Una semana para la política industrial. Un largo camino hacia la prosperidad

(Artículo publicado el 28 de Marzo)

La inclusión en el Orden del Día del Consejo Europeo celebrado jueves y viernes de esta semana de la llamada “nueva estrategia de política industrial” para Europa, ha dado lugar a múltiples eventos en torno a “la semana de la política industrial” que se ha generalizado no solo a lo largo de la Unión Europea sino, por contagio, a lo largo del mundo occidental, reforzando múltiples planes e iniciativas que, de manera recurrente, aparecen y desaparecen entre los debates prioritarios en diferentes países.

La apuesta europea por una renovada política industrial se viene configurando en los últimos años, desde llamamientos al “Renacimiento Industrial”, documentos, programas e iniciativas en progresivo avance y reflexión, nuevos instrumentos facilitadores, comités asesores y redes de expertos, en un proceso que, a su vez, genera iniciativas diferenciadas en cada uno de los Estados Miembro y, dentro de éstos, opciones en ocasiones discordantes entre agentes institucionales, empresariales y sociales. De una u otra manera, la corriente “mayoritaria” entiende que aquellos países y regiones que destacan en su “etiqueta industrial” no solamente responden mejor a las diferentes crisis, sino que, en sí mismos, generan mayor riqueza, cohesión económica, social y territorial y suponen un impulso relevante en los campos de la innovación, el desarrollo tecnológico y la empleabilidad formal y de calidad. Marco generalmente aceptado dejando para el debate permanente el grado de intervención pública, las dotaciones presupuestarias, la selección o no de “ganadores” y empresas específicas de actuación, “industrias estratégicas” y su interacción con los espacios de competencia, mercado, sector público empresarial y la siempre controvertida discusión comunitaria respecto de “las ayudas de estado”, la velada oculta acción (o veto) de oro de determinados gobiernos y la orientación interventora en empresas en crisis y dificultad o en “proyectos de futuro”.

La sesión del Consejo Europeo, de una u otra forma, ha relegado el debate profundo sobre tan importante materia, debido a la importante y complicado asunto de la vacunación anti-COVID que ocupa, como no podría ser de otra manera, la prioridad en las Agendas. Este hecho (que dicho sea de paso, también tiene mucho que ver con la política industrial europea y sus propias fortalezas en industrias críticas como la salud, farmacéutica, bio sanitaria, competencia, innovación… altamente interrelacionadas) deja un tanto inacabada la reflexión en torno a las directrices de “autonomía resiliente” que parecería prefijar la apuesta diferencial de la “nueva política industrial europea”, en lo que parecería no tanto un mensaje de fortaleza diferencial competitiva, con una proposición única de valor, adecuada a la potencialidad de la Unión y sus diferentes piezas (Estados Miembro, regiones y tejido industrial), fuente de una aspiración de co-liderazgo y éxito, sino, más bien, una respuesta un tanto defensiva ante dos bloques o superpotencias ganadoras: China y Estados Unidos, cuyas respectivas políticas industriales, tecnológicas y de innovación libran sus confrontaciones particulares. Su formulación viene condicionada por la pandemia padecida y la resistencia adaptable a una respuesta separadora de los problemas y barreras preexistentes y con una voluntariosa búsqueda de “autonomía” o espacio propio no seguidista o dependiente de las decisiones de las dos superpotencias nacionales.

Un enfoque así, sugeriría asumir un rol secundario lejos de explorar y potenciar sus “espacios de oportunidad” en aquellos nichos o puntos de contacto que se generarán entre estos bloques imperfectos, convirtiendo en ventajas competitivas muchas de sus claves diferenciadas y de alto valor añadido, entendiendo de manera correcta el rol a desempeñar por los agentes de un tejido empresarial capaz de implicarse en las renovadas cadenas “regionales” de valor que, o bien como nuevos potenciales sustitutos o complementos de las cadenas globales preferentes, respondan a experimentadas crisis, colapsos o reservas estratégicas de seguridad y eficiencia competitiva (que se han dado y se seguirán dando a futuro). Europa hoy, tras las importantes decisiones tomadas en esta última crisis pandémica, ha reaccionado de forma positiva en su doble vector de “rescate social” inmediato atemperando el efecto negativo del Crash pandémico y la inevitabilidad de una intervención pública sin precedente, abrazando el endeudamiento intergeneracional de larguísimo plazo (con un hipotético esquema financiero facilitador, a su vez, de la descarbonización de la economía, motor de la transformación industrial, energética y medio ambiental) y su apuesta por un EU-Next que dibuja un espacio a ocupar por las transiciones digital, energética-verde, azul (agua, océanos) y alimentaria, básicamente, capaz de traccionar una verdadera transformación. El EU-Next y los fondos complementarios en diferentes fases de aprobación e implementación, conformarían los pilares sobre los que construir la proclamada “resiliencia autónoma” que vendría a conformar una renovada concepción integradora del mercado único, de la competitividad inclusiva y la renovación tecnológico-innovadora europea. Su logro plantea, todo un reto capaz de desmontar el complejo consenso -al estilo europeo- de ritmos, programas, presupuestos y tiempos entre los diferentes y desiguales Estados miembro, sus regionalizados modelos y tejidos microeconómicos, sus conceptos ideológicos propios marcando muy diferenciadas posiciones de partida, ecosistemas en estadios de desarrollo y capacidades más distantes de lo que parece, y, por supuesto, sociedades, instituciones y agentes socio económicos con muy distintos grados de compromiso, vocación y voluntad y percepción de una política industrial. Las primeras señales que observamos parecen traducirse no en grandes palancas de transformación sino, más bien, utilización de cortas miras de fondos al servicio de ajustes presupuestarios, distribución horizontalizadas y excusas recentralizadoras de gobierno.

Es un momento en el que no podemos perder la oportunidad para reforzar una verdadera apuesta de política industrial, motor de las transformaciones deseadas, guía de las preferencias de aplicación de las tecnologías de carácter general que habrán de cambiar el mundo que conocemos, orientadoras de la reformas educativas y formativas que hemos de abordar de forma acelerada y repensar los instrumentos de interacción pública en el espacio colaborativo público-privado esencial para el logro compartido, generando riqueza, empleo y bienestar.

Al mismo tiempo, “la autonomía resiliente” no puede abstraerse de los espacios de las superpotencias china y estadounidense sino, por el contrario, ha de esforzarse en la máxima interconexión que nos posibilite participar, como coprotagonistas en diferentes grados y tiempos, de esa cocreación de valor a lo largo del tiempo. Hemos de ser conscientes que, también, su desacoplamiento (por momentos parecerían dos superpotencias totalmente aisladas y confrontadas), ni es una barrera insalvable, ni mucho menos permanente. Uno y otro modelo tienen sus propias diferencias, sus propias lagunas y asignaturas pendientes y pueden (deben) encontrar en Europa, algunos elementos a incorporar en sus soluciones.

Mientras el Consejo Europeo aprueba sus directrices, Estados Unidos intenta incorporarse a la nueva política industrial de Biden. “Made in all of America, by all of America’s workers” (“Fabrica todo en Estados Unidos por todos sus trabajadores”) pretende superar el “America First” (“USA primero”, de Trump) o el anterior “Bring back home” (“Traerlo de vuelta a casa”, de Obama), alentando, sobre todo, a sus grandes corporaciones globales a replantear sus políticas de inversión, de fabricación y cadenas de valor en países terceros, reformando sus planes de competitividad, sus modelos de negocio y, en definitiva, la política industrial estadounidense. Biden proclama que la industria americana ha de ser el auténtico “arsenal de la propiedad estadounidense” y que esto exige gobiernos (federales y estatales) potentes, comprometidos, alineados con una política industrial decidida en apoyo y guía a una estrategia completa, innovadora. Una amplia batería de ordenes ejecutivas y obligaciones específicas en las compras públicas, beneficios al servicio de las empresas y trabajadores, inversiones en infraestructura al servicio de la manufactura y sus servicios y tecnologías asociadas, investigación y desarrollo, fortalecimiento de cadenas de valor y suministro, logística y transporte (con especial impacto en la industria marítima y fletamento), se han puesto en marcha.

China, a su vez, avanza a gran velocidad en su carrera tecnológica, educativa y “grandes jugadores”, esforzándose en su aún no suficientemente potente tejido empresarial articulado, a gran velocidad desde la potencia de su estrategia complementaria de infraestructura, alianzas exteriores y retorno/captación de talento, reduciendo sus gaps a pasos agigantados.

Todo un reto desde una extraordinaria oportunidad. Es un buen momento para aprovechar los vientos favorables hacia conceptos inherentes a la política industrial, base de la competitividad y el bienestar. En Euskadi lo sabemos bien. Forma parte relevante de nuestra cultura. Seguimos construyendo desde esta sólida base, identifiquemos con claridad los nuevos rumbos y redoblemos nuestras apuestas de futuro.

Confiemos en que nuestros “aliados necesarios” no malgasten recursos y palancas disponibles para “jugar a todo” y que comprometan sus esfuerzos, siempre arriesgados, en verdaderas estrategias e iniciativas industriales transformadoras. No se trata de señalar ganadores excluyentes, sino de diseñar e implementar instrumentos y procesos colaborativos al servicio de la prosperidad en una bien entendida competitividad. Proceso inacabable que se construye día a día a lo largo del tiempo.