BREXIT-UE: Símbolo para nuevos tiempos

(Artículo publicado el 3 de Enero)

El cierre inmediato del flujo de personas y mercancías entre el Reino Unido y las naciones europeas ofreció la triste e inevitable imagen de un extenso bloqueo de camiones en la frontera franco-británica, agravada por el temor a una nueva y desconocida mutación o variedad del COVID, su potencial capacidad de convertir la esperanza ilusionada de las vacunas a punto, entonces, de irrumpir en nuestras vidas y la sombra de un Brexit sin acuerdo. Afortunadamente, al estilo “gobernanza en la Unión Europea”, bajo el viejo eslogan futbolístico de “el último minuto también tiene 60 segundos”, bajo amenaza de agotar los plazos, el panorama cambió, el acuerdo ya es una realidad en beneficio de todos (…pasando de socios a aliados relativamente asociados), las vacunas se están aplicando en toda Europa y en un buen número de paises a lo largo del mundo, la frontera se ha despejado y la tantas veces recurrida “nueva normalidad” (distinta cada día que pasa), vuelve al primer plano.

Aunque parece mentira, son ya casi cinco los años transcurridos desde que el Reino Unido celebrara su referéndum de salida de la Unión Europea (junio 2016), y 9 meses más tarde, en 2017, reclamaba activar el artículo 50 del tratado de la Unión notificando al Consejo de Europa su salida del club europeo al que se unió en la primera ampliación de la otrora Comunidad. El malestar creciente con la gobernanza europea al uso, la percepción de una relativa desatención y lejanía respecto de las prioridades y reclamos británicos, el deseo de su propia soberanía (con distintos grados de compartición e interdependencia, pero desde su propia decisión y autodeterminación) y la percepción de una errónea apuesta primando la austeridad pública como respuesta a la crisis financiera y económica de aquel funesto decenio negro, llevaron al ejercicio democrático de un referéndum en el que la sociedad británica decidió dejar la Unión Europea. Una decisión exigente, un tránsito complejo, un confort trastocado… y, por encima de todo, el coraje de una decisión voluntaria y democrática para afrontar un futuro lleno de incertidumbre, pero propio. Su “nueva normalidad” está por escribirse con la única certeza de que su vida será distinta.

La Unión Europea reaccionó mal, como un enamorado despechado. Consciente de sus propios “déficits democráticos, de gobernanza y de soluciones para los europeos”, temió otros movimientos de salida en su Unión, dispar y desigual, y apostó por una posición extrema y “ejemplarizante” para demostrar que salir del paraguas de la Unión tendría un elevado coste. Confió en que el tiempo y las posiciones exteriores y presión mediática orquestadas llevaran a revertir la situación, apostó por el fracaso de los sucesivos gobiernos británicos y soñó con la marcha atrás. El tiempo, finalmente, demostró que más allá de valoraciones, voluntades, errores, la decisión de salida era y es firme y que resultaba inevitable, en beneficio de unos y otros, un Brexit acordado, acompañado de un acuerdo especial que transciende de un amplio Convenio Comercial y que da lugar a un nuevo espacio del relación, entre iguales, con independencia de tamaños, pesos relativos de una u otra economía, al servicio de los ciudadanos europeos, británicos y de las empresas, entidades y agentes económicos, sociales, académicos, de defensa, a ambos lados del canal.

El acuerdo y sus señales de confianza y esperanza no es una panacea. Unos y otros hemos de afrontar un largo camino de convivencia, reaprendiendo a relacionarnos. Su impacto va más allá de cálculos presupuestarios, porcentajes de PIB implicados en flujos comerciales entre las partes, legislación exnovo, plazas financieras por reinventar, un sin número de acuerdos y convenios en todo tipo de actividad y múltiples novedades que surgirán en el camino aconsejando acometer nuevas vías de solución, lo más compartibles posible, ante nuevos desafíos globales por venir. El Reino Unido se ve obligado a recomponer sus prioridades internacionales (empezando por la propia Europa, tanto de la Unión, como con aquella que no forma parte de la misma) y, sobre todo, su propia “reinvención interna”. El juego democrático pidió la salida de la Unión, pero no es una pieza única. Escocia quiere, mayoritariamente, democráticamente, continuar en la Unión Europea y quiere hacerlo como un Miembro (Estado independiente) más (de la misma manera que la Unión Europea exige procedimientos especiales de ingreso a Estados Miembro, cabe pensar si no serían excepcionales las medidas para mantener a millones de ciudadanos europeos en su seno, una vez manifestada su salida de un anterior Estado socio); Irlanda e Irlanda del Norte afrontarán la búsqueda de un nuevo espacio común y/o único (el tiempo y las condiciones, internas y externas) determinarán con qué grado de convergencia e integración; Gales ampliará, de una u otra forma y bajo esquemas de autogobierno, por definir, su pertenencia-relación en ese nuevo UK+ o UK- por reescribir. Todos y cada uno de ellos definirán nuevos espacios, propios, convergentes, de una u otra forma, tanto con el “nuevo” Reino Unido y/o Inglaterra, con cada una de las nuevas piezas por reconfigurar y con la nueva Unión Europea por redefinir. Sea o no un ejemplo a seguir, la realidad interna en los distintos Estados europeos de hoy ha de abordar su propio futuro dando respuesta a naciones sin Estado, a diferentes tipologías regionales, a voluntades diversas que, de forma escrupulosamente democrática, aspiren a nuevos espacios por configurar.

Porque si el Reino Unido tiene un apasionante nuevo espacio por recorrer, la Unión Europea no puede obviar que no solamente ha salido un “Estado Miembro” de su club, sino que ha de afrontar su propia estrategia ante cada una de las piezas “británicas” señaladas y volver, a la vez, su mirada hacia cada uno de los diferentes Estados que la conforman y concebir nuevos espacios de cosoberanía, modelos de gobernanza, máximo autogobierno diferencial y voluntades variadas ante desafíos individuales y conjuntos.

Sin duda, el final de este capítulo (no el último) del Brexit, abre nuevas vías de futuro. Más que nunca, 2021 exige una mirada e inteligencia democráticas de muy largo alcance. Y llega en un tiempo especial. Enero nos pilla sumidos en una pandemia con incidencias crecientes a la vez que esperanzados en la vacunación-inmunidad progresiva, en la mejor dotación farmacológica, de tratamientos y de servicios de cuidados, con recursos financieros nunca vistos al servicio de una recuperación acelerada global, con una experiencia aprendida a fuerza de evidencias desconocidas, pero con una sensación generalizada de superación.

Afrontamos nuevos retos, ilusionados con la recuperación de la valoración de las personas (con especial refuerzo de la población mayor a la que tras la votaciones del Brexit, parecía que el mundo despreciaba y les negaba el derecho a pronunciarse sobre el futuro), a un reforzado foco en la salud, en sentido amplio e integrado y no solo como ausencia de enfermedad o médico-hospitalario-centrista, así como al amplio y determinante espectro de los condicionantes socio económicos que marcan una grave diferencia entre la población, más allá del acceso universal pretendido, de la inevitabilidad de la consideración positiva de la comunidad, el “redescubrimiento” pese a tentaciones centralizadoras simplistas, de las diferencias y proximidad que obligan a decisiones multinivel con un máximo protagonismo directo y próximo a los problemas, a la coopetencia en redes (conocimiento, iniciativas protagonismo real, medios y recursos de valor) en proyectos compartidos.

Europa aporta el impulso necesario para mitigar miedos ante una recuperación económica que requiere mucho “oxígeno público” para acometer renovados proyectos que no solo restauren lo perdido, sino que aceleren enfrentarnos a los nuevos desafíos a la vez que reinventamos estrategias, soluciones innovadoras, inversiones tractoras de un futuro distinto, modelos de negocio respondiendo a demandas sociales esenciales, y, confiemos, hacerlo de la mano de quienes tienen proyectos, talento y capacidad para llevarlos adelante, no cayendo en errores del pasado. (Como el ejemplo de España en su pobre gestión y uso de fondos europeos, con un pobre balance de un escaso 30% de aplicación de los fondos asignados).

A su vez, aunque para algunos distante, la nueva presidencia de Joe Biden en los Estados Unidos de América en el próximo enero, abre un plus de esperanza y confianza para una esperable nueva gobernanza bajo un talante de interrelación y multilateralismo compartido y no impuesto que facilite afrontar aquellos grandes desafíos globales que exigen compromisos convergentes a lo largo del mundo. Solamente así, ofreciendo soluciones a los problemas y demandas sociales seremos capaces de hacer que la política con mayúsculas, que las instituciones responsables, que las empresas y la sociedad, no reaccionen de la mano de populismos, negacionismos, fake news y desconfianza generalizada. La oferta de soluciones, el liderazgo para encaminar sueños y motivaciones para dar sentido a nuestro esfuerzo, querrán la inclusión para un nuevo periodo a partir de nuestra ilusión para el 2021, año de transición activa no solo para la recuperación, sino para la reorientación sólida de nuevos espacios de mañana.

Sin duda alguna, hoy resulta imprescindible coser muchos trozos un tanto abandonados, como premisa y preparación para abordar la alta costura necesaria. La insatisfactoria respuesta a demandas similares a provocado múltiples iniciativas individuales, el desigual reparto de cargos y beneficio ha generado inevitables iniciativas individuales, el desprecio a principios de subsidiaridad y el protagonismo (leal y legítimo) de terceros ha sido demasiadas veces ignorado o secuestrado y la confianza no es ni cuestión de palabras, ni de discursos unidireccionales (“o conmigo o el caos”) que parecen dominar demasiados dirigentes de pensamiento único (mientras ejercen el poder). No obstante, el optimismo sigue al propósito de un mundo mejor para todos. Es la fuerza de una utopía por construir día a día. La motivación especial que dé sentido a nuestras vidas.

El post Brexit parecería la señal de un nuevo punto y aparte. No hay opción para el conformismo y la parálisis. Tiempos nuevos, exigentes, apasionantes. Afortunadamente, no hay un único camino. Son muchos las oportunidades. De nosotros dependerá hacerlas posibles.

Pandemia, Navidad y hacia un nuevo mundo post COVID

(Artículo publicado el 20 de Diciembre)

La presión ejercida por el mensaje “Salvemos la Navidad” que, de una u otra forma, ha impregnado la política de comunicación elegida por autoridades sanitarias, gobiernos y los propios medios de comunicación, alimentada por determinados comportamientos y exigencias ciudadanas, demandas sectoriales según el grado de impacto y capacidad de movilización contra las políticas públicas, con mayor o menos coherencia con el estado real de la pandemia, ha terminado convertido en un discurso confuso y las más de las veces, de escasa eficiencia demostrada desde el “mantra de la supuesta verdad científica como única guía en la toma de decisiones”, salpicada de múltiples expertos de cabecera inundando los espacios mediáticos, parece sucumbir ante la inevitable preocupación por el incremento exponencial de casos y el temible impacto de las estimaciones por venir.

A escasos días de su celebración, rebrotan elevadas incidencias infecciosas, nuevas alarmas de potencial colapso del sistema de salud, la constatación del imposible de evitar riesgo en las poblaciones mayores y, en especial, en residencias asistenciales y el temor a facilitar la movilidad y la complejidad de gestión de las llamadas “desescaladas”, volviendo sobre el falso debate opcional: salud o economía. La “fatiga pandémica” refuerza la convicción (de siempre) de que mientras no exista una solución curativa real, el objetivo es el aislamiento, confinamiento, cierre, en la medida de lo socialmente posible y tolerable por la sociedad, acompasados con el refuerzo y readecuación del sistema de salud preexistente. Y ahora, cuando vivimos una acelerada y esperanzada irrupción de la tan deseada vacuna y sus diferentes grados de inmunidad colectiva, cuando el sistema de salud ha aprendido y mejorado tratamientos y soluciones, aunque en tiempo distintos y distantes, el calendario inmediato complica las cosas. La sociedad parece exigir de los gobiernos un recetario concreto e infalible que indique con precisión lo que se puede y no se puede hacer en el periodo festivo. Se espera, sobre todo, una solución mágica que responda al deseo y planes de cada uno. El “espíritu navideño” parece inaplazable, inmodificable e imprescindible, reconvertido, a lo largo del tiempo, en celebraciones de ocio y festivas.

En estos momentos, cuando observamos que el mundo y la sociedad, en todas partes, necesita liderazgos, gobiernos, política y directrices extraordinarios, capaces de motivar, generar confianza y credibilidad, respeto compartido y mensajes sólidos de presente y futuro, el contexto le da la espalda. Negacionismo, desconfianza, noticias falsas, autoritarismo camuflado, debilidad institucional, desgobierno internacional… predominan, lo que dificulta el necesario encaje de complicidad y connivencia con quienes esperamos tomen las complejas decisiones que habrán de guiarnos.

En este panorama, desde la incertidumbre con o sin COVID que nos acompaña (antes, ahora y una vez superemos la pandemia), no podemos perder de vista los principales “bloques condicionantes y/o facilitadores” del futuro que seamos capaces de construir, demandante de mirada de largo alcance que ni empiece ni termine, en exclusiva, en la COVID-19.

El larguísimo periodo pandémico que hemos padecido en todo 2020 y el al parecer inevitable periodo de “convivencia hacia una nueva normalidad”, de incierta duración, pudiera agotarnos en el camino y desanimar el largo recorrido por emprender. Si hay alguna certeza es que no solamente resulta imprescindible convivir con el COVID, sino que el Post COVID no será una “nueva normalidad” sin más.

Desgraciadamente, el escenario “pre-COVID” ya era sumamente exigente, venía señalando grandes desafíos que, de una u otra forma, ya condicionaban nuestro modelo de desarrollo y bienestar. Desigualdad, desarrollo no inclusivo, descenso relativo de niveles de prosperidad, “enfermedad progresiva” de sistemas y estructuras de gobernanza, crisis y cuestionamiento sobre la oferta de servicios públicos, extensiva confrontación ideológica culpabilizadora de la empresa, denuncia de un supuesto “pseudo neoliberalismo instalado” como mensaje simplificador de cualquier respaldo reivindicativo y auto exculpatorio de responsabilidades personales y colectivas, “populismos y localismos” como descalificación fácil de quienes no comparten o asumen políticas dominantes impuestas por aquellos que se autoproclaman únicos poseedores de la verdad… Desafíos que, a su vez, marcaban ya una vía de transformaciones sucesivas que avanzaban de una u otra forma, posiblemente, sin la intensidad y velocidad que las necesidades y expectativas sugerían. Este panorama PRE-COVID no ha desaparecido, pero sí se ve interpelado por este mal universal que nos aqueja. La pandemia ha puesto su foco (y su valor) en la salud, mostrando sus claro-oscuros, más allá de la enfermedad y de su ciencia, aconsejando profundizar en las claves esenciales de su largamente debatida propuesta de transformación. Sin duda, sus condicionantes socio sanitarios, su implicación comunitaria, su avance hacia mucho más que la ausencia de enfermedad, los inevitables cambios de sus infraestructuras, formación profesional, educación de la población y políticas asociables para su rol esencial como vector para todo desarrollo inclusivo, exigen asumir un espacio prioritario de atención. Más allá de su imprescindible papel de equidad y justicia social, su capacidad tractora de la actividad económica, su fortaleza rectora en innovación tecnológica y social, su interacción con la biociencia, ciencias de la vida, investigación, biomedicina, educación, transporte, medio ambiente y clima y su espacio receptor y multiplicador exponencial de una avanzada digitalización, le sitúa como pilar clave en la generación de empleo, riqueza y bienestar. Este carácter vector y único influye (a la vez que se ve influido por aquellas otras transformaciones que habrán de relacionarse en otros ámbitos relacionados, en un marco comprehensivo), con especial relevancia, en las claves definitorias de un futuro por desarrollar.

Así, el foco en salud nos lleva a contemplar otros cuatro bloques de especial consideración e impacto. La actual situación y sus consecuencias obligan a revisitar los fundamentos de la competitividad, la prosperidad y el desarrollo económico regional inclusivo. Más que nunca, resulta evidente la inevitabilidad de aplicar políticas económicas y políticas sociales a la vez, saber que el crecimiento económico por sí no es un objetivo, que el PIB no es la panacea que se traduzca, necesariamente, en bienestar, que el progreso social es indisociable al desarrollo y que el “efecto local”, único y diferenciado, no es un estado o una “aldeanada olvidable” en el mapa global que, sin limitaciones ni objetivos centrados en las personas, parecía aceptarse como irrefutable. Empresas, gobiernos, territorios han de jugar un rol, cada vez más integrado y compartido, con objetivos económicos, sociales, medio ambientales y de gobernanza, haciendo de estas demandas, la esencia de sus modelos de negocio, sus políticas públicas (coopetitivas) y la apuesta de valor único y diferenciado de los territorios, regiones y ciudades.

De igual forma, la necesaria reconsideración de los determinantes de esta competitividad y prosperidad, exigen revisar un segundo bloque en términos de rendimiento, resultados y productividad. Demasiado tiempo y evaluación de inputs sin la necesaria medición, instrumentos que partían de objetivos aceptables y se han perpetuado alejados de su contribución original o esperable. Resultados hoy, que la pandemia ha impactado de forma negativa y que requieren nuevas normas de recomposición y solución.

Un tercer bloque, que sin bien pudiera parecer que nos viene dado (“Contexto socio económico”), nuestra actitud ante el mismo determinará su verdadero impacto, caso a caso, empresa a empresa, país a país. Un nuevo escenario de endeudamiento largo placista, nuevas maneras de interpretar la intervención y rol público, así como la consideración de actividades esenciales y de aquello que en verdad requiere de servidores públicos (redefinibles en preparación cambiante a lo largo de su carrera, perfil profesional, acceso y separación, área de actividad, condiciones socio laborales y administrativas), y la apuesta inaplazable por aquello que mitiga, en verdad, la desigualdad.

De igual forma, el bloque asignable a un contexto para la gobernanza, instrumentos y toma decisiones. La COVID ha demostrado que las situaciones críticas y de emergencia, facilitan, promueven o exigen asumir caminos más transitables para decidir, una agilidad y velocidad, obviando procedimientos, burocracia y niveles de no decisión, que se han mostrado ineficientes e irrelevantes. A la vez, nuevos instrumentos flexibles han roto jerarquías intermedias artificiales, y organismos superfluos de escaso valor añadido. Han emergido, empresa a empresa, gobierno a gobierno, localidad por localidad, nuevos protagonistas, nuevos liderazgos y nuevas “rutas de decisión”. El proceso ha permitido señalar nuevos caminos, nuevas estructuras, nuevos modelos colaborativos.

Este conjunto de bloques han de ser revisados y darán lugar a cambios estructurales de gran profundidad. Lo aprendido exige una pronta e inmediata evaluación hacia su permanencia, perfeccionamiento o supresión. Hemos comprobado la necesaria implicación transversal y coprotagonista en todos los niveles, eliminado los temores a cambios disruptivos y exponenciales. Hemos reinventado estructuras e instrumentos, incorporado nuevos jugadores, nos hemos visto obligados a establecer alianzas con terceros que creíamos imposibles, hemos acelerado el uso de nuevos instrumentos, practicado mayor autonomía y descentralización de tareas y decisiones. Han surgido nuevos liderazgos y una clara necesidad de reforzar, reinventar, instituciones cada vez más sólidas y democráticas. Hemos redescubierto actitudes esenciales del positivo humanismo intrínseco en la Sociedad y hemos practicado, más allá de sus inevitables dificultades, elevados grados de colaboración.

El periodo COVID abre las puertas a una gran OPORTUNIDAD y nos invita a la búsqueda de nuevas opciones en todos y cada uno de los cinco bloques comentados. Dependerá de nosotros nuestro grado de compromiso, voluntad y deseos de alcance. Hasta donde estemos dispuestos a llegar será el determinante esencial de ese nuevo mundo post COVID por construir. Ese espacio sí será una supuesta y anhelada “nueva normalidad”.

De momento, entrañable, consciente y esperanzada Navidad.

Progreso social: respondiendo a los desafíos de cada momento

(Artículo publicado el 6 de Diciembre)

La revista EKONOMIAZ celebra su brillante 35 aniversario con un número especial dedicado al impacto de la “última gran recesión” experimentada (y sufrida) por nuestra economía. Sus ya 97 publicaciones refuerzan su prestigiosa trayectoria y añade valor al conocimiento de la economía vasca y su permanente comparación con las de otras latitudes, en especial en el ámbito regional, a lo largo del mundo, en clara y evidente interdependencia. De la misma forma que celebró, en su día, su XXV aniversario con un análisis de lo realizado en esos primeros e intensos años del autogobierno vasco para abordar una autoevaluación de las diferentes políticas públicas y avanzar un ejercicio prospectivo sobre lo que habría de esperarnos diez años más tarde, en esta ocasión analiza lo que llama “una década perdida” (2008-2018) y reflexiona en torno a su estimación para los próximos diez años, de la mano de un variado número de autores que, por lo general, han acompañado la exitosa y relevante historia de esta revista, fiel reflejo de las preocupaciones, actuaciones y soluciones presentes en nuestra evolución desde el año 1985 en que fue creada, como testigo activo de la crisis en la que se encontraba nuestro país, en contraste permanente con la necesidad e ilusión de superarla apostando por un futuro de bienestar, progreso y desarrollo.

Una primera lectura (absolutamente recomendable) pudiera llevarnos a un sentido pesimismo tras constatar que el exitoso camino recorrido en aquellos años iniciales y que supusieron posicionar Euskadi en un espacio privilegiado de bienestar, riqueza, crecimiento y desarrollo económico y social en torno a la apuesta vasca por un “desarrollo humano sostenible”, parecería haber desaparecido tras las sucesivas crisis (financiera-hipotecaria del 2008), otra “Europea de NO recuperación económica y recortes generalizados” (2012) y una tercera, aún de consecuencias finales irreconocibles con la pandemia COVID en curso. Los logros alcanzados, los indicadores positivos que lo reflejan, desaparecerían tras el impacto global con su negativa trascendencia en nuestra economía. Dicho esto, constatado el “parón y empobrecimiento global generalizado”, resulta imprescindible volver la vista hacia las “palancas de transformación y fortalezas diferenciales” con que se ha dotado nuestro país, su economía y nuestra sociedad a lo largo de estos años, preparándonos para alcanzar un escenario futuro de éxito, respondiendo a los nuevos desafíos a los que nos enfrentamos.

Esta misma semana, se ha presentado en Bruselas el “Índice de Progreso Social 2020 para las regiones de la Unión Europea”. Recordemos como en 2011, entre un amplio clima crítico de detractores acostumbrados a medir el mundo bajo el prisma único del PIB y con el horizonte generalizado de modelos de crecimiento económico globalizado, la SOCIAL PROGRESS IMPERATIVE, bajo la batuta de Michael E. Porter y Michael Green, presentó el primer Informe-Índice de Progreso Social. El nuevo Índice reclama la necesidad de ir más allá del PIB, establecer indicadores, no económicos, concentrados en el Progreso Social como la capacidad de una sociedad para alcanzar las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, estableciendo los pilares que les posibiliten mejorar y de manera sostenible, su calidad de vida, creando las condiciones para que todos los ciudadanos desarrollen su máximo potencial. Medirlo resultaba (y resulta) básico para conocer el “estado de la cuestión”, identificar las debilidades o ausencias de intervención exigibles, diseñar nuevos proyectos y objetivos y traccionar las políticas públicas necesarias.

Con este planteamiento y en un esfuerzo metodológico singular, se generaron desencuentros fruto de la incomodidad en los Índices preexistentes, descontento observable en quienes “perdían posiciones mundiales” en otros índices al uso en materia de crecimiento, PIB, o competitividad. El Índice dio lugar a “nuevos líderes” trasladando las primeras posiciones hacia “países menores” con una alta concentración en los países nórdicos en la “Europa social”, avanzando nuevas ideas, planes y apuestas estratégicas. El “Desarrollo Humano” impulsado por Naciones Unidas también se veía críticamente observado dado su elevado contenido de indicadores económicos, determinando de forma excesiva el peso de la aportación social final. Desde entonces, con este 2020, el Informe-Índice se ha elaborado en siete ocasiones. El último, global, en 2020, proyecta, en general, noticias esperanzadoras constatando que, pese a la opinión y sensación pesimista generalizada, el mundo está mejor, informe tras informe.

Constata una mejoría general, si bien lenta y desigual, con 155 países avanzando en alguno de los elementos de análisis (necesidades humanas básicas, fundamentos del bienestar, oportunidades de desarrollo), medidos en 12 grandes bloques clave, destacando una clara mejoría en el acceso a la información, comunicación y tecnologías de la información esenciales para vivir, en el acceso a educación avanzada, viviendas y protección, salud y agua-saneamiento. Por el contrario, la desigualdad, los derechos personales, la seguridad personal, calidad medio ambiental e inclusividad, declinan o se mantienen estancados (2011-2020).

No obstante, una visión global, Estado a Estado, arrastra un mal pandémico del que la economía mundial no ha terminado de librarse. La estadística oficial, generalmente centralizada, continúa facilitando datos macro y de Estado. La realidad es muy diferente. Las principales diferencias se dan en un mismo Estado, entre sus diferentes regiones, entes “subnacionales” y ciudades (y en ellas, a mayor tamaño y población, mayor distancia e inequidad) y sus tejidos y realidades socio-económicas están alejadas de un reflejo estadístico riguroso y homologable.

Ya en 2011 con el nacimiento de este Índice, desde la Red MOC (Microeconomic on Competitiveness Network) en el Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard, se impulsaron iniciativas para el avance hacia Índices regionales, pegados al terreno micro. Así, el Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA, realizó una primera experiencia piloto, en aplicación de la metodología e indicadores intactos del Índice Global, para el Caso de Euskadi. Este ejercicio se incluyó como anexo en el primer Informe, señalando el largo camino por recorrer. Experiencias complementarias piloto en Alemania y Escandinavia llevaron a la Unión Europea a apostar por la elaboración de un Índice para Europa (EU-SPI) en el que viene jugando un papel relevante nuestro Instituto vasco.

Así, hoy, la Unión Europea, presenta su Índice, en coordinación y bajo la dirección de la SPI, aportando riquísima información sobre la totalidad de regiones europeas, estableciendo una relevante comparación “entre países”, clasificando las diferentes regiones y comunidades en bloques más o menos homologables atendiendo a su dimensión, población, tipología económica, capacidad institucional. Trabajo de extraordinario valor que posibilita un enorme espacio de comparación, no solo en su conjunto, sino en los diferente elementos-indicadores que explican el pretendido “Progreso Social”.

Hoy, atendiendo a este ejercicio, Euskadi lidera las regiones/comunidades del Estado español, un poco por encima de Nafarroa, en un mapa europeo dominado por las regiones nórdicas (Dinamarca, Suecia y Finlandia ocuparon los primeros puestos ocupando los 10 primeros lugares). Euskadi y Nafarroa es sitúan en el bloque general de nivel superior. Si bien, la valoración indica, a su vez, espacios claros de mejora y una significativa distancia con el nivel máximo, por lo que la referencia a su desempeño permite abrigar confianza y esperanza futuras a la vez que campos de inaplazable mejora.

En consecuencia, concluyamos que no “nos han robado la última década” pese a habernos complicado nuestro avance. Los pilares y palancas construidas, las competencias y capacidades disponibles, la voluntad y compromiso existentes, la vocación institucional y determinismo de autogobierno y aspiraciones estratégicas del futuro alumbran un futuro esperanzador, afrontando los nuevos desafíos globales y locales que nos esperan.

Hoy, como ayer, el modelo de desarrollo humano sostenible, el “caso vasco” de competitividad y bienestar inclusivos es una realidad y una apuesta solidaria, colaborativa realista, deseable y posible.

Con EKONOMIAZ hemos transitado desde una profunda crisis de modelo e ideologías, energética, de inevitable reconstrucción de un tejido en su día obsoleto, de una industria destrozada, de una empresa extorsionada y acosada, de un contexto autárquico aislado del mundo. Hemos vivido los albores de una estructuración de las bases de una economía sana por una nueva sociedad capaz de recuperar su autoestima y creer en sí misma. Nuestra economía supo incorporarse a una Europa compleja, avanzar en ella hacia un mercado integral o único, reconvertirse, abrazar la apuesta de la innovación transformadora, reposicionarse en las áreas clave que conforman los desafíos y prioridades actuales y, sobre todo, hacerlo pensando en la inclusividad y un desarrollo humano a partir de una indispensable red de bienestar. Ha sabido dotarse de un entramado institucional capaz de afrontar, paso a paso, los nuevos espacios aspiracionales que marcan nuestro futuro y las nuevas políticas para su logro. Resultados que, sin duda, veremos reflejados en esta publicación a lo largo del tiempo.

¿Pioneros del cambio?

(Artículo publicado el 22 de Noviembre)

La concurrencia de una serie de aniversarios de proyectos o decisiones de impacto público que han supuesto un renovado cambio en nuestras ciudades y país junto con la pandemia del COVID-19 que, entre otras cosas, sugiere cuestionarse sobre las opciones de futuro para construir un mundo mejor, provoca un permanente debate respecto a la necesidad/existencia de nuevos proyectos e iniciativas que hagan de nuestra Ciudad-Región-Nación, Euskadi, un hogar atractivo para nuestros ciudadanos, empresas y talento, deseosos de encontrar su particular espacio confortable del mañana.

Esta semana, hemos recordado, con satisfacción, 25 años desde la inauguración del Metro de Bilbao, 20 de “La Paloma” o el aeropuerto de Loiu como dos “apuestas de infraestructura” que incorporaron cambios sustanciales en su concepción, diseños al uso en su momento y una transformación sustantiva en los modos y comportamientos del país. Sus controvertidos orígenes, los debates sociales al respecto, el contexto deprimido y psicológicamente negativo en el que se produjeron, partía de la escasa credibilidad en su impacto y viabilidad. Hoy resulta imposible imaginar una Euskadi que no los hubiera acometido. Desgraciadamente, historia demasiadas veces vista en múltiples proyectos que algunos descalificaban como “ciudad de maquetas”.

Dos ejemplos, referentes de esta misma semana, que nos pueden llevar a repasar una larga lista de iniciativas que hoy, 20, 30, 40 años más tarde, apuntalan el presente y abren sólidas puertas de futuro. Precisamente en esta línea, durante la semana, se ha venido celebrando la “Reunión Global 2020 de los pioneros del cambio”. El World Economic Forum, desde su inigualable capacidad articuladora de todo tipo de conocimiento, activistas empresariales y sociales, gobiernos y académicos en los cinco continentes, facilita un riquísimo proceso de multi interacciones abiertas para explorar y acometer, con rigor, los procesos de transformaciones, aspiraciones diversas y aprovechamiento compartido de un sinfín de ideas y proyectos al servicio de una “inteligencia estratégica” a disposición de quienes han de tomar decisiones y están comprometidos con el riesgo de decidir y generar bien común. Esta especial reunión 2020, ha sido de carácter virtual y se ha visto condicionada por la pandemia que nos aqueja y, por supuesto, también, con una cierta ventaja que la acompaña: entender o creer que hemos de pensar en un mundo diferente ante la precepción de enormes debilidades observadoras.

Pues bien, en esta plataforma de reflexión y acción, me ha llamado satisfactoriamente la atención encontrar que una de las principales áreas de debate propuestas en relación con “los espacios Ciudad-Región” del futuro viene acompañada de una espectacular fotografía (como no podía ser menos) del Guggenheim Bilbao Museoa, sirviendo de reclamo principal para proponer un atractivo ejercicio: ¿Cómo testar el potencial futuro de una Ciudad-Región?, de la mano de la presidenta de Estrategia y Organización de la Universidad Tecnológica de Munich, Isabell Welpe.

Partiendo de la evidencia de que las ciudades y regiones ya estaban inmersas en una profunda transformación pre-COVID, la actual “inmersión contagiosa” ha acelerado la búsqueda de un imparable proceso innovador y transformador. Al igual que a lo largo del mundo, aquí en casa, también, nos preguntamos: ¿Cómo podemos hacer nuestra Euskadi más abierta y acogedora para quienes viven aquí y para aquellos a los que queremos atraer, retener? ¿Qué hará que nuevos empleos, un nuevo modo de vida, nuevas actividades y oportunidades de futuro se den aquí? ¿Cómo conseguir que futuras generaciones aprecien el espacio que seamos capaces de ofrecer? Provocar esta reflexión le lleva a la autora a enmarcar múltiples estudios comparados y ejemplos “de éxito a lo largo del mundo” en un cierto juego que parecería haberse convertido en actitud generalizada en el prestigioso M.I.T. (Instituto Tecnológico de Massachusetts), conocido como “M.I.T. Hacks” consistente el algo escasamente definible, pero que, más pronto o más tarde, supondrá la incentivación de una especial convergencia de ingenio, sabiduría, eficiencia y utilidad, tecnología, sentido y originalidad que da lugar a todo tipo de iniciativas que, en algún momento, tienen un uso exitoso, transcendiendo la mayoría de las veces de aquello para lo que en su momento fueron diseñados. Así, propone “hackear las ciudades aspirantes” al objeto de probar su capacidad de futuro. Estos elementos, no necesariamente “secuenciales”, generarían una determinada configuración de esas Ciudades-Región de las que se espera una imparable cultura creativa, avanzando día a día, adecuándose a las demandas inacabables. Su adherencia a un proyecto “comprehensivo”, a un propósito y objetivos de claro impacto en el bienestar de las personas, la competitividad de sus empresas e instituciones bajo logros económicos, sociales, de gobernanza éticos, sostenibles e inclusivos, implicaría a todos los “stakeholders” (grupos de interés) desde el objetivo individual al colectivo, público, privado y de gobierno, social e institucional o académico, facilitando recursos focalizados hacia objetivos concretos, “alumbrará imaginación” y ofrecerá nuevas vías de superación.

Bajo estas premisas, el “método M.I.T. Hacks” da pie a “seis modos de probar el potencial futuro de las Ciudades-Región”:

1. Arquitectura-Diseño-Infraestructura. Espacios que se han dotado (o doten) de iconos sólidamente interconectados con la ciudad y sean elementos clave de su modelo de reinvención urbanística, con una influencia relevante y tractora sobre el conjunto, más allá de “función original”, trascendiendo de su rol básico (de oficinas, centros de reunión o trabajo, creación, espacios culturales o infraestructura base, vivienda, comercio). Exceden sus límites físicos, se convierten en elementos de identidad de la ciudad, el territorio y son, en sí mismos, fuente de actividad, riqueza, empleo y motor tractor permanente de nuevas iniciativas y con un estilo propio y diferencial.

Así, Guggenheim Bilbao es analizado como un “progenitor del llamado efecto Bilbao”, fenómeno cultural de vanguardia liderando un concepto museístico del siglo XX y faro de prosperidad, excelencia, educación y referencia, símbolo del orgullo de pertenencia.

2. Política y Gobernanza. Por simplificar, globalización, digitalización, redes sociales… han generado desconfianza en la política, los gobiernos (su credibilidad en general la sitúan las encuestas al mismo nivel que a periodistas, redes sociales). Afortunadamente,” todavía hay clases”. La tendencia prima a los gobiernos próximos, las prácticas de gobernanza o “gobiernos distribuidos” en la medida que implican el compromiso y corresponsabilidad en los procesos de tomas de decisiones. Bilbao en particular y las instituciones vascas, en general, cuentan con el reconocimiento de los mayores y mejores ratios de transparencia y gestión pública. Gipuzkoa destaca por su política de participación y Euskadi, en general, por un elevado grado de descentralización interna y eficacia que se traslada a sus diferentes estrategias y políticas públicas, en una sinergia que aplica en todos los niveles institucionales y la sociedad vasca en general… “Un micro oasis en el hinterland observado”, a juicio de los evaluadores. (La autora invita a seguir de cerca ejemplos de instituciones alemanas y nórdicas, además de modelos de participación presupuestaria, procesos de información y ejecución participativa en la interacción público-privada vasca).

3. “Apropiarse” de sus estructuras de transformación. Promover métodos y procesos colaborativos con una clara “micro inversión competitiva” gestionable, desde la que apostar por iniciativas transformadoras el claro perfil rompedor en una imparable estrategia de “Innovación Urbana”. Con Singapur a la cabeza, haciendo de la “reinvención de las ciudades” la esencia de su visión transformadora hacia el modelo Singapur 2040, con la intención de aprender a lo largo del mundo y “construir los cientos de ciudades del futuro asiático y africano” de mañana. (No olvidemos que Bilbao-Euskadi es la primera Ciudad-Región ganadora del Premio Lee Kuan Yew, formando parte de esa red global de City Labs que alimentan el conocimiento presente en esa visión).

4. Reinventarse bajo nuevos modelos y sistemas de movilidad. La apuesta Verde de la transición hacia economías ecológicas, limpias, sostenibles a la vez que generadoras de riqueza y bienestar, trasladada a un auténtico modelo mucho más allá de la Gasteiz Verde, la infraestructura física sostenible y su arquitectura “biófila” enlazando la naturaleza y la ciudad, con luz natural y espacios públicos abiertos y vivibles.

5. Tecnología, Talento y Tolerancia. Un guiño a las 3 T’s del maestro Richard Florida como esencia de ciudades creativas. Especial relevancia a la tolerancia (tecnología y talento parecen trasladables desde el exterior) que exige un capital humano claramente cohesionado, solidario, educado, imposible de improvisar, imponer o suplantar.

6. Disponer de “activos territoriales” esenciales con capacidad de generar en sí mismo, sinergias sucesivas en cadena con respuestas permanentes a las demandas del tiempo. ¿Por qué vendrían o se quedarían aquí aquellos a quienes queremos o necesitamos? ¿Qué habrá en nuestro país que no encuentren en otro lugar? ¿Con quienes se encontrarán y convivirán, aprenderán, trabajarán? ¿Qué está pasando en ese país, ciudad, espacio que lo hace especial o diferente?

Sin duda, una interesante invitación, provocativa, para nuestro autodiagnóstico y, sobre todo, para sentirnos con la fortaleza de mimbres mínimos o suficientes (según se vea) para seguir construyendo ese futuro (mejor) en el que se encuentren confortables nuestras futuras generaciones.

Una interesante hoja de ruta.

Clusterizar la economía, algo más que una estrategia colaborativa

(Artículo publicado el 10 de Noviembre)

La próxima semana, la TCI (Red Mundial de agentes para la Clusterización) celebra su conferencia anual (en este caso, su “capítulo europeo” y de forma telemática) con el reclamo de la colaboración y la cogeneración de alianzas en el marco del desafío de “recuperación o reinvención” de la economía europea.

Hace unos días, en una conferencia del Lehendakari, Iñigo Urkullu, en el Foro de la Nueva Economía, era preguntado por el secretario general de CCOO, Unai Sordo, si “la exitosa experiencia de clusterización y políticas industriales del Gobierno Vasco en anteriores crisis no serían de utilidad y referencia tanto para Euskadi, como para España en la reconstrucción necesaria en estos momentos”. La Unión Europea promueve diferentes programas para impulsar iniciativas “colaborativas y alianzas para desarrollar ecosistemas sectoriales de la configuración de estrategia de regionalización inteligentes”. El mundo en general, de una u otra forma, hace referencia a “ecosistemas de innovación”, “alianzas intersectoriales”, “nuevos modelos asociativos o consorciales” a la búsqueda de proyectos y respuestas superadores de los desafíos a los que se enfrenta la economía. El “maná financiero”, tras las diferentes medidas e instrumentos especiales que conforman un nuevo espacio de oportunidad, sugiere co-crear proyectos compartidos para transitar hacia la pretendida digitalización, la economía verde y sostenible y las diferentes convergencias tecnológicas y de empleo deseables. La propia superación de los logros observables en los procesos y sistemas de salud a la búsqueda de soluciones científico-farmacológicas, epidemiológicas, de salud pública o de innovación para una respuesta integrada socio sanitaria y comunitaria mire hacia planteamientos “colaborativos”. De una u otra forma, “acelerar la clusterización” cobra carta de naturaleza y parece instalarse en los mensajes expertos y de influencia en los ámbitos empresariales y de las políticas públicas. Los gobiernos aspiran a revisar sus apuestas de futuro y piensan en los clusters como elementos tractores de su reconsideración estratégica territorial. Las empresas revisan sus roles compartibles en colaboración con otros agentes clave que, al final, explican sus cuentas de resultados y reconsideran sus alianzas estratégicas. Hoy, más que nunca, hablar de clusters se impone.

En Euskadi tenemos un largo y singular recorrido en este mundo. En los próximos días, ORKESTRA-Instituto Vasco de Competitividad, líder reconocido a nivel mundial, y con especial consideración y relevancia en el seno de la red mundial de Institutos y Universidades especializados en Competitividad y clusterización, presentará su Informe de Competitividad 2020 y, entre otras cosas, incorpora, como lo viene haciendo desde su origen, la relevancia de la clusterización. Desde esta experiencia práctica, sabemos, aquí, lo que es y lo que no es “poner un clúster en tu vida”, lejos de panaceas o pretensiones mágicas.

Entender la esencia del binomio economía-territorio, comprender que la actividad económica no responde ya a fragmentaciones sectoriales propias del pasado para ajustarse a la estadística oficial disponible, superar la clasificación formal y funcional de un mundo mono productivo, romper las barreras de un marco de separación tradicional (industria, servicios, sector primario), trascender de las cadenas de valor simplificadas y limitadas a cadenas de suministro mono empresa o mono sectorial, gestionar con óptica de competencia excluyente, defendiendo posiciones y “estrategias” unitarias, es la manera de acercarnos a las exigencias y condicionantes (también fuentes de oportunidad) de las necesidades y realidades o exigencias actuales y, diseñar nuestro futuro. Ya hace años, con ocasión de los 25 años de la publicación de “la ventaja competitiva de las naciones” de Michael E. Porter, repasábamos el camino recorrido y lo aprendido juntos en el particular viaje hacia la competitividad que Euskadi venía transitando. Descubrimos la importancia de trascender de la estrategia empresarial hacia modelos coopetitivos con terceros como requisito indispensable para adentrarnos en la “nueva economía”, el valor de las alianzas estratégicas, el factor local imprescindible para entender un rol propio y co-protagonista en el contexto internacional y mundial, la importancia del “Business and Government” y el papel colaborativo público-privado, la insustituible obligación y oportunidad de implantar políticas sociales y económicas, a la vez, generando cohesión social y territorial además de la red de bienestar imprescindible para abordar reformas y reinvenciones industriales y económicas, la fortaleza de la microeconomía y la clusterización como elemento rector de interlocución con la prospectiva, la potencialidad para la internacionalización e innovación colaborativa de micro empresas y pymes para poder abordar proyectos de envergadura, y la fuerza de las infraestructuras compartibles para hacer de un “pequeño espacio” un mundo de innovación y competitividad capaz de alojar y propiciar líderes mundiales. Observamos que el cluster era un elemento esencial en su concepción e impulso.

Convertir un armador o ensamblador de coches, un constructor de vagones de ferrocarril, un prestador sanitario, un museo temático, un periódico… en líderes de la movilidad, la salud, centros educativos y creativos, creadores de contenidos… promotores del cambio demandado por la sociedad, observar la industria manufacturera más allá del producto, de su “servitización”, de las soluciones integradas a ofrecer al cliente y de preguntarnos lo que en verdad desean los paises y clientes más allá de comprar un producto ofrecido, requiere no solamente abrir el campo de juego, interactuar con terceros, aprender y compartir la multidisciplinariedad, entender el impacto y rol a desempeñar a lo largo de múltiples cadenas de valor, locales y mundiales, incorporar talentos y capacidades varias, coopetir (competir y cooperar a la vez), co-crear valor empresa-sociedad, trabajar en alianzas público-público y público-privado… y hacerlo con propósito y sentido, desde estrategias diferenciales, tejiendo instrumentos, espacios, confianza, compartidos más allá de una imprescindible colaboración formal. Esta es la fuerza de la clusterización de una economía y no “poner un clúster en tu vida”. Un compromiso de estas características ni se improvisa, ni se limita a un instrumento formal.

Convicción, desafíos compartidos, credibilidad y confianza, años de trabajo compartido, resultan esenciales para el éxito. Euskadi es hoy un verdadero mapa de múltiples espacios e instrumentos colaborativos en el que miles de empresas, de profesionales, de representantes institucionales, de agentes sociales, académicos, trabajamos construyendo proyectos y realidades convergentes, conjuntas y sinérgicas. Hoy, el resultado valorado de la innovación transformadora, de liderazgos y jugadores de nicho relevantes en el contexto internacional, de redes (económicas, sociales, educativas, de salud…) referentes, no se dan por “generación espontánea” o liderazgos solitarios. Es resultado “colectivo” gracias a múltiples esfuerzos y aportaciones individuales. El auzolan actualizado se proclama esencial para un siglo XXI en transformación.

¿Puede “exportarse” la clusterización vasca a la estrategia de recuperación económica del Estado y Europa? Sin duda. Pero para que tenga éxito, no bastará ni un “corta y pega”, ni una copia en la nada, ni un cortoplacismo de inmediatez aparente, ni improvisar organizaciones formales vacías de espíritu y compromiso, ni instrumentos inadecuados al servicio de “propósitos y estrategias huecas”, sin trabajo colaborativo, cualificado e intenso. No se trata de “etiquetas”, ni de inventar oportunidades al amparo de “suculentas” subvenciones. No se trata de regar la geografía de “pseudo clústers” o de pintar “ecosistemas” inexistentes o de pensar que colaborar es algo natural y que se da porque sí. Sin estrategias compartibles, sin objetivos comunes, sin esfuerzos, no se ganará la complicidad, credibilidad y confianza necesarias para recorrer un largo camino.

Un cluster, por definición, no es un espacio físico compartido, ni un “polígono tecnológico de lujo” o un “garaje de co-working”. Es toda una filosofía, un concepto compartible que permite la interacción de todos los agentes implicados en la creación de riqueza y valor compartido, incrementando el valor y bienestar de la sociedad en que actúa. Su aproximación micro obliga a entender y actuar sobre aquellas palancas y fuerzas, próximas, capaces de impactar a la sociedad en la que se desenvuelven.

Así las cosas, bienvenida la renovada e imparable apuesta por la clusterización de la actividad económica y su impagable capacidad transformadora, innovadora y generadora de riqueza, empleo y bienestar sostenibles. En los años 80, apostamos por emprender este camino tras los incipientes movimientos aleccionadores de Michael E. Porter. Hemos aprendido mucho desde entonces, hemos de seguir aprendiendo, innovando y respondiendo a nuevos desafíos. Hoy, nuestro país, cuenta con un elevado capital humano y de conocimiento “clusterizado” al servicio de competitividad en solidaridad que hace del modelo vasco de desarrollo humano y sostenible un bien apreciado y de alto valor.

¡Sí! Reforcemos y optimicemos su rol esencial en nuestras estrategias socio económicas en Euskadi y contribuyamos a su promoción e implantación exitosa en el Estado, en Europa y a lo largo del mundo. Hoy como ayer, es un buen instrumento para construir un futuro mejor.

Innovación impulsada por el Estado emprendedor

(Artículo publicado el 25 de Octubre)

En su discurso de Política General ante el Pleno de Juntas Generales de Bizkaia, el diputado general, Unai Rementeria, mencionaba, entre los múltiples proyectos e iniciativas de su gobierno, el rediseño de “una completa arquitectura fiscal”, bajo el trabajo experto del University College of London y de la reconocida economista, Mariana Mazzucato (“El Estado Emprendedor”), insistiendo, acertadamente, que no es momento de precipitar medidas improvisadas y parciales retocando impuestos, sino que cualquier cambio a realzar deberá venir acompañado de un análisis global de su impacto y esperar al momento adecuado para su aplicación.

Sin duda alguna, cuando la línea prioritaria de solución y salida, a mejor, de la crisis pandémica es la apuesta por “hacer todo lo que sea necesario” comprometiendo recursos intergeneracionales del largo plazo bajo la palanca del endeudamiento necesario, pese a las inevitables (pero NO HOY) políticas fiscales que creen ser capaces de cambiar la descomunal deuda pública necesaria con incrementos impositivos para aquellos “que más tienen” o “los ricos”, según el discurso, que más allá de lo bien que pudieran “sonar” a determinados grupos sociales (sobre todo a quienes se consideran excluidos del grupo pagador), su efecto “hipoteca” pudiera lastrar el potencial desarrollo y construcción de un futuro de empleo, riqueza y bienestar, demandante de cambios sustanciales.

Sin duda, el prestigio y reconocimiento de la profesora Mazzacuto, como suele ser habitual, no es compartido por otras líneas de pensamiento que han privado durante años, separando y enfrentado los roles asignados a gobiernos o iniciativa privada, marcando amplias grietas separadoras, en silos, otorgando papeles diferenciados y excluyentes de unos y otros en la generación de riqueza y empleo, atribuibles en un equívoco sentido de la parcialidad enfrentada y la simplificadora interpretación (empresarial, política, académica y mediática) que durante demasiado tiempo dio lugar a un pernicioso pensamiento único dominante por el que la riqueza y el empleo lo crean las empresas (privadas) y los gobiernos deberán limitarse a una mínima regulación, administrar, recaudar, no estorbar y generar puestos de empleo funcionarial de por vida, que no trabajo/empleo productivo, eficiente y sostenible. Afortunadamente, la puesta en valor de planteamientos alternativos, mitigadores de la globalización enfermiza que nos ha invadido y de su propaganda “en vena”, defensora de que “solamente hay una manera de hacer las cosas” y el apoyo a la simplificación de la realidad con recetas equívocas del valor público y principios de solidaridad, parecen volver a escena confrontando recetas del pasado, abriendo una ventana a la esperanza transformadora.

Desgraciadamente, el tránsito de una línea dominante a otra que se abre paso gracias al fracaso o insuficiente repuesta de su aplicación, no es, ni será automático o inmediato. Hoy, llama la atención la fuerza con la que dichos planteamientos del pasado permanecen anclados en una cómoda bandera, acompañada de un discurso que parecería “comprarse” en muchos ámbitos. Hoy que todas las reivindicaciones que se instalan en los mensajes mediáticos dominantes, pasan por exigir “plantillas públicas” (incrementar las mismas funciones existentes, con iguales perfiles, con elevada inmediatez, sin ocuparse en pensar el para qué, el futuro esperable, la inevitable modernización de las administraciones públicas, la formación y capacidad de quienes han de desempeñar las tareas asignadas y, por supuesto, sin reparar en su financiación y sostenibilidad, bajo el simplismo “que lo paguen otros”). De igual forma, estas consideraciones parecerían alimentar a un buen número de empresarios que como contrapartida, vuelven a las ideas del pasado, descalificando el papel de los gobiernos, o entendiendo que toda intervención debe prescindir de contrapartidas generadoras de valor social compartido.

En Euskadi ya vivimos hace muchos años este largo encontronazo con la realidad. Los difíciles años 80-90, la crisis económica, energética, industrial, financiera, política y el estado de violencia vividos, nos obligaron a recomponer el rol de los diferentes agentes económicos y sociales, recrear o reinventar las instituciones y conferir capacidades y actitudes diferentes a los gobiernos (en todos los niveles institucionales). En una estrategia contra corriente, Euskadi apostó por “Gobiernos/Estado/Emprendedores” desde una óptica de relación imprescindible público-privada. El liderazgo público para las transformaciones largo placistas resulta esencial y el acompañamiento compartido, así como iniciativas promotoras privadas, absolutamente necesario. Ese enfoque provocó que nuestro “Estado emprendedor” haya hecho de la innovación, el motor de su apuesta por el binomio economía-sociedad bajo el modelo de desarrollo compartido en el que políticas sociales y economistas han venido de la mano y que el corazón/cultura industriales (máxima expresión de la economía real y formal), hayan pilotado la fortaleza de modelos de emprendimiento, investigación y tecnologías aplicadas, financiación y servicios relacionados con la economía real (hoy algunos le llamarían “servitización”), redes sociales de bienestar, relaciones laborales formales y marcos de cohesión social y territorial. Así, cuando las sucesivas crisis (las que han seguido y las que estarán por venir) se han encontrado con capacidades significativas de resiliencia, con instrumentos adecuados para canalizar mecanismos de respuesta, con la mínima cultura solidaria requerida y con las capacidades profesionales necesarias. En este marco, el emprendimiento empresarial florece y permite construir, día a día, respuestas impredecibles e imprescindibles para afrontar nuevos desafíos.

Así, cuando explicamos a lo largo del mundo las claves del éxito observado en este país (difícilmente reconocido por quienes siguen anclados en sus teorías del pasado, afrontando el futuro en términos exclusivos de sus cuotas y confortable status quo, o quienes hicieron de su lógica y estrategia de existencia la destrucción) y asistimos, día a día, a los reconocimientos y alta valoración internacional, demandando nuestro asesoramiento y consejo, de una u otra manera destacamos, por encima de todo, los procesos de alianzas público-público y público-privado, la riqueza de un tejido económico asociativo (miles de empresas, dirigentes, en el ámbito público y privado), compartiendo cientos de proyectos convergentes, un sin número de entes o instrumentos facilitadores, bajo una “estrategia más o menos explícita, más o menos compartida” con vectores estables en el largo plazo, con niveles de interlocución y decisión capacitados y, aún, con criterios y cultura emprendedoras. ¿Es hoy nuestro país un espacio de claro emprendimiento público más allá de un mal llamado “ecosistema de emprendimiento” que parece limitarse al reducido mundo de las start ups de recorrido incipiente y temprano? Sin duda, si repasamos el mapa de iniciativas y empresas exitosas, proyectos innovadores, claves transformadoras, reconoceremos la presencia, en mayor o menor grado, de ese Estado/Gobierno emprendedor. ¿Es suficiente? ¿Seremos capaces de romper los silos separadores de roles excluyentes entre gobiernos y empresa privada? ¿Reconoceremos el rol esencial de las empresas privadas, como una verdadera comunidad de encuentro y generación de riqueza y bienestar?

Ojalá, trabajando iniciativas diferenciadas como el mencionado proyecto de la mano de la profesora Mazzucato permita poner en valor la innovación del “Estado emprendedor”, motor convergente y aliado de “nuestro emprender privado”, ADN de nuestro histórico desarrollo y potencie su imprescindible papel en el intenso proceso de reinvención, recuperación y transformación que pretendemos abordar.

Hoy, Mazzucato impulsa la formación de gobernantes y altos servidores públicos pretendiendo que focalicen sus labores públicas en la innovación y el valor público al servicio de la sociedad para la que trabajan y a la que se deben. Más allá de las aportaciones concretas que sin duda serán de gran utilidad para el país, confiemos, esperanzados, en su capacidad de refuerzo e impulso de la mentalidad y compromiso permanente de nuestra voluntad transformadora/emprendedora, construyendo un país deseable. Ahora que ni podemos, ni debemos dejarnos llevar ante la incertidumbre paralizante de planes, escenarios certeros e iniciativas anticonformistas, hemos de afrontar, otra vez, “una nueva economía” (o la vieja, de siempre, bien entendida con nuevos jugadores y actitudes), “nuevas reglas y marcos de juego”, “nuevas instituciones e instrumentos de gobernanza”, desde una mayor solidaridad, confianza y credibilidad en los demás (entre gobiernos y empresas, sociedad y gobiernos, también) y, por supuesto, a su debido tiempo, una “nueva arquitectura financiera” mediante la que, sin duda, deberá provocar una reconstrucción ordenada (y pagable) deuda global. Solamente así, transitaremos hacia un mundo diferente, con mayor equidad y más inclusivo.
Hoy no parecería razonable la búsqueda de atajos impositivos que paralicen o hipotequen el crecimiento y la inversión por mucho que las cuentas públicas muestren cifras espeluznantes. Engañarse con ingresos que no habrán de darse para proyectar fotografías mitigadoras de déficits reales, lejos de favorecer la recuperación, perjudican su solución. Mañana, una vez superada la crisis, vendrá el gran debate político y social, a nivel mundial, para afrontar la innovación fiscal, tributaria y la solución del endeudamiento, que será un problema y prioridad mundial. Entonces, si hacemos las cosas bien, estaremos (todos) mejor preparados para afrontarlo. Hoy no toca.

Siguiendo con la propia Mazzacuto, podemos acercarnos a entender lo que en su opinión sería hacer las cosas bien. Esta misma semana, en la revista Foreign Affairs, insiste en evitar incurrir en los errores del pasado, como los cometidos en la crisis financiera del 2008 atendiendo las debilidades y necesidades de la economía financiera y sus actores, protagonistas de la propia crisis. La intervención y ayuda pública debe venir acompañada de acciones transformadoras, de nuevos instrumentos, de nuevos compromisos de los receptores de las ayudas. Los gobiernos deben actuar protegiendo el interés público a la vez que enfrentando problemas sociales, desde la perspectiva del “valor público y/o colectivo”, repensando prioridades e impacto de largo plazo. No se trata solamente de invertir y aportar recursos. La mentalidad emprendedora o “el Venture Capitalism” que ella señala, exige de ese “estado/gobierno emprendedor” tan necesario y diferenciador en la concepción y creación de un futuro distinto.

Sin duda, tiempos para dotar de un propósito a nuestra economía. Tiempos de misión y objetivos compartidos para un mundo en el que los espacios público y privado han de transitar juntos.

Redoblar la inversión pública eficiente y tractora, es el momento

(Artículo publicado el 11 de Octubre)

A punto de publicarse el Monitor Fiscal semestral del Fondo Monetario Internacional, su página web oficial nos adelanta su principal mensaje: “Los gobiernos han de apostar por la inversión pública, cuantiosa, ágil, rápida y de calidad, para contribuir a la recuperación, creación de empleo y fortalecimiento de la resiliencia ante la crisis”. Sostienen que un aumento del 1% del PIB como consecuencia de la inversión pública, generaría un 2,7% de incremento total, un 10% en la inversión privada y un 1,2% en el empleo. Inversión de calidad supone acertar en proyectos de interés general y viables, su puesta en marcha inmediata, un esquema de financiación específico para cada iniciativa de supuesta viabilidad esperable, control de su gestión con acelerada simplificación normativa, evitar y sancionar desviación de fondos, evitar el gasto y despilfarro burocrático acompañante, respuesta compartida de la iniciativa privada en adecuación a los estímulos movilizados y medidas especiales de ejecución de los proyectos priorizados.

El FMI, que no siempre ha apoyado o animado a acometer este tipo de apuestas de futuro, aclara que sus proyecciones son válidas dado el estado de incertidumbre en el que nos encontramos a nivel mundial, el abaratamiento de la deuda global, siempre que la disciplina fiscal y financiera, país a país, gobierno a gobierno y de las empresas tractoras que se impliquen, no menoscaben la respuesta esperable y creíble de los agentes asignados.

Este posicionamiento oficial responde de manera alineada a la reciente intervención de su directora-gerente, Kristalina Georgieva, con ocasión del 125 aniversario de la Escuela de Economía de la LSE en Londres, su alma mater. Partía de recordarnos el carácter excepcional de lo que estamos viviendo: la caída de la actividad económica (segundo trimestre de 2020) como consecuencia del cierre, durante semanas, del 85% de la economía mundial. Estima que la recuperación será “un largo camino cuesta arriba, desigual, parcial, con tiempos y puntos inadvertibles en un marco de extrema incertidumbre”. En este escenario, no solo justifica un endeudamiento excepcional, políticas de apoyo público (fiscal y monetarias), sino que advierte del peligro de una retirada prematura de las ayudas e intervenciones públicas, recordando que la desigual situación de partida de los diferentes países y economías ha llevado a que los paises avanzados opten por “hacer lo que sea necesario…” y los menos desarrollado por “lo que sea posible”. Unos y otros, defendiendo la salud de las personas, protegiendo el mínimo gasto social que posibilite la “supervivencia” de empresas y trabajadores y, de una u otra forma, intentando transitar hacia un futuro estructuralmente diferente, hacia una economía que, al margen de adjetivos, habrá de ser necesariamente otra, ante la amenaza de “un retroceso generalizado de la mejora en las condiciones de vida”. Estará en nuestras manos evitar, a lo largo del tiempo, dicho deterioro presagiado.

Así las cosas, parecería razonable (pese a que la deuda mundial se sitúa en el entorno del 100% del PIB), redoblar esfuerzos en las políticas de inversión pública (sobre todo) y su impulso acompañante desde las empresa tractoras, en el método elegible para la asignación prioritaria de proyectos ante fondos disponibles (en nuestro caso, los de la UE, y propios), atendiendo a necesidades reales, evitando la paralizante burocracia alarmante, huyendo de las “etiquetas demagógicas” que presionan hacia capítulos de gasto con escaso efecto tractor hacia el futuro esperable. Es decir, no vale todo y tan importante como la selección de iniciativas lo es el instrumento, mecanismo de gestión y fin perseguible. Optar por satisfacer a todos con repartos per cápita, por la fuerza mediática o el lobbismo de ocasión supone errar en la oportunidad.

La pandemia vivida (aún en ella), como cualquier catástrofe, por definición, no prevista, pone en marcha situaciones y mecanismos de excepcionalidad ofreciendo respuestas ágiles que, desgraciadamente, desaparecen una vez vuelta la “normalidad”. De esta forma, la temerosa actitud y desconfianza ante quienes han de decidir una determinada elección, asumiendo riesgos inevitables, imprescindibles en una adecuada respuesta a las necesidades del momento, no puede distorsionar el buen uso de esta deuda que habremos de paga a futuro. Cuando se dispone de instituciones democráticas, sujetas a control ordinario legitimado para ejercerlo, parecería razonable conceder la confianza imprescindible para desempeñar un papel que exige toma de decisiones ágiles adecuadas a los objetivos que se proponen. Los filtros deberían ser claros, el proceso de toma de decisiones debidamente explícito y concreto, mostrando su coherencia estratégica con las transformaciones deseables, más allá de etiquetas o grupos de interés. Sería el aval de “calidad” que parece sugerir el FMI, nada diferente al “control de los hombres de negro” que de una u otra forma exigen los “frugales” en el uso de fondos europeos, o los ciudadanos a cualquier gobierno.

La mencionada inversión pública no debe traducirse, en exclusiva, en infraestructura y obra pública tradicional. Inversión sí, gasto no, sería la mejor de las interpretaciones posibles a considerar. Otros muchos proyectos no solo no son incompatibles, sino favorecedores y aceleradores de los resultados, a largo plazo, esperables por la transformación verde, la economía circular, la transformación digital y tecnológica, la “reconversión de la infraestructura de centros/hospitales demandada”, o de la “modificación radical” de las aulas, o de los “centros físicos” para nuevos mapas sanitarios, socio-sanitarios o servicios comunitarios, innovadoras infraestructuras culturales y “reinvención del espacio público” adecuado para nuevas culturas de ocio, por no mencionar la reconversión urbana, de oficinas y vivienda, o los sistemas de telecomunicaciones para todos, atendiendo a cambios demográficos, incorporación de la tecnología, avances en la atención a las personas, formación, educación y el propio sentido y concepto del trabajo, además de la movilidad y los valores medio ambientales, sociales o culturales que habrán de impulsarse. No estamos hablando de invertir en “ladrillo” como contraposición de “invertir en personas”. Se trata de invertir en país, de generar las condiciones y contexto adecuado para el desarrollo económico y social, la cohesión territorial y la competitividad indispensables para garantizar un bienestar inclusivo y sostenible. Las viejas teorías keynesianas (más actuales que nunca), anticíclicas, parecen vigentes (incluso en el Fondo Monetario Internacional). Es momento de decisiones extraordinarias (sensatas, pero extraordinarias).

Desde “los grandes problemas infraestructurales de Bizkaia” de los primeros años ochenta, la “Euskadi del 93” o “Euskadi XXI”, por citar algunos planes vertebradores de la transformación en su momento, Euskadi ha sabido apostar por la infraestructura (física e inteligente) como acelerador del desarrollo y bienestar, anticipando un futuro deseable, conjugando demandas y necesidades sociales con una apuesta de cohesión social y territorial, competitividad solidaria y liderazgo transformador, al servicio de las personas. El binomio sociedad-economía ha venido acompañando el “modelo vasco de desarrollo inclusivo” a lo largo del tiempo, tanto en momentos de escasez, como en aprovechamiento de espacios temporales de suficiencia aparente (nunca existen recursos suficientes para todas las demandas y necesidades sociales cambiantes).

La COVID-19 ha incrementado incertidumbre y brechas de la preexistente desigualdad, pero también nuevos espacios de oportunidad y líneas de futuro. Inversión pública es, también, cambiar actitudes y consideraciones de gasto. Invertir en salud y servicios sociales, por ejemplo, y “no gastar” en ellos. La consideración de la salud, también, como generador de riqueza y prosperidad, contemplar el “amplio mundo de las ciencias de la salud”, la innovación y gestión de la salud, invertir en la mejora y desarrollo de las condiciones preexistentes (sociales, comunitarias, diferenciadoras de pobreza relativa, sus condiciones de vida y acceso real…), la investigación asociada a evitar la enfermedad, a prevenir y garantizar mejores condiciones de vida. Invertir no es la réplica de modelos, prácticas y perfiles profesionales preexistentes, sino en transformaciones radicales. Esto es inversión pública. La integración y la inclusión social son, sin duda, elementos esenciales en la generación de sociedades más cohesionadas, facilitadoras de sentido de pertenencia, confianza mutua (entre la colectividad y ésta con sus instituciones y gobernantes), mitigación de la marginación y de la exclusión y, también, una oferta y oportunidad de movilidad (física y en el llamado “ascensor social”). No, no es cuestión de inversión pública asociada en exclusiva con “infraestructura física” o de “priorizar el ladrillo y el suelo”. Es cuestión de invertir, desde el protagonismo público y el impulso y acompañamiento privado, en el bienestar, empleo y riqueza de la gente. Es tiempo de invertir en futuro, de asumir determinados riesgos que no son absolutamente predecibles pero que, estimamos transformadores de un país que quiere un redoblado esfuerzo de bienestar para una sociedad que, de una u otra forma, será diferente a la actual en un mundo, también, algo diferente al que vivimos.

Aceleremos la recuperación. Provoquemos resultados deseables y esperables. Es el momento para redoblar imaginación en la “nueva” inversión pública y verdadero motor de la transformación y apuesta diferenciada de futuro. Aprovechemos esta gran “ventana de oportunidad”. Lejos de centrarnos en gestionar los recursos del presente, esforcémonos en crear otro futuro. La inversión pública y su consecuente interacción con la iniciativa privada, constituyen ejes esenciales vertebradores de la tan necesaria visión transformadora. Un buen momento para esfuerzos e iniciativas extraordinarias. Ya llegará el día en el que decidamos sobre la siempre necesaria imaginación innovadora para acordar la restructuración global de las múltiples deudas soberanas. Entonces, habremos superado la excepcionalidad, mitigado los negros nubarrones de hoy y fortalecido las bases de un mundo diferente y mejor.

Next Generation EU; a la espera del maná milagroso…

(Artículo publicado el 27 de Septiembre)

A escasos días del límite oficial exigido por la Unión Europea para la presentación de “sendas” de crecimiento, “techos” de gasto y “cuadros” macroeconómicos sobre los que habrán de formularse los presupuestos de los Estados Miembro para su aprobación supervisora de Bruselas, el gobierno español continúa con su estilo de reclamar de los demás un “compromiso de Estado” adhiriéndose a todo lo que proponga, provocando apoyos soportados en mensajes mediáticos alejados del rigor y contenidos que cualquier negociación exige. Es el caso de las cuentas públicas, presupuestos 2021 y planes de futuro y sus correspondientes esquemas de financiación. Meses de discusión mediática sobre quien o quienes posibilitarán su aprobación, mientras no hay nadie capaz de explicar su contenido y alcance y ya, hoy mismo, filtran sus portavoces la idea de un retraso en su elaboración y remisión al Congreso. El gobierno pide cheques en blanco y se escuda en el “caramelo” de los fondos europeos que, milagrosamente, servirían para todo: “reconstruir” la economía, mitigar la consecuencia negativa de la recesión y el desempleo, recuperar los sistemas públicos sanitario y educativo y mantener la planta funcionarial sin retoque alguno (ni nuevos perfiles, ni modificación en sus condiciones laborales, salariales o estatutarias, ni, por supuesto, el menor guiño a un mínimo esfuerzo en repensar la administración pública, el rol de los diferentes niveles institucionales, ni su adecuación a lo que serán nuevas iniciativas y roles consecuentes con políticas y estrategias públicas de futuro). Entre tanto, la ventanilla de solicitud de aplicación de fondos europeos obliga a presentar propuestas antes del día 15 de octubre. Hoy, ni los ayuntamientos saben, ni si disponen del uso de sus reservas, ni si tienen o no capacidad de endeudamiento y las Comunidades Autónomas desconocen su grado de autonomía presupuestaria y financiera y, por supuesto, desconocen la idea del gobierno sobre la mejor aplicación y gestión de los mencionados fondos europeos y su impacto en la programación presupuestaria correspondiente, no ya para el próximo e inmediato ejercicio, sino para el próximo quinquenio (al menos). Las patronales, organizaciones empresariales, entes intermedios, voces académicas,    promueven iniciativas para recomendar al gobierno instrumentos de aprobación, gestión y evaluación de proyectos “transformadores, tractores” y/o, simplemente, “contenedores” de una larga crisis, temerosos de un potencial despilfarro del maná europeo prometido. Así, la CEOE (desde el sobre protagonismo que el gobierno le viene concediendo), por ejemplo, apoyada en servicios externos de consultoría, pretende sugerir al gobierno proponer a Bruselas “15 Proyectos Tractores” que propicien una “profunda transformación del aparato productivo español” bajo el liderazgo de empresas referentes en determinados sectores, mientras algunas Comunidades Autónomas advierten al gobierno del peligro (históricamente demostrado) de evitar asignaciones concretas y finalistas bajo la tentación de desviar los fondos hacia esquemas centralizados de reparto, generalistas, que encubran sus déficits presupuestarios y distribuyan recursos “horizontales” en un “café para todos”, con resultados mediocres, alejados de cualquier transformación real (no solo deseable,  sino imprescindible). Otros sugieren constituir una Agencia Independiente para su administración y, los menos, claman por una estrategia país.  En esta línea, el Tribunal de Cuentas Europeo, en su informe sobre la propuesta de un futuro fondo de recuperación y resiliencia de la Unión, recientemente publicado, incluye un gráfico de “absorción de fondos” por Estados Miembro, que explica el fracaso español en su capacidad histórica para absorber los fondos asignados (a la cola europea, solamente por delante de Italia y Croacia, en el periodo 2014-2027), dejando sin utilizar el 70 % de lo inicialmente consignado. Huir de proyectos finalistas diferenciados, carecer de instrumentos institucionales adecuados para su gestión, evitar la evaluación del impacto de recursos elegidos, incapacidad de articulación público-privada, ausencia de una política y estrategia industrial realista y falta de claridad y decisión sobre una visión completa, soportada en planes coherentes y medios y recursos que los hacen posible, ofrece estos resultados desoladores. La literatura y declaraciones especializadas claman este decepcionante contexto histórico observado.

El pasado 25 de junio, tuve la oportunidad de comparecer en el Congreso de los Diputados ante la “Comisión para la reconstrucción social y económica”, constituida con el objetivo de establecer la ruta transformadora que, tras el enviste de la COVID-19, requería el Estado. En mi Informe (https://enovatinglab.com/comision-de-reconstruccion-social-y-economica/) calificaba el momento de “oportunidad”, sugiriendo, entre las recomendaciones de actuación, adecuar las medidas a tomar al marco de agendas e instrumentos que la Unión Europea ponía a disposición de los Estados Miembro (Next Generation EU), la anunciada política de salud europea (EU4Health), las condiciones financieras internacionales (para un horizonte especial de endeudamiento hasta el 2050), las medidas sociales (y laborales) implementadas para paliar de forma coyuntural el impacto negativo de la pandemia y la nueva ruta para acelerar, sin excusas, la transición hacia las “revoluciones y desafíos pre-COVID, post COVID y otras pendientes”: digitalización, manufactura inteligente y política industrial, transición energética verde, economía azul (mares, puertos, océanos, agua), zonas rurales y aisladas, infraestructuras y, por supuesto, los nuevos mundos de la salud, la educación y el empleo del futuro, además de la imprescindible reforma (en profundidad) de la gobernanza y administración pública, además del nuevo orden del sistema futuro de prevención, protección y seguridad social. Esfuerzo posible, complejo, intergeneracional, de largo plazo, financiable y sostenible en un horizonte de endeudamiento y generación de riqueza, viables en el horizonte 2050. Ni panacea, ni caja de pandora, ni sencillo, ni espontáneo. Realizable con esfuerzo, rigor y compromiso.

Esta semana, con ocasión del “Estado de la Unión Europea 2020”, la presidenta de la Unión Europea, Úrsula Von der Leyen, ha presentado ante el Parlamento un discurso (“Construyendo el mundo en el que queremos vivir: Una unión de vitalidad en un mundo de fragilidad”) fresco, ilusionante, provocador y con alma. Nos ha recordado “la fragilidad en la que realmente se asienta nuestra Comunidad de Valores” para destacar que “es el momento de Europa para liderar el tránsito desde la fragilidad hacia una nueva vitalidad”, señalando que el programa de futuro, en respuesta al momento que vivimos, “Next Generation EU”, es la oportunidad de hacer el cambio necesario diseñado y no condicionado por catástrofes o bajo el dictado de terceros. No es cuestión de reconstruir contingencias del pasado, sino de “crear el mundo de mañana” (el mundo que queremos vivir). Un nuevo mundo para el que Europa parte de los valores reales de su “economía humana”, de su solidaridad, subsidiaridad, de su vocación de igualdad, democracia, derechos humanos, prosperidad y bienestar, y cuenta, remarcaba ella, con una visión, un plan y los instrumentos e inversiones que lo hagan posible.

Von der Leyen, fijó los “marcos y criterios” principales sobre los que pretende moverse (movernos) hacia ese futuro y que son el concepto de juego al que deben ceñirse los “proyectos” que acudan a la oferta de fondos europeos. La Unión Europea de la salud por construir bajo premisas de subsidiaridad, repartos competenciales, necesidades esenciales compartidas y soluciones transfronterizas, bajo un esquema básico repensando la salud del futuro (ni la de hoy, ni la de ayer); ampliar un plan SURE que no solamente “mantenga el empleo en peligro” o las empresas hoy en crisis, sino que garantice avanzar juntos hacia el futuro, bajo premisas de empleo digno y competitivo; el rol esencial de la política industrial que “debe liderar la transición dual, verde y digital”; el monto de un pacto verde contra la fragilidad planetaria…

Reclamos clave a los que la nueva financiación ha de favorecer canalizando un 37% de recursos al entorno verde, invirtiendo en “proyectos insignia” aún hoy en estado incipiente de viabilidad y desarrollo, y un 20% para la digitalización en una auténtica transformación industrial, social y cultural (en el que, una vez más, manufactura-energía-salud-infraestructura vuelven a converger), facilitando la atención especial y diferenciada a ese 40% de población rural, dispersa, aislada, no suficientemente atendidas. No será un regalo a los diferentes Estados Miembro, sin control o exigencias mancomunadas o mutualizadas, sino de adecuación a los objetivos generales establecidos (esta misma semana asistimos a una nueva reasignación inicial de recursos entre los diferentes Estados Miembro, modificando las expectativas o declaraciones de los diferentes actores, entre ellos España, minorando el potencial fondo).

Su discurso, pretende recoger el “Círculo Dorado”, que diría Simon Sinek (Piensa, Actúa y Comunica), que, en su trabajo, distingue aquellos líderes que inspiran y lideran a la gente que cree en ellos y con quien comparte deseos y propósitos, de quienes dirigen un camino para hacer lo que algunos quieren tener o lograr. Es decir, moverte desde el por qué y para qué de las cosas que haces (el propósito), hacia el qué dar, pasando por el cómo hacerlo. Es evidente que la Comisión Europea, hoy, no es el auténtico depositario de la decisión europea final, que son los Estados Miembro (actuales) quienes han de filtrar, apoyar, impulsar o torpedear estos “principios inspiradores”, pero es de agradecer una propuesta provocadora y de futuro. Lo que no cabe duda es que las áreas de futuro y proyectos elegibles constituyen verdaderas prioridades para la Unión Europea. Más allá de la convicción generalizada en los mismos, no es razón menor el hecho de que el modelo de financiación por el que ha apostado la Unión Europea está basado, en gran medida, en el renovado “sistema de comercio de emisiones”, cuyo impulso y funcionamiento es la garantía real de la devolución (a 2058) del endeudamiento extraordinario de la Unión, sin apelar a las aportaciones, siempre complicadas y controvertidas, de los Estados Miembro según su generación de PIB. Máxime si la Unión Europea prosigue su expansión futura (Balcanes Occidentales, Macedonia, etc.) y la multilateralidad creciente, tejiendo acuerdos con sucesivos nuevos espacios europeos de libre comercio. Su reto pasa por la neutralidad del carbono, reducir dependencia energética, continuar liderando el mercado de bonos verdes y emisiones, eficiencia energética y liderazgo dual “industrio-digital”. Su financiación, viabilidad (política, económico-social), bienestar y propósito inspirador en completa armonía sinérgica. El camino no es sencillo. Los propósitos y compromisos habrán de incorporar grandes dosis de acierto responsable en la recomposición de la gobernanza europea, de la inevitable recomposición del rol de la Europa real y natural, más allá de los marcos político-administrativos de hoy, cambiantes tanto por la voluntad de sus propias naciones, como por la inevitable demanda de autogestión, participación y coparticipación en aumento, día a día. Pero, por encima de todo, hemos de poner en valor el propósito perseguible.

Sería conveniente, por tanto, volviendo al principio de este artículo, que el gobierno Sánchez transcendiera de la coyuntura oportunista de “conseguir fondos para su presupuesto” y comprometiera una apuesta por un futuro distinto. Que antes de pensar en qué dinero le “puede tocar” para cuadrar sus cuentas tradicionales, pusiera su mira en un futuro deseable, apostando por una estrategia transformadora y no por un parcheo temporal condescendiente con el pasado instalado. Así, sabiendo lo que se quiere hacer, vendría el esfuerzo del cómo y con qué recursos abordarlo.

¿Podríamos soñar y provocar un espacio futuro diferente? Más allá de recuperarnos de la crisis, parecería deseable crear un futuro de éxito. Sombras, sin duda, hay muchas. Luces de ilusión y señales inspiradoras, también.