o lo son para la salud en general, hoy y mañana? ¿La arquitectura de la infraestructura escolar es la adecuada para la calidad y aprendizaje requerido? ¿Los planes y programas, evaluaciones de estudio pre COVID son los adecuados para una sociedad normalizada?,¿La supuesta demanda aritmética de 6000 nuevos maestros que exigen algunos para reabrir el próximo curso en Euskadi es una solución tanto inmediata como de futuro?,¿Qué cualificación y perfil se les exige pensando en la garantía de una educación real y de calidad? ¿La arquitectura de la infraestructura de salud (incluida la sociosanitaria) es la adecuada para un futuro diferente? No deja de ser curioso que las voces críticas, que incluso acusaban a nuestros empresarios y gobernantes de matar por impulsar modelos de reapertura progresiva de la educación y diferentes sectores económicos, cuando se trata de ocio, vacaciones y sectores asociados callan o exigen apertura plena. Parecería que el bien supremo de la salud desaparece en términos de prioridad cuando el trabajo o la educación han de tenerse en cuenta.Sin duda, como todo, se trata de decisiones complejas (e inciertas en sus consecuencias finales) llenas de matices y no de radicalismo blanco o negro.

De forma consciente e inconsciente, todos realizamos ejercicios permanentes de predicción ante cualquier decisión (por pequeña e irrelevante que parezca) en nuestro día a día. Se espera que en ámbitos de gobierno (del nivel institucional que sea), empresarial (micro pyme, starts up, multinacional, gran conglomerado), no gubernamental y/o sin ánimo de lucro, economía doméstica, organismos políticos o sindicales, afrontemos decisiones con un mayor o menor proceso de análisis de riesgos, “visiones o deseos de futuro”, análisis de escenarios (explícitos o relativamente imaginados) y pretendemos identificar sus potenciales impactos en nuestro ámbito de actuación y decisión. Philip E. Tetlock (profesor de Psicología y Ciencias Políticas, con amplísima experiencia en el mundo de la prospectiva), en su libro “Superforecasting: The art and science of prediction”, a través de sus sucesivas ediciones, nos ha venido ilustrando sobre este difícil arte y ciencia de la predicción desde una sentencia base: “reconocer los límites de la predictibilidad es una cosa; desechar todos los pronósticos es insensato”.

Hoy, su lectura resulta, en gran medida, de especial relevancia. No solamente la lucha y confrontación por el conocimiento y “acierto” del escenario futuro, sus tiempos de logro y, sobre todo, el mapa de riesgos, consecuencias y oportunidades que generará la mencionada pandemia, sino múltiples cuestiones “menores” o parciales que observamos en estos días y que cambiarán, de forma activa o pasiva, nuestras vidas. Preocupaciones, preguntas, obligaciones que convergen en el “dilema del líder” (en todos los ámbitos). ¿Qué escenario predice Joe Biden ante unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos sobre el que decide incorporar a su “ticket electoral” como candidata a vicepresidenta a la senadora Kamala Harris? ¿Su predicción empieza y termina en la elección de noviembre y su triunfo por la contribución del voto afroamericano, latino, social demócrata, feminista, “no blanco”, y del “complementario” a las bondades de ambos? ¿Va más allá de ese “primer paso” y considera la puerta de entrada para la futura líder del partido demócrata y presidenta de Estados Unidos en la década 2024-2034? ¿Es una predicción de minimización de riesgo ante una incapacidad o ausencia que pudiera producirse en su mandato, de modo que ella asuma la presidencia? Pronósticos, predicciones, prospectiva para un futuro que se espera distinto al presente desde el que partimos.

Predecir el futuro no es ni futurología, ni espiritismo, ni ejercicios geniales de acierto infalible. Es mucha disciplina, análisis y, sobre todo, apuesta. Apuesta por espacios deseables en lo que podemos sentirnos confortables, confrontando los problemas asociables, prestando atención a los “seriales” que el mundo ofrece, considerando su potencial impacto en lo que hacemos o queremos hacer, con especial consideración de los matices que conlleva, contando con las posiciones previsibles del resto de los actores, asumiendo la responsabilidad de la decisión final, rara vez consensuable. Es un ejercicio permanente desde “ la sensatez de las confesiones de incertidumbre, el sesgo cognitivo en la exploración intelectual y la interacción de la primera impresión con la coherencia de un relato veraz”, siguiendo a David Kahneman ( “Pensar rápido, pensar despacio”)

No se trata de afirmar, con años de antelación, que en el verano de 2020, material explosivo abandonado en el puerto de Beirut haría saltar un gobierno, tras centenares de muertos, y provocaría un doble movimiento interno (la población exigiendo cambios inmediatos ante una situación no de catástrofe, emergencia, que también, sino de respuesta a una situación persistente por décadas) y externa (una comunidad internacional, en especial desde su antiguo “colonizador y aliado”, Francia, liderando un compromiso de cambio político y social más allá de la inevitable “reconstrucción” física del país), coincidiendo, en el tiempo con un inesperado acuerdo de paz y colaboración de los Emiratos Árabes con Israel añadiendo nuevas piezas al tablero regional. ¿Es predecible que la monarquía española sea dinamitada desde dentro de su propia Familia Real y que, antes o después, se produzca una verdadera reconfiguración del Estado español y sus instituciones, naciones y comunidades naturales? ¿Es predecible que la Unión Europea y el Reino Unido pacten, el nuevo escenario post Brexit dentro de este 2020, de modo que se construya un estatus preferente del Reino Unido en el espacio económico europeo? ¿Y que dicho acuerdo final suponga el camino de una reconfiguración del propio Reino Unido con una Escocia independiente como Estado Miembro de la Unión Europea, con una Irlanda unificada en Europa y un estatus especial para Gales? ¿Es predecible un latino presidiendo los Estados Unidos de América en 2030?

Cualquiera de estos escenarios pueden darse, o no. Serían explicables volviendo hacia atrás en su momento. Pero, en todo caso, lo relevante no es si se dan o no, sino qué hemos hecho y cómo, para llegar al punto deseable. ¿Biden-Harris ganarán las elecciones en Estados Unidos? ¿El nuevo gobierno en Beirut cambiará la vida de los libaneses y sus vecinos? ¿Felipe VI seguirá escondido tras el parapeto mediático y continuará con su “atareada agenda” en Baleares? ¿Westminster y Downing Street construirán un nuevo Reino Unido? ¿Controlaremos el efecto devastador de la COVID-19 con la protección de una vacuna que tarde o temprano llegará?

Hoy, como ayer, mañana y siempre, nuestras decisiones exigen el ejercicio de la predicción y, sobre todo, de la ejecución de lo que nuestra exploración decida. Gestionar sus consecuencias es la “magia” del complejo proceso que conlleva. Más allá de aciertos concretos, las “rutas estratégicas” definibles marcarán la diferencia. Como siempre, imaginar “nuestro futuro, próximo o lejano, forma parte de nuestro ejercicio y responsabilidad diarias, pero, sobre todo, comprometer aquello que hemos de hacer para lograrlo.

Vencer a la estadística…

(Artículo publicado el 2 de Agosto)

Esta semana, el Consejero de Economía y Hacienda del Gobierno Vasco, Pedro Aspiazu, presentaba los datos macroeconómicos del segundo trimestre de este 2020, anunciando “una caída del 20,1% sin precedentes en tiempos de paz”. Suponía el encadenamiento de dos trimestres seguidos de caída de su Producto Interior Bruto (-3,2% y 20,1%), por lo que adelantaba la calificación al uso convencional (ni oficial, ni técnicamente indiscutible en la comparativa temporal de una caída generalizada de la economía), de Recesión. Adicionalmente, el imparable calendario estadístico va arrojando, día a día, datos e información preocupante. Así, esta misma semana, también, la cita con la publicación trimestral del INE español y sus registros del empleo, paro y ocupación que arroja en su encuesta de población activa (EPA), parecerían minimizar el anuncio del consejero vasco, ya comentado. España presenta “el peor trimestre de la historia; la crisis COVID destruye un millón de empleos y el mayor hundimiento de su Producto Interior Bruto desde la guerra civil”. Detrás de estos titulares, destacan cargos de mayor profundidad: si se tiene en cuenta que el “paro técnico” que refleja la EPA no incluye los empleos en suspenso por los ERTES (expedientes de regulación temporal de empleo con prórroga hasta el 30 de septiembre), sí el cierre empresarial y de la Administración, así como del sistema educativo por el confinamiento que ha impedido a la gente en desempleo una búsqueda activa del empleo, por lo que no se incluye en la estadística y supondría que el 44,5% de la “población activa: en edad y disposición de trabajar”, ni trabaja, ni busca ocupación y, además, se recoge que 1.198.000 hogares tienen a todos sus miembros en paro. Esta negra fotografía no sería muy diferente, siempre con significativos elementos diferenciales según tejido económico, especialización productiva, formación, institucionalización, capital humano y compromiso/disciplinas colectivas, en otras muchas latitudes.

La pandemia COVID y su tratamiento basado en el aislamiento físico y confinamiento masivo paraban una economía interrelacionada y abierta a lo largo del mundo, generando un impacto imparable e incierto que se ve reflejado en estadísticas que llevarían a sospechar un abismo ni gestionable, ni recuperable en un horizonte razonable. Dato “negro” para la economía vasca en sintonía con la inmensa mayoría de economías exitosas pre COVID que hoy transitan un camino incierto, expectante del comportamiento del contagio y su impacto intermitente en la salud de la población, en el comportamiento social para afrontarlo, en la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, sociosanitarios y comunitarios, en la potencial reactivación en cadena de tractores empresariales internos y externos, de la aplicación real de las inmensas aportaciones financieras de las instituciones internacionales y gobiernos, del comportamiento sindical, de las políticas públicas que pueden y deben implantarse y de los tiempos en que todo ello se produzca..

Mientras la frenética búsqueda, provocación y espera de todos aquellos movimientos esperados se materialicen, la reacción o impacto en la calle no deja de llamar la atención. Parecería que el anuncio recibido no es sino una frase más, un dato asumido, o una distracción veraniega. Sea por la elevada población funcionaria que se sabe con empleo e ingresos seguros a lo largo de toda su vida pase lo que pase en el mundo, en la economía o en el país; sea porque, afortunadamente, las medidas iniciales de emergencia proporcionan un mínimo oxígeno de supervivencia en el corto plazo hasta la superación del verano y constatación de los “restos de la epidemia”; sea por el periodo vacacional irrenunciable, o por la movilización mundial de las principales instituciones internacionales y, en nuestro caso, la posición de la UE, pendiente de ratificación por sus Estados Miembro, con una significativa y abundante contribución que posibilite reorientar e impulsar múltiples proyectos de reactivación económica y de empleo, el debate mediático y popular no parece centrarse en el contenido y alcance de las políticas públicas o de las expectativas de actividad empresarial y laboral, o en la “nueva educación” que no solo pasa por el porcentaje presencial o formal de los cursos a septiembre, o el trabajo futuro, sino que son los horarios y condiciones de ocio, el modelo de entretenimiento social y las barreras o dificultades para la movilidad turística lo que parece centrar las preocupaciones colectivas. Dato a dato, los sucesivos “brotes”, los “focos de contagio”, las medidas cautelares y “restricción selectiva de países, regiones, viajeros”, se multiplican alterando la percepción y moral de las distintas poblaciones y colectivos, a lo que se unen noticias concretas sobre determinadas empresas que comunican resultados, anuncian planes y ajustes para los próximos meses. Y, también, entre estas últimas, señales de recuperación que alimentan el necesario optimismo que acompañe la espera.

Sin duda, ocho meses sumidos, de una u otra forma, en el aún desconocido y desconcertante contagio COVID, en estrategias de respuestas centradas en la adaptación de los sistemas de salud y sus profesionales a un urgente aprendizaje y adecuación a tratamientos especialmente soportados en el distanciamiento físico y confinamiento preventivo que evita el colapso del sistema, la imperiosa necesidad de aprender a vivir aislados o confinados y a dejar en suspenso (en el mejor de los casos) nuestros proyectos y expectativas laborales y profesionales o formativas, provocan inevitables “necesidades o deseos” de retomar “una cierta normalidad”, favorecer una voluntad de movilidad y ansiedad por transitar una anunciada “CONVIVENCIA con COVID” desde la esperanza de que sea lo menos molesta y perturbadora posible. Un breve respiro anímico y emocional nos ayudará a afrontar los grandes desafíos que tenemos por delante.

En primer lugar, hoy más que nunca, resulta imprescindible pasar de los titulares al fondo que explica y determina no solo la realidad (económica y social), sino las fortalezas y palancas diferenciadoras que permiten explorar nuevos caminos de actuación y futuro. Como muy bien nos enseña el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, en su ya clásico libro “Lo que indican los indicadores: cómo utilizar la información estadística para entender la realidad económica” (INEGI), el valor de la información estadística es directamente proporcional al impacto que éste genera en la vida de las personas al interior de una sociedad. No se trata, por tanto, solamente de entender el origen y alcance de una información, su estacionalidad, el contexto en el que se genera, su relatividad en relación con su base de partida y su grado de comparabilidad real con terceros, sino, sobre todo, comprender su capacidad generadora de respuestas, diseño de políticas y toma de decisiones. Se trata sí, de poner en valor la estadística y la necesidad de explorar los datos base sobre los que actuar, pero, sobre todo, identificar aquello sobre lo que se debe incidir para conquistar un futuro deseable.

Ya antes de encontrarnos con esta pandemia, resultaba evidente la imperiosa necesidad de afrontar nuevos desafíos globales que las mega tendencias observables nos anunciaban. Por encima de todos ellos, es momento de asumir una visión, mentalidad hacia la “economía de la abundancia” (Peter Diamandis), “el conocimiento masivo infinito y escalable” (Reid Hoffman), “la convergencia tecnológica aplicable a toda industria, empresa y disciplina” (Nagli + Tuff), al servicio de una sociedad inclusiva de bienestar, prosperidad que exige nuevos conceptos de empleabilidad, nuevo sentido del trabajo, nuevo “reskilling” (recapacitación, reformación, reorientación profesional) y nuevas actitudes (personales y colectivas) hacia nuevos proyectos compartidos. Más allá de los datos, el esfuerzo colectivo queda y debe llevarnos no solamente a superar los obstáculos del momento, sino a construir un futuro exitoso.

La “fotografía negra” que hemos recibido esta semana es susceptible de transformación incorporando movimiento creativo y constructivo a su película en crisis: avances y mejoras en el sistema de salud superando el efecto letal de la pandemia en un nuevo espacio de convivencia asumible, nuevos instrumentos de resistencia empresarial, económica y de empleo, base de la necesaria reorientación laboral, formato y estrategia hacia líneas distintas de industrias y actividades de futuro, transitando hacia la reconfiguración de mercados, clientes, modelos de negocio, tejido económico, sistema educativo ad hoc. Sin duda, objetivos de mirada larga, largo placistas pero que han de “convivir” con las imprescindibles medidas de corto plazo, con una suficiente red de bienestar que posibilite el recorrido a un modelo distinto. Sin duda, sobre la base de un “endeudamiento perpetuo” desde el compromiso intergeneracional.

Los datos conocidos exigen estrategias de refuerzo ilusionado por un nuevo horizonte. El mundo, hoy, reacciona a la pandemia de forma diferente a como lo ha hecho en otras crisis, se aleja del fracaso “austericismo” paralizante practicado en el pasado, generador de brechas y desigualdad generalizadas. Por contra, es el momento del “free money”    (dinero libre y gratuito) que editorializaba estos días The Economist, como respuesta global bajo los principios de “todo aquello que haga falta”. Instituciones y gobiernos asumen el endeudamiento perpetuo, de una u otra forma, con horizontes de trabajo al 2050, mitigador de las inmediatas consecuencias corto placistas que lastrarían o harían inviable cualquier proceso de renovación, reconstrucción económica o escenario de futuro sostenible. El desarrollo inclusivo concentra esfuerzos para actuar contra el azote del desempleo, favorecer la “resistencia y rescate” de la economía base, hoy afectada de manera generalizada, sobre la que construir nuevos espacios de futuro. El estado, los gobiernos serán los motores esenciales en este nuevo marco que ha de compartir estrategias público-privadas para una verdadera exploración y reinvención sistémica de ese futuro deseable. Nuevos tiempos, en los que el coste determinante no será el del dinero, sino “el compromiso, actitud y voluntad” de la sociedad (y cada uno de los individuos que la forman), para construir ese verdadero estado de bienestar. Tiempos adecuados para la recapacitación y educación esencial para la digitalización de la economía, de la administración y los modelos empresariales y de desarrollo, para reformular nuestro sistema de previsión, protección y prestación de la seguridad y servicios sociales, y de convertir las “etiquetas y titulares” de los diferentes “planes de reconstrucción” en verdaderos proyectos e iniciativas al servicio del país.

Volviendo al principio, nuestro país, Euskadi y su sociedad cuenta con las fortalezas y mimbres necesarias para acometer este complejo proceso.

Infinitas oportunidades por encima de las duras dificultades del momento. Abundancia sí, a la vez que inteligencia inclusiva contra la amenaza de la escasez o el reparto desigual. Ilusión creativa hacia un futuro exitoso y deseado, superador de una parálisis pesimista. Compromiso compartido y no salidas individuales.

Contra la maldición de la crisis, la voluntad activa venciendo a la estadística y al pesimismo. Hagamos que los indicadores nos indiquen el camino a recorrer para un futuro de ilusión y de oportunidades y no señales paralizantes y derrotistas. Tiempos difíciles para la lírica, sin duda. Momentos de admiración a los líderes responsables y al esfuerzo solidario colectivo. Nuevos retos, nuevos tiempos y apuestas estratégicas.

Economía, política y… sociedad

(Artículo publicado el 19 de Julio)

En la Tribuna del Fondo Monetario Internacional (“Finanzas y Desarrollo”), el profesor de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, Jeffry Frieden, publica un artículo, “La Economía Política de la Política Económica”, sugiriendo que “deberíamos prestar más atención a la interacción entre la política, la economía y otros ámbitos…”

El citado artículo sirve como entrada a una serie de autores y artículos que parecerían situarnos en un “punto de inflexión” para replantearnos un nuevo orden social y económico en el enésimo anuncio de una reinvención y construcción de un mundo mejor post crisis pandémica, en palabras de la directora del FMI, Kristalina Georgieva (quien, por cierto, en su blog de esta semana, insiste en la desigual respuesta a la pandemia en curso, como consecuencia, también, no de buenas o malas decisiones de gobiernos o responsables de salud o malos o buenos comportamientos sociales por libre elección, sino por sus condicionantes sociales y económicos, la geografía de la crisis o las necesidades urgentes de la población afectada).

Sin duda, resultan innumerables los estudios, debates, análisis y ejercicios de prospectiva tratando de anticipar escenarios futuros, suponiendo, como no podría ser de otra manera, el desarrollo de la economía, el rol de las diferentes instituciones, el comportamiento social y las consecuencias cambiantes que la actual crisis, inicialmente de salud, han de conjugarse para conformar un espacio distinto. Demasiadas variables inciertas cuya convergencia determinará un mundo distinto al actual.

Desgraciadamente, observamos una confrontación teórica y limitante, entre lo que al parecer serían decisiones y recomendaciones “objetivas, racionales, científicas, tecnócratas y progresistas no condicionadas por ideología alguna” que ofrecerían “recetas científicas” (ya sea para aplicar políticas económicas, sanitaras, financieras…) y aquellas supuestamente interesadas, al servicio de lobbies, grandes corporaciones o grupos de interés, “nacionalistas y populistas” de “cortedad de miras” que condicionan políticas contrarias no seguidoras al 100% de lo exigible por los primeros, basadas en intereses electorales en beneficio propio. Así, “científicos y tecnócratas”, infalibles, se ven investidos de auto legitimidad (generalmente otorgada por sus pares), mientras los actores políticos conformarían grupos descalificables por definición. En este esquema bipolar, resultaría imprescindible incorporar un tercer jugador, esencial: la sociedad.

Si bien se supone que tanto quienes proponen “la buena economía”, como quienes “aplican políticas equivocadas”, no olvidan a la sociedad como destinatario de sus posiciones y decisiones, la realidad del análisis publicado parecería prescindir del hecho de que las personas, los individuos, queremos, apoyamos y exigimos decisiones diferentes según el lugar y rol que desempeñamos en cada momento. Somos, como individuos y colectivos, a la vez, “grupos de interés” y jugamos un rol determinante, según la economía dominante en el resultado final. Detrás de cada gobierno o agente político, desde el voto y representación (esperemos que democrático) y en el día a día de nuestra actividad, condicionamos, en menor o mayor medida, esa “deficiente acción política” que no dejaría al funcionariado internacional de éxito diseñar programas y políticas públicas a aplicar como mantra en cada país, en cada momento, para diferentes contextos, necesidades sociales, vocaciones de autogobierno o apuestas personales y colectivas por tipos, modos y estilos de vida propios. Sin embargo, parecería dominar la sensación de que la tecnocracia, la academia pura o funcionarial (en especial internacionalizada y global) estarían investidas de la autoridad suficiente para decidir entre políticas A o B, sin el necesario control democrático, ni el contexto cambiante al que han de atender. Si en 2008 imponían austeridad y recortes sociales, ahora endeudamiento perpetuo, ayer globalización ilimitada y hoy mundialización próxima, multilateral y regionalizada, la responsabilidad de sus consecuencias sería siempre de la “mala política”. Bandera impecable como salvoconducto liberador de todos y cada uno de los individuos que así podemos auto excluirnos del compromiso y responsabilidad respecto de nuestro propio futuro y, sobre todo, de nuestro hacer o no hacer del pasado. Siempre queda culpabilizar a terceros. El soporte y lenguaje mediático sería el amplificador de la asignación de papeles entre buenos y malos y, en consecuencia, sus buenas o malas políticas económicas.

Hace tan solo una semana, los vascos acudimos a las urnas para elegir nuestro Parlamento. La sociedad vasca ha tenido la oportunidad de manifestar su “interés” en unos determinados representantes, en un modo de vida y estrategia de futuro. Se ha manifestado según su propio sentimiento de pertenencia e identidad según su apuesta de futuro, atendiendo a su grado de confianza en quienes han de gestionar ese tránsito hacia un espacio diferentes o no según las expectativas y deseos de cada uno. La sociedad vasca ha elegido con claridad en donde prefiere depositar su confianza (aunque algunos parecerían creerse sus falsos discursos de triunfadores “ganando las encuestas y no los votos”). La sociedad vasca ha optado por determinadas políticas económicas y no por otras, por liderazgos y gestores diferenciados. Ha afirmado sobre qué valores quiere construir su próximo futuro y no sobre aquellos que prescindieron de la democracia y los derechos humanos, que impedían el desarrollo económico y social y pretendían sumirnos en el sufrimiento y en el pesimismo permanente, ausente de opciones de futuro, que hoy parecen haber olvidado su pasado y responsabilidad, proclamándose líderes de las vanguardias de la inclusión, la reforma y reconstrucción económica y árbitros de los “momentos y ritmos” que ha de seguir la sociedad. La realidad es que, discursos aparte, hoy es tiempo de dar otro paso más, adelante, en la construcción de una sociedad inclusiva para lo que las políticas (“económicas y de otros ámbitos”) se apliquen desde instituciones próximas, controlables de forma democrática, al servicio de la “sociedad compleja y multi grupo de interés” para transitar hacia otro escenario futuro.

En este contexto, la economía y, sobre todo, las “buenas políticas económicas”, resultan esenciales, pero son las políticas, con mayúsculas, (políticas de gobierno, políticas de empresa, políticas comunitarias e individuales) las que deben (debemos) marcar las opciones, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad y compromiso en las directrices que han de regir nuestro camino.

Economía, política y sociedad son piezas inseparables, convergentes en una estrategia compartible que viabilice el verdadero propósito y aspiración, en contextos concretos, de la población a la que sirven. Euskadi ha elegido la interacción que desea apoyar. En consecuencia, una vez pasada la resaca electoral, merecería la pena que los diferentes actores (económicos, políticos y sociales) nos empeñemos en encontrar dicha convergencia y trabajar en su dirección. Son muchas las luces y alertas que los resultados observados nos ofrecen para entender la foto (y, sobre todo, película en movimiento) que la sociedad proyecta. El camino parece suficientemente indicado. Su ejecución… es otra cosa.

Hoy, parece que somos conscientes de la enorme incertidumbre y complejidad que atravesamos. Sabemos que son muchos los elementos cuestionables y que no resulta obvia la práctica ni de recetas mágicas, ni de pensamientos únicos y que, sobre todo, más allá del lenguaje que pretenden ocultar diferentes opciones y modelos bajo falsas declaraciones simplistas y simplificadoras de unidad, acción global u objetivos auto imputables en términos de buenos y malos, que obligarían a un seguidismo ciego a quien lo proclama, existen y perviven las aspiraciones legítimas de una sociedad concreta en un momento específico. Es esta realidad la que recomienda explorar soluciones diferenciadas bajo una convergencia esencial: política económica, economía política y sociedad bajo un propósito de bienestar, riqueza y equidad generando un desarrollo inclusivo, necesariamente cambiante, ante un mundo que ya vive, hoy, el impacto de múltiples novedades determinantes de una transformación radical.

Un buen banco de pruebas lo tenemos delante. A la ansiada espera de los acuerdos necesarios que la Unión Europea llegue para instrumentar su proclamada intervención de rescate y reorientación de políticas económicas y sociales imprescindibles en su ya tardía transformación real, coherente con sus valores constitutivos y fundacionales y las aspiraciones de futuro de sus sociedades miembro, en Madrid, el Congreso de los Diputados ha emitido su “dictamen y resoluciones” para la “reconstrucción social, sanitaria y económica” como respuesta a la crisis del COVID, incorporando, como su costumbre histórica en cualquier momento de emergencia o crisis, la totalidad de esferas de insuficiencia o debilidad que arrastra por generaciones. Genera una “nueva caja de intenciones, propuestas, y declaraciones variopintas” cuya aplicación real exigiría toda una larga serie de procedimientos, instrumentos, tiempos, actores, recursos, acuerdos que brillan por su ausencia. Surgen, al menos, dos vías para su hipotética viabilidad: la primera, dejar en vía muerte la inmensa mayoría de puntos recogidos de forma solemne en su resolución y limitarse a aquellas acciones previamente decididas por el ejecutivo, dirigidas a una clara recentralización de la sanidad resucitando las viejas estructuras del pasado refugiadas durante años en sus despachos funcionariales, centros, escuelas, institutos corporativos vestidos de supuesta excelencia y soportados en cuotas de reparto de ex altos cargos de confianza en organismos internacionales, aprovechando el sentir generalizado del valor e importancia de la salud, acompañados de enmiendas parciales a normativa, proyectos y programas económicos y presupuestarios en curso, con etiquetas de futuro y transformación con escasa apuesta de futuro, o una segunda, compleja, impulsando procesos organizados y compartidos entre los diferentes actores implicables, pensando en el largo plazo, abordando, de forma rigurosa, los desafíos sociales, sanitarios y económicos, desde la política (con mayúsculas) que haga posible responder a las aspiraciones y demandas de una sociedad de futuro, a la luz de los tiempos. Agenda compleja, con visión emprendedora y de futuro, conjugando, en verdad, economía, política y sociedad, en una imprescindible convergencia insustituible por atajos hacia escasas e insatisfactorias soluciones.

Tiempos de estrategia comprometida, ante un escenario impredecible que resultará del tránsito progresivo de una sociedad que aspire a un espacio desde realidades y voluntades cambiantes, que ha de construirse día a día.

Innovación política. Estrategia inteligente

(Artículo publicado el 5 de Julio)

Ya en diciembre de 2016 tuve la oportunidad de conversar con Michael E. Porter, con ocasión del workshop anual de la Red MOC en Harvard, acerca de sus primeros borradores de lo que sería su libro publicado en estos días: The Politics Industry (La Industria de la Política).

En aquel momento, su aproximación al tema venía provocada por un interesantísimo proyecto que codirigía con el profesor Jan W. Rivki (“The US Competitiveness Project”), que, por encargo de la propia Universidad de Harvard, pretendía implicar a la extraordinaria, amplia y variada red de exalumnos que, a lo largo del mundo, lideraban las principales empresas e instituciones con alguna (o toda) relación con los Estados Unidos y su competitividad. Preocupaba el declive de la economía y prosperidad estadounidense, su sucesivo descenso en la escala de competitividad mundial y la sensación de retroceso y parálisis relativa que vivía su tejido económico y social. Desde un análisis comprehensivo de los determinantes de la competitividad, un hallazgo relevante desvió su atención hacia la que, más tarde, calificaría como “Industria de la Política”. El estudio destacaba no ya un cansino desapego del mundo empresarial y sus principales agentes económicos, sociales o del tercer sector respecto de la política estadounidense o de la confrontación permanente y paralizante observada, sino un sistema que sentaba su centro de operaciones en un “Washington” especial, con sus propias reglas, cultura y relaciones, que se había dado como natural durante siglos y que, en el diagnóstico, se manifestaba como el principal factor limitante de la competitividad de “América” a juicio de los más de 22.000 graduados encuestados. Si bien Porter había trabajado con cientos de líderes y gobiernos del mundo en el diseño de estrategias y políticas en favor (o limitadores) de la competitividad, y en su época presidiera el Consejo Asesor para la Competitividad promovido por el presidente Ronald Reagan, y  asesorando múltiples proyectos estatales e internacionales que, de una u otra forma, pasaban por diferentes jugadores (Organismos Internacionales, Think Tanks, Observatorios de Prospectiva…) que componían el paisaje del Washington político, esta vez, no lo observaba como una simple sede de toma de decisiones que pudieran condicionar una buena o mala política pública, sino “un mar en sí mismo” que todos daban como normal, factor fijo y, por definición, natural, eterno, ajeno a cualquier transformación.

Al año siguiente, en nuestra cita anual decembrina, dedicó una sesión especial a este asunto presentando un Informe: “¿Por qué el tipo de competencia en la industria de la política está haciendo fracasar a América?”, que publicó en la HBR. Esta publicación generó un enorme impacto no ya en el ámbito académico, que también, sino en el propio mundo político y de gobierno y ha sido precursor de múltiples iniciativas de todo tipo a lo largo y ancho de los Estados Unidos, así como una cadena de “adaptaciones del modelo de análisis” a la realidad de otros sistemas y países a lo largo del mundo. Ese informe fue otro paso más en su largo recorrido. Así, junto con Katherine M. Gehl, reconocida y prestigiosa líder empresarial y fundadora del Instituto para la Innovación Política, ha culminado el trayecto hasta este libro, fiel a su rigurosa metodología, solidez conceptual e intenso proceso investigador. El enfoque pretendía preguntarse si existía una “Industria de la Política” y, en ese caso, si sería aplicable su ya conocido y extendido Modelo de las CINCO FUERZAS, indispensable a lo largo de estos últimos 30 años en todo análisis de cualquier industria a lo largo del mundo. Gehl fue quien sugirió explorar tal posibilidad y juntos han llegado hasta aquí.

El libro llega en un momento crítico para la política estadounidense, no solo por tratarse en año electoral de relevante y especial transcendencia, o por vivir un momento de enorme incertidumbre global (y, desgraciadamente, de grave impacto en los Estados Unidos) por una pandemia de consecuencias aún desconocidas pero que, en todo caso, exige de un compromiso y participación protagonista de los gobiernos y la política, no solo de Washington, sino de todos y cada uno de los Estados americanos, o por el creciente desacople de Estados Unidos y China, ya pre COVID, y de Estados Unidos con el resto del mundo en una clara pérdida de referencia como líder mundial, o de una convulsa sociedad estadounidense que percibe un deterioro tanto en su nivel de vida y bienestar, como en su convicción de relevancia global en un buen número de aspectos clave.

El reclamo del libro lleva una enorme carga de profundidad, “¿cómo puede la innovación política desbloquear o romper el candado partidista y salvar la democracia americana?” Vector conductor de su trabajo, pretendiendo no la crítica descalificadora, sino provocar un verdadero movimiento de transformación, optimista, hacia nuevas vías de solución. Su diagnóstico y descripción meticulosa de una industria que se ha dotado de sus propias reglas del juego, que se ha protegido tras una farragosa y tupida red de barreras de entrada a terceros, generando un sistema dúopolístico bipartidista que no ha fallado, como pudiera parecer desde fuera (y, en general, visto desde aquellos a los que se supone ha de servir), sino que ha resultado extraordinariamente exitoso: se creó para esto y se ha dotado de sus propias reglas y cultura protectora. Si en verdad se esperaba de este sistema un instrumento eficiente para un servicio democrático al servicio del bien común y de las necesidades y demandas de la sociedad en momentos críticos, el instrumento diseñado nació (o se reconvirtió en el tiempo) en un espacio equivocado. En consecuencia, la nula sintonía entre el sistema vigente y los objetivos democráticos exigibles, divergen día a día, demandando una verdadera transformación.

Con esta crudeza, el libro va más allá del estudio académico y de diagnóstico y se atreve con múltiples recomendaciones desde la raíz del sistema y leyes electorales, el proceso normativo y de control diseñado, en el tiempo, por las prácticas legislativas, el diseño, elaboración, ejecución y control presupuestario, la financiación del propio sistema y sus actores y todos y cada uno de los elementos que estructuran esta industria tan especial.

Obviamente, si bien la metodología y el marco de trabajo seguido puede resultar consecuente y válido para intentar réplicas más o menos validables en otros países, su enfoque y aplicación directa, recomendaciones, son esencialmente estadounidenses para un muy particular sistema político y una “exitosa industria”. Sus recomendaciones no quedan en el libro, sino que se adentran en “provocar procesos innovadores” para animar a la sociedad, a los propios agentes políticos y de gobierno, a promover y protagonizar lo que consideran una imprescindible transformación para generar esa COMPETITIVIDAD y PROGRESO SOCIAL a la que aspira (o debe aspirar) la sociedad y pueblo americano. Su apuesta final actúa sobre esa industria de la política estadounidense, peculiar en sus procesos electorales y sus procedimientos normativos, reservados para una determinada “burbuja de jugadores” lo que, sin lugar a dudas, resultará polémico, si bien revulsivo y provocador.

Como Mike se encarga de recordar en su presentación en el libro, en especial para aquellos que no conocen su trayectoria, sus veinte libros publicados, sus aportaciones originales al mundo de la estrategia, la competitividad, la clusterización de la actividad económica, la ventaja competitiva de las naciones, el progreso social y el valor compartido empresa-sociedad forman parte de este largo viaje recorrido hasta este momento y, aunque para muchos pudiera parecer que se aleja de su “espacio natural”, la “Industria de la Política”, la salud de la democracia y los gobiernos son esenciales en la competitividad, en la generación de riqueza y bienestar sostenible, en la calidad de vida de los ciudadanos y en la construcción de un futuro mejor. En este caso, para los Estados Unidos, para sus empresas, para sus gobiernos de todos los niveles, para los estadounidenses y para todo un mundo interconectado que tanta interdependencia requiere, con y respecto de unos Estados Unidos, saludables, colaborativos.

Un mundo en el que la innovación parece acompañar cualquier apuesta transformadora parecería demandar, a gritos, una profunda innovación política tal y como propone este trabajo. Innovación real que no “propaganda del cambio” limitada a palabrería y descalificación. “Búsqueda de mejores soluciones a nuestros mayores problemas, buena economía para tiempos difíciles” que dirían los premios nobeles Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo.

Inteligencia estratégica, soluciones sistémicas, capacidad para navegar la incertidumbre, compromiso activo y actitud innovadora son características exigibles para un liderazgo transformador en momentos de desafíos globales, sensación de crisis con la percepción de un futuro más incierto que lo habitual. Un buen compendio de elementos esenciales que, como en el caso que nos ocupa, requiere superar un estadio previo: “el mal endémico de las sociedades y los sistemas establecidos que rara vez creen estar en el precipicio y para quienes el declive es invisible”. (“Decline is invisible from the inside” – “El declive es invisible desde dentro”. Charles King)

El valor de la solidaridad social

(Artículo publicado el 21 de junio)

Euskadi ha levantado el “Estado de Alarma” y recupera todas las competencias que le fueron “suspendidas y retiradas” de forma unilateral, “porque no había otra solución para gestionar la respuesta a la pandemia” en palabras del Gobierno español. Hoy, por fin, retomamos el camino ya conocido de la corresponsabilidad y la autogestión, imprescindibles para construir un proyecto propio de futuro, desde la inevitabilidad de un periodo incierto de convivencia: COVID-NO COVID y su impacto en la salud, comportamientos sociales, reapertura económica y avance progresivo a nuestra habitual (o diferente) forma de vida.

Mañana se regularizará la vuelta ordinaria a lo largo del Estado y, de una u otra forma, más o menos, en toda Europa. Desgraciadamente, otras geografías tienen por delante otro periodo incierto y preocupante, pero, también, habrán de incorporarse a este nuevo escenario, retomando sus vidas con mayor o menor apoyo, oportunidades y restricciones.

Si bien no podemos predecir un escenario cierto, ni definir los tiempos y forma de salida, (desconocemos la letra de la recuperación económica V, L, U, etc.), ni el grado de las fortalezas y actitudes mentales y disposición personal y colectiva para una respuesta social, sanitaria, económica y política, sí podemos apreciar un buen número de factores positivos que, emergiendo de la urgencia fatídica, nos permiten abrigar con optimismo el complejo e incierto camino por recorrer.

Por delante, enfrentamos una realidad que obliga a concentrarse en el futuro, en las opciones de empleo, de reapertura social, económica y de proyectos que han estado suspendidos y aplazados en estos cien días de confinamiento general. Es, afortunadamente, una prórroga, en la mayoría de los casos, con el oxígeno de medidas temporales que posibilitan mitigar la angustia y dificultades existentes. Mecanismos de rescate financiero, supresión de plazos administrativos que hoy se reactivan, medidas laborales como los ERTES que han facilitado un colchón amortiguador del enorme golpe sufrido, transferencias financieras y subvenciones, minimizan las penas y dificultades y, por supuesto, la aprobación y entrada en vigor del Ingreso Mínimo Vital (que esperemos sea bien implementado) aportando una red mínima de dignidad y bienestar a los más desfavorecidos.

Este Ingreso Mínimo Vital supone una piedra angular sobre la que esforzarnos en un ingente trabajo a realizar, no solo para consolidarlo y convertirlo en un derecho subjetivo real, independiente de la empleabilidad o trabajo alguno compensatorio, hacia aquel modelo de renta básica universal que hagamos sostenible en el ansiado objetivo de lograr un verdadero estado social de bienestar al servicio de un desarrollo inclusivo pleno.

En Euskadi, la aprobación de este instrumento no va a cambiar demasiado, de momento, en lo que a derechohabientes supone, dada la existencia de la RGI, que se ha venido perfeccionando a lo largo del tiempo desde aquel primer “salario social” implantado, en un marco de contestación y preocupación externa, a primeros del ya algo lejano 1987.

La lectura estos días de “Buena Economía para tiempos difíciles” de los premio nobel, Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo , recuerda uno de los viejos debates de aquel año de 1986 en el que, en el seno de una sociedad como la vasca, occidental, avanzada, vanguardista y de renta media superior a las economías de su entorno y considerada privilegiada e incluso “rica” en el contexto próximo analizado, pudiera hablarse de pobreza (en términos, siempre, de relatividad) y fuera, precisamente desde su Gobierno, desde donde se tomara la iniciativa de su estudio, su publicación y difusión, así como de liderar políticas e iniciativas mitigadoras.

En una Euskadi castigada por la dura crisis económica mundial y sus particulares crisis propias, necesitada de reconvertir su tejido industrial, superar su desempleo (26%), de “reimaginar su futuro” rumbo a una Europa de esperanza, garantía democrática, de libertad y de cohesión social, y en lucha desolada por la paz y la convivencia en un entorno complejo y capaz de desanimar a cualquiera (desde luego a todo potencial inversor), el extraordinario esfuerzo y trabajo realizado desde la viceconsejería de empleo y bienestar social con el objetivo de conocer la realidad en los diferentes hogares vascos, determinar sus carencias y necesidades y, sobre todo, aportar la vía mínima necesaria para diseñar e implantar estrategias para un nuevo modelo de política social para Euskadi, movilizando a la población “no pobre” en favor de los más desfavorecidos, dio paso a un inusitado esfuerzo generador de políticas de vanguardia. El desconocimiento entonces de la evidencia, unido a la siempre compleja definición y determinación de los conceptos al uso, no solo no impidió el desarrollo de este trabajo, sino que posibilitó una rigurosa aportación, también conceptual, a este campo, hoy tan en “boga” a lo largo de Europa y del mundo.

Euskadi, pionera en un “salario social” en tiempos en los que no se podía articular la normativa adecuada dadas las limitaciones competenciales, presupuestarias y políticas, fue “convenciendo” y explorando nuevos espacios y seguridad jurídica y financiera para abrirse camino al servicio de los objetivos buscados. Hoy, recibimos con satisfacción la iniciativa del Congreso y gobiernos españoles implicados en esta nueva “renta”, a la vez que animamos a transitar un largo recorrido por cursar: revisar la farragosa e insuficiente legislación limitante de la seguridad social, su simplificación administrativa, la reforma y cualificación de su gestión (acelerando, además, el desarrollo competencial correspondiente en el caso vasco de la transferencia vía comercio bilateral de su régimen económico) y repensar el marco e instrumentos imprescindibles para profundizar en un estado social de bienestar, en una intensa labor pedagógica.

La grave e imprevista coyuntura que vivimos provoca nuevas actitudes y mentalidades y pone en valor nuevos caminos por asumir. Es un buen momento para esforzarnos en estas transformaciones si bien complejas y que no deben responder ni al atajo simplista y demagógico, ni a la irresponsable improvisación, pero que pueden y deben emprenderse. Nuevos instrumentos que van mucho más allá de transferencias económicas y que aconsejan desmontar un buen número de obstáculos y herencias administrativas que pueden superarse, desde la responsabilidad, el balance de derechos, prestaciones y aportaciones solidarias.

Es momento de pensar en el largo plazo y soñar en un mundo mejor. El Ingreso Mínimo Vital debe demostrar ser una pieza esencial para ese proceso y no perderse en un “despilfarro” como, desgraciadamente, creen muchos. Hagamos de las políticas sociales y económicas necesarias en estos momentos, “la práctica de la buena economía para tiempos difíciles” y no una mala imitación o anécdota para volver a un pasado por superar.

Este nuevo impulso no debería enmarcarse en una pieza mitigadora de la pobreza (sea percibida o real, de mantenimiento, acumulación o entorno), o relativa, en exclusiva, a “situaciones sociales desfavorecidas” como se fijó en los objetivos iniciales de análisis en el año 1986, sino con una mirada mucho más amplia, compleja y transformadora, acorde con las demandas y necesidades de una nueva sociedad del futuro.

Sin olvidar el enfoque y respuesta inicial, el futuro del trabajo, la empleabilidad tal y como la conocemos hoy, habrán de transformarse en los próximos años fruto de los cambios económicos y sociales, de la introducción de las tecnologías (que en muchos casos exigirán reaprendizaje, formación y capacitación exnovo, desaparición o sustitución de tareas, cambios sustanciales en la relaciones laborales y contractuales, complejas deslocalizaciones), la digitalización de la industria, la economía, la administración pública, la educación, movilidad, servicios sociales… “obligando” a redefinir el binomio trabajo-ingreso (renta) y, en consecuencia, un nuevo contrato social. El Ingreso Mínimo Vital de hoy exige un progresivo tránsito, solidario, hacia un espacio desconocido que posibilite percibir ingresos con carácter universal, al margen de la formalidad del empleo. Revisar y reorganizar todo tipo de soporte existente, definir beneficios, compromisos, responsabilidades, obligaciones y, por supuesto, nuevos instrumentos (modernos y eficientes) de gestión, resultarán imprescindibles. Y, por supuesto, sostenibles con un irrenunciable marco claro de financiación (por cierto, hoy, inexistente en el ingreso recientemente aprobado). En definitiva, toda una transformación. No se trata, tan solo, de una transferencia financiera coyuntural.

Hoy, sin duda, estamos necesitados de una fuerte inyección de imaginación y de trabajo a la búsqueda de un nuevo sistema de prevención, protección, prestación y seguridad social.

Ahora, en tiempos de “vuelta al cole”, no es mal momento para meter este compromiso en nuestras mochilas. Al parecer, hemos generalizado una nueva actitud y recuperado el valor de la solidaridad social. Hagámosla permanente.