(Artículo publicado el 17 de Marzo de 2019)
Pendientes aún de lo que la Unión Europea decida ante la solicitud de prórroga de fecha final de salida del Reino Unido de la Unión, formulada por el Parlamento y Gobierno británicos, así como del complejo proceso en curso en el Reino Unido y de la un tanto incierta decisión final, hoy podríamos confiar en una salida negociada, de mutuo acuerdo, suficientemente ordenada y garante de las máximas seguridades y derechos posibles, previamente convenidos a lo largo de esta semana, entre la primera ministra, Theresa May y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
Siguiendo las ya “consolidadas” malas prácticas de la Unión Europea en sus procesos de toma de decisiones propias de los “negociadores o jugadores de póker de última partida”, o de mal estudiante que deja todo a la víspera del examen, o el mal opositor que se limita a preparar un solo tema apostando a la suerte para garantizarse un empleo fijo vitalicio, o el truculento juego de “parar los relojes” para simular el cumplimiento de plazos, in extremis, se ha llegado a un punto de acuerdo que permite un respiro. El Parlamento británico respeta la voluntad democrática de una sociedad que votó favorablemente salir de la Unión Europea, hace valer su reserva de poder soberano por encima de un ejecutivo y pretende, finalmente, una salida lo suficientemente ordenada. La Unión Europea, por su parte, mantiene su línea argumental del inicio del proceso, mantiene la literalidad del acuerdo previamente dado por definitivo y último, y añade el llamado “paquete de Estrasburgo” que pudiera parecer válido para posibilitar una solución al “backstop”, o salvaguarda de la frontera blanda con Irlanda del Norte.
El pasado día 13, Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea para la salida del Reino Unido, explicaba en el Parlamento de Estrasburgo la línea seguida: “Nos guiamos bajo la intención de construir un ambiente de amigos, aliados y socios una vez se consume el abandono voluntario del Reino Unido”. “Hemos intentado explicar, clarificar y garantizar el cumplimiento del acuerdo de salida ya pactado con la señora May, asegurando la temporalidad del backstop para facilitar el apoyo de la Cámara de los Comunes”. “Nuestro objetivo no es otro que apoyar la paz y la estabilidad en Irlanda, conforme al máximo respeto al acuerdo de Viernes Santo para Belfast. Pero, a la vez, hemos velado por preservar los elementos esenciales de la línea objetiva marcada como Unión Europea en defensa de nuestros intereses esenciales: a) garantizar y promover un mercado interior y único, b) mantener la calidad y seguridad alimentaria, c) priorizar los presupuestos nacionales de los Estados Miembro y de la Unión, d) hacer efectivo el control fiscal con la eficiente seguridad y respeto a las reglas del juego (Import-Export) para el consumidor y empresas europeas”.
Esta firme y coherente posición, de principio a fin de la Comisión Europea, merece nuestra cuidadosa y atenta reflexión. ¿Es esta la Europa que queremos construir? Llama la atención que, ante un hecho de tanta relevancia, la dirección ejecutiva de la Unión Europea ponga el acento, en exclusiva, en la importante, pero limitada, “cuenta de resultados”, como si la Europa de hoy -y, sobre todo, la de mañana- se tratara de un mercado, eficiente y potente, pero simplemente eso: un mercado. Parece seguir primando (¿o en exclusiva?) la eficacia administrativa y economicista y no el propósito perseguible por los europeos y la Unión, no como fin en sí mismo, sino como instrumento-paraguas de la visión buscada.
¿Amigos, aliados y socios? ¿Se pierde una gran oportunidad para alumbrar nuevos caminos hacia un futuro diferente desde los principios fundacionales de este “club especial”, como espacio de paz, democracia, libertad y bienestar solidarios?
Sin duda alguna, la salida democrática y voluntaria del Reino Unido, guste o no a la Comisión, a empresas, ciudadanos, gobiernos, medios de comunicación, en la Unión, no es solamente respetable, sino que parecería, merecer una aproximación constructiva pensando en la contribución a realizar en proyectos, pensando en todos y en el respeto a nuevas normas de comunicación.
El acuerdo de salida tiene aún un relevante camino por recorrer que, confiamos, cuente con una nueva posición facilitadora de un nuevo espacio de realidad y oportunidad para construir. Del cómo entendamos las dificultades u oportunidades para unos y otros dependerán no solo la propia economía de unos y otros sino, sobre todo, el desenlace político y social por venir en uno y otro espacio. ¿Cuál será este nuevo futuro?, ¿asistiremos a un escenario de perdedores de un Reino Unido disminuido (UK–) y de una Unión Europea limitada, restringida, cuestionada internamente (UE–) o se tratará de nuevos escenarios, ni peores, ni mejores, a priori, pero sí diferentes y cuyo resultante final dependerá de lo bien o mal que unos y otros reaccionemos ante las consecuencias que traerá consigo? En todo caso, pensemos en términos de UK? y UE? (diferentes, ni peores, y esperamos que sí, mejores).
Sin duda, la foto fija del punto cero del Brexit puede reflejar un UK– encaminado a un periodo transitorio de nuevo recorrido legislativo, político, organizativo y de recomposición de mercados, socios y diseño de estrategia y políticas públicas y empresariales diferentes. A partir de esa foto fija, Reino Unido tiene un asunto geopolítico territorial de vital magnitud dentro de casa. Decíamos que el referéndum popular pidió la salida de una Unión Europea que consideraba inadecuada para sus aspiraciones. Ahora bien, cuatro relevantes regiones o espacios políticos con aspiraciones, necesidades, instituciones y voluntades políticas diferenciadoras manifestaron con claridad su deseo de continuar en la Unión Europea: Escocia, Irlanda del Norte, el gran Londres y Gibraltar.
Por simplificar, Escocia pide ya un nuevo referéndum de independencia que, además, le lleve a permanecer en la Unión Europea como estado miembro de pleno derecho. Irlanda del Norte no parece ocultar su voluntad, limitada por el posibilismo del momento, de su viaje hacia la integración, confederada o no, de una nueva Irlanda unificada, miembro de pleno derecho de la Unión Europea (en un proceso de vía rápida al estilo Alemania con la incorporación inmediata de la entonces República Oriental de Alemania). Gibraltar, a la búsqueda de un estatus especial más en la Unión Europea que fuera de ella. El gran Londres, como la tendencia mundial de las megaciudades, a conformar espacios completos propios, lo más diferenciados y autónomos posibles de los Estados Nación al uso, explorando y explotando su propia identidad, personalidad y estrategia “global” de futuro.
Sin duda, este panorama exige del Reino Unido “inteligencia de Estado” y visión de futuro. ¿Cometerá el Reino Unido el error de “obligar” a la permanencia inamovible de los últimos siglos de vida unitaria o afrontará con imaginación, creatividad y voluntad democrática una nueva manera de reinventarse y reconfigurarse pensando en el futuro y no en el pasado, propiciando una nueva estructura de estados? El Reino Unido post Brexit es ya un nuevo Reino Unido. En sus manos está la oportunidad no solo de recomponer su relación externa con terceros (empezando por su aliado y socio próximo, Unión Europea), sino hacia dentro. Esta es la verdadera apuesta que determinará su futuro.
Del mismo modo, la UE– sería la foto fija del post Brexit. Se va una pieza esencial sobre la que resulta imprescindible generar un nuevo espacio de relación y convivencia. Pero, sobre todo, le queda por delante reinventarse. Si la Unión Europea cae en el inmovilismo burocrático dejando a sus órganos de dirección mantener prácticas conservadoras de obligado proteccionismo interno y auto defensa, seguirá cavando su propia tumba. Si, por el contrario, asume la necesidad de un ambicioso proceso transformador acorde a los cambios y voluntades demandadas en el interior de sus “Estados Miembro”, tendrá la enorme oportunidad de construir un nuevo mundo, alineado con las nuevas demandas sociales, políticas, económicas, culturales e institucionales. La “paralizada” ampliación creciendo con nuevos Estados exteriores ha de cambiar por una nueva ola de recomposición organizativa y expansión interna, reconfigurándose, con sus propios ciudadanos ya europeos y miembros de la Unión, que los somos bajo paraguas interpuestos, fruto de organizaciones geopolíticas del pasado, con aspiraciones de construir nuestros propios espacios nacionales, naturales o innovadores, dentro de una nueva y repensada Unión Europea movida no solo por mercados, sino sobre todo, por anhelos y compromisos con futuros espacios de paz, libertad, democracia y desarrollo inclusivo. Con nuevos modelos de gobernanza, con voz propia y roles reales en la toma de decisiones.
Hoy, estamos pendientes del Brexit y, sobre todo, del nuevo futuro a construir. En unos meses, nos espera una nueva cita electoral al Parlamento Europeo. Esperemos que no sea un simple formalismo para volver a dejar en manos de los bloques populares y socialistas su reparto “acordado” de medias legislaturas, para resituarse sin poner en riesgo su estatus heredado. Esperemos que no se caiga en la simple tentación de culpar a quienes no ven respuestas atractivas o posibles, ni mucho menos compartibles, en la actual Unión Europea, de abanderar localismos anti-tiempo enfrentando el discurso fácil de “ellos” (aquellos que no ven la relevancia global sin matices de la dirección vigente) y “nosotros” (quienes se autoproclaman objetivos, racionales y conocedores expertos del mundo y el progreso por venir). Confiemos en que el nuevo panorama observable posibilite nuevos caminos, nuevas voluntades, nuevos compromisos y, eso sí, una vuelta al recuerdo y práctica de los principios inspiradores que dieron origen a nuestra necesaria y querida Europa.