(Artículo publicado el 2 de Septiembre)
Hace unos días, el Consejero de Salud del Gobierno Vasco, Jon Darpón, compartía en las redes sociales una reciente publicación en torno al acceso universal a la salud y su relación, más allá del propio Valor en Salud como principio ético y de justicia social, con la productividad y estabilidad (desarrollo equilibrado y cohesionado) de las naciones.
Los autores del informe (Bloom, Khoury y Subbaraman) sostienen la movilidad y capacidad real de logro en base al grado de progreso social, competencias existentes para la innovación colaborativa tanto en los Sistemas de Salud (en términos de gestión), esquemas de financiación, alfabetización y buen uso de la tecnología y la extensión de los conceptos en torno al Valor en Salud y al Valor Compartido empresa-sociedad, que hacen de la salud un vector clave en la dirección del desarrollo económico y social (conjunto y convergente) en las diferentes naciones del mundo. Bajo este principio positivista, el informe aborda, no obstante, las enormes diferencias existentes, a lo largo del mundo, en la comprensión de los conceptos citados, así como la “libre” interpretación que cada Comunidad y Gobierno hace de la propia salud, del acceso real a la misma y del mejor o peor uso de competencias, recursos, tecnología y, por supuesto, diseño de políticas de salud, normativa, eficiencia y procesos más o menos aislados o integrados de un verdadero Modelo de Salud, desde la prestación, afiliación o aseguramiento, cuidado y grado de integración socio-sanitaria más allá de la ausencia o no de enfermedad y de los actos o prácticas médicas asociables. Un nuevo informe que parecería recordar la ya “vieja declaración” Alma-Ata de la Organización Mundial de la Salud de 1978, que ha hecho del eslogan “Health 4All” (Health for all – Salud para todos) un compromiso con la mitigación de la pobreza y el sufrimiento, en términos de derecho humano universal, un derecho irrenunciable a la salud. Desde entonces hasta hoy ha sido, sin duda, enorme el logro y avance recorrido, si bien seguimos muy lejos de alcanzar los objetivos deseados.
Como no podría ser de otra manera, el citado informe nos recuerda las enormes diferencias entre los diferentes países y regiones, si bien Naciones Unidas, la OMS y el Banco Mundial comparten un indicador básico de cobertura que “interprete o defina” un nivel esencial de acceso universal a la salud generando un índice comparable (UH index) para el seguimiento y ranking de 129 países. La experiencia y su evaluación muestra una correlación positiva con el índice de renta de cada población, un mínimo nivel de presupuestos (generalmente públicos) asignados a programas de salud, si bien son explicativos del Valor en Salud tan solo hasta un determinado nivel de gasto/renta. Más allá del mismo, las diferencias dejan de depender del “excelente presupuestario” dando paso a otros muchos factores más allá de la biomedicina o de las actuaciones exclusivas de los tradicionales gobiernos, sistemas y modelos de salud médico-enfermedad- orientados.
Si bien hoy no parece ponerse en duda el impacto de los “determinantes sociales, económicos, políticos” que condicionan la salud (y el acceso universal a la misma) y no puede concebirse sistema de salud alguno que no trascienda hacia estrategias completas e integradas propias del desarrollo inclusivo en Comunidad (riqueza/pobreza, prevención y seguridad social, “elevadores sociales”, educación, infraestructuras, conectividad, trasporte, entorno y clima, organización social, agentes de cuidado, activos en y para la salud no estrictamente sanitarios, nutrición, etc.) en una inevitable concepción clusterizada de la salud, las decisiones necesarias para su implementación distan mucho de llevarse a la práctica. Los Sistemas de Salud luchan contra sí mismos. La fortaleza y la fuerza ideológica en torno a su concepto esencial de derecho y servicio público limitan sus propias capacidades transformadoras.
Así, el regreso hacia la esencia de la salud pública, la atención primaria integrada, la óptica del cuidado socio-sanitario, la diferenciada organización entre planeación, provisión, prestación, aseguramiento y financiación, exigen, día a día, nuevos modelos de salud que han de ser reconcebidos en esfuerzos y estrategias reales de co-creación de salud, evaluables con indicadores nuevos que huyan de la estadística general o del número de actos e intervenciones y se centren en verdaderos “desenlaces y resultados” en salud.
Coincidiendo con el mencionado informe, esta misma semana, el prestigioso Think Thak europeo, Bruegel, publica un trabajo desde otra óptica macro: “Las implicaciones macroeconómicas de la asistencia sanitaria” (Zsolt Darvas, Nicolas Möes, Yana Myachenkova, David Pichler) con una misma e interesante (muy relevante) frase introductoria: “Los sistemas de atención sanitaria juegan un rol crucial en el apoyo a la salud de la humanidad. Pero, además, conllevan grandes implicaciones macroeconómicas, pese a que este último aspecto no parece bien entendido”.
Su análisis que para muchos pudiera suponer una obviedad, no resulta tan evidente para muchos y cobra especial relevancia en un momento en el que los debates presupuestarios, las sendas y techos de gasto y las prioridades en la asignación de recursos, ocupan gran parte del contraste político y económico. Hay quienes insisten en los ratios medios del gasto per cápita en salud como panacea. (Estados Unidos es siempre el mejor ejemplo para desarmar el argumento: con enorme diferencia, el país que mayor gasto en salud -en términos absolutos y relativos- realiza, desatendiendo a más de 40 millones de estadounidenses, con un mal sistema de salud, caracterizado por su fragmentación, desequilibrio, y despilfarro. Junto con Canadá -cuyo sistema es claramente mejor- gastan el doble, per cápita, que la Unión Europea. Unión Europea con niveles de gasto y políticas en salud menos homogéneas y parecidas de lo que algunos pudieran pensar, claramente distintos).
Este informe macro, constata la profesionalidad de una negativa diferenciación del gasto en salud en los años de crisis, en los que el “parón” en el mantenimiento de “convergencia de gasto en salud y servicios sociales” no solamente ha dañado la salud y el bienestar, sino que arrastra consecuencias macroeconómicas en términos de fiscalidad, crecimiento, empleo, riqueza y cohesión. Tras su análisis, hacen un urgente llamamiento a los diferentes gobiernos para ir más allá de las cifras, profundizar en las respuestas esenciales de los sistemas de salud, analizar su eficiencia, el costo de oportunidad y el valor económico agregado que supone, más allá de la propia capacidad generadora de valor en salud. Su capacidad generadora de bienestar, su base creadora de empleo (hoy, fundamentalmente, femenina en el desarrollo de la “She Economy” o economía de la mujer en Europa), su palanca tractora e innovadora en la promoción de nuevas actividades y desarrollo empresarial, su fortaleza en el mundo de la I+D y la movilización de los multiplicadores fiscales asociables, “obligan” a concebir la salud por encima de un sistema de atención o un modelo, concreto, sanitario.
La UHC como acceso universal a la salud, cobra fuerza, casi cuarenta años después de su proclamación, en un amplísimo movimiento de reconsideración de su definición y aplicación real, reformulando nuevos modelos y sistemas de salud, impactando en un deseado marco de desarrollo inclusivo desde el progreso social.