Redoblar la inversión pública eficiente y tractora, es el momento

(Artículo publicado el 11 de Octubre)

A punto de publicarse el Monitor Fiscal semestral del Fondo Monetario Internacional, su página web oficial nos adelanta su principal mensaje: “Los gobiernos han de apostar por la inversión pública, cuantiosa, ágil, rápida y de calidad, para contribuir a la recuperación, creación de empleo y fortalecimiento de la resiliencia ante la crisis”. Sostienen que un aumento del 1% del PIB como consecuencia de la inversión pública, generaría un 2,7% de incremento total, un 10% en la inversión privada y un 1,2% en el empleo. Inversión de calidad supone acertar en proyectos de interés general y viables, su puesta en marcha inmediata, un esquema de financiación específico para cada iniciativa de supuesta viabilidad esperable, control de su gestión con acelerada simplificación normativa, evitar y sancionar desviación de fondos, evitar el gasto y despilfarro burocrático acompañante, respuesta compartida de la iniciativa privada en adecuación a los estímulos movilizados y medidas especiales de ejecución de los proyectos priorizados.

El FMI, que no siempre ha apoyado o animado a acometer este tipo de apuestas de futuro, aclara que sus proyecciones son válidas dado el estado de incertidumbre en el que nos encontramos a nivel mundial, el abaratamiento de la deuda global, siempre que la disciplina fiscal y financiera, país a país, gobierno a gobierno y de las empresas tractoras que se impliquen, no menoscaben la respuesta esperable y creíble de los agentes asignados.

Este posicionamiento oficial responde de manera alineada a la reciente intervención de su directora-gerente, Kristalina Georgieva, con ocasión del 125 aniversario de la Escuela de Economía de la LSE en Londres, su alma mater. Partía de recordarnos el carácter excepcional de lo que estamos viviendo: la caída de la actividad económica (segundo trimestre de 2020) como consecuencia del cierre, durante semanas, del 85% de la economía mundial. Estima que la recuperación será “un largo camino cuesta arriba, desigual, parcial, con tiempos y puntos inadvertibles en un marco de extrema incertidumbre”. En este escenario, no solo justifica un endeudamiento excepcional, políticas de apoyo público (fiscal y monetarias), sino que advierte del peligro de una retirada prematura de las ayudas e intervenciones públicas, recordando que la desigual situación de partida de los diferentes países y economías ha llevado a que los paises avanzados opten por “hacer lo que sea necesario…” y los menos desarrollado por “lo que sea posible”. Unos y otros, defendiendo la salud de las personas, protegiendo el mínimo gasto social que posibilite la “supervivencia” de empresas y trabajadores y, de una u otra forma, intentando transitar hacia un futuro estructuralmente diferente, hacia una economía que, al margen de adjetivos, habrá de ser necesariamente otra, ante la amenaza de “un retroceso generalizado de la mejora en las condiciones de vida”. Estará en nuestras manos evitar, a lo largo del tiempo, dicho deterioro presagiado.

Así las cosas, parecería razonable (pese a que la deuda mundial se sitúa en el entorno del 100% del PIB), redoblar esfuerzos en las políticas de inversión pública (sobre todo) y su impulso acompañante desde las empresa tractoras, en el método elegible para la asignación prioritaria de proyectos ante fondos disponibles (en nuestro caso, los de la UE, y propios), atendiendo a necesidades reales, evitando la paralizante burocracia alarmante, huyendo de las “etiquetas demagógicas” que presionan hacia capítulos de gasto con escaso efecto tractor hacia el futuro esperable. Es decir, no vale todo y tan importante como la selección de iniciativas lo es el instrumento, mecanismo de gestión y fin perseguible. Optar por satisfacer a todos con repartos per cápita, por la fuerza mediática o el lobbismo de ocasión supone errar en la oportunidad.

La pandemia vivida (aún en ella), como cualquier catástrofe, por definición, no prevista, pone en marcha situaciones y mecanismos de excepcionalidad ofreciendo respuestas ágiles que, desgraciadamente, desaparecen una vez vuelta la “normalidad”. De esta forma, la temerosa actitud y desconfianza ante quienes han de decidir una determinada elección, asumiendo riesgos inevitables, imprescindibles en una adecuada respuesta a las necesidades del momento, no puede distorsionar el buen uso de esta deuda que habremos de paga a futuro. Cuando se dispone de instituciones democráticas, sujetas a control ordinario legitimado para ejercerlo, parecería razonable conceder la confianza imprescindible para desempeñar un papel que exige toma de decisiones ágiles adecuadas a los objetivos que se proponen. Los filtros deberían ser claros, el proceso de toma de decisiones debidamente explícito y concreto, mostrando su coherencia estratégica con las transformaciones deseables, más allá de etiquetas o grupos de interés. Sería el aval de “calidad” que parece sugerir el FMI, nada diferente al “control de los hombres de negro” que de una u otra forma exigen los “frugales” en el uso de fondos europeos, o los ciudadanos a cualquier gobierno.

La mencionada inversión pública no debe traducirse, en exclusiva, en infraestructura y obra pública tradicional. Inversión sí, gasto no, sería la mejor de las interpretaciones posibles a considerar. Otros muchos proyectos no solo no son incompatibles, sino favorecedores y aceleradores de los resultados, a largo plazo, esperables por la transformación verde, la economía circular, la transformación digital y tecnológica, la “reconversión de la infraestructura de centros/hospitales demandada”, o de la “modificación radical” de las aulas, o de los “centros físicos” para nuevos mapas sanitarios, socio-sanitarios o servicios comunitarios, innovadoras infraestructuras culturales y “reinvención del espacio público” adecuado para nuevas culturas de ocio, por no mencionar la reconversión urbana, de oficinas y vivienda, o los sistemas de telecomunicaciones para todos, atendiendo a cambios demográficos, incorporación de la tecnología, avances en la atención a las personas, formación, educación y el propio sentido y concepto del trabajo, además de la movilidad y los valores medio ambientales, sociales o culturales que habrán de impulsarse. No estamos hablando de invertir en “ladrillo” como contraposición de “invertir en personas”. Se trata de invertir en país, de generar las condiciones y contexto adecuado para el desarrollo económico y social, la cohesión territorial y la competitividad indispensables para garantizar un bienestar inclusivo y sostenible. Las viejas teorías keynesianas (más actuales que nunca), anticíclicas, parecen vigentes (incluso en el Fondo Monetario Internacional). Es momento de decisiones extraordinarias (sensatas, pero extraordinarias).

Desde “los grandes problemas infraestructurales de Bizkaia” de los primeros años ochenta, la “Euskadi del 93” o “Euskadi XXI”, por citar algunos planes vertebradores de la transformación en su momento, Euskadi ha sabido apostar por la infraestructura (física e inteligente) como acelerador del desarrollo y bienestar, anticipando un futuro deseable, conjugando demandas y necesidades sociales con una apuesta de cohesión social y territorial, competitividad solidaria y liderazgo transformador, al servicio de las personas. El binomio sociedad-economía ha venido acompañando el “modelo vasco de desarrollo inclusivo” a lo largo del tiempo, tanto en momentos de escasez, como en aprovechamiento de espacios temporales de suficiencia aparente (nunca existen recursos suficientes para todas las demandas y necesidades sociales cambiantes).

La COVID-19 ha incrementado incertidumbre y brechas de la preexistente desigualdad, pero también nuevos espacios de oportunidad y líneas de futuro. Inversión pública es, también, cambiar actitudes y consideraciones de gasto. Invertir en salud y servicios sociales, por ejemplo, y “no gastar” en ellos. La consideración de la salud, también, como generador de riqueza y prosperidad, contemplar el “amplio mundo de las ciencias de la salud”, la innovación y gestión de la salud, invertir en la mejora y desarrollo de las condiciones preexistentes (sociales, comunitarias, diferenciadoras de pobreza relativa, sus condiciones de vida y acceso real…), la investigación asociada a evitar la enfermedad, a prevenir y garantizar mejores condiciones de vida. Invertir no es la réplica de modelos, prácticas y perfiles profesionales preexistentes, sino en transformaciones radicales. Esto es inversión pública. La integración y la inclusión social son, sin duda, elementos esenciales en la generación de sociedades más cohesionadas, facilitadoras de sentido de pertenencia, confianza mutua (entre la colectividad y ésta con sus instituciones y gobernantes), mitigación de la marginación y de la exclusión y, también, una oferta y oportunidad de movilidad (física y en el llamado “ascensor social”). No, no es cuestión de inversión pública asociada en exclusiva con “infraestructura física” o de “priorizar el ladrillo y el suelo”. Es cuestión de invertir, desde el protagonismo público y el impulso y acompañamiento privado, en el bienestar, empleo y riqueza de la gente. Es tiempo de invertir en futuro, de asumir determinados riesgos que no son absolutamente predecibles pero que, estimamos transformadores de un país que quiere un redoblado esfuerzo de bienestar para una sociedad que, de una u otra forma, será diferente a la actual en un mundo, también, algo diferente al que vivimos.

Aceleremos la recuperación. Provoquemos resultados deseables y esperables. Es el momento para redoblar imaginación en la “nueva” inversión pública y verdadero motor de la transformación y apuesta diferenciada de futuro. Aprovechemos esta gran “ventana de oportunidad”. Lejos de centrarnos en gestionar los recursos del presente, esforcémonos en crear otro futuro. La inversión pública y su consecuente interacción con la iniciativa privada, constituyen ejes esenciales vertebradores de la tan necesaria visión transformadora. Un buen momento para esfuerzos e iniciativas extraordinarias. Ya llegará el día en el que decidamos sobre la siempre necesaria imaginación innovadora para acordar la restructuración global de las múltiples deudas soberanas. Entonces, habremos superado la excepcionalidad, mitigado los negros nubarrones de hoy y fortalecido las bases de un mundo diferente y mejor.

Next Generation EU; a la espera del maná milagroso…

(Artículo publicado el 27 de Septiembre)

A escasos días del límite oficial exigido por la Unión Europea para la presentación de “sendas” de crecimiento, “techos” de gasto y “cuadros” macroeconómicos sobre los que habrán de formularse los presupuestos de los Estados Miembro para su aprobación supervisora de Bruselas, el gobierno español continúa con su estilo de reclamar de los demás un “compromiso de Estado” adhiriéndose a todo lo que proponga, provocando apoyos soportados en mensajes mediáticos alejados del rigor y contenidos que cualquier negociación exige. Es el caso de las cuentas públicas, presupuestos 2021 y planes de futuro y sus correspondientes esquemas de financiación. Meses de discusión mediática sobre quien o quienes posibilitarán su aprobación, mientras no hay nadie capaz de explicar su contenido y alcance y ya, hoy mismo, filtran sus portavoces la idea de un retraso en su elaboración y remisión al Congreso. El gobierno pide cheques en blanco y se escuda en el “caramelo” de los fondos europeos que, milagrosamente, servirían para todo: “reconstruir” la economía, mitigar la consecuencia negativa de la recesión y el desempleo, recuperar los sistemas públicos sanitario y educativo y mantener la planta funcionarial sin retoque alguno (ni nuevos perfiles, ni modificación en sus condiciones laborales, salariales o estatutarias, ni, por supuesto, el menor guiño a un mínimo esfuerzo en repensar la administración pública, el rol de los diferentes niveles institucionales, ni su adecuación a lo que serán nuevas iniciativas y roles consecuentes con políticas y estrategias públicas de futuro). Entre tanto, la ventanilla de solicitud de aplicación de fondos europeos obliga a presentar propuestas antes del día 15 de octubre. Hoy, ni los ayuntamientos saben, ni si disponen del uso de sus reservas, ni si tienen o no capacidad de endeudamiento y las Comunidades Autónomas desconocen su grado de autonomía presupuestaria y financiera y, por supuesto, desconocen la idea del gobierno sobre la mejor aplicación y gestión de los mencionados fondos europeos y su impacto en la programación presupuestaria correspondiente, no ya para el próximo e inmediato ejercicio, sino para el próximo quinquenio (al menos). Las patronales, organizaciones empresariales, entes intermedios, voces académicas,    promueven iniciativas para recomendar al gobierno instrumentos de aprobación, gestión y evaluación de proyectos “transformadores, tractores” y/o, simplemente, “contenedores” de una larga crisis, temerosos de un potencial despilfarro del maná europeo prometido. Así, la CEOE (desde el sobre protagonismo que el gobierno le viene concediendo), por ejemplo, apoyada en servicios externos de consultoría, pretende sugerir al gobierno proponer a Bruselas “15 Proyectos Tractores” que propicien una “profunda transformación del aparato productivo español” bajo el liderazgo de empresas referentes en determinados sectores, mientras algunas Comunidades Autónomas advierten al gobierno del peligro (históricamente demostrado) de evitar asignaciones concretas y finalistas bajo la tentación de desviar los fondos hacia esquemas centralizados de reparto, generalistas, que encubran sus déficits presupuestarios y distribuyan recursos “horizontales” en un “café para todos”, con resultados mediocres, alejados de cualquier transformación real (no solo deseable,  sino imprescindible). Otros sugieren constituir una Agencia Independiente para su administración y, los menos, claman por una estrategia país.  En esta línea, el Tribunal de Cuentas Europeo, en su informe sobre la propuesta de un futuro fondo de recuperación y resiliencia de la Unión, recientemente publicado, incluye un gráfico de “absorción de fondos” por Estados Miembro, que explica el fracaso español en su capacidad histórica para absorber los fondos asignados (a la cola europea, solamente por delante de Italia y Croacia, en el periodo 2014-2027), dejando sin utilizar el 70 % de lo inicialmente consignado. Huir de proyectos finalistas diferenciados, carecer de instrumentos institucionales adecuados para su gestión, evitar la evaluación del impacto de recursos elegidos, incapacidad de articulación público-privada, ausencia de una política y estrategia industrial realista y falta de claridad y decisión sobre una visión completa, soportada en planes coherentes y medios y recursos que los hacen posible, ofrece estos resultados desoladores. La literatura y declaraciones especializadas claman este decepcionante contexto histórico observado.

El pasado 25 de junio, tuve la oportunidad de comparecer en el Congreso de los Diputados ante la “Comisión para la reconstrucción social y económica”, constituida con el objetivo de establecer la ruta transformadora que, tras el enviste de la COVID-19, requería el Estado. En mi Informe (https://enovatinglab.com/comision-de-reconstruccion-social-y-economica/) calificaba el momento de “oportunidad”, sugiriendo, entre las recomendaciones de actuación, adecuar las medidas a tomar al marco de agendas e instrumentos que la Unión Europea ponía a disposición de los Estados Miembro (Next Generation EU), la anunciada política de salud europea (EU4Health), las condiciones financieras internacionales (para un horizonte especial de endeudamiento hasta el 2050), las medidas sociales (y laborales) implementadas para paliar de forma coyuntural el impacto negativo de la pandemia y la nueva ruta para acelerar, sin excusas, la transición hacia las “revoluciones y desafíos pre-COVID, post COVID y otras pendientes”: digitalización, manufactura inteligente y política industrial, transición energética verde, economía azul (mares, puertos, océanos, agua), zonas rurales y aisladas, infraestructuras y, por supuesto, los nuevos mundos de la salud, la educación y el empleo del futuro, además de la imprescindible reforma (en profundidad) de la gobernanza y administración pública, además del nuevo orden del sistema futuro de prevención, protección y seguridad social. Esfuerzo posible, complejo, intergeneracional, de largo plazo, financiable y sostenible en un horizonte de endeudamiento y generación de riqueza, viables en el horizonte 2050. Ni panacea, ni caja de pandora, ni sencillo, ni espontáneo. Realizable con esfuerzo, rigor y compromiso.

Esta semana, con ocasión del “Estado de la Unión Europea 2020”, la presidenta de la Unión Europea, Úrsula Von der Leyen, ha presentado ante el Parlamento un discurso (“Construyendo el mundo en el que queremos vivir: Una unión de vitalidad en un mundo de fragilidad”) fresco, ilusionante, provocador y con alma. Nos ha recordado “la fragilidad en la que realmente se asienta nuestra Comunidad de Valores” para destacar que “es el momento de Europa para liderar el tránsito desde la fragilidad hacia una nueva vitalidad”, señalando que el programa de futuro, en respuesta al momento que vivimos, “Next Generation EU”, es la oportunidad de hacer el cambio necesario diseñado y no condicionado por catástrofes o bajo el dictado de terceros. No es cuestión de reconstruir contingencias del pasado, sino de “crear el mundo de mañana” (el mundo que queremos vivir). Un nuevo mundo para el que Europa parte de los valores reales de su “economía humana”, de su solidaridad, subsidiaridad, de su vocación de igualdad, democracia, derechos humanos, prosperidad y bienestar, y cuenta, remarcaba ella, con una visión, un plan y los instrumentos e inversiones que lo hagan posible.

Von der Leyen, fijó los “marcos y criterios” principales sobre los que pretende moverse (movernos) hacia ese futuro y que son el concepto de juego al que deben ceñirse los “proyectos” que acudan a la oferta de fondos europeos. La Unión Europea de la salud por construir bajo premisas de subsidiaridad, repartos competenciales, necesidades esenciales compartidas y soluciones transfronterizas, bajo un esquema básico repensando la salud del futuro (ni la de hoy, ni la de ayer); ampliar un plan SURE que no solamente “mantenga el empleo en peligro” o las empresas hoy en crisis, sino que garantice avanzar juntos hacia el futuro, bajo premisas de empleo digno y competitivo; el rol esencial de la política industrial que “debe liderar la transición dual, verde y digital”; el monto de un pacto verde contra la fragilidad planetaria…

Reclamos clave a los que la nueva financiación ha de favorecer canalizando un 37% de recursos al entorno verde, invirtiendo en “proyectos insignia” aún hoy en estado incipiente de viabilidad y desarrollo, y un 20% para la digitalización en una auténtica transformación industrial, social y cultural (en el que, una vez más, manufactura-energía-salud-infraestructura vuelven a converger), facilitando la atención especial y diferenciada a ese 40% de población rural, dispersa, aislada, no suficientemente atendidas. No será un regalo a los diferentes Estados Miembro, sin control o exigencias mancomunadas o mutualizadas, sino de adecuación a los objetivos generales establecidos (esta misma semana asistimos a una nueva reasignación inicial de recursos entre los diferentes Estados Miembro, modificando las expectativas o declaraciones de los diferentes actores, entre ellos España, minorando el potencial fondo).

Su discurso, pretende recoger el “Círculo Dorado”, que diría Simon Sinek (Piensa, Actúa y Comunica), que, en su trabajo, distingue aquellos líderes que inspiran y lideran a la gente que cree en ellos y con quien comparte deseos y propósitos, de quienes dirigen un camino para hacer lo que algunos quieren tener o lograr. Es decir, moverte desde el por qué y para qué de las cosas que haces (el propósito), hacia el qué dar, pasando por el cómo hacerlo. Es evidente que la Comisión Europea, hoy, no es el auténtico depositario de la decisión europea final, que son los Estados Miembro (actuales) quienes han de filtrar, apoyar, impulsar o torpedear estos “principios inspiradores”, pero es de agradecer una propuesta provocadora y de futuro. Lo que no cabe duda es que las áreas de futuro y proyectos elegibles constituyen verdaderas prioridades para la Unión Europea. Más allá de la convicción generalizada en los mismos, no es razón menor el hecho de que el modelo de financiación por el que ha apostado la Unión Europea está basado, en gran medida, en el renovado “sistema de comercio de emisiones”, cuyo impulso y funcionamiento es la garantía real de la devolución (a 2058) del endeudamiento extraordinario de la Unión, sin apelar a las aportaciones, siempre complicadas y controvertidas, de los Estados Miembro según su generación de PIB. Máxime si la Unión Europea prosigue su expansión futura (Balcanes Occidentales, Macedonia, etc.) y la multilateralidad creciente, tejiendo acuerdos con sucesivos nuevos espacios europeos de libre comercio. Su reto pasa por la neutralidad del carbono, reducir dependencia energética, continuar liderando el mercado de bonos verdes y emisiones, eficiencia energética y liderazgo dual “industrio-digital”. Su financiación, viabilidad (política, económico-social), bienestar y propósito inspirador en completa armonía sinérgica. El camino no es sencillo. Los propósitos y compromisos habrán de incorporar grandes dosis de acierto responsable en la recomposición de la gobernanza europea, de la inevitable recomposición del rol de la Europa real y natural, más allá de los marcos político-administrativos de hoy, cambiantes tanto por la voluntad de sus propias naciones, como por la inevitable demanda de autogestión, participación y coparticipación en aumento, día a día. Pero, por encima de todo, hemos de poner en valor el propósito perseguible.

Sería conveniente, por tanto, volviendo al principio de este artículo, que el gobierno Sánchez transcendiera de la coyuntura oportunista de “conseguir fondos para su presupuesto” y comprometiera una apuesta por un futuro distinto. Que antes de pensar en qué dinero le “puede tocar” para cuadrar sus cuentas tradicionales, pusiera su mira en un futuro deseable, apostando por una estrategia transformadora y no por un parcheo temporal condescendiente con el pasado instalado. Así, sabiendo lo que se quiere hacer, vendría el esfuerzo del cómo y con qué recursos abordarlo.

¿Podríamos soñar y provocar un espacio futuro diferente? Más allá de recuperarnos de la crisis, parecería deseable crear un futuro de éxito. Sombras, sin duda, hay muchas. Luces de ilusión y señales inspiradoras, también.

¿Nuevas métricas para un triple objetivo económico, social y de sostenibilidad?

(Artículo publicado el 13 de Septiembre)

Desarrollo económico, inclusivo y sostenible. Beneficios económicos-empresariales, beneficios sociales y comunitarios, beneficios sostenibles para el planeta. Es decir, políticas, modelos de negocio y objetivos para un desarrollo sostenible pensando en/desde/por las personas.

De una u otra forma, el marco general de actuación en un contexto  no ya pandémico sino sobrevenido por múltiples factores previos a lo largo del tiempo, la explicitación de las diferentes apuestas estratégicas de país, a lo largo del mundo, parecerían coincidir (o aproximarse) con este conjunto de ideas fuerza que señalaría las piezas esenciales de toda hoja de ruta, para el tránsito, a largo plazo, de la búsqueda de respuestas ante los principales desafíos globales a los que hemos de responder: suprimir (mitigar) la desigualdad, facilitar un desarrollo verdaderamente inclusivo, aportar beneficios económicos y sociales a la vez, generar modelos, productos y soluciones empresariales que respondan a las necesidades y demandas prioritarias de la sociedad (en especial desde grupos y poblaciones más vulnerables, aisladas y/o marginales)… y hacerlo posible, viable, sostenible, financiable. Evidentemente, además, juntos y para todos. Estrategias de valor compartido empresa-sociedad, colaborativas y coopetitivas público-público, público-privado y privado-privado. En principio, de una u otra forma, sería la “receta” y compromiso del momento. Tiempos de emergencia, cambio, innovación y nuevas actitudes desde sociedades resilientes capacitadas para afrontar exigencias inciertas (algunas desconocidas), en tiempos poco predecibles o gestionables, sometidos a todo tipo de reivindicaciones según la posición en que nos encontramos todos y cada uno de nosotros, exigiendo respuestas inmediatas desde el hoy acuciante y el temeroso futuro esperable. Tiempo de responsabilidad, apuestas estratégicas y visiones compartidas.

Reforzar (reinventar) la salud, redefinir los sistemas educativos, preparar la formación para el empleo, rediseñar las administraciones y servicios públicos, acelerar las revoluciones verdes (Green Deal), digital (sociedad 5.0), manufactura inteligente, trabajo-tecnología-empleo, reinventando (y asegurando) el estado de bienestar (para aquellas sociedades que de una u otra forma estamos en ella) o construirla (para la inmensa mayoría del planeta que aún no ha llegado a sus fases iniciales). Reclamos, propuestas, planes, ¿sueños?

Articular el puzle integrador de todas las observaciones anteriores viene siendo el objetivo y esfuerzo de empresas, gobiernos y ONG’s, con especial intensidad, en los últimos años.

Esta semana, todo tipo de planes, programas de gobierno, planes y visiones y estrategias empresariales, plataformas académicas de todo tipo y cariz, se esfuerzan en encontrar la “piedra filosofal”. ¿Cómo unir soluciones económicas, sociales, sostenibles cohesionadas, a la vez, al servicio de las necesidades de la gente y del planeta? En este marco general, encontramos una nueva pieza de gran valor que puede ayudarnos a centrar el tema y avanzar en una interesante línea de trabajo: “Hybrid Metrics: Connecting Shared Value to Shareholder Value” (Métricas híbridas. Conectando el Valor Compartido con el Valor del Accionista), dirigido por Mark Kramer con la participación directa de la Shared Value Initiative (Iniciativa líder en el Valor compartido empresa-sociedad), la Universidad de Harvard (desde su ISC-SHV INITIATIVE, bajo liderazgo de Michael E. Porter), empresas de reconocido liderazgo en este espacio de conocimiento y práctica, y contribuciones de expertos internacionales que vienen liderando iniciativas relacionadas. Un intento más por avanzar en el intenso y amplio debate transformador a la búsqueda de soluciones que, además trasciendan del espacio reduccionista del accionista (Shareholder) hacia la totalidad de personas y grupos implicados y/o de interés (stakeholders), participando tanto en la generación como en la distribución del valor aportado a una sociedad, no solo pasiva y receptora, sino facilitadora e inmersa, activa, en el proceso, origen-medio-destino.

Desde el lanzamiento del movimiento para la co-creación de Valor Compartido Empresa-Sociedad por los profesores Porter-Kramer, su creciente plataforma a lo largo del mundo y otras interesantes iniciativas que, a su vez, van asentando su generalizado interés (ESG: Environmental, Social or Governance factors, Inversión Verde, la Iniciativa Global de Reporte e Información empresarial -GRI-, SASB-Contabilidad sostenible…), además de la progresiva evolución de los conceptos en el entorno de la filantropía, responsabilidad social corporativa y múltiples modalidades de Valor Compartido, además de los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, persiste una de las grandes dificultades consistente en la complejidad de encontrar sistemas de indicadores y medidas para integrar el verdadero y medible resultado o impacto de una política, visión, estrategia integradora de la economía (y financiera), de lo social, su impacto en la Comunidad y la aportación al planeta, en el largo plazo. La mayoría de los ingentes esfuerzos que vienen aportando un extraordinario valor transformador, intentan aproximaciones a un sistema de medición que o bien, hasta hoy, continúa siendo un listando separado de indicadores financieros (se supone que medibles, objetivos y estandarizados. Otro día hablaremos de lo que dice y no dice el generalizado EBITDA) y retorno de la inversión, valoraciones más cualitativas y derivadas como “consecuencia indirecta” en su aportación social, y, una estimación subjetiva, la más de las veces, de “costes evitados” en la salvación del planeta. Aportaciones valiosas, sin duda, pero que, como indican los autores de este documento: “Estamos inmersos en una doble narrativa. Una nos cuenta que tan rentable es una compañía, o lo cumplidor y eficiente en términos de PIB y presupuesto un gobierno o país determinado, y otra que relata lo buena que es para la gente y el planeta, con enormes dificultades para medir lo que se supone genera y mucho menos discernir si alguien lo hace mejor que los demás”.

Este Informe, por supuesto, tampoco aporta la solución final o mágica. Pretende explorar una nueva aproximación que posibilite una conexión real y directa, explicita, entre las medidas financieras, medio ambientales y sociales, con el propósito conductor del cambio de actitud, concepción de los líderes corporativos, sobre todo, inversores y gobernantes para romper la brecha que separa análisis independientes y no integrados de la tripleta objetivo que se persigue. La experiencia muestra como la proliferación de Informes existentes son interpretados y utilizados de forma separada y que, rara vez, forma parte conjunta del proceso de toma de decisiones clave. Introducir métricas híbridas está siendo de valor real por distintos tipos de industrias (energía, seguros, salud, alimentación, papel, servicios, finanzas) fijando la conexión real ante métricas financieras tradicionales en relación con acciones/resultados sociales o medio ambientales. Modelos y procesos no exentos de debates y confrontación, incluso oficial y administrativa en términos reguladores cuestionando la eficiencia y resultados tanto por abrazar la fuerza del Propósito empresarial como la extensión del valor a todos los implicados en su generación y no solamente al accionariado.

Ahora bien, la apuesta del último informe mencionado, fiel a sus principios inspiradores (Shared Value-Valor compartido), fija un proceso y alcance comprometido, en el que principios, valores, propósito, marcan la diferencia. El proceso seguido vincula, como primer paso, la necesidad de un marco real de co-creación de valor compartido con objetivos simultáneos de crear valor (social/ambiental/comunitario), así como rentabilidad y ventaja competitiva garantes del desarrollo sostenible. Si se establece una visión y estrategia determinada “más allá del EBITDA y la cuenta de resultados en un horizonte de largo plazo, no pueden mantenerse sistemas de seguimiento, evaluación y decisión trimestral”, relegando a un discurso articulado su impacto social en consecuencia. Es decir, ha de reformularse una verdadera proposición de valor única y diferenciada (diferenciación, innovación, propósito, resultados e impacto social, sostenibilidad), al que ha de alinearse perfectamente el modelo de negocio esencial (y aquellos otros que complementen su porfolio completo) y establecer los instrumentos facilitadores de la creación de una significativa contribución de resultados y beneficios. Es decir, generar impacto real en todas tus aspiraciones y programas esenciales.

Como es esperable, el logro de estas métricas no supone, tan solo, reescribir un cuadro de mando o declaraciones e indicadores, sino explicitar la visión, estrategia y compromiso escalonado para el logro de estas conexiones híbridas, fijando un marco claro (debidamente comunicado) a todos (al interior de los Consejos de Administración y Dirección, a la totalidad e la organización, a inversores y terceros relacionados, a las Comunidades de las que se forma parte), de forma que el proceso se interiorice y la gente asuma la integridad del compromiso híbrido. La gente ha de convencerse que las actividades y apuestas esenciales de creación de valor crean, de verdad, valor económico-financiero (también) y no que se trata de un “añadido graciable” al resultado financiero buscado.

En definitiva, ahora que el mundo, la sociedad, las diferentes instituciones y las empresas parecemos orientados hacia una especie de “nuevo futuro”, preocupados por respuestas integradas en los resultados económicos, sociales y medio ambientales y que pareceríamos diseñar instrumentos, políticas y planes de apoyo, respuestas y solución hacia el triple objetivo, indisociable, merecería la pena repensar la manera de medir su impacto y facilitar la manera de lograrlo, asumiendo los compromisos que lo hacen posible.

No existe la receta mágica, ni la fórmula única. Lo que sí tenemos son hojas de ruta con suficiente solvencia y recorrido para explorarlos.

El agradecido adiós a un amigo

Ayer nos dejaba Juan José Goiriena Gandarias.

Juanjo, es uno de esos personajes destacados que han estado entre nosotros para dejar huella. Por encima de todo, maestro en el noble sentido del término. Su cualificado papel desde sus cátedras en la facultad de medicina ha impregnado la formación de las generaciones de médicos en los últimos 40 años, siguiendo la marca de su tradicional saga familiar. Su compromiso político y, sobre todo, con la sociedad vasca, le llevo a colaborar de manera activa en la organización de la nueva sanidad y sistemas de salud de los años ochenta (Ley de Sanidad, Osakidetza, Estrategias y Políticas de Salud) y tuve el privilegio de contar con él como Viceconsejero de Salud en mi siempre personalmente recordado paso por el Gobierno Vasco. Su conocimiento, capacidad, compromiso y lealtad me dieron la fortaleza necesaria para la múltiple gestión y complejidad de aquellos extraordinarios, a la vez que difíciles, años ochenta.

Juanjo fue mucho más que un destacadísimo hombre de la salud. Su cariño y apego a la Academia le llevaron a la rectoría de la Universidad Pública del País Vasco en un delicado y siempre difícil intento por transformar su administración, calidad y convivencia con la sociedad a la que sirve. Presidió Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos con la idea de facilitar el arduo encuentro colaborativo de tantas individualidades hacia una excelencia colectiva al servicio de la sociedad vasca.

Disfrutábamos de múltiples tertulias con su conocimiento y visión amplia (desde las interioridades de las personalidades con las que compartía relación) del contexto económico y financiero (era el médico que más sabía de finanzas), el imparable tránsito geográfico y dimensional de la «banca vasca» hacia Madrid, el mundo aparte de los opositores de élite y sus redes familiares desde el «corazón del Estado», la influencia (real o aparente) de la «burbuja veraniega» de Sotogrande, o las conspiraciones palaciegas de Zarzuela y el «mundo opaco» de Moncloa.

Querido Juanjo, te echaremos en falta. Desde mi reconocimiento, amistad, respeto y, por supuesto, agradecimiento por tu especial apoyo, dedicación y esfuerzo en nuestra ya lejana labor en nuestro proyecto de salud desde el Gobierno Vasco.

Descansa en paz. Goian Bego.

Agur. Hasta siempre Juanjo.

Y nuevamente septiembre…

(Artículo publicado el 30 de Agosto)

Por fin, inmersos en un período inusual a la vez que especial, la próxima semana, llega una atípica vuelta a septiembre, una vez concluidas las vacaciones de verano condicionadas por esta supuesta nueva realidad. Afrontamos el reencuentro con un escenario más desconocido que el habitual.

En principio, observamos expectantes, la apertura del nuevo curso escolar, la reincorporación parcial y progresiva a la empresa o a las diferentes administraciones públicas, la retomable actividad autónoma y, por supuesto, desconocidos planes de respuesta para el ejercicio de nuestras actividades ordinarias, sumidos en la incertidumbre generalizada que parecería un nuevo acompañante de alcance indeterminado. Adicionalmente, asistiremos a la constitución de un nuevo gobierno en Euskadi, cuyo Lehendakari y principios generales de actuación, así como ejes prioritarios de su programa para los próximos cuatro años son conocidos, conformando un mapa institucional conocido y cohesionado que aporta, de salida, suficiente certeza para una fortaleza de dirección para los próximos tres o cuatro años, al margen de tensiones y desencuentros que pudieran aparecer en el horizonte. Un elemento clave para afrontar desafíos inmediatos que exigirán decisiones firmes con respaldo democráticamente mayoritario.

Hace unos días, en este mismo periódico, se resaltaba la necesidad de abordar el momento con la fortaleza “de los administradores”, resaltando la dificultad de gestionar un cúmulo de dificultades desde la eficiencia requerida y las competencias atribuibles a quien debe tomar decisiones. Administrar el país, la empresa, la Universidad, la respuesta y complicidad ciudadana… con los mejores resultados posibles. A la vez, coincidiendo con diferentes publicaciones y debates globales, recurriendo a la literatura de gestión (y, en especial, cuando se traslada a la dirección de naciones más allá de unidades menores), se recuerda la distinción entre administrar, dirigir y liderar. Tres elementos claramente diferenciados que serían exigibles en este período lleno de complejos retos, múltiples dificultades y un sinnúmero de voluntades, reivindicaciones y disponibilidad participativa y colaborativa distintas. Es, sin duda, imprescindible el contar con una administración eficiente (tanto de los servicios públicos como de las actividades privadas) que posibilite gestionar una pandemia y su interacción en consecuencia con todo tipo de actividades públicas y privadas, optimizar los medios y recursos que habrán de ponerse a su disposición, ordenar y gestionar la convivencia de dicha pandemia con las aperturas y avances necesarios y responder a las incógnitas que irán apareciendo en el horizonte. Inmensa tarea y esfuerzo por recorrer pero que resultará baldía si no viene acompañada de una dirección estratégica de medio y largo plazo que supere la administración del estado actual de las cosas, sino que sea capaz de soñar un nuevo y diferente futuro que no solo restaure una situación y orden previos, sino que anticipe un escenario diferente aún por descubrir. Un nuevo escenario que no solamente supere las dificultades (muchas) actuales y esperables, sino que dirija el tránsito hacia aquellas nuevas respuestas que parecerían demandarse en dicho futuro incierto. Momento de dirigir una sociedad que ha de renunciar a mantener su estatus previo y que ha de asumir transformaciones clave para garantizar la esencia de lo logrado hasta ahora, ampliando sus resultados a la totalidad de la población con especial atención a los más vulnerables. Grandes desafíos, algunos impuestos, otros deseados, que nos introducen de lleno en una permanente actitud y acción innovadora a la búsqueda de alternativas superadoras.

En el documento de principios que PNV-PSE han suscrito como orientación y base para la conformación de un gobierno y  para estos próximos cuatro años, explicitan, en su propio título, las “Bases para el acuerdo entre EAJ-PNV y PSE-EE para la reactivación económica y el empleo desde la defensa de los servicios públicos y las políticas sociales, sobre la base de más y mejor autogobierno” y adelantan los ejes prioritarios de actuación previstos: implementación y refuerzo del sistema público de salud, la reconstrucción social y económica de Euskadi, que permita preparar a la sociedad vasca para todos los desafíos emergentes que la pandemia “no ha hecho más que acelerar», como el envejecimiento de la población, transición ecológica o digitalización y ven esta crisis como una oportunidad para salir de ella como una sociedad más cohesionada, con un Estado de Bienestar fortalecido, que reduzca las desigualdades, desde reformas clave en materia de salud, reactivación económica y empleo, manifestando su voluntad colaborativa con el gobierno español y, en especial, con los instrumentos que la Unión Europea pone a disposición de objetivos similares, recordando su compromiso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.

Un amplio propósito de reformas necesarias que exigirán, volviendo al principio, no solamente una gran capacidad de administración y gestión, así como de la experiencia adquirida y demostrada, sino la imprescindible cualidad de liderazgo que trascienda de estos ámbitos y que genere la ilusión, sueños colectivos y compromisos transformadores para apostar por un futuro diferente, desde la complicidad de un recorrido complejo lleno de obstáculos. Obstáculos superables desde la corresponsabilidad y la visualización de un camino hacia un futuro, compartible, mejor. Toda una oportunidad más allá del reto que comporta. Una oportunidad para construir (o intentarlo) nuevos caminos.

Sin duda, Euskadi cuenta con los mimbres necesarios para su apuesta y recorrido estratégico. Nuestra historia está caracterizada por un carácter solidario y colaborativo a la vez que disruptivo, que ha sabido enfrentarse a la adversidad, buscar y encontrar los espacios de oportunidad, necesarios y adecuados, y ha sabido asumir los riesgos necesarios (debidamente gestionados y minorados) en la construcción de un espacio propio, desde su deseado coprotagonismo, en la búsqueda permanente de su bienestar. Base imprescindible para que este nuevo septiembre alumbre un redoblado esfuerzo, positivo, para remprender la superación de la crisis construyendo las respuestas adecuadas, anticipadas, a los desafíos a los que nos enfrentamos. Contar con un gobierno y todo un mapa institucional coherente y sólido, debe ser una buena garantía para acelerar el liderazgo y gestión, compartidas, que facilite sueños y los haga realidad.

Que este nuevo septiembre sea el momento de objetivos ambiciosos, de relevancia significativa para el País y sus ciudadanos y retomemos una actitud colectiva e individual para “ser el promotor e iniciador y no la víctima de una sorpresiva innovación no deseada”.

Predecir en la incertidumbre

(Artículo publicado el 16 de Agosto)

La incertidumbre generalizada en la que nos movemos con un especial efecto en la COVID y  sus consecuencias, vienen a sumarse a la extensa complejidad multifactorial que acompaña cualquier análisis de riesgos, predicciones de futuro y toma de decisiones para encarar diferentes escenarios.

En este marco ya en sí mismo suficientemente complejo (la naturaleza del virus y su propagación, la existencia o no de medidas terapéuticas, farmacológicas y socio sanitarias en general que permitan una respuesta adecuada más allá del aislamiento, confinamiento social), obliga a repensar la manera de vivir en un tiempo indeterminado, asumiendo comportamientos sociales diferentes a los habituales. Convivir este espacio desconocido conlleva no solamente adecuar la actividad ordinaria, la reapertura progresiva de la economía, la reconsideración del ocio, la reorganización de la educación, la movilidad o los propios sistemas socio sanitarios de salud y servicios comunitarios, sino la gestión empresarial y de los servicios públicos. Todo indica que “CONVIVIR con el COVID” no será una cuestión pasajera de semanas o meses, sino, desgraciadamente, de largo plazo. Todo parece sugerir que hemos de pensar en la “gestión dual y ambidiestra” de nuestras vidas, no solo en términos de corto y medio/largo plazo, sino de “doble identidad”. De alguna forma, simplificando, nos vemos obligados a duplicar equipos, responsables, tiempos y tareas para gestionarlo: una parte volcada en el COVID y la respuesta a sus impactos, y otra, a la “vida ordinaria y de apuesta por el futuro”. Una especie de “task force COVID”, como unidad lo más autónoma o independiente posible del resto.

Al mismo tiempo, cuando hablamos de lo que la COVID está incorporando en la transformación de nuestras vidas, hemos de plantearnos con rigor y profundidad cuáles de las muchas medidas que se están implementando, de una u otra forma, deberían avanzar hacia su permanencia ( con su cuota de mejora) y no solamente concebidas como medida de emergencia, a desaparecer en el menor plazo posible: ¿Las restricciones al ocio, horarios, consumos, uso del espacio público, prohibición de fumar o consumir alcohol en la calle, por ejemplo, son favorecedores de un daño a la salud para el COVID, o lo son para la salud en general, hoy y mañana? ¿La arquitectura de la infraestructura escolar es la adecuada para la calidad y aprendizaje requerido? ¿Los planes y programas, evaluaciones de estudio pre COVID son los adecuados para una sociedad normalizada?,¿La supuesta demanda aritmética de 6000 nuevos maestros que exigen algunos para reabrir el próximo curso en Euskadi es una solución tanto inmediata como de futuro?,¿Qué cualificación y perfil se les exige pensando en la garantía de una educación real y de calidad? ¿La arquitectura de la infraestructura de salud (incluida la sociosanitaria) es la adecuada para un futuro diferente? No deja de ser curioso que las voces críticas, que incluso acusaban a nuestros empresarios y gobernantes de matar por impulsar modelos de reapertura progresiva de la educación y diferentes sectores económicos, cuando se trata de ocio, vacaciones y sectores asociados callan o exigen apertura plena. Parecería que el bien supremo de la salud desaparece en términos de prioridad cuando el trabajo o la educación han de tenerse en cuenta.Sin duda, como todo, se trata de decisiones complejas (e inciertas en sus consecuencias finales) llenas de matices y no de radicalismo blanco o negro.

De forma consciente e inconsciente, todos realizamos ejercicios permanentes de predicción ante cualquier decisión (por pequeña e irrelevante que parezca) en nuestro día a día. Se espera que en ámbitos de gobierno (del nivel institucional que sea), empresarial (micro pyme, starts up, multinacional, gran conglomerado), no gubernamental y/o sin ánimo de lucro, economía doméstica, organismos políticos o sindicales, afrontemos decisiones con un mayor o menor proceso de análisis de riesgos, “visiones o deseos de futuro”, análisis de escenarios (explícitos o relativamente imaginados) y pretendemos identificar sus potenciales impactos en nuestro ámbito de actuación y decisión. Philip E. Tetlock (profesor de Psicología y Ciencias Políticas, con amplísima experiencia en el mundo de la prospectiva), en su libro “Superforecasting: The art and science of prediction”, a través de sus sucesivas ediciones, nos ha venido ilustrando sobre este difícil arte y ciencia de la predicción desde una sentencia base: “reconocer los límites de la predictibilidad es una cosa; desechar todos los pronósticos es insensato”.

Hoy, su lectura resulta, en gran medida, de especial relevancia. No solamente la lucha y confrontación por el conocimiento y “acierto” del escenario futuro, sus tiempos de logro y, sobre todo, el mapa de riesgos, consecuencias y oportunidades que generará la mencionada pandemia, sino múltiples cuestiones “menores” o parciales que observamos en estos días y que cambiarán, de forma activa o pasiva, nuestras vidas. Preocupaciones, preguntas, obligaciones que convergen en el “dilema del líder” (en todos los ámbitos). ¿Qué escenario predice Joe Biden ante unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos sobre el que decide incorporar a su “ticket electoral” como candidata a vicepresidenta a la senadora Kamala Harris? ¿Su predicción empieza y termina en la elección de noviembre y su triunfo por la contribución del voto afroamericano, latino, social demócrata, feminista, “no blanco”, y del “complementario” a las bondades de ambos? ¿Va más allá de ese “primer paso” y considera la puerta de entrada para la futura líder del partido demócrata y presidenta de Estados Unidos en la década 2024-2034? ¿Es una predicción de minimización de riesgo ante una incapacidad o ausencia que pudiera producirse en su mandato, de modo que ella asuma la presidencia? Pronósticos, predicciones, prospectiva para un futuro que se espera distinto al presente desde el que partimos.

Predecir el futuro no es ni futurología, ni espiritismo, ni ejercicios geniales de acierto infalible. Es mucha disciplina, análisis y, sobre todo, apuesta. Apuesta por espacios deseables en lo que podemos sentirnos confortables, confrontando los problemas asociables, prestando atención a los “seriales” que el mundo ofrece, considerando su potencial impacto en lo que hacemos o queremos hacer, con especial consideración de los matices que conlleva, contando con las posiciones previsibles del resto de los actores, asumiendo la responsabilidad de la decisión final, rara vez consensuable. Es un ejercicio permanente desde “ la sensatez de las confesiones de incertidumbre, el sesgo cognitivo en la exploración intelectual y la interacción de la primera impresión con la coherencia de un relato veraz”, siguiendo a David Kahneman ( “Pensar rápido, pensar despacio”)

No se trata de afirmar, con años de antelación, que en el verano de 2020, material explosivo abandonado en el puerto de Beirut haría saltar un gobierno, tras centenares de muertos, y provocaría un doble movimiento interno (la población exigiendo cambios inmediatos ante una situación no de catástrofe, emergencia, que también, sino de respuesta a una situación persistente por décadas) y externa (una comunidad internacional, en especial desde su antiguo “colonizador y aliado”, Francia, liderando un compromiso de cambio político y social más allá de la inevitable “reconstrucción” física del país), coincidiendo, en el tiempo con un inesperado acuerdo de paz y colaboración de los Emiratos Árabes con Israel añadiendo nuevas piezas al tablero regional. ¿Es predecible que la monarquía española sea dinamitada desde dentro de su propia Familia Real y que, antes o después, se produzca una verdadera reconfiguración del Estado español y sus instituciones, naciones y comunidades naturales? ¿Es predecible que la Unión Europea y el Reino Unido pacten, el nuevo escenario post Brexit dentro de este 2020, de modo que se construya un estatus preferente del Reino Unido en el espacio económico europeo? ¿Y que dicho acuerdo final suponga el camino de una reconfiguración del propio Reino Unido con una Escocia independiente como Estado Miembro de la Unión Europea, con una Irlanda unificada en Europa y un estatus especial para Gales? ¿Es predecible un latino presidiendo los Estados Unidos de América en 2030?

Cualquiera de estos escenarios pueden darse, o no. Serían explicables volviendo hacia atrás en su momento. Pero, en todo caso, lo relevante no es si se dan o no, sino qué hemos hecho y cómo, para llegar al punto deseable. ¿Biden-Harris ganarán las elecciones en Estados Unidos? ¿El nuevo gobierno en Beirut cambiará la vida de los libaneses y sus vecinos? ¿Felipe VI seguirá escondido tras el parapeto mediático y continuará con su “atareada agenda” en Baleares? ¿Westminster y Downing Street construirán un nuevo Reino Unido? ¿Controlaremos el efecto devastador de la COVID-19 con la protección de una vacuna que tarde o temprano llegará?

Hoy, como ayer, mañana y siempre, nuestras decisiones exigen el ejercicio de la predicción y, sobre todo, de la ejecución de lo que nuestra exploración decida. Gestionar sus consecuencias es la “magia” del complejo proceso que conlleva. Más allá de aciertos concretos, las “rutas estratégicas” definibles marcarán la diferencia. Como siempre, imaginar “nuestro futuro, próximo o lejano, forma parte de nuestro ejercicio y responsabilidad diarias, pero, sobre todo, comprometer aquello que hemos de hacer para lograrlo.

Vencer a la estadística…

(Artículo publicado el 2 de Agosto)

Esta semana, el Consejero de Economía y Hacienda del Gobierno Vasco, Pedro Aspiazu, presentaba los datos macroeconómicos del segundo trimestre de este 2020, anunciando “una caída del 20,1% sin precedentes en tiempos de paz”. Suponía el encadenamiento de dos trimestres seguidos de caída de su Producto Interior Bruto (-3,2% y 20,1%), por lo que adelantaba la calificación al uso convencional (ni oficial, ni técnicamente indiscutible en la comparativa temporal de una caída generalizada de la economía), de Recesión. Adicionalmente, el imparable calendario estadístico va arrojando, día a día, datos e información preocupante. Así, esta misma semana, también, la cita con la publicación trimestral del INE español y sus registros del empleo, paro y ocupación que arroja en su encuesta de población activa (EPA), parecerían minimizar el anuncio del consejero vasco, ya comentado. España presenta “el peor trimestre de la historia; la crisis COVID destruye un millón de empleos y el mayor hundimiento de su Producto Interior Bruto desde la guerra civil”. Detrás de estos titulares, destacan cargos de mayor profundidad: si se tiene en cuenta que el “paro técnico” que refleja la EPA no incluye los empleos en suspenso por los ERTES (expedientes de regulación temporal de empleo con prórroga hasta el 30 de septiembre), sí el cierre empresarial y de la Administración, así como del sistema educativo por el confinamiento que ha impedido a la gente en desempleo una búsqueda activa del empleo, por lo que no se incluye en la estadística y supondría que el 44,5% de la “población activa: en edad y disposición de trabajar”, ni trabaja, ni busca ocupación y, además, se recoge que 1.198.000 hogares tienen a todos sus miembros en paro. Esta negra fotografía no sería muy diferente, siempre con significativos elementos diferenciales según tejido económico, especialización productiva, formación, institucionalización, capital humano y compromiso/disciplinas colectivas, en otras muchas latitudes.

La pandemia COVID y su tratamiento basado en el aislamiento físico y confinamiento masivo paraban una economía interrelacionada y abierta a lo largo del mundo, generando un impacto imparable e incierto que se ve reflejado en estadísticas que llevarían a sospechar un abismo ni gestionable, ni recuperable en un horizonte razonable. Dato “negro” para la economía vasca en sintonía con la inmensa mayoría de economías exitosas pre COVID que hoy transitan un camino incierto, expectante del comportamiento del contagio y su impacto intermitente en la salud de la población, en el comportamiento social para afrontarlo, en la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, sociosanitarios y comunitarios, en la potencial reactivación en cadena de tractores empresariales internos y externos, de la aplicación real de las inmensas aportaciones financieras de las instituciones internacionales y gobiernos, del comportamiento sindical, de las políticas públicas que pueden y deben implantarse y de los tiempos en que todo ello se produzca..

Mientras la frenética búsqueda, provocación y espera de todos aquellos movimientos esperados se materialicen, la reacción o impacto en la calle no deja de llamar la atención. Parecería que el anuncio recibido no es sino una frase más, un dato asumido, o una distracción veraniega. Sea por la elevada población funcionaria que se sabe con empleo e ingresos seguros a lo largo de toda su vida pase lo que pase en el mundo, en la economía o en el país; sea porque, afortunadamente, las medidas iniciales de emergencia proporcionan un mínimo oxígeno de supervivencia en el corto plazo hasta la superación del verano y constatación de los “restos de la epidemia”; sea por el periodo vacacional irrenunciable, o por la movilización mundial de las principales instituciones internacionales y, en nuestro caso, la posición de la UE, pendiente de ratificación por sus Estados Miembro, con una significativa y abundante contribución que posibilite reorientar e impulsar múltiples proyectos de reactivación económica y de empleo, el debate mediático y popular no parece centrarse en el contenido y alcance de las políticas públicas o de las expectativas de actividad empresarial y laboral, o en la “nueva educación” que no solo pasa por el porcentaje presencial o formal de los cursos a septiembre, o el trabajo futuro, sino que son los horarios y condiciones de ocio, el modelo de entretenimiento social y las barreras o dificultades para la movilidad turística lo que parece centrar las preocupaciones colectivas. Dato a dato, los sucesivos “brotes”, los “focos de contagio”, las medidas cautelares y “restricción selectiva de países, regiones, viajeros”, se multiplican alterando la percepción y moral de las distintas poblaciones y colectivos, a lo que se unen noticias concretas sobre determinadas empresas que comunican resultados, anuncian planes y ajustes para los próximos meses. Y, también, entre estas últimas, señales de recuperación que alimentan el necesario optimismo que acompañe la espera.

Sin duda, ocho meses sumidos, de una u otra forma, en el aún desconocido y desconcertante contagio COVID, en estrategias de respuestas centradas en la adaptación de los sistemas de salud y sus profesionales a un urgente aprendizaje y adecuación a tratamientos especialmente soportados en el distanciamiento físico y confinamiento preventivo que evita el colapso del sistema, la imperiosa necesidad de aprender a vivir aislados o confinados y a dejar en suspenso (en el mejor de los casos) nuestros proyectos y expectativas laborales y profesionales o formativas, provocan inevitables “necesidades o deseos” de retomar “una cierta normalidad”, favorecer una voluntad de movilidad y ansiedad por transitar una anunciada “CONVIVENCIA con COVID” desde la esperanza de que sea lo menos molesta y perturbadora posible. Un breve respiro anímico y emocional nos ayudará a afrontar los grandes desafíos que tenemos por delante.

En primer lugar, hoy más que nunca, resulta imprescindible pasar de los titulares al fondo que explica y determina no solo la realidad (económica y social), sino las fortalezas y palancas diferenciadoras que permiten explorar nuevos caminos de actuación y futuro. Como muy bien nos enseña el subgobernador del Banco de México, Jonathan Heath, en su ya clásico libro “Lo que indican los indicadores: cómo utilizar la información estadística para entender la realidad económica” (INEGI), el valor de la información estadística es directamente proporcional al impacto que éste genera en la vida de las personas al interior de una sociedad. No se trata, por tanto, solamente de entender el origen y alcance de una información, su estacionalidad, el contexto en el que se genera, su relatividad en relación con su base de partida y su grado de comparabilidad real con terceros, sino, sobre todo, comprender su capacidad generadora de respuestas, diseño de políticas y toma de decisiones. Se trata sí, de poner en valor la estadística y la necesidad de explorar los datos base sobre los que actuar, pero, sobre todo, identificar aquello sobre lo que se debe incidir para conquistar un futuro deseable.

Ya antes de encontrarnos con esta pandemia, resultaba evidente la imperiosa necesidad de afrontar nuevos desafíos globales que las mega tendencias observables nos anunciaban. Por encima de todos ellos, es momento de asumir una visión, mentalidad hacia la “economía de la abundancia” (Peter Diamandis), “el conocimiento masivo infinito y escalable” (Reid Hoffman), “la convergencia tecnológica aplicable a toda industria, empresa y disciplina” (Nagli + Tuff), al servicio de una sociedad inclusiva de bienestar, prosperidad que exige nuevos conceptos de empleabilidad, nuevo sentido del trabajo, nuevo “reskilling” (recapacitación, reformación, reorientación profesional) y nuevas actitudes (personales y colectivas) hacia nuevos proyectos compartidos. Más allá de los datos, el esfuerzo colectivo queda y debe llevarnos no solamente a superar los obstáculos del momento, sino a construir un futuro exitoso.

La “fotografía negra” que hemos recibido esta semana es susceptible de transformación incorporando movimiento creativo y constructivo a su película en crisis: avances y mejoras en el sistema de salud superando el efecto letal de la pandemia en un nuevo espacio de convivencia asumible, nuevos instrumentos de resistencia empresarial, económica y de empleo, base de la necesaria reorientación laboral, formato y estrategia hacia líneas distintas de industrias y actividades de futuro, transitando hacia la reconfiguración de mercados, clientes, modelos de negocio, tejido económico, sistema educativo ad hoc. Sin duda, objetivos de mirada larga, largo placistas pero que han de “convivir” con las imprescindibles medidas de corto plazo, con una suficiente red de bienestar que posibilite el recorrido a un modelo distinto. Sin duda, sobre la base de un “endeudamiento perpetuo” desde el compromiso intergeneracional.

Los datos conocidos exigen estrategias de refuerzo ilusionado por un nuevo horizonte. El mundo, hoy, reacciona a la pandemia de forma diferente a como lo ha hecho en otras crisis, se aleja del fracaso “austericismo” paralizante practicado en el pasado, generador de brechas y desigualdad generalizadas. Por contra, es el momento del “free money”    (dinero libre y gratuito) que editorializaba estos días The Economist, como respuesta global bajo los principios de “todo aquello que haga falta”. Instituciones y gobiernos asumen el endeudamiento perpetuo, de una u otra forma, con horizontes de trabajo al 2050, mitigador de las inmediatas consecuencias corto placistas que lastrarían o harían inviable cualquier proceso de renovación, reconstrucción económica o escenario de futuro sostenible. El desarrollo inclusivo concentra esfuerzos para actuar contra el azote del desempleo, favorecer la “resistencia y rescate” de la economía base, hoy afectada de manera generalizada, sobre la que construir nuevos espacios de futuro. El estado, los gobiernos serán los motores esenciales en este nuevo marco que ha de compartir estrategias público-privadas para una verdadera exploración y reinvención sistémica de ese futuro deseable. Nuevos tiempos, en los que el coste determinante no será el del dinero, sino “el compromiso, actitud y voluntad” de la sociedad (y cada uno de los individuos que la forman), para construir ese verdadero estado de bienestar. Tiempos adecuados para la recapacitación y educación esencial para la digitalización de la economía, de la administración y los modelos empresariales y de desarrollo, para reformular nuestro sistema de previsión, protección y prestación de la seguridad y servicios sociales, y de convertir las “etiquetas y titulares” de los diferentes “planes de reconstrucción” en verdaderos proyectos e iniciativas al servicio del país.

Volviendo al principio, nuestro país, Euskadi y su sociedad cuenta con las fortalezas y mimbres necesarias para acometer este complejo proceso.

Infinitas oportunidades por encima de las duras dificultades del momento. Abundancia sí, a la vez que inteligencia inclusiva contra la amenaza de la escasez o el reparto desigual. Ilusión creativa hacia un futuro exitoso y deseado, superador de una parálisis pesimista. Compromiso compartido y no salidas individuales.

Contra la maldición de la crisis, la voluntad activa venciendo a la estadística y al pesimismo. Hagamos que los indicadores nos indiquen el camino a recorrer para un futuro de ilusión y de oportunidades y no señales paralizantes y derrotistas. Tiempos difíciles para la lírica, sin duda. Momentos de admiración a los líderes responsables y al esfuerzo solidario colectivo. Nuevos retos, nuevos tiempos y apuestas estratégicas.

Economía, política y… sociedad

(Artículo publicado el 19 de Julio)

En la Tribuna del Fondo Monetario Internacional (“Finanzas y Desarrollo”), el profesor de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, Jeffry Frieden, publica un artículo, “La Economía Política de la Política Económica”, sugiriendo que “deberíamos prestar más atención a la interacción entre la política, la economía y otros ámbitos…”

El citado artículo sirve como entrada a una serie de autores y artículos que parecerían situarnos en un “punto de inflexión” para replantearnos un nuevo orden social y económico en el enésimo anuncio de una reinvención y construcción de un mundo mejor post crisis pandémica, en palabras de la directora del FMI, Kristalina Georgieva (quien, por cierto, en su blog de esta semana, insiste en la desigual respuesta a la pandemia en curso, como consecuencia, también, no de buenas o malas decisiones de gobiernos o responsables de salud o malos o buenos comportamientos sociales por libre elección, sino por sus condicionantes sociales y económicos, la geografía de la crisis o las necesidades urgentes de la población afectada).

Sin duda, resultan innumerables los estudios, debates, análisis y ejercicios de prospectiva tratando de anticipar escenarios futuros, suponiendo, como no podría ser de otra manera, el desarrollo de la economía, el rol de las diferentes instituciones, el comportamiento social y las consecuencias cambiantes que la actual crisis, inicialmente de salud, han de conjugarse para conformar un espacio distinto. Demasiadas variables inciertas cuya convergencia determinará un mundo distinto al actual.

Desgraciadamente, observamos una confrontación teórica y limitante, entre lo que al parecer serían decisiones y recomendaciones “objetivas, racionales, científicas, tecnócratas y progresistas no condicionadas por ideología alguna” que ofrecerían “recetas científicas” (ya sea para aplicar políticas económicas, sanitaras, financieras…) y aquellas supuestamente interesadas, al servicio de lobbies, grandes corporaciones o grupos de interés, “nacionalistas y populistas” de “cortedad de miras” que condicionan políticas contrarias no seguidoras al 100% de lo exigible por los primeros, basadas en intereses electorales en beneficio propio. Así, “científicos y tecnócratas”, infalibles, se ven investidos de auto legitimidad (generalmente otorgada por sus pares), mientras los actores políticos conformarían grupos descalificables por definición. En este esquema bipolar, resultaría imprescindible incorporar un tercer jugador, esencial: la sociedad.

Si bien se supone que tanto quienes proponen “la buena economía”, como quienes “aplican políticas equivocadas”, no olvidan a la sociedad como destinatario de sus posiciones y decisiones, la realidad del análisis publicado parecería prescindir del hecho de que las personas, los individuos, queremos, apoyamos y exigimos decisiones diferentes según el lugar y rol que desempeñamos en cada momento. Somos, como individuos y colectivos, a la vez, “grupos de interés” y jugamos un rol determinante, según la economía dominante en el resultado final. Detrás de cada gobierno o agente político, desde el voto y representación (esperemos que democrático) y en el día a día de nuestra actividad, condicionamos, en menor o mayor medida, esa “deficiente acción política” que no dejaría al funcionariado internacional de éxito diseñar programas y políticas públicas a aplicar como mantra en cada país, en cada momento, para diferentes contextos, necesidades sociales, vocaciones de autogobierno o apuestas personales y colectivas por tipos, modos y estilos de vida propios. Sin embargo, parecería dominar la sensación de que la tecnocracia, la academia pura o funcionarial (en especial internacionalizada y global) estarían investidas de la autoridad suficiente para decidir entre políticas A o B, sin el necesario control democrático, ni el contexto cambiante al que han de atender. Si en 2008 imponían austeridad y recortes sociales, ahora endeudamiento perpetuo, ayer globalización ilimitada y hoy mundialización próxima, multilateral y regionalizada, la responsabilidad de sus consecuencias sería siempre de la “mala política”. Bandera impecable como salvoconducto liberador de todos y cada uno de los individuos que así podemos auto excluirnos del compromiso y responsabilidad respecto de nuestro propio futuro y, sobre todo, de nuestro hacer o no hacer del pasado. Siempre queda culpabilizar a terceros. El soporte y lenguaje mediático sería el amplificador de la asignación de papeles entre buenos y malos y, en consecuencia, sus buenas o malas políticas económicas.

Hace tan solo una semana, los vascos acudimos a las urnas para elegir nuestro Parlamento. La sociedad vasca ha tenido la oportunidad de manifestar su “interés” en unos determinados representantes, en un modo de vida y estrategia de futuro. Se ha manifestado según su propio sentimiento de pertenencia e identidad según su apuesta de futuro, atendiendo a su grado de confianza en quienes han de gestionar ese tránsito hacia un espacio diferentes o no según las expectativas y deseos de cada uno. La sociedad vasca ha elegido con claridad en donde prefiere depositar su confianza (aunque algunos parecerían creerse sus falsos discursos de triunfadores “ganando las encuestas y no los votos”). La sociedad vasca ha optado por determinadas políticas económicas y no por otras, por liderazgos y gestores diferenciados. Ha afirmado sobre qué valores quiere construir su próximo futuro y no sobre aquellos que prescindieron de la democracia y los derechos humanos, que impedían el desarrollo económico y social y pretendían sumirnos en el sufrimiento y en el pesimismo permanente, ausente de opciones de futuro, que hoy parecen haber olvidado su pasado y responsabilidad, proclamándose líderes de las vanguardias de la inclusión, la reforma y reconstrucción económica y árbitros de los “momentos y ritmos” que ha de seguir la sociedad. La realidad es que, discursos aparte, hoy es tiempo de dar otro paso más, adelante, en la construcción de una sociedad inclusiva para lo que las políticas (“económicas y de otros ámbitos”) se apliquen desde instituciones próximas, controlables de forma democrática, al servicio de la “sociedad compleja y multi grupo de interés” para transitar hacia otro escenario futuro.

En este contexto, la economía y, sobre todo, las “buenas políticas económicas”, resultan esenciales, pero son las políticas, con mayúsculas, (políticas de gobierno, políticas de empresa, políticas comunitarias e individuales) las que deben (debemos) marcar las opciones, asumiendo nuestra cuota de responsabilidad y compromiso en las directrices que han de regir nuestro camino.

Economía, política y sociedad son piezas inseparables, convergentes en una estrategia compartible que viabilice el verdadero propósito y aspiración, en contextos concretos, de la población a la que sirven. Euskadi ha elegido la interacción que desea apoyar. En consecuencia, una vez pasada la resaca electoral, merecería la pena que los diferentes actores (económicos, políticos y sociales) nos empeñemos en encontrar dicha convergencia y trabajar en su dirección. Son muchas las luces y alertas que los resultados observados nos ofrecen para entender la foto (y, sobre todo, película en movimiento) que la sociedad proyecta. El camino parece suficientemente indicado. Su ejecución… es otra cosa.

Hoy, parece que somos conscientes de la enorme incertidumbre y complejidad que atravesamos. Sabemos que son muchos los elementos cuestionables y que no resulta obvia la práctica ni de recetas mágicas, ni de pensamientos únicos y que, sobre todo, más allá del lenguaje que pretenden ocultar diferentes opciones y modelos bajo falsas declaraciones simplistas y simplificadoras de unidad, acción global u objetivos auto imputables en términos de buenos y malos, que obligarían a un seguidismo ciego a quien lo proclama, existen y perviven las aspiraciones legítimas de una sociedad concreta en un momento específico. Es esta realidad la que recomienda explorar soluciones diferenciadas bajo una convergencia esencial: política económica, economía política y sociedad bajo un propósito de bienestar, riqueza y equidad generando un desarrollo inclusivo, necesariamente cambiante, ante un mundo que ya vive, hoy, el impacto de múltiples novedades determinantes de una transformación radical.

Un buen banco de pruebas lo tenemos delante. A la ansiada espera de los acuerdos necesarios que la Unión Europea llegue para instrumentar su proclamada intervención de rescate y reorientación de políticas económicas y sociales imprescindibles en su ya tardía transformación real, coherente con sus valores constitutivos y fundacionales y las aspiraciones de futuro de sus sociedades miembro, en Madrid, el Congreso de los Diputados ha emitido su “dictamen y resoluciones” para la “reconstrucción social, sanitaria y económica” como respuesta a la crisis del COVID, incorporando, como su costumbre histórica en cualquier momento de emergencia o crisis, la totalidad de esferas de insuficiencia o debilidad que arrastra por generaciones. Genera una “nueva caja de intenciones, propuestas, y declaraciones variopintas” cuya aplicación real exigiría toda una larga serie de procedimientos, instrumentos, tiempos, actores, recursos, acuerdos que brillan por su ausencia. Surgen, al menos, dos vías para su hipotética viabilidad: la primera, dejar en vía muerte la inmensa mayoría de puntos recogidos de forma solemne en su resolución y limitarse a aquellas acciones previamente decididas por el ejecutivo, dirigidas a una clara recentralización de la sanidad resucitando las viejas estructuras del pasado refugiadas durante años en sus despachos funcionariales, centros, escuelas, institutos corporativos vestidos de supuesta excelencia y soportados en cuotas de reparto de ex altos cargos de confianza en organismos internacionales, aprovechando el sentir generalizado del valor e importancia de la salud, acompañados de enmiendas parciales a normativa, proyectos y programas económicos y presupuestarios en curso, con etiquetas de futuro y transformación con escasa apuesta de futuro, o una segunda, compleja, impulsando procesos organizados y compartidos entre los diferentes actores implicables, pensando en el largo plazo, abordando, de forma rigurosa, los desafíos sociales, sanitarios y económicos, desde la política (con mayúsculas) que haga posible responder a las aspiraciones y demandas de una sociedad de futuro, a la luz de los tiempos. Agenda compleja, con visión emprendedora y de futuro, conjugando, en verdad, economía, política y sociedad, en una imprescindible convergencia insustituible por atajos hacia escasas e insatisfactorias soluciones.

Tiempos de estrategia comprometida, ante un escenario impredecible que resultará del tránsito progresivo de una sociedad que aspire a un espacio desde realidades y voluntades cambiantes, que ha de construirse día a día.