Momentos extraordinarios. Decisiones singulares

(Artículo publicado el 13 de Marzo)

Estonia, anexionada en 1.940 por la hoy extinta URSS, declara su independencia como República en agosto de 1.991 dando fin al dominio soviético con el proceso de Restitutio ad integrum, declarando un periodo de transición conformando sus pilares constitucionales desde un nuevo parlamento, en un intenso proceso de recomposición de su soberanía anterior.

Proceso similar convergía con sus hermanas Repúblicas Bálticas de Lituania y Letonia. De inmediato, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, reconoce su independencia y da la bienvenida al “concierto libre y democrático internacional” a los “nuevos miembros, amigos y aliados”. Se inicia, a la vez, un rápido y diferenciado proceso de integración en la Unión Europea.

Hoy las tres Repúblicas son miembros de pleno derecho de la Unión Europea, han experimentado un destacadísimo avance en su calidad de vida y bienestar, plenamente integrados en la vocación y compromiso europeo y espejo referente para otros países próximos que aspiran a seguir sus pasos.

Ucrania, dentro de la enorme tragedia en la que se encuentra, resistiendo en condiciones desiguales ante una Rusia invasora, pide a la Unión Europea, al Reino Unido, a los propios Estados Unidos y al “mundo occidental” el coraje y valentía de permitirles compartir su vocación europea, fiel a su propia historia y pertenencia.

En contextos muy distintos, años antes, en agosto de 1.947, se producía el final del imperio británico en la India. El pacifismo y ayuno simbolizado en Gandhi, culminaba con una larga historia que daba sus últimos pasos y “liberaba” a más de 400 millones de personas (hinduistas, musulmanes, cristianos, sijs). Una población compleja, organizada (o dividida) en castas y sub castas, aborígenes, etc. en torno a 565 Estados “subnacionales”, con 15 idiomas, 845 dialectos, en 550.000 poblaciones. La noche anterior al final del proceso imperial, delineantes y geógrafos ultimaron las nuevas fronteras, dividen la India, establecen un nuevo mapa y configuran, sobre el papel, la nueva India y el nuevo Pakistán. Desde entonces hasta hoy, una larguísima historia.

Situaciones y momentos extraordinarios requieren medidas, procesos, tiempos extraordinarios.

Ucrania, hoy, pide su ingreso en la Unión Europea. Elige, de forma democrática, formar parte de un modelo de vida, unos compañeros de viaje, una alianza concreta. Quiere no solamente alejarse de su Estado actual, sino que realiza una apuesta esencial. Sabe, como lo saben la Unión Europea y el mundo occidental, que esta guerra injusta en la que le han metido no terminará con un conflicto “de bloques o dominios”, previos a su existencia independiente de los últimos años. Sabe que, apagado (esperemos que al publicar este artículo hayan callado las armas) el incendiario e inhumano asedio, el llamado “conflicto” seguirá abierto, que la paz no es sinónimo de cese de la violencia y que un proceso largo de normalización les espera. Todos sabemos que la necesaria reconstrucción (también física) del país, llevará mucho tiempo, pero quieren acometerla desde una Unión Europea de la que formen parte. ¿Podemos entender que situaciones extraordinarias exigen soluciones especiales, diferenciadas, únicas?

La noche del 9 al 10 de noviembre de 1.989, se producía la caída del muro de Berlín, símbolo y barrera real de una Alemania dividida. Dos bloques (Occidente-Este) suponían dos realidades, forma de vida, organizaciones político-administrativas, economía, distintas, atendiendo al bloque al que la coyuntura los había llevado. Si los vencedores de la segunda guerra mundial decidieron la separación de las dos Alemania en su momento, años más tarde, facilitaron la integración. La Unión Europea actuó de manera especial, única. Anunció que se trataba de un mismo pueblo, una ciudadanía similar y “homologada” integrable en un Estado Miembro y, en consecuencia, la Alemania del Este, pasó de manera exprés a incorporarse, de pleno derecho, en la Unión Europea. Solamente existía una Alemania. Normativa, procedimientos, tiempos y criterios de convergencia económica, pasaron a redefinirse para facilitar un tránsito exprés. Tránsito a cuyo servicio, en consecuencia, se habilitaron fondos especiales de reconstrucción e integración. Un proceso largo (para muchos observadores y significativos indicadores aún inacabado), pero dentro del paraguas de la Unión Europea.

Sin ir más lejos, cuando determinadas cuestiones de cosoberanía, o apuestas rechazables en Referéndum por algún Estado Miembro pueden generar problemas especiales en nuestra querida Unión Europea, bastan unos minutos para tomar un café de fin de semana y modificar una Constitución, un Acuerdo Esencial, etc. La política, con mayúsculas, tiene, por encima de todo, la capacidad (y obligación) de innovar soluciones a los grandes problemas a los que se enfrenta la sociedad a la que sirve. Su límite reside en la representación y legitimidad democrática. Leyes, normas, figuras administrativas son modificables cuando la necesidad, oportunidad, bien común y voluntad democráticas lo alientan, reclaman y permiten. Hoy, Ucrania (Europa y el mundo, también) requiere una solución extraordinaria. Sin duda la decisión implica tiempos y recorridos complejos, pero, la voluntad, inteligencia y “lenguaje del poder” que gustan recordar algunos de los líderes europeos, aconsejan no solo una respuesta ampliamente demandada, sino abordar la enorme y extraordinaria oportunidad que se presenta.

Rusia está y estará allí. Sus motivaciones y sentimientos, de una u otra forma, persistirán en el tiempo. Los de Ucrania también. Los de la Unión Europea también.

El mundo necesita una oportunidad para la paz y para un recorrido hacia la normalización y la convivencia entre espacios distanciados, diferenciados. Parecería que es tiempo de nuevas soluciones, nuevos mecanismos, nuevas ideas.

La sangría padecida ya hasta este momento (muerte, evacuación, desplazados, vidas y proyectos de vida desaparecidos, sueños destrozados, país destruido…) exigirá una intervención solidaria y colaborativa múltiple (más allá de parar la guerra), esfuerzos diplomáticos negociados complejos y largos (más bien permanentes) y, sin duda, todo parecería indicar que hacerlo en un marco estable de pertenencia a un club especial, paraguas, de libertad y derechos humanos y bienestar, facilitarían la vida de quienes han de afrontar, directamente, este calvario.

La Unión Europea es plenamente consciente de su imprescindible reinvención. Demasiados años de continuismo o “innovación controlada y falsa sensación de cambio y transformación”. Está inmersa en un proceso de revisión y reorientación (como, dicho sea de paso, la totalidad de organismos internacionales), en un mundo demandante de transformaciones disruptivas que exige, también, innovación en su gobernanza, reglas de juego y nuevos caminos a seguir. Quizás estemos ante un elemento externo acelerador, obligado, del cambio (conceptos, velocidades, decisiones).

En estos momentos, la propia Unión Europea está inmersa en un amplio debate (Conferencia sobre el futuro de Europa) “escuchando la voz y propuestas de los ciudadanos” como base para redefinir su nuevo futuro. Sus valores, su verdadera democracia interna, su reconfiguración política, económica, administrativa, sus políticas y estructuras de seguridad y defensa, su rol e interlocución en el mundo, están en revisión y habrían de integrarse en sus transiciones verde, digital, industrial y de empleo en curso, la modificación, ampliación o réplica del Next Generation y nuevas iniciativas de todo tipo. Europa, en plena situación bélica, “se mantiene unida para manifestar su solidaridad con Ucrania y junto con sus socios internacionales seguirá apoyando a Ucrania y a su población, lo que incluirá un apoyo político, financiero y humanitario adicional”. (Declaración oficial de la Unión Europea).

Joe Biden, en su discurso del Estado de la Nación, afirmaba esta semana: “Estamos con Ucrania. Defender la libertad nos resultará costoso, pero es lo que debemos hacer”. El “costo adicional” nos implica a todos, al servicio de la libertad ansiada. Sin duda, ya asistimos a los efectos, más allá del coste humano que, sobre todo, sufre, padece y paga Ucrania con sus vidas, sus sueños, sus derechos pisoteados, asistimos a toda una sucesión de cambios relevantes en el contexto económico-político-social. Nuestra Unión Europea concibe y aprueba ayudas de Estado de carácter especial, facilita impuestos extraordinarios para sectores (en especial energía) y empresas específicas, modifica el precio ciudadano y empresarial de la electricidad desacoplando el efecto del gas (hasta hace unos días “inamovible”), empresas relevantes cierran su actividad y abandonan Rusia, aplicamos nuevos modelos y políticas migratorias tratando de facilitar la libre entrada y movimiento de ucranianos en el espacio europeo con planes básicos de acogida, se diseña la emisión de bonos europeos, mutualizados, para el pago de la nueva factura, se aceleran los plazos y medidas para el desarrollo de las energías renovables y se reactivan plantas regasificadoras y bolsas de reserva gasista redefiniendo las políticas verdes, de descarbonización y lucha contra el cambio climático, se vuelve al debate sobre la seguridad y defensa europea, complementaria de la OTAN…Todo un nuevo catálogo de “decisiones y planes especiales”.

En definitiva, complejidad e incertidumbre SÍ, pero una gran oportunidad para una necesaria actitud y activación especial y diferenciada. Posiblemente única. Libertad, paz, democracia como ejes-objetivo y motor de decisiones extraordinarias. Paremos la guerra SÍ, pero, a su vez, ayudemos a que no siga abierta más allá del deseado alto al fuego.

Ucrania-Europa hoy es una prioridad. Decisiones singulares para tiempos extraordinarios.

Proteger (construir) el bienestar mundial

(Artículo publicado el 27 de Febrero)

Tras una semana que asomaba a las luces optimistas de una acelerada recuperación de la economía y una ventana de oportunidad para la progresiva normalización de las relaciones y actividad social, reinicio de planes viajeros y movilidad, cayendo las obligadas restricciones que provocó la pandemia (a la que aún queda un largo trayecto por recorrer), acompañados de mensajes y expectativas positivas transmitidos tanto desde gobiernos, como de prestigiosos fondos de inversión, líderes empresariales, académicos e incluso epidemiólogos y profesionales de la salud pública y nuevos indicadores de una renovada sociedad saludable y feliz, “llegó Putin a Ucrania y mandó parar…”

Terminamos la semana hundidos en la preocupación e incertidumbre de una interacción militar de alcance incalculable, trayendo, nuevamente, el horror de la guerra a Europa. De momento, ni la diplomacia, ni las presiones sancionadoras, ni la razón y legalidad internacional han logrado evitar la sin razón de una catástrofe envuelta en “objetivos desmilitarizables” que, en un cínico juego del lenguaje, anunciara Putin para intervenir/entrar/invadir un país soberano (del que en realidad nunca ha terminado de irse del todo). Una Ucrania que, en realidad, ha quedado abandonada por Europa y la OTAN a lo largo de los años, tras su voluntaria y valiente vocación de clara apuesta y dirección europeísta, esencial para su propio desarrollo, para su papel central en la propia integración y seguridad geopolítica junto con sus “hermanas” bálticas y clara frontera del no retorno para el País y sus vecinos del Este, así como garantía de equilibrio y estabilidad para la propia Europa en su conjunto. Un nuevo limbo en un espacio de nadie, sujeto a pretensiones y objetivos de terceros. Como diría el presidente de Ucrania, Volodimir Zelinsky, en su encuentro del pasado viernes con los jefes de gobierno europeos: “Aquí ha habido mucho miedo. Yo no lo he tenido”. “Slava Ukraini – Gloria a Ucrania”

El pasado jueves, la ex Secretaria de Estado en la era Clinton, Madeleine Albright, publicaba un interesante artículo desde la esperanza (más deseo que certeza) de la no intervención. Narraba su primer encuentro en Moscú con Putin, sucesor entonces de Boris Yeltsin, a quien deseaba conocer personalmente más allá del conocido CV previo en su conocido paso por la KGB. Refleja algunos elementos destacables que hoy parecen una evidencia generalizada. Resumía que encontró a un hombre frío, convencido de asumir una misión esencial: recuperar la grandeza de la ex Unión Soviética, reconstruir un espacio propio que entendía era el que se les había quitado con la complicidad activa de occidente (Estados Unidos, OTAN, Unión Europea) y la imperiosa necesidad de ganar (recuperar) tamaño, peso, predominio como potencia mundial. Ucrania, ayer y hoy, era y sería rusa. Añadía sentirse reforzado por las deficiencias democráticas de Occidente (en especial en Estados Unidos) y que él podría jugar con las mismas armas que “el enemigo bueno”. Hoy, ese breve análisis que incorporó a sus notas oficiales supone un profundo reflejo de la terrible vuelta de la guerra a Europa, sus muertos, desplazados, destrucción de tantos proyectos de vida y consecuencias, también, económicas en y para Ucrania, Europa, el mundo.

A estas observaciones, horas antes de la invasión formal se reunían en Kiev tres ex ministros de exteriores de Estonia, Letonia y Lituania no solo para dar su apoyo a Ucrania y alzar su voz para denunciar el ataque por venir, sino para reclamar el apoyo europeo y occidental recordando que no solo se invadía la soberanía ucraniana, sino la progresiva destrucción de las apuestas libres, democráticas y europeístas de las repúblicas bálticas, del resto de la Europa del Este y quienes, en su día, optaron por caminos y futuros diferentes a su preexistente organización político-administrativa en el marco de la URSS, hacia un espacio de libertad y desarrollo. Creyeron en la nueva y vieja Europa que les abría las puertas y confiaron compartir un, entonces, ilusionante proyecto a futuro.

Hoy, desgraciadamente, cobra especial relevancia volver la mirada a las muchas líneas de reflexión que se han venido multiplicando en el espacio pandémico, focalizados en la inevitable necesidad de abordar una transformación radical de mecanismos, políticas e instrumentos de gobernanza multilateral, dirección de bienes públicos mundiales, estrategias para un futuro mejor y distinto. La propia Unión Europea, la OTAN, el rol de Estados Unidos, la OMS hablando de salud-pandemia, desde su relevante presencia en los principales foros globales, presentes de una u otra forma (por activa o por pasiva) en las grandes decisiones, acontecimientos, soluciones y sus consecuencias, requieren sus propias transformaciones radicales. Hoy vistos desde dos escenarios complejos y dolorosos, con el peor de los resultados constatables: una guerra. Pero esta inaplazable redefinición, más que funcional, es el medio y largo plazo. HOY: ¡STOP WAR-PARAR LA GUERRA! La diplomacia imperfecta es la vía que nos queda y que ha de agotarse parando la destrucción. Los progresivos paquetes sancionadores han de servir para provocar cambios y ritmos de decisión, condicionar a la sociedad rusa para favorecer el alto al fuego y tomar nuevos rumbos, repensando el fortalecimiento de las soberanías, en este caso, europeas y sus sociedades y gobiernos democráticos. Es más que probable que se imponga un espacio temporal (desgraciadamente inestable e incierto) de tregua y n agresión que comprometa el siempre complejo y dilatado camino de las soluciones y voluntades contrapuestas. A partir de aquí, todo un largo camino transformador está pendiente. Europa ha de repensar, seriamente, sus estrategias, estructuras y apuesta real de futuro. Y, por supuesto, Estados Unidos en sus prioridades estratégicas e inclinación asiática en el horizonte, repensando y reconfigurando su estrategia exterior.

Decía al principio que iniciábamos una semana bajo luces de optimismo. Sobre la mesa, dos informes de lectura recomendada: “Construir un futuro mejor: asumir el desafío construyendo una economía mundial más verde, más digital, más saludable e inclusiva” (imf.org/2021) y “Lecciones básicas de la felicidad” (Jeffrey Sachs: Centro para el desarrollo sostenible de la Universidad de Colombia).

Ambos trabajos refuerzan sus reflexiones en lo que consideran las lecciones aprendidas de la pandemia, para abordar un mundo lleno de oportunidades que habrán de llevarnos a superar problemas y dificultades. Sachs, incide en uno de los grandes debates que, en teoría, parecerían hoy oficiales y generalizados en la constatación de un cambio de indicadores-objetivos de desarrollo, más allá del PIB, a la búsqueda de sociedades saludables e inclusivas, mitigadoras de la plaga de la desigualdad y el reposicionamiento permanente de la persona-sociedad en el centro de cualquier estrategia. Resume en la necesaria transición hacia los indicadores de la felicidad, lo que llevaría a sociedades y políticas gubernamentales rediseñadas, atendiendo las necesidades económicas de las personas, su salud física y mental, sus conexiones sociales, el sentido de propósito y confianza en gobiernos, instituciones y liderazgos empresariales. Elementos que entiende se han visto castigados o deteriorados en esta etapa pandémica que ha fomentado crecientes niveles de ansiedad, depresión clínica, aislamiento social y, en muchos lugares, pérdida de confianza en liderazgos y gobernanza.

Incorporar esta línea de trabajo y otros nuevos espacios del pensamiento socioeconómico y estrategias de gobernanza, nuevos roles, ampliados, de las empresas en su objetivo esencial para la generación de riqueza y bienestar, y un nuevo “contrato social” (derechos, obligaciones, compromisos, responsabilidades) de todos en la búsqueda de valor compartido, habrán de constituir la “savia renovada” para afrontar los desafíos generales a los que hemos de enfrentarnos.

La fragilidad percibida, la incertidumbre permanente, la en ocasiones pérdida de perspectiva, el abandono de nuestros compromisos y responsabilidad activa en la cuota de contribución que nos es exigible, constituyen condicionantes determinantes y prioritarios, para el éxito de los retos que afrontamos.

Hoy, más que nunca, está en nuestras manos proteger el bienestar mundial (y el nuestro próximo).

Quizás concluimos la semana con más barreras para “la nueva etapa de relanzamiento, recuperación y transformación” que aquellas con las que la empezábamos, pero ni los desafíos han cambiado, ni sus soluciones son inmediatas, ni lloverán del cielo. El propósito y empeño son claros, los caminos suficientemente visibles, las oportunidades ilimitadas.

Recorramos este último tramo hacia el propósito deseable. Anticipemos decisiones.

«Incertidumbre, aleatoriedad, soluciones»

(Artículo publicado el 13 de Febrero)

Afrontar los eventos aleatorios y la incertidumbre en un marco de complejidad y análisis sistémico es un ingrediente esencial de la alta dirección en cualquier tipo de organización más allá de sus demandas intrínsecas en el corto e inmediato plazo.

Esta semana, la Universidad de Deusto, en el marco del centenario de su asociación de exalumnos y de la mano de PwC, ha permitido escuchar al Gobernador del Banco de España y su “renovada” política macro prudencial para ir más allá de sus funciones concretas del momento, así como de las políticas “intrínsecas” del sector financiero (en especial de la banca), incorporando, con especial relevancia, esas otras políticas, herramientas, hechos que condicionan y condicionarán la economía y finanzas. Parecería extraño saber que, hasta ahora, sus trabajos regulatorios, de control y de orientación económico-financiero no hayan conjugado, con mayor intensidad, precisión y decisión el carácter sistémico de aquello que explica el comportamiento financiero, económico y social sobre los que tanta influencia y responsabilidad tiene.

A la complejidad, por supuesto, que este esfuerzo supone, la consecuencia de hechos extremadamente raros, a la vez sorpresivos y causantes de impacto severo en la historia (lo que Nicholas Taleb denominó “El Cisne Negro”), acompaña el momento actual que lleva a muchos a un debate, quizás más terminológico, que motivador de innovaciones disruptivas (sobre todo en nuestras mentalidades y actitudes), enfocando las transformaciones pendientes e inevitables, preexistentes, que la pandemia acelera y cuya visibilidad aumenta. En todo caso, esta aproximación “macro prudencial-sistémica” llevaba a otros prestigiosos analistas financieros de la plaza bilbaína a preguntarse, estos días, si el comportamiento bursátil en curso obedecía al fenómeno del Cisne Negro, a un Elefante Negro (que no es otra cosa que todo aquello evidente para todos, pero que no hemos querido abordar, asumir e intentar superar) o si es nuestra confortabilidad y complacencia coyuntural lo que nos lleva a la Medusa Negra (eventos que creemos conocer y dominar que terminan siendo más complejos e inciertos de lo inicialmente esperable, con consecuencias finales más nefastas de lo previsto).

Sea uno u otro (o todos con distinto nombre, intensidad y tiempo), vivimos un momento crítico que obliga a repensar (no porque no lo hayamos hecho hasta ahora) cambios esenciales en nuestras empresas, países, gobiernos, políticas y, por supuesto, comunidades, sociedad y comportamientos personales. No es cuestión ni de lanzarnos, sin más, a las calles para proclamar un determinado malestar, ni para exigir a terceros obviando nuestra parte de responsabilidad o implicación, ni de soluciones mágicas inmediatas o de esconder nuestro rol y responsabilidad en la inacción y compromiso superador de aquello que nos implica a la vez que condiciona, en especial, a los demás.

Estos días, en los que parecería que la sensación de haber superado la última ola perversa y fatídica de la pandemia, reforzando esfuerzos de recuperación de ritmos y estrategias en el seno de las Organizaciones, en especial en empresas y gobiernos, rodeados del síndrome ya conocido como la “gran deserción”, de múltiples y distintas causas, la editorial Harvard Business Review publica un extraordinario libro de máxima actualidad (sobre todo para el mundo empresarial, pero, en mi opinión, de lectura y práctica recomendable para toda organización e Institución) inmersos, como estamos, en plena digitalización y transición hacia una nueva economía en esa llamada revolución 4.0. bajo el sugerente y actual título Beyond Digitalization (…más allá de la digitalización), tratando de responder l cómo los líderes transforman sus organizaciones y configuran un nuevo mundo. Sus autores, reconocidos expertos en estrategia, Mahadeva Matt Mani y Paul Leinwand, sintetizan de forma clara el verdadero, amplio y complejo desafío al que nos enfrentamos. No es un canto a manuales operativos, digitalizadores o aplicadores de tecnología concreta, sino la invitación a contemplar, de forma sintética y ultra prudencial, tres auténticas revoluciones coexistentes, determinantes del futuro que nos jugamos e imprescindibles para entender e incorporar en nuestro recorrido: 1) La revolución de la demanda que sitúa a la persona-cliente-usuario-consumidor en el centro del poder decisorio, informado sobre lo que debe y quiere recibir, de manera no fragmentada, en soluciones, servicios integrados obligando a quienes ofrezcan soluciones a conformar redes diferenciales creadoras de verdadero valor; 2) Una revolución de la oferta y suministro que, gracias a la necesidad y oportunidad de acceso a la escala y tamaño sin necesidad de ser propietario de todos los activos requeridos, potenciando, propiciando y formando parte de ecosistemas colaborativos, generando plataformas en red, alianzas y partenariados con todo tipo de especialistas complementarios; y 3) Una tercera revolución transformando el contexto en el que se opera, actuando con y para todos los actores en las diferentes comunidades en que actuamos y de la que hemos de formar parte activa con vocación de permanencia. Esta triple revolución define la nueva dinámica sobre la que habría que reconfigurar los cambios críticos de la digitalización. El fin en sí mismo no es digitalizar o poner el foco en la tecnología sino en su uso, aplicabilidad y su sentido estratégico diferenciado.

Acometer este complejo y exigente proceso, obliga a formularnos en cada unidad empresarial, institucional o social en la que participemos, un par de preguntas clave: ¿Qué valor único aportamos al mundo de hoy? y, ¿Qué competencias y capacidades nos permiten crear el valor buscado mejor que ningún otro actor? Sus respuestas, sinceras, nos permitirán “articular nuestro futuro” actuando, a la vez, de forma sistémica (otra vez la compleja síntesis de todo aquello interrelacionado), para reimaginar nuestro rol en el mundo, en los ecosistemas en los que seamos capaces de cocrear valor, en la imprescindible generación de confianza y relación con terceros, en ofrecer una entidad orientada a resultados y soluciones y no a incrementar problemas, a reorientar estructuras y equipos, reinventando un verdadero contrato social, estable y permanente en el largo plazo, “disrumpiendo” nuestra mentalidad, actitud y conocimientos. Solamente así, podremos transitar, con éxito, el largo camino, acompañados de todos los “stakeholders” o grupos de interés implicados.

Solamente de esta forma, pensando en todos (y en especial en terceros) estaremos preparados para asumir nuestras responsabilidades y roles exigibles. Hacerlo marcará la diferencia. Como sugieren Paul Polman (reconocido líder empresarial y acelerador activo de la vinculación de las empresas a los Objetivos de Desarrollo sostenible de Naciones Unidas), y Andrew Winston (“Green to Gold”-Verde al Oro…) en “Net Positive”: Cuida el valor como si fuera tuyo (“si lo rompes, es tuyo… y has de pagarlo”) y enfréntate al “Elefante Negro”. Ya sabes cuan rudo y desagradable es, ya conoces su efecto devastador, eres plenamente consciente del esfuerzo-sacrificio requerido para superarlo. Conocerlo y no actuar te hace más vulnerable y desincentivarás a quienes comparten tu diagnóstico. Nunca tendrás el cien por ciento de las certezas, ni conocerás el lugar y tiempo ideal de llegada. No obstante, lo que sí conoces, a la perfección, es en dónde no has de quedarte quieto. Ideas para un tránsito ambicioso, complejo e imprescindible cuando nuestra sociedad parecería demandar, con fuerza -y esperemos que con convicción y compromiso- soluciones conjuntas en términos de bienestar, de riqueza, empleo, sostenibilidad e inclusividad a la par que “salvar el planeta”.

Sin duda, una vez más, parecería que estamos en un punto crítico que nos exige repensar caminos de futuro. La elección es nuestra. Compromiso y responsabilidad, también.

Cisne, medusa o elefante negros comparten elementos y atributos: incertidumbre, aleatoriedad, disrupción. Y, sobre todo, una gran oportunidad para generar un mundo mejor.

Manufactura para la prosperidad inclusiva

(Artículo publicado el 30 de Enero)

Un querido y “viejo” amigo y colega me compartía un documento que prepara para impartir en un reconocido Seminario de Política Industrial en la prestigiosa Gertulio Vargas, insistiendo en la importancia de la industria y manufactura avanzada como elemento tractor del desarrollo inclusivo.

Generalmente, se suelen fragmentar diferentes temáticas que parecerían asignar el impacto o interacción directa de determinadas políticas en los grandes objetivos buscados. Así, se pensaría en un desarrollo inclusivo fruto de políticas económicas, sociales, financiero-fiscales o de prestaciones y seguridad social, cuando se trata de preguntarse por los factores generadores de una sociedad próspera e inclusiva. Parecería que el diseño y aplicación de dichas políticas e instrumentos facilitadores, empiezan y terminan en labores propias de gabinetes de estudio, servicios asesores y profesionales y centros gubernativos o parlamentarios fruto de debates, análisis y elecciones de carácter político y, en consecuencia, serían obra de personas y entidades vinculadas a la política pública con escasa referencia a la una implicación determinante del mundo empresarial, actores del cambio innovador  en la economía productiva.

Estos días, en el marco de la Agenda de Davos (de momento, en reuniones virtuales de “precalentamiento”, hasta su aplazada reunión presencial en el próximo trimestre), se anticipan documentos de reflexión sobre los principales elementos que habrían de condicionar nuestro futuro y que conformarán las materias a debate de la comunidad empresarial, público-política y social en los próximos años. Entre estos elementos clave, como no podía se de otra manera, ocupa un espacio relevante la Manufactura Avanzada y la Producción, así como la Cuarta Revolución Industrial. Resalta, sobre todo, la especial vinculación con la Prosperidad, Inclusividad y Derechos Humanos.

Obviamente, su íntima interacción con la digitalización, la adopción de tecnologías exponenciales y cuánticas aplicadas, su rol como eje conductor de la “viabilidad” de las transiciones hacia la sostenibilidad acelerada, su efecto disruptivo en las cadenas globales de valor, su capacidad innovadora y su impacto en la transformación del mundo del trabajo, constituyen pilares esenciales de la misma y su interacción con la prosperidad e inclusividad.

Adicionalmente, cuando recurrimos a parámetros cuantitativos, como por ejemplo, la industria manufacturera en los Estados Unidos y observamos su “déficit” de igualdad y progreso social en relación con su riqueza y PIB global (Estados Unidos es el miembro con mayor desigualdad del G7 compuesto por las mayores economías del planeta), además de su elevada presencia en el ranking mundial de las principales empresas multinacionales de tecnología o valor bursátil de grandes conglomerados financieros, retail o servicios, constatamos que si bien el peso de la industria en su PIB tan solo alcanza el 11% y el 8% de la fuerza laboral del país, su contribución a la economía estadounidense es del 20% del capital fijo, el 55% de las patentes generales, el 60% de sus exportaciones y el 70% del gasto país en investigación y desarrollo. Si añadimos su capacidad tractora hacia todo tipo de proveedores, consumidores, servicios asociados, a lo largo de las diferentes cadenas de valor relacionadas, su peso y relevancia resultan de máximo valor. Finalmente, el nada despreciable efecto de localización que le sitúa en todas las regiones del país, motor irremplazable de la microempresa y la pyme. Detrás de este impacto reside la mayor formalidad en el empleo, el mayor salario en la mediana del trabajador por sector o rama de actividad, su efecto movilizador y acelerador del desarrollo tecnológico, la “democratización” de sus relaciones laborales, la capacitación y cualificación permanente de sus trabajadores en todos los niveles profesionales, la estabilidad y permanencia de las expectativas e inversiones en el medio y largo plazo, y ,por supuesto, su inigualable aportación a la configuración de significativos contratos sociales aportando dignidad en el empleo, estabilidad y proyectos personales de vida, aspiraciones de futuro y permanencia o pertenencia al espacio próximo en que suelen desarrollar su empleo y vida.

Este conjunto de factores críticos se ven fortalecidos por su rol esencial para las apuestas estratégicas de futuro que se plantea el mundo: digitalización de la economía y de la sociedad, las transiciones verde y azul hacia una economía sostenible y su carácter determinante en la respuesta ante el cambio climático, más allá de su irremplazable contribución a la generación de valor en la transversalidad de todo tipo de industrias o áreas de actividad económica y social.

Las sucesivas crisis y el análisis comparado de diferentes economías, regiones y niveles de vida de sus poblaciones, a largo del mundo, demuestran que son aquellas regiones o poblaciones industrializadas las que cuentan con las mayores capacidades de resiliencia y potencial respuesta a los cambios, transformaciones y desafíos a los que habremos de enfrentarnos.

Los debates recientes a lo largo del mundo, a la búsqueda de estrategias transformadoras de largo plazo, en términos de inclusividad, prosperidad y progreso social, reclaman un paso esencial: políticas industriales como vector de apalancamiento del desarrollo exigible. En palabras de muchos expertos en el Informe del World Economic Forum señalado, “si quieres un modelo inclusivo, empieza por dotarte de una buena base manufacturera, digitalízala y oriéntala hacia los inputs clave en pos de un mundo verde”.

Hoy, entre estos múltiples espacios de referencia, es destacable nuestro país. Euskadi es un referente mundial, objeto de estudio y modelo de apuesta a lo largo del tiempo. Desde su base, avanza apalancando su futuro, sus sistemas de prevención y protección social y su compromiso con la competitividad, el bienestar y progreso social para lograr una sociedad inclusiva. A su disposición, los múltiples instrumentos que se ofrecen a lo largo del mundo y el esfuerzo de todos los grupos de interés implicados. Desde esa base, sólida y cambiante, cabe esperar redoblados esfuerzos, públicos y privados, para avanzar en beneficio compartido, plenamente integrados con una red de bienestar y protección social. Ha formado parte de nuestro ADN y, en consecuencia, de nuestras Instituciones, empresas y Comunidad.

El mundo enfrenta muchos desafíos. Parecería que exista una cierta convergencia de apuestas y caminos a recorrer. Las “nuevas políticas industriales” no pasan por elegir unos pocos “campeones” aislados, sino sobre múltiples empresas e iniciativas tractoras, debidamente acompañadas por esa constelación de redes de valor, clústers y ecosistemas que configuran el insuperable espacio de innovación y construcción de un futuro cambiante, satisfaciendo las necesidades demandadas en cada momento, por el complejo mundo interrelacionado en el que nos movemos. Convergencia de capacidades y papeles, compromisos, diferenciados, sobre los que construir el nuevo escenario, mediante estrategias país-industria que generen valor desde soluciones a las necesidades sociales. En este camino, siempre estará la manufactura avanzada. Un reclamo para provocar el debate de los próximos meses al que nos invita el World Economic Forum, “Unlocking Business model innovation through advanced manufacturing” (Desbloquea el modelo de innovación empresarial a través de la industria), uniendo-recogiendo múltiples voces cualificadas que se oyen en los principales foros internacionales, llevándonos a pensar, más allá de las operaciones concretas a las que debe responder con eficiencia y eficacia la industria y sus actores, uno a uno, los nuevos modelos de negocio, innovación y empresa, el rediseño de estrategias y políticas industriales, la participación e implicación de todos los “stakeholders”, controlando, gestionado y atemperando la disponibilidad y uso positivo de la tecnología al servicio del bien común más allá de su oportunismos comercial, fijando los marcos y tiempos adecuados para abordar el viaje permanente hacia un escenario trasformador. Al final del camino: regiones prósperas e inclusivas.

Demandas políticas y prospectiva socioeconómica 2022

(Artículo publicado el 16 de Enero)

Esta primera quincena del 2022 se ve rodeada de una relativa percepción de fragilidad e incertidumbre acentuada por múltiples hechos, en el contexto internacional, que, de una u otra forma, aunque pudieran parecer lejanos, habrán de importarnos. Conceptos como “guerra fría”, “rearme global”, “movimientos migratorios”, vuelven a ocupar la actualidad. Las dificultades y problemas o desafíos siguen entre nosotros y se ven ampliados por los contextos próximos en los que determinadas actividades, discursos y mensajes cobran mayor resonancia.

En este caso, por no volver a la pandemia-endemia-gripalización dominante, o a la relevancia del tamaño en las explotaciones ganaderas y su impacto o uso electoral, que ocupa los medios, merece la pena ocuparnos del debate y manifestaciones en relación con un par de asuntos de vital importancia para los ciudadanos vascos y que parecerían reaparecer en el eje de la discusión política actual: la reforma laboral y el ingreso mínimo vital.

¿Son dos asuntos de crucial relevancia como para cuestionar el apoyo al gobierno español por parte de quienes no parecen estar dispuestos en caso de no cumplir los compromisos previamente acordados en Euskadi?, ¿Son asuntos de trascendencia para los ciudadanos?

Sin duda alguna.

La incomodidad que parece venderse por el no apoyo a lo que se ha vendido como un “acuerdo histórico” de derogación/reforma laboral, resulta de mayor impacto y contenido de lo que pudiera parecer a simple vista. No se trata, como dirían algunos o callarían otros, de una rabieta “aldeana o localista”, que reclama “su propio mini-pacto”. Un marco autónomo de relaciones laborales no es ni un capricho, ni una demanda injustificada. Basta resaltar que la viabilidad de este tipo de acuerdos vendrá dada por la capacidad de negociación y acuerdo entre las partes directamente implicadas y sus representantes legítimamente elegidos. La representación sindical y empresarial firmante del nuevo acuerdo en la Moncloa no es lo suficientemente representativa en Euskadi y, cabría añadir, que insuficiente en la totalidad del ámbito sociolaboral del Estado en aquellos sectores clave que cuentan con organizaciones representativas distintas (función pública, educativas, universitarias, sanitarias, agro ganaderas y fuerzas y cuerpos de seguridad… por ejemplo). Un marco autónomo de relaciones laborales es imprescindible no solamente para una negociación colectiva sino para la debida articulación del tejido económico, institucional y social. Marco imprescindible para la adecuada aplicación de estrategias y modelos económicos, sociales y políticos. En el caso vasco, es, desde siempre, una exigencia clave que ha acompañado todo pacto y acuerdo de gobernanza. El Real Decreto Ley en cuestión, no parece que haya elegido el mejor camino para la “gran y única reforma posible” que, según el presidente Sánchez, “es de sentido común y busca el bien e interés general” por lo que nadie puede votarlo en contra. Otros parecen tener, también, sentido común a la vez que preocupación por el bien general. Y no comparten el proyecto aprobado sin ellos. Validarlo con un sí o no, no parece posibilitar el debate amplio, sobre un Real Decreto que, a juzgar, no ya por su contenido, sino por su larga introducción en el Boletín Oficial del Estado, sería la “gran panacea” salvadora de todos los males en el ámbito sociolaboral (empleo y desempleo, formación, relaciones empresariales, equidad y justicia social, alineación y coordinación dentro de una Europa en pleno “renacimiento industrial y económico”.

Así mismo, el caso particular del cumplimiento de un acuerdo de “transferencia” para la gestión del Ingreso Mínimo Vital no es cuestión de un mero acto administrativo, de un determinado presupuesto o de un acuerdo que se estira e incumple, día a día, replanteando un nuevo acto de fe para “cerrarlo próximamente” como parece proponerse cada vez que se da una nueva votación en el Congreso de los Diputados en San Jerónimo.

El impuesto mínimo vital fue un gran acierto en las políticas del gobierno español y la ley que lo posibilitó. Su aplicación y gestión es otra cosa. Desde el inicio de su tramitación, su aprobación vino condicionada por un compromiso, en el caso vasco, de su “transferencia y aplicación” desde el Gobierno Vasco. Las instituciones vascas, pioneras en el Estado, en políticas e instrumentos de salario social, inclusión social, ingresos mínimos y la recalificación de sistemas e instrumentos de prevención, promoción, seguridad social, acordaron y necesitan, urgentemente, integrar su gestión en el marco propio para un soporte único de la red social, de bienestar imprescindible para ese bien común, no dejar a nadie en el camino y el binomio empleo-ingreso, cada vez más en riesgo ante la situación observable y las expectativas tecnología-cualificación-empleo.

En consecuencia, parecería más que razonable considerar la importancia de este “reclamo”, y, en consecuencia, acordar los cambios adecuados.

En este contexto, este pasado jueves tuvo lugar, en Nueva York, la presentación del Informe Anual (Outlook 2022) de Naciones Unidas acompañando a su diagnóstico general de una serie de mensajes conclusiones que permitan contemplar el comportamiento macroeconómico mundial señalando las principales preocupaciones sobre las que habrían de arbitrarse las principales políticas y decisiones. Una vez más, se trata de enfriar declaraciones excesivamente optimistas en términos de recuperación, a la vez que, en palabras de su secretario general, Antonio Gutierres, “es momento de focalizar objetivos y políticas hacia la reducción de la desigualdad global y, en especial, el gap existente entre los diferentes países y regiones”.

Más allá del impacto, duración, persistencia o evolución de la pandemia (en la que, recordemos, aún estamos inmersos) y de la velocidad de vacunación y salida que demos, viviremos lo que han subtitulado como “A bumpy road ahead” (“un camino lleno de obstáculos y baches”) y un “tormentoso panorama incierto y desigual”. Desgraciadamente, su pronóstico prevé un crecimiento global por debajo del de 2021 y por debajo de las estimaciones anteriores, un incremento de la pobreza (en especial de la pobreza extrema que alcanza a 874 millones de personas), en una dispar proporción regional, una incierta y peligrosa inclinación a tomar decisiones, locales y multinacionales, en materia financiera y monetaria, con una temerosa vuelta a paralizar, congelar o suprimir las intervenciones públicas en favor de una recuperación necesitada aún de oxígeno, ante un complejo proceso inflacionista. Situación general que continuará acentuando graves problemas en el mercado de trabajo, una delicada expectativa en torno a los primeros empleos y sus secuelas a lo largo de la vida laboral, y la manifiesta debilidad en los sistemas estructurales de educación, salud y bienestar.

Como no podría ser de otra manera, recoge y apuesta por intensificar apuestas estratégicas en torno a las “nuevas oportunidades” que una transición verde y una transición tecnológica aportará, en la medida en que los procesos y fases del cambio, se den bajo el control público coordinado acompasando su desarrollo a reposicionamiento posible desde la situación de partida, evitando al máximo las consecuencias negativas. Llaman, finalmente, a mantener políticas fiscales “contra cíclicas”, presupuestarias activas en las áreas del bienestar y, por supuesto, una recualificación educación-capacitación-empleo, intervenir en los condicionantes socioeconómicos de la salud y en sistemas de prevención, protección y seguridad social.

El análisis y prospectiva desde una perspectiva macroeconómica, conforme a su enfoque y responsabilidad, no huye de su paso por la diferenciación microeconómica, si bien se limita a espacios y bloques regionales apuntando la inevitable recomendación de adoptar las políticas generadas, como paraguas de referencia, a los contextos y realidades en cada caso, apelando a las intervenciones colaborativas, descentralizadas y multi nivel entre diferentes agentes institucionales, económicos y sociales en cada caso y ámbito de decisión.

Si hay algo destacable en este análisis global, es la fragilidad demostrada, la desigualdad creciente, la dispar distribución de riqueza y las imprescindibles actuaciones y reformas sobre el mundo del empleo y la formación asociada. Todo ello no hace sino enmarcar una prioritaria redefinición y refuerzo de sistemas y medidas de prevención, protección y bienestar social en niveles realistas, gestionables y diferenciados según las características concretas de los diferentes espacios en que habrán de llevarse a cabo. Sus ritmos, vocación de futuro, condicionantes previos de partida, madurez de sus interlocutores y capacidad de intervención en la definición de sus apuestas y compromisos de futuro exige dotarse de los medios que lo posibiliten, con la irrenunciable participación de los actores representativos y capacitados para hacerlo.

La política no es “algo extraño o externo” que se cuece en su propia salsa. Es, por el contrario, sustancial para afrontar y resolver las grandes demandas y desafíos sociales a cuyo servicio está la economía. No se trata de vivir en el ruido, la confrontación o de mantener posiciones extremas ni de defensas numantinas. Es cuestión de coherencia.

Las previsiones están allí. Su cumplimiento o redirección dependerán de lo que seamos capaces de hacer.

2022: Repensando y haciendo un mejor año

(Artículo publicado el 2 de Enero)

El inicio de un nuevo año conlleva deseos de disfrutar de un mejor año del que dejamos atrás. Como si se tratara de una frontera, invisible, que con el simple paso convencional del tiempo y calendario generase actitudes, comportamientos, compromisos y eventos incontrolables distintos a los que configuraron una etapa superada.

Hoy, a cuestas con la pandemia de la COVID-19, arrastramos una decidida apuesta generalizada por “un año mejor que el anterior”, esperanzados en que asistiremos a la inflexión real de una pandemia letal y destructora hacia una nueva etapa ordinaria de convivencia con un virus, cada vez menos severo y letal, con una amplia capacidad de respuesta desde nuestros diferentes sistemas de salud y, los sistemas de tomas de decisión y gestión de la economía y empleo, así como, sobre todo, aunque no suficientemente explicitado, de las actitudes y comportamientos individuales y sociales en los que residen las prioridades, las opciones determinantes de ese “paraíso mejor” esperable.

Si como todos los cambios de año, procede una reflexión sobre lo acontecido, acompañado de buenos propósitos y un ejercicio prospectivo que nos ayuda a planificar de alguna manera el futuro que pretendemos recorrer, este 2022 permite un proceso desde el análisis de lo vivido en esta situación excepcional que nos ha aportado muchas lecciones sobre las que actuar. 2021 nos ha enseñado, sobre todo, que los sucesivos cambios incrementales en los principales mecanismos existentes han fallado y, en consecuencia, la necesidad de un reseteo generalizado que posibilite superar los sistemas, modelos de pensamiento económicos, políticos y sociales de los que nos hemos dotado, a la búsqueda de respuestas a los verdaderos problemas, largamente detectados y conocidos, demandantes de transformaciones radicales.

Coincidiendo con este momento de cambio, el último número de invierno de la revista Finance & Development del Fondo Monetario Internacional, aborda una serie de artículos de especial interés en torno a las transformaciones que parecerían imprescindibles para transitar al futuro. Destacan cuatro apartados: Repensar el multilateralismo para una era pandémica, medir la prosperidad y la esencia de una “buena vida”, la economía de la salud y el bienestar y, de forma indirecta, el largo catálogo de innovaciones a incorporar, desde el renovado pensamiento económico, el compromiso empresarial compartido con los Gobiernos al servicio de la Sociedad y nuevas formas de colaboración multi agente-multi país a lo largo del mundo.

De una u otra forma, al igual que los principales debates que nos vienen acompañando en los últimos años (o décadas), se entrelazan múltiples cuestiones de la pandemia y que, sobre todo, nos llevan a pensar en que no se trata de ningún asunto temporal, sino estructural y permanente. Subyace el amplio debate en torno al movimiento “…más allá del Producto Interno Bruto” del modelo, con diferente intensidad y variantes que ha sido la base de las políticas de crecimiento y desarrollo económico, soportado en unos indicadores que han excluido el fin último de la propia economía al servicio de la sociedad, el bienestar y la búsqueda de la felicidad o satisfacción. Lejos del uso agregado de un buen número de indicadores, en apariencia objetivables y homogéneamente comparables que suponían no solo clasificar economías, países, poblaciones dispares y distantes en una estadística más o menos controlable, que han venido complementándose con contenidos sociales (la apuesta ya superada por el Índice de Desarrollo humano) soportados, parcialmente, por múltiples encuestas subjetivas, multiplicidad de indicadores con compleja interpretación y respuesta y, casi siempre, sustituidos por el excesivo peso dado a cada uno de los indicadores utilizados. Finalmente, desarrollo humano, sostenibilidad, prosperidad, riqueza y bienestar terminaron referidos al indicador del PIB y, por lo general, en agregados macro referidos a Estados, Regiones Globales y escasamente adecuados a las máximas diferencias existentes en el interior de un bloque regional, de un Estado o, incluso, de la diferente zonificación en el interior de las megaciudades. Indicadores que se alejan de facilitar la búsqueda de fuentes reales de marginación, limitación de la salud y el bienestar, sobre todo, rediseño de políticas y mecanismos adecuados para la mitigación de la desigualdad, profundización en las estrategias pro bien común y desarrollo compartido.

Esta búsqueda de la prosperidad y felicidad o confortabilidad de las personas y sus respectivas comunidades exige, además, la compleja definición y comprensión de los valores (tan distintos más allá de etiquetas) de las personas, las sociedades y su capital humano.

La relatividad de un concepto de prosperidad y bienestar hace que niveles o indicadores similares de renta, no presuponen estados similares de prosperidad o de satisfacción, esencialmente determinados por sus propios valores, asignando a cada persona y comunidad un papel esencial en la determinación de su felicidad.

Desde esta complejidad que ha de seguir propiciando todo tipo de aproximaciones (Índice de Progreso Social, por ejemplo), la base esencial no es otra que el reconocimiento explícito de ir más allá del PIB y actuar en consecuencia, redefiniendo instrumentos, estadísticas, políticas en el marco de un innovador pensamiento económico que está por venir. 2022 ha de contribuir a un “mejor” escenario tras un propósito vector, motivador de verdaderas transformaciones.

De igual forma, el que ya parece finalmente entendido, espacio indivisible de economía-salud, pone de manifiesto que, también, los mejores sistemas de salud con los que contamos demandan un reseteo radical. No resulta novedosa la demanda de cambios disruptivos en el mundo de la salud, la revisión en profundidad de sus estructuras, perfiles profesionales, interdisciplinariedad con un mundo cada vez más apoyado en tecnologías diversas, en un contenido omnicomprensivo en los diferentes condicionantes socios económicos de la salud, en las inversiones relacionadas con los activos comunitarios a su disposición, en la gestión de la complejidad de sistemas y formación. Ni qué decir de los propios organismos globales, empezando por la OMS y de la necesaria cooperación “reformulable” a lo largo del mundo. La aplicación de instrumentos y lecciones aprendidas que en plena pandemia hubo de utilizar asumiendo riesgos inicialmente rechazables, decisiones urgentes y extraordinarias consideradas inasumibles a priori, requiere su reconsideración al servicio de los cambios por venir.

Todo un cúmulo de transformaciones que han de afectar a todos los implicados. Hacer y esperar un mejor año, no será un simple reclamo acompañando el simbolismo de las uvas a ritmo de campanadas. Será, sobre todo, un esfuerzo personal y colectivo, que habrá de movilizar a todos los agentes económicos, sociales e institucionales. Si siempre aprendemos en un crecimiento continuo, 2021 nos ha provocado un aprendizaje acelerado.

Como siempre, la mayor dificultad, al igual que la mayor virtud y capacidad de logro, para las transformaciones necesarias están en el propósito y los valores de los actores. Empresas, gobiernos, academia viven una convulsión y cambio acelerado, inaplazable. Todos ellos, de una u otra forma, están inmersos en este tránsito. ¿Seremos capaces de comprometernos en un mejor 2022?

Sin duda alguna, la riqueza del movimiento generalizado que, a lo largo del mundo, se viene impulsando y reforzando en torno a los verdaderos objetivos con los que estamos dispuestos a comprometernos, la reacomodación de nuestras prioridades vitales y de empleo, la demanda de una tecnología humanizada, la reconfiguración de un  mundo multilateral en una renovada democracia, y los nuevos ojos con los que miramos el futuro desde lo aprendido y vivido en el años que dejamos atrás, habrán de llevarnos a un mejor 2022. Economías justas y equitativas, un innovador progreso económico, en una cambiante y muy distinta geografía económica, confrontando la desigualdad, innovando en la gobernanza en todos los niveles y espacios públicos y privados, al servicio del bien común. Todo un proceso ya en marcha que habrá de encontrar en este nuevo año una luz rectora de las múltiples iniciativas y movimientos en curso.

Todo un propósito: repensar el futuro, pero, sobre todo, hacerlo posible.

Un paso más hacia la competitividad y prosperidad inclusiva

(Artículo publicado el 5 de Diciembre)

Si la semana pasada asistíamos en Euskadi a la presentación del Informe de Competitividad del País elaborado por ORKESTRA-Instituto Vasco de Competitividad, utilizando una nueva adaptación del Marco General de Competitividad, profundizando, sobre todo, en indicadores sociales más allá del PIB, esta semana, en el Workshop anual de la Universidad de Harvard y su red M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad) bajo la tutela de Michael E. Porter), se ha insistido en la fortaleza dominante de la competitividad al servicio de la prosperidad e inclusividad, sostenible e intergeneracional.

Los atributos esenciales de una competitividad bien entendida cobran especial relevancia, día a día, en el diseño de estrategias para el desarrollo económico, de crecientes y siempre innovadores espacios de progreso y bienestar social, de procesos colaborativos (desde la especial apuesta por la clusterización de las actividades económicas bajo el binomio economía-territorio), la gobernanza (multinivel), el valor compartido y la cocreación de valor empresa-sociedad, así como el rol competitivo y especializado de los diferentes actores, impulsados por entes intermedios facilitadores, y la insustituible coopetencia público-privada. Así, actuando sobre la totalidad de los elementos críticos, si bien la macroeconomía supone un factor relevante que habrá de influir en todos, la diferencia real vendrá marcada por las políticas, fortalezas e intervenciones microeconómicas, no solo definitorias de la diversidad territorial y de sus respectivos tejidos económicos, su capital social e institucional, y, sobre todo, de su vocación propósito conjunto Sociedad-Economía (actores). Todo este complejo sistema de determinantes de la competitividad es lo que supone, al final, los diferentes niveles de bienestar y prosperidad de la población, así como la ventaja específica y productividad (generadora real de riqueza) de las empresas y las economías en que actúan, a lo largo del mundo. Sin recetas o manuales mágicos. Procesos, trabajo, decisiones, compromisos colaborativos, multi agentes, movilizados tras una visión compartida, “hecha entre todos”, a lo largo del tiempo.

Hoy, este sistema de intervención enfrenta un doble desafío adicional: la búsqueda de un “nuevo” modelo socio-económico en el que coexistan tres grandes objetivos que han de lograrse a la vez: crecimiento, sostenibilidad e inclusión y, a la vez, abordar y resolver con éxito el impacto diferenciado y específico de una revolución tecnológica, otra empresarial, otra de gobernanza y liderazgo y la intrínseca a cada “industria” en la que operamos (salud, educación, manufactura…) sujetas a múltiples reclamos, objetivos e indicadores (exigentes y demandantes de una profunda transformación individualizada y colectiva en sí misma). Una coexistencia compleja y sistémica que lleva a preguntarnos si todos estos objetivos son compartibles (al menos en tiempo y alcance máximo propuesto), si en verdad estamos comprometidos con sus logros y si, además, creemos que soportaremos la prueba de su acometida intergeneracional, conservando los beneficios del hoy para dotar a las sociedades futuras del maná esperable. Adicionalmente, hemos de asumir el doble objetivo superior: salvar el planeta a la vez que “salvamos” nuestro estado de bienestar y prosperidad inclusivos.

Hoy, queramos o no, estamos inmersos en una revolución tecnológica que obliga no solamente a una digitalización de nuestros modelos de vida, de negocios, de gobernanza, de ocio y sobre cuyas consecuencias, en general, impactan limitadas capacidades de respuesta autónoma. Las llamadas tecnologías exponenciales están aquí, se verán ampliadas por las aceleradoras tecnologías computacionales cuánticas, que, de una u otra forma, transformarán cualificaciones requeribles y modificarán el mundo del trabajo-empleo mucho más allá de posiciones y tareas, entrando en el concepto esencial de lo que entendemos indisociable en términos de trabajo-empleabilidad-ingresos vitales y, en gran medida, sentido y dignidad de las personas. ¿En qué medida será diferente? ¿Qué podemos hacer para su reconfiguración y reinvención? Sin duda, por encima de todo, reta a lo que simplificaríamos como Humanismo-Tecnología, exigiendo resituar a las Sociedades por encima del propio avance tecnológico, regulando, desde los poderes democráticos-públicos, el control de su uso, al servicio de la sociedad y su progreso equitativo e inclusivo, atemperando tiempos y ritmos a las posibilidades reales de sociedades, a la vez, cambiantes.

Revolución tecnológica incidiendo en el resto de espacios potenciales de futuro. ¿Cómo jugará un nuevo rol la empresa “enfrentada” a su propia revolución? Vivimos un movimiento que, bajo diferentes modalidades y apuestas, asume nuevos roles más allá del bien social corporativo entendido y realizado a lo largo de la historia. Hoy, empresa-gobiernos-sociedades son jugadores inseparables de la ecuación. Las empresas son medibles, a la vez, por sus objetivos y resultados económicos, sociales, de gobernanza, sostenibilidad, impacto en la comunidad y trascendencia intergeneracional. Sus propios modelos de negocio vienen dados por la solución de las demandas sociales. Están sometidas a reconfigurar sus relaciones con todos los “stakeholders” y/o grupos de interés con los que interactúa, obligada a generar organizaciones extendidas a lo largo de diferentes cadenas de valor, a tejer alianzas múltiples, a coopetir con sus “adversarios” habituales, a reformar la propiedad, gestión y resultados (y participación en/de ellos) y vivir con normalidad en un mundo compartido en ecosistemas variados, crecientes y complejos. Ha de transitar, además, un nuevo mundo hacia la glokalización, conviviendo de diferente manera a lo largo de la geografía. El valor compartido empresa-sociedad, el valor del humanismo tecnológico, el valor verde y valor “Business + Government + Comunidad” son ya (y lo serán con mayor fuerza en el futuro), atributos ordinarios que habrán de acompañar su transformación, en cualquier industria-país.

En su interacción con ambas revoluciones, toda industria está sujeta a profundas transformaciones. Los gobiernos los primeros (aunque pudieran no creerlo), los sistemas educativos, el mundo de la salud, la concepción del sistema de protección y seguridad social… toda una cadena de revoluciones interrelacionadas. Las diferentes industrias, en plena transformación en sí mismas, abandonan sus espacios tradicionales, no solamente asistiendo a la presencia de nuevos jugadores que pasan a liderarlas, sino a obligados mapas de relación, de alianzas con todo tipo de actores emergentes, de múltiples industrias y operando en geografías diversas y recomponiendo su modelo de relación público-privado. Lo que ya hace muchos años anticipábamos como la “nueva economía” o “vieja economía”, estimulada por cambios disruptivos dejó hace tiempo de ser un futurible para ser el espacio natural del momento.

En este marco, las empresas líderes, acumulan un poder diferenciado al conocido, pasando a liderar e imponer sus reglas del juego, así como, en muchos casos, a sustituir los poderes tradicionales de gobiernos y ciudadanos. Se rigen por reglas propias, condicionan esquemas sociales, han de reforzar su propio sistema educativo diferencial, de alguna manera, sus contratos sociales y, si no actúan adecuadamente los diferentes gobiernos con los que interactúan, elegirán los productos y temáticas obre las que actuar, los tiempos en que sus soluciones lleguen a los mercados dominantes y, en definitiva, ocupar espacios de gobernanza. Son momentos para interpelar, también, al mundo de la política y el gobierno. Habrán de jugar un papel clave en la regulación, impulso, y control democrático de una economía del bien común al servicio de la Sociedad, adecuando los tiempos que posibiliten un acceso equitativo a la oferta recibida.

La mejor noticia de todo esto es que lo sabemos y estamos en ello. No hay marcha atrás en la búsqueda de la competitividad, prosperidad, inclusividad… intergeneracional. Un camino multiproceso, largo, exigente, comprometido.

Nuevas actitudes, nueva mentalidad, nuevos roles de todos los actores implicados. El resultado esperable merece la pena. Preparados para el largo e intenso recorrido.

Zero Net. ¿Tras el objetivo de consenso?

(Artículo publicado el 21 de Noviembre)

Concluida la Conferencia COP26 de Glasgow, la sensación mediática trasladada a la gente pasa por la decepción, frustración o fracaso según la intensidad con la que el medio o emisor del mensaje se pronuncie. Eslóganes acertados para el marketing pretendido como el Bla-Bla-Bla facilitan un posicionamiento descalificador. En apariencia, la transición energética, la economía verde y la apuesta por la descarbonización habrían quedado en el olvido y el hervidero creciente de iniciativas y proyectos en curso a lo largo del mundo, desaparecerán en la papelera más próxima.

La realidad, sin embargo, es muy distinta. Glasgow refleja la complejidad que ofrece una ambiciosa apuesta, el ingente esfuerzo por transitar hacia el objetivo final de manera convergente, evitando abandonos en el largo recorrido. ¿Fracaso?, ¿Éxito?

Doscientos países han comprometido sus acciones reforzadas para acelerar sus planes y objetivos para una más que extraordinaria y extenuante transición energética hacia una economía verde en el escaso horizonte del 2030, tras un objetivo “mágico” medible en términos de incremento global de la temperatura de la tierra. Y tras este enunciado, todo tipo de estrategias económicas, sociales, energéticas, industriales, de empleo, educativas, tecnológicas se ponen en marcha a máxima velocidad. Y, al parecer, todos estamos dispuestos a afrontar el complejo recorrido que nos espera, a asumir sus consecuencias y a situarnos a disposición del Bien Común. Más allá de valoraciones sobre si los Acuerdos y Declaración final habrán de conectar, comprometer a tan dispares jugadores, países, industrias, empresas, organizaciones y ciudadanos, la Cumbre despeja cualquier duda sobre un mensaje y compromiso global que nos interpela a todos: 1,5°C. Se trata de un dato, un objetivo, un compromiso, un camino sin marcha atrás, que resume con fuerza y claridad, el horizonte hacia el que nos hemos de dirigir todos. Un verdadero banderín de salida que obliga a un cambio sistémico. ¿Imposible llegar al punto deseado con las apuestas en curso?

Pocas veces un objetivo generalizado y compartido contiene compromisos, aceptados, tan específicos y movilizadores de infinidad de iniciativas, planes, compromisos y presupuestos transformadores como con los que hoy contamos. Más allá de una declaración oficial (¿Hubiese resultado más alentador un consenso falso desde la ignorancia de las dificultades reales para su logro en el tiempo demandado?), conviene atender a los contenidos esenciales comprometido, en curso y viables. Principios a los que se adhieren, también, sucesivos acuerdos multilaterales entre países renuentes a firmar plazos concretos, desde el máximo esfuerzo que, también por interés propio, intentarán acortar.

Es el momento, inexcusable, para interiorizar lo que supone y significa “para mí y para ti”, (como personas, como empresas, industrias y países, sociedades), desde diferentes posiciones de partida, con diversas capacidades y debilidades. Exige preguntarnos cómo hemos de conseguirlo, con quienes hemos de recorrer el camino necesario, en qué tiempos, a qué ritmos (elegir o asumir compañeros de viaje, tiempos-recursos) y todo un reto al CONOCIMIENTO APLICADO (¿Con qué tecnología, en qué cadenas de suministro o de valor, desde qué nuevas ideas o modos de hacerlo…?). ¿En qué medida me impacta?

Contar con un Dato-Objetivo ofrece la garantía de identificar el Norte hacia el que dirigirnos. A la vez, supone que nuestra ventaja diferencial ya no es el qué, sino el cómo hacerlo, cuando lograr diferentes etapas, con quien aliarnos para su logro. Es tiempo de nuevos planes específicos y operativos para llevarlo a cabo. Es tiempo de aprender a trabajar con terceros si aún no hemos aprendido, de buscar y confiar en nuevos compañeros de viaje. Es tiempo de rediseñar nuestros ritmos de avance. Planes y esquemas específicos de nuevos capitales e inversiones, nuevos espacios de financiación y fiscalidad para abordar nuevas necesidades. Asistiremos a nuevas cadenas de suministro y de valor, a nuevos riesgos que obligarán a organizaciones más resilientes preparadas para responder a catástrofes y efectos desconocidos. Empresas, industrias, gobiernos, países, comunidades… todos estamos implicados y cada uno ha de revisar, desde su cuota de participación, su camino a recorrer.

No es tiempo de ruido, de culpabilizar a otros, de proclamar grandes logros sin asumir contrapartidas.

Hoy, 1,5°C es mucho más que la simplificación de un mensaje equivalente al reclamo Net Zero o descarbonización plena. Su impacto es de extrema trascendencia:  reinventaremos cadenas de valor y de suministro y asistiremos, paso a paso, a turbulentas consecuencias y cuellos de botella que obliguen a reconsiderar nuestras innovaciones en el mundo de la gestión de cadenas, procesos, inventarios, logística y transporte. Supone nuevas estructuras de mercados locales, regionales y globales con una continua sucesión de deslocalizaciones a lo largo de la geografía mundial; necesitaremos dotarnos de nuevos esquemas e instrumentos financieros, sistemas y modelos públicos de presupuestación y arquitectura fiscal. Provocar entender, programar y resituar “la línea del tiempo” fijando, fase a fase, las diferentes iniciativas, planes y proyectos, que vayan construyendo un lego hasta el destino final, acompasados en la inclusividad progresiva de muy diversas comunidades, cualificaciones, necesidades de sociedades distintas y distantes. Es momento inaplazable para reinventar modelos de negocio y, sobre todo, modelos compartidos empresa-sociedad. Asistiremos a todo un nuevo mapa de alianzas y partenariados (público-público, público-privado, privado-privado), en un amplio “cruce de industrias” generando nuevos espacios de desarrollo. Habremos de comprometernos con una dinámica de evaluación, apuestas estratégicas, elección, “trade off” entre diferentes tecnologías hacia “la más verde y eficiente”, acompasada de nuevas condiciones de empleo y trabajo…

Si el Acuerdo de París provocó una profunda concienciación de la acción climática global y generó un más que significativo compromiso en torno a lo que se supone es el límite alcanzable por la temperatura global para “salvar la tierra” y minimizar catástrofes naturales, con, entonces, notables ausencias de los principales emisores del impacto negativo, así como de quienes están llamados a realizar los máximos esfuerzos transformadores de sus economías y estatus quo dominante , desde compromisos largo placistas, hoy en Glasgow y mañana en sucesivas mesas de decisión, se traduce, en significativos pactos movilizadores (como el Pacto Verde europeo, base mayoritario de la obligatoria reformulación de políticas de todos los gobiernos de la Unión Europea bajo el caramelo-castigo del acceso a los Fondos europeos, de resiliencia, transformación, renacimiento industrial y cohesión territorial y social). De esta forma, Estado a Estado, región a región, industria a industria, empresa a empresa, se dotan de sus propias estrategias, necesariamente alineadas con el “reclamo general”, y, pese a simplificaciones unificadoras, diferenciadas, atendiendo a sus propias restricciones, a sus vocaciones estratégicas y, por supuesto, a las demandas de las sociedades implicadas. No es cuestión de “políticos que no quieren asumir compromisos por miedo a las urnas o temerosos de decisiones”, sino, sobre todo, respuestas a lo que la Sociedad, en verdad, demanda, pueda y esté dispuesta a asumir en cada momento.

Sin duda, “salvaremos el planeta”. La cuestión no es si la India puede llegar a la meta en 2060 o 2050, o si China lo hará diez años más tarde que un pequeño pueblo de la “España vaciada”, por decirlo de alguna forma. Lo que en verdad marcará la diferencia será la suma de actividades comprometidas y transformadoras. La medida en la que asumamos (todos) compromisos con el cambio exigible (seguramente reconsiderando empleos de hoy para acometer potenciales actividades y cualificaciones para el mañana, por ejemplo), y en que pensemos más en “el mejor futuro” a transmitir a futuras generaciones que, en nuestro presente, en la medida que creamos conveniente renunciar a parte del nivel de bienestar de hoy, para construir “otro”, distinto y mejor poniendo el foco principal en los demás. ¿Prosperidad, inclusividad… para todos?, ¿Hoy y mañana?, ¿En qué medida primará mi o tú nivel de compromiso y de bienestar, de empleo, de renta, de país, modo de vida, compromiso… respecto al objetivo previsto, que se supone, abrazamos sin aparente matiz o discusión, lo que al parecer ya es una decisión de todos?: ¿Salvar el planeta?, ¿Lo haremos convencidos de su implicación para nosotros o pensamos y exigimos que solamente sea responsabilidad o renuncias  de terceros?, ¿Puede todo mundo apuntarse a un futuro determinado desde su situación y expectativas presentes?

Sin duda alguna, la apuesta mundial no solamente es oportuna y necesaria, sino posible y, en principio, acompasable (a la vez que aceleradora) con los cambios que, de una u otra forma, demanda una potencial nueva política industrial, una nueva política energética y sus consecuentes políticas de empleo, presupuestarias, fiscales y sociales. Políticas y opciones en una nueva vía hacia la competitividad y prosperidad inclusivas. Ahora bien, el desafío y compromiso ha de entenderse (y explicarse) con transparencia y claridad: es un largo y complejo recorrido, exigente, demandante de compromisos, obligaciones y cambios de mentalidad de todos. Ni bastan reclamos a terceros como si solamente son otros quienes han de asumir la responsabilidad del objetivo perseguible, ni mucho menos el reclamo fácil y demagógico tras etiquetas simplistas y descalificadoras. Creer en verdades únicas, concediendo a falsos e improvisados profetas el monopolio de la solución, de sus verdades y respuestas de apariencia “desprendida y objetiva”, caer en el “buenísimo” de la propaganda fácil de quienes se saben no tienen que asumir ni responsabilidades, ni elección alguna en las decisiones a tomar, resulta excesivamente simple y aleja del verdadero esfuerzo requerible.

Ante todo, Glasgow nos ofrece una buena noticia interpelándonos a todos para trabajar por un bien deseable. Ahora bien, siempre que no triunfe el confortable “que lo arreglen los demás”. El objetivo parece claro y atractivo, sus resultados “globales” también, a la vez que nos retan a su distribución equitativa (obligaciones, esfuerzos y recompensas). Eso sí, bajo el compromiso exigente de un largo y complejo recorrido, de una transición no lineal, llena de distorsiones y cambios, no siempre bondadosos o gratificantes para todos. Exige el contar con una hoja de ruta equitativa, compartida, acompasada a la realidad. Fortalezas, capacidades, puntos de partida distintos y distantes. En el horizonte, un punto de llegada convergente e incluyente. Hagamos que Glasgow haya sido mucho más que una declaración de voluntades.