(Artículo publicado el 13 de Marzo)
Estonia, anexionada en 1.940 por la hoy extinta URSS, declara su independencia como República en agosto de 1.991 dando fin al dominio soviético con el proceso de Restitutio ad integrum, declarando un periodo de transición conformando sus pilares constitucionales desde un nuevo parlamento, en un intenso proceso de recomposición de su soberanía anterior.
Proceso similar convergía con sus hermanas Repúblicas Bálticas de Lituania y Letonia. De inmediato, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, reconoce su independencia y da la bienvenida al “concierto libre y democrático internacional” a los “nuevos miembros, amigos y aliados”. Se inicia, a la vez, un rápido y diferenciado proceso de integración en la Unión Europea.
Hoy las tres Repúblicas son miembros de pleno derecho de la Unión Europea, han experimentado un destacadísimo avance en su calidad de vida y bienestar, plenamente integrados en la vocación y compromiso europeo y espejo referente para otros países próximos que aspiran a seguir sus pasos.
Ucrania, dentro de la enorme tragedia en la que se encuentra, resistiendo en condiciones desiguales ante una Rusia invasora, pide a la Unión Europea, al Reino Unido, a los propios Estados Unidos y al “mundo occidental” el coraje y valentía de permitirles compartir su vocación europea, fiel a su propia historia y pertenencia.
En contextos muy distintos, años antes, en agosto de 1.947, se producía el final del imperio británico en la India. El pacifismo y ayuno simbolizado en Gandhi, culminaba con una larga historia que daba sus últimos pasos y “liberaba” a más de 400 millones de personas (hinduistas, musulmanes, cristianos, sijs). Una población compleja, organizada (o dividida) en castas y sub castas, aborígenes, etc. en torno a 565 Estados “subnacionales”, con 15 idiomas, 845 dialectos, en 550.000 poblaciones. La noche anterior al final del proceso imperial, delineantes y geógrafos ultimaron las nuevas fronteras, dividen la India, establecen un nuevo mapa y configuran, sobre el papel, la nueva India y el nuevo Pakistán. Desde entonces hasta hoy, una larguísima historia.
Situaciones y momentos extraordinarios requieren medidas, procesos, tiempos extraordinarios.
Ucrania, hoy, pide su ingreso en la Unión Europea. Elige, de forma democrática, formar parte de un modelo de vida, unos compañeros de viaje, una alianza concreta. Quiere no solamente alejarse de su Estado actual, sino que realiza una apuesta esencial. Sabe, como lo saben la Unión Europea y el mundo occidental, que esta guerra injusta en la que le han metido no terminará con un conflicto “de bloques o dominios”, previos a su existencia independiente de los últimos años. Sabe que, apagado (esperemos que al publicar este artículo hayan callado las armas) el incendiario e inhumano asedio, el llamado “conflicto” seguirá abierto, que la paz no es sinónimo de cese de la violencia y que un proceso largo de normalización les espera. Todos sabemos que la necesaria reconstrucción (también física) del país, llevará mucho tiempo, pero quieren acometerla desde una Unión Europea de la que formen parte. ¿Podemos entender que situaciones extraordinarias exigen soluciones especiales, diferenciadas, únicas?
La noche del 9 al 10 de noviembre de 1.989, se producía la caída del muro de Berlín, símbolo y barrera real de una Alemania dividida. Dos bloques (Occidente-Este) suponían dos realidades, forma de vida, organizaciones político-administrativas, economía, distintas, atendiendo al bloque al que la coyuntura los había llevado. Si los vencedores de la segunda guerra mundial decidieron la separación de las dos Alemania en su momento, años más tarde, facilitaron la integración. La Unión Europea actuó de manera especial, única. Anunció que se trataba de un mismo pueblo, una ciudadanía similar y “homologada” integrable en un Estado Miembro y, en consecuencia, la Alemania del Este, pasó de manera exprés a incorporarse, de pleno derecho, en la Unión Europea. Solamente existía una Alemania. Normativa, procedimientos, tiempos y criterios de convergencia económica, pasaron a redefinirse para facilitar un tránsito exprés. Tránsito a cuyo servicio, en consecuencia, se habilitaron fondos especiales de reconstrucción e integración. Un proceso largo (para muchos observadores y significativos indicadores aún inacabado), pero dentro del paraguas de la Unión Europea.
Sin ir más lejos, cuando determinadas cuestiones de cosoberanía, o apuestas rechazables en Referéndum por algún Estado Miembro pueden generar problemas especiales en nuestra querida Unión Europea, bastan unos minutos para tomar un café de fin de semana y modificar una Constitución, un Acuerdo Esencial, etc. La política, con mayúsculas, tiene, por encima de todo, la capacidad (y obligación) de innovar soluciones a los grandes problemas a los que se enfrenta la sociedad a la que sirve. Su límite reside en la representación y legitimidad democrática. Leyes, normas, figuras administrativas son modificables cuando la necesidad, oportunidad, bien común y voluntad democráticas lo alientan, reclaman y permiten. Hoy, Ucrania (Europa y el mundo, también) requiere una solución extraordinaria. Sin duda la decisión implica tiempos y recorridos complejos, pero, la voluntad, inteligencia y “lenguaje del poder” que gustan recordar algunos de los líderes europeos, aconsejan no solo una respuesta ampliamente demandada, sino abordar la enorme y extraordinaria oportunidad que se presenta.
Rusia está y estará allí. Sus motivaciones y sentimientos, de una u otra forma, persistirán en el tiempo. Los de Ucrania también. Los de la Unión Europea también.
El mundo necesita una oportunidad para la paz y para un recorrido hacia la normalización y la convivencia entre espacios distanciados, diferenciados. Parecería que es tiempo de nuevas soluciones, nuevos mecanismos, nuevas ideas.
La sangría padecida ya hasta este momento (muerte, evacuación, desplazados, vidas y proyectos de vida desaparecidos, sueños destrozados, país destruido…) exigirá una intervención solidaria y colaborativa múltiple (más allá de parar la guerra), esfuerzos diplomáticos negociados complejos y largos (más bien permanentes) y, sin duda, todo parecería indicar que hacerlo en un marco estable de pertenencia a un club especial, paraguas, de libertad y derechos humanos y bienestar, facilitarían la vida de quienes han de afrontar, directamente, este calvario.
La Unión Europea es plenamente consciente de su imprescindible reinvención. Demasiados años de continuismo o “innovación controlada y falsa sensación de cambio y transformación”. Está inmersa en un proceso de revisión y reorientación (como, dicho sea de paso, la totalidad de organismos internacionales), en un mundo demandante de transformaciones disruptivas que exige, también, innovación en su gobernanza, reglas de juego y nuevos caminos a seguir. Quizás estemos ante un elemento externo acelerador, obligado, del cambio (conceptos, velocidades, decisiones).
En estos momentos, la propia Unión Europea está inmersa en un amplio debate (Conferencia sobre el futuro de Europa) “escuchando la voz y propuestas de los ciudadanos” como base para redefinir su nuevo futuro. Sus valores, su verdadera democracia interna, su reconfiguración política, económica, administrativa, sus políticas y estructuras de seguridad y defensa, su rol e interlocución en el mundo, están en revisión y habrían de integrarse en sus transiciones verde, digital, industrial y de empleo en curso, la modificación, ampliación o réplica del Next Generation y nuevas iniciativas de todo tipo. Europa, en plena situación bélica, “se mantiene unida para manifestar su solidaridad con Ucrania y junto con sus socios internacionales seguirá apoyando a Ucrania y a su población, lo que incluirá un apoyo político, financiero y humanitario adicional”. (Declaración oficial de la Unión Europea).
Joe Biden, en su discurso del Estado de la Nación, afirmaba esta semana: “Estamos con Ucrania. Defender la libertad nos resultará costoso, pero es lo que debemos hacer”. El “costo adicional” nos implica a todos, al servicio de la libertad ansiada. Sin duda, ya asistimos a los efectos, más allá del coste humano que, sobre todo, sufre, padece y paga Ucrania con sus vidas, sus sueños, sus derechos pisoteados, asistimos a toda una sucesión de cambios relevantes en el contexto económico-político-social. Nuestra Unión Europea concibe y aprueba ayudas de Estado de carácter especial, facilita impuestos extraordinarios para sectores (en especial energía) y empresas específicas, modifica el precio ciudadano y empresarial de la electricidad desacoplando el efecto del gas (hasta hace unos días “inamovible”), empresas relevantes cierran su actividad y abandonan Rusia, aplicamos nuevos modelos y políticas migratorias tratando de facilitar la libre entrada y movimiento de ucranianos en el espacio europeo con planes básicos de acogida, se diseña la emisión de bonos europeos, mutualizados, para el pago de la nueva factura, se aceleran los plazos y medidas para el desarrollo de las energías renovables y se reactivan plantas regasificadoras y bolsas de reserva gasista redefiniendo las políticas verdes, de descarbonización y lucha contra el cambio climático, se vuelve al debate sobre la seguridad y defensa europea, complementaria de la OTAN…Todo un nuevo catálogo de “decisiones y planes especiales”.
En definitiva, complejidad e incertidumbre SÍ, pero una gran oportunidad para una necesaria actitud y activación especial y diferenciada. Posiblemente única. Libertad, paz, democracia como ejes-objetivo y motor de decisiones extraordinarias. Paremos la guerra SÍ, pero, a su vez, ayudemos a que no siga abierta más allá del deseado alto al fuego.
Ucrania-Europa hoy es una prioridad. Decisiones singulares para tiempos extraordinarios.